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Traducción de María Sánchez Salvador LAZOS DE S OS DE S OS DE S OS DE S OS DE SANGRE ANGRE ANGRE ANGRE ANGRE K E V I N E M E R S O N K E V I N E M E R S O N K E V I N E M E R S O N K E V I N E M E R S O N K E V I N E M E R S O N

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Traducción de María Sánchez Salvador

LLLLLAAAAAZZZZZOS DE SOS DE SOS DE SOS DE SOS DE SANGREANGREANGREANGREANGRE

K E V I N E M E R S O NK E V I N E M E R S O NK E V I N E M E R S O NK E V I N E M E R S O NK E V I N E M E R S O N

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Título original: Oliver Nocturne: Blood TiesPrimera edición

© Kevin Emerson, 2008

Ilustración de portada: © Michael Frost y Tim Hall

Diseño de colección: Alonso Esteban y Dinamic Duo

Derechos exclusivos de la edición en español:© 2010, La Factoría de Ideas. C/Pico Mulhacén, 24. Pol. Industrial «El Alquitón».28500 Arganda del Rey. Madrid. Teléfono: 91 870 45 85

[email protected]

ISBN: 978-84-9800-615-5 Depósito Legal: B-30437-2010

Impreso por Liberdúplex S. L. U.(Barcelona)Printed in Spain - Impreso en España

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución,comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con autorización de los titulares depropiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contrala propiedad intelectual (arts. 270 y sgts. Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos(www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos. 11

Libros publicados de Kevin Emerson

OLIVER NOCTURNEOLIVER NOCTURNEOLIVER NOCTURNEOLIVER NOCTURNEOLIVER NOCTURNE1. La fotografía del vampiro

2. Asesinato a pleno sol3. Lazos de sangre

Próximamente:4. The Demon Hunter

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Para los 826 lectores: K. O., L. C.,D. W. y O. L. (que conocieron aLythia antes que yo)…

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Índice

Prólogo........................................................................ 91. Una calma tensa......................................................172. Una cena con final siniestro................................... 293. Sacrificios................................................................ 454. Bajo la tierra y el mar............................................. 635. Viejo frente a Nuevo...............................................856. Séptima luna.......................................................... 977. En busca de Selene..................................................1158. El misterio de Febe..................................................1259. El pozo de Hades..................................................... 14310. El enfrentamiento.................................................15911. Transferencia.........................................................16512. El templo de los muertos......................................18113. El amo se revela.................................................... 19114. El barco a Isla Necrata.......................................... 205

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Prólogo

La estación de investigación Vandenburg, situada en labahía de Prydz, en el continente de la Antártida, cerca delPolo Sur magnético del planeta, era un lugar precioso parapasar el mes de junio si a uno no le molestaban el fríoextremo o la casi absoluta oscuridad.

El profesor Darren Stevens era una de esas pocas personasa quienes la helada desolación del invierno antártico lesparecía tranquila y relajante. Observar el sol asomando porencima del mar helado le provocaba una sensación de alivio.Estaba encantado de poder pasar un tiempo lejos de laviolencia y las pugnas que imperaban en el resto del mundo.Allí lo único por lo que tenía que preocuparse era por el vientocortante, el interminable hielo y sus instrumentos geológicos.

Día tras día, el profesor Stevens se sentaba ante suordenador y, con el rostro bañado por la luz azulada proce-dente del monitor y sosteniendo su taza de café sobre cuyaporcelana blanca se leía borrosamente la frase «Yo vi sire-nas en Weeki Wachee Springs»,1 estudiaba los gráficos de

1 N. de la t.: Weeki Wachee Springs es un parque temático y natural de Florida. Una de susatracciones principales es un espectáculo subacuático protagonizado por mujeres vestidas desirenas.

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sus muestras de hielo. Los largos tubos de hielo estabanrepletos de diminutas capas de polvo y criaturas microscó-picas muertas. Tan solo unos centímetros relataban unmillón de años de historia: los calentamientos globales y laseras glaciales, el surgimiento y la caída de especies ycivilizaciones. Sonrió pensando en los problemas y el sufri-miento de las personas que vivían en el norte, bajo la luz delsol. ¿No sabían que sus vidas no eran sino otra capa de polvo,más fina que una uña?

Pero el estudio de las muestras de hielo hacía sentiralivio al profesor por otro motivo: hoy en día la gente sevolvía loca por la salud de la Tierra, pero los patronesdemostraban que no había necesidad alguna de preocupar-se. El mundo no se iba a acabar ni nada parecido. Noimportaba el modo en que los seres humanos llenaban elplaneta de porquería. En su momento, se arreglaría por sísolo, adaptándose y cambiando, capa a capa. Así que elprofesor podía sentarse allí, bajo la fría y tranquila noche,sin preocupaciones…

Desafortunadamente para el profesor, había otros seres alos que les gustaba la oscuridad y no les importaba dema-siado el frío. Uno de ellos se encontraba ante él ahoramismo.

—¿Cuáles son los juguetes favoritos de Hannah? —pre-guntaba la joven vampira llamada Lythia LeRoux. Mirabaal profesor con expresión bondadosa. Como él no respon-día, Lythia contestaba a su propia pregunta, cosa que legustaba hacer—. Apuesto a que le gustan los caballos. A las

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niñas humanas siempre les gustan los caballos. Quién sabepor qué… Su sangre sabe fatal. —Lythia suspiró—. ¿Y cuáles su comida favorita?

Una vez más, como el profesor no respondía, lo hacíaLythia:

—Apuesto a que le gustan los brownies. Y probable-mente todas esas comidas horribles, como la pizza y losmacarrones con queso. —Lythia arrugó la nariz. Como lamayor parte de los vampiros, odiaba el queso con todassus fuerzas. Sopló para apartarse su cabello magenta delos ojos y mordió un trozo de la barra de caramelocongelada que sostenía con la mano, enfundada en unmitón rojo. El chocolate crujió como el hielo y Lythiafrunció el ceño.

Por un momento, sus ojos lavanda se entrecerraronmientras observaba al profesor.

—¿Sabes…? —Se acercó unos pasos, bajando la voz—.Me muero de ganas de salir de aquí. Todo este asquerosohielo… Pero mi padre dice que ya no falta mucho. Y hastaentonces, al menos, podemos ser amigos, ¿verdad?

El profesor Stevens no respondió, como era habitual,pero en sus ojos pareció asomar por un momento undestello de vida. Aquello hizo sonreír a Lythia, aunque sabíaque probablemente la reacción del profesor había sido frutode su imaginación. Después de todo, colgaba por las axilasdentro de una gran unidad de congelación con el cuerpocubierto de escarcha y la piel de un sutil tono azulado. Vestíasu gruesa parka y el espeso pelaje de su capucha se habíacongelado en torno a su cabeza y se le pegaba al enmarañadocabello gris.

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El profesor estaba flanqueado por sus hermosas mues-tras de hielo de un metro de largo. Lythia pensó queparecían un carillón. Hasta había golpeado una de ellaspara ver si emitía un bonito repique, pero simplemente sehabía hecho añicos.

—Mi padre dice que tu investigación es una auténticalocura —le dijo Lythia al profesor mientras se enroscabaun mechón de pelo alrededor de una uña verde—. Dice que unhumano que intenta comprender el universo es como si elplancton intentase comprender el océano… —Su voz se fueapagando. Su padre, Malcolm LeRoux, había dicho muchasmás cosas sobre aquel tema, una y otra vez, pero a Lythiaaquella perorata le parecía increíblemente aburrida.

Se miró las manos, entre las que sostenía la billetera delprofesor abierta, con la foto de su hija, Hannah, en suinterior. Volvió a mirar al profesor y se fijó en sus ojosmoteados de escarcha.

—Apuesto a que ella sabe mejor que tú.Dos tubos salían del cuello del profesor y serpenteaban

hasta dos tarros que reposaban en el suelo. En uno seacumulaba lentamente su sangre, mientras que el otroañadía un plasma especial llamado sanguinasa y la devolvíaal organismo del profesor. La sanguinasa aceleraba el pro-ceso de regeneración sanguínea. Se utilizaba cuando seponía a los humanos en estasis, es decir, se los congelaba enel tiempo, para que cuando volviesen en sí no supieran quehabían servido de alimento.

También les resultaba útil a los vampiros cuyo suminis-tro de alimento estaba limitado, como, por ejemplo, a losque estaban en la Antártida y solo disponían de un humano

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para alimentarse durante una semana. En este caso, enlugar de congelarlo en el tiempo, al profesor lo congelaronliteralmente para mantenerlo fresco.

La sanguinasa no funcionaría para siempre. Pasado untiempo, acabaría por agotar la médula ósea del humano, loque causaría que el esqueleto se quebrase. Pero Lythia nonecesitaba preocuparse por eso; ella y sus acompañantesno se quedarían allí mucho más tiempo.

—¿Hannah tiene pesadillas alguna vez? ¿De qué van? Amí me encantan las pesadillas…

—¡Lythia!Lythia se volvió y se topó con su padre, que entraba como

un rayo en la habitación. Malcolm era muy alto y corpulen-to, y tenía que encorvarse y retorcerse para moverse por losangostos pasillos de la estación de investigación, lo cual loponía de un pésimo humor. Se acercó a la unidad decongelación y, al pasar, cerró la puerta transparente de ungolpe. Lythia creyó ver un destello de decepción en los ojosdel profesor. Qué aburrido debía de estar cuando ella nohablaba con él.

Malcolm atravesó el laboratorio y salió de él agachándosepara pasar por una escotilla metálica.

—Te he dicho —gritó volviendo la cabeza— que lacomida se estropeará si dejas esa puerta abierta.

Lythia siguió automáticamente los pasos de su padre. Sitenía prisa era porque había algo por lo que merecía la penatenerla. Lo siguió por un estrecho corredor flanqueado porpequeñas ventanas circulares a través de las cuales sedescubrían kilómetros y kilómetros de hielo azotado por elviento y un cielo color púrpura.

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El pasillo conducía a otra angosta estancia cubierta deordenadores de pared a pared y en la que resonaba conti-nuamente un agudo pitido. Una luz verde parpadeaba juntoa un teclado en el centro de un largo escritorio. Malcolmaporreó las teclas, los monitores se pusieron en funciona-miento y en ellos aparecieron un montón de mapas. Algu-nos eran GPS corrientes, otros eran mapas cuadriculados delsuelo oceánico y había otros que rotaban sobre múltiplesejes y que no tendrían sentido alguno para el profesor nipara ningún otro humano, pues mostraban las interseccio-nes entre distintos mundos.

—¿Lo hemos encontrado? —preguntó Lythia.—Creo que sí. —Malcolm tecleaba con rapidez—. Sí, lo

tenemos.En el monitor central se mostraba un mapa del océano

Índico aparentemente normal. Un punto rojo parpadea-ba sobre una pequeña isla apartada en medio del marazul.

—Ve a enviarle un mensaje a Ravonovich —le ordenóMalcolm, cortante— y hazle saber que hemos señalado elpunto concreto al que llegará el artefacto. Dile que nosreuniremos allí.

Lythia se volvió y salió brincando a toda prisa de lahabitación. ¡El artefacto! ¡Era tan emocionante cuando lasprofecías se hacían realidad! En su corta existencia, Lythiahabía tenido la suerte de haber estado con su padre en variasocasiones en las que habían sucedido cosas como aquella:cuando el mito y la posibilidad se volvían reales. Peroninguno de aquellos momentos había sido tan importantecomo este. Lythia sabía que para su padre representaba una

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gran oportunidad el que le hubiesen ofrecido trabajar en laprofecía de Nexia. Por fin sus décadas de trabajo dedicadasal artefacto se veían recompensadas…

Atravesó el laboratorio y le echó un rápido vistazo alprofesor.

—Es hora de salir corriendo, profesor. Alguien te descon-gelará a tiempo. ¡Saluda a Hannah de mi parte! —dijo conun sonrisa, a sabiendas de que había pocas posibilidades deque eso ocurriera.

Se internó en otro pasillo estrecho hasta llegar a unapequeña sala de estar con sofás y lámparas que habían sidovolcados en su práctica totalidad. Había una estanteríatirada en el suelo y todo su contenido estaba esparcidoalrededor. Manchas de sangre salpicaban la estancia; eran deaquella mujer conflictiva, la compañera del profesor, quehabía ofrecido resistencia cuando Lythia y su padre llega-ron allí. Se la habían llevado a su barco para que sirviese desustento a la tripulación.

Lythia cogió su mochila de uno de los sofás y la llenó consu ropa y con muñecas desmembradas. Luego se volvióhacia la pared en la que solía estar la estantería. Allí habíaun túnel excavado en el hielo. Habían usado una perforado-ra de magma para derretirlo. Lythia se agachó para entrary descendió por una escalerilla metálica que remataba enuna cueva cilíndrica con paredes heladas de color azul. Otrotúnel conducía hasta el final de la plataforma de hielo,donde aguardaba su barco. La reducida cueva estaba ilumi-nada con el arremolinado brillo ámbar de un farol de luz demagma. Detrás de este había una caja negra: un teléfonogeoarmónico.

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Lythia pulsó un botón del teléfono y se desplegó unapantalla de vídeo que mostraba un despacho oscuro ylujoso. Apareció un rostro afilado y pálido. El señorRavonovich se aclaró la garganta, se ajustó la corbata yhabló con voz débil:

—¿Sí, querida?—Padre dice que tenemos la ubicación. Te la está envian-

do, nos reuniremos allí.Ravonovich asintió pausadamente.—Gracias, Lythia. Felicita a tu padre de mi parte.La pantalla se apagó.Lythia estuvo a punto de encaminarse hacia el barco, pero

quería hacer una cosa más. Miró hacia lo alto de la escalerapara asegurarse de que no venía su padre, buscó en sumochila y sacó un objeto plano envuelto en una telacarmesí. Desenvolvió con cuidado el tejido para descubrirun espejo de mano en forma de diamante con el borde dejade. Lo alzó sujetándolo por el pequeño mango. Una pálidaluz blanca bañó su rostro como si procediese de distintasfuentes.

—Han encontrado el artefacto —le susurró al espejo.Las luces se agitaron y Lythia asintió como si estuviese

oyendo una voz.—Lo haré —dijo. Volvió a guardar el espejo en la mochila

y emprendió, por el pasadizo de hielo, su largo viaje hacia elnorte.

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Una calma tensaUna calma tensaUna calma tensaUna calma tensaUna calma tensa

Había algunas cosas de la escuela que a Oliver Nocturne legustaban. Una de ellas era cuando el señor VanWick estabaexplicando una lección de historia y él lo escuchaba atenta-mente y nadie hablaba ni se reía de él por lo bajo. Otra era…Bueno, últimamente eso era todo. Tal vez lo único que legustaba de la escuela además de eso era que aquel fuese elúltimo día.

Pero la tortura aún no había terminado.Oliver estaba sentado en una silla en el pasillo junto a la

puerta de su aula. Los habían mandado a casa pronto,alrededor de las dos de la madrugada, igual que el resto delos días de aquel espantoso mes de junio. Faltaba unasemana para el solsticio de verano y el sol era tan fuerte quehasta los días nublados eran peligrosamente claros. Y comoSeattle estaba tan al norte, el sol salía alrededor de las cuatrode la mañana y no se ponía hasta casi las diez de la noche.Ahora eran casi las cuatro y la horrible luz del amanecerempezaba a colarse en el pasillo a través de todas las puertas.

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La silla de Oliver estaba situada en un pequeño rectángulosombrío.

La puerta del aula estaba cerrada. En el interior se oíandébiles murmullos. Los padres de Oliver estaban allí dentro,en la reunión de los padres con el profesor, con el señorVanWick. Oliver estaba en el cuarto año de su octavopentath. Un pentath duraba cinco años humanos. Como losvampiros envejecían alrededor de un año por cada cincoaños humanos, aquello significaba que estaba casi acabandoel primer curso de secundaria. Le quedaba un año más parapasar al noveno pentath, que era como segundo de secun-daria.

En segundo podía pasar cualquier cosa, porque en elmomento en que un vampiro recibía a su demonio, pasabainmediatamente al instituto. Si tu demonio llegaba pronto,podías pasar solo un año en el noveno pentath, o bien podíasacabar como Tormento, que se había pasado ocho años allíhasta ser el último que quedaba de su clase.

El instituto era como la tierra prometida: no había códi-gos de vestuario, ni libros, ni deberes. Solo había que estarallí, debatiendo sobre el mundo y aprendiendo los poderesavanzados que tan solo un vampiro con demonio podíaadquirir, como la posesión de animales y la evanescencia,gracias a la cual un vampiro podía moverse como el vapor.Se dedicaban clases enteras a cómo causar el caos, volverlocos a los humanos, corromper gobiernos, cometer robo yfraude, y ese tipo de cosas.

Pero a Oliver le quedaba un largo camino para llegar atodo eso. Aún tenía por delante al menos un año más decamisas y corbatas, libros de texto y deberes. Además, no

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estaba seguro de que el instituto fuese a formar parte de sufuturo. A diferencia de otros vampiros, él ya sabía quién erasu demonio: Illisius.

Lo sabía porque había sido el primero de su clase en tenerun sueño demoníaco, que indicaba que uno estaba a punto derecibir a su demonio. En aquel primer sueño, Illisius le habíadicho a Oliver que estaba destinado a abrir la puerta de Nexia.Nexia era el mundo que estaba en el centro del universo. Laapertura de la puerta liberaría a todos los vampiros de laTierra y les permitiría errar por mundos superiores comoespíritus. No más luz solar, ni estacas, ni mohos incómodos enla piel, ni siquiera instituto por el que preocuparse.

Entonces, ¿qué sentido tenía intentar ir bien en la escuela,o siquiera asistir a ella? ¿Qué sentido tenía sufrir duranteaquellas reuniones padres-profesor si tu destino era poner-les fin? Aquello hacía que a Oliver le entraran ganas delevantarse e irse en aquel preciso instante…

—Oliver. —La puerta se abrió tras él y el señor VanWickse asomó. Oliver sintió una punzada nerviosa en las entra-ñas mientras se ponía en pie y entraba en el aula.

Grandes cortinas de color negro impedían el implacablepaso de la luz matutina. El señor VanWick regresó al rincónmás apartado del aula. Su mesa se encontraba tras un biomboque le proporcionaba una mayor oscuridad. Los padres deOliver, Polemonia y Sebastian, estaban sentados ante elescritorio separados por una silla vacía. Oliver se dirigió condesgana hacia ella. Observó que sus padres lo miraban yapartaban la vista sin alterar apenas la expresión de susrostros. No parecían contentos. Una vez más. ¿Cuándo habíasido la última vez que parecían contentos con Oliver?

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—Tus padres y yo hemos estado hablando —comenzó elseñor VanWick mientras Oliver se derrumbaba en la sillavacía— del curso que has hecho. Les he explicado que apesar de que tus estudios han sufrido aparentes «distraccio-nes», tanto dentro como fuera de la escuela, has obtenidounas calificaciones satisfactorias. Vas muy bien en historiay yo he tenido el gusto de comprobarlo por mí mismo. Y sinembargo, la señorita Estreylla me ha informado de que raravez le entregabas tus deberes de matemáticas intermundialesy de que has aprobado por los pelos.

Oliver se encogió de hombros. Le gustaba mucho la histo-ria, de hecho. También creía que manejo y manipulación defuerzas, que era como una clase de gimnasia, estaba bien,salvo por los uniformes. Las matemáticas dimensionaleseran sencillamente aburridas. Y no las entendía; siempreestaba perdido.

—Oliver —dijo Polemonia—, ¿tienes algo que decir?—No —musitó Oliver.Oliver oyó que Sebastian se removía en su asiento y se

preparó para lo que quiera que su padre fuese a decir, peroeste se quedó callado.

—También les he transmitido a tus padres mi sensación—prosiguió el señor VanWick— de que, a pesar de los«acontecimientos» sucedidos allá por San Valentín y de tusdificultades sociales con tus compañeros, tu progreso du-rante el pentath ha sido satisfactorio, aunque hay unaposibilidad de mejorarlo. —El señor VanWick le dedicó loque debía de ser una mirada amable, aunque resultabadifícil distinguir la expresión de sus ojos bajo aquellaspobladas cejas.

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—Vale —dijo Oliver. Él no se había sentido bien desdeSan Valentín, cuando un grupo conocido como la Herman-dad de los Caídos había usado a su amiga humana Emaliepara intentar asesinarlo con luz solar. Su líder, BraidenLang, había dicho que no podían permitir que Oliverabriese la puerta, pero no había dicho por qué. Oliver seguíasin entender aquello. ¿Qué les importaba la puerta a loshumanos? Apenas comprendían sus propias e insignifican-tes vidas, cuanto más el enorme universo. La mayoría nisiquiera se daban cuenta de que había vampiros viviendoentre ellos. Y en cuanto a quienes sí lo sabían, como laHermandad, bueno, ¿por qué iba a importarles que seabriese la puerta? Aquello haría que todos los vampirosse marchasen.

El hecho de salvar a Emalie de la Hermandad había puestofin al breve período de tiempo durante el cual los compañe-ros de clase de Oliver creían que era alguien interesante yguay. Ahora lo consideraban el mayor bicho raro de su claseporque se relacionaba con una humana en lugar de con losde su propia especie. Nadie tenía en cuenta que Oliveranduviese también con un zombi, el primo de Emalie, Dean,porque todos los vampiros, incluidos sus padres, creían queOliver había matado a Dean y lo había resucitado paraconvertirlo en su criado. Tan solo Oliver, Emalie y Deanconocían la verdad: alguien que no era Oliver había matadoy resucitado a Dean, alguien cuya identidad seguía siendoun misterio.

—Así que… las vacaciones de verano deberían ayudar—dijo el señor VanWick— y esperaremos al año que viene.—Sacó una gran pila de papeles y la puso sobre la mesa.

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—¿Qué es eso? —preguntó Oliver.Polemonia se estiró para cogerlo.—Esto son tus deberes de matemáticas para el vera-

no. Hemos pensado que es una buena idea mantenerteocupado.

—Que tengas un verano pasable —dijo el señor VanWicklevantándose de su silla y bebiendo de su copa manchada.

Los Nocturne recorrieron el pasillo desierto sin decir unapalabra y esquivando los inclinados rectángulos de luzsolar. Bajaron las escaleras hasta el pasillo del piso inferior,lo atravesaron y descendieron hasta la sala de calderas delsótano, en uno de cuyos rincones, repleto de telarañas, habíauna puerta oxidada que conducía a las alcantarillas.

Mientras regresaban a casa sin hablar, Oliver no sentía enabsoluto la emoción que cualquiera debería sentir por notener que volver a la escuela durante dos meses. Parte deaquello tenía que ver con los largos momentos de silencioque últimamente compartía con sus padres, como ahoramismo. Desde el día de San Valentín, estar con ellos se habíaconvertido en algo..., bueno, incómodo. Por un lado, suspadres sabían lo de Emalie. «Vas a olvidarte. A olvidarte deella», le había dicho Polemonia. Y sin embargo, Oliver nohabía hecho nada ni remotamente parecido. Él y Dean habíanestado viendo a Emalie toda la primavera. Oliver tenía quehacerlo en secreto, aunque después de todo lo que habíadescubierto, tal vez sus padres supieran que seguía relacio-nándose con ella. Tenían la costumbre de saber cosas que nole decían.

Por otro lado, sus padres tenían que darse cuenta de queel motivo por el que Oliver tenía problemas en la escuela y

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salía con una humana era, en parte, culpa suya. Él no habíapedido que lo engendraran, lo cual significaba que lo habíanconvertido en vampiro cuando era un bebé humano. Sesuponía que engendrar a un bebé era imposible. Todos losdemás vampiros nacían a partir del ADN de sus padres y segestaban en un laboratorio. Y él no había pedido que locrearan para cumplir la profecía de abrir la puerta de Nexia,hecho que había llevado a la gente de las hermandades aintentar matarlo. Así que, en cierto modo, ¿acaso todoaquello no era, en realidad, culpa de sus padres? Oliver creíaque ellos tenían que saberlo, y que en parte por eso estabantan callados, y por eso no lo vigilaban mucho a pesar dehaberle ordenado que se olvidara de Emalie.

Los Nocturne llegaron a la alcantarilla que discurría bajosu calle tras pasar ante varias puertas de madera gruesasituadas a ambos lados de los muros de piedra. Había unapor cada hogar vampírico subterráneo del Camino delCrepúsculo. Su casa estaba en el número dieciséis. Entrarony subieron por la escalera de caracol hecha de piedra eiluminada con globos de luz de magma ámbar, hasta quellegaron a la cocina. No habían hecho más que colgar susabrigos en el armario cuando el hermano mayor de Oliver,Tormento, entró dando saltos desde el salón.

—¿Ha cateado? —bromeó, esbozando una mueca.—Charles —le advirtió Polemonia, aunque en su voz

no se apreciaba en absoluto la frustración que solíatransmitir cuando Tormento se metía con Oliver. Enlugar de eso, mientras atravesaba la cocina y encendía lapantalla de plasma que había sobre el fregadero, casiparecía relajada.

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—Hola, hijo —dijo Sebastian, saludando a Tormento conla cabeza—. La reunión de Oliver ha ido bien. —Se encami-nó escaleras abajo para cambiarse de ropa.

—¡Buuhh! —Tormento abrió el frigorífico y cogió unaCoca-Cola. Abrió un tarro de galletas que había sobre laencimera y cogió un trozo de tenia caramelizada. Hizo unrápido movimiento con el brazo y lanzó la tira roja haciaOliver—. ¡Piensa rápido, hermanito!

Oliver apenas levantó las manos a tiempo para rechazarlade un manotazo. Frunció el ceño.

—¡Déjalo ya, pezuña podrida!Tormento se limitó a reír.—Uuuuuh, cuidado… —Hizo un amago con el otro

brazo, como si le fuese a lanzar la lata de Coca-Cola…—¡Eh! —Oliver se encogió.—¡Ja! Te pillé. Imbécil. —Tormento abrió la lata y empe-

zó a dar sonoros tragos.Oliver fue testigo de cómo, una vez más, Polemonia no

decía nada. Antes solía reprender a Tormento por actuar deaquel modo, pero ahora Tormento era el hijo favorito. ¿Queera inestable y temperamental? Desde luego, pero también eraun verdadero vampiro que había luchado junto a su padrecontra la Hermandad.

—¿Cuántas noches faltan para que nos vayamos, mamá?—preguntó Tormento.

Polemonia levantó la vista y puso de lado un juego delargos cuchillos.

—Solo tres, cariño. Sé que puedes esperar un poco más.—A duras penas —protestó Tormento—. Tengo que salir

de aquí.

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Tormento estaba hablando de sus inminentes vacaciones.El organismo en el que trabajaba Sebastian, el Consorcio dela Penumbra, había invitado a los Nocturne a Isla Necrata,un complejo vacacional de élite al que solo se podía acudircon invitación y que siempre cambiaba de emplazamientopara estar cerca de algún fenómeno natural de grandesproporciones; preferiblemente una erupción volcánica, peroun terremoto o un tsunami tampoco estaban mal. Lasituación de Isla Necrata siempre se mantenía en secretopara asegurar la privacidad de la experiencia vacacional,pero sin duda se trataría de algún lugar interesante. Oliverestaba emocionado con el viaje (le gustaba viajar) y no seimaginaba ningún lugar peor que Seattle en el que estarahora mismo, teniendo en cuenta cómo le habían ido lascosas.

—¡Destrucción y exterminio! —vitoreó Tormento para sí.—Eso sí, Charles: solo porque vayas a divertirte con tus

primos, no significa que vayas a perder el control, ¿verdad?Tormento sonrió con malicia y soltó un eructo de mamut.—Por supuesto que no, mamá.Polemonia asintió, mostrando de nuevo toda la paciencia

del mundo con las travesuras de Tormento. Suspiró.—Bueno, al menos uno de nosotros está deseando ver a

la familia.Saldrían hacia Isla Necrata unos días antes para visitar

por el camino al clan familiar de Polemonia, en la ciudad deMorosia, en el Inframundo. Era difícil precisar si aquellaparte del viaje resultaría en absoluto divertida. Siempre eraagradable ver a los abuelos. Y Tormento estaría ocupadohaciendo el salvaje, asaltando ciudades humanas y cosas así

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con sus primos adolescentes, así que Oliver no tendría quepreocuparse por él.

Pero aun así, como Oliver no tenía demonio, tendría quequedarse con sus padres, quienes soportarían un martiriointerminable por parte de sus propios y desaprobadorespadres a causa de su modo de vida moderno. Aquello encierto modo era divertido, ya que los abuelos de Oliverprofesaban una agradable doble moral: por un lado, mima-ban a Oliver y lo trataban como si fuese lo más valioso delmundo mientras que por otro, criticaban constantemente aPolemonia y Sebastian por sus costumbres del NuevoMundo, incluso aunque esas costumbres fueran las causan-tes de la existencia de Oliver. En el Viejo Mundo no habíaniños, tan solo adolescentes que habían sido engendrados ytenían demonio. Pero la diversión de ver cómo trataban asus padres como a niños malos era atenuada por el malhumor que esto les causaba a ellos y que Oliver tenía queaguantar.

—Hablando del viaje —dijo Polemonia, volviéndose ha-cia el mostrador—, deberías empezar con esto ahora mis-mo. —Empujó los deberes de matemáticas hacia Oliver.

—¿No puede esperar? —Oliver no pudo evitar gimotearun poco—. Acaban de empezar las vacaciones.

—¡Para los idiotas no hay descanso! —proclamó Tor-mento, saliendo de la cocina antes de que Polemonia pudie-ra regañarle, aunque Oliver dudaba que fuera a hacerlosiquiera.

—Oliver —dijo Polemonia con la vista clavada en elfrigorífico mientras lo abría y cogía bolsas de sangrepreextraída para hacer la cena—, tienes que tomarte en

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serio tus estudios. —Su voz sonaba exhausta mientras lodecía—. Te agradecería que trabajases en esto hasta la horade cenar.

—Muy bien —murmuró Oliver mientras cogía lospapeles y se dirigía al salón. Casi deseaba tener queseguir yendo a clase todos los días, aunque solo fuerapara evitar ver lo raros que estaban en casa.

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Una cena con final siniestroUna cena con final siniestroUna cena con final siniestroUna cena con final siniestroUna cena con final siniestro

Pero no todo iba mal. Había algo en el extraño modo en queOliver y sus padres se trataban entre sí que estaba funcio-nando a su favor…

Aquella noche, Oliver se despertó y en un instante yaestaba en la cocina y vestido.

—Me voy —dijo mientras cogía su sudadera y un chu-basquero largo y negro del armario.

Polemonia dejó de montar nata para los gofres belgas.—¿Ah sí? —oyó que decía vacilante—. ¿Y adónde vas?Oliver comenzó a bajar las escaleras.—Dean y yo vamos al parque —dijo con tono despreocu-

pado sin mirar atrás.Oliver casi podía oír que Polemonia lo miraba inquisitivamente

mientras trataba de averiguar qué iba a hacer.—Deberías desayunar algo.—No tengo hambre —musitó Oliver mientras seguía

bajando las escaleras—. También viene Seth —añadió,preguntándose si Polemonia lo reprendería.

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Pero no lo hizo. Por supuesto que no, pensó Oliver.Abrió la puerta y se internó en la alcantarilla, feliz depoder salir de casa, pero molesto por el hecho de que sumadre no hubiese tratado de detenerlo. ¿Qué significabaaquello? ¿Es que sus padres se habían dado por vencidoscon él? Pero ¿acaso no era eso lo que quería, que lo dejasenen paz? ¿Entonces por qué se sentía mal?

Atravesó la ciudad por las alcantarillas hasta llegar a unatranquila calle de Crown Hill. Pulsó un botón que había enel muro de piedra. Sobre su cabeza, la tapa de un registro seabrió y Oliver salió de un salto a la claridad. Aquella boca dealcantarilla estaba situada estratégicamente bajo un densopino, pero la luz de la tarde aún era intensa y lo obligó aentrecerrar los ojos.

Se cubrió la cabeza con la capucha de la sudadera y se subióel cuello del chubasquero hasta la barbilla. El abrigo, además,estaba tratado con un repelente del calor, lo cual mantenía araya el calor del verano, por lo que Oliver estaba tan fresco ytapado como le era posible con aquel horrible clima.

La calle estaba flanqueada por pequeñas casas y habíahumanos por todas partes: paseando al perro, cuidando susflores, jugando al frisbee… Oliver apuró el paso. Ya podíasentir el calor empalagoso a través de su capucha y en laspiernas. Esquivó a un terrier pequeño que gruñía consuspicacia y atravesó corriendo el tramo final de la acera, enel que no había ninguna sombra, hasta llegar de un salto alporche de la casita color aceituna de Dean. Unas cortinasoscuras pendían cerradas tras las enormes ventanas delfrente de la casa. Oliver estaba a punto de alcanzar la puertacuando esta se abrió de repente y un rollizo adolescente

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salió corriendo y chocó de frente contra él. Vestía unacamiseta de tirantes y pantalones vaqueros, y desprendíaun horrible olor a sudor y a humano.

—¡Ve con cuidado, Sledge! —siseó Oliver retirándose lacapucha y dejando que sus ojos se pusieran ámbar.

Sledge bajó la vista hasta Oliver. Sus ojos se movían entodas direcciones, captando diez cosas a la vez. Él siempreestaba así, disperso y fuera de control. Por fin vio a Olivery sonrió.

—¡Guay…! Ojalá yo pudiera hacer eso con los ojos.—Bueno, siempre podemos matarte… —murmuró

Oliver, tratando de sonar siniestro.—¡Genial! ¿Lo harías? —Al parecer, a Sledge aquello le

parecía una buena idea—. No dejo de pedirle a la señoritaFitch que me convierta en vampiro, o en zombi, ¡en cual-quier cosa! —Frunció el ceño—. Y nunca lo hace. Seríaalucinante tener poderes.

Una voz femenina sonó tras él:—Bueno, ya tienes el poder de ser un pesado. —Una chica

alta con el cabello largo salió de la casa y empujó a Sledgecomo si fuera una caja de cartón en lugar de una mole decarne de dos metros de altura que podría convertirse en elsueño de cualquier entrenador de fútbol humano si fuesecapaz de que no lo echaran de la escuela—. Qué hay, Oliver—dijo la chica con despreocupación mientras atravesaba elporche y bajaba los escalones.

—¡Hola, Autumn! —respondió Oliver. Aquellos eran loscompañeros de clase de Dean.

El cabello de Autumn le caía sobre los hombros, apenascubiertos por una camiseta sin mangas, y vestía unos

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vaqueros cortos y chanclas. Oliver pensaba a menudo queAutumn probablemente sería muy atractiva si no fueseuna zombi. Pero como lo era, tenía la piel repleta demanchas grises y púrpuras por la descomposición, y enalgunas zonas se había podrido, por ejemplo en el hombroizquierdo, casi hasta el hueso. Y aquello no era demasiado…agradable. Además, su madre, Ariana Fitch, aunque aparen-temente era una gran profesora, era una zombi bastanteprimitiva y no creía en la ocultación del olor. El aromacombinado de Autumn y su madre era prácticamenteinsoportable para el sensible olfato de un vampiro.

—Buenas tardes, Oliver. —La señora Fitch se unió a ellosen el porche. Su vestido negro apenas resultaba visibleporque estaba envuelta en su propio cabello. Del mismomodo que a los vampiros, a los zombis les seguían creciendoel pelo y las uñas más allá de la tumba. No solo eso, sino queles crecían mucho más rápido que a los humanos. Olivertenía que cortarse el pelo casi cada dos semanas. Muchoszombis decidían, simplemente, afeitarse la cabeza o arran-carse todo el cabello, aunque el pelo que se arrancaban solíaarrastrar consigo parte del cuero cabelludo.

La señorita Fitch, en cambio, no se había cortado lamelena probablemente en treinta años. La llevaba peinadaen gruesas rastas que le caían de la cabeza como si de un nidode pitones se tratara y se enrollaban por completo alrededor desu cintura, de un hombro, de otro, le bajaban por un brazoy cruzaban al otro; y ella sostenía los extremos con la mano.

—Qué hay, Oliver. —Dean apareció en el umbral—.¡Que tengáis un buen verano, chicos! —les dijo a suscompañeros.

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—Nos vemos, Aunders —le respondió Sledge—. Avísa-me si vais a salir a matar o algo así —añadió con unasonrisa—. Eso me encantaría… ¡Eh, helado! —Sledge sevolvió inmediatamente y corrió hacia el final de la calle,como si la tienda que siempre había estado ahí acabara desurgir de la nada.

—Adiós, Dean —dijo Autumn con dulzura—. Tal vezpodamos salir alguna vez este verano…

—Umm. —Dean tragó saliva—. Claro.—Disfruta de tus vacaciones, Dean —dijo la señorita

Fitch con una pícara sonrisa. Ella y Autumn bordearon lacasa para atajar a través de los jardines. Su tanque estababajo un supermercado Safeway cercano.

—Así que… —dijo Oliver—. ¿Autumn?Algunas zonas del rostro de Dean se pusieron de un tono

púrpura ligeramente más oscuro que el resto.—Sí, eh… Esto, no sé. —Volvió a entrar en la casa. Oliver

lo siguió por el oscuro salón hacia la cocina iluminada porvelas.

—Parece simpática —sugirió Oliver.—Supongo. —Dean se encogió de hombros—. Eh…

¡Oye, solo quedan dos días para que nos marchemos!—Sí. —Oliver trató de sonar optimista. Se alegraba de

que Dean fuese a participar también en las vacaciones de losNocturne. Aquella era otra ventaja de que todo el mundocreyese que Dean era su criado.

—¡Hola, Oliver!Oliver miró a su alrededor y notó un familiar cosquilleo

nervioso. Allí estaba Emalie, sonriendo tras la barra de lacocina.

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—Hola —acertó a responder.Emalie, peinada con dos trenzas, estaba ocupada espolvo-

reando azúcar glaseado sobre los bordes de una tarta dechocolate. Una segunda espátula esparcía azúcar también;se sostenía en el aire como por una mano invisible. Entoncescayó sobre la barra y una ráfaga negra, como una neblina,atravesó la estancia.

Oliver notó un débil cosquilleo en el hombro.—Hola, Oliver —dijo una vocecilla.—Qué hay, Jenette —le respondió Oliver al nebuloso

espectro—. ¿Te has vuelto a escapar de los Bajíos?Jenette suspiró.—Sí, no fue fácil, ¡pero quería veros antes de que os

marcharais, chicos!Oliver percibió entonces un ligerísimo suspiro de Emalie,

que había acabado de espolvorear la tarta y ahora la cubríacon bombones de mantequilla de cacahuete.

—No puedo creer que os marchéis durante tres semanascompletas.

Jenette se deslizó de un hombro de Oliver al otro.—Me voy a aburrir tanto…—¡Ajá! —Oliver no tenía ni idea de qué decir.—Siempre puedes perseguir a mi hermano —sugirió

Dean.—¡Eh! —gritó el hermano pequeño de Dean, Kyle, desde

la otra habitación.—¡Ah, espera, te ayudaré! —dijo Jenette, y regresó a toda

prisa a la barra, donde Emalie ya había terminado con la tartay ahora cogía puñados de cubiertos para llevarlos al comedor.Oliver se dio cuenta de que Emalie ponía los ojos en blanco.

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Desde que la Hermandad había contratado a Jenette para queposeyera a Emalie y asesinara a Oliver, había estado tratandode enmendarlo ayudándola. O al menos ese era el motivo porel que ella decía que estaba allí… Aunque siempre parecíamuy emocionada al ver a Oliver.

—¡Muy bien, todo el mundo a la mesa! —La madre deDean, Tammy Aunders, surgió tras la barra de la cocinasosteniendo una bandeja de pollo empanado que acababa desacar del horno. Era inusualmente alta y tenía el cabellorizado y despeinado.

—Hola, Oliver —dijo en tono agradable antes de mirar altecho—. ¡Mitch!

—Papá sigue teniendo problemas de adaptación con sunueva tarea nocturna —explicó Dean mientras atravesa-ban la cocina—. Quiere ser nocturno para que haya alguienconmigo, o al menos eso es lo que mamá quiere.

Oliver se dio cuenta de que Tammy merodeaba alrededorhaciendo cuatro cosas a la vez. Como siempre, había librosviejos de la biblioteca esparcidos sobre la barra. Oliver leyóunos cuantos títulos: Los sesos y tu salud, Cómo prepararsushi de órganos crudos, Técnicas de preparación de carcasas…

Entraron en el comedor y se encontraron a Kyle, quetenía ocho años, y a la hermana de Dean, Elizabeth, de diez,que ya estaban sentados a la mesa. Las luces estabanapagadas. Los Aunders habían sustituido las lámparas eléc-tricas por un pequeño candelabro con velas encendidas quealumbraba la mesa.

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