89Cuyo. Anuario de Filosofía Argentina y Americana, v. 30, 2013, p. 89 a 115.
El 98 cubano. Un abordaje histórico–filosófico desde la idea de guerra. Los aportes de José Martí
Cuban 98. A Historical–philosophical Approach from the Idea of War. José Martí’s Contributions
Claudio Gallegos1
Resumen
Dentro de la variedad de miradas que se han establecido en torno del 98 cubano desde la historiografía, se considera de suma importancia realizar un cuestionamiento histórico–filosófico sobre el conflicto, pero partiendo de la idea de la “guerra” como concepto complejo. En este escrito se busca teorizar sobre la guerra, con el fin de dar a conocer los postulados de José Martí al respecto, en relación con los debates suscitados en el marco de los neocolonialismos y el desarrollo del proceso independentista de Cuba.
Palabras clave: Guerra; José Martí; 98 cubano.
Abstract
Among the many views that has been established around Cuban 98 from the historiography, we consider of extreme importance to make a historical–philosophical questioning about the conflict, but starting from the idea of war as a complex concept. In this paper we theorize about war to show Jose Martí’s postulates in this respect, particularly in relation to the debates raised around neocolonialism and Cuban independence process development.
Keyword: War; José Martí; Cuban 98.
1 Investigador y docente, CONICET / Universidad Nacional del Sur, Argentina.
90 Claudio Gallegos. El 98 cubano. Un abordaje histórico–filosófico desde […]
El 98 cubano2 representó un hecho complejo, de aristas casi in-
finitas de análisis. Dentro de esta complejidad podemos destacar el tema
de la guerra. Cuba se enfrentó en armas con España desde inicios del siglo
XIX, aproximadamente, para acentuar las batallas a partir de la mitad del
mencionado siglo. Estos enfrentamientos tuvieron características particulares
y en algunos casos inusuales para el estudio de las guerras modernas.
En 1898 Estados Unidos ingresó en la contienda declarándole la
guerra a España, la cual se desarrolló en territorio cubano. Esta particulari-
dad de una guerra contra la opresión colonial, sumada a la intervención de
una naciente potencia, que no luchaba codo a codo con cubanos porque
ya estaba prácticamente ganada, nos generó la necesidad de teorizar sobre
la misma para esclarecer y complementar el estudio del mentado 98, que
hemos hecho en otras oportunidades.
El Diccionario de la Real Academia Española sostiene que la gue-
rra representa una desavenencia y rompimiento de la paz entre dos o más
potencias; lucha armada entre dos o más naciones o entre bandos de una
misma nación (www.rae.es). Estas definiciones nos dejan en claro la indis-
cutible presencia de las armas, el enfrentamiento entre potencias o bandos,
sumando también otro concepto importante, como es el de nación, una
consideración obvia a la paz y un olvido u omisión sobre la soberanía.
En este sentido, tendremos en cuenta a la guerra desde un
abordaje histórico–filosófico, analizándola como fenómeno social y el pa-
pel que adoptó en cuanto legitimadora de un Estado y de las relaciones
internacionales.
2 Cuando hablamos de 98 cubano hacemos referencia a una serie de hechos que
tuvieron lugar en Cuba en un proceso que excede el año indicado. Nos referimos al
conflicto hispano–cubano–estadounidense de fines del siglo XIX en territorio caribeño.
Utilizamos dicha conceptualización como referente de identidad, partiendo de un no-
sotros y como alternativa a lo establecido. Creemos que es indispensable considerar las
particularidades propias, desde la ética y el derecho hasta la educación y la economía
como un lugar central dentro de nuestro complejo espacio regional. No olvidemos que
las conceptualizaciones “heredadas desde el centro” representan un tipo de violencia
epistémica, propia de la(s) globalización(es).
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Asimismo, exponemos las reflexiones de la guerra en Cuba más
allá de una apreciación del estudio de las teorías sobre la misma. Es decir,
desarrollamos cómo fue pensada, planteada y llevada a cabo haciendo es-
pecial énfasis en los postulados de José Martí (1853–1895) como principal
teórico de la guerra en Cuba, aunque, como sabemos, también llegó a la
acción. Intentamos sintetizar la teoría martiana no entendida como un
suceso bélico, sino más bien como una construcción política e ideológica
en la conciencia nacional.
Formas de lucha y composición de las fuerzas genuinas
Varias son las teorías que se han reproducido en torno a la guerra
a lo largo de la historia de la humanidad, entre las que se destacan, como
dimensiones problemáticas, su naturaleza, las causas, tácticas y estrategias,
y un extenso etcétera.
Desde Sun Tzu (544 a. C.–496 a. C.), Alejandro Magno (353 a. C.–323
a. C.), Aristóteles (384 a. C.–322 a. C.) y Aníbal (247 a. C.–183 a. C.), pasando
por Nicolás Maquiavelo (1469–1527), Bartolomé de las Casas (1484–1566),
Francisco de Vitoria (1486–1546), Thomas Hobbes (1588–1679), junto a Charles
Louis Montesquieu (1689–1755), Immanuel Kant (1724–1804), y Napoleón
Bonaparte (1769–1821), Carl Philipp Gottlieb von Clausewitz (1780–1831),
Basil Liddell Hart (1825–1970), Helmuth von Moltke (1800–1891), hasta los
más recientes Mao Tze Tun (1893–1976) y Michel Foucault (1926–1984), entre
otros, varios son los aportes al estudio de esta temática.
Podemos primero rastrear dos grandes causas por las cuales se
inicia una guerra. Por un lado, y desde un punto de vista antropológico, hay
quienes sostienen que la naturaleza humana es intrínsecamente violenta
y, por lo tanto, es una cuestión natural; por otro lado, se sostiene que la
guerra se relaciona con la estructura interna de los Estados y de sus propias
ambiciones. Lo cierto es que estas dos causas son muy generales y para el
estudio de las guerras contemporáneas resultan un tanto incompletas por
las particularidades mismas del mundo actual.
Las teorías sobre la guerra en general siempre destacan interde-
pendencia entre las configuraciones políticas de la humanidad y los medios
92 Claudio Gallegos. El 98 cubano. Un abordaje histórico–filosófico desde […]
bélicos utilizados para defender dichas configuraciones. Desde los simples y
primigenios armamentos hasta las armas de destrucción masiva, las polis,
los feudos, los imperios, los reinos, los Estado–nación, etc., han demostrado
la capacidad de enfrentamiento en busca de diversos objetivos. En nuestro
caso solo nos detendremos brevemente en los principales puntos de los
postulados de Maquiavelo, Francisco de Vitoria, Hobbes, Kant y Clausewitz,
quienes representan las teorías más estudiadas, y, en algún punto, más
disímiles entre sí.
El arte de la guerra
Nicolás Maquiavelo es el primer estudioso moderno en considerar
la guerra desde un punto de vista netamente político. Refiere íntimamente
a quienes se encuentran en el poder, en el gobierno, es decir, que la di-
mensión bélica forma parte de las reflexiones de cualquier Estado: “debe
el príncipe, por tanto, no tener otro objeto ni otro pensamiento, ni adoptar
como propio ningún otro arte como no sea el de la guerra, su orden y
disciplina; porque es el único arte que se espera ver ejercido por el que
manda” (citado en Fernández Vega, L. 2005, 19)3.
Dell´arte de la guerra, redactado en 1520 y publicado en Florencia
hacia 1521, representa, posteriormente, una de sus obras más conocidas en
donde pone en diálogo al condottiere Fabrizio Colonna con una variedad
de personajes de Orti Rucellai4. Allí deja ver su preferencia por la infantería
sobre la artillería y la caballería. Es un tratado militar en donde los temas
políticos se entrecruzan con debates técnicos de tácticas y estrategias para
la guerra. De todas maneras, no fue un texto de considerable importancia
para la época.
3 Se recomienda ver también Maquiavelo, N. 2002.
4 Los jardines de Rucellai (Orti Oricellari) representan el lugar en donde se reunían
jóvenes florentinos junto a Maquiavelo, desde 1515. Allí funcionaba el círculo neo-
platónico florentino de los Orti Oricellari, que estuvo presidido hasta 1506 por Ber-
nardo Rucellai, hijo de Giovanni.
93Cuyo. Anuario de Filosofía Argentina y Americana, v. 30, 2013, p. 89 a 115.
Uno de los puntos que se reconoce en dicha obra fue su oposición
a la contratación de mercenarios, algo que para la Italia (y Europa) del
momento era muy usual. Este tópico se relaciona íntimamente con los gastos
militares, que provocaron una crisis financiera en la época de Maquiavelo.
Su propuesta radica en la conformación de milicias ciudadanas en remplazo
de los mercenarios, que eran costosos. También se caracteriza por darle
valor a la guerra ofensiva, algo totalmente opuesto a las particularidades
propias del Medioevo. Asimismo plantea que el fin de la guerra es la victoria
y que los militares se deben guiar por el amor y la paz.
Aunque desde el punto de vista “técnico” la obra resulta un tanto
anacrónica para el mismo momento en que se publica (subestimación del
valor táctico de la artillería o subestimación del método del combate suizo),
el poner de relieve los vínculos entre factores militares y políticos implica
una mirada renovada sobre el género. Así, el texto que citamos con ante-
rioridad no puede ser leído de manera escindida de otras obras del autor,
tales como El Príncipe.
De las causas justas e injustas
Según el cristianismo, la voluntad de Dios era que la paz reinara
entre los hombres, y solamente por el pecado esa paz se podía perder
momentáneamente. En esas circunstancias pesaba sobre la humanidad la
guerra, como una consecuencia de la caída original. De esta manera, la
guerra es concebida como mala por naturaleza, y solo se permite cuando
es inevitable repeler una injusticia. Esta doctrina fue la que inspiró la teoría
de Francisco de Vitoria.
Partiendo de la explicación y justificación de la conquista de
América, Vitoria investiga en su obra De Indis las posibles causas justas
e injustas de ese acontecimiento. Realiza un catálogo de causas justas e
injustas (concluye que son siete los motivos que no justifican la conquista,
pero otros siete sí son legítimos), y considera que en cada enfrentamiento
uno de los adversarios tiene razón. De esta manera, Vitoria rechaza, por lo
menos en un principio, el hecho de que ambos adversarios puedan ser a
la vez beligerantes justos o injustos. Apela, sin embargo, a la posibilidad de
94 Claudio Gallegos. El 98 cubano. Un abordaje histórico–filosófico desde […]
que el considerado enemigo injusto lo sea por lo menos subjetivamente de
buena fe, o crea estar en su derecho. Asimismo, pone en duda la justicia
de la guerra si el fin que pretende exige sacrificios desproporcionados, pero
afirma que por justicia no es necesario considerar quién comienza con las
acciones bélicas, es decir, que se puede llevar a cabo una guerra defensiva
como también una ofensiva, siempre que exista una justa causa.
La teoría vitoriana nos lleva a concluir en la presencia de cul-
pables e inocentes, basados en el derecho natural y no en quien quebranta
la paz. Vitoria no puede concebir la prohibición a un Estado de agredir a
otro, si se encuentra en su derecho, solamente por perturbar la paz. Esta
idea representaría uno de los fundamentos de las posturas modernas de la
guerra. Por último, Vitoria sostiene que quien logra el triunfo en el combate
se convierte en juez frente al vencido, por él considerado culpable.
La guerra de todos contra todos
La escuela iusnaturalista sostiene la hipótesis de la existencia de
un estado pre–social, también conocido como de naturaleza, en donde los
individuos vivían aislados entre sí y sin la presencia de leyes de regulación.
Este estado de naturaleza es representado de diversas maneras en función
de los distintos filósofos que teorizaron sobre el mismo.
Thomas Hobbes plantea la reducción de la naturaleza a cuerpo
y movimiento; así, llega a afirmar que toda la realidad natural, psíquica o
social, es, en el último de los casos, corpórea, lo que nos lleva a considerar
que hay un solo principio de todo lo que ocurre: el movimiento. A partir
de aquí sostiene que el egoísmo, en relación a la propia conservación,
junto con la búsqueda del lucro y la acumulación desmesurada de bienes,
representa el móvil esencial de los individuos. Esto genera competencias
entre las personas que decanta en la guerra de todos contra todos, siendo
éste el estado natural de los hombres. Así, es necesaria la presencia de un
pacto para salvaguardar la existencia del Estado y el disfrute de las pro-
piedades privadas.
Hobbes universaliza este modelo de sociedad competitiva. Una
sociedad individualista, movida por el lucro y la acumulación genera,
95Cuyo. Anuario de Filosofía Argentina y Americana, v. 30, 2013, p. 89 a 115.
entonces, la guerra de todos contra todos. Para el caso de las naciones apela
a la misma lógica de pensamiento y desarrolla una explicación en donde
plantea que la guerra entre Estados parte del afán de conquistar nuevos
territorios, de salir ganadores dentro de una competencia voraz.
La paz perpetua
Al igual que Hobbes, Immanuel Kant sostiene que la guerra se
encuentra en la esencia belicosa de los hombres. Comienza preguntándose
¿cómo se llega a la paz?, para luego considerar la paz perpetua, entendida,
hasta un punto, como una utopía que se podría lograr por medio de avances
progresivos, como puede ser la creación de una confederación de Estados.
Pero sus contemporáneos ven en sus razonamientos únicamente treguas
provisionales.
Los escritos de Kant que merecen ser destacados en cuanto a la
temática de la guerra son: Ideas para una historia universal en clave cos-
mopolita (1784) y Replanteamiento de la cuestión sobre si el género humano
se halla en continuo progreso hacia lo mejor (1797). En ambos se esfuerza
por demostrar el proceder de la humanidad hacia su destino que, según
él, es la paz perpetua. Y es justamente en su trabajo Sobre la paz perpetua
(1795), donde desarrolla su teoría de la configuración de un orden cosmo-
polita organizador.
Kant sostiene que por medio de la guerra se logrará sellar la paz
entre los Estados gracias al establecimiento de normas comunes. De esta
manera, la guerra sería la causa última de la existencia de la sociedad en
el sentido que genera una situación insostenible para el desarrollo de la
vida de los hombres, obligándolos a buscar ayuda y apoyo en las leyes y
en las comunidades. Pero por otro lado, y más allá que esté en contra de
las guerras mercantilistas, sostiene que las mismas también pueden ser
pensadas desde sus efectos civilizatorios. En este sentido, la cualidad ética
que encontraba la guerra en la teoría kantiana es cuestionable, considerando
la jerarquización que genera pensar en civilizaciones guías de otras.
96 Claudio Gallegos. El 98 cubano. Un abordaje histórico–filosófico desde […]
De la guerra
Carl von Clausewitz fue un militar prusiano de fines del siglo
XVIII y comienzos del XIX que se destacó más por su desempeño como
teórico de la ciencia militar moderna. Su obra más afamada la representa el
tratado conocido como Vom Kriege (De la Guerra), compuesto por ocho vo-
lúmenes, en donde analiza diversos conflictos armados teniendo en cuenta
planteamientos, motivaciones y ejecuciones, desde una mirada táctica pero
también filosófica. Tras su repentina muerte por cólera en 1831, su obra
no pudo ser completada. De todos modos, sus escritos fueron publicados
por su esposa un año después.
La definición de la teoría clausewitziana la podemos encontrar en
el libro II de Von Kriege, la cual “constituye el equivalente de una epistemo-
logía, de una teoría de la teoría, no sin enriquecer aquí y allá, la definición
de la guerra misma” (Aron, R. 1988, 115). Según esta interpretación, estamos
frente a una concepción normativa de la guerra en Clausewitz, en el sentido
que no ofrece un repertorio de instrucciones abstractas sin considerar el
contexto. Su teoría no tiene una pretensión universalista ni mucho menos.
Sus pensamientos están influenciados por el desarrollo de la Revolución
Francesa y los fracasos del ejército prusiano sobre las tropas napoleónicas.
De ahí que considere que la teoría de la guerra del momento era deficiente
por pensarla solo circunscripta a lo militar. La base de su teoría se encuen-
tra, entonces, tanto en la modificación de los cuadros militares, como en
la misma sociedad de Prusia.
Guerra y política son los conceptos que se entrelazan de múl-
tiples maneras en la teoría de Clausewitz. Detrás de la guerra siempre
encontramos un acto político, decisiones políticas, y, sobre todo, inten-
cionalidades políticas. En otras palabras, considera a la guerra como un
instrumento de la política; algo que formuló con una de sus más afama-
das aseveraciones: “La guerra es la continuación de la política por otros
medios” (Clausewitz, C. 1980, 8°, VI B). Dicha frase nos lleva a pensar que
las medidas tomadas en una guerra serían político–militares, respetando
ese orden. En este sentido, se supone que los Estados que deciden ini-
ciar una guerra ya han esclarecido cuáles son los fines y objetivos de la
97Cuyo. Anuario de Filosofía Argentina y Americana, v. 30, 2013, p. 89 a 115.
contienda que comienzan, demostrando una acertada estrategia para el
contexto de acción.
Clausewitz es considerado el primer teórico militar en hablar de
“fuerzas morales”, base en la conducción de los enfrentamientos. La moti-
vación, ya sea del soldado o de la sociedad en general, también es de suma
importancia en el desarrollo de los enfrentamientos. Además, debemos tener
en cuenta el grado de azar que puede intervenir en cualquier guerra. Así,
fuerzas morales y azar representan los aspectos subjetivos y objetivos de
lo impredecible en toda guerra. La guerra implica siempre consideraciones
éticas y morales que deben ser parte del planteamiento militar. Algunas
veces explícitas, otras implícitas, han guiado a los comandantes en aspectos
como el tratamiento de prisioneros de guerra, status de los no combatientes,
los fines de las armas empleadas, etcétera.
Uno de los aportes más importantes de este teórico, a la hora de
preguntarse qué es la guerra, radica en diferenciar a la “guerra absoluta”, o
duelo, de la “guerra real”. El duelo representa un esquema simplificado de
lo bélico en donde se evidencian algunos elementos esenciales. Por un lado,
la presencia de la violencia física, por otro lado, la polarización de fuerzas
propias de cualquier contienda, y, por último, el duelo revela que la des-
trucción no es el fin de la utilización de la fuerza. Por el contrario, se busca
la rendición de la voluntad del enemigo: se espera el sometimiento.
Las explicaciones clausewitzianas destacan en todo momento
la idea de la guerra como la instauración de un nuevo dominio más que
como la destrucción de las sociedades. No desconoce el componente trági-
co, pero decide plantearla como un fenómeno con algunas consecuencias
desagradables para la conquista de la voluntad humana. La muerte del
contrincante no es el objetivo, aunque puede representar una de las con-
secuencias de las acciones bélicas. Para Clausewitz la guerra es un hecho
social y no individual. Hablamos entonces de una imagen absoluta de la
guerra, netamente conceptual.
Cuando hay una guerra entre dos Estados, la política obstaculiza
el movimiento ascensional hacia los extremos. Entonces, los beligerantes
renuncian a llegar al extremo. Esta es la “guerra real.” En estas contiendas
la política absorbe a la guerra. La guerra real es la guerra tal y como se ha
98 Claudio Gallegos. El 98 cubano. Un abordaje histórico–filosófico desde […]
desenvuelto ciertamente en la historia. En la misma encontramos lo que
Clausewitz denomina “trinidad”, es decir, los tres factores a tener en cuenta
para entender su funcionamiento:
a) El pueblo: otorga la pasión;
b) Los generales del ejército: otorgan el valor;
c) El gobierno: otorga la razón.
Los teóricos que hemos citado, quizás excluyendo a Clausewitz,
demuestran una ambivalencia en lo que respecta a la guerra. Van de su
legitimación como acto de liberación hasta la posibilidad de erradicar
dicha práctica dentro de las relaciones internacionales (muy pocos hablan
de la guerra civil en tanto fenómeno específico). Lo cierto es que en todos
podemos observar alguna consideración en la que la guerra representa un
resabio de barbarie o una amenaza al bienestar social y al cumplimiento
y vigencia de la ley.
Contexto del 98 cubano
Hacia 1509, la Isla hoy conocida como Cuba fue conquistada por
los españoles. El dominio sobre ella se vio amenazado en reiteradas opor-
tunidades por otras potencias. Un claro ejemplo lo representa el hecho de
que en 1762, La Habana fue tomada por los ingleses. La presencia inglesa
no duró más que un par de meses hasta que las fuerzas españolas logra-
ron, por medio del Tratado de Versalles, la reconquista. De esta manera,
Cuba logró la entidad de Capitanía General, dependiendo del Virreinato
de Nueva España.
Transitando la primera mitad del siglo XIX los movimientos
independentistas en Hispanoamérica alcanzaban grandes logros frente a
las fuerzas colonizadoras. Era la época de los primeros gobiernos patrios
como punto de partida para obtener la independencia definitiva del poder
metropolitano. En Cuba, la concesión del libre comercio con diversos paí-
ses extranjeros, la gran cantidad de españoles en su sociedad, entre otros
factores, retrasaron por casi un siglo las ansias emancipadoras.
Las relaciones entre colonia y metrópoli llegaron a un punto de
inflexión hacia 1837, momento en el que las Cortes de España rechazaron
99Cuyo. Anuario de Filosofía Argentina y Americana, v. 30, 2013, p. 89 a 115.
a los diputados cubanos por considerarlos representantes de una colonia y
no de una provincia del Reino. A partir de aquí, los conflictos serán frecuen-
tes, y desde 1868 hasta 1898 los enfrentamientos armados entre el ejército
revolucionario y la armada española atravesarán diversas situaciones. Los
posicionamientos ideológicos de dichas fuerzas versaron en función del sta-
tus colonial. Es decir, por un lado nos encontramos con separatistas y, por
otro, con autonomistas. Mientras los primeros ansiaban la independencia
o, en menor medida, la anexión a Estados Unidos, los segundos dejaban
clara su pretensión de continuar ligados a España.
Es necesario retomar los acontecimientos de Cuba desde 1868
y analizarlos con el objetivo de comprender el contexto real sobre el cual
Martí planteó su idea de la guerra, y en la que también dejó su vida. Para
ello tengamos en cuenta la Guerra de los Diez Años o Guerra Grande
(1868–1878), la Guerra Chiquita (1879–1880) y la Revolución del ‘95.
Bajo la dirección de Carlos Manuel Céspedes, un grupo de pa-
triotas pertenecientes a la central azucarera de La Demajagua se levantó
contra la dominación española. Luego de unos días atacaron el caserío de
Yara, lugar emblemático ya que allí se llevó a cabo lo que se conoce como
el “Grito de Yara”, el 10 de octubre de 18685.
En menos de un año lograron la conformación de una Asamblea
Constituyente en la provincia del Camagüey, con Céspedes como presidente.
Después de completar su trabajo, la Asamblea se reconstituyó como Cámara
de Representantes, eligiendo a Salvador Cisneros Betancourt en el cargo de
presidente de la misma; a Miguel Gerónimo Gutiérrez, vicepresidente, y a
Antonio Agramonte e Ignacio Zambrana en el rol de secretarios. Céspedes
fue electo el 12 de abril 1869 como el primer Presidente de la República
en Armas y el General Manuel de Quesada (quien había peleado en Méxi-
co bajo Benito Juárez durante la invasión francesa a ese país), Jefe de las
Fuerzas Armadas.
Una serie de desacuerdos políticos al interior de la naciente
república, entre los que se destaca la conflictiva sucesión de presidentes,
5 Expresión que remite al inicio de la Guerra de los Diez Años o Guerra Grande.
Representa el primer enfrentamiento armado con los españoles.
100 Claudio Gallegos. El 98 cubano. Un abordaje histórico–filosófico desde […]
culminaron en negociaciones por la paz con España, enmarcadas dentro
del conocido Pacto del Zanjón, que para muchos representa, realmente, la
claudicación de los ideales libertarios6. El 10 de febrero de 1878, en Puerto
Príncipe, se firmó dicho Pacto, que dio como resultado la pacificación de la
Isla. El general Antonio Maceo no estaba de acuerdo con los términos de
la supuesta paz y llevó a cabo la conocida Protesta de Baraguá; manifiesto
en donde el líder revolucionario sostuvo la no consecución de los objetivos
principales de la revolución: independencia y abolición de la esclavitud. La
misma le dio al Zanjón un carácter de descanso. Parafraseando a Joel Mesa
Falcón, fue el inicio de un paréntesis que se cierra en la Guerra de 1895
(Mesa Falcón, J. 1978, 15).
Dentro de este clima de contiendas que continuaron más allá de
los acuerdos entre las fuerzas en pugna, el gobierno provisional de Cuba
no desarrolló las estrategias necesarias para mantener la tranquilidad entre
sus habitantes y se vio en la necesidad de renunciar (Foner, P. S. 1975; Fusi
J. y A. Niño, 1996; Mesa, R. 1990). Meses más tarde se reavivó el fuego in-
dependentista con Calixto García, José Maceo y Guillermo Moncada, pero
el deseo de paz del pueblo cubano no dio lugar a grandes operaciones: la
conocida como Guerra Chiquita solo fue un intento fallido que no llevó a
ningún lado. De todas formas es claro que el Zanjón no representaba el
punto final.
El referente inmediato anterior del 98 cubano, entendido como
el proceso de enfrentamiento entre Cuba, España y Estados Unidos, que
culmina con la independencia tutelada de la primera de ellas bajo la di-
rección de la potencia del Norte, lo encontramos en los sucesos que se
desarrollan a partir de 1895. José Martí, Máximo Gómez y Antonio Maceo,
entre otros, como baluartes de la revolución, realizan acciones en contra
de la dependencia de España y en pos de la libertad, independencia y
abolición total de la esclavitud
6 Para algunos representaba la derrota de la idea de una república independiente y sin
esclavos, mientras que para otros era el comienzo de un nuevo tiempo en donde prevalecía
el esfuerzo por incorporar, de manera definitiva, a Cuba dentro del Estado español
101Cuyo. Anuario de Filosofía Argentina y Americana, v. 30, 2013, p. 89 a 115.
Una de estas acciones es el recordado Plan Fernandina. Su nom-
bre hace alusión al puerto de Florida desde donde saldría una flota con el
objetivo de llevar hacia Cuba revolucionarios y armas para poder dar el
golpe contra las fuerzas españolas. La expedición estaba compuesta por
tres yates llamados Amadís, Lagonda y Baracoa. Los miembros que tenía
esta flota simulaban ser trabajadores agrícolas, lo que justificaba la pre-
sencia de herramientas que en realidad eran armas para la guerra, sobre
todo machetes. El 25 de diciembre de 1894 Martí le anunciaba a Maceo la
inminente partida de los yates, pero uno de los tripulantes reveló el plan
y el 14 de enero de 1895 fueron confiscados. El fracaso preocupó mucho
a los independentistas.
Un mes después, el 24 de febrero de 1895, se produjo el Grito de
Baire, que dio inicio a la conocida como Segunda Guerra por la Independen-
cia de Cuba7. Esta continuación de la contienda de 1868 se caracterizó por
la presencia de pequeños ejércitos insurrectos, mal armados y con escasas
provisiones. Pero ello no fue un obstáculo y se enfrentaron exitosamente
en reiteradas ocasiones a las superiores fuerzas españolas.
A un mes del estallido de la guerra, José Martí firmó, junto con
Máximo Gómez, el conocido “Manifiesto de Montecristi”, que representa
una síntesis de lo que debía ser la guerra contra España y la futura con-
formación de la república. Las discusiones giraron en torno del peso de la
milicia y lo civil en el gobierno representativo. Martí entró por primera vez
en combate el 19 de mayo de 1895. Máximo Gómez le sugirió permanecer
en la retaguardia, pero desobedeció y avanzó con un solo compañero. Al
instante fue herido de muerte, como sabemos.
El 16 de septiembre de 1895, con representantes de los distintos
sectores de la Isla, se firmó en Jimaguayú una Constitución de carácter tem-
poral. Su duración sería de dos años si antes no se conseguía la libertad. Se
estipulaba la presencia de un presidente, un vicepresidente y cuatro secre-
tarios, todos con sumo poder en la revolución (Foner, P. S. 1975, 80–81).
La mayor hazaña a destacar es la extensión de la guerra hacia
Occidente. En los primeros noventa días, según Foner, se habían cubierto
7 Baire es una ciudad cercana a Santiago de Cuba.
102 Claudio Gallegos. El 98 cubano. Un abordaje histórico–filosófico desde […]
1696 kilómetros, se disputaron 27 batallas, se tomaron 22 ciudades impor-
tantes, se capturaron más de 2000 rifles, 8000 cartuchos de munición y
3000 caballos. Una hazaña impensable para un puñado de patriotas que se
enfrentaron a 124 batallones de infantería, 40 escuadrones de caballería, 16
baterías de artillería de campaña, 6701 generales y otros oficiales, 183.571
tropas individuales en línea, más de 60.000 voluntarios y guerrilleros y un
sistema de trochas (Foner, P. S. 1975, 95). Las consecuencias políticas de
estos logros las pagó el delegado español en Cuba, Arsenio Martínez Cam-
pos, quien dimitió de su puesto y fue suplantado por Valeriano Weyler.
Para ello fue necesario atravesar el sistema de trochas implementado por
los españoles desde los enfrentamientos de 1868.
Las trochas partían a la Isla de Cuba en dos, valiéndose de los
accidentes naturales propios del terreno. Para poder frenar las insurreccio-
nes de la zona de Oriente se creó la trocha de Júncaro–Morón. En lo que
respecta a la protección de La Habana, nos encontramos con la trocha
Mariel–Majana, frenando, también, a los mambises de Pinar del Río. De
todas formas, este sistema pudo ser atravesado por Maceo antes de morir
en combate.
El nuevo representante español llevó a la práctica una feroz políti-
ca de reconcentración, por medio de la cual recluía a la población causando
efectos devastadores para la economía de la Isla. De manera paralela, el
Senado y el Congreso de los Estados Unidos, esgrimieron resoluciones se-
paradas reconociendo la Revolución Cubana. Esto provocó tensiones entre
los Estados Unidos y España, lo que desembocó en la desvinculación del
General Weyler de la Isla, el nombramiento por parte del Presidente español,
Práxedes Mateo Sagasta y del nuevo delegado, Ramón Blanco, quien conce-
dió la autonomía a Cuba en asuntos domésticos en 1897. Pero las reformas
llegaban tarde y el Gobierno en Armas de Cuba no las aceptó.
La inestabilidad vivida en la Isla preocupó al Cónsul de Estados
Unidos en La Habana, Fitzhugh Lee. En comunicación con el Presidente
McKinley le aconsejó el envío de refuerzos. En este contexto llegó a aguas
del Caribe el acorazado Maine. En la noche del 15 de febrero de 1898,
una tremenda explosión destruyó completamente el barco, matando a dos
oficiales y 264 marineros.
103Cuyo. Anuario de Filosofía Argentina y Americana, v. 30, 2013, p. 89 a 115.
El siniestro del Maine –para muchos autores el casus belli–, fue
el acontecimiento que provocó, el día 24 de abril de 1898, la declaración
de guerra de Estados Unidos a España. La guerra continúo hasta julio del
mismo año; momento en el que la destrozada potencia española comenzó
con las tratativas de paz. La misma se firmó en París el 10 de diciembre de
1898, dando como resultado la culminación de la dominación de España
sobre Cuba, Puerto Rico, Guam y el Archipiélago de Filipinas. Finalizaba una
dominación, pero surgía otra, la de Estados Unidos, claramente interesada
en el rédito económico del Caribe. En 1898, por primera vez una potencia
que no era europea, y que incluso había sido colonia del Viejo Continente,
emprendía el camino de “comandar” los designios de una considerable
cantidad de territorios hasta el momento coloniales.
El interés geográfico del país del Norte sobre el resto del Conti-
nente era claro desde 1823 con los movimientos hacia el Sur. Ya en 1824,
las bases de la política expansionista de Estados Unidos sobre Hispa-
noamérica quedaban claras en las palabras del por entonces presidente
Monroe. Su doctrina consideraba que ninguna potencia europea debía
tener soberanía sobre territorio americano. Así, Estados Unidos extendió
su frontera hacia el Oeste, ocupando territorios limítrofes de potencias
europeas en la región8. El plan era claro: abarcar una franja considerable
desde el Atlántico hasta el Pacífico. Luego de obtener Hawaii, una de las
adquisiciones que más funcionalidad tenía para su plan, fue Filipinas:
pasaban a ser el centro geográfico de los imperios de Asia oriental. Si a
esto sumamos que la victoria sobre España también les permitió apode-
rarse de Cuba y Puerto Rico, la conclusión es obvia: se había cumplido
con el Destino Manifiesto; doctrina que avalaba y justificaba el accionar
imperialista a través de argumentos sustentados en basamentos morales,
políticos, estratégicos y filosóficos.
En este sentido tenemos que entender la guerra hispano–cubano–
americana como un enfrentamiento imperialista que tenía como objetivo
8 En 1803 Francia vendió la Luisiana; la península de Florida fue comprada a España
en 1821; entre 1845 y 1848 ocuparon por la fuerza California, Nuevo México y Texas;
en 1867, Rusia vendió Alaska.
104 Claudio Gallegos. El 98 cubano. Un abordaje histórico–filosófico desde […]
el control de territorios y mercados. Ya desde hacía por lo menos cuarenta
años que el capitalismo había alcanzado carácter hegemónico como sis-
tema mundial económico, lo que llevó a Estados Unidos a poder lograr
sobre Hispanoamérica el incremento de las tareas de subordinación, tanto
económicas como políticas, materializadas en el neocolonialismo propio
del siglo XX, y en un tiempo no muy largo.
La guerra en el pensar, el hacer y el legitimar antiimperialista
La guerra de liberación nacional iniciada en Cuba el 24 de febrero
de 1895 fue uno de los acontecimientos más importantes de América en
el siglo XIX. Bajo un proyecto político ideado por José Martí, el objetivo
general rondó en torno a la concepción nacionalista de independencia
para la defensa de los pueblos del Continente respecto de fuerzas opresoras
(Gallegos, C. 2011, 105–131).
En la mayoría de sus escritos podemos observar su dedicación al
estudio y análisis, desde un pensar crítico, de las guerras anteriores que se
desataron en la Isla: la Guerra de los Diez Años, como la llamada Guerra
Chiquita. En general, la historiografía no ha incursionado en una mirada
socio–histórico–filosófica de la guerra para Martí, sino que más bien se ha
centrado en sus pensamientos militares. Los aportes del pensador cubano
superan ese carácter netamente bélico de cualquier guerra y ponen en
cuestión una visión política, ideológica y cultural propia de los enfrenta-
mientos armados.
Una primera lectura de la obra martiana nos indica que son
varios los adjetivos atribuidos a la guerra. La llama “revolucionaria”, “terri-
ble”, “juiciosa”, “democrática”, “violenta”, “fanática”, “brillante”, “hermosa”,
“renaciente”, “prematura”, “culta”, “necesaria” y “rápida”.
La idea principal de Martí hasta el día de su muerte fue la de
una guerra rápida, teniendo a su vez en el frente de combate al tiempo,
entendido como la posibilidad de reacción del atacado. La idea de guerra
de Martí también está vinculada con concebir la necesidad de la misma
como un acto de justicia inmerso en un proyecto emancipador tendiente
a generar modificaciones estructurales en la vida de los hombres. Y esas
105Cuyo. Anuario de Filosofía Argentina y Americana, v. 30, 2013, p. 89 a 115.
modificaciones se vinculan con el disfrute de derechos y una vida digna
como eje central del desarrollo del pueblo cubano.
La guerra como acto de justicia prepara el camino para lo que Kant
denominaba la paz perpetua, en donde Martí ve la posibilidad del equilibrio
del mundo. Sostiene el Apóstol que no se les pide a los cubanos que sacri-
fiquen sus vidas en una contienda por la independencia política “si con ella
no fuese esperanza de crear una patria más a la libertad del pensamiento,
la equidad de las costumbres, y la paz del trabajo” (Martí, J. 2001, t. 4, 100).
Para él, la guerra por la independencia de Cuba y Puerto Rico “es suceso
de gran alcance humano, y servicio oportuno que el heroísmo juicioso de
las Antillas presta a la firmeza y trato justo de las naciones americanas, y al
equilibrio aun vacilante del mundo” (Martí, J. 2001, t. 4, 100–101).
Plantea una idea de guerra sin odios, guiada por el amor. Maquia-
velo sostiene lo mismo como expusimos anteriormente: el amor y la paz
representan el faro de los militares en una guerra al servicio de la justicia
y la libertad universales. En este sentido, retoma los postulados de Vitoria y
dice “mil veces la justicia se ha perdido por la exageración de la violencia”
(Martí, J. 2001, t. 4, 159), por eso insiste en que solo se justifica la guerra
justa: “Si no excusa la justicia la violencia que se comete en su nombre, ésta
no desvanece la razón leal de que es exceso” (Martí, J. 2001, t. 4, 69).
Para Martí la justicia representa “la acomodación del derecho
positivo al natural” (Martí, J. 2001, t. 7, 101). De alguna se aleja del iusna-
turalismo racionalista moderno hobbesiano, citado en páginas anteriores,
pero comulga con el roussoniano. Según esta teoría jurídica se considera
que el hombre es libre por naturaleza y siempre debe luchar si se siente
privado del derecho natural a la libertad. De esta manera va a afirmar que
la guerra de liberación es justa porque responde a un derecho natural, y en
este sentido la violencia debe ajustarse a lo que prescribe ese derecho sin
llegar a los excesos que tornarían la lucha en injusta. No debemos olvidar
la influencia de los escritos de Karl Krause en Martí, cuando exiliado en
España, estudia derecho y toma contacto con las teorías del filósofo alemán.
Al igual que se observa esta influencia en los escritos del portorriqueño
Eugenio María de Hostos, en que fueron retomados postulados del libe-
ralismo krausista en donde el hombre actúa para mejorar la sociedad. En
106 Claudio Gallegos. El 98 cubano. Un abordaje histórico–filosófico desde […]
este sentido, consideran que el acto de la guerra se realiza para beneficio
de todos.
La guerra en Martí también revela un valor de dignidad. Porque
“la dignidad del hombre es su independencia” (Martí, J. 2001, t. 4, 150),
por ello es que todo hombre tiene el deber de extender su libertad a los
demás. Y esta reivindicación de la dignidad propia de un pueblo se daría
inevitablemente, para Martí, por medio de la guerra; esa sería la vía. Y bien
claro lo dice: “esta no es la revolución de la cólera, es la revolución de la
reflexión” (Martí, J. 1988, 107).
Martí vivió en el extranjero durante varios años, lo que lo llevó
a fundar el liberalismo en la justicia y la solidaridad entre los pueblos.
Sostenía que la guerra en Cuba era necesaria para hacer justicia, para ga-
rantizar la justicia social, para equilibrar las clases y preservar la libertad.
Por eso nos dice:
… la independencia de Cuba y Puerto Rico no es sólo el medio
único de asegurar el bienestar decoroso del hombre libre en el
trabajo justo a los habitantes de ambas islas, sino el suceso histó-
rico indispensable para salvar la independencia amenazada de la
república norteamericana… (Martí, J. 2001, t.. 3, 143).
Las acepciones que Martí le imprimió a la guerra se vieron
frustradas en la praxis por una serie de acontecimientos. El primero de
ellos fue su propia muerte al inicio de las contiendas, a lo que se suma la
muerte de Antonio Maceo y la intervención en el conflicto armado de los
Estados Unidos, desatando una guerra hispano–cubano–norteamericana,
con la consiguiente ocupación de la Isla y la mediatización de la repúbli-
ca, que nacerá el 20 de mayo de 1902, con el apéndice neocolonial de la
Enmienda Platt9.
9 Ley del Congreso de Estados Unidos impuesta como apéndice a la Constitución
cubana a principios del siglo XX, bajo la amenaza de que de no pacificarse la Isla,
permanecería ocupada militarmente.
107Cuyo. Anuario de Filosofía Argentina y Americana, v. 30, 2013, p. 89 a 115.
En sus poesías, cuando José Martí refiere el tema de la guerra,
lo hace desde pares de conceptos dicotómicos estableciendo, de esta ma-
nera, una visión muy original: castigo / perdón; agresión / caridad; ofensa
/ amor. Dentro de su vasta obra poética podemos encontrar el sentido de
esta idea de la guerra, como es el caso del poema XXXVI de sus Versos
Sencillos donde, por medio de la metáfora, aclara la complejidad de la
esencia de la misma:
… Ya sé: de carne se puede / Hacer una flor; se puede / Con
el poder del cariño, / Hacer un cielo, ¡y un niño! / De carne se
hace también / El alacrán; y también / El gusano de la rosa, / Y
la lechuza espantosa… (Martí, J. 2002, 52).
Así como en la poesía, en gran parte de su intercambio episto-
lar con personalidades del mundo o en sus columnas en diarios de toda
América, deja siempre en claro su idea de la guerra:
… la guerra es poética y se nutre de leyendas y asombros. La
guerra no es serventesio repulido con ribete de consonante y encaje
de acentos. La guerra es oda. Quiere caballos a escape, cabezas
desmelenadas, ataques imprevistos, mentiras gloriosas, muertes
divinas… (Martí, J. 2001, t. 13, 124–125).
Y de esos pares dicotómicos de conceptos sobre la guerra, Martí
decide resaltar el aspecto positivo. Por eso es que rescata como caracterís-
tica esencial el tema de que la guerra debe ser, sobre todo, breve. Su idea
de las acciones en 1895 iban en ese sentido, pero Fernandina fracasó y la
brevedad de la guerra se dio en el sentido inverso al de Martí. Así, en una
de las cartas que le escribe a Figueredo le comenta acerca del fracaso de
la Guerra Chiquita y su idea de “una guerra fuerte, breve y republicana”.
Incluso en una carta a Gómez escrita en Montecristi sostiene: “... usted
verá cómo a guerra rápida y amor encendemos el país” (Martí, J. 2001, t.
4, 90). El 15 de abril de 1895, en una carta a Gonzalo Quesada reafirma su
idea de brevedad en el conflicto: “…mil armas más, y parque para un año,
108 Claudio Gallegos. El 98 cubano. Un abordaje histórico–filosófico desde […]
y hemos vencido…” (Martí, J. 2001, t. 4, 129).
Será en el “Manifiesto de Montecristi”, escrito junto a Máximo
Gómez, donde considere a la guerra como un suceso político de continuidad
que viene desde 1868, con objetivos claros que se repiten en el trayecto que
atraviesa la revolución en Cuba. Dice abiertamente:
… la guerra no es el insano triunfo de un partido cubano sobre
otro, o la humillación siquiera de un grupo equivocado de cubanos;
ni la tentativa caprichosa de una independencia más temida que
útil, […] sino el producto disciplinado de la resolución de hom-
bres enteros que en el reposo de la experiencia se han decidido
a encarar otra vez los peligros que conocen, y de la congregación
cordial de los cubanos de más diverso origen, convencidos de que
en la conquista de la libertad se adquiere mejor que en el abyecto
abatimiento las virtudes necesarias para mantenerla… (Martí, J.
2001, t. 4, 93–94).
Y añade para concluir:
… en la guerra que se ha reanudado en Cuba no ve la revo-
lución las causas del júbilo que pudieran embargar al heroísmo
irreflexivo, sino las responsabilidades que deben preocupar a los
fundadores de pueblos… (Martí, J. 2001, t. 4, 93–94).
Retomando el tema sobre la lectura de las guerras de su patria,
Martí recuerda el levantamiento de Céspedes dejando en claro otro de los
aspectos de su ideal de guerra:
… sí, aquellos tiempos fueron maravillosos. Hay tiempos de
maravilla, en que para restablecer el equilibrio interrumpido por la
violación de los derechos esenciales a la paz de los pueblos, aparece
la guerra, que es un ahorro de tiempo y de desdicha, y consume
los obstáculos al bienestar del hombre en una conflagración puri-
ficadora y necesaria… (Martí, J. 2001, t. 4, 236).
109Cuyo. Anuario de Filosofía Argentina y Americana, v. 30, 2013, p. 89 a 115.
El mismo discurso citado anteriormente muestra también los in-
convenientes a la hora de reorganizar las fuerzas y la reserva que algunos
hombres tenían con las ideas de Martí:
No nos compunge andar un poco solos, en lo que se ve, sabien-
do, como sabemos, que nuestro ejército está debajo de la tierra, y
saldrá a su hora, y bajará del cielo, pronto y bien armado… (Martí,
J. 2001, t. 4, 254).
Era evidente el empeño de José Martí en la guerra y en unir a los
cubanos, porque esas situaciones eran amalgamas. Sostenía que la guerra
era el fundamento de la unión y no la unión el fundamento de la guerra.
El Apóstol de la revolución también fomentó los ideales morales
de los patriotas para evitar que los vicios propios de los humanos alejaran
al hombre de los ideales libertarios, como dejan ver los escritos de Clau-
sewitz y Kant. Todos rescatan las cualidades éticas. Y así lo deja en claro
en el “Manifiesto de Montecristi”:
… la guerra no es contra el español, que, en el seguro de sus
hijos y en el acatamiento a la patria que se ganen, podrá gozar
respetado, y aun más amado, de la libertad que sólo arrollará a
los que le salgan, imprevisores, al camino. Ni el desorden ajeno a
la moderación probada del espíritu de Cuba, será cuna la guerra;
ni de tiranía. Los que la fomentaron, y pueden aun llevar su voz,
declaran en nombre de ella ante la patria su limpieza de todo odio,
su indulgencia fraternal para con los cubanos tímidos o equivoca-
dos, su radical respeto al decoro del hombre, nervio del combate y
cimiento de la república, su certidumbre de la aptitud de la guerra
para ordenarse de modo que contenga la redención que la inspira,
la relación en que un pueblo debe vivir con los demás, y la realidad
que la guerra es, y su terminante voluntad de respetar, y hacer que
se respete, al español neutral y honrado, en la guerra y después de
ella, y de ser piadosa con el arrepentimiento, e inflexible solo con
el vicio, el crimen y la inhumanidad… (Martí, J. 2001, t. 4, 94).
110 Claudio Gallegos. El 98 cubano. Un abordaje histórico–filosófico desde […]
La diferencia que encontramos en la guerra para Martí con res-
pecto al resto de los movimientos anticolonialistas latinoamericanos radica
en que la conducción política la realiza un partido político: el Partido Revo-
lucionario Cubano (PRC). Fue la única revolución contra el imperio español
que no fue liderada por un caudillo ni por un grupo de la burguesía criolla.
Asimismo, destacamos que ese partido era policlasista, bajo la dirección de
la intelectualidad, con representantes de sectores obreros y jefes militares
nacionalistas que, como Antonio Maceo y Máximo Gómez, habían partici-
pado en la primera guerra de liberación de los Diez Años.
Y justamente allí reside una de las principales diferencias con
las guerras anticolonialistas de los revolucionarios de 1810. La guerra para
Martí, además de ser anticolonialista, es antiimperialista, porque Cuba
sufría, al mismo tiempo, la opresión de los Estados Unidos.
El carácter político y social de la guerra dado por Martí lo reafir-
man todos los artículos de las Bases y Estatutos del Partido Revolucionario
Cubano por él redactado, en los cuales anuncia reunir:
… los elementos de revolución hoy existentes y allegará sin
compromisos inmorales con un pueblo u hombre algún […] a
fin de fundar en Cuba por una guerra de espíritu y métodos
republicanos, una nación capaz de asegurar la dicha durable de
sus hijos y de cumplir, en la vida histórica del continente, los
deberes difíciles que su situación geográfica señala… (Vitier, C.
1996, 161).
No solamente en la teoría Martí se relacionó con la guerra. Tam-
bién fue un osado militar que dejó su vida en el campo de batalla el 19
de mayo de 1895 en Dos Ríos. Llevó a cabo un movimiento insurreccional
y creó el Partido Revolucionario Cubano, con el objetivo de dirigir la gue-
rra y la revolución. En esta organización, de tinte multiclasista, incorporó
veteranos y jóvenes, apodados “pinos nuevos”. De esta manera considera
también que la guerra es un procedimiento político, que se encuentra a
cargo de un partido político, como fue el Partido Revolucionario Cubano
(Martí, J. 1992, 84).
111Cuyo. Anuario de Filosofía Argentina y Americana, v. 30, 2013, p. 89 a 115.
Martí sostiene que la guerra es el componente fundamental para
la liberación nacional, no solo por acumular fuerzas suficientes más allá de
los marcos coloniales, sino porque su propósito supera la independencia
de un país. Piensa en la verdadera fundación de una sociedad, en donde
también oprimidos, indios y negros colaboren en la realización de profundos
cambios individuales y colectivos.
Queda claro que no bastaba con quebrar el vínculo colonial es-
pañol, sino que también era necesario romper la dependencia económica
con Estados Unidos, que ya había logrado el control de los ingenios azu-
careros y de la producción tabacalera gracias a las fuertes inversiones de
capital monopólico. En este sentido, el anticolonialismo de Martí era a la
vez antiimperialismo.
En alusión a lo anteriormente mencionado, es menester destacar la
Conferencia Monetaria Panamericana de 1891. Allí, Martí señaló las caracterís-
ticas esenciales de lo que posteriormente sería la dependencia económica:
Quién dice unión económica, dice unión política [...]. Hay que
equilibrar el comercio para asegurar la libertad [...]. El influjo ex-
cesivo de un país en el comercio de otro, se convierte en influjo
político [...], el pueblo que quiera ser libre, sea libre en negocios
(Martí, J. 2001, t. 6, 160).
La idea de remarcar este punto radica en la doble dependencia
que sufría Cuba con respecto a España y Estados Unidos, que desde inicios
del siglo XIX había desplazado a la metrópoli colonial del comercio de
importación y exportación de la Isla.
En la práctica, Martí tenía claros los objetivos de su lucha en la
guerra: la unión de los cubanos y la negación a cualquier tipo de anexión
a Estados Unidos, ya que para él esto significaba la expansión imperialista
por las tierras de América. De hecho lo dice taxativamente: “…viví en el
monstruo, y le conozco las entrañas; y mi honda es la de David…” (Martí,
J. 2001, t. 4, 168).
El accionar de Martí en la guerra se circunscribe, sobre todo, a los
hechos acaecidos hacia 1895, a los cuales los consideró una continuación
112 Claudio Gallegos. El 98 cubano. Un abordaje histórico–filosófico desde […]
de las contiendas de 1868. Pero los preparativos para llevar a cabo la Guerra
Necesaria son anteriores. Ya desde la firma del Pacto del Zanjón, por medio
del cual culmina la Guerra de los Diez Años hacia 1878, Martí buscó la libe-
ración de Cuba por medio de la Guerra Necesaria, a través de, por ejemplo,
la reorganización del PRC, porque consideraba que las mayores concesiones
que ese escrito esgrimía no se acercaban en nada a su idea de Cuba. Es por
eso que desde el exilio exclamó:
¡Creen que vuelvo a mi patria! ¡Mi patria está en tanta fosa
abierta, en tanta gloria acabada, en tanto honor perdido y vendido.
Yo no tengo patria hasta que la conquiste. Voy a una tierra extraña
donde no me conocen, y donde, desde que me sospechen, me
temerán… (Martí, J. 2002, 45).
Sus aliados incondicionales en la lucha fueron Máximo Gómez y
Antonio Maceo, a los cuales se suman la lealtad de viejos y nuevos comba-
tientes, blancos y negros, todos bajo el objetivo único de la libertad. Como
le escribiera a Rodolfo Menéndez el 3 de mayo de 1894:
… se produce hoy en nuestra Patria una situación revolucionaria
ya madura, no por capricho de nuestro deseo ni pujo intenso de
la emigración, sino por la confianza, aunque justa, por mí mismo
inesperada, de la gesta activa y virtuosa del país en la obra des-
interesada y ordenada de la emigración, y por las persecuciones
ya apenas encubiertas del gobierno que amenazan, si no se les
estorba a tiempo, mermar o desmigajar en el país las fuerzas de
la revolución… (Martí, J. 2001, t. 3, 171).
Martí enfrenta la guerra junto con representantes de los sectores
más radicales de las capas medias de la sociedad, en donde los trabajadores
cubanos participaban activamente, generando un proceso democrático
revolucionario y de liberación nacional. Con el comienzo de la Guerra de
1895, estas ideas republicanas a las que se asocia la lucha, se encuentran en
íntima relación con un sentimiento latinoamericanista y antiimperialista.
113Cuyo. Anuario de Filosofía Argentina y Americana, v. 30, 2013, p. 89 a 115.
Como bien decía, “… el tentáculo del pulpo yanqui se extendió sobre
nuestro territorio para arrebatarnos la victoria inminente…” (Martí, J. 2001,
t. 4, 169).
Y así como no comulgaba con el naciente imperio del Norte,
sabía también que con España no había negociación posible; que el único
camino era el enfrentamiento armado, ordenado, breve y necesario, y esto
queda muy patente en un poema dramático, llamado Abdala, escrito a sus
15 años:
¡A la guerra corred! ¡A la batalla, / Y de escudo te sirva, oh
patria mía / El bélico valor de nuestras almas; […] / Quien a su
patria defender ansía / Ni en sangre ni en obstáculos repara; / ya
herido en el combate confiesa ante la muerte: / ¡Oh, qué dulce es
morir cuando se muere / Luchando audaz por defender la patria!
(Martí, J. 1869, 20–22).
En algún punto pareciera que a tan temprana edad estaba escri-
biendo su propio futuro; principio y fin que entremezcla ficción y realidad.
Por último, resaltemos que José Martí fue un pensador, un lucha-
dor civil devenido soldado, a diferencia de Bolívar, San Martín u O’Higgins,
quienes eran militares, y no extraña que vieran en las armas el mejor medio
para la liberación. Lo que sí tenía bien claro era que:
… una revolución es necesaria todavía: la que no haga pre-
sidente a su caudillo, la revolución contra las revoluciones: el
levantamiento de todos los hombres pacíficos, una vez soldados,
para que ni ellos ni nadie vuelvan a serlo jamás… (Martí, J. 1992,
99).
Pero mientras llegaba esa revolución de “pacíficos”, para lograr
la independencia de Cuba, comprendió que era necesario recurrir a la
fuerza.
En síntesis, Martí sostiene que la única manera para salir del colo-
nialismo español es por medio de la guerra, como una necesidad histórica,
114 Claudio Gallegos. El 98 cubano. Un abordaje histórico–filosófico desde […]
inclusive. A través de ella se buscaba la fundación de la república demo-
crática con su propio gobierno soberano, que propiciaría la paz perpetua
y la justicia social. La guerra no destruía, la guerra construía una nueva
sociedad, por eso su empeño en preparar una que sirviera de ejemplo a
todos los que la estudiaran o tomaran como referencia. En este sentido,
remarcaba que la guerra en Cuba no era únicamente contra las ambicio-
nes del naciente imperialismo estadounidense; era la lucha para lograr el
equilibrio del mundo: “es un mundo lo que estamos equilibrando, no son
sólo dos islas las que vamos a liberar” (Martí, J. 2001, t. 3, 142). “Un error
en Cuba, es un error en América, es un error en la humanidad moderna.
Quien se levante hoy con Cuba, se levanta para todos los tiempos” (Martí,
J. 2001, t. 3, 143).
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