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HOMILIA CON MOTIVO DE LA VIGILIA PASCULA 2011TRANSCRIPT
DOMINGO DE RESURRECCIÓN (TRIDUO PASCUAL III)
SOLEMNE Y SANTA VIGILIA PASCUAL
Siete lecturas del Antiguo Testamento con sus Salmos
Epístola del Apóstol San Pablo a los Romanos 6,3-11
Aleluya Pascual
Mateo 28,1-10
Queridos hermanos, qué noche esta mas grande y mas santa. Noche de luz
y gozo, noche de renovación espiritual, de crecimiento interior y de vida
limpia que brota de la fuente bautismal.
Los cuarenta días preparatorios de la Cuaresma, la Semana Santa, los dos
días anteriores del Santo Triduo Pascual, la promesa de salvación hecha a
nuestros primeros padres Adán y Eva, los anuncios de la Ley de Moisés y
los profetas miraban y señalaban a esta noche-madrugada-día del Señor
Resucitado, Domingo sin ocaso.
La tensión de Getsemaní la noche del Jueves Santo, el dolor ante la cruz el
Viernes Santo, el silencio sobrecogedor del Sábado Santo, palidece ante la
luz gloriosa de Cristo Resucitado.
Cuando hace un momento iluminábamos la oscuridad con el Cirio Pascual
que se derramaba en nuestros propios cirios. Cuando hemos cantado el
pregón pascual que anunciaba con toda fuerza: “Esta es la noche en que
Cristo ha vencido la muerte y del infierno regresa victorioso”. Cuando la
escucha de la Palabra de Dios desde el Génesis hasta el Evangelio de San
Mateo nos ha ido iluminando y revelando el plan de salvación trazado por
Dios Padre de las Misericordias.
Es maravilloso hermanos lo bien que hace Dios las cosas, cómo por encima
de las malas artes, por encima de las conspiraciones contra el justo, cómo
por encima de toda maldad, Dios es capaz de transformarlo todo en bien, y
cómo su perdón, su justicia y su eterno amor tienen la última palabra en
todas las cosas.
Yo pido al Señor en esta noche Santa una profunda Renovación en todos
los que hemos hecho el tránsito con Jesús desde la entrada en Jerusalén
hasta su santo sepulcro. Pido al Señor resurrección para todos nosotros.
Que nuestro espíritu y por ende nuestra vida, brille en esta noche como los
vestidos del ángel del Evangelio. Que nuestra vida brille con la luz de
Cristo para que sea esta luz de Dios en nosotros la que ilumine a nuestro
mundo. Hoy nuestra Iglesia, nuestra sociedad necesita “Testigos del
Evangelio”. Sólo sacando de Cristo lo seremos, sólo bebiendo como la
samaritana de su agua viva lo seremos, sólo dejándonos sanar como el
ciego Bartimeo, solo dejándonos resucitar como Lázaro, seremos testigos
del resucitado.
Por eso ahora, en unos instantes vamos a renovar nuestra fe allí donde
nació y se nos dio, en la fuente bautismal.
Con gran verdad nos lo recordaba esta noche San Pablo en la carta a los
Romanos:
“consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús”
Eso es el bautismo, muerte y resurrección. Muerte al pecado original y
personal y vuelta a una vida más digna y más propia de ciudadanos del
cielo, hijos de Dios.
Esta noche renovamos los sacramentos de la vida cristiana: el agua y el
Espíritu (que es el don de Dios), la vida en Cristo por su Cuerpo y su
Sangre, el ser miembros vivos de Cristo Cabeza, templos del Espíritu
Santo, Iglesia de Dios con sus piedras vivas que somos los bautizados.
Con esta fuerza y con este dinamismo comenzamos al final del Triduo
Pascual el tiempo de la Pascua, los cincuenta días hasta Pentecostés que
nos regala la Iglesia para saborear la resurrección del Señor Jesús, para dar
testimonio de su presencia entre nosotros.
Y ya habéis escuchado el final del Evangelio, somos convocados a Galilea
porque allí está el Resucitado. ¿Qué dónde está Galilea?
En cada Eucaristía que celebremos allí está Galilea, allí podremos
encontrarnos con el Señor. En cada sacramento que celebremos, porque un
sacramento es eso, un encuentro con Cristo Resucitado. En cada momento
de oración personal o comunitaria tendremos experiencia de Dios y
ejerciendo siempre la caridad con todos, aun en daño o perjuicio propio,
porque lo que hicisteis con uno de estos mis hermanos a mí me lo hicisteis
dice el Señor.
Mis queridos hermanos, felices fiestas de Pascua de Resurrección y que el
agua purificadora que vamos a recibir ahora y el Cuerpo y la Sangre de
Cristo nuestro Salvador junto con la solemne profesión de fe, nos
arranquen a cada uno de nosotros de toda tiniebla de muerte, de todo
sepulcro interior del que podamos ser esclavos.