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ESTUDIOS DE HISTORIA ANTIGUA EN HOMENAJE AL

PROF. MANUEL ABILIO RABANAL

ISBN: 978-84-472-1399-3

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ESTUDIOS DE HISTORIA ANTIGUA EN HOMENAJE AL

PROF. MANUEL ABILIO RABANAL

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2012

ESTUDIOS DE HISTORIA ANTIGUA EN HOMENAJE AL

PROF. MANUEL ABILIO RABANAL

Gloriam patriae suae legionensis auxit et amicitiam omnibus rebus humanis anteposuit

Juan Manuel Abascal PalazónAntonio Caballos Rufino

Santiago Castellanos GarcíaJuan Santos Yanguas

(editores)

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© UNIVERSIDAD DE LEÓN ÁREA DE PUBLICACIONES 2012 Edi�cio de Servicios. Campus de Vegazana s/n León - 24071 Tlfs.: 987 29 11 66; Fax: 987 29 11 66 Correo electrónico: [email protected] Web: http://www3.unileon.es/recpub/

© SECRETARIADO DE PUBLICACIONES DE LA UNIVERSIDAD DE SEVILLA 2012 Porvenir, 27 - 41013 Sevilla Tlfs.: 954 487 447; 954 487 451; Fax: 954 487 443 Correo electrónico: [email protected] Web: http://www.publius.us.es

© Juan Manuel Abascal Palazón, Antonio Caballos Ru�no, Santiago Castellanos García y Juan Santos Yanguas (editores) 2012

© Por los textos, los autores 2012

Impreso en papel ecológico Impreso en España-Printed in Spain ISBN de la Universidad de León: 978-84-9773-607-7ISBN de la Universidad de Sevilla: 978-84-472-1399-3 Depósito Legal: Impresión: Universidad de León. Servicio de Reprografía

Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro puede reprodu-cirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética o cualquier almacenamiento de información y sis-tema de recuperación, sin permiso escrito de los Secretariados de Publicaciones de la Universidad de Sevilla y de la Universidad de León.

Estudios de historia antigua en homenaje al prof. Manuel Abilio Rabanal / Juan Manuel Abascal Palazón … [et al.] (editores). – León : Universidad de León, Área de Publicaciones ; Sevilla : Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Sevilla, 2012

398 p. : il., fot., gráf., mapas ; 24 cm. – (Historia y Geografía / Universidad de Se-villa ; n. 221)

ISBN 987- 84-9773-607-7 (Universidad de León), 978-84-472-1399-3 (Universi-dad de Sevilla)

1. Rabanal Alonso, Manuel Abilio (1941-)-Discursos, ensayos, conferencias. 2. His-toria antigua-Discursos, ensayos, conferencias. I. Abascal Palazón, Juan Manuel [et al.]. II. Rabanal Alonso, Manuel Abilio (1941-). III. Universidad de León. Área de Publica-ciones. IV. Universidad de Sevilla. Secretariado de Publicaciones.

929 Rabanal Alonso, Manuel Abilio (082)

94(3)(082)

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ÍNDICE

Presentación por Juan Manuel Abascal Palazón, Antonio Caballos Rufino, Santiago Castellanos García y Juan Santos Yanguas ............................................................................ 11

Publicaciones del Profesor Manuel Abilio Rabanal Alonso ............ 15

ESTUDIOS DE HISTORIA ANTIGUA

Federico Lara Peinado: El vaso ritual de Gudea: Ningišzida evidente, Inanna encubierta......................................................................... 27

José María Blázquez Martínez: Arabia y los árabes en Estrabón y en Diodoro Sículo ......................................................................................... 45

Gerardo Pereira Menaut: La ciudad romana perfecta no debe ser hermosa, sino sexy ......................................................................................... 81

Joaquín Muñiz Coello: La casa y el sagum. Símbolo y coerción en la sociedad romana ............................................................................................ 89

Manuel Salinas de Frías: La Provincia Ulterior entre Décimo Bruto y Augusto ............................................................................................. 105

Milagros Cavada Nieto: Gallaecia en las Guerras Cántabras ............. 123

Juan Santos Yanguas: Segovia, ¿municipio �avio o ciudad con estatuto privilegiado en época de Tiberio? Notas de lectura ................ 143

Juan Manuel Abascal Palazón: Inscripciones romanas de Aragón y Cataluña en manuscritos de la Real Academia de la Historia ........... 149

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Estíbaliz Ortiz de Urbina Álava: Cultores de divinidades indígenas en el Conventus Asturum: onomástica personal y condición cívica ............................................................................................. 185

Mª Dolores Dopico Caínzos: Publice privatimque hospitia (Liv. 1.45.2) La hospitalidad en el libro I de Livio ........................................... 219

Sonia María García Martínez: La epigrafía romana en la provincia de León: una aproximación a un compendio bibliográ�co .................... 235

Lorenzo Abad Casal: Pedro Ibarra Ruiz y el descubrimiento de las termas occidentales de la Alcudia de Elche .............................................. 249

Luis A. García Moreno: Un imperdonable acto del Padre Flórez contra las antigüedades cristianas de España ........................................... 275

José María Solana Sainz: Construcción y reparación de vías y puentes en Hispania romana: el término restituit recogido en los miliarios................................................................................................ 287

Narciso Santos Yanguas: Vía romana y minería aurífera en el valle del río del Oro y del Valledor (Allande, Asturias) .................................. 333

David Natal Villazala: Gloriosa Propago. La propaganda teodosiana en Orosio .................................................................................... 361

Santiago Castellanos García: Hidacio y el �nal de la dinastía teodosiana ....................................................................................................... 373

Pablo C. Díaz Martínez: Percepción del espacio y la naturaleza en Valerio del Bierzo ........................................................................................... 383

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PEDRO IBARRA RUIZ Y EL DESCUBRIMIENTO DE LAS TERMAS

OCCIDENTALES DE LA ALCUDIA DE ELCHE1

Lorenzo Abad CasalUniversidad de Alicante

PEDRO IBARRA Y LA ALCUDIA DE ELCHE

Aureliano Ibarra i Manzoni y Pedro Ibarra y Ruiz fueron los estudiosos de las an-tigüedades ilicitanas que con sus trabajos e investigaciones llenaron el periodo que va desde mediados del siglo XIX a las primeras décadas del siglo XX. Her-manos de padre y con una considerable diferencia de edad entre ambos, Aure-liano ejerció de maestro y Pedro de discípulo.

Aureliano Ibarra nació en Alicante en 1834 y murió también en Alicante en 1890, aunque casi toda su actividad cientí�ca estuvo dedicada a Elche y su en-torno. Su actuación principal tuvo lugar en la partida de Algorós, donde puso al descubierto parte de una rica villa romana, la más importante y compleja cono-cida hasta hoy en el territorio ilicitano. Esculturas y mosaicos pasaron a formar

1 Este trabajo se ha realizado en el marco del proyecto HUM-2006-09874/Hist: “Un pro-ceso de romanización comparada”, del Ministerio de Ciencia e Innovación, Dirección Ge-neral de Investigación.

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Lorenzo Abad Casal

parte de su colección personal, que sus herederos vendieron al Museo Arqueo-lógico Nacional.

Su formación es en buena medida autodidacta, aunque fue correspondiente de la Real Academia de la Historia y miembro de la malograda Real Academia Es-pañola de Arqueología. Su estancia en Roma entre 1873 y 1876 le permitió fa-miliarizarse con los principales monumentos de la arqueología romana, y ese conocimiento lo vertió en su obra Illici. Su situación y antigüedades, editada en 1879. En ella demuestra de forma de�nitiva que la colonia Iulia Ilici Augusta se ubica en el yacimiento de La Alcudia y da a conocer un yacimiento tan impor-tante como el de Algorós. Por desgracia, su trabajo tuvo muy poca difusión; sólo la edición facsímil publicada por el Instituto de Estudios Alicantinos un siglo después ha permitido que la obra logre el reconocimiento que merece2.

Pedro Ibarra Ruiz, nacido en 1858 y fallecido en 1934 se dedicó por entero al estudio de las antigüedades ilicitanas, tanto de su patrimonio escrito –su profe-sión fue la de archivero municipal– como arqueológico. El dueño de La Alcudia era Manuel Campello, casado con Asunción Ibarra, hija de Aureliano y sobrina de Pedro, por lo que su vinculación con el yacimiento fue bastante intensa.

La instalación del regadío en la �nca obligó a realizar desmontes y a abrir zanjas que entre otras cosas permitieron el descubrimiento de la Dama de Elche. Pedro Ibarra intentó que el busto se quedara en la ciudad o al menos en España, lo que no consiguió. Pero en este marco se realizaron algunos descubrimientos de gran interés, entre ellos el edi�co que desde entonces se conoce como iglesia cristiana y su magní�co mosaico.

Durante estos trabajos se puso también al descubierto un lienzo de muro que bordea la parte occidental del yacimiento y que en la bibliografía de La Alcudia se ha conocido tradicionalmente como “muralla tardorromana”. Próximo a él ex-cavó dos habitaciones con hypocausta que identi�có como estancias termales. Y como colofón de su investigación, levantó un plano general del yacimiento en el que recoge todos los vestigios documentados hasta el momento y que aún hoy sigue siendo de gran utilidad3 (Fig. 1).

2 A. Ibarra i Manzoni, Ilici. Su situación y antigüedades, Alicante 1879. Edición facsímil Ins-tituto de Estudios Alicantinos, Alicante 1981. Sobre su vida y obra, C. Papí Rodes, Aure-liano Ibarra y La Alcudia. Una mirada a la arqueología del siglo XIX, Alicante 2008.3 Los trabajos de Pedro Ibarra son bastante numerosos, aunque su obra más signi�cativa es Elche. Materiales para su historia, Cuenca 1926. Sobre su �gura, J. Castaño García, Els ger-mans Aurelià i Pere Ibarra. Cents anys en la vida cultural d’Elx, Alicante 2002. Sobre la vida

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Pedro Ibarra Ruiz y el descubrimiento de las termas occidentales de la Alcudia de Elche

Esta “muralla tardorromana” fue objeto de nuevas investigaciones por parte de Alejandro Ramos Folqués, quien en los años cincuenta excavó una zanja paralela a su frente exterior, que en algún lugar se prolonga hasta tocarla. La propuesta, que se incorporó a la bibliografía del yacimiento, fue la de que trataba de una mu-ralla construida para forti�car La Alcudia tras las invasiones del siglo III d.n.e. Intervenciones posteriores pegadas a la propia muralla, y la erosión del agua, hi-cieron que el muro experimentara un fuerte proceso de deterioro (Fig. 2). Tras un proyecto de restauración ideal y poco acorde con la realidad4, que no se llevó

cultural de Elche en ese momento, puede verse Gents que fa historia. D’Ilici a Elx a través de la historiografía local, Elche 2008.4 Cf. Fig. 6. El paramento de opus caementicium que se observa al fondo, correspondiente a la pared de la natatio, se había interpretado como relleno de la muralla.

Fig. 1. Detalle del Plano de Ibarra conservado en la colección de la familia Ramos.

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a cabo, se planteó una intervención arqueológica que documentara el sistema de construcción del muro, su �nalidad real y su relación con las estructuras de opus caementicium que se veían por detrás.

Aunque más adelante detallaremos algunos de los aspectos de esta intervención, podemos adelantar que ese muro es en realidad el cierre de una plataforma que oblitera la muralla de la fundación colonial, pasando por encima, y que sirve de asiento a una instalación termal (las ‘termas occidentales’ de La Alcudia), parte de la cual excavó Pedro Ibarra.

EL MANUSCRITO DE PEDRO IBARRA

El descubrimiento de la muralla tuvo lugar en el verano de 1887, seguramente como consecuencia de las obras realizadas para poner en regadío la �nca. El in-terés despertado por este descubrimiento hizo que se planteara una nueva inter-vención, tomando como base un sillar empotrado en hormigón, a unos 20 m. del muro. La excavación comenzó el 16 de julio de 1890, y se prolongó durante los meses de verano.

Fig. 2. El muro exterior a mediados de los años 90.

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El informe de la intervención que Pedro Ibarra remitió a la Real Academia de la Historia5 es de gran interés, tanto por su contenido como por su redacción, ya que permite conocer el método de trabajo, analítico y deductivo, que empleaba el historiador, además de que lo acompaña con un plano (Fig. 3), alguna fotogra-fía y varios dibujos. La comparación del plano con el que forma parte del gran

5 Debemos el conocimiento de su existencia a nuestro compañero Juan Manuel Abascal, a quien agradecemos su ayuda. Asimismo, al Dr. Martín Almagro, Anticuario de la RAH, por facilitarnos su consulta.

Fig. 3. Plano original del manuscrito de la RAH e interpretación del mismo una vez incorporadas las referencias y medidas que se dan en el manuscrito. En gris la

dispersión aproximada de las capas de ceniza.

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plano de La Alcudia al que nos hemos referido, muestra que ambos son práctica-mente idénticos, aunque el de la RAH incluye algunos detalles añadidos, en re-lación con el texto que se acompaña6.

Comienza explicando las razones por las que se elige el lugar: estaba a 20 metros7 del muro de 54 metros de longitud con tres torreones que se había descubierto en 1887 “al rebajar las tierras que constituyen la vertiente occidental de La Alcu-dia”. El lugar exacto de la intervención lo marcó “empotrado en fuerte hormigón, de característica factura, un gran sillar cuadrangular, revelando su estado que no sería aquel el único que había de su clase en semejante sitio”. Para llevar a cabo los trabajos, se creó una sociedad de amigos que se llamó “La Alcudia”.

La intervención se inicia con la limpieza del lugar donde se observaba en super-�cie un sillar (A), que era el primero de tres líneas superpuestas, que alcanza-ban 1,50 m de altura, y al este un piso de hormigón cubierto de cenizas. Hacia el norte, descubre a continuación el muro formado por los pilares 1-2, que dejan entre sí unos vanos, y las primeras líneas de pequeños pilares; éstos eran mayori-tariamente de ladrillos cuadrados superpuestos y unidos por un “aparejo terrero”, aunque también los había circulares, sobre un primer ladrillo cuadrado, excepto alguno que era cilíndrico en su totalidad. En su dibujo se representan estos deta-lles con toda exactitud. Mezclado con ello aparecieron “�agmentos de tabletas de mármol (…) y trozos de objetos (…) formados por barro cocido, afectando la forma piramidal, de base circular y formando cuello y todos rotos al vértice”.

Prosigue la excavación hacia el oeste, donde los pilares 3 y 4 estaban unidos entre sí por una losa que los cubría, y el 5, más largo, le permitió llegar al límite de la habitación. Continuó desde el ángulo entre el muro 1 y el pilar A, en dirección al centro de la habitación, encontrando numerosos pilarcitos, de base cuadrada y fustes cilíndricos o cuadrangulares en toda su altura, unos de pie y otros caídos, conservando su enlucido y entre trozos de revestimiento de mármol. También un ladrillo recubierto de hormigón por arriba y ennegrecido por abajo, que fue

6 Los resultados principales de esta intervención se encuentran recogidos en el libro de P. Ibarra Elche. Materiales para su historia. Algunas referencias a este texto se incluyen en A. Ramos Molina y M. Tendero Porras, «Dos nuevos conjuntos termales en Ilici (La Alcudia, Elche)», Termas romanas en el Occidente del Imperio, II Coloquio Internacional de Arqueolo-gía de Gijón, Gijón 2000, pp. 248-250.7 En el plano que acompaña el informe, se señala sin embargo que la distancia es de 17 me-tros, seguramente porque se re�ere al sillar número 1, que es el lugar donde se inicia la exca-vación, aunque en este caso las medidas no encajan bien. Agradezco esta observación, como otras que se han incorporado al texto, a Mercedes Tendero, arqueóloga de la Fundación La Alcudia.

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el primero de varios más. Entre todo ello, ladrillos y “tarugos piramidales”, aun-que ninguno entero. Pensó que se encontraba ante una habitación de dos pisos, el inferior con los pilarcitos y el superior con el mármol adherido al hormigón. Hizo una prueba recreciendo en su sitio cuatro pilarcitos y colocando encima uno de los ladrillos, cuyos vértices vinieron a coincidir exactamente en el centro de los pilares. Su altura total era 1,39 m, estaban separados entre sí 0,40 m y su diámetro de base era de 0,25 m.

A partir de ahí las cosas se aclararon. Ibarra llega a la conclusión de que se trata de “un gran calentador arti�cial, en cuyo departamento inferior se pondría la lum-bre y en la parte superior las personas sentirían el calor difundido por aquellas pa-redes…” Como en los modernos baños termales. “¡Baños termales! Este era, sí, el destino de aquel robusto y fuerte edi�cio, las �ermas. Aquello eran pues las �er-mas ilicitanas”.

La habitación excavada sería un hypocaustum (B). Excava hacia el norte (C) para identi�car el sentido de los vanos entre los pilares 1-2-3-4-5, y encuentra pilarcitos similares a los de B, en esta ocasión todos cuadrangulares. Deduce, correctamente, que esos vanos permitían que el calor circulara por todo el subsuelo (Fig. 4).

Fig. 4. Hypocaustum con los ‘pilarcitos’ a que se re�ere Ibarra. La fotografía original acompaña el manuscrito.

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De nuevo hacia el norte, encuentra una hendidura en el muro (D) a un nivel di-ferente del piso general, hasta alcanzar un “robusto y fuerte macho del rincón E, construido con ladrillos y argamasa” y llegar a F, “uno como terradito, de plano bastante inclinado, de paredes elevadas, formado por un macizo de hormigón con-venientemente sacada de �or en la super�cie, ni más ni menos que como hacen nuestros modernos albañiles, en los terrados de argamasa, y cuya pesada mole es-taba sostenida por dos líneas de pilares…” Pilares idénticos a los anteriores, segu-ramente se re�ere a un nuevo pavimento de opus caementicium similar al de las otras estancias.

Los descubrimientos de esta habitación, ladrillos y pirámides, permitirán a Iba-rra avanzar en su interpretación. Su texto es muy expresivo:

Entre los ladrillos los había, cuyos ángulos estaban cortados en cuadrante circular muy pequeño: otros en ángulo recto. Otros que tienen unos como dientes cuadrados y de forma trapezoidal. Uniendo sus ángulos unos con otros, pude observar que los que tenían los ángulos cortados en porciones de círculo formaban un círculo completo, próximamente del mismo diámetro que el cuello que forman hacia la base las piezas piramidales.

A partir de ahí se pregunta si

estas estacas de barro cocido irían metidas en la pared y sujetarían con el chatón circu-lar de lo que yo creía base los ángulos de las losas, dejando de este modo un espacio libre entre el muro y este tabique, para que el calor, convenientemente dirigido, calentara todos los ámbitos de ambas habitaciones.

Pedro Ibarra busca la aprobación de su hermano en esta interpretación, y aquel, aunque la comparte, no la aprueba porque en los sillares de las paredes no había huecos donde se pudieran empotrar. Pero Pedro cree que los muros de la parte superior, más allá de la losa que descansaba sobre los pilarcitos, podrían no ser de cantería, sino de cal y canto, y a ellos pertenecerían los numerosos restos removi-dos en la excavación. Es en estos muros donde podrían ir empotradas estas pie-zas, por lo que sigue considerando válida esta opción.

Hoy sabemos que tuvo que ser así, las pirámides y los ladrillos con muescas ser-vían para formar una cámara en la habitación y permitir que el aire circulara y ca-lentara todo su perímetro8 (Fig. 5).

8 Se trata de una solución bastante frecuente para facilitar la circulación del aire. Véase R. Sanz Gamo, «Materiales cerámicos utilizados en la construcción de hipocaustos en el su-reste peninsular: clavijas y ladrillos recortados», Crónica del XIX Congreso Arqueológico Na-cional, 1, 1989, pp. 877-884.

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Prosigue la exploración hacia el norte, donde encuentra una habitación G, con gran cantidad de cenizas, paredes de diferente aparejo y a la que se accedía su-biendo un pequeño escalón. En su interior, unos pequeños pies circulares de bronce, un tablero de bronce con agujeritos para insertarlos, un bruñidor y una punta de lanza, le hacen suponer que se encuentra ante la portería del edi�cio. Y a su lado, una balsa (H) con paredes de cal y canto y piso empedrado. La letra I corresponde a una zanja que hizo para ver el subsuelo del edi�cio. En este lugar, Ibarra desliza un error, ya que dice que la zanja tiene al sur la pared del tejadito o balsita anteriormente descrita (debía de ser la F, aunque no la cita), al norte tierra, al oeste (tiene que ser el este) “el macizo cuya diversa línea indicaba exactamente sus entradas y salidas” y al este (tiene que ser el oeste) una pared muy frágil de la-drillo puesto de plano. Indica que se cavó hasta una profundidad de cuatro metros sin encontrar más que un pequeño canal de argamasa que iba de este a oeste.

A continuación, Ibarra busca la relación entre el edi�cio y la muralla cuyo des-cubrimiento ha sido la causa de todo este proceso. Comienza cavando hacia el oeste en línea desde el �n del muro que separa las estancias C y B, y descubre un pavimento de hormigón a 0,80 m. de profundidad, el mismo que encontró, según dice textualmente, “sobre los trozos de muralla y debió ser sin duda el te-rrado o plataforma superior que circundaba la muralla”.

El muro J continuaba hacia el norte, aunque desiste de excavar en este lugar debido a la gran cantidad de tierra acumulada. La excavación vuelve ahora a

Fig. 5. Materiales dibujados por

Pedro Ibarra procedentes de la

excavación.

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centrarse en torno a la habitación B. Primero limpia L, “un fuerte hormigón de 1,40 m. de ancho”; a su alrededor abre una zanja hasta alcanzar la tierra virgen, y al sur da con “un arranque de pared de cantería de extraordinario grosor” (M).

Al otro lado de B se abre otra habitación, N, “cuyo pavimento, también de hormi-gón, hállase ennegrecido por una sustancia grasienta”. Lo que sigue no queda muy claro, aunque parece referirse a que el muro O continuaba hacia el sur reducido a los cimientos, algo más anchos que el alzado; pocos metros más abajo se con-vertían en un enorme barrón de cimiento, para concluir que “esta super�cie P es la misma que viene desde las murallas y que circunda el edi�cio por poniente y sur”, por donde llega al “pilar” Q. Por último se completó el ángulo R para completar la excavación de la habitación principal, la B.

Una vez concluidos los trabajos, agotado el tiempo y los fondos de que se dispo-nía, se rellenó la excavación de tierra. Pedro Ibarra cierra su trabajo exclamando: “Aquellos muros; aquellos pilarcitos; aquellas habitaciones y balsitas ¿volverán a ver la luz? ¿Llegará un día en que poderosa sociedad adquiera aquellos terrenos y saque de las entrañas de la tierra tantos tesoros arqueológicos?

La intervención de 1999

Poco más de cien años después de que la tierra cubriera la excavación, la Funda-ción Universitaria La Alcudia inició sus trabajos donde Pedro Ibarra los había dejado. La intervención realizada en 1999 permitió aclarar algunas dudas exis-tentes desde la época de Pedro Ibarra y planteó otras nuevas que deberán abor-darse en el marco de un proyecto más ambicioso.

El muro descubierto en 1887 por Pedro Ibarra, que durante casi un siglo había pasado inadvertido, había adquirido ahora una proyección inusitada. La entrada a La Alcudia se había realizado tradicionalmente por el camino que discurre por delante de la iglesia, pero en el año 1996 se abrió un nuevo acceso, más al oeste, con un aparcamiento muy próximo a al monumento. El estado del muro, debi-litado por la remoción de los niveles que se apoyaban contra él por el exterior, y cuyas terreras eran aún visibles, era muy delicado.

Nuestra intervención9 identi�có en la estructura de opus caementicium que se veía en super�cie detrás del muro un depósito de agua revestido de opus signinum

9 Informe preliminar de la excavación de las termas occidentales (antiguo sector muralla ro-mana), septiembre-octubre de 1999. Entregado en la Dirección General de Patrimonio de la Conselleria de Cultura de la Generalitat Valenciana. Detalles de esta actuación pueden verse

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y con escalones laterales, correspondiente sin lugar a dudas a la natatio de unas termas (Fig. 6); por organización y dimensiones era muy similar a la que se había excavado unos años antes al otro lado del yacimiento. A estas termas debían co-rresponder los restos de algunas estructuras muy arrasadas visibles en super�cie (pavimento de opus signinum, canalización) y resultaba evidente que las estan-cias excavadas por Ibarra hacía más de un siglo formaban parte de esta instala-ción (Fig. 7).

Ocho sondeos, perpendiculares y longitudinales con respecto al muro conser-vado, permitieron datar el muro a mediados del siglo I d.n.e. Los sondeos su-perior e inferior proporcionaron el límite de la estructura, ya que descubrimos sendos muros que se dirigían al interior formando un ángulo de 90º.

El septentrional estaba asociado a una cloaca que vierte al exterior, más antigua que el muro perimetral de las termas, y que debió seguir en funcionamiento tras

en Abad Casal, L., Moratalla Javega, J. y Tendero Porras, M. Contextos de Antigüedad Tar-día en las termas occidentales de La Alcudia (Ilici, Alicante), Anales de Prehistoria y Arqueo-logía de la Universidad de Murcia 16, 2000, pp. 134-147.

Fig. 6. Contrafuerte del muro. Al fondo, la pared de opus caementicium de la natatio, en 1999.

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Fig. 7. Organización de los sondeos practicados en 1999.

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su construcción. El meridional pasaba por encima de una estructura más anti-gua, que ahora sabemos corresponde a la prolongación de la muralla excavada en los años 2006-2008 y que debe ser la fundacional de la colonia. Delimitaba lo que parece un espacio descubierto, con pavimento en pendiente, cordones hi-dráulicos perimetrales y un specus adosado a la cara interna del muro.

Los sondeos intermedios permitieron documentar bien el muro perimetral, cuyos cimientos estaban parcialmente descalzados. Se constató que el conjunto de to-rres cuadrangulares y lienzo de muro se había edi�cado al mismo tiempo y que no existía zanja de cimentación, sino un conjunto de niveles aportados por el exterior después de construir el muro, que sobreelevaban el suelo original, fuertemente in-clinado en origen. Por el interior (Sondeo STS), una vez construido el lienzo se aportaron estratos para rellenar el hueco y elevar el suelo, con lo que la altura de paso interior estaría a unos 5 m desde arranque actual del muro, y a unos 3,5-4 m por encima del suelo original. Las torres son en realidad refuerzos a manera de con-trafuertes que traban con el muro y que fueron construidos al mismo tiempo.

Los sondeos SLC y D descubrieron la natatio, cuya pared oriental era la estruc-tura de hormigón visible en el per�l exterior, por encima del muro perimetral, que se había venido confundiendo con el relleno de la muralla. La natatio, de grandes dimensiones, desaguaba por su extremo suroriental y tenía suelo y pa-redes de opus camenticium revestido al interior por opus signinum, como es ha-bitual. En su interior, sobre unos estratos de abandono se fueron acumulando niveles de relleno, de características similares, en los que abundan las piedras y los guijarros.

Durante nuestros trabajos fuimos conscientes de que nos encontrábamos en las inmediaciones de la zona excavada por Pedro Ibarra. En los archivos de la Funda-ción se encontró una fotografía muy deteriorada de la cámara con hypocausta, y en un plano del yacimiento de gran tamaño, propiedad de la familia Ramos, se en-contraban ubicadas la línea de muralla y la parte excavada de las termas (cf. Fig. 1). La aparición en la RAH del manuscrito de Ibarra que detalla su intervención ha permitido completar el estudio y nos ha permitido realizar la propuesta de rein-tegración que se acompaña. Tiene carácter provisional, a falta de que nuevas exca-vaciones permitan identi�car las estructuras excavadas por Ibarra.

La identi�cación de la natatio en 1999 nos permitió con�rmar que las habita-ciones excavadas por Pedro Ibarra pertenecían efectivamente, como él había su-puesto, a una instalación termal. Identi�car sus estancias resulta sin embargo difícil, ya que los datos aportados, muy valiosos, son incompletos y no ha podido documentarse ninguna parte del edi�cio. En todo caso, parece que el conjunto H-G ubicado al norte podría formar parte de la zona de servicios.

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Últimas actuaciones y nuevas interpretaciones

En el año 2004, en el marco de un proyecto de prospección de geoeléctrica y de georadar, se realizó un barrido por esta zona con la esperanza de encontrar las habitaciones excavadas por Pedro Ibarra, aunque los resultados no fueron con-cluyentes; o bien han sido destruidos o bien la ubicación propuesta, obtenida a partir del plano general de Ibarra no es real. Queda, pues, pendiente para el mo-mento en que se desarrolle una intervención arqueológica en esta zona, que es-taba prevista para 2010 con cargo al plan Con�anza de la Generalitat Valencia de 2010, aunque en el momento de redactar estas líneas (diciembre de 2011) aún no se ha podido llevar a cabo.

Más al sur, durante los trabajos para la construcción del centro de interpreta-ción de La Alcudia, y en el marco de un proyecto de colaboración con la Funda-ción Marq, se planteó la excavación durante los años 2006, 2007 y 2008 de una parte considerable del talud oriental. El resultado fue el hallazgo de una muralla de mampostería y adobe que discurre en dirección norte-sur y que se data a me-diados del siglo I a.n.e., por lo que debe corresponder a la muralla de la funda-ción colonial, aunque es posible que englobe estructuras anteriores (Fig. 8).

La muralla está muy alterada por su ubicación en el margen exterior de La Alcu-dia, y ha sufrido las transformaciones de la �nca en época antigua y moderna. No obstante, hemos podido documentar que en este lugar existió también una es-tructura más antigua, seguramente de adobe o tapial, y que sobre este núcleo se construyó a mediados del siglo I d.n.e. la ahora visible. Es ésta de mampostería en la parte inferior y de adobe en la superior, y corresponde a la muralla que hemos visto penetrar por debajo de la plataforma de las termas, que se desmontó para hacer sitio a la nueva estructura, en un proceso que, curiosamente, se repite tam-bién por las mismas fechas en el yacimiento vecino del Tossal de Manises10.

Parece necesario, por tanto, abandonar la hipótesis en vigor desde hace décadas, de que el muro visible en el lateral occidental de La Alcudia correspondía a la muralla tardorromana y pasar a considerarlo como el recinto exterior de un con-junto termal construido a mediados del siglo I d.n.e., para lo que se desmontó al menos la parte superior de la antigua muralla fundacional, construida aproxi-madamente un siglo antes. Es posible que el exterior del muro, con sus contra-fuertes salientes, tuviera el aspecto de un recinto amurallado y mantuviera la continuidad de la cerca original, al menos en su apariencia exterior.

10 M. Olcina, M. y R. Pérez, La ciudad ibero-romana de Lucentum (El Tossal de Manises, Ali-cante), Alicante 1998, pp. 72-73.

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Fig. 8. Plano general esquemático de las estructuras existentes. Se ha añadido el edi�cio excavado por Ibarra, así como el pavimento de opus caementicium al que se re�ere.

Abajo, la parte conservada de la muralla más antigua.

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Sin embargo, el desmonte de la muralla fundacional no fue un hecho aislado, puesto que las excavaciones realizadas más al sur, detrás del Centro de Interpre-tación, han demostrado que a �nales del siglo I d.n.e. otras partes de este muro estaban ya demolidas y se utilizaban como vertedero para materiales de desecho, de construcción, decorativo y cerámico, seguramente con la misma �nalidad de ganar para la ciudad el espacio que anteriormente ocupaba la muralla.

La excavación prevista en el área de las llamadas ‘casas ibéricas’ permitirá com-pletar la limpieza y excavación del área ocupada por la excavación de Pedro Iba-rra y documentar, en su caso, las estructuras excavadas hace ya 120 años.

Fig. 9. Portada del manuscrito.

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3-12-9

Historia del descubrimiento de las

Thermas ilicitanas y su descripción

por (sello Real Academia de la Historia Biblioteca)

Pedro Ibarra y Ruiz (rúbrica)

Febrero de 187111

Cuando en el verano de 1887 aparecieron a la luz del día las murallas de la antigua po-blación romana, revelándonos bien a las claras, la existencia de un recinto forti�cado, que no podía ser otro que el antiguo Castrum ilicitano, produjo gran resonancia su vista entre los amigos a�cionados de la localidad.

Por D. Cristóbal Sanz, regidor de este municipio y que escribía en el año 1621, sabíamos la existencia de esta muralla cuyo circuito era de 2020 pasos.

Había desaparecido por completo de la super�cie de la tierra la muralla de semejante monumento y parecía imposible, que “muros de cal y canto, macizos y más altos que los olivares circunvecinos”, hubieran desaparecido sin dejar rastro alguno. Pero que, rebaja-das las tierras que cons/2/tituyen la vertiente occidental de la loma de la Alcudia apare-cieron tres torreones unidos por fuerte muro, cuya longitud de 54 metros de Norte a Sur no dejaron ya duda de la veracidad del escritor ilicitano.

Este descubrimiento, con más, el hallazgo de multitud de objetos, si bien estropeados en su mayor parte, despertaron nuestra a�ción hacia esta clase de estudio. Entonces salie-ron a luz piedras preciosas grabadas, como la ónice de mi amigo Picó, cuyo grabado re-presenta el cuerno de la Abundancia, la palma de la Victoria y el mundo; símbolo que imaginé representa y tuve el gusto que mi inolvidable hermano aprobara, la abundan-cia que vino a la tierra después de la total victoria o paci�cación del imperio romano. Su estilo no es de lo más puro y su talla es mate. He tenido el sentimiento de verla rota por torpeza del engastador. /3/

También tuve la dicha de encontrarme otra piedra grabada, cornarina12, según el dicta-men de mi docto profesor el Sr. Catalina, y que representa una carátula cómica labrada con primor y pulida hasta en sus menores detalles.

11 Manuscrito conservado en el archivo de la Real Academia de la Historia, con el número 11-8109-1, fecha de 1890. En la transcripción del texto se ha normalizado la puntuación y la ortografía.12 Cornalina.

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Una moneda de oro con la imagen de Nerón, que guarda hoy el propietario de aquellas tie-rras, Dn. Manuel Campello: profusión de bronce. Multitud de estilos, tibias y objetos de mar�l. Bastantes lucernas con in�nita variedad de dibujos y a vuelta de muchos fragmen-tos notables de barro, notables todos porque revelan su uso o aplicación, una gran por-ción de sellos de alfarero, que es la más hermosa sección de mi colección de tiestos.

Todos estos vestigios del arte antiguo, moviéronme a dedicar algunos ratos que me de-jaron libres mis ocupaciones, a escudriñar aquel terreno que tan /4/ rico se presentaba después del cambio de tierras llevado a cabo por su propietario.

Ya mi buen hermano mostraba vehemente deseo de explorar la Alcudia, pero siempre la estrechez con que vivía unida a su ausencia de la localidad, impidiéronle llevar a cabo su pensamiento y sí solo escogitaba, con gran placer mío, los objetos que yo iba guar-dando y que por su estado de conservación o rareza merecían �gurar en su bonita colec-ción de antigüedades.

Entonces fue cuando pensé en fundar una sociedad arqueológica, especie de coopera-tiva que mediante una corta retribución semanal nos permitiera escarbar el terreno en aquellos puntos donde hubiera vehementes indicios de subterráneas riquezas arqueoló-gicas. A ello me indujeron también mis amigos y al calor del entusiasmo producido por los hallaz/5/gos de que anteriormente hago mención, quedó formada una sociedad de amigos, que denominamos “la Alcudia”, personas todas entusiastas y amantes del saber contándose entre ellos muchos forasteros.

Faltaba señalar el sitio donde debía darse el primer azadonazo y después de oídos varios pareceres, convinimos en explorar un punto situado a 20 metros al Este del trozo de mu-ralla descubierto hacia la parte interior de la loma y que mostraba al exterior, empotrado en fuerte hormigón de característica factura, un gran sillar cuadrangular, revelando su estado que no sería aquel, el único que había de su clase, en semejante sitio.

Dieron principio los trabajos el 16 de julio de 1890. Fui investido, por unanimidad, con el cargo de director de las excavaciones, por aquello de que en tierra de ciegos el tuerto es el rey, y me constituí en centinela contante de un trabajo cuya realización ansiaba /6/ mi alma y al cual las vacaciones propias de la estación prestaban su asueto.

El primer objetivo de nuestras pesquisas fue pues el escarbar el sillar, que colocado sobre otra línea de piedras de idéntica forma, parecían como indicarnos en aquel sitio, la existencia de algún edi�cio importante. Este punto es el señalado en el adjunto plano con la letra A.

Desbrozado el terreno, principióse a cavar y aparecieron sucesivamente tres líneas de si-llares superpuestos, que juntas constituyen una profundidad de 1m. 50. Diéronse algu-nos golpes sobre un piso de hormigón basto y cubierto de una espesa capa de cenizal como de 10 centímetros. No permití, naturalmente, su destrucción y dirigí la explora-ción por otro camino más expedito, cual era la línea de pared que de Norte a Sur y en un grosor de 0,95 se ofrecía a nuestras indagadoras /7/miradas.

De allí a poco, un ángulo perfectamente recto y cuya orientación al O. revelaba la per-fecta situación con relación al Norte, de la pared que nos servía de base de operaciones,

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nos indicó que empezábamos a ver algo. Desde este punto y a un metro próximamente al O., torcía la pared al Sur, formando con un solo sillar cuadrado, uno como pilar, 1. adosado al muro. Ensanchada la excavación en este sitio, dio por resultado el hallazgo de otro pilar, 2. a 0.55 al Oeste, de idénticas proporciones que el anterior y cuyas caras inte-riores ofrecían la particularidad de hallarse profundamente quemadas.

Ahondado un poco el terreno vimos aparecer, con gran sorpresa nuestra, tres bellos pilarcitos, formados por ladrillos cuadrados de 0.22 de lado, colocados y unidos unos sobre otros por medio de un aparejo terrero /8/ y deleznable. Presentábanse unidos al muro de cantería y separados entre sí, como indica el planito, por un pequeño espacio lleno de cenizas y fragmentos de ladrillo. El tercer pilarcito al Oeste, hallábase situado en el centro del hueco que separaba un sillar de otro. Otra línea de pilarcitos, paralela a la anterior, me indicaron que habíamos tropezado con algo grande pero que mis cortas luces no acertaban a ver.

Limpio aquel ángulo, después de haber ahondado hasta el �rme, constituido por un fuerte y bien conservado piso de hormigón, el cual se hallaba recubierto por espesa capa de cenizas, vimos aparecer sucesivamente otra línea de pilares idénticos a los anteriores. La altura variaba, pues unos tenían 6 ladrillos, otros 10 y algunos 4 solamente, debiendo hacer constar que sus bases eran cuadradas, si bien de algu/9/na mayor dimensión en los adosados a la pared; pero en los que aparecían aislados, estaban formados por ladrillos

Fig. 10. Página del manuscrito.

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circulares de 0,21, sostenidos por otros cuadrados. El comienzo de la tercera línea está vago y el primer pilarcito es cilíndrico hasta en su base. Llamó nuestra atención la dife-rente proporción de distancias, que mediaba entre una y otra línea de ellos, pues al paso que separa un corto trecho de 0.18, la primera de la 2ª �la, a esta de la 3ra. le separaba ya una distancia de 0.45 cm.

¿Qué era aquello? ¿Qué signi�caban aquella serie ordenada de pilarcitos, dispuestos en la conuencia de líneas perfectamente perpendiculares, anegados en aquella gruesa capa de cenizas?

Ningún objeto suelto que pudiera prestarnos alguna luz, habíase encontrado. Solo frag-mentos di/10/versos de tabletas de mármol, blanco y rosa amarillento, alguno de los cuales mide 0.80. y algunos trozos de unos objetos, desconocidos hasta el presente, for-mados con barro cocido, afectando la forma piramidal, de base circular y formando cue-llo y todos rotos al vértice. ¿Para que servía aquello? Ninguno de cuantos los vieron pudo atinar su destino. Quién, los suponía remate de los pilarcitos, quién colgante de la techumbre que habría sido destruida. Nosotros aplicábamos su uso a estacas o colgantes empotrados en la pared y de ahí el que aparecieron rotos todos los vértices.

Me apresuré a dar cuenta a mi hermano del feliz descubrimiento, acompañándole noti-cias detalladas de cuanto llevábamos visto y observado.

Siguieron los trabajos.

En Elche cundió la voz; creció el entusiasmo /11/ y nuevos socios vinieron a prestar su apoyo a la empresa.

Siguió al Oeste la exploración dando por resultado el hallazgo de otro sillar. 3. Colocado en idéntica posición que el anterior, con la particularidad de tener encima una gran losa de piedra fuerte y cuyas dimensiones excedían las del sillar, permitiéndole descansar su pesada mole sobre el inmediato, que es el que constituye el nº 4, en la serie que vamos describiendo. Llamó mi atención la colocación de esta piedra, pues estudiada detenida-mente su posición, pude observar que su estancia en aquel sitio no era fortuita, pues que se hallaba adherida al sillar que le servía de sostén por una ligera capa de argamasa.

Tenemos pues, cuatro grandes piezas /12/de piedra, labradas en sus cuatro caras, cuya super�cie de 0.95 cent. cuadrados, ofrecíase quemada hasta el extremo de desgastarse fá-cilmente cuando se la hería, separadas por espacios iguales, si bien, colocadas sobre una misma línea de cimentación, de sólida cantería como tuve ocasión de observar después que se limpió el sitio convenientemente.

¿Podrían ser aquellos pilares sustentantes? No, porque el hallazgo de la gran losa, de que ya dejamos hecho mérito, sobre parte del 2º, todo el tercero y parte del cuarto, no permi-tieron abrigar esta opinión. Además, si los espacios intermedios servían de paso de una a otra habitación… pero no, esto no cabe en manera alguna, porque apar/13/te de la poca altura de los huecos, 1 m. 10 cts., venían a estorbarlo la colocación de los ya famosos pilarcitos, que se iban multiplicando prodigiosamente, y cuyas líneas de posición, tan pronto les situaban en el centro de estos vanos, como puede verse en el primer espacio,

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tan pronto en el ángulo mismo de la gran base nº 2., como en su proporcionada separa-ción les venía a colocar casi una mitad dentro del pilar nº 3.

Ansiaba por momentos conocer el destino de aquella habitación o edi�cio que tan dife-rente se me presentaba de todo cuanto yo conocía. La carencia absoluta de libros, en lo que pudiera estudiar aquella planta de dibujo tan peregri/14/no y original, unida al dic-tamen de cuantos visitaban aquellos sitios, quienes no se abstenían de emitir los mayo-res desatinos, me ponían en un mar de confusiones y daban al traste con lo poco que sé de arquitectura civil romana.

Por otra parte, el mutismo de mi hermano, pues iban transcurridos tres o cuatro días desde que le di cuenta del descubrimiento, y todavía no había emitido su opinión, nos hacía formar ideas a cual más absurdas. Vino por �n su carta y cuanto esperábamos salir de dudas nos encontramos con que se bromeaba de nosotros, a usanza de los niños que juegan al escondite. “Pedro, me decía, te estás quemando y no aciertas con lo que es”. Se fe/15/licitaba y felicitaba a la sociedad por la importancia del descubrimiento.

En esto nos encontramos con que el trozo de pared señalado en el plano con el nº 5, con-tinuaba sus aristas en dirección a poniente no interrumpiéndose tampoco la serie or-denada de los pilarcitos, si bien, con la variante que indica el plano, esto es, de hallarse macizado el hueco que media entre dos de ellos. De allí a poco encontramos el ángulo que debe ser de la habitación, torciendo hacia el Sur, con la misma y ordenada propor-ción en la colocación de los pilarcitos, si bien faltaba el primero de la 2ª línea.

Entonces opté por seguir la excavación des/16/de el primer ángulo y en su bisectriz con ob-jeto de reconocer el centro de aquella habitación, que ya imaginariamente había ideado.

Continuó la serie de líneas paralelas de pequeños pilares, mostrando variedad su dibujo, pues unos eran, como he dicho, de base cuadrada y fuste cilíndrico, y otros eran cuadran-gulares en toda su altura, que variaba, por faltas de ladrillos, entre 0.60 y 0.80 cm. Algu-nos se presentaban volcados sobre el pavimento, conservando sus discos la misma forma que ofrece un pilar de monedas cuando se las vuelca de lado. Aparecieron estos abruma-dos por grandes trozos de hormigón, durísimo y una de cuyas super�cies se nos presen-taba revestida de tablas de /17/ mármol de la misma calidad que tanto abundaba en los escombros. Otros permanecían en su prístina posición y conservaban porciones del es-tuco de que debieron estar revestidos estos pilares, pero todos quemados y corroídos por la acción de las llamas hasta el extremo de desmenuzarse al más ligero golpe.

Vimos aparecer también una gran losa de barro cocido, cuya cara superior aparecía re-cubierta de hormigón y la inferior, pudimos observar al levantarla, que estaba comple-tamente ennegrecida. Medía su super�cie 0.60 cm. cuadrados, dimensión que coincidía perfectamente con la distancia que había desde el centro de un pilarcito /18/a otro.

Comprendí que iba a despejarse la incógnita. Ni un objeto siquiera que pudiera ilus-trarnos salía de aquel lecho de cenizas, que despedían aún fuerte olor a pavesas. Solo la-drillos y más ladrillos y porción de aquellos tarugos piramidales, pero ninguno entero. Estos eran los tesoros que muchos de nuestros consocios veían aparecer.

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El hallazgo de nuevas losas iguales a la anterior, abrumando con su pesadumbre los ca-rretes de ladrillos circulares, volcados, que como hemos dicho, constituían el fuste de los pilarcitos, no me dejó duda de que estábamos dentro de una habitación que tenía dos pisos. Uno, el inferior, el que hollaba nuestra planta y que se hallaba sembrado de a/19/quella peregrina serie de bien ordenados pilarcitos, (véase la fotografía); y otro, el que aparecía en fragmentos marmóreos adheridos al fuerte hormigón que a su vez estaba puesto sobre las losas. Dispuse se completaran con rodajas sueltas cuatro pilares y co-locóse, no sin gran trabajo, una de las losas encima de ellos, de manera que sus cuatro án-gulos coincidieran con los centros de los pilarcitos. No había duda. Aquella había sido su primera posición y a mayor abundamiento lo con�rmaba el nivel que pasé por cima de estos y los fuertes machones de cantería que habíamos dejado al Norte.

Medía su total altura 1 m. 30; separándolos/20/un espacio de 0,40 siendo su base 0,25.

El destino de aquella habitación era claro, evidente. No era ni más ni menos que un gran calentador arti�cial, en cuyo departamento inferior se pondría la lumbre y en la parte su-perior las personas sentirían el calor difundido por aquellas paredes, ni más ni menos que como se practica en nuestros modernos y elegantes baños termales. ¡Baños termales! Este era, sí, el destino de aquel robusto y fuerte edi�cio, las �ermas. Aquello eran pues las �ermas ilicitanas. Se había hecho la luz en mi mente, y todo lo veía claro. Escribí a mi her-mano, quien gozó lo que no es decible, según me dijo, cuando leyó mi escrito. /21/

Era indudable pues que habíamos caído dentro del Hypocaustum B, cámara en que se elevaba la temperatura mediante fuego colocado en su parte inferior, en las antiguas thermas romanas, Balnea, Baños públicos.

Nuestra alegría no tenía límites. Los que defendían que el asiento de la antigua colonia romana, Ilice, estaba en la “Alcudia” estaban de enhorabuena, pues un nuevo compro-bante, irrefutable, venía en su apoyo, con el descubrimiento de lo que ya denominába-mos las �ermas Ilicitanas. Sólo una población de aquella importancia debía contener tamañas construcciones.

Pero… ¿y aquellos cuatro boquetes abiertos /22/ entre ambas habitaciones? Era induda-ble que tenían su porqué y a averiguarlo se dirigieron los azadones.

Continuóse la excavación hacia la parte norte C, de donde se había empezado y no tar-damos mucho en encontrar pilarcitos idénticos a los que acabábamos de ver en el lla-mado Hypocaustum.

Era pues indudable que aquellas dos habitaciones se comunicaban el calor por debajo del piso y a través de estos boquetes. Seguramente su destino era el mismo. Tal vez una serviría para los hombres y otra para las mujeres como ocurría en las �ermas pompeyanas.

Una particularidad debo hacer constar cual es la de que los pilarcitos de esta 2ª habita-ción /23/ eran, todos los descubiertos, cuadrangulares y la obra estaba en mejor estado de conservación.

Descubierto el ángulo N. D, en cuyo punto se encuentra indicada en el plano una hendi-dura en el muro, cuya profundidad medí exactamente así como su nivel, distinto del piso

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general, seguimos la pared, limpiando cuidadosamente el robusto y fuerte macho del rincón E, construido con ladrillos y argamasa, y vinimos a parar a F. uno como terradito, de plano bastante inclinado, de paredes elevadas, formado por un macizo de hormigón convenientemente sacado de or en la super�cie, ni más ni menos que como hacen nues-tros modernos albañiles, en los terrados /24/ de argamasa, y cuya pesada mole, estaba sostenida por dos líneas de pilares, como indico en el plano. Escarbé el hormigón por la parte inferior, con objeto de ver si los pilarcitos eran de la misma fábrica que los que estaban aún levantados al exterior y de ello pude convencerme, siendo sus dimensiones iguales a los demás.

Entre los escombros sacaron los trabajadores in�nidad de ladrillos, sin marca alguna y también no pocas de aquellas pirámides cuadrangulares. Entre los ladrillos los había cuyos ángulos estaban cortados en cuadrante circular muy pequeño: otros en ángulo recto. Otros que tienen unos como dientes cuadrados y de forma trapezoidal. Uniendo sus án-gulos unos con otros, pude observar /25/que los que tenían los ángulos cortados en por-ciones de círculo, al unir cuatro de ellos, formaban un círculo completo, próximamente del mismo diámetro que el cuello que forman hacia la base las piezas piramidales.

¿Tendrían alguna relación entre sí ambos objetos? ¿Irían metidas en la pared estas estacas de barro cocido y sujetarían con el chatón circular de lo que yo creía base, los ángulos de las losas, dejando de este modo un espacio libre entre el muro y este tabique, para que el calor, convenientemente dirigido, calentara todos los ámbitos de ambas habitaciones?

Pregunta es ésta a la que mi infortunado /26/ hermano no dejó de prestar apoyo, si bien no se atrevió a aprobar en absoluto, porque suponía la existencia de huecos, que no había, en los sillares donde estarían empotrados. Pero a esto podré objetar que quizá todo el muro de la habitación en su parte superior y a partir de aquella losa que vimos descan-saba sobre los machones 2. 3 y 4. no sería de cantería13, Con�rma este parecer la calidad de las tierras removidas, todas ellas formadas de escombros y ruinas de cal y canto.

En mi pequeña colección de tiestos guardo ladrillos y de estas pirámides.

Réstanos estudiar en la parte norte, el último trozo de este notable edi�cio, cuyo muro principal era el que seguíamos explorando./27/

En la pequeña habitación que indico en el plano con la letra G hallamos, como de costum-bre, gran cantidad de cenizas. Sus paredes son, la lindante con la del sur, de piedra de cante-ría, mas no así las otras que están formadas por ladillos superpuestos y revocados de cal. Un pequeño escalón daba ingreso a ella y en el fondo, que era de dos metros, lleno de cenizas, hallamos unos pequeños pies circulares, de bronce y unos trozos de tablero del propio metal, teniendo uno de ellos un agujerito por donde se introduce uno de estos pequeños pies.

También se encontró un pequeño bruñidor de piedra dura, blanca veteada, y un hie-rro de lanza; todos estos objetos guardo en mi colección. ¿Tendría esta habitación, que por su peque/28/ñez y situación recuerda la de Pompeya, igual destino que aquella en

13 La frase “no sería de cantería” va interlineada.

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donde sabemos se encontró un pequeño machete? Posible es, que el guardián o custodio estuviera en este pequeño departamento, inmediato, como vamos a ver, a la terminación del edi�cio que venimos tan torpemente describiendo.

Como último detalle réstanos dar noticia de una balsita H. de paredes de cal y canto y piso o fondo empedrado. Más al Este saqué yo mismo a la luz y con no poco cuidado, un cráneo de dromedario, el que deposité entero en paraje seguro, pero el aire le deshizo completamente.

El sitio marcado en el plano con la letra I. es un hueco que mandé hacer con objeto de ver/29/ el subsuelo de este edi�cio. Al sur tenia la pared del tejadito o balsita anterior-mente descrito. Al este una pared muy frágil de ladrillo puesto de plano. Al oeste el ma-cizo cuya diversa línea en el plano indicaba exactamente sus entradas y salidas. Al norte tierra. Se cavó hasta una profundidad de cuatro metros. Solo una pequeña canal de arga-masa que iba de E a O. es lo único que vimos.

Registrado pues y convenientemente anotados todos los detalles de este singular edi�-cio por la parte del Norte, en vista de que no había ninguna línea de construcción que nos sirviera de guía en aquel caos, pensé en buscar pues, si existía alguna relación entre el edi�cio que explorábamos y la muralla existente al Oeste. /30/

Para ello puse dos hombres cavando sobre la misma pared que continuaba de los macho-nes y que separa una habitación de otra. J.

A una profundidad de 0,80 cents. encontramos un piso de hormigón, sumamente duro y homogéneo. Abrióse una zanja en dirección a poniente y cuyo fondo era este piso y pu-dimos ver que es el mismo que aun se observa sobre los trozos de muralla y debió ser sin duda el terrado o plataforma superior que circundaba la muralla. Las �ermas, pues, es-taban emplazadas junto a la muralla del Oeste, teniendo ante sí un espacio o terraza de 17 metros de ancha.

¿Cuál era su longitud de Norte a Sur? Después lo veremos.

A partir del ángulo donde empezaba /31/ la zanja, procuré indagar si la pared del edi-�cio que formaba ángulo recto con la de los machones y se dirige hacia el Norte, si se continuaba en esta dirección a partir de este cruce. Así es; sin embargo, la gran mole de tierras que teníamos encima, no nos permitía descubrir entonces por aquel lado. Por otra parte, el tiempo apremiaba y había que dejar el terreno en su primitivo ser y estado, antes de que las lluvias otoñales nos sorprendieran en trabajos tan ajenos a la vida agrícola.

Hicimos un esfuerzo para adelantar los trabajos, y ya que el Norte y Oeste estaban explo-rados, a nuestro ver, cargamos de �rme sobre el Sur.

Para ello seguimos el rastro de la pared primitiva. Fue limpiada convenientemente por la parte interior de la habitación, de manera que /32/ quedaron expeditas, completa-mente, cuatro líneas de pilarcitos. El piso seguía unido y compacto y siempre cubierto de cenizas.

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Pedro Ibarra Ruiz y el descubrimiento de las termas occidentales de la Alcudia de Elche

A la parte exterior de esta habitación y adherido al muro de sillares, existe un fuerte hormigón L. de 1’40 de ancho, el que nos permitía ahondar el terreno por aquel lado. Abrióse una zanja a su alrededor y observé la diferente calidad de las tierras que no son otras que las llamadas verges entre estos labradores. Muchos fragmentos de vasijas, dos monedas, dos ases, dieron razón de la existencia en aquel punto de pasada civilización ro-mana. Esta zanja fue continuada hasta venir a parar otra vez al muro sobre el que se apoya. Se me olvidaba decir que el grosor de este pisito variaba entre 0,30 y 0,40. /33/

En el punto mismo que vuelven a encontrarse las líneas exteriores del hormigón con la pared, descubrimos un arranque de pared de cantería M. de extraordinario grosor, todo lo cual queda indicado en el plano.

Ya entonces pudimos seguir en sus tres caras la pared maestra de tan interesantísimo edi-�cio. En el ángulo mismo del trozo de muro que dejamos atrás a nuestra izquierda, halla-mos una lucerna de las bastas. Limpio este ángulo, se encontró �rme de hormigón 0,10 cm. más profundo que el del dentro del hypocaustum. Dejé aquella pared del Este, para ulteriores exploraciones y seguí al sur.

Apareció de allí a poco el límite de la /34/ habitación de los pilares. Ya por �n podía-mos conocer los metros super�ciales de aquel gran calentador cuya dimensión no hay duda guardaría relación en sus proporciones, como todo lo que hacían los romanos, con el resto del edi�cio. La longitud de Norte a Sur es de 6.m 50 cents. y de este a oeste 7.m 80, lo que da una super�cie de 43 metros cuadrados próximamente. Indudablemente se trata de unas �ermas grandiosísimas y cuya extensión ocuparía grandes espacios a juz-gar por las de Pompeya cuyo plano y descripción tenía ya a la vista en el tomo del “Museo borbónico” que mi buen hermano me había remitido.

Continuada la excavación por la parte sur, descubrimos otra habitación N, cuyo pavi-mento de hormigón también, hállase ennegrecido por una /35/ sustancia grasienta. Tal vez fuese el Tepidarium, habitación destinada por su tibia temperatura a servir de inter-media entre el baño caliente y el frio, y en ella se hacían rascar los bañistas con el strigile, después del baño. No extrajimos todas las tierras en ella contenidas porque el aliciente que movía a la mayoría de los socios era el hallazgo de objetos y estos no parecían. Sin duda en los largos siglos que la Alcudia ha estado descubierta han sufrido sus mudas rui-nas el merodeo de constantes rapiñas, pues hasta hace muy poco tiempo eran aquellas tierras un depósito de piedra de construcción y cualquier objeto que se haya encontrado ha sido destruido o ha desaparecido sin dejar señal de su hallazgo.

Sin embargo yo iba ganando metros /36/a la extensa magnitud de tan notable edi�-cio y agrandando el planito de lo que bautizamos con el mismo nombre de �ermas ilicitanas.

Visto el ángulo sur de esta última habitación O, cuya dimensión de Norte a sur es más corta que la anterior, observamos que el lago muro de cantería que veníamos siguiendo, se cortaba bruscamente y solo los cimientos de este, perfectamente horizontales y de un ancho poco mayor del muro, es lo que sigue, hasta que de allí a pocos metros apareció ante nosotros un enorme barrón de cimiento.

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Lorenzo Abad Casal

La parte inferior veíase hueca en algunos sitios semejando cavernas. Grandes trozos de cantería aparecieron esparcidos aquí y allá; /37/ imposible remover aquellas piedras como no fuera aligerando primeramente las tierras de la super�cie y abriendo boquetes en aquel durísimo hormigón cuya cara inferior permanecía limpia de tierras por efecto de �ltraciones, teniendo empotrados en la argamasa, gruesos y apretadísimos cantos ro-dados. Hice catas en el terreno de la super�cie y en todas hallamos el duro piso a la misma profundidad. Entonces me convencí de que esta super�cie P. es la misma que viene desde las murallas y que circunda el edi�cio por poniente y sur.

Escarbóse un robusto pilar de cal y piedra que existe más al Sur y cuya orientación podrá verse en el planito. Es el señalado con /38/ la letra Q. Dista 7m. 90. del ángulo suroeste del edi�cio y sigue la misma línea de este a oeste. El espacio intermedio entre ambas pa-redes es el piso o solera de hormigón.

No quedando pues nada que ver por aquella parte, remonté esta nueva línea R. hacia el norte y vimos descubiertos sucesivamente los otros dos ángulos de esta última habi-tación. A la parte exterior, el hormigón: a la interior, tan pronto como franqueamos el subsiguiente ángulo, aparecieron los pilarcitos ordenados de idéntica manera que los ha-bíamos visto anteriormente.

Así dimos vuelta a aquella porción de tan notable edi�cio y pude enriquecer con una pá-gina más la lista de los descubrimien/39/tos de la Alcudia.

Como quiera que para extendernos en nuestras exploraciones convenía hacer grandes movimientos de tierras, cuando por otra parte el plazo para la entrega del terreno se nos venía encima y no había tiempo para más, se convino pues, en cubrir la excavación, con harto sentimiento por nuestra parte.

Vi desaparecer aquellos pilarcitos cuya primitiva colocación había sufrido mucho por la rapacidad y destrozo cometidos por los habitantes. Cubriéronse los muros de cante-ría y desaparecieron bajo nuestras plantas aquellas habitaciones tan soberbiamente dis-puestas y en investigación de las cuales había invertido gus/40/toso mis ahorros.

Al movimiento de tierras que se hizo para cubrir la excavación, se encontró un extremo de aquellas pirámides cuadrangulares cubierto de argamasa fuertemente adherida. No quedaba pues duda del uso de aquellas piezas de barro cocido.

Ocho días después el arado borraba los últimos accidentes del terreno y unía con una re-gularidad que me hacía daño, las pequeñas eminencias que aun restaban, indicando le-vemente los contornos de aquel grandioso edi�cio que por espacio de dos meses había causado la admiración de cuantos le visitaron.

Aquellos muros; aquellos pilarcitos; aquellas habitaciones y balsitas ¿volverán a ver la luz? ¿Llegará día en que poderosa sociedad adquiera aquellos terrenos y saque de las en-trañas de la tierra tantos tesoros arqueológicos?

Elche y Marzo de 1891

Pedro Ibarra y Ruiz.

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Manuel Abilio Rabanal Alonso, nacido en Carrocera (León) el 27 de octubre de Manuel Abilio Rabanal Alonso, nacido en Carrocera (León) el 27 de octubre de 1941, estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Salamanca, introduciéndose 1941, estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Salamanca, introduciéndose en el estudio de los clásicos y la Historia Antigua con maestros de la talla de Manuel en el estudio de los clásicos y la Historia Antigua con maestros de la talla de Manuel C. Díaz y Díaz, Martín Sánchez-Ruipérez y José María Blázquez Martínez, y luego, C. Díaz y Díaz, Martín Sánchez-Ruipérez y José María Blázquez Martínez, y luego, en Sevilla, con Francisco José Presedo. Completó su formación en Staufen, Friburgo en Sevilla, con Francisco José Presedo. Completó su formación en Staufen, Friburgo y Múnich, y en el ámbito arqueológico participó en excavaciones arqueológicas en y Múnich, y en el ámbito arqueológico participó en excavaciones arqueológicas en Baza, justamente en el momento del descubrimiento de la Dama, en Carteia o en Baza, justamente en el momento del descubrimiento de la Dama, en Carteia o en Cástulo. Fue sucesivamente profesor en las Universidades de Salamanca, Sevilla Cástulo. Fue sucesivamente profesor en las Universidades de Salamanca, Sevilla y Complutense de Madrid. En junio de 1979 accedió por oposición a la Cátedra y Complutense de Madrid. En junio de 1979 accedió por oposición a la Cátedra de Historia Antigua, ejerciendo entre 1979 y 1987 en la Universidad de Alicante y de Historia Antigua, ejerciendo entre 1979 y 1987 en la Universidad de Alicante y desde entonces en la de León.

En su extensa producción, siendo autor de veinticinco monografías, caben citar En su extensa producción, siendo autor de veinticinco monografías, caben citar títulos como La romanización de León (1990) o, junto a Sonia García Martínez, (1990) o, junto a Sonia García Martínez, La epigrafía romana en la provincia de León (2001). Sus artículos en revistas y (2001). Sus artículos en revistas y aportaciones a obras colectivas alcanzan casi el centenar, tratando temas que van, aportaciones a obras colectivas alcanzan casi el centenar, tratando temas que van, desde el estudio de las tablillas micénicas, a las vías romanas o la municipalización, desde el estudio de las tablillas micénicas, a las vías romanas o la municipalización, pasando por el análisis de los pueblos indígenas hispanos, las inscripciones de Asia pasando por el análisis de los pueblos indígenas hispanos, las inscripciones de Asia Menor, la religión indígena y romana, o los diversos campos de la epigrafía, entre Menor, la religión indígena y romana, o los diversos campos de la epigrafía, entre otros muchos temas.

Su labor de formación de jóvenes investigadores se concreta en la dirección de una Su labor de formación de jóvenes investigadores se concreta en la dirección de una decena de Tesis doctorales y una veintena de Memorias de Licenciatura. Fue Direc-tor del Departamento de Historia Antigua de la Universidad Complutense de Ma-drid (1976-77), Director del ICE de la Universidad de Alicante (1980-83), Director del Departamento de Historia Antigua de la misma Universidad (1979-86) y Director del Departamento de Estudios Clásicos de la Universidad de León (desde 1987 has-ta 2002). En 1997 fue nombrado Académico Correspondiente de la Real Academia de la Historia. Si destacable es su dilatada trayectoria académica, los editores de este merecido homenaje quieren destacar complementariamente de forma especial su entrañable condición humana. Esta obra pretende ser y representar una muestra de reconocimiento por ello.

ISBN: 978-84-472-1399-3