hermanos burke 02 - la tentacion de una caricia - teresa medeiros

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hermanos burke 02 pdf

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  • UN LIBRO DIGITALES UN LIBRO INMORTAL

    D.L

  • TERESA MEDEIROS

    LA TENTACIN DE UNA CARICIA

    ARGENTINA CHILE COLOMBIA ESPAA ESTADOS UNIDOS MXICO PER URUGUAY

    VENEZUELA

  • Ttulo original: The Temptation of Your Touch

    Editor original: Pocket Books, a division of Simon & Schuster, Inc., New York

    Traduccin: Victoria Horrillo Ledezma

    1. edicin Octubre 2014

    Todos los nombres, personajes, lugares y acontecimientos de esta novela son producto de laimaginacin de la autora, o son empleados como entes de ficcin. Cualquier semejanza con

    personas vivas o fallecidas es mera coincidencia.

    Copyright 2013 by Teresa Medeiros

    All Rights Reserved

    Published by arrangementwith the original publisher, Pocket Books, a Division of Simon &Schuster, Inc.

    Copyright 2014 de la traduccin by Victoria Horrillo Ledezma

    Copyright 2014 by Ediciones Urano, S.A.

    Aribau, 142, pral. 08036 Barcelona

    www.titania.org

    [email protected]

    Depsito Legal: B 18708-2014

    ISBN EPUB: 978-84-9944-770-4

    Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorizacin escrita de lostitulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproduccin parcial o total

    de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografa y el tratamientoinformtico, as como la distribucin de ejemplares mediante alquiler o prstamo pblico.

  • A Luanne, mi tierna hermana del alma.Y para Michael, el hombre que hizo que se cumplieran

    todos mis sueos.

  • Contenido

    PortadillaCrditosDedicatoriaAgradecimientosCaptulo 1Captulo 2Captulo 3Captulo 4Captulo 5Captulo 6Captulo 7Captulo 8Captulo 9Captulo 10Captulo 11Captulo 12Captulo 13Captulo 14Captulo 15Captulo 16Captulo 17Captulo 18Captulo 19Captulo 20Captulo 21Captulo 22Captulo 23Captulo 24Captulo 25Captulo 26Captulo 27Captulo 28Captulo 29

  • Captulo 30Captulo 31Captulo 32Captulo 33Captulo 34Eplogo

  • Agradecimientos

    Quisiera dar las gracias a Garnet Scott, Stephanie Carter, Tina Holder,Gloria Staples, Veronica Barbee, Diane Alder, Richard Wimsatt, JanineCundiff, Ethel Gilkey, Nadine Engler, Nancy Scott, Elliott Cuningham,Tim Autrey, y a todos mis compaeros de tenis por seguir hacindomesonrer hasta cuando tengo un plazo de entrega a la vuelta de la esquina.

    Y mi ms sincera gratitud a la ciudad de Metropolis, Illinois, pormantener vivos los sueos de Supermn y por ser mi hogar lejos de casacada vez que necesito redescubrir mi espritu creativo.

  • Captulo 1

    Maximillian Burke era un hombre malsimo.Mientras vea cmo un hilillo de humo se elevaba desde el can de la

    pistola que empuaba, intent descubrir cundo exactamente habaasumido el papel de villano de aquella farsa en la que se haba convertidosu vida. Siempre haba sido el honorable, el formal, el que sopesaba contodo cuidado cada paso que daba para evitar hasta la posibilidad de untropezn. Se haba pasado la vida entera luchando por ser el hijo del quecualquier padre se habra sentido orgulloso. El hombre con el que cualquiermadre querra ver casada a su hija.

    Al menos, eso era lo que crea todo el mundo.Era su hermano menor, Ashton, quien iba por ah metindose en

    trifulcas, desafiando a duelo a bocazas borrachos, y el que alguna que otravez se haba enfrentado a un pelotn de fusilamiento por robarle unapreciosa reliquia, o una mujer, a algn potentado de Oriente Medio. Ahora,sin embargo, Ash se hallaba cmodamente instalado en Dryden Hall, lacasa solariega de la familia, con su enamorada esposa y su charlatana ylinda hijita. Una hija que, segn se rumoreaba, haba sido agraciada con elcabello rubio y los ojos verdes y risueos de su madre. Una hija quedebera haber sido suya.

    Maximillian cerr los ojos un momento, como si al hacerlo pudieraborrar la imagen de la sobrina a la que nunca conocera.

    Mientras su hermano disfrutaba de la felicidad domstica que l deberahaber compartido con la mujer a la que haba amado casi toda su vida, l sehallaba en un escarchado prado de Hyde Park al amanecer, con las lujosasbotas hundidas en la hierba mojada y el hombre al que acababa de disparartendido en el suelo, gimiendo, a veinte pasos de distancia. Ash se habraredo de su aprieto, a pesar de que lo haban causado los infundios vertidospor un borracho sobre el buen nombre de su cuada.

    Max pareca incapaz de recordar que ya no le concerna a l defender elhonor de Clarinda.

    Cuando abri los prpados, sus ojos grises parecieron tan duros como elpedernal.

  • Levntese y deje de gimotear, cretino! orden al hombre quesegua revolcndose en la hierba. La herida no es mortal. Slo le herozado el hombro.

    Agarrndose el brazo con los dedos manchados de sangre, el jovenlechuguino lo mir con reproche. Su respiracin entrecortada y el temblorde su labio inferior hicieron temer a Max que estuviera a punto de rompera llorar.

    No hace falta que se ponga tan grosero, milord. Aun as duele de lolindo.

    Max exhal un suspiro exasperado, entreg la pistola al teniente de laCompaa de las Indias Orientales al que haba convencido casi a la fuerzapara que fuera su padrino y cruz la hierba con paso firme y tranquilo.

    Ayud al herido a levantarse, haciendo un enorme esfuerzo por noapretar en exceso su mano.

    Le va a doler an ms si se queda ah tendido, gimoteando, hasta quevenga un alguacil y nos mande a los dos a Newgate por batirnos en duelo.Probablemente se le infectar con tanta mugre y acabar perdiendo elbrazo.

    Mientras cruzaban la hierba hmeda, el joven se apoy pesadamente enl.

    No era mi intencin ofenderle, milord. Habra credo que me dara lasgracias en lugar de dispararme por tener la osada de decir en voz alta loque todo el mundo lleva tiempo murmurando a sus espaldas. Es cierto quela dama en cuestin lo dej plantado ante el altar. Y por su hermano deusted, nada menos!

    Max despoj deliberadamente su voz de toda emocin, consciente delefecto helador que surta siempre entre sus subordinados.

    Mi cuada es una dama de extraordinario coraje y temple moralexcepcional. Si me entero de que vuelve a hablar mal de ella, aunque nosea ms que un murmullo, ir detrs de usted y acabar lo que hemosempezado aqu hoy.

    El muchacho se sumi en un torvo silencio. Max lo dej en manos de supadrino, que se haba puesto muy plido, y del cirujano que rondaba porall. Aliviado por verse libre de l, apoy las manos en las caderas y los viocargar al necio petimetre en su carruaje de alquiler.

    Si no hubiera estado borracho como una cuba cuando haba odo a suinfortunado rival contar a sus amigos en voz alta que Ashton Burke, el

  • legendario aventurero, se haba casado con la fulana de un sultn, jamshabra desafiado a aquel zoquete en duelo. Lo que de verdad necesitaba elchico era una buena azotaina antes de que lo mandaran a la cama sin cenar.

    A pesar de los pesares, Max tena que reconocer que despojarse de suheroica fachada era casi liberador. Cuando eras un villano, nadie te mirabade reojo si frecuentabas srdidos tugurios de juego, si bebas demasiadobrandy u olvidabas atarte la corbata con un nudo impecable. Nadiemurmuraba a escondidillas si el pelo sin cortar se te rizaba sobre el bordedel cuello de la camisa, o si haca tres das que no te afeitabas.

    Frot con desgana la barba spera y negra como la carbonilla queasomaba en su mandbula y se acord de un tiempo en que habradespedido a su ayuda de cmara sin una carta de recomendacin porpermitirle aparecer en pblico con semejante facha.

    Desde que haba renunciado a su ambicionado silln en la Junta deDirectores de la Compaa de las Indias Orientales, despus del escndaloque durante meses haba sido la comidilla de la alta sociedad, ya no se veaforzado a mantener penosas y educadas conversaciones con quienesbuscaban su favor. Ni tena que aguantar a cretinos gentilmente, aunque demuy mala gana. Al contrario: ahora todo el mundo se escabulla a su pasopara evitar el custico azote de su lengua y el desdn que ardaconstantemente en sus ojos del color del humo. La gente no tena forma desaber que su desprecio no iba dirigido contra ellos, sino contra el hombreen el que se haba convertido: el hombre que siempre haba sido en secreto,detrs de la mscara de respetabilidad que luca en pblico.

    Prefera que lo temieran a que se apiadaran de l. Adems, su ferocidaddesalentaba a las mujeres bienintencionadas a las que les parecainconcebible que un hombre que haba sido uno de los partidos msdeseados de Inglaterra durante ms de una dcada, hubiera sidodespreciado sin ceremonias por su prometida. Aquellas mujeres estabanansiosas por atribuirle el papel de hroe doliente, de hombre que recibiracon agrado sus cloqueos de compasin y sus zalameros intentos dereconfortarlo, tanto en los salones de baile como entre las sbanas de suscamas.

    Meneando la cabeza, asqueado, Max gir sobre sus talones y ech aandar hacia su carruaje. Tena que salir de Londres o acabara matando aalguien y lanzando un oprobio an mayor sobre el buen nombre de sufamilia y sobre su propio ttulo. Y casi con toda probabilidad ese alguien

  • sera l mismo.El teniente devolvi la pistola a su estuche de caoba y sali al trote

    detrs de Max.Mi-mi-mi-milord? pregunt con un tartamudeo que evidenciaba su

    nerviosismo. A-a-adnde?Al infierno, seguramente contest Max sin aflojar el paso. Lo

    nico que queda por ver es cunto tardar en llegar.

  • Captulo 2

    Annie! Annie! Tienes que ver una cosa!Anne Spencer sac la cabeza del horno de hierro forjado cuando el joven

    Dickon, larguirucho y rebosante de entusiasmo, entr corriendo en lacocina de Cadgwyck Manor. Con su techo bajo, sus vigas vistas, su enormechimenea de piedra y sus esteras de trapo descoloridas esparcidas aqu yall, la cocina era con mucho la estancia ms acogedora de la vieja casonarecorrida por corrientes de aire, y aqulla en la que sus moradorespreferan pasar la mayor parte de su tiempo libre.

    Cuidado con lo que dices, muchacho lo rega Annie mientrassacaba una gran paleta de madera del horno y la acercaba a la recia mesade pino, sobre cuyo tablero araado deposit dos hogazas de pan recinhecho coronadas por una dorada y mantecosa corteza.

    Como nunca haba soado con sobresalir en una tarea tan domstica, nopudo resistirse a admirar su obra un momento. Sus primeras tentativas dehacer pan haban dado como resultado que el antiguo fogn arrojara negrasnubes de humo antes de expectorar algo que pareca ms bien un amasijode sebo achicharrado que algo comestible por el ser humano.

    Cuando por fin fij su atencin en Dickon, el chico estaba brincando deemocin.

    Cuntas veces te he dicho lo importante que es que conserves lacostumbre de llamarme seora Spencer?

    Hasta cuando no hay nadie que pueda vernos?Vino? No hay vino, jovencito, y aunque lo hubiera eres demasiado

    pequeo para beberlo.Se volvieron los dos a mirar a la anciana que se balanceaba en una

    mecedora, en el rincn de la cocina. Nana los mir entornando sus ojospitaosos, sin que el alegre tamborileo de sus agujas de calceta cesara ni uninstante pese a sus dedos retorcidos y sus nudillos hinchados. Haca muchotiempo que haban dejado de intentar adivinar qu estaba tejiendo. Quizshubiera empezado siendo una media o una bufanda, pero ahora se extendacomo una cola tras ella cuando Nana caminaba arrastrando los pies, y sehaca ms larga cada vez que Anne araaba unos peniques para comprarle

  • en el mercado otra madeja de lana.Anne cruz una mirada divertida con Dickon antes de responder a voz en

    grito:Descuida, Nana. Aqu nuestro pequeo Dickon siempre ha preferido el

    coac al vino.Nana resopl, divertida por la broma, y sigui tejiendo. Tal vez le

    estuviera fallando el odo, pero su mente segua siendo tan afilada como unclavo.

    Anne dej a un lado la paleta, se sacudi las manos y seal con lacabeza hacia el orondo chucho que dormitaba sobre la estera ms prximaal hogar.

    Puede que Nana est demasiado sorda para orte, pero qu me dicesdel bueno de Pip? Siempre ha sido un cotilla insaciable.

    Pip, fruto ms bien poco agraciado y arisco de los devaneos amorososentre un doguino y un bulldog, levant su hirsuta cabeza lo justo paralanzarles un bufido desdeoso por la chata nariz y a continuacin volvi ahacerse un ovillo. Anne seal despus al gato tricolor que se comportabacomo si el rado cojn de la otra mecedora fuera su trono particular.

    Y luego est Sir Almohadillas. Quin sabe qu secretos sera capazde revelarles ese granuja a sus numerosas amantes para que se quiten lospololos?

    Dickon la mir arrugando la nariz moteada de pecas por el sol.Eso es una tontera. Todo el mundo sabe que los gatos no llevan

    pololos. Slo llevan pechera, botas y mitones.Riendo, Anne revolvi con cario el pelo ya irremediablemente

    enredado del chico.Bueno, qu tesoro me traes hoy? Otro huevo de dinosaurio, quizs,

    o el cadver momificado de alguna musaraa que encontr su trgicodestino entre las garras implacables de Sir Almohadillas?

    Dickon la mir con reproche.No dije que fuera un huevo de dinosaurio. Dije que los dinosaurios

    tenan un montn de cosas en comn con los pjaros.Cuando el muchacho se meti la mano en la chaqueta, Anne retrocedi

    por pura costumbre. Haba aprendido por experiencia que convenapalparle los bolsillos en busca de serpientes, ranas, ratones o cualquier otroreptil o roedor capaz de provocar en Lisbeth o en alguna de las criadas msescrupulosas un autntico ataque de pnico. Su sonrisa se borr cuando la

  • mano pecosa de Dickon apareci con un cuadrado de vitela de aspectocaro, sellado con una gota de lacre rojo.

    Nos estaba esperando en el pueblo.Anne le quit la carta, casi deseando que fuera una serpiente.Saba, tambin por experiencia, que el correo rara vez traa buenas

    noticias. Un rpido vistazo a las aristocrticas seas de Bond Street quefiguraban en el dorso de la misiva le confirm que ese da no iba a ser unaexcepcin.

    Tal y como se tema, la carta no iba dirigida a ella, sino al seor HoratioHodges, el mayordomo y amo y seor de la casa cuando no estaba en ellasu actual propietario.

    Haciendo caso omiso de ese detalle, Anne meti una de sus uas rotasbajo el sello de lacre y desdobl la hoja de papel de color crema. Mientraslea el contenido de la carta, su rostro pareci revelar mucho ms de lo quedeseaba, pues Dickon le quit de inmediato la misiva de las manos y luchpor descifrar la elegante caligrafa, moviendo los labios al leer. Anne lohaba enseado pacientemente a leer, tarea nada fcil teniendo en cuentaque el chico prefera de lejos vagar por los pramos o andar trepando porempinados acantilados en busca de olvidadas cuevas de contrabandistas onidos de cormoranes.

    A pesar de su escasa habilidad para la lectura, Dickon no tard mucho enentender la gravedad de la situacin. Cuando levant la vista para mirarla,el desaliento haba ensombrecido sus ojos de color caramelo.

    Vamos a tener un nuevo seor?Un dolor? pregunt Nana casi gritando, sin dejar de mover sus

    agujas. Quin tiene un dolor?Eso parece contest Anne amargamente mientras se quitaba una

    mancha de harina de la mejilla colorada. Dado que haba jurado que ningnhombre sera nunca su seor, no se le escap lo irnico de su situacin.Me haba hecho ilusiones de que nos dejaran un tiempo a nuestro aire.

    No pongas esa cara de preocupacin, Annie. Digo, seora Spencer.A la exaltada edad de doce aos, Dickon se consideraba un hombre

    hecho y derecho, ms que capaz de cuidar de todos ellos.Anne se pregunt si la culpa era suya por haberlo obligado a madurar

    demasiado deprisa.Dudo que el caballero se quede aqu lo suficiente para darnos

    problemas. Tardamos poco en librarnos del ltimo, no?

  • Una sonrisa reticente se dibuj en los labios de Anne al recordar laestampa de su anterior amo corriendo a todo correr por la colina, caminodel pueblo, como si la Bestia de Bodmin Moor le pisara los talones. Puestoque haba jurado pblicamente no volver a pisar la finca, Anne haba dadopor descontado que vendera la mansin o que se la cedera a algnpariente incauto. Slo que no esperaba que fuera tan pronto.

    Y tambin estuvo el penltimo le record Dickon.En aquel caso, slo por los pelos se haban librado de una investigacin

    oficial. El alguacil del pueblo miraba de reojo a Anne cuando iba acomprar al mercado los viernes, lo que la obligaba a lucir su sonrisa mscandorosa.

    Eso no fue cosa nuestra, exactamente le dijo a Dickon. Y creaque habamos acordado no volver a hablar de l. Que Dios se apiade de sualma lasciva mascull en voz baja.

    Pues si quieres que te diga mi opinin aadi Dickon sombramente, ese bribn tuvo lo que se mereca.

    A ti nadie te ha preguntado. Anne le arranc la nota de las manospara leerla ms detenidamente. Por lo visto nuestro nuevo amo es un tallord Dravenwood.

    Algo en aquel apellido hizo que un escalofro de mal agero recorrierasu espalda. Antao tal vez habra reconocido el nombre, habra sabidoquines eran el padre, la madre y los primos terceros de aquel caballero.Pero los linajes nobiliarios inmortalizados entre las pginas del anuarioDebrett haban cedido lugar haca tiempo dentro de su cerebro ainformacin de ndole ms prctica, tal como la forma de sacudir el polvode siglos de una alfombra de saln o cmo aderezar un montoncillo demagras codornices para que dieran de comer a diez sirvientes hambrientos.

    Achic los ojos intentando leer entre lneas, pero nada en la carta delabogado del conde daba pistas acerca del carcter de su nuevo seor o de sillegara acompaado por su esposa y media docena de mimados chiquillos.Con un poco de suerte sera un borrachn panzudo y aquejado de gota,chocho y medio invlido por haberse regalado en exceso, durante dcadas,con riqusimos bizcochos de ciruela y coacs de sobremesa.

    Oh, no susurr, y el temor oprimi su pecho cuando pos la miradaen la fecha pulcramente escrita en lo alto de la pgina.

    La haba pasado por alto para leer el resto de la carta.Qu pasa?

  • Dickon empezaba a parecer otra vez preocupado.Anne fij en la cara del chico sus ojos angustiados.La carta est fechada hace casi un mes. El correo debe de haber

    tardado mucho en llegar al pueblo. Lord Dravenwood no tiene que llegar ala mansin dentro de una semana. Tiene que llegar... esta noche!

    Maldita sea mascull Dickon.Anne podra haberle reprendido por soltar aquel juramento si las

    palabras del chico no hubieran sido un reflejo fiel de lo que ella mismasenta.

    Qu vamos a hacer? pregunt Dickon.Anne recobr la compostura y se guard la carta en el bolsillo del

    delantal mientras su mente trabajaba a marchas forzadas.Trae a Pippa y a los dems enseguida. No tenemos un segundo que

    perder si queremos darle a nuestro nuevo amo la bienvenida que merece.

  • Captulo 3

    El viaje al infierno era mucho ms corto de lo que esperaba Max. Alparecer, la morada de los condenados no se hallaba en las profundidadesestigias del inframundo, sino en la costa suroeste de Inglaterra, en un lugaragreste y ventoso que los paganos haban bautizado con el nombre deCornualles.

    Mientras su carruaje alquilado avanzaba sacudindose por los extensospedregales de Bodmin Moor, la lluvia laceraba las ventanillas y los truenosgruan a lo lejos. Max retir la cortina de terciopelo que cubra la ventanay entorn los prpados para escudriar la oscuridad de ms all. Vislumbrfugazmente su propio reflejo ceudo antes de que el violento destello de unrelmpago mostrara en difano relieve el siniestro paisaje. El relmpago sedesvaneci tan rpidamente como haba llegado, volviendo a sumir lospramos en una negrura tan densa y opresiva como la muerte. Teniendo encuenta lo absurdamente agreste que era el panorama, no le habrasorprendido or los cascos fantasmales del rey Arturo y sus caballerosperseguidos por el espectro de Mordred, o ver corriendo junto al carruaje ala Bestia de Bodmin, la fantstica criatura que, segn se deca, se aparecaen aquellos parajes, con los ojos incandescentes y los colmillos al aire.

    Dej caer la cortina y al recostarse en los mullidos cojines sinti unainesperada oleada de euforia. El terreno abrupto y el clima implacable seconjugaban a la perfeccin con su actual estado de nimo. Si lo quebuscaba era alejarse de las comodidades y los encantos de la civilizacin,haba elegido bien. Slo el incmodo viaje desde Londres habra bastadocomo penitencia para un hombre con menos pecados que l a sus espaldas.

    En otro tiempo, tal vez su padre habra intentado disuadirlo deabandonar Londres. Pero cuando las habladuras acerca del duelo habanllegado a sus odos, y a las pginas de sociedad de los diarios msescandalosos, el duque se haba visto obligado a reconocer que tal vezfuera lo ms conveniente para todos que Max se tomara un brevedescanso lejos de la sociedad elegante. An no se haba recobrado delgolpe que para l haba supuesto la dimisin de su hijo de su prestigiosopuesto en la Compaa de las Indias Orientales. Hasta su madre, que an no

  • haba abandonado la esperanza de que encontrara una nueva y msconveniente prometida, apenas haba protestado cuando le habacomunicado su propsito de marcharse a la finca ms remota entre lasextensas posesiones de la familia.

    Si hubiera estado en su poder, Max habra renunciado de buena gana a suttulo, adems de a su carrera. Ash se haba quedado con lo que ms habaquerido. Por qu no cederle tambin el condado y convertirlo en herederodel ducado de su padre?

    Al despedirse cariosamente de l en el saln de su mansin londinense,sus padres no haban sido capaces de mirarlo a los ojos por temor a queviera, reflejado en su mirada, el alivio que ambos sentan por su marcha.Desde que sus pasadas faltas haban salido a la luz el da en que lo habadejado plantado su novia, demostrando as que no era el hijo perfecto quesiempre le haban credo, Max se haba convertido en un extrao para ellos,peligroso e impredecible.

    A pesar de su empeo en abrazar los rigores de su exilio, sinti undestello de alegra cuando el carruaje abandon el camino sembrado debaches y entr en un patio adoquinado. No era inmune a la tentacin deestirar las largas piernas despus de pasar horas, y das, sin fin confinadoentre las cuatro paredes del carruaje.

    Estaba recogiendo su sombrero, sus guantes y su bastn cuando elcochero abri la portezuela, con la lluvia goteando sin pausa del ala cadade su sombrero.

    Hemos llegado a nuestro destino? pregunt Max, prcticamentegritando para hacerse or por encima del golpeteo rtmico de la lluvia sobrelos adoquines.

    Yo s contest secamente el cochero, cuya cara larga pareca capazde resquebrajarse por completo si se atreva a esbozar una sonrisa. Yollego hasta aqu. Tendr que contratar a alguien del pueblo para que lolleve el resto del camino.

    Cmo dice? Tena la impresin de que habamos quedado en que mellevara a Cadgwyck Manor.

    Quedamos en que lo llevara al pueblo de Cadgwyck insisti elhombre.

    Max suspir. Su diplomacia haba sido en tiempos legendaria, peroltimamente su reserva de paciencia se haba agotado casi por completo.

    Si esto es el pueblo, la mansin no puede estar mucho ms lejos. No

  • es ms lgico que sigamos, en vez de pasar por la molestia de descargar miequipaje para volver a cargarlo inmediatamente en otro vehculo? Sobretodo, con este tiempo.

    Yo llego hasta aqu. No pienso ir ms lejos.Max no estaba acostumbrado a que desafiaran su autoridad, pero cada

    vez estaba ms claro que el taciturno cochero no pensaba dejarseconvencer ni mediante la lgica, ni mediante las amenazas. Y puesto queno tena a mano una estaca, un pelotn de fusilamiento o una pistola deduelo, comprendi que no le quedaba ms remedio que apearse.

    Muy bien dijo rgidamente, tirndose de los guantes.Baj del carruaje y se tir del ala del sombrero hacia delante para

    protegerse la cara de las rachas de lluvia empujadas por el viento. Alerguirse se hall en el patio empedrado de una posada destartalada. Casiesperaba que la posada tuviera el nombre de Purgatorio, pero en elmellado letrero que colgaba sobre la puerta, suspendido de chirriantescadenas, se lea: El gato y el ratn. Max slo pudo esperar que el nombrehiciera referencia al descolorido gato negro con un ratn colgndole de laboca pintado en el letrero, y no al men de la cena.

    Saltaba a la vista que el establecimiento haba conocido mejorestiempos, pero el resplandor acogedor de las lmparas que sala por lasventanas prometa ser un refugio para el viajero cansado y calado hasta loshuesos.

    Max vio que los mozos del cochero amontonaban sus bales bajo elsaledizo del tejado, donde al menos se libraran de lo peor del aguacero.Supuso que deba dar gracias por que aquel chiflado no lo hubiera dejadoen medio del pramo junto con su equipaje.

    El cochero volvi a subir al pescante y se ech sobre el sombrero unacapucha embreada para proteger su amargo semblante.

    Debe de tener mucha prisa por escapar de este sitio, se dijo Max. Nisiquiera iba a quedarse el tiempo justo para cambiar de tiro o dejardescansar un rato a los mozos.

    Cuando baj la mirada hacia Max, las sombras ocultaban por completosu rostro, salvo el ntido brillo de sus ojos.

    Vaya usted con Dios, seor dijo antes de mascullar para s: Lehar falta que l le acompae all donde va.

    Con aquella enigmtica despedida, el cochero hizo restallar las bridassobre el lomo de sus caballeras y el carruaje se adentr traqueteando en la

  • oscuridad.Max se qued mirndolo bajo la lluvia. Hasta ese momento no se haba

    dado cuenta de lo cansado que estaba. Su cansancio tena muy poco que vercon las penalidades del viaje y mucho, en cambio, con los treinta y tresaos precedentes. Aos pasados persiguiendo un nico sueo que se lehaba escapado entre los dedos, como el lacio cabello rubio de una mujer,justo cuando por fin lo tena a su alcance.

    Su semblante se endureci. No se mereca la piedad de nadie, y muchomenos la suya propia. Obligndose a sacudirse el hasto junto con las gotasde lluvia pegadas al capote de su gabn, se dirigi con paso firme hacia lapuerta de la posada.

    Entr en la posada acompaado por un tumultuoso remolino de viento,lluvia y hojas mojadas. La sala comn estaba mucho ms llena de lo queimaginaba para una noche tan inhspita. Haba ms de una docena declientes dispersos entre las mesas desiguales, la mayora de ellos acunandocervezas servidas en jarras de peltre. Max no haba visto ningn otrocarruaje en el patio. Dado que era el nico establecimiento semejante enaquella comarca, seguramente los aldeanos se reunan all por las nochespara disfrutar de una pinta, o de tres, antes de buscar la comodidad de suspropias camas.

    Una espesa niebla de humo de pipa penda sobre la estancia. En el hogarde la chimenea de piedra crepitaba alegremente un fuego, y Max dese depronto ser un hombre corriente que pudiera permitirse el lujo de quitarselos guantes mojados y calentarse las manos al fuego para acto seguidodisfrutar de una pinta y de un poco de amena conversacin con sus vecinos.

    Cerr la puerta de un tirn a su espalda. El viento protest con un aullidoal verse obligado a retirarse. Un violento silencio descendi sobre la salamientras todos los hombres y mujeres de la taberna fijaban sus ojos en l.

    Les devolvi una mirada despreocupada y sin rastro alguno de timidez.Siempre haba tenido un porte imponente. Durante la mayor parte de suvida, no haba tenido ms que entrar en una habitacin para establecer suautoridad sobre ella, un rasgo que le haba sido muy til cuando negociabatratados de paz entre facciones rivales en Birmania o cuando afirmaba anteel Parlamento que los intereses de la Compaa de las Indias Orientaleseran tambin los de la Corona. Not que las miradas curiosas de la

  • concurrencia se fijaban en la mullida lana de su gabn, con su capote dobley sus botones dorados, en la empuadura de marfil de su bastn de paseo,que agarraba con la mano enfundada en un guante blanco, y en su bruidosombrero de copa de piel de castor. Lo ltimo que esperaban ver apareceren la puerta los parroquianos de la taberna en semejante noche o encualquier otra era, posiblemente, un caballero adinerado.

    Les dio tiempo de sobra para que lo miraran de arriba abajo antes deanunciar:

    Busco alguien que me lleve a Cadgwyck Manor.De pronto ya no lo miraba nadie. Los clientes de la taberna cruzaron

    miradas furtivas entre s, se llevaron las jarras a los labios para ocultar lacara, o clavaron los ojos en las humeantes profundidades de su estofado decordero como si pudiera hallarse all la respuesta a los misterios deluniverso.

    Desconcertado por su extrao comportamiento, Max carraspeenrgicamente.

    Puede que no me hayan entendido bien. En su voz reson unaautoridad afinada por los muchos aos que haba pasado repartiendordenes a tenientes jvenes y petulantes y presidiendo reuniones a las queasistan algunos de los personajes ms ricos y poderosos de Inglaterra.Quiero contratar a alguien para que me lleve, a m y a mi equipaje, hastaCadgwyck Manor. Estoy dispuesto a pagar. Y a pagar bien.

    El silencio se volvi an ms tenso, roto nicamente por el lgubreretumbar de los truenos. Los aldeanos ni siquiera se miraron entre s. Maxobserv sus rostros macilentos y sus hombros hundidos, fascinado a supesar. Podra haberlos considerado fcilmente un hatajo de huraospueblerinos que desconfiaban por instinto de los forasteros. Pero comohombre familiarizado con el cansancio de la batalla en todas susmanifestaciones, comprendi que sus movimientos nerviosos y susmiradas huidizas no eran resultado de la hostilidad, sino del miedo.

    Una mujer a la que Max supuso la esposa del dueo de la fonda saliapresuradamente de detrs del mostrador, limpindose las manos en eldelantal manchado de cerveza. A juzgar por los atractivos hoyuelos de suscarnosas mejillas y por sus grandes senos, que amenazaban de maneraalarmante con rebosar de los lazos del corpio, haba sido sin duda en sujuventud una hermosa pechugona.

    Pero milord dijo zalameramente, con una sonrisa un tanto

  • demasiado cordial, por qu quiere volver a salir con la que estcayendo? Sobre todo teniendo aqu todo lo que necesita. Pero si hastatenemos un colchn y una habitacin que puede alquilar para usted solo!Su sonrisa se convirti en una mueca lasciva. A no ser, claro, quequiera compartirla con alguien.

    Agarr por el hombro a una moza despeinada que atenda en la taberna yla empuj hacia Max. La chica esboz una sonrisa coqueta que habra sidoms atrayente si no le hubieran faltado los dos dientes delanteros.

    Max sofoc un escalofro al pensar en compartir un colchn infestado depulgas con una moza de taberna que posiblemente tambin tena pulgas, oalgo peor, y se inclin cortsmente ante ellas.

    Agradezco la hospitalidad de su excelente establecimiento, seora,pero vengo de Londres. No quiero malgastar otra noche en la carreteraestando tan cerca de mi destino.

    La mujer lanz una mirada desesperada al hombre que sacaba brillo auna jarra de peltre detrs del mostrador.

    Por favor, seor, si hace el favor de esperar hasta maana, le diremosa Ennor, nuestro chico, que lo lleve a la mansin. Y no permitir que lecobre ni medio penique por las molestias.

    Haciendo caso omiso de su oferta, Max pase la mirada por la sala,calibrando a sus ocupantes con expresin hastiada.

    T, el de all! dijo por fin, dirigindose a un hombre gigantesco,con la cabeza reluciente como un meln y una tosca camisa que se tensabasobre los msculos prominentes de sus hombros.

    Estaba encorvado sobre una escudilla de estofado y no levant la vistacuando Max se acerc a su mesa.

    Pareces duro de pelar, seguro que no renunciaras a una buenaganancia por culpa de unas gotas de lluvia y unos pocos rayos y truenos.Tienes carruaje?

    No voy a ir. El hombre se meti otra cucharada llena en la boca.Antes de que salga el sol, no. A ella no le gustara.

    A ella?Max mir con desconcierto a la posadera.Aunque se la vea perfectamente capaz de enarbolar un rollo de

    pastelera, no pareca lo bastante amenazadora como para tener atemorizadoa todo un pueblo.

    A ella. El hombre levant por fin la cabeza y mir a Max a los ojos.

  • Su voz son an ms retumbante que el trueno. La Dama Blanca deCadgwyck Manor.

  • Captulo 4

    Los dems clientes de la posada dejaron escapar una exclamacin audible,aunque sofocada. En aquella regin, el catolicismo haba cado endesgracia haca ms de tres siglos, despus de que el rey Enrique VIIIdecidiera que sera ms sencillo divorciarse de Catalina de Aragn quedecapitarla, pero Max vio santiguarse a un hombre por el rabillo del ojo.

    A medida que, poco a poco, iba comprendiendo lo que ocurra, unaemocin que apenas reconoca surgi dentro de l. Echando la cabeza haciaatrs, hizo algo que no haca desde meses atrs y que haba temido novolver a hacer nunca ms: se ri.

    Fue una carcajada honda y resonante, tan fuera de lugar en la tensaatmsfera de la taberna como lo habra sido la risa de un nio en casa delenterrador.

    Eso tampoco le gustar le advirti el calvo agriamente antes devolverse a concentrar en su estofado.

    Max mene la cabeza, sonriendo todava.No puedo creer que todas estas bobadas sean por culpa de un

    fantasma! Aunque no s por qu me sorprendo. Las supersticionespopulares no me son desconocidas. En la India, era el bhoot, que lleva lospies del revs y no proyecta sombra. En Arabia, el astuto efreet, que puedeposesionarse del cuerpo de un hombre y engaar a otros para que hagan suvoluntad. Y qu ruinosa casona o castillo de Inglaterra no viene provistocon su espectral cancerbero o su fantasma? Le bastante cuando decidtrasladarme aqu, y por lo visto Cornualles est tan lleno de fantasmas quees un milagro que no se pisen las cadenas los unos a los otros. Comenza contarlos con los dedos. Est la Bestia de Bodmin, naturalmente,adems de los espectros de todos los marineros cuyas embarcaciones sehan estrellado contra las rocas, atradas por bandidos sin escrpulos con lanica intencin de saquear su cargamento. Y luego estn los fantasmas delos propios bandidos y contrabandistas, condenados a vagar eternamentepor la niebla en forma de fuegos fatuos como castigo por sus terriblescrmenes.

    Sacudi la cabeza de mala gana.

  • Pero si yo haba de tener un fantasma, es lgico que sea una DamaBlanca, bien lo sabe Dios. Como si no hubiera desperdiciado ya bastantevida atormentado por una mujer.

    Los aldeanos empezaban a mirarlo extraados, como si fuera l el queestaba loco. Hasta a l le sonaba fiera su voz, casi rayana en la violencia.

    La posadera plant las manos en sus generosas caderas y le lanz unamirada ceuda que advirti a Max de lo fcilmente que poda ponerse a losaldeanos en su contra.

    No dira que no son ms que cuentos, ni se dara tantos aires sihubiera visto la cara del ltimo seor de la casa la noche que llegcorriendo al pueblo un poco despus de medianoche, medio muerto porhaber huido del mal que acecha en ese sitio.

    Pero si ni siquiera quiso hablar de las cosas que haba visto! aadila moza, cuya cara haba palidecido an ms bajo su cortinilla de lacio pelode color limn.

    S dijo un viejo de tez correosa con un parche en un ojo. Eraninenarrables.

    Los otros aldeanos comenzaron a intervenir, cada vez con msvehemencia.

    Jur que no volvera a poner un pie en ese sitio maldito ni por todo eldinero del mundo.

    Por lo menos l escap con vida. El anterior no tuvo esa suerte.Se cay por una ventana del cuarto piso. Lo encontraron en el patio,

    con la cabeza totalmente girada.El silencio volvi a apoderarse de la taberna. La lluvia haba cesado y

    durante unos segundos no se oy ningn ruido, salvo el silbidofantasmagrico del viento alrededor de los aleros del tejado.

    Cuando Max habl por fin, su voz son suave, pero afilada por unaautoridad que desafiaba a todo aquel que pudiera orle a llevarle lacontraria.

    He pasado los ltimos doce aos de mi vida viajando a lugares que lamayora de ustedes no ver nunca, ni siquiera en sus peores pesadillas. Hevisto a hombres hacerse cosas inenarrables los unos a los otros, en elcampo de batalla y fuera de l. Les aseguro que ya hay suficiente maldaden el corazn de los hombres sin necesidad de invocar fantasmas omonstruos a partir de las sombras de nuestra imaginacin. Bien dijoenrgicamente, no tengo intencin de seguir perdiendo mi tiempo, ni el

  • suyo. Meti la mano en el bolsillo interior de su gabn y sac una bolsade cuero. La lanz hacia la mesa ms cercana, donde cay con unimpresionante ruido metlico. Veinte libras para quien tenga agallassuficientes para llevarme a Cadgwyck Manor antes de que vuelva a llover.

    Los ojos de los parroquianos de la taberna brillaron con avaricia cuandomiraron la bolsa.

    Max no estaba jugando limpio. Pero se haba pasado casi toda la vidaintentando jugar limpio para compensar la nica vez que haba cado enfalta, y como resultado de ello haba acabado varado en aquella mserataberna, a merced de un hatajo de palurdos supersticiosos. Los hombres dela taberna eran pescadores, pastores y labriegos que malvivan araando lasmigajas que les arrojaban la tierra o el mar. Veinte libras era ms de lo quecualquiera de ellos tena esperanzas de ganar en un ao entero.

    Aun as, nadie hizo amago de aceptar su oferta.Hasta que un joven esqueltico se puso lentamente en pie. Haciendo

    odos sordos a las exclamaciones consternadas de sus compaeros, se quitla gorra respetuosamente y comenz luego a estrujarla entre sus manostensas.

    Derrick Hammett, seor. Puede contar conmigo.Max lo mir pensativamente, reparando en sus mejillas hundidas y en la

    forma en que la ropa colgaba, suelta, de su descarnado cuerpo. Despusrecogi la bolsa y se la lanz.

    Muy bien, muchacho. Dmonos prisa, entonces, quieres? Estoyseguro de que esa Dama Blanca estar ansiosa por conocer a su nuevo amo.

    Max se haba imaginado llegando a las puertas de su nuevo hogar envueltoen la acogedora y seca atmsfera de un carruaje, no rgidamenteencaramado al pescante de un carro destartalado mientras glidos chorrosde lluvia le corran bajo el cuello de la camisa y por la nuca. A pesar de susbuenas intenciones, el muchacho que conduca el carro no haba podidocumplir su promesa de llevarlo a Cadgwyck Manor antes de que empezarade nuevo a llover.

    Cuando pasaron entre los dos pilares de piedra de la entrada, uno de loscuales se inclinaba absurdamente a la izquierda y el otro a la derecha, elcielo arrojaba sobre ellos violentas rfagas de lluvia contra las que el aladel sombrero de Max nada poda hacer. Dos veces durante el trayecto por

  • la larga y sinuosa avenida se vio obligado a bajar del carro para ayudar alchico a sacar las ruedas de los profundos surcos que la lluvia haba abiertoen el camino, ejercicio ste que arruin por completo sus carsimosguantes y dej en estado calamitoso tanto sus botas como su humor.

    El clima de aquella regin era tan perverso como sus gentes. Justocuando llegaron a lo alto de la colina, donde se adivinaba ya la promesa deun refugio contra el temporal, el viento cobr fuerza y se llev las ltimasgotas de lluvia. Su aliento arrastraba el olor salobre del mar y el fragorsofocado de tumultuosas olas rompiendo contra los acantilados, al otrolado de la casa.

    Manteniendo rgida la mandbula para que no le castaetearan losdientes, Max escudri entre la oscuridad, intentando vislumbrar por vezprimera su nuevo hogar.

    La plida astilla de la luna asom detrs de un jirn de nubes y allestaba, encaramada al borde mismo de los altos acantilados como ungigantesco y malhumorado dragn.

    El padre de Max le haba informado que le haba comprado la finca a unprimo lejano por menos de lo que costaba una cancin.

    Si es as, pens amargamente, tuvo que ser una cancin muy triste.Puede que incluso un canto fnebre.

    Costaba creer que la casona hubiera conocido mejores das, aunque talvez s mejores siglos. Un torren de piedra abandonado, provisto dedesmoronados parapetos y una torrecilla torcida, remataba una esquina deledificio. Una reluciente cortina de hiedra haba trepado por las piedrasdesgastadas de las paredes y se haba abierto paso entre los negros agujerosde las ventanas, dndole el aspecto de un lugar donde la Bella Durmientepodra dormir tranquila mientras aguardaba el beso de un prncipe que sehaca esperar.

    La puerta principal semejaba un diente de madera podrido colocado enla boca de una antigua barbacana que sin duda haba formado parte delcastillo original, destinado a defender y vigilar aquellos riscos. Losdiversos descendientes del seor del castillo haban aadido por purocapricho alas de estilo isabelino a ambos lados de la barbacana y adornadola monstruosidad resultante con toques gticos deliciosamente grotescos:gabletes inclinados en ngulos vertiginosos, ventanas ojivales cubiertascon resquebrajadas vidrieras de vivos colores, horrendas grgolas queescupan torrentes de agua de lluvia sobre la cabeza del incauto que se

  • atreviera a pasar bajo ellas...Una atmsfera de trgico abandono penda sobre la casa. Las ventanas,

    cubiertas de mugre, tenan los postigos descolgados y torcidos. El tejadomostraba varias calvas all donde los caprichosos dedos del viento habanarrojado a la oscuridad de la noche las tejas de pizarra, sin que nadie lasreemplazara despus.

    De no haber estado all el muchacho del pueblo para confirmarle que, enefecto, aqul era su destino, Max habra tomado la mansin por un montnde ruinas. Daba la impresin de que la casa les hara a todos, y en especiala l, un inmenso favor si completaba su inevitable deslizamiento por elborde del acantilado y se precipitaba hacia el mar.

    A pesar de su estado ruinoso, o quiz debido a l, Max sinti una curiosaafinidad entre la casa y l. Tal vez, despus de todo, se compenetraranbien. La mansin, ms que un hogar, pareca una guarida en la que unabestia pudiera ir a lamerse a solas y en paz las heridas que ella misma sehaba infligido.

    El viento arroj otro velo de nubes sobre la luna. La oscuridad seencabrit para lanzar de nuevo su sombra sobre la casa.

    Fue entonces cuando lo vio: un leve y fugaz destello blanco en laventana de la torre desmoronada. Arrug el ceo. Tal vez se habaequivocado y la torre no estaba abandonada. O quiz quedaba todava en elmarco astillado de una de sus ventanas un cristal roto lo bastante grandepara proyectar un reflejo.

    Pero un reflejo de qu?Con la luna acobardada detrs de las nubes, no se adivinaba ms que una

    infinita extensin de pramo a un lado de la mansin, y abruptosacantilados y mar turbulento al otro. Aquel destello blanco apareci denuevo, tan insustancial como un fuego fatuo recortado sobre aquella slidamuralla de negrura.

    Max mir a su compaero para ver si l tambin lo haba advertido, peroHammett tena toda su atencin puesta en evitar que sus monturasvolvieran corriendo colina abajo. Los dos caballos sacudan la cabeza yrelinchaban nerviosos, como si estuvieran tan deseosos de alejarse de aquellugar como su joven amo. Cuando Hammett consigui hacerse por fin conellos y detuvo bruscamente el carro, la torre estaba de nuevo envuelta en laoscuridad.

    Max se frot furtivamente los ojos con las palmas de las manos. No era

  • un hombre dado a fantasas. Aquellas luces fantasmales deban de sersimplemente una manifestacin de su propia fatiga: una mala pasada desus ojos cansados tras un viaje agotador. Teniendo en cuenta el estado deabandono de la casa, era ms probable que alguien muriera all por culpadel sombrerete suelto de una chimenea o de una barandilla rota que porobra de un fantasma vengativo.

    Est seguro de que lo esperan, seor?El joven cochero parpade para quitarse las ltimas gotas de lluvia de

    las rubias pestaas y mir ansioso colina arriba, hacia el imponenteedificio de la mansin.

    Claro que estoy seguro contest Max con firmeza. Mi abogadoenvi recado hace ms de un mes. El servicio ha tenido tiempo de sobra deprepararse para mi llegada.

    A pesar de su respuesta, no poda reprocharle al joven su escepticismo.Salvo por aquel misterioso destello de blancura, la casa pareca tan desiertae inhspita como una tumba.

    Max recogi la bolsa de viaje que haba escogido de entre todo suequipaje y se ape del carro. Haba decidido dejar el resto de sus maletasen la posada aun a riesgo de que los aldeanos las expoliaran, en lugar detransportarlas en la trasera del carro, donde se habran empapado encuestin de minutos.

    Son casi las diez seal. Hay que tener en cuenta lo tardo de lahora. Y con este tiempo tan espantoso difcilmente poda esperar que lossirvientes, por muy devotos que sean, estuvieran esperando en fila en laescalinata de entrada para dar la bienvenida a su nuevo seor.

    Aunque Hammett pareca seguir teniendo sus dudas, consigui hacer ungesto animoso con la cabeza, dndole la razn.

    Traer el resto de su equipaje en cuanto amanezca, seor. Se lo juro.Max meti la mano dentro de su gabn, sac otra bolsa y se la lanz.Durante mis aos en la Compaa de las Indias Orientales, me

    convenc de que siempre hay que recompensar a los jvenes tanto por sugallarda como por su valor.

    Seor! Hammett mir boquiabierto la bolsa y una sonrisa atnitacrisp su flaco rostro. Caramba, gracias, seor! Mi madre y mishermanas tambin le dan las gracias. O se las darn en cuanto vean esto. A pesar de que saltaba a la vista que estaba deseando irse, lanz otramirada reticente a la mansin. Quiere que espere hasta que haya

  • entrado sano y salvo?Te agradezco el ofrecimiento, pero no ser...De pronto, Hammett hizo restallar las riendas, dio media vuelta al carro

    y se precipit colina abajo....necesario concluy en un murmullo que slo oy l.El ruido de las ruedas del carro se desvaneci rpidamente, dejndolo a

    solas con el aullido desolado del viento.Agarrando su bolsa de viaje con una mano y su bastn con la otra, se

    volvi hacia la casa. En otro tiempo se haba imaginado regresando de unlargo viaje a un escenario muy distinto de aqul. Un escenario en el queuna amante esposa sala corriendo a darle la bienvenida, seguida quiz poruno o dos chiquillos de rubia cabeza ansiosos por saltar a sus brazos, llenarsu cara de besos y darle la bienvenida a casa.

    Cuadr los hombros y, alejando bruscamente aquella fantasa tanto de suimaginacin como de sus esperanzas, ech a andar hacia la puerta. Al subirlas escaleras de piedra que llevaban al prtico empotrado en la barbacana,el viento arroj un par de gotas de lluvia a su cara.

    En lo alto de las escaleras se quit el sombrero y dud un momento.Ignoraba cmo deba proceder. Estaba acostumbrado a que lo recibierancon deferencia all donde iba, no a que lo dejaran delante de una puertacerrada como si fuera un mendigo a las puertas del cielo.

    Deba servirse de la deslustrada aldaba de bronce para avisar a lossirvientes de su llegada? Deba probar a abrir la puerta? O debasimplemente entrar en la casa como si fuera su dueo?

    Y lo era, qu demonios.Estaba levantando el bastn para llamar firmemente a la puerta cuando

    sta comenz a bascular muy despacio hacia dentro, haciendo chirriar susdesengrasadas bisagras.

  • Captulo 5

    Max se qued inmvil, esperando a medias ser recibido por una voluta deniebla o un espectro encadenado. En la puerta apareci un hombre recio yencorvado, con una mata de cabello blanco como la nieve. Portaba uncandelero de plata cuya nica vela, a causa de su mal pulso, proyectabasombras temblorosas sobre la afligida cara del sirviente.

    Sin una sola palabra de explicacin o de saludo, el hombre se volvihacia el interior de la casa como si no le importara lo ms mnimo que elrecin llegado lo siguiera o no.

    Max levant una ceja con expresin inquisitiva, pero no dud muchotiempo. Aunque el olor a moho y la luz trmula de la vela no podancalificarse precisamente de acogedores, suponan una clara mejoracomparados con la oscuridad y la humedad de la noche.

    El vestbulo de entrada de la mansin tena dos plantas y estaba forradocon una especie de papel de color burdeos con pelusilla de terciopelo. Enalgunas partes el papel se haba desprendido formando tiras mohosas quedejaban al descubierto el yeso sin pintar que haba debajo. Max dedujo queenterrado all abajo deba de haber tambin algn valioso friso de madera.A pesar de haber sufrido los abusos de los siglos recientes, la antiguabarbacana tena una slida osamenta.

    Max levant la mirada cuando pasaron bajo una gran lmpara cuyosbrazos de bronce deslucido estaban adornados de telaraas y cuyas bujas,antao elegantes, se haban derretido hasta formar simples pegotes de cera.Al otro lado del vestbulo, una escalera ancha suba a la galera de laprimera planta, envuelta en sombras. Al pie de la escalera se alzaba,pegado a la pared, un hermoso reloj de pie cuyo pndulo colgaba quieto ysilencioso. Sus manecillas doradas se haban detenido, al parecer parasiempre, a las doce y cuarto.

    El taciturno acompaante de Max lo condujo a travs de unas puertasabiertas, hasta el saln. Un puado de lmparas de aceite, distribuidas pordiversas mesas, batallaban con la oscuridad. A pesar de sus valerososesfuerzos, era fcil comprender por qu la mansin pareca tan oscura einhspita desde la avenida. La casa dispona de amplias ventanas, pero

  • todas ellas estaban cubiertas por polvorientos cortinajes de terciopelo.Al recordar con una punzada de nostalgia el alegre fuego de la posada El

    gato y el ratn, Max cay en la cuenta de que ni siquiera haban encendidoel fuego en la chimenea de mrmol del saln para darle la bienvenida.Poda ser tan provinciano el servicio que ignoraba hasta esa rudimentariamuestra de cortesa? Dej su bolsa de viaje sobre la descolorida alfombraturca. El mayordomo, o al menos Max supuso que era el mayordomo, dadoque an no se haba presentado como era debido, dej el candelero sobreun velador bajo, se acerc a la pared arrastrando los pies y tir con escasompetu del cordn de la campanilla. Una nube de polvo cay sobre sucabeza, provocndole violentos estornudos.

    El hombre segua sorbiendo por la nariz y enjugndose los ojos con elpuo de la camisa cuando se abri la puerta de un extremo del saln. Alparecer, Max haba sido injusto al juzgar al servicio: haban salido a recibira su nuevo seor, al fin y al cabo.

    Desfilaron por el saln y a duras penas consiguieron colocarse en filacomo era debido tras muchos codazos, risillas, murmullos y pisotones.Max sinti que su enfado se converta en consternacin. Con razn la casapareca tan abandonada. No haba, ni mucho menos, personal suficientepara atender una mansin de ese tamao. Pero si su casa de BelgraveSquare tena el doble de criados!

    No tuvo que echar mano de sus muchos conocimientos matemticos paracontar al mayordomo, que segua estornudando, a cinco doncellas y a unchico que vesta una librea de lacayo claramente confeccionada para unadulto. Luca, torcida, una peluca empolvada que pareca rescatada de lacabeza de algn infortunado aristcrata francs justo despus de su paseohasta la guillotina. Max parpade cuando una polilla sali de la peluca yvol hacia una de las lmparas de aceite.

    Las doncellas desviaron rpidamente la mirada y la clavaron en el suelo,pero el muchacho se afianz sobre los talones y le lanz una miradacargada de insolencia.

    No haba ni rastro de cocinera, sumiller o mozo de cmara. Maxempezaba a lamentar no haber obligado a su ayuda de cmara a compartirsu exilio. Haba dado por sentado que habra en la casa un sirviente al quepudiera reclutar para ese puesto.

    Justo cuando haba abandonado toda esperanza de recibir una bienvenidaadecuada, una mujer entr por la puerta y ocup su lugar al final de la fila,

  • los labios curvados en una sonrisa corts.Buenas noches, milord. Soy la seora Spencer, el ama de llaves de la

    casa. Por favor, permtame darle la bienvenida a Cadgwyck Manor.Max saba por experiencia que normalmente era el mayordomo quien se

    encargaba de recibir a los recin llegados cuando era necesario. Pero sunuevo mayordomo estaba al parecer ocupado sacudindose motas de polvode la rada levita. Haba dejado el pesado candelero, y el temblor de susmanos era ahora ms pronunciado.

    Inclin la cabeza esbozando una reverencia.Seora Spencer.A pesar del aspecto variopinto del resto del servicio, la seora Spencer

    pareca ser todo cuanto se esperaba de un ama de llaves inglesa. Su porteera impecable, mantena la columna ms erguida que la mayora de losmilitares que l conoca, y un rgido delantal blanco contrastaba con susevero vestido negro.

    Se haba peinado hacia atrs el pelo castao, y lo llevaba recogido enuna redecilla a la altura de la nuca con severidad casi dolorosa. Su tez claraera tan tersa y lisa que resultaba difcil calcular su edad. Max dedujo quetendra unos treinta y tres aos, como l. Quizs alguno ms.

    Era una mujer corriente: no haba en sus rasgos nada llamativo oexcepcional que pudiera atraer la atencin de los hombres. Tena labarbilla puntiaguda, los pmulos altos, la nariz fina y recta, pero un picedemasiado larga para calificarla de delicada. Sonrea con la boca cerrada,como si sus labios estuvieran acostumbrados a hablar y a callar en lamisma medida. O quiz simplemente trataba de ocultar su melladadentadura.

    El nico rasgo que poda tentar a un hombre a echarle una segundamirada eran sus ojos. Sus profundidades de color verde oscuro brillabancon una inteligencia que, en una mujer menos reservada, podra haberseconfundido fcilmente con malevolencia. Sus nicas concesiones a lavanidad eran la delicada puntilla que asomaba del cuello de su vestido y lafina cadena de plata trenzada que desapareca bajo l. La curiosidad innatade Max le hizo preguntarse qu colgaba de ella. Un retrato en miniaturamal pintado del seor Spencer, quiz?

    Confo en que haya tenido un viaje agradable dijo el ama de llaveslevantando una ceja delicadamente curvada con aire inquisitivo.

    Max baj la mirada. El bajo de su gabn todava chorreaba, empapando

  • la alfombra bajo sus pies, y su par favorito de botas de caa alta, antes deflexible piel de becerro, estaban embadurnadas de barro fresco.

    Oh, ha sido simplemente divino.Tal y como esperaba, su sarcasmo le pas desapercibido.Me alegra mucho saberlo. Me temo que hay quienes encuentran poco

    hospitalario nuestro clima.No me diga contest l con sorna, y el retumbar de un trueno vino a

    subrayar sus palabras. Cuesta creerlo, desde luego.Si me permite, le presentar al resto del servicio.Si no lo hubiera distrado el tono aterciopelado de su voz, Max habra

    respondido que lo nico que le interesaba que le presentara en esemomento era una copa de brandy y una cama caliente. El acento cultivadode su voz no debera haberlo sorprendido. Los criados de mayor rango deuna casa podan proceder de las aldeas de la comarca, pero con frecuenciaadoptaban el acento de las damas y caballeros a los que servan. Lamayora eran imitadores de talento. Al parecer, su nueva ama de llaves noera una excepcin.

    stas son las doncellas le inform la seora Spencer, sealandohacia la fila de muchachas. Beth, Bess, Lisbeth, Betsy y Lizzie. Acababa de llegar al final de la fila cuando la sexta doncella entrcorriendo en el saln y se detuvo junto a las dems. Y Pippa aadi laseora Spencer con algo menos de entusiasmo.

    Mientras que las otras criadas se haban tomado al menos la molestia derecogerse el pelo y ponerse cofia y delantal, la joven Pippa pareca recinlevantada de la cama. Tena el vestido arrugado, el cuello desabrochado ala altura de la garganta, y ni siquiera se haba molestado en abotonarse losaraados botines.

    Las otras doncellas hicieron la debida genuflexin. Pippa, en cambio,bostez y se rasg la desgreada maraa de cabello oscuro antes demascullar:

    Excelencia.Bastar con milord repuso Max. No ser su excelencia hasta

    que muera mi padre, y el hombre goza de tan buena salud que es muyposible que me sobreviva.

    Con un poco de suerte... mascull el joven lacayo en voz baja.Cmo ha dicho?Max lo mir con el ceo fruncido.

  • La sonrisa de la seora Spencer se tens cuando alarg el brazo paradarle un pequeo tirn de orejas al muchacho.

    Dickon, nuestro lacayo jefe, estaba diciendo lo afortunados que somospor tener un nuevo amo aqu, en Cadgwyck Manor. Hemos estado muyabandonados desde que el ltimo se march con tanta prisa.

    S mascull Dickon frotndose la oreja, y le lanz una miradaresentida desde debajo de las rubias pestaas. Eso estaba diciendo.

    Hasta donde Max poda ver, el chico no era slo el lacayo jefe: era elnico lacayo.

    Lo reclamaron en Londres por algn asunto urgente?No quera dejar entrever an que saba que el ltimo propietario de la

    casa haba huido aterrorizado, perseguido por algn temible espectro frutode su propia imaginacin.

    Suponemos que s contest la seora Spencer, tomndole la palabrasin que su mirada se inmutara lo ms mnimo. Me temo que no se quedlo suficiente para explicarnos los motivos de su abrupta partida. Seapart de Max y su voz se hizo ms suave. Cometera una faltaimperdonable si dejara fuera de las presentaciones al capitn de estehermoso buque que llamamos Cadgwyck Manor, nuestro estimadomayordomo, el seor Hodges.

    Un ronquido sofocado sigui a sus palabras. Estirando el cuello, Max vioque el hombre que le haba abierto la puerta se haba arrellanado en undescolorido silln Hepplewhite y estaba dormitando. Descansaba labarbilla sobre el pecho como una oronda paloma con el pico apoyado sobrelas alas de su pechuga.

    Seor Hodges repiti el ama de llaves alzando la voz.El mayordomo despert sobresaltado, dando un violento respingo.Es la hora del t? Voy a buscar el carrito.Se levant de un salto y sali a toda prisa de la habitacin mientras los

    dems lo miraban pasmados.Max enarc una ceja. Por lo visto no era mudo, como haba temido en un

    principio. Slo estaba un tanto chiflado.En el breve lapso que tard en volverse hacia Max, la seora Spencer

    consigui recuperar su compostura y su sonrisa. Cruzando las manos pordelante como una especie de Buda beatfico, dijo:

    Debe de estar terriblemente cansado despus de un viaje tan largo,milord. Dickon lo acompaar encantado a su habitacin.

  • A juzgar por su cara de mal humor, el joven lacayo estara an msencantado de arrojarlo por el acantilado ms prximo. O por la ventanaabierta ms cercana.

    No es necesario, seora Spencer dijo Max. Prefiero que meacompae usted.

    Aunque pareca imposible, Dickon puso an peor cara.El semblante de la seora Spencer se mantuvo cuidadosamente

    inexpresivo.Le aseguro que el joven Dickon es perfectamente capaz de...Max dio un paso hacia ella, aprovechndose de su tamao y de su

    presencia fsica para subrayar sus palabras:Insisto.La crispada sonrisa del ama de llaves flaque. Max advirti que la idea

    le desagradaba, pero no tena ms remedio que acceder a sus deseos, oarriesgarse a desobedecerlo delante de los dems sirvientes, lo cual daramuy mal ejemplo.

    La seora Spencer recuper la sonrisa. Cuando abri los labios, a Max lerecord a un animal acorralado que le enseara los dientes. Unos dientesque no estaban nada mal, despus de todo: eran pequeos, blancos yextraordinariamente regulares, salvo por un gracioso hueco entre los dosdelanteros.

    Muy bien, seor dijo envarada, y cogi del velador el pesadocandelero dejado all por el mayordomo. Sin saber por qu, Max se loimagin de pronto cayendo sobre la parte de atrs de su cabeza.

    El ama de llaves ech a andar hacia el vestbulo, lanzndole una miradapor encima del hombro que podra haberse calificado fcilmente deretadora si se hubieran conocido como iguales y no como sirvienta y seor.

    Vamos?

    Max sigui a su nueva ama de llaves por la oscura escalera, hacia laoscuridad an ms densa de la primera planta. Saba que debaavergonzarse de s mismo. Siempre haba tenido tendencias autoritarias,pero nunca haba sido un bruto. As pues, por qu hallaba un placer tanmezquino en doblegar a una desconocida... y a una subalterna, adems?

    No poda reprocharle a la seora Spencer que hubiera intentadoencasquetarle aquella tarea a Dickon. Haba sido esclavo voluntario de las

  • normas del decoro casi toda su vida. Era muy consciente de que no habanada de decoroso en que una mujer sola acompaara a un hombre a sualcoba, y ms an tratndose de un hombre al que acababa de conocer. Talvez slo haba querido ver si la compostura que aquella mujer llevabacomo una armadura tena algn resquicio.

    A juzgar por el rgido ngulo de su cuello, por la crispacin de sushombros y por la cadencia casi marcial que marcaban sus botines en cadapeldao de la escalera, no lo haba. Su determinacin era tan inflexible quepareca ir marchando detrs de Anbal y sus elefantes en la travesa de losAlpes durante la Segunda Guerra Pnica.

    Max baj la mirada y descubri una flaqueza que no esperaba en el sutilvaivn de sus caderas. Haba algo de inquietante en el hecho de imaginaralgn asomo de ternura femenina bajo aquellas rgidas capas de hiloalmidonado. Ella lo mir de soslayo por encima del hombro. l levantbruscamente la mirada hacia su cara. No tena por costumbre mirarles eltrasero a las mujeres, y menos an a sus empleadas.

    Debo deducir que se era todo el servicio? pregunt con laesperanza de que ambos recordaran su nuevo papel como seor de lamansin.

    Desde luego que no! exclam la seora Spencer como si la solaidea fuera absurda. Pero sus siguientes palabras desinflaron el sbito aliviode Max: Tambin est Nana, la cocinera. No vi necesidad de molestarla,puesto que tiene que levantarse muy temprano para preparar el desayuno.Y los segundos martes de cada mes viene la seora Beedle, del pueblo, aayudar a lavar la ropa blanca. Creo que pronto descubrir que aqu enCadgwyck tenemos un servicio muy eficiente, milord. Un servicioirreprochable.

    Max pas un dedo por la espesa capa de polvo que cubra la barandilla yse pregunt si no estara el ama de llaves tan loca como el mayordomo.

    Durante el tenso silencio que sigui, repar en un rasgo de lo mssingular: su ama de llaves tintineaba al caminar. Su agotado cerebro tardun minuto en descubrir el origen de aquel sonido musical: el formidablellavero que la seora Spencer llevaba colgado de la cintura.

    Menuda coleccin de llaves lleva usted ah coment mientras seacercaban al descansillo de la primera planta.

    Sin perder un instante ella contest:Alguien tiene que ocuparse de las mazmorras, as como de la

  • despensa.Debe de resultarle dificilsimo sorprender a los dems. Como un gato

    con un cascabel al cuello.Au contraire, milord ronrone ella, sorprendiendo de nuevo a Max

    por la elegancia con que sonaron los vocablos franceses en sus labios.Cuando uno se acostumbra a que un gato lleve cascabel, quitrselo slohace al gato mucho ms peligroso.

    Esta vez, la sonrisa que le lanz por encima del hombro era dulcementefelina. Cuando ella volvi a fijar la mirada en la escalera, Max contemplcon los ojos entornados su esbelta espalda y se la imagin recorriendosigilosamente los pasillos de la mansin de madrugada, dispuesta acometer cualquier diablura. Hara bien no subestimndola. Era posible quela gatita an tuviera garras.

    El balanceo de sus caderas bajo sus severas faldas le pareci de prontoms visible, como si estuviera provocndolo adrede. Cuando llegaron a lagalera de la primera planta, las sombras trmulas huyeron ante el suaveresplandor de la vela. Un nimbo de luz ascendi por la pared, iluminandoel retrato que colgaba justo enfrente de la escalera.

    Max sigui aquella luz con la mirada, atrada hacia el cuadro tanirresistiblemente como una dbil polilla hacia una llama mortfera.

    Se qued sin respiracin. Se olvid de la seora Spencer, y de sus ansiasde desplomarse en un colchn seco y caliente.

    Se olvid de todo, excepto de la visin que flotaba ante sus ojos.

  • Captulo 6

    Dios mo musit Max y, quitndole el candelero a la seora Spencer, lolevant hacia el retrato.

    El ama de llaves no protest. Exhal un suspiro resignado, como si casihubiera estado esperando aquella reaccin.

    Max haba visitado algunas de las mejores casas de Inglaterra, habarecorrido incontables museos en Florencia y Venecia durante su gran tourpor Europa y visto centenares de retratos semejantes, entre ellos muchospintados por maestros de la talla de Gainsborough, Fragonard o sir JoshuaReynolds. Dryden Hall, la casa en la que haba crecido, albergaba toda unagalera de retratos de antepasados de la familia, todos ellos de rostrosevero. Pero nunca antes haba sentido la tentacin de olvidar que no eranms que gotas de pintura seca esparcidas sobre un lienzo.

    El pintor de aquel retrato, sin embargo, haba plasmado no slo unaapariencia fsica, sino un alma. Hasta el espectador ms insensible habravisto con toda claridad que haba estado locamente enamorado de sumodelo, y que su intencin haba sido que todo hombre que posara los ojosen ella tambin cayera rendido de amor.

    De algn modo haba logrado dar la impresin de que la haba atrapadoen el tiempo justo antes de que esbozara una sonrisa. Tena levantada unacomisura de los labios de tal modo que uno esperaba, casi sin aliento, laaparicin del hoyuelo que sin duda seguira a la sonrisa. En aquellos labioscarnosos de color coral poda adivinarse la promesa de una sonrisa, perosus ojos del color del jerez rean abiertamente mientras miraban condescaro a Max por debajo de las grciles alas de sus cejas. Eran los ojos deuna joven que saboreaba por primera vez su poder sobre los hombres,paladeando cada bocado.

    Llevaba los rizos amontonados flojamente sobre la coronilla ysostenidos por una nica cinta de color azul de Prusia. Unos pocosmechones rebeldes enmarcaban sus mejillas llenas, teidas de unirresistible rubor que ningn colorete, por costoso que fuese, poda igualar.Su cabello no era de un castao corriente, sino de un intenso y lustrosocolor visn. En marcado contraste con la penumbra de la galera, el traje

  • que luca era de un amarillo tan suntuoso como los botones de oro enprimavera. Era un vestido de cintura alta y corpio de corte cuadrado, porencima del cual se hinchaban los plidos globos de unos pechos generosos.

    Haba algo de intemporal tanto en su belleza como en su indumentaria.Poda llevar una dcada o un siglo aprisionada en el descolorido marcodorado del retrato. Era imposible saberlo.

    Pero quin eres t? murmur Max.Una breve ojeada a la galera le confirm que los dems retratos haban

    desaparecido, dejando recuadros oscuros en el papel de la pared, all dondehaban colgado una vez.

    El ama de llaves resopl, recordndole su presencia.El resto de las pinturas se vendi, pero ella viene con la casa. Es una

    clusula del acuerdo de venta. No importa por cuntas manos pase la finca:el retrato ha de quedarse.

    Max entendi perfectamente que los anteriores propietarios de la casa nohubieran protestado ante una clusula tan excntrica. Muchos hombresseran felices pasando todos los das junto al retrato y fingiendo queaquella criatura encantadora era su esposa.

    O su amante.Quin es? pregunt, extraamente reacio a relegar a la mujer del

    cuadro al pasado al que sin duda perteneca.En otra ocasin quiz, milord. Es tarde y s que est agotado. No

    quisiera aburrirle.Cuando hizo amago de alejarse, Max la agarr del brazo.Abrrame.Lo imperioso de su orden la hizo pararse en seco y mirar su cara con

    sobresalto. Apenas unos segundos antes, Max casi se haba olvidado de suexistencia. De pronto, sin embargo, fue vivamente consciente de lo cercaque estaban a la luz movediza de la vela, de cada trmulo soplo de alientoque pasaba entre sus labios entornados, del subir y bajar irregular de suspechos bajo el hilo almidonado del corpio, del leve y lmpido olor a jabnde lavar y a pan recin horneado que exhalaba su cuerpo del mismo modoque otras mujeres olan a perfumes caros.

    Sus huesos le parecieron casi delicados bajo la tensa presin de su mano.Haba dado por sentado errneamente que estara forjada en alguna materiadura e irrompible, como el granito o el acero. Fij la mirada en sus labios.Cuando no estaban curvados en una sonrisa hermtica que no era tal

  • sonrisa, parecan sorprendentemente suaves, hmedos e incitantes...La vela que sostena en la otra mano se haba ladeado, y el goteo

    constante de la cera derretida sobre la puntera de sus pobres y maltratadasbotas rompi por fin el extrao hechizo que haba cado sobre ellos.

    Apartando la mano de su persona como si perteneciera a otro, dijohoscamente:

    No era una peticin, seora Spencer. Era una orden.La seora Spencer alis su manga arrugada. La mirada que le dirigi por

    debajo del friso castao de sus pestaas dej claro lo que opinaba de suorden.

    Se llama... se llamaba Angelica Cadgwyck.Angelica...Max volvi a posar la mirada en la mujer del retrato. El nombre le

    sentaba bien. A pesar de sus encantos carnales, tena ciertamente el rostrode un ngel.

    Supongo que su familia dio nombre tanto a la mansin como a laaldea.

    Hasta hace poco ms de una dcada, fueron lo ms parecido a larealeza que haba en este condado. Y por lo que tengo entendido, Angelicaera su princesa heredera. Su madre muri al nacer ella, y su padre, lordCadgwyck, se volc en la nia.

    Quin podra reprochrselo? mascull Max en voz baja,embrujado de nuevo por la promesa sensual de aquellos chispeantes ojoscastaos. Qu fue de ella?

    El codo de la seora Spencer roz la manga de su gabn cuando sereuni con l frente al retrato y lo mir con un desagrado equiparable a lafascinacin de Max.

    Lo que ocurre siempre que a una joven se la educa en la creencia deque cada uno de sus caprichos ha de ser satisfecho sin reparar en lasconsecuencias. Escndalo. Calamidad. Ruina.

    Intrigado por la nota de desprecio que advirti en su voz, Max mir desoslayo el severo perfil del ama de llaves. Debera haber imaginado queuna mujer como ella no se apiadara de quienes caan presa de lastentaciones de la carne. Probablemente nunca haba experimentado ni lams inofensiva de esas tentaciones.

    Qu tipo de escndalo? pregunt, aunque posiblemente podaadivinarlo.

  • En una fiesta dada en su honor cuando cumpli dieciocho aos, fuesorprendida en situacin comprometedora con un joven. El pintor de esteretrato, segn creo. Se encogi de hombros. No procedo de Cadgwyck,de modo que desconozco los detalles escabrosos. Lo nico que s es que serumoreaba que su hermano haba matado al joven de un disparo, sinconcederle siquiera el beneficio de un duelo. Su padre sufri una apoplejay enloqueci de pena. El hermano fue llevado a prisin...

    A prisin? la interrumpi Max, fascinado a su pesar por elescabroso relato. Crea que el asesinato se castigaba con la horca.

    El linaje de los Cadgwyck tena todava una poderosa influencia enesta regin, as que el joven logr escapar al patbulo y fue deportado aAustralia. Al parecer su padre haba hecho algunas inversiones pocoprudentes antes de que sucediera todo eso. Acudieron los acreedores,oliendo la sangre en el agua, y la familia lo perdi todo: su fortuna, su buennombre... hasta esta casa, que haba estado en sus manos desde que seconstruy el castillo original, hace cinco siglos.

    Max fij de nuevo la mirada en el retrato.Qu le ocurri a ella?La seora Spencer se encogi de hombros como si el destino de una

    necia muchacha no le importara lo ms mnimo.Qu poda hacer despus de provocar la ruina de todos sus seres

    queridos? La noche antes de que tuvieran que dejar la casa, se arroj por elacantilado, al mar.

    Desde que Ash le haba quitado a Clarinda, se haba acostumbrado aldolor pesado y sordo que senta en el corazn. La aguda punzada queexperiment en ese momento lo pill desprevenido. No tena motivos parasufrir por una muchacha a la que no haba conocido. Tal vez fuerasencillamente inimaginable para l que una criatura tan joven y vivazentregara su vida sin luchar.

    Hubo investigacin? Alguna sospecha de juego sucio?Ninguna dijo tajantemente la seora Spencer. La chica redact

    una nota que dejaba muy claras sus intenciones.Las notas pueden falsificarse.El ama de llaves le lanz una mirada cargada de irona.En histrinicas obras de teatro y novelas gticas, quiz. Pero aqu, en

    Cornualles, no somos tan listos, ni tan diablicos. Sospecho que su suicidiofue simplemente el acto impulsivo de una joven alocada sumida en un

  • cenagal de mala conciencia y autocompasin.Max levant la mirada hacia el retrato, aun a riesgo de olvidar de nuevo

    la presencia del ama de llaves.Me habra gustado conocerla.No desespere, milord. Puede que todava tenga oportunidad de

    hacerlo.La seora Spencer le quit el candelero de la mano y se alej hacia la

    escalera del otro lado de la galera, y a Max no le qued otro remedio queseguirla para no quedarse a oscuras.

    Cuando el sentido de sus palabras cal en l, no pudo resistirse a echaruna ltima ojeada hacia atrs para ver cmo el retrato de la impulsivaseorita Cadgwyck se funda con las sombras.

    Al llegar al fondo del pasillo de la segunda planta del ala este, la seoraSpencer abri la alcoba principal sirvindose de una de las llaves de suextensa coleccin. Cuando empuj la puerta, a Max se le cay el alma a lospies. La espaciosa habitacin conservaba an rastros de su antiguoesplendor, pero la chimenea de mrmol estaba tan oscura y polvorientacomo la del saln y no haba cena alguna preparada ante ella.

    Una sola lmpara arda en la mesita, junto a la cama endoselada,proyectando ms sombras de las que ahuyentaba.

    De haber sabido que iba a recibir una acogida tan poco hospitalaria, sehabra quedado al menos en la posada para tomar un plato de estofado. Alparecer, se esperaba de l que se conformara con el delicioso aroma a panque exhalaba el cabello de la seora Spencer. Y con lo hambriento que sesenti de pronto, tuvo que hacer un mprobo esfuerzo para no inclinarse yzamprsela entera.

    El ama de llaves se haba apartado para dejarlo pasar, y saltaba a la vistaque no tena intencin de poner ni siquiera la puntera de sus botines msall del umbral de la alcoba. De veras crea correr peligro de que sepropasara con ella? Tan ansioso de compaa femenina pareca como paraarrojar a la primera sirvienta que se cruzara en su camino sobre un colchnmohoso y violarla?

    Max sinti agitarse su mal genio. Haba pasado tanto tiempo de su vidadominndose frreamente que casi no reconoci las seales de peligrohasta que ya fue demasiado tarde.

  • Cuando por fin habl, rechinaba de tal manera los dientes que sus labiosapenas se movieron.

    Sera demasiado pedir que encendieran la chimenea? Y que mesirvan tambin algo de cenar?

    La sonrisa de su ama de llaves no perdi ni un pice de su exasperanteserenidad.

    Desde luego que no. Mandar a Dickon enseguida con una bandeja ysu maleta. Comenz a alejarse. Luego lo mir. No tema, milord.Estamos aqu para ocuparnos de todas sus necesidades.

    Su voz tersa, tan discordante con su rgida apariencia, acarici losnervios tensos de Max como terciopelo apelmazado. Su ingenua promesahizo cruzar por su imaginacin, fugazmente, una imagen ms sorprendenteque cualquiera de las que haba contemplado esa noche... o quizs enmucho tiempo.

    Sonriendo todava, la seora Spencer le cerr la puerta en las narices, yMax se pregunt si no habra elegido un castigo que ni siquiera l semereca.

    Anne lleg hasta la galera de la primera planta y all se apoy contra labarandilla, respirando agitadamente. Tena la sensacin de haber subidocorriendo doce tramos de escalera, en lugar de haber bajado slo uno. Sellev una mano al pelo suave y el temblor de sus dedos la delat. Laimperturbable seora Spencer haba desaparecido, dejando que Annepagara el precio de su compostura.

    Parece que su seora no es lo que esperabas.Aquella voz burlona surgi de la oscuridad. Anne dio un respingo y se

    llev la mano al corazn. Tal vez no se habra sobresaltado tanto siaquellas palabras no fueran un reflejo exacto de lo que senta en esosmomentos.

    Pippa sali de entre las sombras sonriendo.Qu pasa? Creas que era un fantasma?Con la mano todava en el corazn, Anne mir con enfado a la

    muchacha.Sigue dndome esos sustos y pronto lo sers. Por qu no has vuelto a

    la cama? Antes casi no consigo levantarte para que salieras a dar labienvenida a nuestro ilustre seor.

  • Pippa acababa de cumplir diecisis aos, pero cuando mir a Annearrugando su naricilla respingona pareci tener siete otra vez.

    No seas tan gruona. Slo quera asegurarme de que Su AltezaSerensima no intentaba tomarse libertades con su nueva ama de llaves.

    Y qu pensabas hacer si se las tomaba?Golpearlo en la cabeza con un atizador.Cualquier otra persona habra dado por supuesto que Pippa estaba

    bromeando, pero Anne ni siquiera se sorprendi cuando vio aparecer lafina mano de la muchacha de entre los pliegues de su falda empuando elutensilio en cuestin. Teniendo en cuenta el brillo salvaje de su mirada,Pippa poda haber asumido aquella tarea con mucho ms entusiasmo delestrictamente necesario.

    Santo cielo, Pippa! exclam Anne. Vas a conseguir que nosahorquen a todos por asesinato. No hace falta que vengas en mi auxiliocomo si fueras un caballero de radiante armadura y yo una damisela enapuros. Soy muy capaz de valerme sola.

    Y lord Comosellame parece muy capaz de violar a un ama de llaves yquizs a una criada o dos sin quitarse siquiera el gabn o arrugarse lacorbata.

    Al recordar la fuerza con que la haba agarrado del brazo, lasorprendente intimidad de su gesto y lo cerca que haba estado de aturdirlapor completo aquel simple contacto, Anne exhal un suspiro de desaliento,dndole la razn a Pippa.

    Desde luego no es ningn viejo chocho aficionado a beber demasiadooporto y capaz de confundir una sbana puesta sobre el mango de unaescoba con un fantasma espeluznante.

    El comentario de Pippa la oblig asimismo a recordar la impresin quele haba producido entrar en el saln y encontrrselo all de pie, mirandocon enojo por debajo de sus espesas y oscuras cejas y chorreando aguasobre la alfombra turca trada al castillo por algn aventurero antepasadode los Cadgwyck tras la ltima Cruzada. Al levantar la vista por primeravez hacia su hosco semblante, le haba costado un inmenso esfuerzomantener la cordial sonrisa de la seora Spencer pegada a los labios.

    El conde meda mucho ms de metro ochenta, pero no era su estatura, nisiquiera la temible anchura de sus hombros bajo el capote del gabn, lo queresultaba tan impresionante. Era la forma en que pareca dominar el salny todo lo que haba en l sin ningn esfuerzo. Otro hombre habra estado

  • ridculo all plantado, con el sombrero en la mano y las botas manchadasde barro, pero Dravenwood pareca ms inclinado a gritar Que les cortenla cabeza! mientras sus posibles vctimas se escabullan para ir a llevarleun hacha.

    Tal vez su barbero y su ayuda de cmara haban corrido esa suerte. Lasespesas y negras ondas de su pelo no estaban recortadas con esmero comoera la moda, sino que eran tan largas que rozaban el cuello de su gabn.Hermosos mechones plateados bruan sus sienes, y una barba de al menosdos da oscureca su mandbula bellamente esculpida.

    Sus ojos de pestaas oscuras eran grises, tan grises como la niebla que seextenda sobre los pramos. A Anne el gris le haba parecido siempre uncolor anodino, pero los ojos de lord Dravenwood tenan la desconcertantecostumbre de brillar como un relmpago de verano cuando se enojaba.

    Pero la mayor amenaza para ellos era el brillo de inteligencia deaquellos ojos. Era un hombre al que pocas cosas le pasaban desapercibidasy eso, ms que cualquier otra cosa, poda ser la perdicin de todos ellos sino se andaban con cuidado. Cuando se haba presentado, Dravenwoodhaba posado la mirada sobre ella, la haba calibrado y acto seguido lahaba desdeado por lo que era: una sirvienta, una criada, una inferior. Nola encontraba insuficiente; sencillamente, la consideraba indigna de suatencin.

    Y as deba ser.Bueno, tienes que reconocer que despacharlo con un atizador habra

    resuelto casi todos nuestros problemas sugiri Pippa jovialmente. Porlo menos habra ganado algo de tiempo para seguir buscando antes de quellegue el prximo seor.

    No, si acabamos todos en la crcel del pueblo, esperando la visita delverdugo. Pero en una cosa tienes razn: cuanto antes se meta lordComose... lord Dravenwood puntualiz Anne en un carruaje y regresea Londres, antes volvern las cosas a la normalidad por aqu.

    A la normalidad? Llevamos cuatro aos registrando la mansindesde el stano al desvn en busca de un tesoro que quiz ni siquieraexista. Ya no s si me acuerdo de lo que es normal.

    Confiando en ocultar sus propias dudas a los ojos oscuros y penetrantesde Pippa, Anne repuso con firmeza:

    El tesoro existe y slo es cuestin de tiempo que lo encontremos. Encuanto demos con l, podremos marcharnos de este sitio para siempre y

  • buscarnos una casa muy lejos de aqu.Pero y si no es ms que una leyenda familiar? Un cuento de hadas

    para entretener a los nios y avivar la imaginacin de los soadores? Lossoadores llevan ms de un siglo buscando el tesoro enterrado del capitnKidd, y todava no ha aparecido ni una sola moneda.

    Anne toc con las yemas de los dedos el guardapelo que llevaba siempreescondido bajo el corpio y que nunca se alejaba mucho de su corazn,recordndose a s misma y a Pippa por qu no tenan ms remedio queseguir buscando.

    Dej de ser una soadora hace mucho tiempo. Por eso s que el tesoroexiste y que vamos a encontrarlo. Slo tenemos que conseguir que lordDravenwood se marche lo antes posible y volver a ponernos manos a laobra. Preferiblemente, sin la ayuda de un atizador. Le quit el armaimprovisada de la mano y ech a andar por la galera de nuevo con pasofirme y enrgico. El conde puede parecer invencible, pero ya hademostrado tener la misma flaqueza que cualquier otro hombre.

    Pippa ech a andar a su lado.Y cul es?Anne se detuvo delante del retrato que haba enfrente de la escalera y

    levant su vela.Ella.Angelica Cadgwyck las miraba desde su altura, los carnosos labios

    curvados como si escondiera algn secreto delicioso que slo podraarrancrsele con un beso.

    Ah dijo Pippa en voz baja. As que la seora ya ha aadido otrocorazn a su coleccin. Tiene un apetito realmente insaciable, verdad?

    Hasta el momento en que ha visto su retrato, yo habra jurado que lordDravenwood no tena corazn.

    Anne haba visto la misma expresin del conde en el rostro de otroshombres. Hombres que se paraban en seco y miraban boquiabiertos a lamujer del retrato como si se hubieran quedado mudos y ciegos a todo lodems, salvo a la belleza que tenan ante ellos.

    Al ver sucumbir a aquel viejo hechizo a su nuevo seor, Anne habasentido que se desvaneca, apagndose como una estrella al acercarse elalba. Debera haberle alegrado que sus esfuerzos por ser invisible dierantan buen resultado.

    Pero en cambio haba sentido una aguda punzada de desilusin.

  • Durante un instante fugaz, se haba permitido creer que aqul poda serdistinto. Que tal vez fuera inmune a encantos tan superficiales. No seexplicaba qu la haba impulsado a contemplar una idea tan absurda ypeligrosa. Tal vez fuera la cnica curvatura de sus labios, su sarcasmo, o elmodo en que los surcos que enmarcaban su boca se hacan ms profundosen momentos en los que otros hombres habran sonredo.

    Pero en cuanto lo haba visto rendir su corazn y su ingenio a las manosblancas como azucenas de Angelica, haba sabido que era como cualquierotro hombre.

    Al levantar la vista hacia los ojos sagaces de Angelica, sinti unapunzada de algo ms profundo que la desilusin, algo ms parecido a loscelos. Se estaba poniendo verdaderamente ridcula. Angelica podahacerles un gran servicio, como se lo haba hecho siempre.

    Vamos, Pippa. Tengo que decirle a Dickon que le suba algo de cena anuestro nuevo seor. Cuanto antes se vaya a la cama, antes podr conocer ala mujer de sus sueos.

    Baj la vela, despojando a Angelica de su nimbo de luz. Mientrasacompaaba a Pippa hacia las escaleras, lanz una ltima ojeada al retratoy apenas pudo resistirse al pueril impulso de sacar la lengua al engredosemblante de Angelica.

    Y de sus pesadillas.

    Angelica Cadgwyck miraba al desconocido que haba invadido su casa. Apesar de su pelo alborotado y de su mandbula sin afeitar, no poda negarseque era un hombre muy hermoso. Pero Angelica haba aprendido por lasmalas que una cara bonita poda ocultar un corazn siniestro y destructivo.

    Haba confiado en atisbar el interior de ese corazn yendo all esa noche,pero lord Dravenwood era igual de reservado en sueos que despierto. Suslabios se apretaban en una lnea severa, y con la leve arruga de su entrecejopareca estar frunciendo el ceo incluso dormido. Se apoder de ella elextrao impulso de tocarlo, de comprobar si poda borrar su ceo con latierna caricia de sus dedos.

    Pero l era de carne y hueso y ella no era ms que un sueo ideadodeliberadamente para atormentar el corazn de los hombres.

    Comenzaba a sospechar que a aquel hombre no le eran desconocidos losfantasmas. Lord Dravenwood mascull algo en voz baja, rechin los

  • dientes y se removi inquieto, de tal modo que un mechn de pelo oscurole cay sobre la frente.

    Angelica alarg hacia l una de sus plidas manos. Ansiaba tocar algoclido, slido y palpitante de vida antes de quedar de nuevo a la deriva enla fra y solitaria noche.

    Max nunca haba soado. Cuando se lo haba confesado a Clarinda, suprometida, ella lo haba mirado con sus deslumbrantes ojos verdes y habaexclamado:

    No digas tonteras! Claro que sueas. Todo el mundo suea. Slo queno recuerdas lo que has soado.

    l haba concedido poca credibilidad a esa idea, hasta que esamadrugada, estando en su cama en Cadgwyck Manor, sinti los dedosfrescos de una mujer apartando el pelo de su frente acalorada con unatierna caricia. Gru y se revolvi en la cama, inquieto. Aquel simplecontacto haba sido al mismo tiempo excitante y tranquilizador, habaagitado su alma y su cuerpo. Ansi agarrar la fina mueca de la mujer,acercarse sus dedos a la boca y besarlos uno a uno antes de probar lasuavidad de sus labios.

    Decidido a hacerlo, tendi los brazos hacia ella. Pero su mano se cerrsobre el aire vaco. Abri los ojos y mir las sombras que se amontonabanbajo el dosel de aquella cama extraa. Estaba exactamente como esperabaestar.

    Solo.Cmo era posible que un sueo tan simple pudiera parecerle ms vvido

    y real que la nebulosa vigilia en la que haba vivido inmerso esos ltimosmeses? No crea que fuera capaz de olvidarlo ni aun poniendo todo suempeo.

    Tal vez habra sido ms fcil si no estuviera todava completamenteexcitado y deseoso de sentir la caricia de una mujer en un lugar mucho mssensual que la frente.

    A pesar de la indiferencia de la que se revesta ante el mundo, susapetitos eran ms fuertes e intensos que los de la mayora de los hombres.Por eso se haba prometido a s mismo no volver a perder el dominio sobreellos. Si algo le haba enseado su hermano, era cunto dao poda causarun hombre cuando se entregaba egostamente a sus apetitos sensuales sin

  • tener en cuenta las consecuencias que ello pudiera tener para quienes lorodeaban.

    Naturalmente, Max tampoco haba vivido como un monje. Siemprehaba sido demasiado caballeroso para pagar por sus placeres, pero no tenanada en contra de satisfacer sus bajos instintos con alguna viuda discretaque buscara una felicidad ms transitoria que la conyugal.

    Todo eso haba terminado cuando Clarinda acept por fin casarse con l.Resistirse a la tentacin le haba resultado mucho ms fcil sabiendo queiba a compartir el lecho conyugal con la mujer a la que haba adorado casidesde siempre. Haba confiado en que su matrimonio con Clarindasatisficiera todos sus deseos, tanto en lo carnal como en lo sentimental.

    Maldito imbcil, se dijo, apartando a puntapis el lo de sbanas ymantas y sacando las largas piernas por un lado de la cama.

    Al apartar las cortinas de la cama y salir de entre ellas, el fro hmedoque impregnaba el aire golpe su piel recalentada como un chorro de aguaglida.

    El fuego que haba encendido aquel lacayito malhumorado todavalanguideca en la chimenea, baando con su suave resplandor la antiguacmoda de caoba que se agazapaba en el rincn y la bandeja de comidacasi intacta que descansaba sobre la mesa Pembroke. Despus de que lesubieran la bandeja, Max haba descubierto que estaba demasiado agotadopara comer. Haba mareado indolentemente los sosos pedazos de ternera ylas patatas por el plato, y luego, asqueado, haba soltado el tenedor y sehaba metido en la cama.

    Una corriente inesperada roz el terso vello que cubra su pechodesnudo, erizando su piel all donde su helada caricia la tocaba. Al volverlentamente la cabeza, descubri que las puertas del balcn estaban abiertasde par en par, como invitando a entrar todo aquello que la noche le tuvierareservado.

  • Captulo 7

    Los visillos de blonda que adornaban las puertas acristaladas se agitaban,impulsados por la brisa, como el velo desgarrado de una novia. Max arrugel ceo, cada vez ms confuso. Las puertas estaban cerradas cuando sehaba retirado tras las mohosas cortinas de encaje de la cama. Lo habrajurado por su vida.