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CAPÍTULO IX EL SIGNIFICADO DE LA RIA DE HUELVA EN EL CONTEXTO DE LAS RELACIONES DE INTERCAMBIO Y DE LAS TRANSFORMACIONES PRODUCIDAS EN LA TRANSICION BRONCE FINAL/EDAD DEL HIERRO Marisa Ruiz-Gálvez Priego* ABSTRACT.—The interpretarían of tite Ría de Huelva fiadas a shipwrecked cargo is analvsed here oit rite basis of otiterparanterers, proving titar its interpretatio,t as a shipwreck is ííot tite only one wí,ici¡ is valid. Accordi¡íg to tite auritor, tite ¡toare! isfairly horno geneus atid appears to have been cast in a single regio». Furtitermore, al! rite artefacts btu pvvo, represent status or social class <offensive ane! deifensive weapoas, ¡tetas of personal adornrnenr..) ane! are aol sintply scrap ¡a eral. frs deposition ¡a a sacred place is compared u’iuit otiter lzaards whose ultimare significance appears to be votive, ivhetiter or nor itt tite forní ofafunerarv offering. Tuis deposirion of artefacrs sitaule! be seen tertas of titeirprecious narure identifyi¡tg social posi- tion, ratiter tizan as a conínzoditv. Since tite Huelva Peniasula displays topograpitical atid srraregic citaracterisrics similar ro titase of otiter pla- ces hz Europe ja tite Late Broaze Age, titese are alsa analvsed cae! it is nated titar níasr of thent are paints caarrolling tite access to eco,ío,n¡c resaurces. A crirical study of theta ,nakes ir possibie ta iníerpret titeir loca- tion asan aiternariveform offunerary ritual ro bu rial, wiuich begam¡ ro gaht ht signíficaacefrom tite rime whemt a citan ge itt rite organizarion of tite laadscape rook place. Titiscaulditave been tite fruir of new ane! more effi- ctent eco/toattc practices ane! of a different social orga¡tizatiozt. la titis landscape, tite control of strategic poiars ,íteans power atte! is níarked botii piíysicaliv ane! svníbolicaliy. Tite appearance of weapons it: waíer ane! of objers representing izigií social status itt tite SW., ,s’ould he ha- Lcd to a socio—political citange, witicit revitalised ion g—e!istance excitan ges attd maLes crucial tite control of strategic poitts of enterittg aná travelling wititin tite regiomt. Swords une! warrior stelae represettt a process of rerrirorializarion, witicit srarrs ro develop itt rite Late Bronze Age une! coi,ícides wirh rite esrablisitmnear of exc/tange routes berweet rite Wesrern Atla,ític ane! tite Cetttral Medite rreneaa, As sertle,nenrs becamne ‘no re visible atd perínaneur, tite deposiriamz of weapoas became rarer aná was repla- cee! hy ritose titar acree! as atarLers of p-operty. Tuis ch att ge itt svntbolisnt would culminare in rite appea rail- ce of walls aroune! Tartessian seírlerne,tts. Yo creo que en los apartados anteriores se han a) Metalografías y espectografías de la Ría pare- manejado datos que permiten argumentar tanto a favor cen señalar, como vimos, facturas y aleaciones simila- como en contra, de la interpretación de la Ría de res, con independencia de que los objetos que forman Huelva como el cargamento de un barco hundido. el conjunto respondan a una morfología “atlántica” o Vamos a ir viendo los argumentos en uno y otro senti- “mediterránea”. Ello indicaría que todas las piezas que do, a fin de tratar de llegar a una concluston. forman el dragado de la Ría de Huelva, se fundieron * Depaz-tamenio de Prehistoria. Universidad Compluiense. 28040 Madrid.

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CAPÍTULO IX

EL SIGNIFICADO DE LA RIA DE HUELVA EN EL CONTEXTODE LAS RELACIONES DE INTERCAMBIO

Y DE LAS TRANSFORMACIONES PRODUCIDASEN LA TRANSICION BRONCE FINAL/EDAD DEL HIERRO

Marisa Ruiz-GálvezPriego*

ABSTRACT.—The interpretarían of tite Ría de Huelva fiadas a shipwrecked cargo is analvsed here oit ritebasis of otiterparanterers, proving titar its interpretatio,t as a shipwreck is ííot tite only one wí,ici¡ is valid.

Accordi¡íg to tite auritor, tite ¡toare! isfairly hornogeneus atid appears to have been cast in a single regio».Furtitermore, al! rite artefacts btu pvvo, represent status or social class <offensive ane! deifensive weapoas,¡tetas of personal adornrnenr..) ane! are aol sintply scrap ¡aeral. frs deposition ¡a a sacred place is comparedu’iuit otiter lzaards whose ultimare significance appears to be votive, ivhetiter or nor itt tite forní ofafunerarvoffering. Tuis deposirion ofartefacrs sitaule! be seen 1» tertas of titeirprecious narure identifyi¡tg social posi-tion, ratiter tizan as a conínzoditv.

Since tite Huelva Peniasula displays topograpitical atid srraregic citaracterisrics similar ro titase ofotiter pla-ces hz Europe ja tite Late Broaze Age, titese are alsa analvsed cae! it is nated titar níasr of thent are paintscaarrolling tite access to eco,ío,n¡c resaurces. A crirical study oftheta ,nakes irpossibie ta iníerpret titeir loca-tion asan aiternariveform offunerary ritual ro burial, wiuich begam¡ ro gaht ht signíficaacefrom tite rime whemta citan ge itt rite organizarion of tite laadscape rook place. Titiscaulditave been tite fruir of new ane! more effi-ctent eco/toattc practices ane! of a different social orga¡tizatiozt. la titis landscape, tite control of strategicpoiars ,íteans power atte! is níarked botii piíysicaliv ane! svníbolicaliy.

Tite appearanceof weapons it: waíer ane! of objers representing izigií social status itt tite SW., ,s’ould he ha-Lcd to a socio—political citange, witicit revitalised iong—e!istance excitanges attd maLes crucial tite control ofstrategic poitts of enterittg aná travelling wititin tite regiomt. Swords une! warrior stelae represettt a processof rerrirorializarion, witicit srarrs ro develop itt rite Late Bronze Age une! coi,ícides wirh rite esrablisitmnear ofexc/tange routes berweet rite Wesrern Atla,ític ane! tite Cetttral Medite rreneaa,

As sertle,nenrs becamne ‘nore visible atd perínaneur, tite deposiriamz of weapoas became rarer aná was repla-cee! hy ritose titar acree! as atarLers ofp-operty. Tuis ch att ge itt svntbolisnt would culminare in rite appearail-ce of walls aroune! Tartessian seírlerne,tts.

Yo creo que en los apartados anteriores se han a) Metalografías y espectografías de la Ría pare-manejado datos que permiten argumentar tanto a favor cen señalar, como vimos, facturas y aleaciones simila-como en contra, de la interpretación de la Ría de res, con independencia de que los objetos que formanHuelva como el cargamento de un barco hundido. el conjunto respondan a una morfología “atlántica” oVamos a ir viendo los argumentos en uno y otro senti- “mediterránea”. Ello indicaría que todas las piezas quedo, a fin de tratar de llegar a una concluston. forman el dragado de la Ría de Huelva, se fundieron

* Depaz-tamenio de Prehistoria. Universidad Compluiense. 28040 Madrid.

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en una misma región, seguramente el propio Suroeste,aunque objetos como la lanza calada de tipo británico,las fíbulas o los cascos, reproduzcan prototipos forá-neos.

Esto, en principio, no estaría en desacuerdo con laidea de un barco que transporta chatarra procedentedel SO. y que se hubiera hundido nada más salir depuerto.

Pero, de otro lado, el supuesto cargamento, tanhomogéneo, desentona con la idea de un barco que varecogiendo mercancía de puerto en puerto, comovemos en los pecios del Mediterráneo. Este tipo decargamento heterogéneo, de materias primas, objetosde lujo y chatarra que denota un circuito por diversospuertos, es el que encontramos en Ulu Burum (Bass1991), Kfar Samir (Galili et al 1986), Gelindonya(Bass 1991)o Rochelongue (Bouscaras 1971). El pri-mero transportaba materias primas de lujo: lingotes decobre, estaño y plata; colmillos en bruto de elefante ehipopótamo; conchas de tortuga; troncos de ébano;perfumes, frutos y especias (Haldane 1993). El deKfar Samir, lingotes de metal de diferente procedencia(Galili et al 1986). El de Gelindonya, aceites, perfu-mes, frutos secos, cerámicas, lingotes “piel de buey”,chatarra y un equipo de fundidor. Finalmente, el deRochelongue transportaba chatarra de diversa proce-dencia, tortas de cobre, lingotes de estaño y un equipode fundidor (Bouscaras 1971).

Por el contrario, el conjunto de la Ría es muy homo-géneo y selectivo y todos los objetos que contiene sonindicativos de estatus o de clase social. Si repasamosel inventario, veremos que estos se agrupan dentro delos siguientes apartados:

A) Armas ofensivas: espadas, puñales, lanzas consus regatones y puntas de flecha. Este apartado es elmayoritario en la Ría.

B) Armas defensivas: cascos.

C) Elementos asociados a la equitación o al uso de

vehículos rodados: pasarriendas.D) Vestimenta: fíbulas, botones, broches de cintu-

rón y una aguja.

E) Utiles u objetos asociados al trabajo del fundi-dor: Un pequeño escoplo, propio de trabajos de preci-sión y algunos fragmentos de cobre y bronce, ademásdcl, excepcional, de hierro sobre el que volveré y unperdido punzón biapuntado (Almagro Basch1958:227).

Así pues, de un conjunto de más de cuatrocientaspiezas, sólo nueve responden a lo esperable en unbarco que trasporta chatarra. Es cierto que muchos delos objetos, espadas y cascos en especial, aparecieronrotos. Esto podría responder al tratamiento del objetocomo chatarra. Pero no es la únicaposible explicación.Otra es que hubieran sido inutilizadas voluntariamen-

te, con el fin de impedir su reutilización. Eso es lo queexplica las falcatas y soliférrea dobladas de las tumbas,tanto ibéricas como celtibéricas, de la Segunda Edaddel Hierro. Y eso también, el que la espada “Monte SaIdda” de Alcalá del Río, apareciera doblada cuando fueextraída de aguas del Guadalquivir. Aunque, posterior-mente, su comprador se empeñara en enderezarla. Yeso ocurre también en Flag Fen (Pryor 1991).

En un breve, pero jugoso trabajo, Rowlands(1986:746), recordaba que el gesto de Arturo mori-bundo, encomendando a Sir Bedevere que arroje suespada “Excalibur” a las aguas, no era en lo absolutogratuito. Por el contrario, ello responde al hecho, pro-pio la mayoría de las sociedades “primitivas” o prein-dustriales, de que ciertos objetos se consideren estre-chamente vinculados a su dueño. Parafraseando aMauss (1924—25), se considera que estos objetos tie-nen Hau, es decir, que encaman la esencia espiritual opsicológica de su poseedor. Por ello, argumentabaRowlands (ibidem), no deben caer en manos extrañaso enemigas y deben ser destruidos. Que esta idea haestado arraigada en nuestras sociedades antiguas, loindica el que muchas tribus celtas y germanas consi-deraran que ciertos objetos ligados a ellos, como espa-das, cascos, lanzas o caballos, poseían vida animada.Y por ello se les dio nombre. Y por ello era costumbrejurar por la espada. Tal costumbre, como la de confe-rir una dignidad mediante la imposición de la espada,siguió vigente en la Edad Media. Y así también, la deconsiderar que la espada es parte de su dueño. Por eso,el grito de guerra de los almogávares era “despertaferro” y golpeaban la espada contra una roca para“despertarla”. Por eso, Roldán destruye su espadaantes de morir. Esa misma explicación propone R.Olmos (1988:65—6), a partir del análisis metalográficode Sanz y Rovira, del casco griego del Río Guadalete.Este está claramente inutilizado mediante una perfora-ción hecha de dentro afuera. Y el mismo autor(Ibidem:66), prosigue afirmando, a propósito del pro-pio casco griego de la Ría, del que falta también unfragmento de la parte posterior, que su hallazgo en lasaguas puede responder a un rito, bien conocido en elmundo jonio y focense, en el que el hombre estableceun vínculo mágico con el objeto, lo que llena de senti-do su ofrenda a las aguas.

Otro argumento a favor de ladeposición intenciona-da, no accidental, de las armas de la Ría es el que,cuando fueron dragadas en 1923, algunas de las lanzasaún conservaban el astil de madera, lo que quiere decirque fueron arrojadas al agua enmangadas. Así pues, lamadera hubiera permitido que, parte al menos de lasarmas, hubieran flotado el tiempo suficiente comopara haberlas recuparado de haberlo querido (Hooper& O’Connors l976) (l).

(1) Agradezco a Richard Bradley este dato y la referencia biblio-gráfica.

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Finalmente, si comparamos dos conjuntos segura-mente coetáneos, como son Ría de Huelva y el depó-sito portugués de Baióes (Silva 1986), las diferenciasentre ambos son significativas. Aunque, lamentable-mente, el proyecto no ha tenido acceso ni a los análi-sís realizados en el depósito portugués, ni a la toma demuestras del mismo, ciertas comparaciones entreambos son posibles. Baióes responde, en mi opinión, aun depósito de fundidor. Varias razones avalan estainterpretación:

a) Lo heterogéneo del conjunto, con piezas reciénfabricadas y otras claramente deterioradas e inservibles.

b) La aparente (2) disparidad de orígenes de laspiezas reunidas. Unas, como las hachas son claramen-te locales. No sólo porque son típicas del Centro dePortugal, sino porque conservan aún rebabas vivas.Otras, tipológicamente al menos, son mediterráneas.Es el caso del carro y los pasarriendas. Otras, como elgancho y el cincel tubular, responden a una morfolo-gía “atlántica”, pero no son muy características delCentro de Portugal, por lo que podrían venir de otrazona. Y otras, en fin, como el hierro, responden a unatecnología totalmente ajena a la región. La sensación,con la reserva que el desconocimiento de su composi-ción analítica impone, es que ese cargamento de metalprocede de puntos diferentes.

e) El carácter mixto del conjunto, que incluyeobjetos identificatívos de rango social, como los cuen-cos metálicos, el gancho y los pasarriendas, el carro olos brazaletes, junto con útiles como las hachas y lashoces, así como el cincel de hierro, por muy excepcio-nal que éste sea como instrumento.

Yo creo que en este caso si nos hallamos ante undepósito de metalúrgico o fundidor. Pues, comovimos, su carácter es claramente diferente al conjuntode la Ría.

Además, interpretar Ría de Huelva como ofrendavotiva, sea o no funeraria, tiene sentido. Como haseñalado reiteradamente Bradley (1982, 1988 y 1990),la amortización de riqueza en actos públicos, comofunerales, pero también con motivo de otro tipo derituales de paso como los de iniciación, sucesión aloficio etc., consituye un potlatch, una exhibición deriqueza y poder por parte de un individuo, una familiao un linaje. Es un acto de propaganda política. Perotambién tiene un aspecto económico. Porque la retira-da de la circulación de determinados objetos de valorsocial, mantiene su escasez e impide su depreciación.

Unicamente desentona con la idea de que se trata deuna deposición ritual e intencionada, la presencia, bienque minoritaria, de útiles y de fragmentos de metal.

Pero, como vimos, (vide supra), en Flag Fen serecuperó tambien metal fragmentado y el equipo de un

(2) A falta de análisis, mi interpretación se basa meranienie endalos tipológicos.

metalúrgico. La categoría social del que trabaja con elmetal es ambigua y varía, del miedo y la marginacióna la aceptación y estima, según las sociedades. Lo quesí parece es que, en muchas de la Edad del Bronce ydel Hierro, marginado o no del resto de la comunidad,gozó de un estatus especial por su conocimiento espe-cializado. Así, recientemente Aubet (en prensa) hacíapúblicos los datos del estudio antropológico de losenterramientos contenidos en los túmulos A y B de lanecrópolis de Setefilla (Sevilla), correspondiente a laPrimera Edad del Hierro. Los túmulos parecen conte-ner las incineraciones de individuos unidos en vida porvínculos de parentesco. La posición, central o periféri-ca del enterramiento bajo el túmulo, parece estar enrelación con el sexo o la posición social del individuodentro del linaje. En el primero de ellos y en posiciónperiférica, apareció la incineración de un adulto/viejo,acompañado de ajuar funerario constituido por unequipo de metalúrgico. Yo diría que la posición margi-nal del enterramiento deriva aquí, menos del rangoinferior del individuo, pues aparece enterrado conajuar identificatívo de su oficio, como de la posiciónmarginal que el individuo debió ocupar dentro de susociedad en vida. Como alguien necesario pero al quese teme, debido a sus poderes y conocimientos cuasimágicos, que le permiten tranformar la naturaleza. Enotras sociedades, sin embargo, aparece aceptado eintegrado. En la mayoría, no obstante, integrado o no,su papel dentro de la sociedad en tanto que detentadorde poderes y conocimientos especiales, es destacado yno es infrecuente que se le entierre con los atributosdistintivos de su oficio (Ransborg 1984). Creo, porello que no debemos descartar que el escoplo y el pun-zón biapuntado pudieran representar el ajuar funeraríode alguien que goza, por sus conocimientos especiales,de un papel destacado en su sociedad.

b) El lugar del hallazgo y los restos de maderaasociados es otro punto importante a discutir. En lapublicación del hallazgo por Albelda (1923), Díaz(1923), Gómez Moreno (1923) y posteriormenteAlmagro Basch (1 940), se dice que la draga “Cinta”extrajo una serie de armas a cierta profundidad. En lade Terrero (1944), se añade que aparecieron además“algunos vestigios de madera”. Estos últimos no fue-ron conservados y analizados. No existen fotos, dibu-jos o descripciones de estas, por lo que se desconocensus características y si pertenecían a las propias armasdragadas o si, por sus dimensiones, podría tratarse dematerial constructivo. Albelda (Ibidem:222), describíael corte geológicoen que se produjo el hallazgo de estamanera:

En ¡aparre superior, aluviottesfattgosos del Odiel,deforntaciót: tnoderna y desde los 9 a los 9.50 ¡a, are-¡tas gruesas y conchas, ett medio de las cuales seemicontraron las armas. Después fatgo de arcilla azul,tau>’ homogénea que alcanza gran profwtdidad.

La reconstrucción paleogeográfica habitualmenteaceptada de la desembocadura conjunta de los ríos

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Tinto y Odiel es la de un golfo marino, paulatinamen-te colmatado desde el Calcolitico y acentuado por pro-cesos antrópicos a partir, sobre todo, de la Baja EdadMedia y Epoca Moderna (Borja, F. & Díaz, F.1994:22). Por tanto, la geografía y el paisaje coetáne-os de la deposición de los bronces, tuvo que ser muydiferente del actual. De acuerdo con ello, (Díaz1986:19; Garrido & Orta 1989: 5—8 y 83; Ruiz Mata1990:58—60) la actual ciudad de Huelva era una penín-sula rodeada por los ríos Tinto, Odiel y Anicoba yunida al continente por un pequeño itsmo que, comorecuerdan Garrido y Orta (Ibidem:83), todavía en el s.XIX constituía el único acceso a la ciudad desde tierrafirme. Ello resaltaría aún más la apariencia, casi insu-lar, del promontorio en que se asentaba Huelva.

Según esto, desde el punto de vista de los intercam-bios comerciales, la Península de Huelva ocuparía unlugar privilegiado pues reproduce circunstancias topo-gráficas y estratégicas similares a las que se han des-crito en otros sitios europeos del Bronce Final y en lascolonias fenicias de la Edad del Hierro. Como en clcaso de Choisy au Bac, la península de Huelva sehallaba estratégicamente situada entre dos grandescursos fluviales que permitían el acceso a las riquezasde su hinterland: los minerales tanto del SO. como deExtremadura, pero también, el ganado, posiblementela sal y otros productos más difíciles de detectar.

Así pues, los restos de madera asociados al hallaz-go, a los que, curiosamente, únicamente se refiereTerrero, podrían, tal vez, corresponder al barco hundi-do. Pero, como en Runnymede Bridge, en Clifton o enCaldieot (3), podría tratarse de un embarcadero. O,como en North Ferriby, de una calzada de madera quepermitía deslizar las embarcaciones de y hacia laplaya. O, podría tratarse de una empalizada y de unaplataforma de madera de carácter ritual, como en FlagFen. O podrían, simplemente ser parte de las armas.

No conservamos restos de la madera, ni el hallazgofue seguido de una excavación submarina — impensa-ble además, en la época —‘ por lo que cualquier espe-culación sobre el significado del hallazgo de madera,es totalmente gratuito. Lo único que he pretendido conesto es indicar, que la interpretación como pecio, aun-que no rechazable, ni es la única posible ni es, proba-blemente la que mejor encaja con los datos.

Es cierto que el conjunto de bronces fué dragado abastante profundidad y sellado entre una capa de alu-viones modernos arriba y otra de arcilla estéril, abajo.Ello ayala la contemporaneidad de la deposición y laposibilidad de que se trate, en efecto, de un buque hun-dido. Pero, por la misma razón, nada prueba tampocoque no fueran arrojadas voluntariamente a las aguasdesde algún tipo de plataforma o embarcación (fig. 26)

No es menos cierto que los bronces se dragaron enun espacio relativamente restringido. Pero ¿ hasta qué

punto? La draga Cinta que fue extrayendo entre marzoy abril de 1923 los bronces, pertenecía al tipo de draga“de rosario”. Es decir, de cinta continua con cangilo-nes. Esta, al contrario de las dragas “de cuchara”,remueve y arrastra el fondo, por lo que no podemosestar seguros del grado de concentración de los bron-ces (4). En cualquier caso, ello tampoco demuestranecesariamente que fuera un pecio. Tambien en FlagFen los bronces se concentraban en un perímetro muyconcreto y sin embargo, no se trata del cargamento deun barco.

c) Aunque no en el sitio exacto del hallazgo de losbronces, se han producido otros en zonas más o menospróximas. Terrero (1944), recogía en su trabajo, ade-más del casco griego ya publicado con anterioridadpor Albelda y Obermeier (1931), en el Boletín de laReal Academia de la Historia, un anzuelo, un cazo debronce y dos fíbulas anulares. Del estudio de estasúlti-mas, se encargará posteriormente Cuadrado (1969).También en 1943 Alvarez Sáez de Buruaga publicóuna espada en lengua de carpa, supuestamente proce-dente de la Ría, en una colección privada. En 1963,Llobregat publicó otra, a la que concedió idéntica atri-bución aunque dice que fue encontrada en la playa,algo después del hallazgo de la Ría. Por ello, proba-blemente no pertenece al hallazgo de 1923.Finalmente, en 1977 Rouillard dió a conocer un frag-mento de aríbalos procedente de los dragados en laRía, sin otra especificación. En cualquier caso, estosobjetos difícilmente podrían interpretarse como carga-mento de un buque hundido. Pues cabe pensar que, porejemplo, llevaran en las bodegas del supuesto barco,algo más que un casco o algo más que unas fíbulas.Tampoco parece factible interpretarlos como una pér-dida casual. El único que podría, en todo caso, respon-der a ésa explicación es el anzuelo pero, difícilmentelos demás.

Del casco griego sabemos que apareció algo más alSur, en el fondeadero del puerto de Huelva (Albelda &Obermeier 1931 :6); De las fíbulas anulares y los res-tantes hallazgos publicados por Terrero no se da indi-cación alguna de su procedencia. Sólo se dice, explíci-tamente, que no proceden del mismo sitio que el con-junto de bronces pero sí de dragados posteriores en laRía. Del aríbalos (Rouillard 1977), no conozco refe-rencia exacta alguna sobre las circunstancias de suhallazgo. En cualquier caso, vista la paleogeografía dela desembocadura de los ríos Tinto y Odiel, es difícilpensar que se perdieran “accidentalmente”. Y puestoque, como cargamento de buques resultan demasiadomagros, sólo puedo pensar que fueron arrojadosvoluntariamente, de nuevo, desde una embarcación odesde algún tipo de plataforma. Ya que, tanto el cascogriego, como las fíbulas, el cazo, etc., son cronológi-

(4) Mi agradec¡miento a mi amigo Juan Pereira. quien me señalólas diferencias entre uno y otro tipo de draga y la importancia de estedetalle para la interpretación del conjunto.(3) véase el capítulo II.

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camente muy posteriores al conjunto dragado en el año23, cabe suponer que la desembocadura conjunta delTinto/Odiel, seguía manteniendo su valor ritual conposterioridad a la Edad del Bronce, aunque no sabe-mos si su significado simbólico era entonces el mismo.

Vistas las evidencias, yo creo que hay más razonespara pensar en una deposición intencionada que acci-dental de los bronces y su carácter social y no prácti-co. Knapp et al.(1988:248), consideraban que cuandoútiles, armas y objetos de adorno aparecían juntos enel mismo depósito, significaba que estos últimos ha-bían perdido su original categoría de objetos valiososy apreciados, y que debían serconsiderados meramen-te como mercancías en un depósito utilitario. Si esto esasí, entonces creo que, claramente, Ría de Huelva res-ponde a una categoría radicalmente opuesta, en la que¡os objetos reunidos, lo han sido por su valor categori-zador como símbolo de estatus social y no por su valo-ración como mercancía.

d) ¿Qué significado tiene entonces Ría de

Huelva?

Para tratar de aclarar este punto, lo primero quedebemos entender es que hallazgos de este tipo, encontextos sagrados o rituales, se producen no sólo enla Edad del Bronce y no sólo en la Europa atlántica.

La reciente publicación de Bradley (l990), recogenumerosos ejemplos que superan ampliamente elmarco cronológico de la Edad del Bronce y el geográ-fico de la cuenca atlántica. Asimismo, en el CapituloII de este libro, vimos variados casos de hallazgos enríos centroeuropeos, desde el Neolítico a época roma-na. V. Bianco Peroni (1978—79: 321—335) recogeigualmente hallazgos de armas, especialmente espadasde la Edad del Bronce, en ciertos ríos italianos, enespecial de la mitad septentrional de la Península que,como sabemos, pertenece geográfica, climática y cuí-turalmente al mundo mediterráneo.

Más recientemente se ha publicadoel hallazgo, obrade dos pescadores, de tres cascos de tipo Montefortinode la Segunda Edad del Hierro, cerca de las Piedras delas Barbadas, frente a la desembocadura de la RamblaCervera o Rio Seco (Castellón de la Plana) (Oliver1992). El sitio es un antiguo fondeadero, hoy entre —6y —10 m. de profundidad, aunque, de acuerdo conOliver (Ibidem:205), durante el período de funciona-miento, la zona estaría menos sumergida y las piedrasformarían un islote frente a la desembocadura.

Incluso, depósitos y hallazgos sueltos de la Edad delBronce, se producen en la mitad NE. de la PenínsulaIbéríca en circunstancias y contextos similares a los de

Fig. 26.—Reconsu-ucció¡t uttoginot-ia cíe conto pudo forniarse el depósizo de Hurí “o.

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la mitad occidental o “atlántica” de ésta, como puertosde montaña y, en general, puntos de cruce. Es el casode la espada “Tipo Monza” (Masachs 1975), de LaLLacuna, encontrada entre las grietas de una roca, alpie de serra Puigfred, en el Penedés. O el depósito deLLavorsí (Lérida) (Gallart 1987) , muy cerca de losPirineos. Este es, ami juicio por su contenido — armas,adornos y útiles —y por la morfología foránea de algu-nas de las piezas, un típico depósito de chatarra, demercancía. El conjunto se descubrió en la verrietzre N.de la Casrelleta, próxima al pico de Puig d’Urdossa,en una vía de paso próxima a la confluencia de doscorrientes fluviales,

¿Por qué entonces consideramos que es una caracte-rística del mundo occidental o atlántico?

Porque, a diferencia de Europa Central o Medi-terránea, una constante en el ámbito de EuropaOccidental es la pobreza de la información habitacio-nal. Desde el Neolítico, como recuerda Sherratt(1990), se produce una clara dicotomía entre EuropaCentral y Occidental. En la primera conocemos lospoblados campesinos ubicados en el cinturón de loess.Pero las necrópolis sólo tardíamente empiezan a hacersu aparición. Por el contrario, en el ámbito Occidental,desde los inicios de la agricultura el mundo de losmuertos parece dominar al de los vivos. Apenas entremediados dcliii milenio y la transición al 110, es decir,entre el Calcolitico/Campaniforme y los inicios de laEdad deFBronce (5), poseemos algunas evidenciasmás firmes de habitación prolongada. Posteriormente,esta se vuelve más difusa o, francamente inexistenteen la mayor parte de la misma y, otra vez, es el ámbi-to funerario el que nos da la clave de la presenciahumana en el territorio de estudio. Cuando a mediadosdel LID milenio a.C. (6) también las necrópolis comien-zan a rarificarse, el vacío informativo se hace aún másdramático. Si en estas fechas conocemos bien el pobla-miento, tanto en la cuenca del Mediterráneo como enEuropa Central, en la que, además de las necrópolistumulares vamos adquiriendo creciente evidencia dehabitats (Grimmer—Dehn 1989), o en el ámbito alpino,en el que conocemos una larga y continuada secuencíade ocupación humana gracias a las posibilidades brin-dadas por la Dendrocronologia (Billamboz et al.1989), el panorama en el área Occidental es desolador.Casi no contamos con otra evidencia para reconstruir-lo que los hallazgos metálicos, aparentemente muyabundantes en la región, aunque, dado que práctica-mente no contamos con otro tipo de información conel que compararlo, hemos tendido seguramente asobrevalorar el papel de la metalurgia.

El interés por el estudio de la metalurgia atlántica seha centrado además, durante mucho tiempo, en los

(5) La cronología que se emplea es calibrada,(6) Es decir, en lo que convencionalmente llamamos Bronce

Medio.

aspectos tipológicos y cronológicos deducibles de suestudio. La razón para ello era la asunción de que estosobjetos, depósitos o hallazgos aislados, carecían detodo contexto arqueológico puesto que no aparecían nien el interior de lugares de habitación, ni formandoparte de ajuares funerarios. Y que por lo mismo, de suestudio era imposible extraer información sobre elpatrón de ocupación humana de un territorio y, muchomenos, de la organización social o ideológica. Cuandoestos hallazgos metálicos se producían en el lecho delos ríos o lagos, como en el caso de la Ría de Huelva,se interpretaba como testimonio del hundimiento deun buque de carga. Incluso, cuando el dragado dearmas en ciertos ríos comenzaba a resultar reiterativo,se consideró fruto de un intenso tráfico comercial ensus aguas (Mohen 1977:199).

La publicación en 1971 por Walter Torbriiige de untrabajo, iluminador y fundamental, acerca de loshallazgos en las aguas, vino a demostrar sin embargo,que lejos de ser pérdidas accidentales o fruto de des-graciados accidentes de navegación, aquellos eranintencionados y dotados, en muchos casos, de simbo-logia funeraria. De la importancia de este trabajo daidea el que, cuantos han escrito después sobre estefenómeno (Bradley 1982, 1988 y 1990; Ruiz—Gálvez1982 y 1984; Brun 1988; Belén/ EscacenalBozzino1991; Belén & Escacena 1992a & b; Escacena 1989;Warmenbol 1991), se han inspirado, directa o indirec-tamente en el mismo. El hecho de que, en la mayoríade los ríos que vierten al atlántico se produjeranhallazgos de armas de la Edad del Bronce y, muy espe-cialmente a partir del Bronce Medio, cuando de modopaulatino las necrópolis empiezan a rarificarse, favo-reció su interpretación en tanto que ritual funerarioalternativo al enterramiento formal. A ello contribuyóel hallazgo y datación en época sincrónica de lasarmas, de cráneos humanos (Bradley & Gordon 1988).Y, puesto que, a diferencia de otras regiones en lasque, amén de hallazgos en las aguas se conocíannecrópolis, en la Europa Atlántica no se conocen otrasformas de enterramiento alternativo, se ha venido aconsiderar típico y característico, no sólo del ritualfunerario, sino también del mundo ideológico atlánti-co (Escacena 1989; BelénlEscacena/Bozzino 1991;Belén & Escacena 1992a & b ; Ruiz—Gálvez 1991).

Y yo creo que estas premisas siguen siendo básica-

mente ciertas, aunque precisan ciertas matizaciones.Nosotros, como hijos de una civilización moderna,

urbana y occidental, tendemos a proyectar nuestraspropias percepciones y nuestra propia visión “domes-ticada” del paisaje, cuando interpretamos el registroarqueológico. Así, el concepto de lo que es un hallaz-go en contexto o descontextualizado, deriva de nues-tros propios prejuicios sobre lo que tal concepto signi-fica y de nuestros patrones psicológicos. Estos condi-cionan nuestra visión, parcelada y domesticada, delpaisaje humano. Sin embargo, Tim Ingold (1986),

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explica muy bien cómo la percepción del paisaje esdistinta para un cazador/recolector móvil que para unagricultor sedentario. Para quien se halla inmerso en elpaisaje que para quien se apropia de él, lo acota, par-cela y domestica. Para nosotros, cualquier vestigioarqueológico que no aparece en un poblado o en unanecrópolis, carece de contexto arqueológico, porque,pensamos, el lugar de habitación o de enterramiento esel referente visible de la presencia humana permanen-te y de la domesticación por parte del hombre, de lanaturaleza. Más, para alguien que se mueve en el pai-saje como es un cazador, pero también un ganadero oun grupo humano, en general, cuya forma de vida sebasa en la movilidad, los referentes visibles son otros.Son aquellos que facilitan su tránsito por éste y que lepermiten acceder a zonas de recursos importantes.Richard Bradley (7) (1991) (Bradíey et al 1993 &1994) ha aplicado estas ideas al estudio del arte rupes-tre. Más recientemente E. Galán (1993:60), ha emple-ado estos mismos conceptos en el estudio de las este-las de guerrero del Bronce Final del SO. Según él, lasestelas serían referencias visibles en un paisaje habita-do, pero aún no asentado aunque en trance de trans-formarse en territorio. En opinión del autor, las estelascumplirían el papel de control territorial que, en unpaisaje domesticado, cumplen habitualmente el pobla-do y la necrópolis. Dentro del mismo, las estelas sesitúan, tanto marcando fronteras entre territorioscomo, dentro de éstos, sirviendo de referencias sobrepuntos de tránsito y zonas de aprovechamiento, noúnica, pero sí fundamentalmente ganadero.

De la misma manera, armas en las aguas o incrus-tadas en las rocas, son un referente, un lenguaje visi-ble para quien transita por un territorio aún no acotadoy delimitado mediante la parcelación y erección depoblados y murallas, del control de una vía estratégi-ca. Algo que, en la Edad Media se hace patentemediante la construcción de castillos que controlan elpaso y cobran portazgo o pontazgo.

Es decir, lo que hace este fenómeno de la deposiciónde objetos metálicos tan típico del mundo atlántico es,a mi juicio, no sólo que sea un rito de paso, funerarioseguramente, sino, sobre todo, el hecho de que elmundo de los muertos, como el de los vivos, es perci-bido y se inscribe en el paisaje, de una forma total-mente distinta a otras regiones como laEuropa Centraly Mediterránea. Ello supone un concepto diferente delpaisaje que es fruto de unas prácticas económicas y deuna organización social distintas. Es difícil pensar queello no conlleve también un mundo ideológico propio.

Decía recientemente Rowlands (1993:93), a propó-sito de la diferencia, tanto en el orden ideológico como

(7) Todas las ideas que aquí se recogen sobre Arqueología delPaisaje, sobre las diferencias conceptuales entre paisaje y territorio osobre el propio concepto de territorialidad, son deudoras de largas eintensas conversaciones mantenidas con Richard Bradtey en Reading yOxford. en oíoño de 1989. Y de sus enseñanzas.

en el relativo a la organización política, entre la cons-tracción de monumentos funerarios conmemorativos,visibles y hechos para ser constante recordatorio y ladestrucción de objetos/personas, mediante su amorti-zación en tumbas o su deposición en las aguas, queésta radica fundamentalmente en la propia naturalezadel origen del orden, el poder y la cohesión en uno yotro tipo de sociedad. Los monumentos conmemorati-vos son propios de sociedades donde la naturaleza delpoder está institucionalizada. La destrucción de losobjetos/personas son propios de aquellas otras, en lasque el poder no lo está aún. Así, unos funerales seconvierten en acto público de sucesión/competiciónpor el poder.

Algo similar señalaron Chapa/Pereira (1991) y yomisma (Ruiz—Gálvez 1992), a propósito de la paulati-na desaparición del metal precioso en las tumbas, tantoibéricas como de la Meseta, en la Segunda Edad delHierro.

Según esto, tanto las estelas del Suroeste (Galán1993:62), como las armas ritualmente depositadas,serían reflejo de un tipo de sociedad con claras y cre-cientes diferencias jerárquicas, pero donde los papelespolíticos aún no aparecen netamente institucionaliza-dos: Es decir, que nos hallaríamos en sociedades BigMen complejas o en jefaturas incipientes, en las quetodavía es necesario “reivindicar” derechos políticos,mediante actos públicos de generosidad calculada.(Harris 1989; Bradley 1982).

Ahora bien, el énfasis en marcar mediante la depo-sición en las aguas, el control sobre un territorio osobre un punto de paso de valorestratégico, no es unaconstante en el SO. a todo lo largo de la Edad delBronce como en otras regiones (Bradley 1990), sinoque parece iniciarse en el Bronce Final.

Un repaso al inventario de hallazgos de armas delSO. “descontextualizadas”, parece apoyar tal extremo.Así, antes del Bronce Final, sólo en AndalucíaOriental/Submeseta Sur, se documenta éste tipo dehallazgos. Son las de Montejícar, (Gómez Moreno1949), Atarfe (Vázquez de Parga 1933—34), Linares(Carriazo 1947) y Puertollano (Siret 1913). Son espa-das argáricas y, por tanto, locales, en el sentido de que,al contrario que las atlánticas, responden a un tipo queno se conoce fuera de la Península Ibérica. Su presen-cta en tales puntos señala, en mi opinión, una rutaganadera entre la Submeseta Sur y el SE. andaluz.

Ningún hallazgo parecido se produce en tales fechasen la mitad Suroccidental de Andalucía. El primerhallazgo que podemos contabilizar es la espadaRosnóen de Larache (Marruecos) (Ruiz—Gálvez1983), que aunque no producido en Andalucía, reflejaun claro y temprano interés en la ruta del Estrecho. Sucronología, de acuerdo con las propuestas de Gómez(1991) que vimos en el Capítulo 60, podría situarseentre mediados/fines del s. XIII y fines del s. XII a.C.

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Tras ella se situarían las espadas pistiliformes deExtremadura y Andalucía que, en cronología deGómez (ibidem) habría que datar entre el s. XII ymediados del s. X. Y tras ellas, las espadas en lenguade carpa andaluzas datables entre mediados del s. X yla colonización fenicia. Todas son hallazgos en lasaguas (Ruiz—Gálvez en prensa a). La única excepción,Cabezo de Araya (Cáceres), (Almagro 1961), por suestado fragmentario y la mezcla de elementos de ves-tido, armas y útiles, debe entenderse como un auténti-co depósito de fundidor, apreciado como mercancía.Curiosamente, esta es la única espada en lengua decarpa conocida, hasta la fecha, en Extremadura.

Como vimos que en Ría, algunas piezas como laslanzas de ojales y “tipo París”, corresponden tipológi-camente al Bronce Final II, una fecha entre 1000/850a.C. inc parece factible. Ello implica también recono-cer que la Ría se ha podido ir acumulando a lo largo demás de un siglo.

¿Qué ocurre a partir de, digamos, s. XII a.C., enadelante, para que se produzca este, aparentementerepentino interés, en marcar el control de vías estraté-gicas de acceso y cruce? Y ¿qué ocurre para que, apartir aproximadamente de la transición del JJO al TerMilenio a. C., puntos como las desembocaduras delGuadalquivir y del Tinto/Odiel se vuelvan tan impor-tantes?

Para tratar de entenderlo debemos extender la vistamás allá de nuestra región y ver qué está pasando poresas fechas en el Mediterráneo y en el Continenteeuropeo.

Apartir de los años 80 y en el ámbito de habla ingle-sa, han empezado a desarrollarse los modelosCentro/Periferia (Véase, por ejem. Rowlands et al1987; Champion (ed) 1989; Earle (ed) 1991;Kristiansen & Jensen (eds) 1993; Frank 1993; Sherratt1993 a, b y e). Estos pretendían, de un lado, ser unaalternativa racional a los modelos “difusionistas”. Porotra, surgieron como respuesta a las reivindicaciones“autoctonistas” de la Nueva Arqueología, ante la evi-dencia que la Dendrocronologia y el Radiocarbonocalibrado ofrecían, de que los “Wessex” existieron,“without”, es verdad, pero también “with” las“Micenas” (Harding 1980; Beeker et al 1989; Barfield1991;Ransborg 1991).

Estos modelos copiaban el de “Sistema Mundial”,desarrollado por el historiador económico EnmanuelWallerstein (1974), para analizar las relaciones econó-micas surgidas entre las metrópolis europeas y suscolonias, a partir de la Era de los Descubrimientos ydel primer capitalismo europeo. Estas relaciones dese-quilibradas entre Estados en naciente proceso deindustrialización y sociedades de desarrollo político ytecnológico inferior se saldaron a favor de aquellas:materias primas por manufacturas. Las segundas, ade-más, poseen un valor “añadido”, al haberse aplicado a

su fabricación una tecnología o unos conocimientosaltamente especializados e innacesibles en sus puntosde destino.

Wallerstein (citado en Frank 1993:386), afirmabaque su modelo de “Sistema Mundial”, no era aplicablemás atrás de ¡450 y no servia como modelo para losimperios antiguos. Sin embargo, desde los años 80 seha venido aplicando para estudiar, tanto los imperiosorientales antiguos, como para las sociedades europe-as de la Edad del Hierro y sus relaciones con los empo-rios comerciales históricos. En especial, los contactosde griegos y etruscos con las jefaturas hallstátticas dela Primera Edad del Hierro.

En algunos casos (Kristiansen 1993; Frank 1993),se ha hecho un uso, en mi opinión, excesivo de estosmodelos, al pretender aplicarlo a períodos preceden-tes, de modo que la moderna Europa sería apenas lacontinuación de la surgida en la Edad del Bronce. Detal manera, desde el III.” Milenio nC., y a partir de lasrelaciones Centro/Periferia con las potencias mercan-tiles del Mediterráneo, se habría forjado la identidadgeográfica e histórica europea. No deja de resultarcurioso que en tales modelos, el término “Europa” seaplica a la parte Central, Septentrional y Occidental dela misma. El resto se denomina ambigua y genérica-mente ‘el Mediterráneo”. El mensaje político sublimi-nal que subyace en el modelo parece, a mi al menos,inquietante.

Más equilibrada y moderada me parece la aplica-ción de este modelo por parte de autores como Sherratt(1993a, b y c). Este ha acuñado el término márgen,como complemento de los ya conocidos Centro/Periferia. Para él (ibidem 1993a:4—6), el términoCemttro, debe aplicarse sólo a “amplias masas de con-sumidores urbanos y de centros manufactureros”.Periferia definiría únicamente a “aquellas sociedadesque emprendieron transformaciones estructurales,como resultado del establecimiento de intercambiosregulares con consumidores privilegiados de otrospuntos’. La periferia según él, no llegaríaen la Europadel LíO milenio, más allá del Mediterráneo Central.Finalmente, existiría una tercera zona que él denomi-na Mórge¡t, al que llegarían contactos e influenciaindirecta de los emporios urbanos. Este, como dice E.Galán (¡993:67), es la periferia de la periferia. Aunquedesconectada de los procesos de tensión y competiciónentre Centro/Periferia, pudo producirse aquí la llegadade ciertos elementos aislados de comercio o tecnolo-gía, si bien desprovistos de su significado originario.Ello no produce realmente interdependencia, ni trans-formación de la sociedad receptora, sino que sonabsorvidos e incorporados a la propia sociedad.

Yo creo que estemodelo si sirve para comprender elcontexto en el que cl fenómeno que representa Ría deHuelva se produce. Y, además resulta más adecuadoque el modelo de “precolonización”, (AlmagroGorbea 1989 y l993a), que no deja de ser un concep-to vago, ambiguo y nada inocente.

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Hay crecientes pruebas de que elementos aislados,no sólo manufacturas, sino también tecnológica, estánpaulatinamente llegando al Sureste y MediodíaPeninsular desde el último tercio del II~ Milenio a. C.Véamoslas detenidamente:

d. 1. La tecnologíadel torno.

Tras la primera e impactante publicación de los frag-mentos de cerámica micénica del HR 111A2¡IIIB deMontoro (Martin de la Cruz 1988 y 1992), Martín de laCruz ha publicado recientemente (Martin de la Cruz &Pertines 1994), nuevos hallazgos de cerámica a tomoen contextos del Bronce Final del Mediodía peninsular.Las dos primeras cerámicas publicadas, se situaron enrazón a la cronología aceptada para su producción,entre fines del s. XIV y mediados del s. XIII a.C. Delnivel en que estas cerámicas se hallaron y del inmedia-tamente encima de aquellas, proceden sendas datacio-nes radiocarbónicas con desviaciones estándar acepta-bles.Calibradas (hg. 15), presentan intervalos de cali-bración de 307 y 368 años respectivamente. La muestradel nivel donde se hallaron las cerámicas (C.S.I.C.795),se situaría entre último tercio del s. XV y último terciodel s. XII a.C., con tramos más fiables entre 1400/1260y 1240/1220 a.C. La procedente del nivel superior,(C.S.I.C. 794), se dataría entre fines del s. XV y segun-da mitad del s. XI a.C., con tramos más fiables entre1380/1350, 1320/1160 y 1140/1130 a.C. Probablemen-te las fechas más adecuadas para estas cerámicas seanentonces las de inicios/mediados del s. XIII a.C.

Amén de las ya conocidas, el autor recoge ahora unconjunto de cerámicas lisas, mayoritariamente sopor-tes aunque también hay tinajas y vasos globulares,fabricados a torno, procedentes del propio yacimientocordobés de Montoro y de los de Purullena, Gatas yCarmona. Estas cerámicas aparecen generalmente,asociadas a materiales tipo Cogotas 1. Los análisis poractivación neutrónica de muestras de los tres primerossugieren indéntica procedencia para todos ellos. Unade las piezas analizadas es un vaso globular proceden-te igualmente de Montoro. Este posee una amplia seriede dataciones para el contexto al que la cerámica atorno pertenecería (Véase Martín de la Cruz 1992:nota 2). Lamentablemente, la mayor parte de ellas, enespecial las obtenidas en el laboratorio de laUniversidad de Granada, presentan desviacionesestandar considerables: 130 años, 120 años, líO años,incluso 250 años, por lo que calibradas (fig. 15) pre-sentan intervalos respectivamente de 677 años, 602años, 584 años, o 1290 años. Las más aceptable CSIC624, que parece proceder del estrato 1, corte B 1—2, sesitúa entre l257/920a.C.. con tramos más fiables entrefines del s. XII y s. XI a.C. Presenta materialesCogotas 1 y fragmentos de soporte a tomo.

Más informativas para la cronología de estas cerá-micas a torno son las muestras GrN 7284 y 7285 del

yacimiento granadino de Purullena (Ibidem 1992:341y nota 3). Estas se obtuvieron de sendas muestras detrigo y carbón, procedentes del incendio de un edificiode planta rectangular, en cuyo interior aparecieroncontenedores de trigo y recipientes a torno. Las dosfechas presentan desviaciones estándar, muy acepta-bIes, de 35 años y calibradas, se sitúan entre 1424/1262 a.C. laprimera y 1512/1323 a.C. la segunda. Lostramos más fiables están, respectivamente, entre1405/1320 y 1440/1400 (fig. 15). Dada la naturalezade las muestras, cereal carbonizado en el primer casoy carbón, en el segundo, considero más “afinadas lasdataciones de s. XIV a.C. La fecha también nos servi-ría para situar las cerámicas Cogotas 1, con las que, enpalabras del autor (ibidem:341), estarían asociadasculturalmente.

Vemos pues, que en términos generales, la dataciónradiocarbónica coincide con lo esperado. La fechaCSIC 624, antes mencionada, podría hacer referenciaa momentos recientes o finales de utilización de estascerámicas.

Otra evidencia indirecta de la temprana presencia deltorno son los brazaletes tipo Villena. En un convincen-te trabajo, Armbruster y Perea (Armbruster 1993;1995; Armbruster & Perea 1994) han demostrado enfechas recientes, que estos brazaletes se han fabricadomediante la aplicación de instrumentos rotativos. Novoy a repetir aquí mis argumentos, puesto que ya los heexpuesto ampliamente en otros lugares (Ruiz—Gálvez1992,1993 y 1995), sobre la cronología alta de Villenaen contra las dataciones más bajas que propone Perea(1994). Siquiero insistir en que los contextos de apari-ción de las cerámicas a torno antes citadas, refuerzan elargumento de su antigúedad y de su anterioridad a lacolonización fenicia y a la auténtica introducción de lasiderurgia y del tomo del alfarero.

d.2. Los objetosde hierro.

En cuatro casos, poseemos seguras evidencias depresencia de hierro en contextos, a mi entender, clara-mente anteriores a la colonización fenicia (Véase tam-bién Almagro Gorbea 1993a). Estos son el conjunto yacitado de Villena, la Ría de Huelva, el depósito portu-gués de Baióes (Silva 1986) y Peña Negra (GonzalezPrats 1992).

En tres de ellos, su presencia no supone producciónlocal o dominio de su tecnología. En el cuarto, a pesarde su presencia en una escombrera de fundición, tam-poco existen indicios de producción local. El contextode aparición en los dos primeros casos, Villena yHuelva, parece implicar una apreciación desde el puntode vista social, más que práctico. Es decir, es el knowhow, el conocimiento privilegiado de una tecnologíanueva o la asociación con quienes la poseen y traen, loque se aprecia (Ruiz—Gálvez 1992:23l—4). En el casode Villena, al menos uno de los objetos de hierro apa-

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rece embutido en oro. En el de la Ría de Huelva, aun-que el fragmento, inventariado con el n0 24/60/133, estotalmente informe a causa de su permanencia bajo elagua, el propio contexto de su aparición indica, comoespero que haya quedado demostrado, una apreciaciónsocial más que práctica del nuevo metal.

En cuanto a Baióes, he discutido recientemente(Ruiz—Gálvez 1993:50) el posible significado que elcincel de hierro enmangado en bronce podría tenerdentro del conjunto. Mi impresión es que, el hecho deque se trate de un útil implica cierto conocimiento desus ventajas prácticas. Pero, al mismo tiempo, el queaparezca enmangado en un cincel tubular de bronce detipología “atlántica”, refleja cuán precaria es la fami-liarización con esta nueva tecnología y muy probable-mente, que la pieza ha sido importada y no producidalocalmente. El que se haya adaptado a otra local, hablaen tal sentido y señala que es la pieza, no la tecnologíalo que se está adoptando.

El cuarto caso es el yacimiento alicantino de PeñaNegra, de cuya ocupación del Bronce Final procede untaller de fundidor con escombrera en el exterior. Enesta, amén de restos de moldes y escorias de fundi-ción, se localizó un fragmento de hierro (GonzalezPrats 1992:144). Gonzalez Prats (ibidem), afirma quese trata, obviamente, de un fragmento importado. Ytiene razón. Lo que dudo es de que sea el objeto en sí,lo importado. Pues, como vimos en los capítulos 3 y 4de éste texto, el análisis de las escorias de Peña Negrarevela recuperación de material de desecho. Es decir,que es posible que este objeto de hierro, entero o frag-mentado como se halló en la escombrera, formaraparte de un lote de chatarra recogido en puertos delMediterráneo Central. A favor de ésta interpretaciónestaría, aparte del propio carácter heterogéneo de lasesconas recogidas en la escombrera, la ausencia deevidencias de fundición local del hierro o de lapresen-cia de objetos importados. Creo, por tanto,que el frag-mento de hierro de la escombrera de Peña Negra, debióformar parte de un lote de chatarra recogido, posible-mente en el Mediterráneo Central. Ello implica cono-cimiento de ese metal, pero igualmente, incapacidadtécnica para producirlo o transformarlo localmente.

Lo importante, en cualquier caso es que, todos estosson indicios a favor de la llegada, probablemente nomasiva, de objetos de hierro, bastante antes de la Edaddel Hierro.

d.3. Uso de técnicasde aplique y ensamblaje depiezas.

Alicia Perea (1991) señalaba en su Tésis, cómoalgunas de las piezas del tesoro de Villena llevabanclavos para aplicarse como remate a otras piezas. Estetipo de técnicas carece de tradición en la PenínsulaIbérica donde, aún en épocas posteriores como se vé

en Ría, el sistema de pasadores sirve para ensamblarunas piezas con otras. Sin embargo, como ya señalé(Ruiz—Gálvez 1992:233 & 1993:49), esta técnica deaplique a base de clavos sí se conoce en Chipre, almenos desde fines del s. XIII a.C. (Catling 1964:138).

Un segundo sitio donde aparecen clavos en épocaprefenicia es Peña Negra (Gonzalez Prats 1990:87 yfigs.59 y 60) y como el propio Gonzalez Prats señala(ibidem:88), son similares a los del depósito de Vénat.

En este mismo apartado podrían incluirse los clavoscónicos del casco de crestas de la Ría, si bien por susistema de sujección están más próximos de los pasa-dores que de auténticos clavos.

d.4. Tejidos de lujo, nuevasformas de vestimenta,de consumoy exhibición.

En este apartado tenemos información de índolediversa. Por ello procederemos a analizarla separada-mente.

Vajilla de lujo para la comiday bebida.Represen-tada en tres hallazgos claramente prefenicios: Villena,Berzocana y Baióes. Como en el caso del hierro, en losdos primeros, su apreciación es social. En cl tercero,tengo razones para pensar que se trata de chatarraapreciada por su materia prima. Es decir, como mer-cancía.

A falta de un estudio desde el punto de vista técnicocomo el llevado a cabo en los brazaletes, es dificil sabersi la vajilla de oro y plata pudo ono fabricarse median-te tecnología local. No hay paralelos exactos para lavajilla y es plausible que imite motivos cerámicos loca-les. Pero, desde luego, lo que carece de precedenteslocales y sin embargo silos tiene en el mediterráneo, esla idea de la vajilla en materiales nobles (Ruiz-Gálvez1992:234). En un interesante estudio sociológico sobrelas formas de comida como símbolo de clase, Goody(1982) explica cómo en las sociedades “de clases”, consistemas de alianza endógamas y marcadas diferenciasde estatus, lacomida, la calidad o exotismo de esta, asícomo el servicio para su consumo, diferencian a la élitedel común. No es extraño pues, que las vajillas en meta-les nobles se originen en el Mediterráneo. Y tampocoque, independientemente de si es importada o fabricadade acuerdo con las pautas sociales locales, este tipo devajilla aparezca en el SE., una región de economía agra-ria desarrollada y con indicios en sus necrópolis de laexistencia deposiciones sociales heredadas. Carecemosde indicios cronológicos que permitan datar la vajilla.Pero su asociación a brazaletes fabricados con un ins-trumento rotativo y a hierro, permite suponer para elconjunto unas fechas antiguas, semejantes a las de lascerámicas a torno andaluzas.

En el caso de la pátera de Herzocana, AlmagroGorbea (1974a y 1977), y más tarde Schauer (l983:179 y ss), señalaron su semejanza con recipientes

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metálicos egipcios que, a partir de la 2~ mitad del 110milenio a.C., aparecen también en el ámbito sirio-palestino y en necrópolis chipriotas del chipriotareciente lilA, chiprio—geométrico 1 y II y protogeomé-trico. Schauer (ibidem:183), atribuyó en ése trabajouna cronología alta, entre los s. XIIIIXII a.C. aBerzocana, basándose en la propuesta para conjuntosde torques macizos franceses y a estos recipientes enámbito egipcio. Pero es difícil precisar la cronologíade estos torques Sagrajas/Berzocana, porque no apare-cen asociados a elementos datables. Si podemos aso-ciar, como parece, los de Baióes con el depósito y elhábitat inmediatamente próximos (Silva 1986), habríaque situar este tipo de orfebrería en fechas más recien-tes a las propuestas por Schauer y más acordes con lasde Almagro Gorbea (s. XI]X a VIII a.C.). Estas casantambién con las de estos recipientes en contextos fune-rarios chipriotas y posiblemente, contribuirían a expli-car la presencia de un asador atlántico en la necrópolischipriota de Amathus, de morfología segúnKarageorghis (1989:16), totalmente ajena al ámbitodel Mediterráneo oriental.

Finalmente, de los cinco cuencos metálicos deldepósito de Baióes (Silva 1986), al menos tres estánrotos y un cuarto parece reparado. Por ello y por razo-nes ya expuestas en otro lugar (Ruiz-Gálvez 1993:50),me inclino a pensar que se trata de mera recogida dechatarra y no de vajilla para el consumo.

Otros elementos ligados al consumo ritualizado decomida, como pueden ser calderos, ganchos y asado-res para la carne, aunque Mediterráneos en origen(Almagro Gorbea 1974b; Mohen 1977a; Hundt 1953;JockenhÉivel 1974; Gómez 1991 y 1993; Delibes etal.1992—3) están llegando al Centro y Occidente deEuropa desde comienzos del Bronce Final. Los con-textos de aparición difieren de unas regiones a otras,desde tumbas de varones de alto rango en las dos pri-meras, a deposición ritual o hallazgo como chatarra,en la tercera. Ello quiere decir que, aunque su usodebió ser el mismo, probablemente tanto los ritualescomo el significado de su consumo, fueron diferentes.Lo que síparece reflejar en todos los casos, es elénfa-sís en el ganado — bóvido especialmente, pero tambiénoveja — como riqueza (ILíADA rapsodias 1, II, IV,IX..., etc; ODISEA rapsodias III, XIV, XIX..., etc.).

Formas de atuendoy arreglo personaLDe las quetenemos un numeroso y variado abanico de ejemplos.De entre los que, cronológicamente parecen más anti-guos señalaré el broche de cinturón, el peine, las pin-zas de depilar y la fíbula “ad ochio” de la tumba por-tuguesa de Roca do Casal do Meio (Spindler & VeigaFerreira 1973), por varias razones. Primero, porquerepresentan ejemplares de cronología antigua dentrode la Península Ibérica. Segundo, porque tienen para-lelos en el Mediterráneo. Tercero porque fíbula y bro-che, elementos de vestimenta sin precedentes en laregión, señalan la introducción de formas nuevas de

vestirse y, probablemente, sujetaban telas mediterráne-as costosas (8). Algo semejante puede decirse de laspinzas de depilar y del peine. Estas son mucho másque un mero objeto de cosmética pues aluden a patro-nes estéticos identificativos de clase u oficio (Véase denuevo Goody 1982), y como en el caso de la fíbula yel broche, carecen de precedentes. Ambos, pienso,parecen asociarse al cuidado de la barba, un símbolode edad y jerarquía.

Otra razón por la que Ro9a do Casal do Meio esimportante, es el propio tipo constructivo de la tumba,una sepultura de falsa cúpula. Belén et al. (1991),sugieren que esta tumba podría pertenecer a comer-ciantes mediterráneos, posiblemente sardos. Basan susugestiva propuesta en dos argumentos, a mi juicio,convincentes: la falta de enterramiento formal en laregión durante el Bronce Final y el que el tipo detumba es distinta de las conocidas en el Calcolítico dela región y, por el contrario, se asemeja a las delBronce Final de Cerdeña. Esto último había sido yaseñalado con anterioridad por los propios excavadores(Spindler & Veiga 1973:107). Si en algo disiento deBelén y Escacena, es en la cronología, baja a mi pare-cer que atribuyen a la tumba: s. 15</VIII a.C. Sinembargo, fíbulas sicilianas “ad ochio” o chipriotas “dearco serpegiante”, admiten fechas más altas, s. XII/Xa.C. Y estas fechas coinciden también con el ambien-te de otros yacimientos peninsulares en las que éstasaparecen (Ruiz—Gálvez 1993:49—50), y con el de Ríade Huelva.

La propia Ría de Huelva nos ofrece otro buen ejem-plo. Broches de cinturón, fíbulas, botones y alfiler, soncomplementos costosos de trajes, posiblemente tam-bién, suntuarios. De todos ellos, sólo los botones seconocían ya antes de Ría de Huelva, en depósitosatlánticos tipo Saint—Brieuc—des—Iffs (Briard/Onnée1972: láms XV y XVI). Igualmente se documentan endepósitos atlánticos coetáneos de Ría, como Vénat o laPrairie des Mauves, si bien son de otro tipo(Ruiz—Gálvez 1984:174). Morfológicamente son muysimples y es difícil especular sobre una u otra proce-dencia. Es posible que, como otros muchos elementos,hayan podido llegar al SO. desde el ámbito atlánticoaunque su origen último sea mediterráneo. Las restan-tes piezas, si bien probablemente fabricadas en laregión, tienen su origen último en Chipre y el Medi-terráneo Central.

Otros muchos yacimientos coetáneos a la Ría, docu-mentan la introducción de nuevos conceptos de estéti-ca y cuidado personal. De ellos, señalaré Peña Negra(González Prats 1983, 1990 y 1993) porque presentaevidencias de la llegada de formas novedosas de ves-timenta.

Amén de fíbulas de codo, el registro arqueológicodel sitio revela la presencia, desde los momentos más

(8) Sobre dicho lema existe en este momento una Memoria deLicenciatura en curso, bajo mi dirección.

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antiguos de su ocupación, de brazaletes de marfil, pin-zas de depilar y cuentas de fayenza. Pero lo más sobre-saliente es la documentación de un edificio especiali-zado, un taller, en elque se llevaron a cabo actividadestan antagónicas, como el trabajo del metal y la confec-ción de telas. Pienso por ello que ambas actividades noconvivieron en el tiempo.

Tengo razones para creer que quien producía telasen ese taller no pertenecía a la comunidad de PeñaNegra (Ruiz—Gálvez 1993:52—57). Fundamentalmenteel hecho de que trabajara en un área especializada y noen un espacio doméstico. Pues ello indicaría, bien quesu producción no va destinada única o, especialmenteal autoconsumo; bien que utiliza una tecnología queprecisa de una instalación especial; bien que el artesa-no no pertenece a la comunidad. Las tres posibilidadesson factibles, porque hay evidencia de la presencia deobjetos suntuarios mediterráneos y por la presencia delas cerámicas pintadas con orlas geométricas en rojo yamarillo de Peña Negra.

Estas, a mi juicio, reproducen los estampados detelas costosas. Ello nos explicaría varias cosas: 10. Elque estas cerámicas parezcan surgir “ex novo”, sin cla-ros precedentes locales. 20 El que, salvo el hecho deestar pintadas tras la cocción, en muy poco se parecenlas cerámicas pintadas levantinas a las andaluzas o alas del Noreste. Motivos decorativos, colores y, enespecial soportes cerámicos, presentan una enormevariabilidad. 30 Lo cuidado de su factura que delata enmuchos casos el empleo de molde. 40 el que se hayanpintado tras la cocción, lo que las hace especialmentefrágiles e indicaría una precaria familiarización delartesano con ése tipo de técnicas. 50El que la apariciónde estos tipos de motivos y técnicas decorativas, seaprácticamente simultáneo no sólo en la costa meridio-nal y oriental de la Península Ibérica, sino en práctica-mente todo el Mediterráneo. 60 La coincidencia en elespacio y en el tiempo entre la aparición de éstas cerá-micas pintadas y la introducción de elementos acceso-rios del vestido (9).

d.5. Materias primas de origen exótico.

Es el caso del ámbar que aparece en Villena, en uncaso embutido en oro y del marfil que, no sólo en Rosado Casal do Meio, Peña Negra y Mola de Agres, sinotambién en toda una serie de yacimientos andalucesestá haciendo su aparición desde el último cuarto del110 Milenio a.C.

En el caso del ámbar, a falta de análisis físico—quí-micos, sólo podemos decir que no es local, tanto porsu propia naturaleza, como por el tratamiento que reci-be. Sherratt (1993a:38), recuerda que todavía en elúltimo tercio del 110 Milenio, el ámbar llegaba a la

(9) Como ya se señaló en nota anterior, Yasmina Cáceres está tra-bajando bajo mi dirección, en este tema y comprobando la coincidenciade unos y otros elementos de veslido.

Península Itálica y al Egeo a través de la cuenca car-pática, probablemente desde el Báltico. Está docu-mentado en Sicilia y en el Tirreno, aunque el puntogeográficamente más cercano a Villena donde elámbar aparece es Cerdeña. Allí también es importadoy de tipo Vilanoviano (Lo Schiavo & Ridgway1986:396—Y).

Tampoco el marfil ha sido analizado. Por ello noestamos seguros de si se trata verdaderamente de mar-fil de elefante, de colmillo de jabalí o de hueso muypulido. Si es lo primero, su procedencia es indudable-mente, africana. Su costa queda en las rutas naturalesde navegación entre el Centro y el Occidente delMediterráneo, tanto en las de ida — vía Sicilia yCerdeña — como en las de vuelta, paralelas a la costanorteafricana. El estado de los conservados en PeñaNegra y Agres (Gonzalez Prats 1990:fig.57; Gil-Mascareil & Tejedo 1992:47), es demasiado fragmen-tario como para que puedan decirnos algo acerca de suprocedencia, o de la de sus artífices.

d.6. Nuevasformas de armamento y combate.

Como los cascos que vemos no sólo en Huelva, sinotambién en el depósito portugués de Vila Coba dePerrinho (Pinho Brandáo 1963), o losescudos, de cuyaposible existencia real sólo tenemos evidencias en lasestelas del SO. (Almagro 1966; Almagro Gorbeal977; Galán 1993). Ambos tienen algo en común: laaplicación de la técnica del batido sobre chapa debronce no sólo a la fabricación de vajilla metálica, sinotambién a un armamento defensivo más eficiente. Elloposiblemente, tuvo sus repercusiones en la forma decombate.

En este apartado habría también que incluir las cora-zas de las que no tenemos evidencias en la Penínsulay las cnémides, presentes seguramente como desecho,en el depósito de LLavorsí (Gallart et al. l987).

Para cascos como los de Huelva, sugirió Schauer(1983), un origen asirio—urártico. También se ha bus-cado un origen oriental para los de cuernos que, enocasiones se representan en las estelas y para los escu-dos, tanto redondos como de escotadura en V de lasmismas representaciones (Almagro Gorbea 1989). Esevidente que la técnica de trabajo de chapa de bronce,de la que igualmente derivan los calderos para el con-sumo de carne, es mediterránea. Pero empieza a difun-dirse por Europa Central primero, y luego por laOccidental, desde los inicios del Bronce Final. Cascosde crestas se conocen en el ámbito atlántico en con-textos anteriores a la Ría, como los de París, Nantes oBoutigny—sur—Essone (Mohen 1977:122 y ss). Esto estambién aplicable a los escudos, que se conocen enEuropa Occidental y Nórdica por las mismas fechas(Damelí 1988). Por tanto, como en el caso de ganchosy asadores para la carne, no demuestran una llegadadirecta desde el Mediterráneo.

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di. Elementosligados al uso del carro y cl caba-lío.

Un caso claro es Baióes, donde algunas pequeñaspiezas parecen haber servido como pasarriendas(Ruiz—Gálvez 1993:fig 4O~ ni 1—14) y lan0 39 (Ibidem1993), que Almagro Gorbea (1993:86), identificacomo un acicate. A pesar de que los pasarriendas sonpor lo general, piezas de morfología sencilla, varios delos presentes en el depósito tienen buenos paraleloschipriotas (Ruiz—Gálvez 1993:50). El estado fragmen-tario de alguno de ellos, como de gran parte de las pie-zas restantes, indica la apreciación del conjunto comomateria prima — por el metal — y no por el valor socialimplícito en los objetos. Por ello, la presencia aquí depasarriendas no es, en si misma, demostrativa del usolocal de carros.

Muy distinto es el caso de lospasarriendas de laRía.El propio contexto de su aparición, selectivamenteasociado a elementos identificativos de rango socialelevado, me inclina a creer que su presencia síes indi-cativa aquí del uso de carros.

Un indicio indirecto, seria también la representaciónde carros en las estelas del SO. Ello no debe, necesa-ríamente, indicar una generalización del carro en elSO. Por el contrario, el estudio de Galán (1993:50 y75—76), indica que las estelas con representaciones decarros son menos frecuentes en el valle delGuadalquivir que en su hinterland más alejado. esdecir, las Beiras portuguesas y gran parte deExtremadura y del valle del Zújar. Lo que indicaríapara este autor, que las representaciones de las estelasno deben ser entendidas literalmente, como copia deobjetos reales, sino de su significado simbólico.

Finalmente y aunque es obvio que no se trata de uncarro en el sentido que aquí estamos manejando, sinode un recipiente con ruedas, incluyo aquí el carrito deldepósito de Baiées, porque su factura deriva de mode-los de carros reales. He expresado recientemente(1993), mi opinión sobre Baióes y su contenido y noconsidero necesario repetirlo. Me limito a recordarque, aunque este tipo de recipiente se conoce en Chipredesde fechas muy tempranas, no hay paralelos exactospara el ejemplar portugués. Por ello, creo probable quese trate, más bien de una imitación, posiblementesarda, pues no sólo Cerdeña mantiene extrechos con-tactos con Chipre desde el s. XIII a.C., sino que imitatrípodes y carros chipriotas. Además, otros elementosdel depósito de Baióes, como hachas monofaces o lan-zas Vénat”, son comunes en Cerdeña. Ello indica con-tactos entre la isla y el Occidente Atlántico. Sin embar-go y como también señalé (ibidem:52), el estado dedesecho en que se hallaba, permite sospechar que es elmetal, no el carro como objeto de valor, lo que se esta-ba importando. Por lo tanto, posiblemente ni el carritoni el pasarriendas implican la introducción, ni tansiquiera la apreciación, del carro en la región.

Atando cabosyjuntandofichas delrompecabezas.

Entonces, volvemos al principio: ¿ Qué pasó haciael último tercio del 110 Milenio para que la Penínsuladespertara el interés de gentes de fuera 2. ¿ Qué, paraque, de pronto, el control de puntos estratégicos quepermiten un acceso fácil o rápido hacia un territorio,cobraran importancia política 2.

¿Por qué la expresión del control y la soberaníasobre tales puntos se ejerce de modo similar a otraszonas atlánticas, aunque distinto a como se produce enel SE. español o en el Centro de Portugal en las mis-mas fechas?

De nuevo, es preciso volver la vista más allá de

donde alcanza el horizonte.

Contactosmarginales en el Bronce Tardío.

Los fragmentos de cerámica a tomo de Montoro,Purullena..., etc., son un buen ejemplo de lo que She-rratt llamaría relaciones “marginales”. Probablementeno indican contactos, ni regulares ni directos con elEste del Mediterráneo, sino más bien, visitas esporádi-cas, tal vez viajes exploratorios a la búsqueda de rutaso recursos nuevos, emprendidos desde el Centro delMediterráneo. Es decir, desde la Periferia. Aunque,desde la identificación de los fragmentos a torno deMontoro el número de hallazgos de éste tipo no hahecho sino aumentar (Martin de la Cruz & Pertines1994), el panorama sigue siendo muy diferente del dela presencia micénica en el Sur de Italia e islas delMediterráneo Central. No creo por éso desacertado,considerar estas cerámicas como evidencias de viajesexploratorios a la búsqueda de información geográficay sobre nuevas rutas y recursos, más que como viajescomerciales regulares (Ruiz—Gálvez 1993). Estos,habrían precisado de toda una serie de pactos políticosprevios y de la creación de una infraestructura de puer-tos y puntos de recalada, de los que no alcanzo a verevidencia alguna. Por ello, pienso más bien, que estasexploraciones esporádicas pudieron emprendersetomando como base la “Periferia” del ámbito comer-cíal micénico: el Mediterráneo Central. La cronologíade estas cerámicas, entre la segunda mitad dcl s. XIVy fines del s. XIII a.C., marcaría el momento de estasnavegaciones hacia Occidente.

Formación de los márgeneseuropeosen el BronceFinal”Antiguo” (fig. 27).

A partir del s. XIII en adelante, se producen cam-bios trascendentales, cuyo origen hay que buscar en lacuenca Oriental del Mediterráneo, pero cuyas conse-cuencias afectaron, como dice Sherratt (1993a:33) atodo el Sistema Mundial, aunque tuvieron una positi-va e importante repercusión en toda Europa.

Sherratt argumenta (ibidem:36), que el ocaso delCentro — en este caso el mundo micénico —, supuso el

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auge de Europa Central, quién se independiza de losprocesos entre el Centro y la Periferia y emprende unperiodo de intensificación económica, traducido en eluso de un lenguaje de consumo propio. Sin embargo,a ésa intensificación económica no son ajenas plantasde origen mediterráneo, altamente rentables que estánexpandiéndose ahora hacia Europa Central yOccidental (Jáger & Louzeck 1982; Hardingl989:174—6; Marinval 1988:55 y 129; Ruiz—Gálvez1992:229—30). Y tampoco lo es la introducción, acomienzos del BronceFinal, de nueva tecnología apli-cada al trabajo de la chapa de bronce, del que derivanlas armaduras, vajillas metálicas y carros que vemosaparecer en Centroeuropa desde inicios del BronceFinal. El mayor volumen de metal que ahora circulaenla región como el que éste, sin desaparecer de la esfe-ra social, empiece a aplicarse a la esfera práctica(Harding 1976), son indicios, tan buenos como elmayor número de poblados y su prolongada existen-cia, de la existencia de un periodo de expansión eco-nomí ca.

Tales cambios repercuten también en la EuropaOccidental o Atlántica, periferia de Europa Central,qttien a su vez emprende transformaciones, más tem-pranamente visibles en aquellas áreas que, como elSE. de Inglaterra, están en las rutas de intercambio conel área del Rhin y Sena.

Es posible que, como este autor señala (ibidem:33;Sherratt & Sherratt 1991 y 1993), estas relaciones semantuvieran vía Italia quien, en el período postpalacialmantiene un intercambio tanto de elementos centroeu-ropeos: armas ofensivas y sistema de combate, comomediterráneos: trabajo de chapa de bronce y sus apli-caciones.

Pero esta situación de cambio tiene sus repercusio-nes también en el comercio Mediterráneo, parte decuyas rutas son ahora controladas por islas en posicióngeográfica privilegiada para actuar como comunidadesde paso (Hirt 1978). Es el caso de Chipre y Cerdeña.Esta parece depender al principio de aquella, peropronto emprende empresas propias. Ambos casos sonun claro ejemplo del modelo “empresarial” o de “ini-ciativa privada”, que defienden tanto Wells (1984)como Sherratt (1993b y Sherratt & Sherratt 1991:373).Naturalmente, no debemos hacer una lectura demasia-do literal del significado de ambos términos, lo quenos llevaría a caer en un anacronismo. En el caso quenos ocupa, los Sherratt emplean tales términos parasubrayar el contraste entre el panorama existente en elMediterráneo hasta 1200 a.C. y el que que empieza adibujarse con posterioridad.

Así, el colapso que se produce en torno al s. XIIIa.C. afecta a las economías centralizadas, estatales.Pero ese vacio abre nuevas oportunidades a pequeños

Fig. 27.—For,naci4nde los Márgeneseuropeosa inicios delBronce Final.

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grupos, situados bien en zonas periféricas o bien enáreas de contacto entre distintas economías, para desa-rrollar nuevas empresas mercantiles, tanto comercialescomo piráticas.

Dos factores influyeron, amén del abandono de cier-tas rutas antes controladas por el comercio micénico,en la aparición de este comercio oportunista.

A) Por una parte, el desarrollo de tipos de peque-ñas embarcaciones, más maniobrables, que usan can-daliza en lugar de botabara para recoger velas, preci-san menos remeros, tienen más capacidad de carga yson más capaces de ceñirse al viento (Sherratt &Sherratt 1991:373—4).

B) La expansión que, en gran parte de Europa,experimenta desde los inicios del Bronce Final el sec-tor ganadero y, en especial lacría de la oveja lanera. Elque, a partir de ahora, las actividades textiles adquie-ran el carácter de especializadas, como lo indicaría sulocalización junto a las de fundición, en los hábitatsfortificados de C.U. (Sherratt 1993a:34) y en el ámbi-to atlántico, donde como vimos en el Capítulo 20,sitios localizados en función del comercio, comoRunnymede Bridge, Caldicot, Choisy au Bac o PeñaNegra, asocian ambas funciones, implicaría la llegadaahora, de nueva tecnología textil, antes monopolizadaen los palacios. Probablemente se trate del telar verti-cal que permite la fabricación de telas de mayoresdimensiones y con motivos complejos (Barber 1991).Ello revolucionaría el sector y repercutiría incluso, encambios en los patrones decorativos y de consumo(Ibidem:nota 22).

Aquí es donde islas como Chipre y Cerdeña, biensituadas en las vías de navegación, cobran un papelimportante. Hay buenos indicios de que Chipre está, almenos en parte, ocupando las rutas antes controladaspor el comercio micénico (Sherratt & Sherratt1991:375). También, desde el s.XII a.C. está desarro-llando una pujante siderurgia, pese a carecer de hierroen la isla. Por eso se ha considerado que el tempranointerés de los chipriotas por Cerdeña se debería a lanecesidad de proveerse de este mineral (Vagnetti1986:360; Vagnetti & Lo Sehiavo 1989:227 y 232;Muhly & Stech 1990:210—211). Otra razón sería lanecesidad de estaño, escaso en el Egeo (Lo Sehiavo1991). Sin embargo, los Gale (1988:382—383), opinanque el interés chipriota por Cerdeña radicaría menosen sus riquezas metálicas, pues el estaño no es espe-cialmente abundante ni en la isla ni, en general, en elMediterráneo Central salvo la Toscana (Penhallurick1986:80), sino en su posición central en las rutas denavegación hacia el estaño de Occidente. Sin embar-go, como ya he señalado en otro lugar (Ruiz-Gálvez1993:45—6), veo difícilmente aceptable ésa explica-ción, al menos en el caso de la Península Ibérica.Pues, como la Tésis de Ignacio Montero (1994), vienea demostrar, los auténticos bronces de estaño no son,

ni mucho menos generales en la Península aún en elúltimo tercio del 110 Milenio a.C.

Pienso por ello, que lo que se está produciendo es,más bien, la continuación de un proceso de “explora-ciones y apertura de rutas”, posiblemente ya iniciadocon anterioridad bajo dominio del comercio micénico,pero ahora con otro protagonismo. Creo que, en estecaso se trata de chipriotas. Lo que me resulta menosevidente es si tales exploraciones fueron llevadas acabo directamente por chipriotas o por medio de nave-gantes sardos.

El tesoro de Villena sería un buen ejemplo de éstasegunda etapa. Como hemos visto (vide supra), en elconjunto aparece hierro que por estas fechas se cono-ce en ambas islas del Mediterráneo. En Cerdeña, porintroducción desde Chipre (Lo Sehiavo et al 1985;Ferrarese et al. 1987). El concepto de vajilla de lujo, estambién oriental.

El ámbar podría proceder tanto del Egeo como delMediterráneo Central. A ambas está llegando por estasfechas desde el Báltico (Sherratt 1993a:38).

Los brazaletes implican el empleo de rotación. Perotanto en Chipre como en Cerdeña, donde ya antes elcomercio micénico había introducido cerámica atorno, se conoce dicha tecnología.

Y, claramente, el sistema de ensamblaje de piezasmediante clavos de Villena, es oriental y se conoce enChipre, al menos desde fines del s. XIII a.C. (Catling1964:138).

Aunque resulta arriesgado aventurar la procedenciade quienes trajeron al Levante español piezas y tecno-logia exótica como la de Villena, me inclino a pensarmás en un comercio de signo chipriota que sardo, bienque probablemente realizado desde ésa última isla.

Opino también que, como en el caso de las cerámi-cas a tomo andaluzas, debe ser entendido, más quecorno prueba de la existencia de un comercio regular,como comercio marginal, cuyo objetivo principalpudo ser el reconocimiento de la ruta, la exploraciónde nuevos recursos y la creación de infraestructurabásica de puntos de atraque.

El Levante español ofrece unas condiciones óptimaspara ello. No es una región especialmente rica enmetales, pero sí posee vías naturales que permiten elacceso a los minerales del SE. y del Alto Guadalquivir.Se localiza a lo largo de una vía natural de navegaciónE/O. Posee una costa amplia y abierta, con buenospuertos. Además, golfos marinos hoy colmatados,como la Albufera de Elche (Cuenca & Walker 1976) yseguramente también, la de Valencia, aunque es curio-so las pocas ciudades prerromanas que el Periplo citaen su entorno (Ver Abad 1992), o la bahía deCartagena, con la que se suele identificar la ciudad deMastia del Periplo (Pastor et al. l992:120), de la que

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se dice que estaba cerca de una isla junto a un profun-do golfo marino, debían ser aún ampliamente navega-bIes. Ello debió facilitar un acceso mayor a zonas delinterior hoy relativamente alejadas de la costa, comoasimismo, proporcionar abrigos seguros para las rutasde navegación.

Pero además el Levante, en especial su parte sur,posee un denso y continuado poblamiento desde losinicios de la Edad del Bronce lo que, indirectamente,refleja la práctica de una economía agraria desarrolla-da y eficiente y un sistema político complejo(Ruiz—Gálvez 1992). De ello seria prueba no sólo ladocumentación funeraria, sino la existencia en laregión de un sistema premonetario (Ruiz—Gálvez1995). Es decir, presenta condiciones para resultaratractivo a los navegantes que se desplazaran por lasrutas occidentales del Mediterráneo.

Y. como ya he propuesto varias veces (Ruiz—Gálvez1 992 & 1 993), esto podría explicar el tesoro deVillena. Pues, debamos o no, entender el tesoro enrelación con el hábitat de Cabezo Redondo (Soler¡987) (10), lo importante es su ubicación. En efecto,Villena reúne una serie de condiciones privilegiadasque explican su importancia desde la Prehistoria a laactualidad. Así, es un nudo de comunicaciones, puesen su entorno se cruzan toda una serie de caminosnaturales y rutas ganaderas que permiten su conexióncon zonas de importantes recursos complementarios;como las rutas ganaderas de la Submeseta Sur y laserranía de Cuenca o los minerales del AltoGuadalquivir Posee salinas en su entorno y a travésdel Vinalopó, en cuyo curso alto se sitúa, comunicacon la costa (11).

Aunque me argumentaba Gilman (com. pers), que ladistancia a la costa debió ser, con todo, demasiadogrande para que Villena pudiera controlar el tráficodesde la costa, es posible que actuara como lugar cen-tral, controlando lugares menores, tal vez islas enmedio del río que, como Runnymede Bridge (1 2),dependían de otro mayor, posiblemente, CabezoRedondo. La distancia a la costa tampoco seria incon-veniente si se cumplieran dos requisitos: a) que, aligual que en Runnyrnede Bridge, el río pudiera serremontable. Ello es bastante probable puesto que elcaudal era entonces mayor y la desembocadura estabamás cerca (Cuenca & Walker 1976; Idem 1986). b)que los recursos existentes en el Alto Vinalopó, com-pensaran el recorrido.

Y la región los posee en si misma, o a través de lasrutas que controla. Así, podría haber ofrecido, carne ysu conservante, la sal; pieles; quizá lana para la indus-

(lO) Yyocrcoqucsfti 1) Este río posiblemenie llevaba entonces más caudal. Por 01ra

parte, la distancia a la costa era lambién menor al no haberse iniciado elproceso de colmatación del Sinos Ilicitanus (Cuenca& Walkcr. 1976&

986; Ruiz-Gálvez. 1993).(12) Véase el capítulo II.

tria textil, pues yacimientos como Cabezo Redondoposeen una importante cabaña de ovicaprinos (Soler1987; Gil—Mascarelí 1992:62); y minerales del altoGuadalquivir. Pero además, podría haber proporciona-do facilidades de atraque en lacosta y a distancia sufi-ciente del Alto Vinalopó, como para garantizar elcarácter neutral de la base.

Si esta interpretación es correcta, el tesoro deVillena podría entenderse como un regalo de embaja-da, que sentara las bases del pacto político para la cre-ación de dicha base y el establecimiento de intercam-bios. Si es cierto, como se viene manteniendo (Schtile1976), que la vajilla de oro y plata reproduce patronescerámicos locales, también lo es que la idea de lo queésta representa, pertenece a un código de consumooriental y no local. A falta de la publicación de unestudio completo de la tecnología del tesoro, ignoro sila vajilla ha sido fabricada mediante una tecnologíadesconocida en la región. De ser así, nos hallaríamosno sólo ante la llegada de nuevos conceptos sobre con-sumo y exhibición sino también, ante la presencia deun artesano foráneo que aplica sus conocimientos asatisfacer lenguajes de consumo suntuario locales.Ello parece más claro en el caso de los brazaletes, cuyamorfología carece de paralelos dentro o fuera de laPenínsula Ibérica.

Lo que sí queda claro es que otros elementos delconjunto reflejan procedencias o tecnología, clara-mente foráneas.

También he expuesto anteriormente (Rtíiz—Gálvez1992 y 1993), mis razones para situar el conjunto deVillena en momentos antiguos, de fines dcl 110 Milenioa.C. La serie de fechas radiocarbónicas para las cerá-micas a tomo, en especial las dos de Purullena y lasUGRA 183 y CSIC 794, 795 y 624 de Montoro, per-miten afianzar la cronología propuesta. Esta creo quepodría situarse entre s. XIII y más concretamente, apartir del 1200 a. C., cuando Chipre empieza a desa-rrollar una actividad comercial más amplia (Sherratt &Sherratt 1991), y antes del s. X a.C. Estas fechas indi-carían un momento posterior a la llegada de cerámicasmicénicas al surde la Península, pero estarían en con-sonancia con el periodo de vigencia de las cerámicas atorno en los yacimientos de Bronce Final andaluz.

La siguiente pieza del rompecabezas es el estoqueRosnden de Larache, un tipo de espada atlántica queimita prototipos de C.U. y que es muy poco común enla Península Ibérica. No sabemos si se trata de unaimportación, pero su presencia en el área del Estrechocobra sentido a la luz del hallazgo de dos estoques dela transición Bronce Medio/Bronce Final (Peña 1985),en la desembocadura del río Ulla que, como víínos enel capítulo II, ha sido tradicionalmente, la vía naturalde penetración hacia el corazón de Galicia.

Unas y otra reflejan un renovado interés en los recur-sos, seguramente no exclusivamente minerales, del

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EL SIGNIFICADODE LA RíA DE HUELVA EN EL BRONCEFINAL/EDAD DEL HIERRO 145

Occidente de la Península Ibérica. Este nuevo interésdebe ser entendido en el mareo de la intensificación-económica que se produce en Centroeuropa desde losinicios del Bronce Final y que repercute más rápida-mente en su área de influencia inmediata, el sur deInglaterra y más lentamente en las más alejadas, comoel Occidente de la Península Ibérica. En éste sentido,aunque no se puede calificar Centroeuropa de Cemroen el significado ortodoxo del modelo, pues carece deuna amplia organización urbana, sí creo que puedeaplicársele el término, en el sentido deque las transfor-inaciones que se están produciendo en ella repercutenen el área atlántica, su Periferia, con quien mantienerelaciones de intercambio. A través de éstas, innova-ciones tanto originadas en Centroeuropa como transmi-tidas a través de ella, llegan al mundo Occidental.

En cuanto al ámbito atlántico peninsular, este juegaen estos momentos un papel marginal respecto alCentro y al Noroeste europeos. De ahí el encabeza-miento elegido para este apartado, pues si el Levanteespañol representa un Mórgen para el comercio medi-terráneo, el Occidente de la Península desempeñaahora un papel Marginal en la red de intercambiosentre el Centro y el Occidente de Europa.

Con todo, la localización del estoque de Larache tra-dLíce un temprano interés de los navegantes atlánticospor acceder al comercio mediterráneo. Si atendemos ala cronología propuesta por Gómez (1991) (videsupra), habría que situar esta “renovación”, del interésatlántico por nuestras costas y sus recursos, entresegunda mitad/fines del s. XIII y s. XII a.C., fechasque coinciden en el Mediterráneo, con los cambios enel protagonismo comercial y en la apertura de rutasnuevas hacia Occidente.

El mórgenconvertidoen periferia de la periferia(hg. 28).

Una vez puestas las primeras fichas, las siguientesempiezan a casar Y ahora, le toca el turno a la sepul-tura de Ro9a de Casal do Meio que, como acertada-mente vieron Belén et al (1991) y ya antes AlmagroGorbea (1 986), no es el enterramiento de unos indíge-nas de alto rango, sino más bien de extranjeros. Losdatos, tanto arquitectónicos como de cultura materialya analizados (vide supra), apuntan hacia la proceden-cia sarda de los individuos allí sepultados.

Es difícil saber las circunstancias que condujeron ala edificación de una tumba monumental, de caracte-rísticas foráneas, en una región lejana a la Patria deorigen. Pero creo probable, a tenor de las crecientesevidencias en los castros portugueses de fíbulas yotros elementos originarios del Mediterráneo centro-riental (Ruiz—Gálvez 1991 y 1993:50), que se trate,como ya apuntaron Belén y Escacena (ibidem), de latumba de unos comerciantes.

Su emplazamiento es ideal para el comercio maríti-mo: cerca de la costa, en una zona donde ésta es arti-

culada y ofrece buenas playas y abrigos, y próxima alestuario del Sado, otro golfo marino que aún por esaépoca posibilitaba el acceso al interior, a través de unaría de formación flarídriense (Daveau 1980).

Del ajuar de la tumba, sólo la cerámica, de decora-ción bruñida externa tipo Lapa do Fumo, correspondea modelos locales (13), pero su presencia en la tumbaes importante, porque atestigua si no integración en lasociedad receptora, al menos aceptación por parte deésta.

Dos conclusiones se extraen dcl análisis de estatumba: 1.0 Un temprano cruce del Estrecho por nave-gantes de origen mediterráneo, a pesar de las dificulta-des que entraña (Gasulí 1986). Entonces, la localiza-ción de las factorías fenicias al Este de Gibraltar no sedebería, como la tésis de Gasulí aceptada por algunosde nosotros (Ruiz—Gálvez 1986) defiende, a las difi-cultades del cruce del Estrecho para quien viene desdeel Mediterráneo, sino, posiblemente, a razones políti-cas. El área al Oeste del Estrecho, es ya para entoncesuna región políticamente estructurada y con redes decomercio propias y no permite el asentamiento decolonias cerca de su centro político. Algo semejante alo que, en época histórica, ocurrió con el comercioeuropeo con los imperios chino y japonés (Cheong1991:220; ¡<ato 1991:192).

2.0 Que, para que existieran bases sardas en elCentro de Portugal fue preciso establecer alianzas pre-vias. Y ahí es donde la ficha de los brazaletes “tipoVillena/Estremoz” (Almagro Gorbea 1977), encaja enel rompecabezas. Este tipo de brazalete, como los deltesoro de Villena, ha sido confeccionado mediante téc-nicas rotativas (Armbruster 1993 y 1995; Armbruster& Perea 1994), que carecen de precedentes en laregión. En un trabajo de 1992, antes de conocer laspublicaciones de Armbruster y Perea, consideraba queestos brazaletes reflejaban el establecimiento de alian-zas políticas con el Levante español, tanto por la polí-tica de regalos como, posiblemente mediante el inter-cambio dc mujeres.

Ahora sigo pensando que se trata de regalos políti-cos. Pero, como en el caso de Villena, creo que indicala presencia de artesanos que producen “in situ”, enmuchos casos, adaptándose a los códigos sociales ysuntuarios locales. Por ejemplo, en el brazalete deCosta (Cardozo 1957), que combina formas locales debrazaletes macizos, con la decoración troncopiramidaltípica.

Y, corno en los casos de los brazaletes del tesoro deVillena y de las cerámica a torno del Bronce Finalandaluz, ello no origina una producción local, ni decerámica ni de objetos metálicos fabricados a torno.

13> En cl caso deque esas decoraciones bruñidas que, tan repeníi-nainenie aparecen en Andalucía y PortugaJ. no esién imitando lelas omotivos decoralivos en vajilla metálica.

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Porque es el objeto, no la tecnología lo que se estáintroduciendo. Ello apela a los conceptos de distanciasocial de Bradley (1985) y señala las diferencias socia-les y de desarrollo tecnológico entre ambas partes.Esta situación de “vacio tecnológico” (Sherratt 1993a:4), es típica de las relaciones Centro/Periferia. Puesahora, sutilmente, se están creando diversas redes deintercambio interregionales en el Margen. En ellas y amenor escala, se reproducen relaciones parecidas a lasde Centro/Periferia. Aquí, Cerdeña parece actuarcorno Cetítro y la Península, como Periferia.

El punto donde se localiza la tumba de RoQa deCasal do Meio, el área del estuario del Sado, no eszona productora de metal, pero sí de sal, como expre-sa claramente el topónimo Alca9er do Sal. Además, enépoca antigua y medieval, los ríos fueron la principalvía de transpone en Portugal, gracias a que su recorri-do, en sentido N/S hacia el Océano, permitía que tam-bién los afluentes se utilizaran como vías habituales detransporte (Oliveira Marques 1968). El Sado controla,por otra parte, importantes vías de comunicación flu-viales y terrestres con el Alentejo. Esta región albergarecursos ganaderos (Stevenson & Flarrison 1992) ymineros. Aunque es muy posible, como sostienenBelén y Escacena (1992a:78) (Véase también RuizMata 1989; Hunt en prensa; Pérez Macias en prensa),que el rico cinturón de piritas que se extiende desde el

O. de Sevilla al Alentejo, no se empiece a explotarhasta la Edad del Hierro, existe cobre nativo en el dis-trito de Setúbal y mineral de cobre en Alto Alentejo yAlgarve. El interés por tales recursos, no sólo minera-les, explicaría la especial concentración de estos bra-zaletes “Villena/Estremoz” en el Alentejo portugués.

Con esta ficha, encaja otra pieza del rompecabezas;la correspondiente a la pátera de Berzocana. Un reci-piente de factura egipcia, pero que se conoce, comovimos, en el área sirio/palestina y en Chipre. En con-texto oriental, estos recipientes forman parte, siempre,del ajuar funerario de varones de alto rango social(Schauer 1983:182—3). Por el contrario, la deBerzocana servia como contenedor a joyas segura-mente femeninas (Ruiz-Gálvez 1992 y en prensa;Galán 1993). Aunque Berzocana posee probablemen-te un significado funerario (14), se asocia aquí no ahombres, sino a mujeres, aunque sean de alto rango.Esto es también típico de una situación de Márgen,donde es el objeto lo que se adopta, no su significado.Este último se asimila al lenguaje ideológico propio.

Es posible que la pátera de Berzocana representetambién un regalo político. Su contexto de apariciónparece señalar una apreciacióíi del objeto desde el

Hg. 28.—El Margen convertido en periferia de la Periferia a ,nediodos del Bronce Final.

(14) Véase el capítulo II.

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punto de vista social, másque como mercancía en cali-dad de chatarra.

Los torques extremeños del tipo Berzocana atesti-guan cambios importantes que se están produciendo enla región extremeña. Su peso es considerable y repre-sentan una forma de atesoramiento de valor propio desistemas premonetarios (Ruiz-Gálvez 1995 y en pren-sa a). Son joyas femeninas y su localización coincidecon la de las estelas diademadas (Almagro Gorbea1993) que, a su vez, se sitúan entre los territorios deli-mitados por las de guerrero, por lo que podrían simbo-lizar una política de pactos interterritoriales, selladamediante alianzas matrimoniales (Galán 1993:42).Todo ello, indirectamente, refleja la puesta en valor deuna región como la extremeña, de recursos fundamen-talmente ganaderos, aunque también posee oro. Estopodría explicar el interés exterior por esta región y lapresencia de una pátera de factura oriental en zona tanperdida de Occidente. Aunque, a falta de otros indiciosresulta difícil fijar su origen, me inclino a adjudicarleuna procedencia chipriota indirecta, vía Cerdeña.

Hay varias razones para ello. Básicamente, quetodos los elementos de origen mediterráneo que hemosvisto hasta ahora en la Península apuntan hacia esaprocedencia. Pero, sobre todo, porque eso explicahallazgos atlánticos, excepcionales en Chipre, como elasador de la necrópolis chipriota de Amathus(Karageorghis & Lo Sehiavo 1989), del queKarageorghis (ibidem:16) señalaba su rareza y singu-laridad en la isla. Y, en tanto que no se conocen otrosobjetos de factura “atlántica” en Chipre, silos hay porel contrario en Cerdeña y, en general, en elMediterráneo Central y desde el Bronce Final II, aun-que siempre formando parte de depósitos y, posible-mente, apreciados por su valor de mercancía(Ruiz—Gálvez 1986; Lo Schiavo 1991). Entre estosobjetos figuran asadores, como en el depósito deMonte Sa Idda (Taramelli 1921; Almagro Gorbea1974b). Por ello pienso que, de la misma forma que elasador excepcional de Amathus ha debido llegar aChipre vía Cerdeña, la pátera, posiblemente chipriota,debió llegar a Extremadura de manos de un sardo.Pues, seguramente, salvo la posible excepción deVillena, no hubo nunca relaciones directas entre laPenínsula y chipriotas, sino con sardos, que actuaroncomo intermediarios en un comercio oportunista. Lafunción de Cerdeña habría sido, estrictamente, la deuna comunidad de paso en su más pura definición(Hirt 1978), ya que conectaría dos áreas con distintonivel de desarrollo político y tecnológico.

Tampoco es fácil situar esta tercera etapa desde unpunto de vista cronológico. Las fíbulas sicilianas, “adochio” y las chipriotas de “arco serpegiante”, se datanen fechas centrales des. XI/X a.C. Estas coinciden conel ambiente de Ría de Huelva y de asentamientos por-tugueses como Baióes o Santa Luzia, donde tambiénaparecen. Para los torques macizos no tenemos otro

indicio cronológico que lapresencia de dos de ellos enBaióes, por lo que hay que suponer una cronología entorno al s. X a.C. Pero no sabemos si estaban en uso yaantes y si lo siguieron estando después. La cronologíaque Schauer (1983), proponía para la pátera (videsupra), me parece definitivamente muy alta, puestodos los datos de comercio entre el Occidente atlánti-co y el Mediterráneo apuntan, como vemos, a fechasmás recientes.

Por eso, sugeriría tentativamente para esta nuevaetapa de contactos, unas fechas entre s. XIIIX a.C. Esdecir, entre fenómenos como los que Villena y PeñaNegra, Baióes o Ría de Huelva representan. Estasfechas coincidirían con un breve periodo de recesiónen los vínculos, anteriormente establecidos, entreChipre y Cerdeña que los Sherratt (1991:375) sitúanen el s. XI a.C. Ello se reflejaría en el abandono decentros industriales y de puertos comerciales chiprio-tas como Enkomi y la creación de otros nuevos comoSalamis. La causa de estos trastornos sería, segúnestos autores, (ibidem), la llegada y asentamiento deinmigrantes griegos en la isla. Como consecuencia detales trastornos, Cerdeña, sin que lo lazos con Chiprequedaran rotos, ganó autonomía. Posiblemente es ellaquien lleva ahora la iniciativa de la ruta haciaOccidente.

De la importancia que el acceso a los recursos de laparte occidental de la Península va adquiriendo, esbuen testimonio la reciente publicación de una espadapistiliforme dragada en Cacilhas, en pleno estuario delTajo (Silva & Gomes 1993:120 y fig. n039C). Este,como elcaso del Sado, permitía el acceso hacia el inte-rior mediante una ría flandriense, hoy en gran partecolmatada. Sin embargo, todavía en laEdad Media eraposible la navegación marína hasta la altura deSantarém (Daveau 1980:35). También podría explicarel creciente número de espadas pistiliformes que halla-mos ahora en vados y desembocaduras de los ríos querodean la costa atlántica portuguesa: Sil, Ulla, Esla,Orbigo, Tajo, Guadiana y Guadalquivir Ello parecereflejar el interés por los recursos que se localizan enéstas regiones interiores y por controlar el acceso aellas. De entre éstos, la ganadería, tanto bovina comoovina, debió ser especialmente valorada y constituiruna fuente de riqueza y un vehículo de competiciónpolítica. La ubicación de estelas y torques macizos(Galán 1993) como la concentración en la zona deganchos para la carne (Delibes et al. 1992—3) y, mástarde, de asadores, son otras tantas pruebas de la apre-cíación, tanto social como económica del ganado.

Creación de redesde intercambio regional desdeyhacia el Mórgen (fig. 29).

Una última fase, ya en pleno Bronce Final, repre-senta el desarrollo de redes de intercambio regionalfruto del estímulo externo y de los fenómenos de emu-lación que ello produce. Como consecuencia, vemos

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aparecer poblados donde antes no se conocían, aumen-tar de tamaño donde ya existían previamente o, ini-ciarse procesos de territorialización, de transforma-ción y domesticación del Paisaje que acabarán condu-ciendo al asentamiento humano permanente.

El área levantina nos ofrece buenas pruebas de ello.No hay evidencias de que Villena conservara su prota-gonismo en el tráfico comercial de estos momentos.En una región tan intensivamente explorada comoesta, no parece que sea fruto de la casualidad. Sí pose-cmos evidencias por el contrario, del paulatino despla-zamiento humano hacia puntos situados en los cursosmedio y bajo del río Vinalopó (Navarro 1982). Estopodría explicarse en relación con un tráfico marítimomás regular, que atrajera el poblamiento humano hacialas zonas próximas a la costa. Yjustificaría la aparen-te fundación “ex novo”, de un emplazamiento comoPeña Negra, en el curso bajo del río y que desde losinicios de su ocupación se muestra como un pobladode grandes dimensiones y frecuentado por traficantesde origenes diversos.

Pero el posible desplazamiento hacia el curso bajodel río no supone la pérdida de valor de las comarcasinteriores que, como Villena, articulaban los desplaza-mientos entre la Meseta y lacosta y albergaban impor-tantes recursos ganaderos. Un caso ilustrativo es el del

asentamiento de la Mola de Agres (Gil-Mascarelí1992; Gil-Mascarelí & Peña 1989; Gil-Mascarelí &Tejedo 1992). El sitio sc ubica a una treintena escasade kms deVillena, en el curso alto del Serpis, al pié desierra Manola y controlando un punto de paso que per-mite el cruce de la comarca del Alcoiá-Comtat a la delVinalopó y viceversa, a través de la ruta más cómodapor Alcoy-Cocentaina-Muro a Agres, para de ahí, enla-zar con la ruta del Vinalopó hacia Bocairente-Benejama-Villena y valle del Vinalopóque posee exce-lentes condiciones naturales para la comunicación ypara articular amplias regiones (Gil-Mascarelí &Tejedo 1992:46; AuralFernández/ Funanal 1993:98-99y 105). Es, pues, un punto estratégico para controlar eldesplazamiento de personas y mercancías. No es porello extraño que los trabajos arqueológicos en el sitiohayan proporcionado evidencias de fundición local deobjetos de metalurgia atlántica, de comercio mediterrá-neo en la forma de una fíbula de codo de tipo sicilianoy de piezas de marfil, así como cerámica tipo C.U.

Desconozco, caso de que exista, la información fau-nística del yacimiento pero sí la hay, por el contrario,antracológica y muy reveladora. Aunque ésta se refie-re fundamentalmente, a los niveles de ocupacióncorrespondientes a Bronce Valenciano, creo que pue-den ser perfectamente asumibles también para Bronce

Fig. 29.—Creación de redes de ¿,iterca,,tbio regional centrados en el antiguo Margen afines del Bronce Final.

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Final. Según esta información, el paisaje en torno alpoblado seria el de un típico bosque mediterráneo,dominado por la encina y acompañado por el quejigoy el pino negral (Gíl—Mascarelí 1992:55). Cabe pensarpor ello, en una economía ganadera mucho más queagricultora. Esto y su posición nodal en las comunica-ciones, podría explicar la importancia de un sitio comoAgres, lejano a la costa pero con acceso a ella(Gíl—Mascarelí & Tejedo 1992:47), y conectado conlas rutas ganaderas del interior

Más llamativo es el caso de Peña Negra en el bajoVinalopó (Gonzalez Prats 1983, 1990, 1992 y 1993),por su emplazamiento, por sus grandes dimensionesya en el Bronce Final, por su aparente fundación exnovo y por las complejas relaciones exteriores queparece controlar. Pero lo que singulariza el poblamien-to de la Edad del Bronce de Peña Negra es la existen-cia en su seno de un taller ya antes comentado (videsupra), en el que se llevaron a cabo tareas especializa-das como el trabajo del metal y la producción de telas.De nuevo, como vimos en los poblados fortificados deC.U. y en los establecimientos comerciales atlánticosdel Bronce Final III (vide supra), ambas actividades seasocian. Ya comenté en otro lugar (Ruiz—Gálvez1993:52—57), las razones para pensar que, en los doscasos se trata de actividades especializadas, realizadasde manera estacional pero regular, y probablemente node manera sincrónica debido a la dificil compatibili-dad de ambas, por individuos extraños a la comunidadde Peña Negra, por extranjeros. En el caso del fundi-dor es fácil adivinar la procedencia del artesano, puesmetalurgia del tipo de la fabricada en Peña Negra esbien conocida en el ámbito atlántico (Coffyn et al1981) y porque moldes similares a los de Peña Negrase conocen en castros portugueses como Baióes yCoto da Pena (Ruiz—Gálvez 1993: 53). En el caso delartesano textil resulta más dificil averiguar su proce-dencia, porque sus actividades apenas dejaron huellas.Pienso, con todo, que procede del Mediterráneo, posi-blemente del Mediterráneo Central, primero porque enlos depósitos sardos hay objetos de metal similares alos producidos en Peña Negra. Segundo, porque exis-ten en el sitio otros elementos asociados al vestido,como fibulas sicilianas y chipriotas. Pero la razón fun-damental, como ya se comentó, son las cerámicas pin-tadas del yacimiento, que, pienso, reproducen loscolo-res y patrones decorativos de tejidos (Ruiz—Gálvez1993).

Otro argumento a favor de esta interpretación es laofrenda de un sacrificiofundacional en la base del edi-ficio. Este consistió en el enterramiento bajo el pavi-mento del taller de un bebé en el ángulo meridional yde un ovicaprino en el opuesto. Van Gennep (1986:33), señala que los sacrificios de fundación están liga-dos a los rituales de cambio de residencia y de agrega-cion. Tal vez por eso se enterró bajo el pavimento unbebé, posiblemente muerto antes de la celebración de

los rituales de agregación. Más interesante aún es elsacrificio del animal, pues podría hacer alusión a unade las actividades realizadas: confección de tejidos delana. Recordemos en este punto que Peña Negra seasienta en una base fundamentalmente ganadera, debóvidos pero también de ovicaprinos (González Prats1983).

Almagro Gorbea (com. pers), me comentaba aguda-mente, que los patrones decorativos geométricos comolos que vemos en alfombrasy tapices, son característi-cos de pueblos pastores. Así, el estilo de decoracióngeométrica, general en las cerámicas de todo elMediterráneo en estos momentos, podría estar relacio-nado con la expansión de motivos decorativos llega-dos de las estepas ganaderas. Susan Sherratt asesoradapor Joan Barber, piensa que el cambio de patronesdecorativos curvilíneos propios de las cerámicasmínóicas y micénicas a geométricos, refleja la llegadade telas decoradas de Centroeuropa, donde tales patro-nes decorativos serian típicos de C.U. e, incluso, hun-dirían sus raíces en los esquemas decorativos delBronce Antiguo danubiano (Sherratt 1993a: nota 22).Yo me pregunto sin embargo, silos motivos geométri-cos no empezarán a difundirse por el Mediterráneodesde otra vía; la del comercio con Levante, fabrican-te de tejidos al menos desde el s. XII a.C. y con lasregiones productoras de incienso del Sur de Arabia(Artzy 1994). Tal comercio, de acuerdo con losSherrau (1993:7), se revitaliza a partir del s. X a.C.,pero lo cierto es que existía ya antes.

La Odisea, por ejemplo, está repleta de referenciasde esta índole. Además de los tejidos de lino se citanfrecuentemente los de lana. Así, se nos describe tantoa Penélope como a Helena (Rapsodias XVII y IV)hilando lana . Pero también, el uso de alfombras y tapi-ces de lana cubriendo suelos y paredes de los palacios(Rapsodias IV y VII), y colchas forradas de esa fibra(Rapsodia IV). Y yo creo que es esto, junto a las ven-tajas del telar vertical y lo colorantes, lo que se difun-de ahora por todo el Mediterráneo y lo que influyeasimismo, en los modelos decorativos de la cerámica.

Esto explicaría la repentina aparición de las cerámi-cas pintadas de la Península . Y posiblemente también,las decoraciones pintadas geométricas, generalmenteen rojo y amarillo, de las viviendas. Es el caso de lapropia Peña Negra donde, tras los niveles más recien-tes del Bronce Final a los que pertenece el taller, seproduce un cambio arquitectónico, ya en la fase PN IIde Gonzalez Prats (1990:96—7), con la aparición decasas rectangulares, más amplias y organizadas deacuerdo a un plan urbanístico. Destaca especialmenteuna, de gran tamaño, con las paredes decoradas enestuco rojo con franjas de motivo geométricos y sue-los de arcilla pintada en amarillo. Lo mismo ocurre enlos poblados tipo Soto de la Meseta, como el propioSoto de Medinfila, Benavente, Valona la Vieja,Simancas o La Mota (Romero & Jimeno 1993), en

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Cortes de Navarra (Maluquer 1954), así como en losandaluces de comienzos del período orientalizante(Almagro Gorbea 1986:426).

Lo importante del taller de Peña Negra es que, conla presencia permanente o estacional de un tejedor,implica introducción de tecnología y no meramente deobjetos. El que la confección de las telas precise deuna instalación ex professo, parece confirmarlo.

La actividad metalúrgica aparece documentadadesde los niveles de base del yacimiento. El que en lasfases finales de PNI ocupe, con el tejedor, un áreaespecializada indica, probablemente que las visitas deeste artesano al sitio se volvieron más regulares. Lasmetalografías de Peña Negra informan sobre el tipo decomercio de recuperación de chatarra que este artesa-no practica. Esta es la razón de su presencia en PeñaNegra, un punto de apoyo estratégico en las rutas entreel Occidente de la Península Ibérica y el MediterráneoCentral.

Porque la evidencia arqueológica de esta fase seña-la un papel muy activo de esta en las rutas desde yhacia el Márgen. Depósitos como el de Baióes, cuyocontenido y procedencia fue ya anteriormente discuti-do, o los sardos de Monte Sa Idda, Monte Arribiu,Pirosu—Su Benatzu, Forraxi Nioi, etc... (Lo Sehiavo1990) reflejan un comercio de tipo oportunista, basadofundamentalmente en la recogida y reciclado de chata-rra, de puerto en puerto, entre ambas partes. Y es aquídonde el asador de Amathus encaja perfectamente enel rompecabezas.

A su vez, el Centro de Portugal parece el punto,tanto de trasmisión como de recepción de otros ele-mentos hacia y desde el ámbito atlántico. Es posibleque gran parte de la metalurgia que llamamos “Vénat”(Coffyn et al 1981), tenga procedencia peninsular, nosólo por las evidencias de fundición local en PeñaNegra, Baióes y Coto da Pena, sino porque salvo ele-mentos aislados procedentes de cuevas de habitacióndel SO. francés (Gómez 1980; Coffyn 1985), la mayorparte de las evidencias de esta metalurgia en sitiosfranceses o ingleses se conoce en conjuntos destinadosa la refundición, enormemente heterogénos en cuantoa contenidos y procedencias. El más típico ejemplo deun depósito de chatarra valorado como mercancía y nopor su significado social (Bradley 1985 y 1990). Entrelas piezas de posible origen peninsular incluiría tam-bién los asadores articulados, que aparecen por vezprimera en esta fase, responden a una idea de banque-te mediterráneo (vide supra), aunque su forma y con-texto de utilización sea distinto aquí, seguramente por-que se trata de una adaptación a los patrones simbóli-cos propios, y se concentran en la Península en zonasde amplia y antigua especialización ganadera(Stevenson & Harrison 1992). Por el contrario los gan-chos, aunque también mediterráneos en origen(Ruiz—Gálvez 1993:nota 2k), tienen precedentes enCentroeuropa y desde ahí parecen haberse transmitido

hacia Occidente. Otros elementos, más directamentemediterráneos, debieron tener escasa aceptación en elámbito atlántico, bien porque traducían un lenguajeideológico y de consumo demasiado distante del pro-pio, o bien porque existía ya el equivalente local. Merefiero por ejemplo a elementos de vestimenta y toca-do mediterráneos. Las fíbulas de codo no parecenalcanzar más allá del Norte de Portugal y las pocas quese conocen en el Oeste francés (Coffyn et al 1981),figuran como chatarra de refundición. Lo mismo pare-ce ocurrir con otros elementos definitorios de la ima-gen pública de un personaje político. Las navajas deafeitar se conocen en el área atlántica desde loscomienzos del Bronce Final, vía C.U. y seguramenteaparecen asociadas al cuidado de la barba como sím-bolo de edad, dignidad y clase. Por el contrario, laspinzas de depilar o los peines, no se difunden en laregión. Lo mismo se puede decir de las telas. Las cerá-micas pintadas no se conocen en Portugal. Suponien-do, cosa que no está clara, que las cerámicas Lapa doFumo representen aquí un fenómeno equivalente al delas cerámicas pintadas en Andalucía y Levante, éstastienen una dispersión muy limitada, incluso dentro dePortugal. Es posible que las telas de origen mediterrá-neo no llegaran a difundirse, como tampoco los ele-mentos de vestimenta asociados a ellas, porque yaexistían formas de atuendo propias, probablementetrasmitidas desde Centroeuropa donde, como se vió,están desarrollándose nuevas técnicas textiles desdeinicios del Bronce Final. De este modo, la posesión deun lenguaje simbólico y de consumo propios, determi-na la aceptación selectiva de estos productos y sugierela existencia de claras fronteras culturales y tecnológi-cas.

Y aquí es donde el papel del Centro de Portugal,estratégicamente situada para conectar dos regionescon diferente organización política y desarrollo tecno-lógicos, cobra protagonismo y le permite sacar prove-cho de un comercio oportunista.

Naturalmente, ello no hubiera sido posible si, pre-viamente, no se hubieran producido una serie de trans-formaciones substanciales que desembocan en la apa-rición ahora, de gran número de poblados que, biendesde el principio o bien, paulatinamente, empleanconstrucciones sólidas, presentan una ocupaciónhumana continuada y se localizan estratégicamente enlas rutas de tránsito o acceso. Es posible que un proce-so paralelo se esté produciendo en otras zonas costerasde Portugal y que la proliferación de hábitats en lamitad Norte frente al vacío de la mitad Sur, sea frutomás de la diferente orientación de la investigaciónarqueológica en ambas zonas, que de la realidad. Entodo caso, lo que vemos en términos generales, a par-tir del s. X a.C., es el resultado de un proceso de reor-ganización económica gestado en las centurias ante-riores y que permite, por primera vez tras un largo hia-tus, un asentamiento humano estable y permanente

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EL SIGNIFICADO DE LA RíA DE HUELVA EN EL BRONCE FJNAL/EDAD DEL HIERRO 151

sobre los campos de cultivo, un aumento demográficoy el desarrollo de empresas mercantiles.

Este es un proceso general en toda EuropaCentro/Occidental a partir del Bronce Final y reflejatanto la mejora de técnicas y utillaje agrícola (Sherratt1993a:34), como la llegada a la región de nuevos cuí-tigenos que favorecen la conservación de la fertilidadde los suelos, el sostenimiento de crecimiento demo-gráfico y la limitación de la amplitud de los desplaza-mientos con el ganado. Estos últimos son originariosdel Mediterráneo y se conocen en el SE. español desdeel Calcolítico. Por ello es difícil señalar el camino dellegada de los visibles cambios que están producien-dose en el área atlántica portuguesa; bien vía el Oc-cidente europeo, donde las transformaciones descritasestán teniendo lugar desde fines del 110 Milenio, obien, vía Levante español que practica una eficienteeconomía agraria desde mucho antes (Ruiz—Gálvez1991 y 1992).

Probablemente, se trate de una paternidad comparti-da y hayamos de entenderlo en el marco más ampliode las relaciones Centro/Periferia y de las múltiplesconexiones interregionales que ello provoca.

Aunque en arqueología prehistórica todas las inter-pretaciones tienen carácter provisional y están sujetasa revisión conforme nuevos hallazgos se producen, locierto es que, paralelo al proceso de generalización delos lugares de habitación, visibles en el paisaje, parecetener lugar la desaparición de las armas en las aguas.No es que se produzcan ahora enterramientos formalesen necrópolis adyacentes a los poblados. Tampocoquiere decirque los habitantes del Noroeste se vuelvanmás pacíficos. Las armas siguen existiendo, pero sudocumentación arqueológica procede ahora de depósi-tos destinados a la refundición, como Solveira(Gon~alves da Costa 1963) o Baióes (Silva 1986).Simplemente, el mundo de los muertos deja de tenerimportancia frente al de los vivos.

Este fenómeno es semejante al observado porBradley en el Sur de Inglaterra a partir del BronceFinal y, sobretodo, en la transición Bronce Final/Edaddel Hierro (Bradley l990; Barrett et al. 1991). Así, enaquellas zonas en las que empieza a evidenciarse unaocupación humana prolongada en forma de construc-ciones más sólidas y secuencias de habitación demayor duración, el interés por marcar visiblemente ellugar de enterramiento disminuye. Ello responde avarias razones. En primer lugar, a un cambio en larelación del hombre con su medio y a la “domestica-ción del paisaje”, en el sentido de Ingold (vide supra).De manera que el referente visible de un paisaje con-quistado y territorializado, es ahora el poblado y sumuralla que delimita las tierras que un grupo humanoocupa y posee. Quizá debido a ello, armas en las aguasy poblados defensivos en alto no coinciden en el Surde Inglaterra, sino que se complementan (Bradley1990:139). Y seguramente por ello, la deposición de

armas en las aguas cesa, en general, cuando los pobla-dos pétreos hacen su aparición.

Pero, posiblemente, es también reflejo de los cam-bios que se están produciendo en la estructura de pro-piedad de la tierra, como consecuencia del proceso deintensificación agraria y el aumento demográfico antesdescritos. Goody (1962), señala que el énfasis en esta-blecer vínculos con los antepasados está directamenterelacionado con la forma en que la propiedad se here-da. Cuando la tierra, o los medios básicos de produc-ción se poseen de forma colectiva por un clan o unlinaje, el interés por establecer, públicamente, la posi-ción de un individuo o de una familia dentro de ungrupo de descendencia es mayor que cuando esa posi-ción es heredada y está ya previamente determinada.Este mismo antropólogo ha dedicado varios libros(ibidem 1976, 1982 y 1986) a analizar la relación exis-tente entre formas de tecnología agraria y sistemas depropiedad y transmísion de la tierra. De acuerdo conél, en sistemas de arado o regadío, la propiedad tiendea concentrarse en pocas manos y a trasmitirse endogá-mícamente. Esto es lo que parece que empieza a pro-ducirse en gran parte de Europa a partir del BronceFinal (Thomas 1989; Ruiz—Gálvez 1991 y 1992).

y; Huelva.

Y aquí es donde, tras un largo periplo, llegamosfinalmente a la Ría de Huelva.

Yo creo que un proceso de aumento demográfico yde intensificación económica similar al que muestansitios de Levante como Peña Negra, o del áreaOccidental, como los castros portugueses, se produceen otras regiones de la Península Ibérica, sólo que adistinto ritmo y en distintas fechas, porque la situaciónde partida fue también diferente. A ver si me explico:En el caso de sitios levantinos como Villena, el incen-tivo que atrajo una demanda exterior a la zona y queprovocó aumento demográfico, reorganización de laproducción, étc, fue, no sólo el poseer buenas zonas deatraque o el estar situada en una vía natural de nave-gación, sino, por encima de todo, el contar ya previa-mente con una organización política y económica en laregión lo suficientemente desarrollada, como para quesus recursos pudieran resultar atractivos para elcomercio.

En el del Centro de Portugal, ese proceso de trans-formación podría estarse tal vez gestando antes, peroes el comercio exterior y su situación ideal para actuaren un comercio oportunista, lo que parece obrar comodetonante.

El proceso de cambio parece haber sido más lentoen Galicia, a tenor de las fechas de Torroso (Peña1992) (15), hoy por hoy el más antiguo castro gallego.Esto explicaría su escaso atractivo y su papel marginal

(15) véase el capítulo Vi.

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en la red de intercambios regionales hasta fines de laEdad del Bronce o la transición a la del Hierro.

En el caso de las ricas tierras aluvionales del extre-mo Occidental de la Meseta Norte, la cultura de Sotono representa ni discontinuidad ni llegada de pobla-ción. La metalurgia de tipo atlántico que practican,demuestra continuidad con el mundo Cogotas anteriorLos poblados, primero algo provisionales pero, paula-tinamente más estables, como señala el paso de caba-ñas endebles circulares a la edificación de empalizadasdelimitadoras del espacio poseído por un grupo y aluso del adobe como material constructivo, reflejan laconsolidación de unas nuevas prácticas económicas, laespecialización de los poblados y en definitiva, un pro-ceso de intensificación económica y de aumentodemográfico. Estas, han debido ser introducidas tantodesde el Occidente de la Península como desde el SO.,a través de la vía de la Plata, en fechas ya de fines dela Edad del Bronce, de acuerdo con las dataciones deMartinamor (16) y como los especialistas vallesoleta-nos proponen (Delibes & Romero 1992:243; Romeroy Jimeno 1993).

Y este mismo proceso de territorialización y detransformación económica se está produciendo en elSuroeste, con anterioridad a la llegada de los fenicios.

Belén y Escacena han sugerido (1992a) en fechasrecientes, la existencia de un periodo de descensopoblacional en la región, caracterizado por el abando-no de poblados anteriormente ocupados y la desapari-ción de la evidencia funeraria que cambiaría hacia otraforma de expresión ritual, como la deposición dearmas y, posiblemente del difunto, en las aguas de losríos.

El fenómeno que estos autores describen, de desa-parición de toda evidencia habitacional o funeraria, noes exclusivo de la región. Por el contrario, parecegeneral al Occidente de Europa, aunque no necesaria-mente en fechas sincrónicas. En el Sur de Inglaterraparece producirse a partir de fines de lo que, conven-cionalmente, se llama Bronce Antiguo (ca 1600 a.C.),para comenzarse a recuperar a fines del del 110 Milenioa.C. (ca 1200 a.C.) (17) (Earle 1991; Bradley 1991a).El proceso es similar en Bretaña, aunque los primerossíntomas de habitación permanente no se producenhasta comienzos de la Edad del Hierro. Otro tanto sepuede decir del Occidente de la Península a partir defines del “Bronce Antiguo”, aunque la recuperación noparece producirse de manera sincrónica en toda ella,como hemos visto.

En aquellas regiones en que se han realizado estu-dios paleoambientales, esta tendencia a una ocupaciónhumana más inestable se ha achacado más que a pro-cesos de deterioro climático, a uso inadecuado de los

(16) Véase el capitulo VI.(17> Rccucrdo que modas las lechas que se manejan en este lexio

eslán corregidas por Dcndrocronología y son reales”.

suelos, que habría provocado su agotamiento. Así,parece que, aproximadamente durante el Campani-forme, se habrían introducido innovaciones en tecno-logía agraria como el arado ligero que habrían permi-tido un aumento demográfico y una colonizaciónextensiva de nuevas tierras pero que, a la larga, sehabría traducido en degradación de los suelos y aban-dono de las tierras de reciente colonización (Keeley1982; Earle 1991:81—84 y flg.4,l; Bradley 1991:55;Briard (dir) 1989). Procesos similares parecen habersedesencadenado en el Noroeste de la Península Ibérica(Criado et al 1986; Ruiz—Gálvez 1991 y en prensa b;Fábregas & Ruiz—Gálvez 1994).

Carecemos de reconstrucciones palcoambientalespara el Suroeste en estos momentos. En el Sureste y,frente a la opinión generalizada deque las condicionesde aridez existían ya básicamente desde el lílerMilenio a.C., los análisis antracológicos de FuenteAlamo indican un clima mediterráneo húmedo y tem-piado, similar al actual de Barcelona (Schoch &Schweingruber 1982). Los análisis polínicos de hume-dales de Huelva y el Algarve indican que el paisajedurante gran parte de la Edad del Bronce, no fue muydiferente del actual de dehesa y que albergó una bajadensidad de población, generalmente orientada haciala costa. En ambos casos, la acción humana no empie-za a perturbar de modo señalado el paisaje, hasta laedad del Hierro (Chester & James 1991; Stevenson &Harrison 1992).

Así pues, aunque los datos del nivel del Guadalqui-vir parecen indicar un clima seco y algo extremado alo largo de la Edad del Bronce (Caro 1989a), pareceque habría que atribuir principalmente al factor huma-no ese hiatus en el poblamiento que Belén y Escacenacreen detectar en las estratigrafías del SO. y que, pien-so, más que abandono total debe indicar disminuciónde la población por supuesto, pero sobre todo, ocupa-ciones más breves y difíciles de detectar desde unpunto de vista arqueológico

Más difícil me parece encuadrar cronológicamenteése proceso. Hay muy pocas dataciones radiocarbóni-cas (véase el capítulo VI) y se maneja generalmenteuna cronología tipológica. De los yacimientos revisa-dos por Belén & Escacena (1992a), sólo tres poseendataciones absolutas: Montoro, Seteflhla y el Berrueco.Estoy de acuerdo con los autores (ibidem:67) en que laserie de dataciones de Montoro son problemáticas. Notanto porque propongan inversiones cronológicas,pues las dataciones no”calibradas” no ofrecen fechasreales, sino un margen de probabilidad más o menosamplio en función de su desviación estándar. Por esolas dataciones deben calibrarse. Pero, el principal pro-blema es que, como se comnentó antes (vide supra), lamayoría de las muestras del laboratorio de Granadatienen unas desviaciones estándar tan amplias quedicen bien poca cosa.

Con todo, aquellas a ini modesto juicio más fiables,las ya citadas UGRA 183, CSIC 794. 795 y 624. pare-

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ceren sugerir, contra Belén y Escacena, que el yaci-miento pudo estar ocupado durante el Bronce Tardío.Los estratos datados de Setefilla, XV y XIV se sitúan,“calibrados”, entre fines del 1110 y primera mitad del 110Milenio, en plenos inicios de laEdad del Bronce (18).Si hay un hiatus, como los autores proponen (ibi-dem:68), entre los estratos XIV y el XIII de Setefíllaque posee materiales orientalizantes, este debe haber-se producido a mediados del 1I~ Milenio, a lo sumo, enlos comienzos de la segunda mitad de éste. La asocia-ción de estos niveles a materiales Cogotas no es óbicepara las dataciones, pues yacimientos de la Mesetacomo Los Tolmos, Arevalfilo o el Balconcillo porejemplo, se sitúan, “calibrados”, también en esosmomentos.

Para el estrato III del Berrueco existe una fecha,algo más reciente que la de Setefilla, pero que, contodo, no iría más allá de fines del s. XV (19). Escacenapiensa (Belén y Escacena 1992a:71) que esta dataciónsería homologable con el contexto cultural del estratoIV del sitio. De esta manera, existiría un hiatus entreeste último y el estrato V, cuyos materiales no sonremontables más allá del Bronce Final.

Así, si hay abandono de algunos sitios del Suroes-te (20), éste se habría producido en efecto, en elBronce Tardío, pero en fechas en torno al s. XV, si noantes, y no a mediados del s. XIII a.C., como proponí-an Belén & Escacena (ibidem:65).

Y permiten entender, por otra parte, el fenómeno dela “pérdida de visibilidad” de poblados y necrópoliscomo un fenómeno más amplio y general en todaEuropa Occidental, en lugar de una crisis y despobla-miento de ámbito regional. La interpretación de suscausas será entonces la misma que en el resto deEuropa Occidental. Yo no creo que se produzca aban-dono, aunque si un descenso de población y un pobla-miento menos denso y más disperso, sobre una basemás móvil e inestable. Ello no siempre debe entender-se como una forma de vida ganadera, aunque tanto enExtremadura como en el Suroeste, la reconstruccióndel paisaje permite pensar que aquí sí debió ser la baseeconómicá fundamental.

Una interesante observación de Belén y Escacena(ibidem 72 a 74), se refiere al sistema constructivo delos poblados del Suroeste. Así, los niveles del BronceFinal correspondientes a esa recuperación poblacional

(18) 1/11070. 3520±95 = 2129 (1875, 1836, iSIS. 1800, 1785)1612 a.C. Tramos tnás probables entre 1950-1740 a.C. y entre 1720-1680 a.C, 1/11069. 3470±95 = 2027 (1748> 1522 a.C. Tramos demayorprobabilidad entre 889 y 1785 a.C.

(¡9) Be-82/A-5. 3310±80= 1749 (1597. 1568. 1529) 1413 a,C.tos tramos con mayor probabilidad se sitúan entre 1680 y 1525. Dciesíramo II, inmediatamente anterior, procede otra fecha. BE-82/B-9,3620±80= 2194 (¡957) 1745. Tramos con mayor probabilidad entre2125 y 2075 a.C. y entre 2050 y 1880 a.c.

(20) Aunque no de Monioro y, tal vez tampoco, de Carniona si seconfirma la presencia de cerámicas a torno.

que los autores creen detectar tras el abandono al quenos referimos, presentan pequeñas cabañas ovales ocirculares. Yo me pregunto si estas se hubieran con-servado si no hubieran sido selladas por potentes estra-tos constructivos, fruto de una ocupación continuada ypermanente. Cabañas de este tipo deben haber consti-tuido el habitat típico del Bronce Tardío precedente. Silas ocupaciones fueron breves, aunque se repitieran enel tiempo, la posibilidad de detectarías habría sidoescasa, como ocurre en la Meseta. El que este sistemaconstructivo difiera del más sólido y de muros rectosdel Bronce Pleno es otra prueba de que, posteriormen-te, el asentamiento se volvió mucho más inestable ydiscontinuo.

Y ello condiciona también nuestra capacidad dedetectar arqueológicamente sus lugares de enterra-miento. Belén y Escacena (1991 y 1992a:78 y ss) sin-cronizan el fenómeno del abandono poblacional con elcomienzo de la deposición de armas en las aguas.Pero, como vemos, usando fechas radiocarbónicas rea-les, habría un lapso de tiempo arqueológicamentevacio, entre las últinlas tumbas del Bronce del SO. ylas primeras armas en las aguas.

Es cierto que hay muy pocas dataciones para elBronce del SO., pero, con todo, me parece difícil “esti-rarlo” para que coincida con las primeras armas en lasaguas. Estas responden a los tipos pistiliforme y, enespecial, en lengua de carpa. Es decir, seguramente noantes de un momento avanzado del Bronce Final II encronología atlántica (véase Capítulo 6). Pues, aunqueen Arqueología toda hipótesis es provisional, hasta lafecha y a pesar del estoque de Larache, en el SO. no sedocumentan hallazgos en las aguas anteriores a esasfechas.

Nuestra incapacidad para “encontrar los muertosque nos faltan”, seria comprensible si enmarcáramoseste fenómeno dentro del comportamiento de un grupohumano que se mueve en el paisaje y que usa unasmarcas y referentes, no necesariamente similares a losnuestros. A modo de ejemplo, asomémonos a laMeseta. En el trabajo de Esparza (1990), sobre el ritualfunerario de Cogotas 1, se recogen 28 lugares de ente-rramiento incluyendo los dudosos. Ninguno de ellospuede, estrictamente, calificarse de necrópolis. Algoun poco escaso para casi un milenio de ocupaciónhumana...

Los enterramientos se producen de manera hetero-génea en fondos de cabaña, en cuevas, en dólmenesreutilizados, estos últimos más sospechosos porquenunca se encuentran restos esqueletales... En definiti-va, no hay un ritual que se pueda calificar de caracte-rístico.

En otros casos, como en el NO. o como en Wessex,la tradición de enterramiento tumular parece que con-tinuó hasta fechas inmediatamente anteriores alBronce Final, aunque sin ajuares o con ajuares franca-

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mente pobres. Es decir, que, si no fuera por las fechasradiocarbónicas, nos veríamos en la imposibilidad desituar correctamente estos túmulos (Bradley l984:89;Fábregas & Ruiz—Gálvez l994).

Otra práctica, que existe entre muchos pueblos quepractican la movilidad, es la exposición del cadáver.Pensemos, por ejemplo qué es lo que le quedaría alarqueólogo tras el abandono de un cementerio deindios de las praderas de EE.UU. En otros casoscomo entre los mongoles (Ferrero 1994), se arroja elcuerpo a las aguas del río o se deja devorar por los ani-males. Quiero decir con ello, que la posibilidad dedetectar una necrópolis está asociada al asentamiento,permanente y prolongado en un territorio por parte deun grupo humano. Y que nuestra incapacidad paraencontrar poblados y necrópolis no indica, necesaria-mente, abandono o despoblamiento.

La aparición de armas en las aguas del SO., pareceligada a un cambio de situación en que la región yciertos puntos de acceso y circulación dentro de ella,aumentan su importancia y su yalor estratégico. Porello, controlarlos es una fuente de poder y por eso scven implicados en ceremoniales de paso, en los quepúblicamente se reivindican derechos, estableciendovínculos con los difuntos y exhibiendo riqueza ypoder No es por ello casualidad que las primerasarmas que encontramos en sus ríos, coincidan crono-lógicamente con el establecimiento de unas rutas deintercambio entre el Occidente atlántico y el centrodel mediterráneo. Ese mismo fenómeno provoca unproceso de reorganización territorial en el hinterland,tanto del SO. como del centro de Portugal. Es lo quevemos reflejado en las estelas de guerreros (Galán1993) y en la aparición de pesados torques femeni-nos.

Posiblemente, la creación de tales rutas entre elMediterráneo y el Atlántico sirvió como un detonanteen la región en dos sentidos. En primer lugar, en el dela reorganización del territorio y sus recursos, espe-cialmente ganaderos, en función de una crecientedemanda activada por la creación de tales rutas. Ensegundo lugar, en el de favorecer la llegada de innova-ciones en tecnología agraria que aceleró el proceso deaumento demográfico y de sedentarización. Comoseñalan Belén y Escacena (ibidem:76), prácticamenteno hay documentación de macrorrestos procedente delos yacimientos del SO. Pero, aunque tanto por lasfuentes textuales, como por la información polinica yfaunística cabe pensar en una economía fundamental-mente ganadera, tal especialización, junto al surgi-miento de hábitats sedentarios y permanentes, no seriaposible sin la práctica de una agricultura que propor-cionara la base alimenticia de la mayor parte de lapoblación y propiciara la crianza del ganado comoexcedente, por sus “productos secundarios”. El que lacaza se revele como una actividad subsidiaria de cier-ta importancia en los poblados de comienzos de la

Edad del Hierro (ibidem:76), apuntaría en la mismadirección de especialización ganadera.

Aunque indicios como los faunisticos (Amberger1985), que indican que los bóvidos, no sólo aumenta-ron en número sino también de alzada, a partir de lacolonización fenicia, hablarían a favor de la introduc-ción de nuevos cultigenos y de mejoras en el sectorganadero, fenómenos de territorialización y de exhibi-ción de la riqueza como los antes mencionados, sonprueba dc un proceso de reorganización tanto econó-rnica como política, previa a la llegada de aquellos.Comparto totalmente la opinión de M5 E. Aubet(1990:33), de que el territorio tartessico presentaba yauna compleja organización previa a la colonización yque actuó como incentivo para ella.

Los datos de circulación y consumo de metal en elBronce Final de la región, indican una apreciaciaciónsocial más que práctica de éste: Apenas hay útiles, losdepósitos son muy escasos y, como el de Cabezo deAraya, se localizan en el hinterland del SO. Armas yobjetos definitorios de posición social, predominan.Lo mismo se puede decir de los de procedencia orien-tal. Carros como los de Huelva, que debieron llegar enescaso número (Galán ¡993), elementos de vestido ytocado, sugieren la construcción de una simbología,como parte de la creación de un lenguaje del poder.

La asociación de objetos de tipología occidental oatlántica con otros de origen oriental tanto en las este-las como en la Ría señalan algo más que un mero pro-ceso de “aculturación” o de imitación, en el que losindígenas copian formas de vestimenta o de represen-tación procedentes de culturas más avanzadas, sinomás bien, un proceso de emulación en el que símbolosidentificativos del príncipe o del hombre de Estadooriental, son manipulados y adaptados al lenguajelocal y a los conceptos propios de poder.

A mi, cl registro del SO. me parece evocativo de lasociedad homérica descrita en la Ilíada o la Odisea, enla que el ganado es riqueza (21), el metal tiene la doblefunción de categorizador social y almacenamiento devalor (Sherratt & Sherratt 1991), y la organizaciónpolítica parece basada en la creación de alianzas entreterritorios — política de intercambio de mujeres visibleen las estelas diademadas y en los torques Sagrajas!Berzocana —el control de los intercambios — que expli-ca la localización de espadas en vados y deltas — y enla política de regalos — que explica igualmente,potlatch como el de la Ría — . Por eso creo que encajaen un modelo económico típicamente substantivísta(Ruiz-.-Gálvez 1993:62).

Dentro de este modelo se entendería muy bien laRía de Huelva, una deposición ritual producida en elpunto de acceso a la península, cuasi isla, de Huelva,un lugar estratégico para controlar los intercambios.

(21) Lo que los angloparlantes llamarían casb”,

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EL SIGNIFICADO DELA RíA DE HUELVA EN EL BRONCE FINALJEDAD DEL HIERRO 155

Desde ahí podrían haber accedido a mercancías pre-ciadas como la sal, bóvidos y sus productos derivadoscomo el cuero y la piel. Posiblemente también lana,pues, como señalan Belén y Escacena (ibidem:76), losovicaprinos parecen ser la especie dominante en losyacimientos de fines del Bronce/inicios de la Edad delHierro, a pesar de que su papel en la alimentación dela población debió ser secundario respecto a otras.Otros productos explotados y canalizados por esta víapodrían haber sido los minerales y los recursos piscí-colas. Aunque, como se comentó (vide supra), posi-blemente el rico cinturón de piritas del SO. no se debióexplotar hasta la Edad del Hierro, zonas como la deChinflón o San Bartolomé de Almonte, parece quefueron explotadas intermitentemente por pequeñosgrupos mineros durante el Bronce Final (Ruiz Mata1989 y 1990:68). En cuanto a los segundos, Belén yEscacena (ibidem: ) señalan la aparición en el BronceFinal de asentamientos que dominan los esteros yparecen explotar la pesca.

Cómo situar un fenómeno como el que la Ría deHuelva en relación con el resurgimiento poblacionaldel final del Bronce en la región no es tarea sencilla.Aunque, como se vió (Capítulo 40), el origen de algu-nos elementos podrían remontarse al Bronce Final II,el conjunto es, globalmente, muy homogéneo dentrodel Bronce Final 111, por lo que coincide con las data-ciones obtenidas en los astiles.

Cuánto tiempo de deposición ritual representa,resulta más difícil de precisar. ¿Entre el s. X y el VIIIa.C...? ¿Sólo hasta comienzos o mediados del s. IXa.C....? Un período aún más corto, de apenas s. Xa.C...? Francamente, no lo sé, pues armas metálicas ymateriales representativos del resurgimiento poblacio-nal dcl Bronce Final, como cerámicas bruñidas y pin-tadas, o los propios hábitats, no suelen aparecer aso-ciados a objetos similares. Incluso si lo hacen, su con-

texto de aparición es diferente y, por tanto, también loes su significado.

Mi impresión es que, como en otras partes de EuropaOccidental, conforme los habitats se van haciendo másvisibles y permanentes, el fenómeno de la deposiciónde armas en las aguas va desapareciendo, sustituido poraquellos como marcadores de propiedad. Cuando enlos cabezos de Huelva o en la desembocadura delGuadalquivir empiezan a aparecer poblados sólidos yvisibles, debió volverse innecesario el gesto de marcarde modo simbólico, la soberanía sobre el territorio. ¿Podemos asumir dataciones de s. IX a.C., de acuerdocon la cronología tipológica para el arranque de estafase de mayor “visibilidad poblacional?. Es muy posi-ble que así sea. Ya Belén y Escacena (ibidem:71), seña-lan que este resurgimiento poblacional da la sensaciónde producirse a modo de avanzadillas de Oeste a Estey de Norte a Sur, controlando los puntos de acceso yatraque y las vías de comunicación.

Otro argumento en aval de esta interpretación seríael de la aparición de murallas en las ciudades tartéssi-cas a pesar del carácter pacífico, según los textos anti-guos, de sus moradores. La erección de murallasrepresentaría el último paso en la transformación delpaisaje en territorio y simbolizaría ahora, como paralos campesinos neolíticos lo fue el panteón familiar ypara las gentes del Bronce Final las ceremonias depaso en las aguas de los ríos, el marcador visible y per-manente de un territorio ocupado y poseído por ungrupo humano.

Ese proceso de territorialización es lo que se estágestando en el Bronce Final y lo que, tanto espadas enlas aguas como estelas de guerreros representan. Queel proceso debía estar ya muy avanzado en el momen-to del establecimiento de las primeras factorías feni-cias, lo indicaría el propio hecho de su instalación alEste y no al Oeste de Gibraltar