arte republicano2 2016-03-27

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  • 8/18/2019 Arte Republicano2 2016-03-27

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    -9-G EN ERA L Domingo 27 de marzo del 2016

    San Martín, O’Higgins y el marqués de

    Torre Tagle aparecen beatíficos en sus lienzoscomo si fueran losrostros de un nuevosantoral laico.

    Con la mirada puestaen esas nuevas clasesdirigentes, militares y

    civiles , Gil de Castromarcó la transiciónentre los siglos XVIII y XIX, y construyóla imagen del héroerepublicano.había sido entrenado en los talleres colonia-

    les para retratar a virreyes e imaginar la vidade santos y mártires religiosos, pero, ante elcambio vertiginoso de los tiempos, terminóconstruyendo y perpetuando la identidad delibertadores y próceres. Viajó a Chile en 1813

    y se enroló en las expediciones del sur, don-de se convirtió en el “pintor de cámara” delnuevo régimen. De esta manera retrató a casitodos los líderes de la Emancipación. Unode los más recurrentes fue Simón Bolívar,a quien entronizó con su anuencia en másde una ocasión. La pintura de Gil de Castroencarnó en buena cuenta nuestro agitadotránsito hacia la República, cuando el Perúse hizo independiente sin dejar de ser —enmuchas formas y costumbres— colonial.

    San Martín, O’Higgins y el marqués deTorre Tagle aparecen beatíficos en sus lien-

    zos, como si fueran los rostros de un nuevosantoral laico. “De diversos modos, Gil de

    en proceso de desaparición en la ciudad.Sin embargo, resultaron atractivos para unnaciente mercado que buscaba y comprabaestas imágenes como recuerdos de viaje.No es casual que este artista autodidacta seganara la vida como muralista y vendien-do sus acuarelas a dos o tres pesos en laspulperías y confiterías de Lima. De ellas sedesprende un conjunto de personajes quedefinen el nuevo espíritu de la capital.

    “Fierro es una figura muy importanteen el proceso de construcción de esa ideade la Lima criolla, que es muy compleja,particular, y que efectivamente se inventaen el siglo XIX. La tapada es una figura quede alguna forma no existe como símbolo

    de la ciudad antes de aquel siglo”, nos ex-plica Natalia Majluf, en la tranquila cafe-tería del Museo de Arte de Lima (MALI),recinto que guarda una de las mayores co-lecciones de acuarelas de Pancho Fierro,quien debe haber pintado más de cinco milobras a lo largo de su vida.

    Pintores peruanos, como Ignacio Me-rino, y extranjeros, como Rugendas y An-grand, se alimentarán de este espíritu a supaso por Lima. Ellos conocieron a Fierro yfueron influidos por él. Más tarde la apa-rición y difusión de la fotografía no hará

    más que multiplicar estos motivos. Tapa-das y vendedores callejeros apareceránen postales y tarjetas de visita para crear loque Majluf llama “ese reducto nostálgicode identidad de Lima frente a las grandestransformaciones de la modernidad”.

     Al final de su vida, Fierro será requeridopara contar a través de sus obras cómo erael pasado de la ciudad. Esa vida colonialque conoció en su niñez. A su muerte,EC publicó una nota necrológi-ca que se cita en L “” y que, entre otras líneas, di-ce: “Fierro […] era para la pintura lo queSegura para el drama. Tomaba el pincel ycon facilidad extraordinaria dibujaba unretrato, que más de una vez ha dado ungran trabajo a otros pintores para copiar-lo. Pues bien, ese genio ha muerto el lunesúltimo”. El año era 1879.

     — III —

    Era la tercera vez que volvía al Perú desdeque se fuera a Florencia en 1848 a estudiarpintura gracias a una beca otorgada por el

    gobierno de Ramón Castilla. Las dos ocasio-nes anteriores había vuelto para presentarobras que, en cierto modo, habían agitadoun medio tan anquilosado como la Lima delochocientos. En 1851 había presentado “ElPerú libre” y “La matanza de los inocentes”; yen 1852 había escandalizado con la imagende una mujer desnuda titulada “Venus dor-mida”. Pero esta vez Luis Montero venía conalgo diferente: una obra gigantesca que le to-mó tres años de trabajo. Durante su larga tra- vesía hacia Lima, fue exhibida con gran suce-so en Río de Janeiro, Montevideo y Buenos

     Aires. Se dice que días antes de su llegada,los diarios limeños ya anunciaban la noticia

     A

    Natalia Majluf (ed.)Textos: Pablo Cruz, Ricardo Kusunoki,

    Horacio Ramos, Luis Eduardo Wuffarden,María Eugenia Yllia.

    Editorial:Museo de Arte de Lima

    Páginas:344

    Precio:S/ 159,00

    Castro lograría adecuar la tradición retra-tística colonial a las nuevas exigencias quele planteaba su época. Si la presencia decarteles, tarjas y cortinajes que aparecencon frecuencia en sus obras evocan los re-tratos de virreyes, aristócratas y preladosde la época precedente, el espíritu repu-blicano se impone en el rigor lineal y en labuscada austeridad que caracteriza a losretratados”, escriben Natalia Majluf y LuisEduardo Wuffarden en el primer ensayo de A , un libro que rescata laimportancia del siglo XIX en el devenir denuestras artes plásticas.

    Con la mirada puesta en esas nuevas cla-ses dirigentes, militares y civiles —como su

    espléndido cuadro de Mariano Alejo Álvarezy su hijo—, Gil de Castro marcó la transiciónentre los siglos XVIII y XIX, y construyó laimagen del héroe republicano. Como expli-can Majluf y Wuffarden, este artista “refor-mula un esquema propio de sus cuadros reli-giosos y parece querer convertir así al mártirrepublicano en una suerte de santo secularinmolado por la causa patriota”. Así sea.

    — II —Su origen fue desconocido durante mu-cho tiempo. Y no era para menos. Nacido

    en 1807 de la relación prohibida entre unpresbítero y su joven esclava, Pancho Fie-rro llevó una vida difícil. Si bien no fue unesclavo —al parecer para evitar el escán-dalo su familia paterna decidió “donarle”la libertad, como consta en su partida debautizo—, tampoco gozó de privilegios.Su niñez y juventud las pasó en la casa pa-terna, donde su madre fue comprada comoesclava. Esta condición de hijo ilegítimo lohizo testigo excepcional del mundo de laaristocracia y también de la vida de los deabajo, de los sirvientes indios y negros, delos artesanos y de la plebe en una sociedadabismalmente estratificada. Esta tensióny este registro social aparecerán más ade-lante en sus acuarelas y dibujos, y seránclaves para consolidar entre nosotros unmovimiento artístico que impregnará todoel siglo XIX, desde el arte hasta la literatura:el costumbrismo.

    Según el sociólogo Gonzalo Portocarre-ro, este interés por retratar el mundo socialsurgió en Europa a inicios del XIX y fue im-portado a América por políticos, viajeros

    y artistas, en un momento en que se bus-caban consolidar los estados nacionales.Entonces lo peculiar y lo diferente cobrarongran valor. “Y lo peculiar está asociado almundo popular, a esa sociedad —supues-tamente— no individualizada, donde laspersonas se parecen y se hacen indistintasen tanto son representantes de una ‘esen-cia’ que las trasciende y que comparten”,escribe Portocarrero en L “”. Y en Lima esa particu-laridad estaba en sus calles y en sus balco-nes, en esas tapadas y aguadores que Fierro

    se apuró en inmortalizar en sus acuarelas,pese a que eran personajes que ya estaban