camacho virgen de los sicarios

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El narcotremendismo literario de Fernando Vallejo. La religión de la violencia en La virgen de los sicarios Author(s): José Manuel Camacho Delgado Source: Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, Año 32, No. 63/64 (2006), pp. 227-248 Published by: Centro de Estudios Literarios "Antonio Cornejo Polar"- CELACP Stable URL: http://www.jstor.org/stable/25070333 Accessed: 23/07/2009 04:06 Your use of the JSTOR archive indicates your acceptance of JSTOR's Terms and Conditions of Use, available at http://www.jstor.org/page/info/about/policies/terms.jsp. JSTOR's Terms and Conditions of Use provides, in part, that unless you have obtained prior permission, you may not download an entire issue of a journal or multiple copies of articles, and you may use content in the JSTOR archive only for your personal, non-commercial use. Please contact the publisher regarding any further use of this work. Publisher contact information may be obtained at http://www.jstor.org/action/showPublisher?publisherCode=celacp. Each copy of any part of a JSTOR transmission must contain the same copyright notice that appears on the screen or printed page of such transmission. JSTOR is a not-for-profit organization founded in 1995 to build trusted digital archives for scholarship. We work with the scholarly community to preserve their work and the materials they rely upon, and to build a common research platform that promotes the discovery and use of these resources. For more information about JSTOR, please contact [email protected]. Centro de Estudios Literarios "Antonio Cornejo Polar"- CELACP is collaborating with JSTOR to digitize, preserve and extend access to Revista de Crítica Literaria Latinoamericana. http://www.jstor.org

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CAMACHO Virgen de Los Sicarios

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Page 1: CAMACHO Virgen de Los Sicarios

El narcotremendismo literario de Fernando Vallejo. La religión de la violencia en La virgen delos sicariosAuthor(s): José Manuel Camacho DelgadoSource: Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, Año 32, No. 63/64 (2006), pp. 227-248Published by: Centro de Estudios Literarios "Antonio Cornejo Polar"- CELACPStable URL: http://www.jstor.org/stable/25070333Accessed: 23/07/2009 04:06

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REVISTA DE CRITICA LITERARIA LATINOAMERICANA A?o XXXII, Nos. 63-64. Lima-Hanover, l?-2? Semestres de 2006, pp. 227-248

EL NARCOTREMENDISMO LITERARIO DE FERNANDO VALLEJO. LA RELIGI?N DE

LA VIOLENCIA EN LA VIRGEN DE LOS SICARIOS

Jos? Manuel Camacho Delgado Universidad de Sevilla

...la verdad jam?s es monstruosa ni inmoral, aun

que en ocasiones irrite la pituitaria y haga estor

nudar al quisquilloso fariseo. Camilo Jos? Cela, La familia de Pascual Duarte.

...en la otra ciudad, la verdadera, la gente se mor?a a machetazo limpio o simplemente a bala. All? no

hab?a v?rgenes que ascendieran a los cielos ni el

mundo era reciente ni las cosas carec?an de nom

bre y hab?a que se?alarlas con el dedo; al contra

rio, en cada cosa se hab?a incrustado ya una arma

dura indeleble de prejuicios. Lo ?nico macondiano era que en la ciudad m?s violenta del mundo yo tuviera trece a?os y no conociera un muerto toda v?a.

H?ctor Abad Faciolince, Basura.

El ?spid y la diatriba

"A las serpientes venenosas hay que quebrarles la cabeza: o

ellas o uno, as? lo dispuso mi Dios"1. Quien as? escribe es Fernando

Vallejo (1942), escritor de raza, duro, provocador y controvertido, que parece inspirarse en la todopoderosa figura del cronista vi rreinal Juan Rodr?guez Freyle2 para arremeter contra toda forma de ortodoxia social, modelo religioso o canon literario, convirtiendo la confrontaci?n y la diatriba en verdaderos motores de su expe riencia literaria. Quiz?s sea ?sta la principal raz?n por la que Fer nando Vallejo es, desde la publicaci?n de La virgen de los sicarios

(1994), el narrador m?s sobresaliente de los ?ltimos a?os, cuyo prestigio y seguimiento, tanto dentro como fuera de Colombia no

para de crecer al ritmo de sus envites contra la sociedad (Rodr?

guez-Bravo). Escritor irreverente y c?ustico hasta lo indecible, Va

llejo se ha convertido en un destacado cronista de la vida de Me dell?n. Novelista de la memoria y gran bi?grafo -Barba Jacob, El

mensajero (1984) y Chapolas negras (1995, sobre Jos? Asunci?n

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228 JOSE MANUEL CAMACHO DELGADO

Silva)-, adem?s de bi?logo, cineasta, gram?tico y lexic?grafo de

post?n, con sus textos corrosivos, lanzados como ordagos emponzo

?ados contra toda forma de poder y autoridad, se ha convertido por derecho propio en un escritor maldito, heredero natural de Voltai re y el Marqu?s de Sade, que vive en permanente confrontaci?n con la sociedad. Su prosa se nutre esencialmente de la memoria, por lo que sus novelas tienen todas un componente autobiogr?fico, dentro de las "escrituras del yo". Con verdadera ferocidad se mete con los militares, con la clase pol?tica, con la Iglesia Cat?lica, con los capos de la mafia; arremete contra la derecha pol?tica, por con siderarla corrupta, y contra la izquierda, por in?til e ineficaz; cuestiona a los acad?micos porque perpet?an una cultura hipertro fiada y a los intelectuales complacientes que descansan en las al fombrillas del poder. Nada ni nadie parece escapar a su pluma hi riente: ni el papa de Roma, ni el presidente de Colombia, ni su fa

milia, ni ?l mismo; todo est? visto a trav?s de una lente inmiseri corde y lacerante que desacraliza cuanto hay de ritual y sagrado en la sociedad, registrando en toda su crudeza la descomposici?n de la realidad que le ha tocado vivir.

En sus novelas Vallejo desmitifica a los h?roes, que aparecen vistos como personajes de pacotilla, denuncia las demagogias de las iglesias redentistas, se burla de los pol?ticos salvapatrias y de los agoreros apocal?pticos, proclama las virtudes de la homosexua lidad y alerta contra las mujeres embarazadas que terminan pa riendo futuros sicarios. Todo aquel que represente cualquier par cela de poder termina siendo descalificado en su literatura, cir cunstancia que explica las pocas simpat?as que Vallejo levanta en

amplios sectores de la sociedad colombiana, al punto que una parte de la cr?tica termina confundiendo al autor con el narrador de sus novelas. Incluso en un mundo tan "masculino" como el de los sica

rios, donde se proclama la virilidad como impulso necesario a la hora de asesinar, Vallejo crea una galer?a de sicarios homosexua les de hermosura hiperb?lica, a los que pasea por la ciudad en una

particular romer?a por las iglesias de Medell?n.

Del tremendismo espa?ol al narcotremendismo colombiano

Poco despu?s de finalizada la guerra civil espa?ola (1936-1939), y asentado el triunfo de los militares golpistas regidos por la mano del general Franco, la victoria fascista no dio paso a la reconcilia ci?n entre espa?oles, sino a la venganza implacable y sistem?tica, que habr?a de perpetuarse como un estigma maldito durante cua tro largas d?cadas de oprobio y violaci?n de los derechos m?s ele

mentales de una Espa?a, otrora republicana, despojada desde en tonces de su gobierno leg?timo. El final de la guerra dio paso a una literatura risposa y encrespada, escrita al hilo de los acontecimien tos hist?ricos, que no dud? en retratar sin remilgos la morbidez y

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la cochambre de una dictadura militar que enalteci? la chatarra de sus militares, dej? la reconstrucci?n moral al socaire de los pulpi tos eclesi?sticos, y arras? con cualquier forma de brote cultural, siendo apagado con el ruido de los sables y las marchas militares (Gracia).

La guerra espa?ola gener? un enorme aislamiento cultural, dando carpetazo a cualquier forma de influencia for?nea, por con siderarla perniciosa para la nueva grandeza patria, heredera de los tiempos de Don Pelayo y el incombustible Cid Campeador. Seg? adem?s cualquier forma de magisterio literario -bien porque los

maestros estaban muertos o en el inevitable exilio- y estableci? una censura frontal y sin remilgos que cercen? cualquier conato de libertad pol?tica o est?tica, no s?lo con los autores espa?oles, sino tambi?n con muchas de las obras procedentes del mundo america no (Prats Fons). En ese contexto surge en la Espa?a mediocre y ensotanada de los a?os cuarenta una corriente que ven?a a res

ponder, mediante presupuestos est?ticos nada complacientes, al

enorme vac?o que hab?a dejado la contienda fratricida. Esa co

rriente, conocida desde el principio como "tremendismo" (Barrero P?rez), fue posible en el contexto de un pa?s habituado a la sangre f?cil de sus numerosos encontronazos b?licos, habituado a las con

quistas y reconquistas, un pa?s en el que eran frecuentes las ejecu ciones arbitrarias, la persecuci?n implacable de los derrotados, las torturas indiscriminadas en calabozos que fueron convertidos en

erg?stulos medievales, en los que muchos espa?oles vivieron ver

daderos "infiernos inenarrables", por utilizar una expresi?n acu

?ada por Miguel ?ngel Asturias. Esa corriente, tal y como recono c?a Cela en 1957, hab?a estado presente en la literatura espa?ola desde sus albores: "El tremendismo, a mi entender, no tiene padre, o por lo menos padre conocido. El tremendismo, en la literatura

espa?ola, es tan viejo como ella misma" (15).Por su parte, uno de los especialistas en el tremendismo, Jos? Ortega, ha tratado de fi

jar toda una tradici?n literaria y pict?rica de textos y cuadros que se complacen en este hiperrealismo grotesco, que termina, en mu

chos casos, por crear una atm?sfera fantasmag?rica, cercana a las

pesadillas3. El "tremendismo", en su tipificaci?n actual, fue iniciado por el

propio Camilo Jos? Cela y su obra La familia de Pascual Duarte

(1942), aunque pronto se alistaron otros grandes referentes de nuestra literatura -como Carmen Laforet o Miguel Delibes- a esta

impronta est?tica que retrataba formas de existencia en carne vi

va, con personajes golpeados de forma inmisericorde, que trataban de sobrevivir en la intemperie pol?tica y econ?mica de un pa?s arrasado por las bombas. El tremendismo dibuj? el desquiciamien to de la sociedad, la violencia gratuita gestada en el interior de los

contendientes, favorecida por la situaci?n pol?tica, el regusto por lo

morboso, por lo repulsivo, por lo deforme. La narrativa espa?ola,

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poco dada hist?ricamente a los equilibrios y a la mesura, bascul? entre la m?stica remilgada y la escatolog?a agresiva, acercando su

lupa literaria a la podredumbre f?sica y moral de una sociedad que segu?a mostrando a sus muertos como un bot?n de guerra. El no velista no tuvo m?s que cargar las tintas sobre una realidad oscu recida por la dictadura que echaba a andar y tipific? unos valores

que hab?an de caracterizar a este metag?nero narrativo como un

icono perdurable del desastre hist?rico espa?ol. As? surgen temas recurrentes como la soledad y la indefensi?n de los campesinos, la

inadaptaci?n de los vencidos, la frustraci?n de las clases pobres, la muerte gratuita como ?nico premio para unos personajes clara

mente perif?ricos y marginales que fueron expulsados a los arra

bales de la vida nacional, llevando consigo una r?plica hiriente de la violencia que se generaba desde los centros operativos del poder.

La violencia de la posguerra espa?ola, como una inmensa tela de

ara?a, enred? la vida cotidiana hasta el estrangulamiento y la as

fixia, y enred? los usos literarios de la ?poca, convirti?ndolos en la ?nica respuesta moral posible a la barbarie derivada de la guerra. Por parad?jico que resulte, la primera novel?stica contestataria y cr?tica con la contienda civil no fue social, sino psicol?gica, no fij? su atenci?n en el drama colectivo, sino en el problema individual de personajes concretos que se sintieron aguijoneados hasta el ex terminio por las circunstancias.

El escritor tremendista dibuj? una realidad exaltada y violenta, adoptando siempre un ?ngulo pesimista desde el que pod?a arti cular una visi?n tr?gico-grotesca de la realidad, resaltando hasta el paroxismo los aspectos m?s negativos de la vida diaria. El escri

tor, lupa en mano como un entom?logo, transform? el mundo coti

diano en monstruoso, pase? por los campos y ciudades espa?olas su prosa deformante, convirtiendo el supuesto esplendor del pa?s en una caricatura de s? mismo. Las grandezas y las glorias del pa sado fueron reemplazadas por la mugre y la casquer?a del presen te, el h?roe nacional -ejemplificado en la figura uniformada de

Franco, con su bigotito de mosca y su voz aflautada- se convirti? en un miles gloriosus, y la naci?n espa?ola, entendida como un or

ganismo agonizante, fue pintada por Picasso, en su inquietante y aleg?rico "Guernica" (1937), como un cuerpo desmembrado. En es te contexto, con su permanente ruido de cornetas y campanas a

rezo, la censura fue lo suficientemente roma como para no apreciar el alcance moral y ?tico de esta nueva narrativa, que penetr? como una daga en la conciencia de un buen pu?ado de espa?oles y abri? los ojos de los lectores del otro lado de la frontera.

La violencia colombiana, derivada en los ?ltimos a?os de la in fluencia nefasta del narcotr?fico, ha sido interpretada por obser vadores de pelaje variopinto como una guerra larvada, metamorfo sis ?ltima de las contiendas civiles que tantas amarguras sembra ron en los albores de la independencia del pa?s. Hace algunos a?os,

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el poeta y ensayista William Ospina, en un art?culo estremecedor, titulado "El pa?s de las guerras que se bifurcan", hac?a la siguiente reflexi?n:

Las guerras colombianas no se crean ni se destruyen sino que se trans forman. Las guerras entre liberales y conservadores de los a?os cincuen ta se convirti? en la guerra silenciosa contra toda oposici?n en los a?os

siguientes, despu?s en la guerra provocada por las primeras guerrillas, despu?s vino la guerra del M-19 y no conclu?a ?sta cuando estall? la

guerra terrorista de los narcotraficantes. En los a?os ochenta se pensa ba que el mundo ser?a un jard?n de rosas si desaparec?an Gonzalo Ro

dr?guez Gacha y Pablo Escobar pero, dado de baja el uno bajo los plata nales del Caribe, y abaleado el otro sobre los tejados de Medell?n, sobre vino la guerra actual, la m?s violenta y generalizada del ?ltimo siglo, y que amenaza con agravarse. Ante la debilidad del Estado, saqueado por la corrupci?n, la guerrilla de las FARC creci? y se extendi? por todo el

pa?s; el ELN avanz? tambi?n sobre buena parte del territorio y el EPL mantuvo la guerra en algunas regiones; como respuesta a este auge de

la guerrilla los paramilitares sembraron el terror en campos y aldeas; las milicias populares dominan muchos barrios de las ciudades, y el

ej?rcito, que se ve a menudo acusado de tolerar en sus filas la violaci?n de los derechos humanos, se ve en aprietos para responder a tantos frentes distintos. En los ?ltimos tiempos se ha generalizado la captura de prisioneros con fines de canje, el secuestro con fines extorsivos, los asaltos a los pueblos, los retenes en las carreteras a los que las guerri llas llaman "pescas milagrosas", las masacres selectivas realizadas por los paramilitares, y el asesinato de personalidades democr?ticas bajo la acusaci?n de pertenecer a alguno de los contendores. Aquel que se nie

gue a comprometerse con la guerra puede ser acusado por cualquier bando de pertenecer al bando contrario (17-18).

En este contexto trazado por William Ospina debemos situar la novela La virgen de los sicarios, un contexto en que es f?cil definir el perfil de una guerra camuflada4, a veces maquillada por las es

tad?sticas, una guerra peculiar, poco convencional siempre, pero

que, desde este lado del Atl?ntico, es observada como una contien da en toda regla, a tenor del n?mero de muertos contabilizados desde principios de los a?os ochenta, la excepcionalidad de su pol? tica, decretada en los momentos m?s graves y la propia inseguri dad que se vive en algunas ciudades del pa?s y en amplias zonas

rurales, donde parecen cohabitar estados sim?tricos, cuando no

paralelos. Sicarios, paramilitares, guerrilleros, narcotraficantes y delincuentes comunes est?n en la base de buena parte de la litera tura que se est? escribiendo en los ?ltimos a?os (Camacho Delga do:2006) y que conforman la geograf?a de este pandem?nium del

que surgen novelas que no s?lo no huyen de la violencia, sino que parecen recrearse en ella, como una forma de espolear la concien

cia aletargada de una sociedad que corre el riesgo de digerir sin

empacho el sobrepeso de la violencia. Por eso, frente al "tremen dismo" resultante de la guerra civil espa?ola, se hace necesario hablar de "narcotremendismo" a la hora de referirnos a este tipo de literatura que indaga en las formas complejas del mal y sus

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m?scaras a trav?s de los estragos provocados por la cultura del narcotr?fico. Fernando Vallejo se ha alejado de la visi?n compla ciente y telesc?pica de la realidad y sus problemas, para colocar la

lupa y el bistur? sobre los tejidos m?s dolorosos de la sociedad, convirti?ndose, a los ojos del lector, en un testigo impertinente de su ?poca y en un inc?modo coleccionista de horrores.

El narcotremendismo y su colecci?n de horrores

La virgen de los sicarios es un mosaico inmenso sobre el crimen

y el comportamiento delictivo de los personajes que pueblan las calles de Medell?n, a la que Vallejo llama "ciudad maldita". En cierto sentido, la novela puede ser le?da como un nuevo vadem?

cum sobre la violencia que afecta por igual a v?ctimas y victima

rios, que se ejerce desde los centros neur?lgicos del poder hasta las zonas perif?ricas, y hace acto de presencia no s?lo en las institu ciones criminales, sino tambi?n en las sociales, pol?ticas, religiosas e, incluso, en las acad?micas5. En la mejor tradici?n de la literatu ra neobarroca, caracterizada por la acumulaci?n y la contraposi ci?n de elementos, el escritor colombiano ha yuxtapuesto, en un orden en apariencia inexistente, un n?mero considerable de moti vos escatol?gicos y elementos delictivos, para crear una est?tica

m?rbida, pr?xima al realismo sucio (o realismo esperp?ntico), don de el crimen y sus aleda?os son los grandes protagonistas de la novela6. En cierto sentido, su concepci?n de la literatura es el re verso del realismo m?gico y a trav?s de su escritura se constata la

presencia de una geograf?a del dolor, en donde Medell?n es s?lo una representaci?n simb?lica. Se ha dicho infinidad de veces que el Macondo de Garc?a M?rquez es un estado de ?nimo, pero frente a Macondo siempre existe un antipara?so, un basurero del Ed?n, un pudridero de sue?os, siempre existe la contrautop?a, el locus horribilis que tambi?n tiene su estado de ?nimo, su esp?ritu y su

conciencia, aunque s?lo est? representada por la desesperanza y la desolaci?n de quienes, durante d?cadas, han huido del avispero del

narcotr?fico, tratando de escribir una nueva historia para Colom

bia, m?s all? del alfabeto de la represi?n y la muerte. En La virgen de los sicarios es f?cil ver una desacralizaci?n de

aquellos elementos caracter?sticos del realismo m?gico: las sagas familiares han sido sustituidas por familias desestructuradas, cu

yos miembros tienen pulsiones parricidas, cuando no, incestuosas; la masculinidad inveros?mil tan caracter?stica de los Buend?a ha sido reemplazada por una homosexualidad militante, que tanto

molesta a un tipo de lector pudoroso; los personajes no levitan

(Remedios la Bella o el padre Antonio Isabel), sino que saltan por los aires por efecto de las bombas; tampoco regresan de la muerte, como Prudencio Aguilar o Melqu?ades, sino que son abandonados a su suerte en una morgue cualquiera; el territorio no est? rodeado

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de selvas vaporosas con barcos fantasmag?ricos, sino de comunas

repletas de criaturas que viven en la miseria; y frente al mundo

virginal y sin nombre del g?nesis macondino, Vallejo retrata un mundo caduco, oxidado, que se desintegra con cada latigazo de la

violencia, en el que parece surgir de un caos primigenio una nueva

forma de lenguaje, bajo la forma del parlache (J?come Li?vano); y son muchos los motivos que en la narrativa de Fernando Vallejo recuerdan posibles arcanos en la prosa magicorrealista de Garc?a

M?rquez. En este sentido, las mariposas amarillas que tanto

acompa?an a Mauricio Babilonia y que se han erigido en el icono de la est?tica, son convertidas en loros parlanchines en Mi herma no el alcalde1. En la misma l?nea, las cruces de ceniza de los dieci siete Aurelianos que son exterminados de forma sistem?tica, a lo

largo y ancho de la geograf?a macondina, sirven aqu? como diana

para probar la punter?a de los sicarios que acompa?an al gram?ti co-narrador. As?, Alexis, haciendo gala de una gran precisi?n, aca

ba con un inocente; su disparo le da a uno en la frente "en el puro centro, donde el mi?rcoles de ceniza te ponen la santa cruz" (26).

No sin cierto gracejo, Seymour Menton propon?a como s?mbolo del realismo m?gico la figura del gato (30), por analog?a con el cis ne que tantos paseos se hab?a dado por la literatura modernista, a la espera de que el poeta mexicano Enrique Gonz?lez Mart?nez le retorciera el cuello8. Sin embargo, Vallejo, cercano siempre a la es

t?tica y a los presupuestos ideol?gicos del "malditismo" de Charles

Baudelaire, quien vio en la figura del albatros9 una representaci?n del artista moderno, se sirve de la figura del buitre, ave maldita y de mal ag?ero por antonomasia, para representar la dimensi?n ca

rro?era de los nuevos tiempos:

Compa?ero, amigo y paisano: no hay: no hay ave m?s hermosa que el

gallinazo, ni de m?s tradici?n: es el buitre del espa?ol milenario, el 'vul

tur' latino. Tienen estas avecitas la propiedad de transmutar la carro?a

humana en el esp?ritu del vuelo. Mejores pilotos nadie, ni los del narco

tr?fico. ?M?renlos sobre el cielo de Medell?n planeando! Columpi?ndose en el aire, desflecando nubes, abanicando el infinito azul con su aleteo

negro. Ese negro que es el luto de los entierros... Y aterrizan como los

pilotos de don Pablo: en un campito insignificante, min?sculo, cual la

punta de este dedo. 'Me gustar?a terminar as? -le dije a Alexis-, comido

por esas aves para despu?s salir volando'. A m? no me metas en camisa

de ata?d por la fuerza: que me tiren a uno de esos botaderos de cad?ve res con platanar y prohibici?n expresa, escrita, para violarla, que es co

mo he vivido y como lo dispongo aqu? (47).

El esperpento se completa con la imagen tremenda (?real?) de un anuncio en el que "SE PROH?BE ARROJAR CAD?VERES". El

protagonista constata que la cercan?a de los buitres es una maca bra metonimia sobre la presencia de la muerte en esos lugares: "?Se prohibe? ?Y esos gallinazos qu?? ?Qu? era entonces ese ir y

venir de aves negras, brincando, aleteando, picoteando, patrasi?n

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dose para sacarle mejor las tripas al muerto?" (46). Llega a consi derar a los buitres c?mplices de la ignominia del gobierno10, o bien, y siempre desde una iron?a dolorosa, una prueba irrefutable sobre la existencia de Dios11. Propone, incluso, la transmigraci?n de las

almas, la reencarnaci?n de su propia ?nima en un buitre, lo que vendr?a a desmitificar y desacralizar el cuerpo doctrinario de las teor?as teos?ficas que tanta importancia tuvo a finales del siglo

XIX, de la mano de Madame Blavatsky12. Uno de los rasgos caracter?sticos del narcotremendismo es la

mitologizaci?n de los n?meros, la magnificaci?n de las cifras, la

importancia de la estad?stica, como una forma de multiplicar la sensaci?n del desastre. Como dice el narrador, "hubo en Medell?n en que mataron ciento setenta y tantos, y trescientos ese fin de semana. Sabr? Dios, que es el que ve desde arriba. Nosotros aqu? abajo lo ?nico que hacemos es recoger cad?veres" (22). Y no duda en sentirse orgulloso por el "tendal de muertos" (24) que lleva a sus espaldas el sicario Alexis, a pesar de ser apenas un adolescen

te. En su condici?n de gram?tico, el narrador llega a cuestionar la

propia exactitud sem?ntica del idioma, recurriendo a la memoria dolorosa de la ?poca de la Violencia: "Y h? aqu? otro ejemplo de lo

hiperb?lico que se nos ha vuelto el idioma en manos de los 'comu

nicadores sociales'. ?Una masacre de cuatro? Eso es puro desin

flamiento sem?ntico. ?Masacres las de ahora tiempos! Cuando los conservadores decapitaban de uno a cien liberales y viceversa.

Cien cad?veres sin cabeza y descalzos porque el campesino de en tonces no usaba zapatos. jEsas s? son masacres!" (51). En cierto

sentido, las atrocidades del presente se han incubado en el pasado, en ese momento hist?rico, tantas veces recreado en la novela de la

violencia, en que "encendidos por el aguardiente y la pasi?n pol?ti ca se mataban los conservadores con los liberales a machete por las ideas" (96).

El narcotremendismo provoca un efecto de desgarramiento en el lector, no s?lo por la intensidad con que se reconstruyen los ho rrores de la cotidianidad, sino tambi?n por las cifras hiperb?licas que multiplican la sensaci?n de caos, dentro de una sociedad a la

que el protagonista ha llamado "monstruoteca" (65). La intensidad la podemos ver en multitud de pasajes, en los que el narrador, a trav?s de los recursos cl?sicos de la ret?rica, como el incrementum o la amplification ofrece a su hipot?tico interlocutor un muestreo nada desde?able de esta violencia desproporcionada, que se despa rrama por la ciudad como si fuera un juego de domin?. Un ejemplo adecuado lo encontramos en el episodio de la ejecuci?n del taxista, ahondando en una violencia que se manifiesta a borbotones y que parece no tener fin:

[El taxista] par? en seco, con un frenazo de padre y se?or m?o que nos

mand? hacia adelante, y para rematar mientras nos baj?bamos nos re

mach? la madre: 'Se bajan, hijueputas', y arranc?: arranc? casi sin que

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EL NARCOTREMENDISMO LITERARIO DE F. VALLEJO 235

toc?ramos el piso, haciendo rechinar las llantas. De los mencionados

hijueputas, yo me baj? humildemente por la derecha, y Alexis por la iz

quierda: por la izquierda, por su occipital o huesito posterior, trasero, le

entr? el certero tiro al ofuscado, al cerebro, y le apag? la ofuscaci?n. Ya no tuvo que ver m?s con pasajeros impertinentes el taxista, se licenci? de trabajar, lo licenci? la Muerte: la Muerte, la justiciera, la mejor pa

trona, lo jubil?. Con el impulso que llevaba el taxi por la rabia, m?s el

que le a?adi? el tiro, se sigui? hasta ir a dar contra un poste a explotar, mas no sin antes llevarse en su carrera loca hacia el otro toldo a una se

?ora embarazada y con dos ni?itos, la cual ya no tuvo m?s, trunc?ndose as? la que promet?a ser una larga carrera de maternidad.

?Qu? esplendida explosi?n! Las llamas abrasaron el veh?culo malhechor

pero Alexis y yo tuvimos tiempo de acercarnos a ver c?mo ard?a el mu

?eco (48).

La intensidad en el narcotremendismo es un recurso, pero no el ?nico. Tanto o m?s importante es el manejo de la cifra desmesura

da, del n?mero desproporcionado, de las magnitudes inconmensu

rables, que acaban generando la sensaci?n de totalidad, como si no

pudieran existir formas de vida alternativas a las de esta mons truoteca. Por eso, al referirse a sus paisanos, el narrador hace la

siguiente reflexi?n:

Treinta y tres millones de colombianos no caben en toda la vastedad de

los infiernos. Hay que dejar un espacio prudente entre dos de ellos para

que no se maten, digamos una cuadra, de suerte que si no se pueden ver

por lo menos se divisen. Pero miren qu? hacinamientos! Mill?n y medio en las comunas de Medell?n, encaramados en las laderas de las monta ?as como las cabras, reproduci?ndose como las ratas (51-52).

Y sobre el macabro curriculum de su amante dice: "cuando Alexis

lleg? a los cien definitivamente perd? la cuenta" (76). Tampoco de bemos olvidar la misantrop?a del narrador13, c?mplice en la con sumaci?n de una violencia gratuita, sin asideros ideol?gicos o reli

giosos, que no discrimina ni conoce l?mites. As?, convertido en una suerte de Herodes de Medell?n, llega a proponer una nueva "muer te de los inocentes" (no s?lo de los primog?nitos), con resonancias

b?blicas, para acabar con el desorden de la sociedad colombiana:

"?La soluci?n para acabar con la juventud delincuente? Extermi nen la ni?ez"(28). La referencia veterotestamentaria se hace expl? cita en el caso de W?lmar, que "encarna el Rey Herodes. Y que saca el Santo Rey y tote y truena tres veces" (101), completando el peri plo macabro de su antecesor.

S?lo se puede construir una nueva forma de vida a partir de la destrucci?n de la anterior, articulando una suerte de filosof?a ge nocida, con tintes apocal?pticos. Es as? como la muerte, el asesina

to, el exterminio, se convierten en elementos regidores de la vida, en la ?nica forma posible de organizar la realidad, en ese mundo infernal en el que se asesina para existir14 y que recuerda a la ex

tra?a filosof?a que durante siglos aliment? la ideolog?a de la secta medieval de los Asesinos (Lewis)15.

Page 11: CAMACHO Virgen de Los Sicarios

236 JOS? MANUEL CAMACHO DELGADO

Sicarios, Principes Tenebrarum. La nueva estirpe de Ca?n

Desde mediados de los a?os 70, el alfabeto de la violencia ha consolidado un t?rmino de raigambre cl?sica, el "sicario", que sig nifica "asesino a sueldo", un colectivo que ha cobrado un siniestro

protagonismo tanto en la realidad como en la ficci?n, cuya leyenda no para de crecer, lo que ofrece un "enorme atractivo" para sus

adaptaciones literarias. De hecho, en un art?culo de 1999, titulado "Los sicarios", Vargas Llosa hac?a la siguiente glosa:

Adem?s de formar parte de la vida social y pol?tica de Colombia, los si

carios constituyen tambi?n, como los cowboys del Oeste norteamericano o los samurais japoneses, un mitolog?a fraguada por la literatura, el ci

ne, la m?sica, el periodismo y la fantas?a popular, de modo que, cuando se habla de ellos, conviene advertir que se pisa ese delicioso y resbaladi zo territorio, el preferido de los novelistas, donde se confunden ficci?n y realidad. El sicario protot?pico es un adolescente, a veces un ni?o de do ce o trece a?os, nacido y crecido en el submundo darwiniano de las 'co

munas', barriadas de pobres, que cercan a Medell?n (...). Para graduarse de sicario hay que pasar ciertas pruebas, como para ser

caballero en la Edad Media. La m?s severa, term?metro de la sangre fr?a del aspirante, consiste en matar a un pariente cercano, pero m?s

com?n es la de apostarse ante un sem?foro y descerrajarle un tiro al

primer automovilista detenido por la luz roja. Quien aprueba tiene dere

cho a su caballo, es decir, a su moto y su arma de fuego. Es entonces

cuando el joven va a postrarse a los pies de la Virgen de Sabaneta y ha cer bendecir los tres escapularios que llevar? siempre encima, uno en la

mu?eca, para el pulso; otro en el coraz?n, para proteger su vida, y el ?l

timo en el tobillo, por dos razones: para escapar a tiempo y para que la

cadena de la moto no se lo da?e demasiado16.

Vargas Llosa llega a recrear la leyenda urbana de que los sicarios hierven las balas en agua bendita y se encomiendan a la virgen para afinar la punter?a, como versiones macabras que modernizan

el arquetipo de los cruzados medievales17. La literatura dibuja al sicario como a un mat?n a sueldo, ado

lescente implacable y violento, casi un ni?o, que asesina sin pre guntar por qu?, pero s? por cu?nto. Toda vida tiene un precio, y pa ra el sicario unos cuantos pesos o d?lares son suficientes para cumplir su cometido sin que le tiemble el pulso o se le remueva la conciencia. El "sicariato" es una instituci?n ?ntimamente ligada a la cultura del narcotr?fico. Los c?rteles de la droga reclutan a es tas tropas de adolescentes o ni?os asesinos en las chabolas de las

grandes ciudades, donde la desarticulaci?n social va pareja de la

propia desmembraci?n familiar. Como escribe Pablo Montoya, el sicario es "otro arrojado a los rincones putrefactos de la ciudad, que encuentra en la violencia, en el trabajo de matar por dinero al servicio del narcotr?fico, una posibilidad de ser por un momento

protagonista de una sociedad que no ha querido saber nada de ellos (...) son m?quinas de matar pero se encomiendan a la virgen,

prenden veladoras y recitan plegarias para que sus cr?menes sean

Page 12: CAMACHO Virgen de Los Sicarios

EL NARCOTREMENDISMO LITERARIO DE F. VALLEJO 237

consumados sin mayores problemas, odian al padre ausente y aman a una madre ubicua, que lo ha hecho todo por levantarlos en

medio de un mundo hostil" (109). Para el sicario la imagen materna tiene connotaciones religio

sas: la madre es la representaci?n carnal de la Virgen Mar?a, una criatura adorable y adorada por quien es necesario matar hasta la extenuaci?n y de forma implacable para que no falte el dinero en

casa, ni una lavadora, un frigor?fico o una televisi?n en color. En cierto sentido, el sicario padece lo que podr?amos llamar el "S?n drome de Juan Preciado", en referencia a Pedro P?ramo (1955), de Juan Rulfo: el apego casi incestuoso a la figura materna y la ten si?n parricida con respecto al padre. Lo dice un personaje de No nacimos pa'semilla (1990) de Alonso Salazar: "la madre es lo m?s

sagrado que hay, madre no hay sino una, pap? puede ser cualquier hijueputa" (Montoya, 109).

El sicario es el instrumento m?s feroz de la violencia y ?sta la manifestaci?n ?ltima de la barbarie. En medio de todo ello la ciu

dad, est? descrita como la morada de Sat?n, un avispero de asesi nos sin escr?pulos, un lugar infernal donde es imposible la vida. Pero no siempre ha sido as?. El narrador, al comienzo de la obra, nos recrea un mundo m?s equilibrado, el mundo que ?l recuerda de la infancia, junto a los abuelos, cuando la ciudad era todav?a un

lugar seguro y habitable18. M?s tarde, sin saber c?mo ni por qu?, Medell?n se prendi? como un globo hinchable, convirti?ndose en un

matadero, en un locus terribilis. La ciudad crece por las laderas de las monta?as que rodean a Medell?n, y es en esas faldas donde la

poblaci?n vive hacinada, en condiciones miserables de pobreza e

insalubridad, creando el cultivo adecuado para que surja el sicario, el adolescente asesino, el ?ngel exterminador, como se le llama en la novela. La informaci?n que ofrece Vallejo sobre la vida en la ciudad es siempre cr?tica e irreverente, estableciendo una correla

ci?n entre la violencia y la no-planificaci?n urban?stica. La ciudad crece de forma ca?tica, desproporcionada, sin sentido, convirti?n

dose en causa y consecuencia de la violencia que genera19. Lejos de describir a sus habitantes como fundadores ?picos, con una dimen si?n heroica, como hubiera contado un cronista virreinal unos si

glos antes la ardua misi?n de ocupar y ordenar el nuevo territorio, estos habitantes est?n vistos ahora como "gentecita humilde que tra?a del campo sus costumbres, como rezar el rosario, beber

aguardiente, robarle al vecino y matarse por chichiguas con el

pr?jimo en peleas a machete. ?Qu? pod?a nacer de semejante es

plendor humano? M?s. Y m?s y m?s y m?s. Y mat?ndose por chi

chiguas siguieron: despu?s del machete a cuchillo y despu?s del cuchillo a bala, y en bala est?n hoy cuando escribo" (29). En el sur

gimiento y evoluci?n de las comunas vemos la propia evoluci?n de la violencia: del machete al cuchillo y de ?ste al "fierro" (la pistola).

Page 13: CAMACHO Virgen de Los Sicarios

238 JOS? MANUEL CAMACHO DELGADO

El narrador da puntual informaci?n sobre las condiciones ma

teriales de las comunas, su crecimiento desbordante, la vida mise

rable, el peligro que se cierne por sus calles, el darwinismo feroz

que mantienen sus habitantes, y todo ello dirigido siempre a un

oyente silencioso, que es trasunto de todos los lectores de la nove la:

En el momento en que escribo el conflicto a?n no se resuelve: siguen matando y naciendo. A los doce a?os un ni?o de las comunas es como

quien dice un viejo: le queda tan poquito de vida... Ya habr? matado a

alguno y lo van a matar. Dentro de un tiempito, al paso a que van las

cosas, el ni?o de doce que digo rempl?cenlo por uno de diez. Esa es la

gran esperanza de Colombia. Como no s? qu? sabe usted al respecto, mis

disculpas por lo sabido y repetido y sigamos subiendo: mientras m?s

arriba en la monta?a mejor, m?s miseria. Uno en las comunas sube ha

cia el cielo pero bajando hacia los infiernos (28-29).

Le advierte al interlocutor de lo peligroso que es subir sin escolta, "con su mismo fierro lo mandan a la otra ribera: a cruzar en pelota la laguna en la barca de Caronte. Usted ver? si sube" (31). Mede ll?n es una ciudad escindida, bic?fala, esquizofr?nica: la ciudad del

valle y la ciudad de las colinas y ambas est?n unidas como "el abrazo de Judas" (82). Es en la ladera de la cordillera donde sur

gen las comunas, descritas como mataderos humanos, desde donde

bajan los sicarios "a vagar, a robar, a atracar, a matar" (82). La

ciudad de arriba ataca, la de abajo se defiende. Las comunas son

lugares imposibles, laber?nticos, enrejados, donde la precariedad comienza por el poco valor que tiene la vida humana. De all? "salen ni?os y ni?os como brota el agua de la roca por la varita de Moi s?s" (85). En la ciudad de abajo se defiende la vida, se custodia la

poca riqueza que se genera, se trata de parar a las hordas comune

ras. Ambas ciudades se necesitan de forma cainita y tambi?n de forma apocal?ptica. En ese lugar "donde se acaba Medell?n y donde

empiezan las comunas o viceversa" comienza "la puerta del infier no aunque no se sepa si es de entrada o de salida, si el infierno es el que est? p'all? o el que est? p'ac?, subiendo o bajando" (108).

La religi?n de la violencia. Dante en Medell?n, la ciudad doliente

La virgen de los sicarios ofrece un caudal interpretativo que, lejos de agotarse, parece ramificarse en cada uno de los afluentes de una tradici?n literaria compartida en ambas orillas de nuestra cultura com?n. Uno de los grandes aciertos de Vallejo ha sido analizar la violencia desde el lenguaje religioso20, lo que confiere una dimensi?n trascendental y apocal?ptica a la obra. Desde el

propio t?tulo, en el que se aunan en un macabro maridaje los dos

conceptos -religiosidad / violencia- (Girard), pasando por la carac terizaci?n de los personajes, la imaginer?a en la que se apoyan las

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EL NARCOTREMENDISMO LITERARIO DE F. VALLEJO 239

escenas m?s truculentas, la representaci?n m?tica de los espacios urbanos, el continuo salpicadero de referencias intertextuales b?

blicas, los motivos narrativos originarios de la literatura visiona

ria, las parodias derivadas de la literatura hagiogr?fica, la desa cralizaci?n de la literatura patr?stica, los usos de la literatura ma

riana, de las colecciones de milagros medievales (miracula), las continuas referencias al santoral y a la m?stica o el retrato de la vida cotidiana en las iglesias de Medell?n, hacen de esta novela un enorme repertorio sobre las formas complejas de la religiosidad en el contexto de la violencia. Una religiosidad marcada por la anfi

bolog?a sem?ntica, cuyas se?ales deben ser interpretadas en senti do inverso. De ah? que el planteamiento argumentai de la novela

entronque con uno de los grandes t?picos de la literatura medieval, el "mundo al rev?s", tal y como lo formulara Ernst Robert Curtius en su monumental obra Literatura Europea y Edad Media Latina, se?alando la importancia que tiene la inversi?n de valores en toda la cultura occidental. Tomando como punto de partida uno de los

Carmina Burana, Curtius plantea el t?pico como una queja contra el tiempo presente:

Lo que sucede es que el mundo entero est? al rev?s; los ciegos conducen a los ciegos, precipit?ndose todos al abismo; las aves vuelan antes de criar alas; el asno toca el la?d; los bueyes danzan; los ladrones se hacen

militares; los Padres de la Iglesia, San Gregorio Magno, San Jer?nimo, San Agust?n, y el Padre de los monjes, San Benito, est?n en la taberna, ante el juez o en el mercado de carnes; a Mar?a ya no le gusta la vida

contemplativa, ni a Marta la activa; L?a se ha tornado est?ril, y Raquel lega?osa; Cat?n visita la fonda; Lucrecia se hace prostituta. Lo que an

tes se censuraba ahora se alaba. El mundo est? descarrilado (144)21.

Esta imagen del mundo al rev?s no es exclusiva del Medioevo. Tambi?n tiene una enorme vigencia en las sociedades criminales

que se desarrollaron a lo largo de la Edad Moderna, en Europa e

Hispanoam?rica, durante los siglos XV, XVI y XVII. A este respec to ha escrito Bronislaw Geremek:

El reino del crimen era, as?, un estado dentro del estado, dotado de un

jefe propio, de una polic?a propia, de un tesoro, de impuestos, de asam

bleas representativas propias basadas en los principios de una organiza ci?n de estados sociales (...) se trataba de un orden que implicaba la ne

gaci?n de todo orden, de un Estado antiestado, de una sociedad antiso cial.

Tal era, pues, el modo de indagar y representar a los grupos situados

fuera de la sociedad organizada y que eran descritos como una antiso

ciedad. Aunque la convivencia de grupos e individuos en una desorgani zaci?n social semejante no era distinta de la del resto de la sociedad, to

dos sus fines y valores eran los opuestos. Hasta las formas acababan por cambiar de valor: las vestiduras reales eran harapos, el cetro un bast?n, la finalidad de las asambleas y los consejos no era el bien p?blico, sino el

da?o p?blico; los premios y los castigos se impart?an al rev?s; la jerar qu?a social era un reflejo negativo de los dict?menes de la religi?n y de la moralidad p?blica. Como la existencia de la antisociedad se desarro

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240 JOS? MANUEL CAMACHO DELGADO

liaba a la par que las actuaciones criminales, su impermeabilidad y su

sentido de solidaridad derivaban de la violaci?n de las normas vigentes (...) La representaci?n de una anticultura comportaba una inversi?n de

los modelos b?sicos de comportamiento: en el campo de la moral sexual se propon?a generalmente una imagen de vida disoluta, no considerada como pecado. Se pon?a de relieve que los marginados practicaban la ho

mosexualidad y se les acusaba de tener relaciones incestuosas. Tambi?n

la instituci?n del matrimonio y de la familia sufr?a una inversi?n an?lo

ga (363-364).

Y concluye con una sentencia que ser?a perfectamente aplicable a La virgen de los sicarios: "La forma autobiogr?fica de estos textos, con la que hemos topado tan frecuentemente, transforma la des

cripci?n de la vida de los vagabundos en la confesi?n de un peca dor" (365).

Como ya se?alara con gran acierto Mar?a Mercedes Jaramillo, la novela parodia modelos, t?picos y estilos de la literatura cl?sica.

As?, siguiendo el esquema del "Bildungsroman" (novelas de inicia

ci?n), la relaci?n de aprendizaje entre un joven y un adulto sigue un recorrido inverso, puesto que es el protagonista, quien va a ad

quirir un conocimiento directo del mundo de los sicarios, sus m?

todos, su religiosidad, sus relaciones familiares, y no al rev?s, co mo cabr?a esperar. Es Fernando, el gram?tico, quien se acerca al

mundo descarnado de los sicarios, identific?ndose progresivamen te con esa violencia desmesurada que ha dejado de ser noticia, pa ra convertirse en algo cotidiano. Tambi?n est? presente la parodia del g?nero picaresco, a trav?s de un "yo relator" que no es "el indi viduo que comet?a peque?os robos y trampas que le permitieran sobrevivir; por el contrario, aparece el yo de un anciano con medios econ?micos suficientes pero desencantado de la vida, que no come te cr?menes pero tampoco los impide y disfruta cont?ndonos su ex

periencia de espectador" (Jaramillo, 431-432). No obstante, la lectura religiosa de la obra invita a una nueva

interpretaci?n de los datos, m?s all? de la parodia o la inversi?n de los modelos consagrados en nuestra tradici?n literaria. En ese sen

tido, hay numerosas l?neas de coincidencia con la "literatura de vi

siones", sobre todo, con las versiones escatol?gicas del infierno, tan

importantes durante la Edad Media europea. El viaje al pa?s de los muertos presenta en todas las versiones apocal?pticas unos ele

mentos coincidentes. Como recuerda Howard R. Patch:

Entre los motivos caracter?sticos que aparecen en muchas de estas vi

siones de la vida despu?s de la muerte encontramos los siguientes: el as

censo; la barrera fluvial o el r?o de fuego, en ocasiones acompa?ado por el puente; la monta?a como barrera o como amenaza general; el valle

oscuro; el muro como barrera. La ascensi?n, que aparece constantemen

te en la tradici?n hebrea y en las obras gn?sticas, contiene con frecuen

cia el detalle de la mirada cr?tica que se lanza sobre la tierra (...) Los

conductores de almas son por lo com?n ?ngeles (137 -la cursiva es m?a).

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EL NARCOTREMENDISMO LITERARIO DE F. VALLEJO 241

R?os de fuego donde arden los pecadores, monta?as incandescentes

que rodean al valle tenebroso, de donde descienden las almas en

pena, lagos hediondos llenos de culebras y dragones, senderos co ronados de espinas venenosas, la cueva como puerta del infierno, el puente en llamas que deben cruzar los sentenciados o las ruedas

giratorias en las que arden los perversos son algunos de los moti vos recurrentes en la literatura escatol?gica. Tambi?n son frecuen

tes los niveles escalonados del infierno, que sirven para represen tar los diferentes grados de culpabilidad de los condenados, tal y como inmortaliz? Dante en su Divina Comedia.

En La virgen de los sicarios el regreso del protagonista a su Colombia natal, desangrada por la violencia, aparece representado como un viaje al pa?s de los muertos. En este periplo macabro, son dos "?ngeles" del mal, Alexis y W?lmar, los que conducen al prota gonista por los vastos reinos del sicariato, representando una rea

lidad, a mitad de camino entre la vida y la muerte:

Sal? por entre los muertos vivos que segu?an esperando. Al salir se me

vino a la memoria una frase del evangelio que con lo viejo que soy hasta entonces no hab?a entendido: 'Que los muertos entierren a sus muertos'.

Y por entre los muertos vivos, caminando sin ir a ninguna parte, pen sando sin pensar tom? a lo largo de la autopista. Los muertos vivos pa saban a mi lado hablando solos, desvariando (120).

El protagonista se encarga de ense?arnos un mundo mefistof?

lico22, con un Satan?s que parece presidir la vida cotidiana de Me

dell?n23, convertida en capital del odio, donde los sicarios no son m?s que las modernas epifan?as de sus ej?rcitos de ?ngeles destro nados. Vallejo recrea con todo lujo de detalles las peregrinaciones y visitas de ?stos a las iglesias de Medell?n, sus oraciones antes de

ejecutar a las v?ctimas, el sentido lit?rgico que conceden a todos sus actos, los amuletos y escapularios que los caracterizan. Los si

carios son descritos como ?ngeles exterminadores, la ciudad es vis

ta como la morada de Satan?s, las misas a las que asisten no pro

claman la vida, sino la muerte, y quien reina en ese mundo infer nal es un nuevo Anticristo. As?, tras la muerte de su amado Alexis, el protagonista contempla c?mo "La noche de alma negra, delin

cuente, tomaba posesi?n de Medell?n, mi Medell?n, capital del odio, coraz?n de los vastos reinos de Satan?s" (82)24. Fernando Vallejo recrea a sus personajes como emisarios del Mal, portadores de una belleza mortal y luciferina, que parodian, en cierto sentido, el ideal de la santidad25, como antes lo hab?an hecho Miguel ?ngel Astu rias (Miguel Cara de ?ngel en El Se?or Presidente) y Garc?a M?r

quez (Jos? Ignacio S?enz de la Barra en El oto?o del patriarca), proponiendo una nueva teolog?a del mal (Camacho Delgado:2003). Son muchas las referencias textuales que dibujan al sicario (ll?

mese Alexis o W?lmar) como criaturas malignas, mensajeros del

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242 JOSE MANUEL CAMACHO DELGADO

m?s all?, encargados de instaurar un nuevo orden en el que la luz

y el Bien han sido sustituidos por las tinieblas y el Mal26. La virgen de los sicarios es adem?s un enorme vadem?cum reli

gioso donde la diatriba, el escarnio, la irreverencia e, incluso, el

elogio de la herej?a tienen su propio asidero doctrinal. Entre las numerosas posibilidades que presenta la novela, tienen un lugar destacado las conexiones con algunas corrientes her?ticas que re

corrieron la Edad Media cristiana, generando cismas, tensiones, revueltas, divisiones y reformas en el seno de la Iglesia Cat?lica, cuyas consecuencias llegan hasta nuestros d?as. La creencia de que la Iglesia se hab?a convertido en la gran traidora de Cristo, susti

tuyendo los votos de pobreza y castidad por la opulencia y la pro miscuidad, est? en la base de grandes movimientos her?ticos, que negaron la Sant?sima Trinidad, rechazaron la autoridad de Roma, negaron la legitimidad del matrimonio, de los sacramentos, y pro clamaron el Dualismo como la verdadera doctrina religiosa: El

mundo entendido como un campo de batalla en el que pugnan dos fuerzas igualmente poderosas, el Bien, representado por Dios, y el

Mal, dirigido por Satan?s y su corte de ?ngeles destronados (Mitre, 123-177).

Vallejo, haci?ndose eco del dualismo defendido por grandes grupos her?ticos, como los cataros o los albigenses27, aplica esta teor?a al ?mbito de la sexualidad: "Es mi nueva teolog?a de la

Dualidad, opuesta a la de la Trinidad: dos personas que son las

que se necesitan para el amor; tres ya empieza a ser org?a" (54). El Dualismo est? presente en opiniones de esta naturaleza: "Hace dos mil a?os pas? por esta tierra el Anticristo y era ?l mismo: Dios es el Diablo. Los dos son uno, la propuesta y su ant?tesis. Claro que

Dios existe, por todas partes encuentro signos de su maldad" (74 -la cursiva es m?a). Y no hay aspecto, relacionado con la vida reli

giosa, en sus manifestaciones cultas o populares, contra el que no

lance alg?n ordago envenenado, en la mejor tradici?n de un ante cesor tan entrenado en la refriega como fue Rodr?guez Freyle. A

prop?sito de la religi?n dice que "La humanidad necesitaba para vivir mitos y mentiras" (15) o que "Quinientos a?os me he tardado en entender a Lutero, y que no hay ro?a m?s grande sobre esta tierra que la religi?n cat?lica" (66); afirma que "toda religi?n es in sensata (...) se hace evidente la maldad, o en su defecto la incon

substancialidad, de Dios" (74). En este mundo narrativo de valores invertidos, el t?pico litera

rio del mundo al rev?s parece organizar la experiencia est?tica y filos?fica de la novela, articulando la interpretaci?n ?ltima de la obra a partir de un formidable quiasmo: el narrador ensalza la

maldad de Dios28 y la bondad de Satan?s29. En el recorrido por la "ciudad doliente" de Medell?n, a la que

Vallejo ha llamado urbs sicariorum, p?trida et putrefacta^, desde las iglesias pobladas como colmenas humanas por sicarios devotos

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EL NARCOTREMENDISMO LITERARIO DE F. VALLEJO 243

a la desolaci?n de la morgue final, el narrador deja para la retina del lector un n?mero considerable de im?genes dantescas, herede ras de la Divina Comedia*1. Pero a diferencia del monumental tex to de Dante Alighieri, en La virgen de los sicarios no hay redenci?n

para los pecadores, ni perd?n para los arrepentidos, ni para?so pa ra los buenos, ni premio para los justos, sino dolor, castigo, violen cia y un destino inmisericorde que parece tejer con mano firme el telar de sus propias desdichas. La novela, ampar?ndose en su con dici?n de palimpsesto religioso, ofrece al lector un nuevo texto apo cal?ptico, donde su protagonista, como un nuevo Dante acompa?a do por Virgilio, asume la responsabilidad de mostrarnos las entra ?as del infierno.

NOTAS:

1. Fernando Vallejo, La virgen de los sicarios, Madrid, Alfaguara, 1998.

2. En pleno barroco indiano, Juan Rodr?guez Freyle dedic? su obra al rey Feli

pe IV por dos razones principales, expuestas en la introducci?n de la obra:

"la una, por darle noticia de este su Reino Nuevo de Granada, porque nadie

lo ha hecho; la otra, por librarla de alg?n ?spid venenoso, que no la muerda

viendo a qui?n va dirigida..." (La cursiva es m?a). La presencia de Rodr?guez

Freyle en la obra de Vallejo ya ha sido se?alada por Mar?a Mercedes Jara

millo, "Fernando Vallejo: desacralizaci?n y memoria" en Literatura y cultu

ra. Narrativa colombiana del siglo XX (compiladoras Mar?a Mercedes Jara

millo y alt.), 409.

3. Ortega muestra ejemplos del Corbacho del Archipreste de Talavera (S. XV), de las novelas ejemplares Rinconete y Cortadillo o El coloquio de los perros de Cervantes (1613), de la picaresca de los siglos XVI y XVII, del esperpento de Valle-Incl?n, de P?o Baroja y su "t?cnica macabrista". Cita, adem?s, un

texto de la Celestina que podr?a funcionar como antecedente de ese realismo

macabro que ha caracterizado a las creaciones literarias del narcotr?fico. El

texto de Fernando de Rojas dice as?: "El uno llevava todos los sesos de la ca

be?a de fuera, sin ning?n sentido; el otro quebrados entramos bracos e la ca

ra magullada. Todos llenos de sangre, que saltaron de unas ventanas muy altas por huyr del aguazil; e ass? casi muertos les cortaron las cabe?as, que creo que ya no sintieron nada" (9).

4. Una voz tan autorizada como la de Alonso Salazar es de la misma opini?n, tal y como ha glosado en la presentaci?n a la reedici?n de su obra No naci

mos pa'semilla. La cultura de las bandas juveniles en Medell?n, Bogot?, Pla

neta, 2002,16. 5. "Amaneci? a la entrada del edificio un mendigo acuchillado: les est?n sa

cando los ojos para una universidad" (26). 6. Juan Fernando Taborda S?nchez (1998), en un art?culo valioso (y valiente),

ha propuesto el t?rmino "expresionismo esperp?ntico" para definir buena

parte de la est?tica literaria de Fernando Vallejo. El inconveniente termi

nol?gico que plantea este marbete viene dado por el nombre "expresionis

mo", vinculado al movimiento vanguardista alem?n. Bien es cierto que los

expresionistas europeos, especialmente los alemanes, buscaron la represen taci?n subjetiva del mundo, a trav?s de la deformaci?n de la realidad, lo que

provoc? la persecuci?n de sus manifestaciones art?sticas (cine, teatro, pintu ra, literatura, etc.) por parte de las autoridades nazis, por considerarlas "un

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244 JOS? MANUEL CAMACHO DELGADO

arte degenerado". Quiz?s sea m?s acertado utilizar el t?rmino "realismo es

perp?ntico", en consonancia con una tradici?n hisp?nica que entronca con el

propio Rodr?guez Freyle y su obra El Carnero.

7. Madrid, Alfaguara, 2004, 65.

8. Me refiero a su poema "Tu?rcele el cuello al cisne", incluido en Los senderos

ocultos (1911). 9. "?Ay, viajero alado, cuan desma?ado y ap?tico! / Otrora tan hermoso, ?cuan

risible y feo ahora! / Un marinero, con su pipa, el pico le quema, / y otro imi

ta, renqueando, a un inv?lido volador. // El Poeta es como ese pr?ncipe de las

nubes / que frecuenta tormentas y se burla de las flechas; / exiliado en la

tierra y en medio de mofas, / sus alas de gigante le impiden caminar"

(Charles Baudelaire, "El albatros" en Las flores del mal, Madrid, Visor,

1996, 41-42). La secuencia propuesta podr?a ser ?sta: CISNE modernista >

ALBATROS simbolista > PALOMAS de la antipoes?a > BUITRE/GALLI

NAZO de la narcoliteratura.

10. 1

"Copados por la avalancha de cad?veres, sin darse abasto, han eliminado

el expedienteo y la ceremonia misma y se la han dejado a los gallinazos" (29).

11. 1

"Desde el morro del Pan de Az?car hasta el Picacho vuelan los gallinazos con sus plumas negras, con sus almas limpias sobre el valle, y son, como van

las cosas, la mejor prueba que tengo de la existencia de Dios" (47). 12. "Me gustar?a terminar as? -le dije a Alexis-, comido por esas aves para des

pu?s salir volando" (47). Madame Blavatsky (1831-1891), fundadora de la

Sociedad Teos?fica, defendi? la transmigraci?n de las almas y su reencarna

ci?n como un paso previo a su purificaci?n definitiva.

13. "Pero aqu? la vida crapulosa est? derrotando a la muerte y surgen ni?os de

todas partes, de cualquier hueco o vagina como las ratas de las alcantarillas

cuando est?n muy atestadas y ya no caben. En las afueras del cementerio, cuando sal?amos y Alexis recargaba su juguete, dos de esos inocentes reci?n

paridos, como de ocho o diez a?os, se estaban dando trompadas de lo lindo

azuzados por un corrillo de adultos y otros ni?os, bajo el calor embrutecido

del sol del tr?pico (...) Como la ?nica forma de acabar con un incendio es

apag?ndolo, de seis tiros el ?ngel lo apag?. Seis cayeron, uno por cada tiro; seis que eran los que ten?a el tambor del tote: cuatro de los espectadores y

managers, y los dos promisorios p?giles. Cada quien con su marquita en la

frente escurriendo unos chorritos rojos como de anilina, unos hilitos de lo

m?s pict?ricos. Mi se?ora Muerte con su sangre fr?a les hab?a bajado el calor

y ganado, por lo menos, este round" (72). 14. "En la noche borracha de chicharras baj? el ?ngel Exterminador, y a seis

que beb?an en una cantinucha que se prolongaba con sus mesas sobre la

acera de un tiro para cada uno en la frente les apag? la borrachera, la 'ras

ca'. ?Y esta vez por qu?? ? Por qu? raz?n? Por la simpl?sima raz?n de andar

existiendo" (67). 15. Lewis hace un recorrido completo por la historia y las caracter?sticas de los

"Asesinos", secta que atemoriz? no s?lo al mundo cristiano, sino tambi?n al

propio musulm?n durante varios siglos. De hecho, a la altura del siglo XIII, la palabra Asesino, en todas sus variantes, ya era de uso com?n en Europa en su acepci?n de asesino profesional a sueldo (22). El propio Dante Alighie ri (1265-1321) le dio una dimensi?n literaria al t?rmino al utilizarlo en el

canto 19 de su Infierno, en la Divina Comedia ("Lo p?rfido assassin", 'el

traicionero asesino'). 16. Mario Vargas Llosa, "Los sicarios", diario El Pa?s, 4 de octubre de 1999.

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EL NARCOTREMENDISMO LITERARIO DE F. VALLEJO 245

17. Como es sabido, la palabra "asesino", procedente del ?rabe "hassassin", ven

dr?a a significar los bebedores de hach?s', y fue utilizada ya en el siglo XII, para designar a los miembros de una secta que, al ingresar en ella, hac?an

juramento de matar a cualquier persona que les ordenaran sus jefes. Para

ello, los "asesinos" se narcotizaban con los derivados del hach?s, siguiendo todo un ritual ceremonioso -vestimentas, armas, oraciones-, que puede ser

interpretado como el origen remoto y los arcanos m?s probables del parti cular modus operandi de los sicarios actuales.

18. La presencia de un protagonista despreocupado de los asuntos econ?micos, sin ning?n tipo de ligadura profesional (un inoccup? ), que contempla con

nostalgia la ciudad perdida en el pasado con la que dialoga reiteradamente, o las referencias a una religiosidad ancestral, que ha derivado en la urbe

hacia pr?cticas ocultistas o m?gicas, cuando no, her?ticas, invitan a relacio nar este retrato de Medell?n con el t?pico finisecular (siglo XIX) de las "ciu

dades muertas", simbolizadas en Brujas, Venecia y Toledo ( Hinterh?user, 41-66).

19. "Rodaderos, basureros, barrancas, ca?adas, quebradas, eso son las comunas.

Y el laberinto de calles ciegas de construcciones ca?ticas, vivida prueba de

c?mo nacieron: como barrios 'de invasi?n' o 'piratas', sin planificaci?n urba

na, levantadas las casas de prisa sobre terrenos robados, y defendidas con

sangre por los que se los robaron no se las fueran a robar" (59). 20. Lo mismo ocurre con dos de las novelas m?s importantes de la narrativa

colombiana reciente, como son Leopardo al sol (1993) de Laura Restrepo y Satan?s (2002) de Mario Mendoza.

21. Por su parte, Gilbert Durand considera que "en la estructura m?stica hay una inversi?n completa de valores: lo que es inferior ocupa el lugar de lo su

perior, los primeros son los ?ltimos, el poder de pulgarcito viene a escarne cer la fuerza del gigante y del ogro" (263).

22. La idea del infierno est? presente a lo largo de la obra. Se?alo en cursiva

algunos casos relevantes: "Uno en las comunas sube hacia el cielo pero ba

jando hacia los infiernos" (29), "el tormento del infierno es el ruido. El ruido es la quemaz?n de las almas" (57), "Vagando por Medell?n, por sus calles, en el limbo de mi vac?o por este infierno, buscando entre almas en pena igle sias abiertas, me met? en un tiroteo" (23).

23. La continua presencia de Satan?s y sus huestes en la novela, gobernando sobre una realidad sangrante y doliente como la colombiana, recuerda el

p?rtico maldito y luciferino con que se abre la novela El Se?or Presidente de

Miguel ?ngel Asturias: "... ?Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de pie dralumbre! Como zumbido de o?dos persist?a el rumor de las campanas a la

oraci?n, maldoblestar de la luz en la sombra, de la sombra en la luz. ?Alum

bra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre, sobre la podredumbre!

?Alumbra, lumbre de alumbre, sobre la podredumbre, Luzbel de piedralum bre! ?Alumbra, alumbra, lumbre de alumbre..., alumbre..., alumbra..., alum

bra, lumbre de alumbre..., alumbra, alumbre...!" (Madrid, C?tedra, 1997, 115).

24. La otra gran novela de la ?ltima narrativa colombiana, Satan?s de Mario

Mendoza, plantea algunas cuestiones muy parecidas. En el cap?tulo VIII, ti

tulado "C?rculos Infernales", el padre Ernesto recurre a una literatura cien

t?fica sobre el mal. Cita dos obras que parecen ap?crifas: El enigma de las

brujas, de Fray Leopoldo y Las huestes de Sat?n, de Ezequiel Bautista. En

el primero recoge el testimonio de Ana Mar?a de Georgel para quien Dios

reina en el cielo y el Diablo en la tierra, como si fueran una dualidad: "Al

pregunt?rsele d?nde quedaba entonces el Infierno, la bruja respondi? que la

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246 JOS? MANUEL CAMACHO DELGADO

Tierra y el Infierno eran una misma cosa: lugar de padecimiento y de dolor, rinc?n de desdicha, paraje de infortunio, recinto de desgracia y de miseria"

(103). Mario Mendoza, reproduciendo el lenguaje arcaico de los tratados

medievales, se hace eco de las hip?tesis planteadas en De tribus impostori bus: "fue consignado como una de las peores herej?as de la antig?edad. Los

tres impostores hace alusi?n a una hip?tesis seg?n la cual la humanidad ha

sido enga?ada por tres grandes mentirosos o embaucadores: Mois?s, Jes?s y Mahoma. Tres nombres que terminaron siendo los pilares de tres grandes falacias" (203).

25. Para una caracterizaci?n del arquetipo literario del santo v?ase el art?culo

de Quintino Cataudella. El tratamiento par?dico de la santidad viene re

frendado por la propia realidad, como puede verse en el sentido m?gico que el sicario atribuye a sus escapularios: "[Alexis] qued? desnudo con tres esca

pularios, que son los que llevan los sicarios: uno en el cuello, otro en el ante

brazo, otro en el tobillo y son: para que les den el negocio, para que no les

falle la punter?a y para que les paguen. Eso seg?n los soci?logos, que andan

averiguando" (16). 26. Estos son algunos ejemplos de la utilizaci?n de un lenguaje apocal?ptico pa

ra representar al sicario: "Sac? el ?ngel Exterminador su espada de fuego, su 'tote', su 'fierro', su juguete, y de un rel?mpago para cada uno en la frente

los fulmin? (...) Alexis era el ?ngel Exterminador" (55); "Entonces el ?ngel

dispar? (...) Fue lo ?ltimo que coment? porque lo oy? el ?ngel, y de un tiro en

la boca lo call?. Per aeternitatis aeternitatem. El terror se apoder? de todos.

Cobarde, reverente, el corrillo baj? los ojos para no ver al ?ngel Extermina

dor" (66); "El ?ngel Exterminador se hab?a convertido en el ?ngel del Silen

cio" ( 71). [W?lmar era] "el ?ngel de la guarda" (94); "Mi ni?o era el enviado

de Satan?s que hab?a venido a poner orden en este mundo con el que Dios

no puede" (99). 27. Los cataros (del griego katharos, 'puro') se caracterizaron por su ascetismo a

ultranza y su teolog?a dual, basada en la creencia de que el universo estaba

compuesto por dos mundos en conflicto, uno espiritual creado por Dios y el

otro material forjado por Sat?n. Los albigenses (su nombre procede de Albi, al sur de Francia) cre?an en la existencia independiente y separada de dos

dioses: un dios del bien y de la luz, relacionado con el Dios del Nuevo Tes

tamento y un dios del mal y de la oscuridad, al que identificaban con Sat?n

y el Dios del Antiguo Testamento.

28. "?l, con may?scula, con la may?scula que se suele usar para el Ser m?s

monstruoso y cobarde, que mata y atropella por mano ajena, por la mano del

hombre, su juguete, su sicario" ( 77); "El culpable ser? el de All? Arriba, el

Irresponsable que les dio el libre albedr?o a estos criminales" ( 100) o "Me

asom? un instante a esos ojos verdes [de W?lmar] y vi reflejada en ellos, all?

en su fondo vac?o, la inmensa, la inconmensurable, la sobrecogedora maldad

de Dios" (119). 29. "Bendito seas Satan?s que a falta de Dios, que no se ocupa, viniste a ende

rezar los entuertos de este mundo (...) Mi ni?o era el enviado de Satan?s que hab?a venido a poner orden en este mundo con el que Dios no puede. A Dios, como al doctor Frankenstein su monstruo, el hombre se le fue de las manos"

(99). 30. Mi hermano el alcalde (12). Dante Alighieri llam? al Infierno "ciudad dolien

te" y "ciudad de Dite" (Lucifer). 31. Fern?ndez l'Oeste considera que "en La Virgen, Medell?n es, de manera lite

ral, el infierno, habitado por un ej?rcito de muertos redivivos. La estructura

del texto es, en menor escala, una reproducci?n de la estructura de la obra

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EL NARCOTREMENDISMO LITERARIO DE F. VALLEJO 247

de Dante, en la que las visitas a las iglesias y los sitios predilectos de la in

fancia o adolescencia hacen las veces de c?rculos infernales, emulando el

dolor de la pasi?n cristiana (...) Al igual que Dante, quien, acompa?ado por

Virgilio, se adentra en los laberintos del infierno en busca de su amada Bea

triz Portinari, Vallejo utiliza la motivaci?n amorosa para dar pie a su reco

rrido" (760-761). El periplo del protagonista por los c?rculos conc?ntricos de

la violencia son, en cierta manera, "un equivalente de las Malebolge, los bol

sillos de sevicia del octavo c?rculo del infierno dantesco" (765). No obstante, no es el octavo c?rculo del infierno, destinado por dante a los rufianes, se

ductores, aduladores, adivinos, hechiceros, hip?critas, ladrones, malos con

sejeros, sembradores de discordia y falsificadores, el principal enclave mal

dito de la novela, sino el c?rculo s?ptimo, en el que penan los violentos con

tra el pr?jimo, los violentos contra s? mismos y los violentos contra Dios.

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