la caja de fichas (the box of counters, 1917) - hanns heinz ewers

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  • 8/2/2019 LA CAJA de FICHAS (the Box of Counters, 1917) - Hanns Heinz Ewers

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    LA CAJA DE FICHAS

    HANNS HEINZ EWERS

    Om dat de werelt is soe ongetru

    Daer om gha ie in den ru.

    Brueguel el Viejo

    Esa tarde estuve esperando un largo rato a que apareciera Edgar

    Widerhold. Yo estaba reclinado en una tumbona, con el chico del

    punkah detrs de m. El viejo siempre haba tenido a su servicio a

    chicos hindes, que lo haban seguido hasta aqu haca tiempo. Y

    ahora los nietos y los bisnietos de esos hindes lo servan tambin.

    Eran buenos muchachos, y saban hacer su trabajo.

    "Vamos, Dewla, dile a tu maestro que estoy esperando"

    "Atcha, Sahib". Obedeci sin hacer ruido. Yo permanec sentado en el

    mirador, observando el panorama de las aguas del Sng L. Haca una

    hora que se haban disuelto las nubes despus de tres semanas de

    lluvia tibia, y los primeros rayos de sol de la tarde ya se abran paso a

    lo lejos en la neblina violeta de Tonkn.

    Los juncos salan de sus amarraderos, agitndose despus de un

    largo sueo. Las tripulaciones suban a bordo; armados con sus palas

    redondeadas, sus cepillos de tamarisco y sus impermeables,

    achicaban el agua de los sampans echndola por la borda, trabajando

    tan en silencio que resultaba imposible escucharlos; apenas sonido

    alguno interrumpa el murmullo de las hojas y de los zarcillos

    movindose en el suelo de la terraza. Pas un gran junco, lleno hastaarriba de legionarios. Salud a los oficiales que descansaban en el

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    sampan; me devolvieron el saludo melanclicamente. Hubiera

    apostado a que preferan con mucho estar sentados aqu conmigo en

    el espacioso mirador del bungalow de Edgar Widerhold que

    navegando ro arriba bajo la lluvia, durante das y semanas, hastaalcanzar su miserable fuerte. Los cont: haba al menos cincuenta

    legionarios en el junco. Unos cuantos eran irlandeses y espaoles;

    otros pocos procedan de Flandes y Suiza, sin duda... y todos los

    dems eran alemanes. Quines seran? No abstemios, desde luego.

    De seguro que haba algunos dinamiteros entre ellos, ladrones y

    asesinos, quines iban a servir mejor a los propsitos de la guerra

    despus de todo? Es gente que conoce su trabajo, puedes creerme.Hay otros, tambin, que descienden de entre los estratos ms altos,

    aquellos que un buen da desaparecen de la sociedad para hundirse

    en las turbias aguas de la Lgion clrigos y profesores, miembros

    de la alta nobleza y oficiales. El que muri asesinado en los disturbios

    de Ain-Souf result ser un antiguo obispo; y cundo fue

    exactamente que un seor de la guerra alemn vino desde Argelia a

    por el cuerpo de otro lgionnaire y le rindi los honores debidos a un

    prncipe?

    Me inclino sobre la balaustrada: "Vive la Lgion!". Y ellos me

    devuelven el saludo, gritando con sus voces roncas y gastadas por el

    licor: "Vive la Lgion! Vive la Lgion!". Han perdido su pas, sus

    familias, sus hogares, su honor y su dinero. Slo les queda una cosa,

    la nica por la que se sienten obligados: esprit de corps "Vive la

    Lgion!"

    Los conozco bien. Bebedores y jugadores, souteneurs, desertores de

    todos los cuarteles del mundo. Anarquistas todos ellos, que no saben

    lo que es el anarquismo, que se rebelan y huyen de alguna

    insoportable compulsin. Medio criminales y medio nios, cerebros

    pequeos y grandes corazones. Autnticos soldados. Landsknechts de

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    perfecto instinto para llevar a cabo su tarea, saquear pueblos y violar

    mujeres; porque han sido adiestrados para matar, y a quien se le

    permite la mayor tambin le est permitido la menor. Todos ellos

    aventureros nacidos demasiado tarde, no lo bastante fuertes comopara labrarse en este mundo actual su propio camino. Cada uno de

    ellos ha resultado ser demasiado dbil, se han desplomado entre la

    maleza, atascados, incapaces de seguir avanzando. Un parpadeante

    fuego fatuo los sac de la senda ordinaria y ahora no encuentran

    forma de escapar. Algo fue mal; pero no sabran decir qu.

    Arrastrados por la corriente, como un fardo miserable que se detiene

    en una orilla olvidada. Pero all se encontraron unos a otros ysintieron que el crculo se cerraba, cimentndose una suerte de nuevo

    orgullo comn. "Vive laLgion!". Madre, patria, honor, su autntico

    pas para todos y cada uno de ellos. Escucho otra vez sus gritos:

    "Vive, vive la Lgion!".

    El junco se pierde en la tarde, hacia el Oeste, donde el Ro Rojo da un

    giro y desemboca en el Sng L. Ah los veo desaparecer en la

    neblina, en lo profundo de esta tierra de venenos violetas. Pero ellos,

    esplndidos con sus barbas, no tienen miedo; ni a la disentera, ni a

    la fiebre, menos que a nada a los rebeldes amarillos. No llevan

    acaso suficiente provisiones de alcohol y opio y sus fusiles franceses?

    Qu ms podran necesitar? Cuarenta o cincuenta de ellos morirn;

    pero no importa, los que regresen se alistarn de nuevo, por la gloria

    de la Lgion, no por la de Francia.

    Edgar Widerhold entr al mirador. "Han pasado ya?", me pregunt.

    "Quines?"

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    "Los lgionnaires!". Se asom a la balaustrada y examin el ro.

    "Gracias a Dios que se han largado. Que el diablo los lleve; no

    soporto verlos"

    "De verdad?", dije. Por supuesto, como cualquiera en este pas, yo

    estaba al corriente de las peculiares relaciones del viejo con la Lgion

    y trat de entender sus palabras. Es la razn por la que fing

    sorpresa. "Cmo es posible eso? Todos ellos lo adoran. Un capitn

    me habl de usted en Porquerolles hace unos aos, me dijo: 'Si fuera

    de nuevo al Sng L ira a visitar de inmediato a Edgar Widerhold"

    "Ese debi ser Karl Hauser, de Muhlhausen"

    "No; fue Dufresnes"

    El viejo suspir. "Dufresnes, elAuvergnat! Ms de un vaso de

    Burgundy se bebi ese aqu".

    "Como el resto, tengo entendido"

    Haca ocho aos que esta casa, apodada "Le Bungalow de la Lgion",

    cerr sus puertas cuando el seor Edgar Widerhold, "le bon Papa de

    la Lgion", traslad su almacn de mercancas a Edgardhafen. Era el

    pequeo puerto de Eiderhold ahora, dos horas ro abajo. El viejo

    insisti mucho en que como direccin postal en los sellos figurase

    "Edgardhafen" y no "Port d'Edgard". Porque a pesar de que su casa

    haba estado cerrada a la Lgion desde entonces a cal y canto, ni su

    corazn ni su hospitalidad haban cambiado. Todos los juncos hacan

    parada en Edgardhafen y el capataz al servicio del viejo se encargaba

    siempre de subir algunas cajas de vino para los hombres y los

    oficiales. A ellas les acompaaba una tarjeta con el mensaje: "El Sr.

    Edgar Widerhold lamenta no poder saludar a los caballeros. Les ruega

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    acepten amablemente este presente, a la salud de la Lgion". El

    oficial al cargo expresaba siempre su agradecimiento y manifestaba

    su esperanza de poder hacerlo personalmente a su regreso. Pero la

    cosa nunca iba ms all; las puertas de la espaciosa casa junto alSng L permanecan siempre cerradas. En ocasiones un par de

    oficiales se acercaban a visitarlo, viejos amigos suyos cuyas voces

    haban resonado en innumerables ocasiones dentro de sus muros. Los

    sirvientes les hacan pasar al mirador y les servan los ms escogidos

    vinos; pero nunca les era permitido ver al seor de la casa. En

    consecuencia, se marchaban; poco a poco la Lgion se acostumbr a

    obrar de este nuevo modo. Ahora haba en ella muchos hombres quenunca lo haban visto en persona y que slo saban que Edgardhafen

    era el sitio donde haba que parar, para subir vino a bordo y beberlo

    a la salud del viejo alemn. Todos ellos ansiaban siempre este

    instante, que era el nico momento de placer en su desesperanzado

    viaje a travs de la lluvia del Sng L; en resumen, a Edgar Widerhold

    se le quera y apreciaba todava ms que antes.

    Cuando fui a verle yo era el primer alemn que hablaba con l en

    muchos aos. Verlos, por supuesto los haba estado viendo en sus

    trayectos ro abajo. Estoy convencido de que el viejo los espiaba

    detrs de sus cortinas y que lo haca siempre que pasaba un junco.

    Pero conmigo tuvo otra vez la oportunidad de hablar en alemn. Creo

    que esa es la razn por la que insiste en tenerme aqu a su lado,

    siempre a la bsqueda de una nueva razn para posponer mi partida.

    El viejo no es de los que se dan a las confidencias. Se aprovecha y se

    ha aprovechado del Imperio Alemn como un consumado carterista.

    A pesar de su edad, necesitara vivir diez veces los aos que tiene

    para poder cumplir ntegramente las penas por los crmenes de lse

    mejest que a estas alturas debe cargar sobre sus espaldas. Maldice

    a Bismarck por haber permitido la continuidad del Reino de Sajonia y

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    no anexionarse Bohemia, y maldice tambin al tercer Kiser por

    haber permitido que le tomasen el pelo en el intercambio de las

    colonias del Este de frica por la isla de Helgoland. Y Holanda!

    Deberamos hacernos con Holanda, ya puestos, con Holanda y consus Islas Sunda. Es necesario, no hay otro modo; nos iremos al

    infierno todos si no lo hacemos. Y despus el Adritico, por

    supuesto! Austria en cambio es un lugar absurdo, una idiotez, una

    mcula en cualquier mapa que se respete a s mismo. Sus provincias

    alemanas simplemente son nuestras, y, puesto que no podemos

    permitir que nos den con la puerta en las narices, debemos tambin

    hacernos con los distritos eslavos que hacen frontera con nosotros enel Adritico, Carniola e Istria. "Que el Diablo me lleve!", grita. "S

    que nos llenarn de piojos, pero ms vale estar abrigado y con piojos

    que desnudo y murindose de fro". El viejo no ve el momento de

    poder navegar en un barco bajo la bandera negra-blanca-y-roja,

    desde una Trieste alemana hasta una Bataria alemana.

    Le pregunt: "Y qu hay de sus amigos, los ingleses?"

    "Los ingleses!", exclam. "Esos se callarn si les damos un puetazo

    en la mandbula"

    Por Francia siente adoracin, y se alegra de que tenga un lugar en el

    Sol; pero a los ingleses los detesta. As es como piensa: si un alemn

    abusa del Kiser y vierte comentarios venenosos sobre el Imperio, se

    regocija y re. Si un francs bromea a nuestras expensas, re

    tambin, aunque no tarda ni un segundo en devolverle la moneda

    hacindole notar las ltimas idioteces de su gobierno en Saign. Pero

    si un ingls se permite hacer el ms inocente comentario sobre,

    digamos, el ltimo y ms imbcil de nuestros cnsules, monta en

    clera. Esa es la razn por la que tuvo que dejar la India. Ignoro lo

    que le dira aquel coronel ingls, pero s que Edgar Widerhold levant

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    su fusta y le sac un ojo. Eso fue hace ms de cuarenta aos, quiz

    cincuenta o sesenta. Se vio obligado a escapar a Tonkin y

    permanecer escondido en su granja hasta que las fuerzas de

    ocupacin francesas llegaron al pas. Entonces adopt la Tricolor y lahizo ondear sobre el Sng L, lamentando que no fuese el pabelln

    negro-blanco-y-rojo, pero aun y todo aliviado por que no fuese la

    Union Jack. Nadie sabe con seguridad la edad que tiene. Aqu, a

    quien los trpicos no devora en los primeros aos, lo diseca. Lo

    endurece hacindolo resistente a cualquier clima y le da una malla de

    dura piel amarilla que desafa cualquier corrupcin. Uno de esos era

    Edgar Widerhold. Un octogenario, quiz nonagenario, todavacabalgaba diariamente seis horas. Su rostro era largo y delgado,

    largas y delgadas sus manos, largas uas amarillas en cada uno de

    sus dedos, ms largas que una cerilla, duras como el acero, afiladas y

    curvadas como las garras de un animal salvaje.

    Le ofrec de mis cigarrillos. Yo haba dejado de fumarlos haca tiempo,

    el aire salino los haba estropeado. Pero a l le encantaban: era

    tabaco alemn.

    "Me dir de una vez por qu tiene vetada a la Lgion en su

    bungalow?"

    El viejo no se separ de la balaustrada. "No!", contest. Dio palmas

    con las manos. "Bana! Dewla! Traed vino y vasos!". Los muchachos

    dispusieron la mesa y me acercaron los peridicos. "Mire eso, ha

    ledo el Post? Los alemanes han obtenido una esplndida victoria en

    las carreras de coche de Dieppe. Benz y Mercedes o lo que quiera que

    fabriquen. El zeppeln ha terminado su viaje. Se pase sobre

    Alemania y Suiza por donde le dio la gana. Mire aqu, en esta ltima

    pgina... un campeonato de ajedrez en Ostende. Quin se llev el

    primer premio? Un alemn! Realmente, sera un placer leer los

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    peridicos si no se empeasen en dar perfecta cuenta de lo que los

    polticos hacen en Berln. Lea esas tonteras de ah...".

    Le interrump. No me interesaba en absoluto escuchar ms sobre lasltimas estupideces diplomticas de esos burros. Levant el vaso

    hacia l: "Salud! Maana me voy".

    El viejo apart su bebida. "Qu?... Maana?"

    "S; el teniente Schlumberger pasar con parte del tercer batalln. Va

    a llevarme con l".

    Golpe la mesa con el puo. "Esto es una jugarreta!"

    "Cmo?"

    "Que se tenga que ir usted maana, por todos los demonios! Un

    golpe bajo lo llamara yo"

    "Bueno, despus de todo no puedo quedarme aqu eternamente!",

    brome. "El prximo jueves harn dos meses..."

    "Precisamente! Me he acostumbrado a usted. Si se hubiera

    marchado a las pocas horas de llegar no me habra importado"

    Pero no me dej convencer. Dios, acaso era la primera vez que

    haba tenido gente a su alrededor que se haba marchado para no

    volver a verlos jams, una y otra vez, una y otra vez? Siempre

    llegaba gente fresca.

    Este comentario le tir de la lengua: pues s, en el pasado haba sido

    as y no hubiera levantado un dedo por retenerme. Pero ahora,

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    acaso tena a otro a quien ver? Dos visitas al ao como mucho y,

    una vez cada cinco aos, un alemn, desde que cort toda relacin

    con los lgionnaires.

    Otra vez lo tena donde yo quera. Le dije que estaba dispuesto a

    permanecer con l otra semana si me contaba por qu...

    Otra vez lo calific de golpe bajo. Qu diablos era yo y qu estaba

    haciendo? Un poeta alemn intercambiando productos, como si

    fuese un vulgar comerciante?

    Le argument: "Se trata de materia prima", dije. "Lana para el

    campesino. No puedo darle forma, ni puntear ni combinar los colores

    si me falta la materia prima".

    El comentario pareci gustarle. Se ech a rer y dijo: "Le vendo mi

    historia por tres semanas ms!"

    Yo haba aprendido a regatear en Npoles. Tres semanas por una

    historia... demasiado caro. Y en cualquier caso, le dije, comprarla

    significaba comprar algo a ciegas sin saber realmente si vala la pena.

    En el mejor de los casos yo obtendra doscientos marcos por mi

    historia, y ya llevaba aqu dos meses, y l quera que permaneciese

    tres semanas ms... Y en todo este tiempo yo no haba escrito ni una

    frase. Y de todas formas yo deba obtener algo de todo ello, porque

    hasta ahora todo lo haba puesto yo y, en resumidas cuentas, me

    estaba arruinando. Pero el viejo jug bien sus cartas. "El veintisiete

    de este mes es mi cumpleaos", dijo. "No quiero pasarlo solo. As,

    pues, dieciocho das. Es mi oferta definitiva! No vender mi historia

    por menos".

    "De acuerdo entonces", suspir. "Ese es el trato!".

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    El viejo se volvi y llam al criado: "Bana! Bana!" Llvate el vino.

    Trae champagne y copas"

    "Atcha, Sahib, atcha"

    "Y t, Detwa, trae la caja de Hong-Dok y las fichas"

    El muchacho volvi con la caja y a un gesto de la cabeza de su amo

    la puso delante de m, presionando un muelle que hizo saltar la tapa.

    Era una gran caja de madera de sndalo, cuya delicada fraganciallen el aire en cuestin de segundos. La madera estaba incrustada

    de las ms finas hojas de madreperla y marfil; los lados, labrados con

    escenas de cocodrilos, elefantes y tigres. Pero lo que mostraba la

    tapa era la imagen de la Crucifixin; quiz era una copia de alguna

    vieja pintura. Slo que aqu el Nazareno era barbilampio y tena un

    rostro ovalado que, de cualquier manera, adoptaba la expresin del

    ms indecible sufrimiento. No le haban infligido dao alguno en un

    lado del cuerpo, ni se vea ninguna cruz; a este Cristo parecan

    haberlo clavado a una plancha o a un tabln. La inscripcin sobre su

    cabeza tampoco mostraba las letras I.N.R.I, sino otras, a saber:

    K.V.K.II.C.L.E.

    La representacin de este Cristo crucificado tena un extrao

    realismo; no pude evitar que me recordara a las pinturas de Mathias

    Grunewald, aunque en realidad no tenan nada en comn. El concepto

    era radicalmente diferente; el artista que haba hecho esto no pareca

    interesado en hacer descansar su logro en un naturalismo extremo

    cuyo fin fuese mostrar una inmensa piedad o una gran capacidad de

    comprensin del sufrimiento; lo que haba aqu era un odio

    apasionado, una voluptuosa inmersin en el tormento del reo. El

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    trabajo haba sido realizado a conciencia; era la obra maestra de un

    gran artista.

    El viejo not mi entusiasmo. "Veo que lo ha entendido", dijotranquilamente.

    Levant la caja con ambas manos: "Me la va a regalar?"

    l se ech a rer. "Regalar!... No! Pero le he vendido mi historia, y la

    caja que tiene en sus manos... es mi historia"

    Me puse a curiosear entre las fichas: las haba redondas, triangularesy rectangulares... Piezas de madreperla de una profunda y metlica

    iridiscencia. Cada una de ellas mostraba a ambos lados una pequea

    imagen, con los contornos moldeados, los detalles finamente

    trabajados.

    "Me dar alguna pista sobre esto?", pregunt.

    "Lo que est cogiendo es la pista! Si usted pone las piezas en el

    orden correcto para que se sigan unas otras podr leer mi historia

    como si fuese un libro. Pero ahora cierre la tapa y limtese a

    escuchar. Llnalas, Dewla!"

    El muchacho llen las copas, y bebimos. Luego carg la pipa de su

    amo, se la entreg y le ofreci una cerilla encendida.

    El viejo inhal el humo acre y tosi de manera cortante. Se reclin y

    con un gesto orden al muchacho que accionase el punkah.

    "Ver", comenz, "lo que haya odo de boca del Capitn Dufresnes o

    de cualquier otro, es cierto. Esta casa se gan muy merecidamente

    su fama de ser el bungalow de la Lgion. Aqu arriba se sentaban y

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    beban los oficiales. Los soldados rasos solan hacerlo all abajo en el

    jardn; a menudo tambin invitaba a estos ltimos a venir al mirador.

    Ya sabe, los franceses carecen de esos ridculos prejuicios de clase

    que tenemos nosotros; fuera del trabajo, un oficial vale tanto comosu general. Sobre todo aqu en las colonias y en particular en la

    Lgion, donde algunos oficiales patateros son simples campesinos, y

    muchos soldados, caballeros con educacin. Yo bajaba a veces al

    jardn a beber con los hombres, y al que me caa simptico le ofreca

    subir arriba con los dems. Crame, conoc en esos das un buen

    nmero de pordioseros, de autnticos sinvergenzas, y tambin de

    cros que todava anhelaban agarrarse al delantal de sus madres. Erami gran museo particular, la Lgion, mi gran libro privado, del que no

    dejaba de sacar nuevas aventuras y cuentos de hadas una y otra vez.

    "Porque los muchachos siempre me contaban historias; les gustaba

    confesarse conmigo y abrirme sus corazones. Ya ve, es cierto, los

    lgionnaires me adoraban, no slo a causa del vino y de las horas

    ociosas que yo les ofreca. Ya conoce usted la clase de gente de la

    que hablo, tipos que cuando echan el ojo a algo o a alguien

    simplemente lo consideran de su propiedad, lo adoptan o lo roban;

    sabr que a ningn oficial o soldado se le ocurrira dejar la ms

    pequea cosa por ah porque desaparecera en un abrir y cerrar de

    ojos. Bueno, pues en veinte aos slo sucedi una vez que un

    lgionnaire me robase algo, y sus camaradas estuvieron a punto de

    matarlo de no haber intercedido yo personalmente. No me cree,

    eh?... No se lo reprocho, yo tampoco lo creera de nadie si me lo

    cuentan, sin embargo es literalmente cierto. Los muchachos me

    adoraban porque saban perfectamente que yo los adoraba a ellos.

    Cmo surgi todo esto? Buen Dios, pues con el paso del tiempo.

    Aqu solo, sin mujer, sin hijos. La Lgion... en fin, era la nica cosa

    en el mundo que poda devolverme mi pas, Alemania, lo nico que

    converta el Sng L en un lugar alemn, a pesar de la Tricolor. Lo s,

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    los ciudadanos que all se inclinan respetuosos ante la Ley consideran

    a la Lgion como el ms asqueroso pozo de escoria. Carne de

    presidio, sin otra utilidad que la muerte. Pero esta escoria, que

    Alemania despacha a estas latitudes sin contemplaciones, estosmarginados, a los que no se sabra dar el menor uso en el mundo de

    la patria madre tan lindamente lleno de reglas, me ofrecan tesoros

    de tan variado pelaje y de colores tan singulares que mi corazn se

    estremeca de placer. Perlas baratas en cualquier caso, de acuerdo!

    De esas por las que no pagara ni un cuarto de penique uno de esos

    joyeros dedicados a engarzar grandes diamantes para vendrselos a

    carniceros prsperos, pero sobre las que en una playa se inclinara unnio. Un nio y un viejo tonto como yo. Y poetas chalados como

    usted, porque es lo que somos usted y yo: nios y locos! Para

    nosotros estas escorias s tienen valor y no queremos que

    desaparezcan. Pero desaparecen. Irremediablemente, una detrs de

    otra. Y qu manera de desaparecer: penosamente, miserablemente,

    siempre a travs de largas torturas. Eso es lo que no puedo soportar.

    Una madre puede ver morir a sus hijos, a dos o tres. Se sienta ah

    con las manos en su regazo, sin poder hacer nada por ellos. Pero

    todo eso pasa, y llega el da en que se libra de su dolor y empieza a

    sentirse bien otra vez. Yo en cambio... que soy el padre de la Lgion,

    he visto morir a miles de muchachos, cada mes, casi cada semana

    moran y desaparecan. Y no poda hacer nada para ayudarlos, nada

    en absoluto. Ahora podr entender por qu ya no me dedico a

    recoger escoria; no puedo soportar ver cmo mueren mis

    muchachos.

    "Y qu formas de morir, Dios mo! En aquellos das los franceses

    todava no se haban adentrado en el pas tan profundamente como

    hoy. El puesto de avanzada ms lejano estaba apenas a tres millas

    navegando ro arriba, y haba varios en los alrededores de

    Edgardhafen. La disentera y el tifus eran algo muy usual en aquellos

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    campos hmedos, mano a mano con la anemia tropical que

    desarrollaban los soldados en todas partes. Ya conoce esta peculiar

    enfermedad; ya sabe lo rpido que mata. Llega sin avisar, como un

    ataque de debilidad con fiebre que apenas provoca que el pulsomarche ms rpido, da y noche. El paciente se niega a comer; se

    vuelve caprichoso, como si fuera una damisela. Lo nico que pide es

    que lo dejen dormir, dormir todo el tiempo... hasta que llega el fin,

    poco a poco; el fin que l recibe con los brazos abiertos porque le

    permitir dormir sin que lo molesten.

    Los que moran de anemia eran los afortunados, esos y aquellos otrosque caan en la batalla. Sabe Dios que no tiene gracia morir por una

    flecha envenenada, pero al fin y al cabo es rpido, todo ocurre en

    unas pocas horas. Pero qu pocos eran los que moran de esta

    manera... apenas uno entre mil. Y por cada uno de estos afortunados

    el resto deba pagar un horrible precio, todos esos que caan vivos en

    manos de los demonios amarillos. Karl Mattis por ejemplo, que haba

    desertado de Deutz-Cuirassiers, cabo en la primera compaa, un

    cocinero joven, que no se hubiera echado atrs ante ningn peligro.

    Cuando el fuerte de Gambetta fue atacado por una fuerza mil veces

    superior en nmero, l y algunos otros decidieron deslizarse entre el

    enemigo e informar en Edgardhafen del asalto.

    Durante la noche los atacaron, uno de ellos result muerto, a Mattis

    le dispararon en una pierna. Le dijo a su camarada que se fuera y

    estuvo cubrindolo durante dos horas ante el empuje de los Banderas

    Negras. Al final lo capturaron, le ataron de manos y pies y lo

    sujetaron al tronco de un rbol, sobre un tramo del ro poco

    profundo. Estuvo as tres das hasta que los cocodrilos lo devoraron,

    lentamente, poco a poco, y los cocodrilos mostraban ms piedad que

    sus colegas de pas los amarillos de dos piernas. Medio ao ms tarde

    capturaron a Hendrik Oldenkott, de Maastrich, un gigante que meda

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    siete pies y cuya descomunal fuerza haba sido su ruina; en un estado

    de gran intoxicacin haba matado a su propio hermano con sus

    propias manos. La Lgion lo salv de la crcel, pero no de los jueces

    que lo esperaban aqu. Fue hallado un da ah abajo, en el jardn,todava vivo. Le haban abierto la barriga, llenndole la cavidad

    abdominal con ratas y cosindosela minuciosamente otra vez. Al

    teniente Heudelimont y a dos soldados les sacaron los ojos con

    agujas al rojo vivo; los encontraron vagando por la selva medio

    muertos de hambre. Arrancaron a golpes los pies del Sargento Jakob

    Bieberich y le hicieron bailar la Mazeppa sobre un cocodrilo muerto.

    Lo encontramos a un lado del ro cerca de Edgardhafen; estuvoagonizando en el hospital durante tres semanas antes de morir.

    "Le basta con esta lista? Podra continuar, hilvanando nombre tras

    nombre. Llegado a un punto uno deja de llorar. Pero las lgrimas que

    derram por cada uno de ellos daran para llenar un barril, el ms

    grande que pueda encontrar en mi bodega. Y la historia que contiene

    esta caja de fichas es slo la gota que hizo que el barril se

    desbordara"

    El viejo cogi la caja y la abri. Sus uas buscaron entre las fichas,

    separ una y me la dio. "Ah tiene; este es el hroe de la historia"

    La ficha de madreperla era redonda y mostraba la imagen de un

    lgionnaire de uniforme. Su rostro tena una gran semejanza con el

    del Cristo de la tapa; en el reverso le la misma inscripcin que haba

    sobre la cabeza del crucificado: K.V.K.S.II.C.L.E. Aventur: K. von K.,

    soldado, segunda clase, LgionEtrangre.

    "Correcto!", dijo el viejo. "Ese es l: Karl von K...". Se detuvo. "No,

    el nombre es lo de menos. Lo encontrar fcilmente en cualquier

    registro naval, si le interesa. Era un cadete antes de que viniera aqu.

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    Tuvo que dejar el servicio y abandonar su pas al mismo tiempo; creo

    recordar que fue por culpa de ese estpido prrafo 218 de nuestro

    anterior cdigo penal*. No se ha redactado otro tan idiota y que

    sirviera mejor a la Lgion que ese.

    "Dios, era un placer mirarlo, a este cadete. Caa bien a todo el

    mundo, a sus camaradas y a los oficiales por igual. Un muchacho

    desesperado consciente de que haba echado a perder las

    oportunidades de su vida, dedicado ahora a llevarlo todo al lmite. En

    Argelia defendi un fuerte l solo; cuando todos los oficiales se dieron

    el piro, l asumi el mando de diez lgionnaires y de unos pocosgoumiers y defendi el agujero hasta que llegaron los refuerzos unas

    semanas ms tarde. Fue cuando lo ascendieron por primera vez; lo

    ascenderan dos veces ms, y otras tantas fue degradado. As

    funciona la Lgion; un da eres sargento y al siguiente soldado raso.

    Lo importante es que ests ah, disponible para ser enviado a campo

    abierto; pero en el ambiente de los pueblos esta libertad sin

    restricciones slo acaba ocasionando problemas; en el momento

    menos pensado se meten en el lo ms feo que pueda imaginar. Fue

    este cadete quien salt a las aguas del Mar Rojo tras el General

    Barry, cuando este resbal de una pasarela. Le ayud a salir sin

    hacer caso a los tiburones y mientras sus compaeros se partan de

    risa.

    "Sus defectos? Bueno, beba como un cosaco. Como todos los

    lgionnaires. Y como ellos tambin, se lanzaba de cabeza detrs de

    cualquier falda olvidando siempre pedir permiso primero. Tambin

    trataba a los nativos un poco peor de lo que hubiese sido

    absolutamente necesario. Al margen de eso era un tipo magnfico,

    para quien ninguna apuesta era demasiado alta. Era listo; en pocos

    meses conoca mejor la jerga de los amarillos que yo en todos los

    aos que llevo viviendo aqu en mi bungalow. Sus colegas pensaban

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    que yo estaba chiflado por l. Vale, vale, no era tan grave como eso;

    pero s que le tena mucho aprecio, y l tambin me apreciaba incluso

    ms que el resto. Permaneci un ao en Edgardhafen; casi se bebe

    mi bodega. Nunca deca a la cuarta ronda: "No gracias, es suficiente",como s dice usted. Vamos, beba! Bana, llena las copas!

    "Luego se fue a Fort Valmy, que en esa poca era la estacin ms

    distante. Para llegar all hay que navegar en junco cuatro das ro

    arriba a travs de los interminables meandros del Ro Rojo. Pero en

    realidad est mucho ms cerca en lnea recta; con mi yegua puedo

    llegar en dieciocho horas. En aquellos das l ya vena aqu muyocasionalmente; pero aun as lo vea a veces, cuando yo iba a Fort

    Valmy a visitar a otro amigo mo. Hong-Dok, el que hizo esta caja.

    Sonre usted? Hong-Dok, amigo mo? Pues lo era. Lo crea o no. Por

    extrao que le parezca, ah fuera vive gente a la que puede

    considerar su igual. Pocos, debo admitirlo. Pero l era uno de ellos,

    Hong-Dok. Y quiz era algo ms que un igual para m. Fort Valmy,

    s...tenemos que ir usted y yo all, uno de estos das; ahora es el

    acuartelamiento de los Marines y ya no hay lgionnaires. Es un

    pueblo increblemente sucio y viejo; la antigua fortaleza francesa se

    levanta sobre l construida en una colina cerca del ro. Calles

    estrechas y llenas de barro, casas miserables. Pero eso es

    actualmente. Hace muchos siglos tuvo que ser una ciudad grande y

    hermosa, hasta que llegaron del Norte los Heiqijun, esos malditos

    Banderas Negras que todava hoy nos dan problemas. Las montaas

    de desechos alrededor del pueblo son seis veces ms grandes que el

    mismo pueblo; todo el que quiera construir algo all encontrar

    material de sobras para hacerlo. Y justo entre esas lamentables

    ruinas todava se alza una vieja casa pegada al ro, podra haberse

    llamado un palacio en su da. El hogar de Hong-Dok. Est all desde

    tiempos inmemoriales. Los Heiqijun la respetaron, por alguna clase

    de temor supersticioso.

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    "Los que dirigieron una vez este pas vivan en esa casa: los

    ancestros de Hong-Dok. Un centenar de antepasados, doscientos,

    incluso trescientos que le precedieron a l. Ms que todas lasdinastas europeas juntas. Y Hong-Dok las recordaba todas. Conoca

    sus nombres, conoca lo que haban hecho. Haban sido prncipes y

    emperadores, pero Hong-Dok trabajaba la madera como su padre,

    como su abuelo y su bisabuelo. Porque los Banderas Negras haban

    respetado la casa pero poco ms. Las nuevas leyes que trajeron

    consigo los redujeron a la pobreza al igual que al resto de habitantes

    del pas. As fue como la vieja casa de piedra se fue desmoronandopoco a poco entre los arbustos de rojos hibiscos en flor. Entonces

    aparecieron ellos, los franceses, trayendo un nuevo glamour y

    algunas esperanzas. Porque el padre de Hong-Dok no haba olvidado

    la historia de su pas y saba lo que tena que hacer a cada momento.

    Cuando los europeos tomaron posesin de su tierra, fue el primero en

    el Ro Rojo que los recibi con los brazos abiertos. Prest grandes y

    valiosos servicios a los franceses, y en gratitud, ellos le entregaron

    tierras y ganado y un pequeo estipendio, convirtindolo en algo

    parecido a un prefecto civil en la zona. Esa fue la ltima pizca de

    buena suerte de que disfrutara esa insigne dinasta. Hoy da la casa

    es un montn de escombros que no se distingue en nada de sus

    alrededores. Los lgionnaires la demolieron; no dejaron piedra sobre

    piedra; se ensaaron con ella en venganza por la muerte del cadete,

    porque su asesino se les escap de las manos. Hong-Dok, mi viejo

    amigo. Aqu tiene usted su retrato"

    El viejo me dio otra ficha. Por una cara mostraba el nombre de Hong-

    Dok escrito en letras romanas; por la otra, la imagen de un noble de

    rasgos nativos vestido de la forma tpica del lugar; pero el autor la

    haba trabajado pobremente y sin esmerarse en los detalles, y el

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    resultado estaba muy lejos de lo que haba obtenido en las otras

    fichas.

    Edgar Widerhold ley mis pensamientos. "S, tiene razn", dijo; "noes buena, esta ficha. Es la nica entre todas de la que se puede decir

    eso. Resulta curioso, es como si a Hong-Dok no le hubiese interesado

    nada llamar la atencin sobre su propia persona. Pero observe esta

    pequea gema!"

    Con la ua de su dedo ndice me acerc otra ficha: el retrato de una

    mujer joven de una belleza tal que no hubiera suscitado ningunaobjecin incluso dentro de los cnones europeos. Apareca junto a un

    hibisco en flor con un pequeo abanico en su mano izquierda. Era una

    obra maestra de insuperable perfeccin. En el reverso, otro nombre:

    Ot-Chen.

    "El tercer personaje en la tragedia de Fort Valmy", continu el viejo.

    "En estas otras puede echar un vistazo a los actores secundarios".

    Empuj hacia m unas cuantas docenas de fichas; mostraban grandes

    cocodrilos en toda clase de posiciones; algunos nadando en ro, otros

    durmiendo en la orilla, unos pocos con la boca abierta enseando los

    dientes, otros moviendo sus colas o levantndose sobre sus patas.

    Algunos resultaban bastante convencionales en su ejecucin pero la

    mayora de las fichas revelaba una extraordinaria capacidad de

    observacin de los hbitos de estos animales.

    Desliz hacia m otra pila de fichas con sus amarillentas garras de

    anciano. "El escenario", dijo. Una ficha mostraba una gran

    construccin de piedra, sin duda la casa del artista; en otra haba

    representaciones de diversas estancias y vietas de un jardn. Estas

    ltimas dejaban ver el panorama del Sng L y del Ro Rojo. Una de

    ellas los mostraba desde la perspectiva del mirador de Widerhold.

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    Cada una de estas maravillosas fichas suscitaba en m una ilimitada

    admiracin; realmente me senta tentado de ponerme de parte del

    artista, y en contra del cadete. Estir mi mano pidiendo ms.

    "No!", dijo el viejo, "tiene que esperar! ver cada una en su orden

    correcto, una detrs de otra. Como ya le he dicho, Hong-Dok era

    amigo mo tal como lo fue su padre antes que l. A lo largo de los

    aos ambos haban trabajado para m. Yo era prcticamente su nico

    cliente. Cuando se hicieron ricos, siguieron cultivando su arte, slo

    que ya no cobraron por ello. El padre de Hong-Dok lleg al punto de

    devolverme hasta el ltimo penique que yo le haba pagado, y tuveque aceptar porque no deseaba ofenderlo. Todo lo que usted con

    tanta admiracin suele contemplar en mis armarios me sali gratis.

    "El cadete entabl amistad con Hong-Dok gracias a m, naturalmente;

    fui yo quien lo llev all por primera vez. Ya s lo que va a decir: el

    cadete se lanzaba detrs de cualquier falda y Ot-Chen era una presa

    de lo ms deseable. A que s? y yo, por supuesto, deb imaginar que

    Hong-Dok no iba a quedarse all cruzado de brazos mirndolos,

    verdad? Pues se equivoca. No era as. No haba nada que yo pudiera

    prever o temer. Usted quiz s se lo hubiera imaginado, pero no yo,

    que conoca a Hong-Dok muy bien. Cuando pas todo y Hong-Dok me

    cont la historia aqu en esta misma terraza donde estamos sentados

    oh, y lo hizo con mucha ms calma y serenidad de la que yo puedo

    mostrarle a usted ahora no le d crdito, simplemente no cre lo que

    me estaba diciendo. Hasta que vi la prueba misma flotando en el ro y

    dirigindose hacia m. Entonces tuve que creerlo. Desde entonces he

    pensado mucho en ello y creo haber adivinado algunas curiosas

    razones por las que Hong-Dok obr como obr. No todas, claro, pero

    dgame quin es capaz de leer en un cerebro marcado por la

    impronta de cientos de generaciones y saturado por las sensaciones

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    del poder, por un sentido artstico de la realidad, por la penetrante

    sabidura que da el opio.

    "No, crame, yo no poda adivinarlo. Si alguien me hubiesepreguntado entonces, 'qu cree usted que har Hong-Dok, si el

    cadete seduce a Ot-Chen o a cualquiera de sus otras nueve

    esposas?', yo hubiera respondido sin dudar: "Oh, ni siquiera

    levantar la vista de lo que est haciendo en ese momento! O

    incluso, de cogerlo de buen humor, quiz reaccione regalndole algn

    presente de Ot-Chen al cadete'. As debera haber actuado el Hong-

    Dok que yo conoca, as y no de otro modo. A Ho-Nam, otra de susesposas, la sorprendi una vez con cierto intrprete chino; decidi

    que cualquier clase de recriminacin ira contra su propia dignidad y

    no les dijo ni una palabra. En otra ocasin fue la propia Ot-Chen

    quien lo enga. Espero que entienda con esto que no exista en l

    ninguna preferencia particular por esta muchacha. Result que los

    ojos almendrados de uno de los hindes que me acompaaban

    fascinaron a la pequea Ot-Chen, y aunque eran demasiado tmidos

    para dirigirse la palabra el uno al otro, Hong-Dok los sorprendi

    arrumados en su jardn; pero nunca levant su mano contra su

    esposa, ni me permiti en modo alguno castigar al muchacho. Actu

    como si un perro cualquiera le hubiese ladrado en la calle; girando

    apenas la cabeza. Para m, pues, no exista la ms remota posibilidad

    de que un hombre de filosofa tan inquebrantablemente flemtica

    como Hong-Dok perdiese la cabeza de pronto y actuase de forma

    temperamental. Y lo cierto es que, aparte de eso, las investigaciones

    rigurosas que llevamos a cabo tras su huida demostraron que Hong-

    Dok actu de forma cuidadosa y deliberada, ejecutando al milmetro

    cada detalle de su plan. As, parece que el cadete se convirti durante

    tres meses en una visita constante en la casa de piedra, y durante

    todo este tiempo mantuvo relaciones con Ot-Chen, relaciones sobre

    las que Hong-Dok fue informado por uno de sus sirvientes unas

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    semanas despus de que empezaran a tener lugar. A pesar de ello,

    los dej continuar tranquilamente, empleando todo este tiempo para

    que madurase su cruel venganza que, estoy seguro ahora, debi

    decidir desde el primer momento.

    La pregunta es, por qu se tom como el ms amargo insulto lo que

    hizo el cadete, cuando la misma accin cometida por mi muchacho

    hind apenas le hizo fruncir el ceo? Puedo equivocarme, pero creo

    que tras mucho pensar en ello he podido seguir el tortuoso hilo de

    sus pensamientos. Mire, Hong-Dok era un rey. Nosotros nos remos al

    leer en nuestras monedas las iniciales D.G. y la mayora de losprncipes europeos no se toman menos a broma lo de "por la gracia

    de Dios". Pero imagine a un monarca que s lo cree, un monarca

    firmemente convencido de que lo es por designio expreso de la

    providencia. S que la comparacin puede no ser del todo adecuada,

    pero hay una semejanza. Hong-Dok claro est que no crea en dios

    alguno; slo crea en los preceptos del Gran Filsofo; pero que l y su

    familia pertenecan a una casta superior, al margen del resto, sobre

    eso no le caba duda. Durante siglos inmemoriales sus ancestros

    haban sido gobernadores, monarcas con un poder casi ilimitado.

    Cualquiera de nuestros prncipes, a poco que no sea idiota, sabe

    perfectamente que existen en su pas personas mucho ms listas y

    mejor educadas que l. Hong-Dok y todos sus ancestros estaban

    convencidos justo de lo contrario; de las grandes masas de su gente

    los separ siempre un abismo gigantesco. Slo ellos mandaban; el

    resto obedeca como esclavos. Slo ellos tenan sabidura y

    conocimiento; el contacto con sus semejantes se produca slo en

    raras ocasiones cuando llegaban por mar los embajadores de los

    reinos vecinos, o de Siam, al Sur, o los mandarines chinos, a travs

    de las montaas del salvaje Meos. Podramos decir que los ancestros

    de Hong-Dok eran dioses que vivan entre los hombres. O tal vez

    hombres que vivan entre animales inmundos: lo experimentaban

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    como formas de vida distintas. Ve usted ahora la diferencia? Nos

    ladra un perro en la calle: apenas giramos la cabeza.

    "Entonces lleg la invasin de los brbaros del norte, los Heiqijun.Tomaron el pas y destruyeron el pueblo, y tambin otros pueblos de

    otras regiones prximas. Slo respetaron el palacio de estos

    monarcas; ni a ellos ni a sus sirvientes les tocaron un pelo. Donde

    antes hubo paz, ahora reinaba el saqueo y el asesinato, pero el caos

    no alcanz al Palacio del Ro Rojo. Y los ancestros de Hong-Dok

    despreciaron a estas hordas salvajes del mismo modo que haban

    despreciado a su propia gente; el abismo que los separaba de todosellos segua all, protegindolos. Animales eran, exactamente como

    los otros; ellos en cambio eran hombres, hombres que conocan y

    seguan los preceptos del Filsofo.

    "Entonces se dej ver un relmpago entre la neblina del ro. Desde

    las regiones ms distantes llegaron los extraos hombres blancos, y

    el padre que Hong-Dok comprob con jbilo que estos eran hombres.

    Por supuesto, no olvidaba la diferencia entre l y ellos, pero esta

    diferencia era infinitamente pequea comparada con la que los

    separaba de las gentes de su pas. Y al igual que otros nobles de

    Tonkin, sinti que pertenecan a la misma clase. De aqu su pronta

    asistencia y su disposicin a servirles desde el primer momento,

    ayudndoles a distinguir entre los pacficos nativos y las belicosas

    hordas del norte. Cuando fue nombrado prefecto civil de su pas su

    gente lo consider algo normal. Era el lgico soberano. A l le deban

    haber sido liberados del yugo de los Heiqijun; los franceses haban

    sido slo sus instrumentos, guerreros de un pas extranjero que

    haban acudido a su llamada. As fue como recuperaron el gobierno

    sobre su gente, con todo el ilimitado poder de sus ancestros, de

    quienes todava se hablaba en narraciones y leyendas medio

    olvidadas.

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    Hong-Dok creci as. Un hijo de Prncipe destinado a serlo l mismo.

    Al igual que su padre, juzgaba a los europeos como hombres, no

    como estpidos animales. Pero con su fortuna y su gloriareconstruidas otra vez tuvo tiempo para examinar ms de cerca a

    estos extranjeros, meditando sobre las diferencias existentes entre l

    y ellos. Estaba en contacto constante con la Lgion y al igual que yo

    aprendi a distinguir entre el soldado raso que era un autntico

    caballero y el oficial que era, en el fondo, un siervo, sin dejarse

    confundir por los galones. Aqu en el Este, no en vano, se tiene ms

    en cuenta la educacin de un hombre que su origen. Saba que estosguerreros destacaban sobre su propia gente; no sobre l, claro est.

    Pero si su padre los haba considerado sus iguales, Hong-Dok no

    pensaba lo mismo. Cuanto ms los conoca ms persuadido estaba

    que pertenecan a una clase inferior. Eran dignos y maravillosos, s,

    magnficos guerreros. Cada uno de ellos vala lo que cien Banderas

    Negras, pero los haca eso tan notables en realidad? Hong-Dok

    despreciaba a la soldadesca tanto como a cualquier otra profesin.

    Estos lgionnaires no eran analfabetos, saban leer incluso conocan

    el lenguaje de Hong-Dok, pero apenas uno entre mil conoca algo

    de los preceptos del Filsofo. Lo cual no era algo que les hubiera

    exigido de hallar en ellos indicios de otra sabidura igualmente

    profunda. Pero observ, y no vio nada. Estos hombres blancos

    ignoraban tanto del origen ltimo de todas las cosas como el ms

    bajo de sus adictos al opio. Lo que ms lo decepcion fue la actitud

    que mostraban ante su propia religin. No la religin en s,

    entindalo. El credo cristiano era tan bueno como cualquier otro.

    Ahora bien: nuestros lgionnaires son cualquier cosa menos

    individuos religiosos. No hay clrigo en el mundo que les hubiese

    permitido participar de sus sacramentos. Y aun as, en momentos de

    gran peligro, cuando yacan mutilados, algunos se ponan a rezar.

    Hong-Dok se dio cuenta de ello. Observ que esta gente realmente

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    crea que en una situacin desesperada el cielo poda asistirlos.

    Continu con sus investigaciones. Le he dicho ya que Hong-Dok

    hablaba francs mejor que yo mismo? Entabl amistad con el amable

    capelln de Fort Valmy. Lo que fue descubriendo corrobor todavams el sentido de su propia superioridad. Recuerdo perfectamente

    cuando me habl de estos asuntos una tarde en su saloncito de

    fumar, su sonrisa al hacerme notar que ahora por fin lo saba todo

    acerca del culto de los cristianos, y que incluso nuestro capelln le

    pareca un ignorante de sus propios smbolos.

    "Lo peor de todo es que tena razn; no pude discutrselo. Nosotroslos europeos somos creyentes o no lo somos. En Europa hay

    cristianos que guardan la fe de sus padres con autntica devocin y

    hacen de ella un relicario sagrado de profundos smbolos, pero aqu

    en Tonkin ya puede usted intentar encontrar uno, que ni aun con el

    farol de Digenes hallar algo semejante. Para los sabios orientales

    es sin embargo natural, algo con lo que nacen y que es considerado

    parte esencial en un hombre de autntica educacin. Hong-Dok

    descubri la total ausencia de todo ello en sus amigos extranjeros. Ni

    siquiera pudo intercambiar con el capelln los pensamientos ms

    elementales, y gran parte de su antigua admiracin y estima

    desaparecieron. Los europeos le eran superiores en muchas cosas

    cosas a fin de cuentas, a las que l otorgaba escaso valor. En otras,

    los juzgaba sus iguales. Pero en lo ms importante, en el ms

    profundo reconocimiento del secreto de la vida, estaban a aos luz de

    l. Por debajo de l.

    Con el transcurso de los aos este descontento fue engendrando un

    odio que no dej nunca de crecer, en proporcin al reconocimiento de

    que los extranjeros eran los verdaderos dueos de su pas, amasando

    ms poder en sus manos a cada da que pasaba. Ya ni siquiera

    parecan necesitar de las actividades mediadoras que haba ejercido

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    su padre haca aos y ms adelante l mismo; al fin y al cabo, un

    espejismo de autntico poder; decidi que su padre se haba

    equivocado con ellos, y que la gran casa de piedra al lado del ro ya

    no significaba nada. A pesar de todo, personalmente no creo que laamargura se apoderase de la mente de este filsofo, acostumbrado

    como estaba a tomar las cosas como venan. Al contrario, es posible

    que la conciencia de su propia superioridad fuese entonces para l su

    mayor fuente de satisfaccin. La relacin con los europeos que Hong-

    Dok desarroll en el curso de esos aos fue muy simple; se retir

    dentro de s mismo cuanto pudo, y en apariencia sigui tratndolos

    con tanta sinceridad como si fueran sus iguales. Pero cerr a todoslas puertas y ventanas de la casa situada tras su anguloso crneo

    amarillo. Si de vez en cuando me la abra a m era debido a una

    amistad que se remontaba prcticamente a sus primeros das en este

    mundo, y que perviva en parte debido a mi vivo inters por su arte.

    "As era Hong-Dok. Ni por un momento se alter cuando algunas de

    sus esposas tomaron como amantes a mis muchachos o al intrprete

    chino. Si estos incidentes tan balades hubiesen tenido alguna

    consecuencia, Hong-Dok sencillamente habra ahogado a los bebs

    como a cachorros de perro; sin especial odio, slo porque no haban

    sido deseados. Y si el cadete cuando le ech el ojo a Ot-Chen se la

    hubiese pedido a Hong-Dok, como quien pide un regalo, este se la

    hubiera entregado al instante.

    "Pero el cadete entr en su casa disimulando y fingindose un

    caballero. Y se la rob, igual que si un ladronzuelo hubiera robado

    algo de su cocina. Hong-Dok haba notado desde el primer momento

    que el lgionnaire estaba hecho de una pasta ms fina que la mayor

    parte de sus camaradas; yo me di cuenta de ello, porque con l

    siempre se abra un poco ms que con los dems. Y durante la

    relacin que entre los dos se estableci despus todo esto son

  • 8/2/2019 LA CAJA de FICHAS (the Box of Counters, 1917) - Hanns Heinz Ewers

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    suposiciones por mi parte, el cadete probablemente trat a Hong-

    Dok como hubiera tratado en Alemania a un distinguido noble al que

    debiese el mayor respeto y la mayor admiracin. Despleg todos sus

    encantos, su brillante diplomacia, y estoy seguro de que tuvo xito enfascinar a Hong-Dok tanto como haba tenido en fascinarme a m o a

    cualquiera de sus superiores; simplemente, no podas dejar de querer

    a este muchacho tan listo, tan espontneo, tan atractivo. Eso es lo

    que Hong-Dok se dign a hacer: baj de su elevado trono. l, el

    monarca, el artista, el gran discpulo de Confucio. Se rebaj a brindar

    su amistad a un lgionnaire; ciertamente ms de lo que haba hecho

    con cualquier otro antes.

    Luego uno de sus sirvientes le inform de lo que estaba pasando.

    Desde su ventana pudo ver con sus propios ojos al cadete hacindole

    el amor a Ot-Chen en su jardn.

    De modo que esa era la razn por la que vena a su casa. No por l,

    sino por ella. Por una mujer! Un simple animal! Hong-Dok se sinti

    engaado y lleno de vergenza. Pero no como un tpico marido

    europeo! Este extranjero haba fingido quererlo, y l lo haba

    retribuido con su sincera amistad. Esa era la autntica cuestin. Que

    a l, en su orgullosa sabidura, lo haba engaado un soldado de baja

    estofa que en secreto, como un ladrn, slo tena en mente robarle a

    su esposa. Que hubiese malgastado su amor en alguien tan

    miserable, tan indigno. Ya ve. Eso y no otra es lo que este demonio

    amarillo henchido de vanidad no pudo tolerar.

    Una tarde vino al bungalow con sus sirvientes. Descendi del

    palanqun y se aproxim sonriendo a la balaustrada. Traa presentes

    para m, como sola hacer: pequeos abanicos delicadamente tallados

    en marfil. Conmigo haba algunos oficiales en ese momento. Hong-

    Dok los salud a todos con la mayor de las cortesas y se sent con

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    nosotros, sin tomar parte en la conversacin; apenas dijo tres

    palabras hasta que al cabo de una hora se marcharon todos. Esper

    hasta que el sonido de sus caballos se perdi a lo largo de la vera del

    ro. Entonces empez a hablar, con mucha calma, muy suavemente,como si me trajera la mejor de las noticias posibles: 'He venido a

    contarle algo; he crucificado al cadete y a Ot-Chen'

    "Aunque Hong-Dok no era de los que gastaban muchas bromas, no

    pude tomarme un comentario tan chocante de otro modo; tena que

    esconder algo divertido detrs. Y me gust tanto el tono en que lo

    dijo tan parco, tan a la ligera que le segu la broma sin vacilar,respondindole en el mismo tono: 'Ah, si? Slo?'

    "'Tambin he hecho que les cosieran los labios', aadi.

    "Esta vez me ech a rer. 'No puedo creerlo! Y por qu les ha

    concedido ese gran honor?'

    "Hong-Dok respondi tranquilo y sereno, pero sin que la comisura de

    sus labios dejaran de sonrer: 'Por qu? Los pill con las manos en la

    masa'

    "Esta expresin pareci gustarle tanto que la repiti. Sin duda la

    haba odo o ledo en algn sitio, parecindole muy cmico que los

    europeos hiciramos hincapi en un detalle tan absurdo como

    sorprender a un sinvergenza in fraganti; como si descubrirlo justo

    entonces, o antes, o despus revistiese una especial importancia. Lo

    dijo con acento de fingida importancia, exagerando el tono, lo que

    delataba mejor que ninguna otra cosa su profundo disgusto.

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    "'Estoy equivocado, o en Europa se considera que el marido

    engaado tiene perfecto derecho a limpiar su honor castigando al

    ladrn?'

    La desdeosa seguridad de sus palabras me cort y no supe qu

    responderle. l continu con la misma sonrisa, como recapitulando lo

    que a todas luces era algo obvio: 'As pues, les he castigado a ambos.

    Y ya que l es cristiano, medit sobre la manera ms correcta de

    matar a un cristiano; decid que crucificarlo le iba muy bien al joven.

    No est de acuerdo conmigo?'

    Esta curiosa manera de bromear por su parte no me preocup lo ms

    mnimo. Ni por un momento pens que pudiese estar hablando en

    serio; pero empec a sentirme incmodo y dese que acabase de una

    vez con su historia. Por supuesto le cre cuando me dijo que el cadete

    estaba liado con Ot-Chen, y se me ocurri que lo que Hong-Dok

    estaba haciendo era burlarse de nuestras costumbres europeas y de

    nuestra concepcin del honor marital, reducindolo todo ad

    absurdum. As que le dije: 'Ciertamente! Tiene usted toda la razn!

    estoy seguro de que el cadete ha sabido apreciar su cortesa'

    "Pero Hong-Dok neg con la cabeza, casi con tristeza: 'Me temo que

    no. Al menos, no me ha dicho una palabra en ese sentido. Se ha

    limitado a echarse a llorar'

    "Se ha echado a llorar?

    "'As es', dijo Hong-Dok, con pesar. 'No ha dejado de llorar todo el

    tiempo. Mucho ms que Ot-Chen. Le peda ayuda a su dios, y

    entretanto lloraba. Ms que un perro apaleado hasta la muerte, a

    decir verdad. Ha sido muy desagradable. Y esa es la razn por la que

    he tenido que coserle la boca!'

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    "Yo ya haba tenido suficiente con sus bromas. Quera que se

    detuviera de una vez. Le interrump: 'Es eso todo lo que quera

    decirme?'

    "'S, eso es todo. Los he sorprendido juntos, he hecho que los ataran

    y me los trajeran desnudos, les he cosido los labios y los he

    crucificado. Luego los he tirado al ro a los dos'

    "Me alegr de que pusiera fin a su historia. 'Muy bien, y qu?'. Yo

    todava esperaba que me explicase de qu iba la cosa.

    "Hong-Dok me mir con los ojos muy abiertos, como si no entendiese

    qu ms esperaba yo. 'Bueno, slo ha sido la venganza de un pobre

    marido burlado!'

    "S, s, ya le he entendido, ahora dgame, qu quiere decir? cul es

    la gracia?'

    "'La gracia?'. Me mostr una gran sonrisa, como si de pronto la

    palabra le hubiese hecho recordar algo. 'Oh, s! Slo tiene que

    esperar un poco'. Se reclin en su silla y call. Yo no senta el menor

    deseo continuar escuchando su chchara y segu su ejemplo; que

    terminase con su morbosa historia cuando le diese la gana.

    "Permanecimos all sentados durante una media hora, sin cruzar

    palabra. En una de las habitaciones de la casa un reloj dio las seis.

    'En unos minutos deberan llegar', dijo Hong-Dok muy tranquilo. Se

    volvi hacia m: 'Sera tan amable de pedir a su muchacho que le

    trajese su telescopio?'

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    Llam a Bana; me trajo un par de telescopios. Pero antes de que les

    entregasen uno se levant y se inclin sobre la balaustrada,

    sealando en direccin al ro. Grit con satisfaccin: 'Mire, mire! Ah

    llega la gracia!'

    "Cog el telescopio y mir a travs de ellos con ansiedad. En el ro, en

    lo ms alto del ro, distingu una manchita flotando a la deriva en

    medio de la corriente. Se acercaba. Vi que era una pequea balsa. Y

    en la balsa dos personas, dos personas desnudas. Corr a un extremo

    de la baranda tratando de ver mejor. Haba una mujer tumbada boca

    arriba, con sus largas trenzas negras flotando en el agua; reconoc aOt-Chen. Y encima de ella, un hombre. No poda verle la cara pero su

    pelo, ese pelo rojizo... Ah, el cadete! El cadete!

    Le haban clavado las manos a un tablero una sobra otra, tambin los

    pies. Por la madera corran oscuros y delgados hilos de sangre. En

    ese momento vi cmo levantaba la cabeza, movindola con

    desesperacin. Me di cuenta de que estaba hacindome seas.

    Todava estaban vivos!

    "Dej caer el telescopio; creo que perd la conciencia por unos

    segundos. Slo por unos segundos. Enseguida llam a gritos a mis

    sirvientes, como un hombre que se ha vuelto loco. 'Todo el mundo a

    los botes!". Corr a lo largo de la baranda. Vi a Hong-Dok apoyado en

    ella, sonriendo dulcemente, amigablemente. Igual que si me

    estuviese preguntando: 'Bueno, no cree ahora que tiene gracia la

    cosa?'

    "Sabe usted, a veces la gente se burla de mis uas. Pero en ese

    instante, le doy mi palabra, supe exactamente para qu servan.

    Agarr al canalla por el cuello y comenc a estrangularlo. Pude sentir

    cmo mis uas se hundan en la carne de su maldito pescuezo...

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    "Lo solt. Cay al suelo como un saco. Yo me lanc como un posedo

    escaleras abajo, con mis sirvientes detrs. Fui el primero en alcanzar

    uno de los botes. Pero cuando uno de mis muchachos salt dentro sehundi en el agua hasta la cintura; haban abierto un gran agujero en

    el centro. Probamos con un segundo, con un tercero. No encontramos

    ni uno que no estuviese lleno de agua hasta el trancanil; haban

    agujereado todos los maderos. Orden a los sirvientes que

    prepararan el gran junco; nos metimos en l sin orden ni concierto.

    Pero, al igual que el resto de los botes, vimos que la quilla estaba

    perforada. Nos hundimos profundamente en el agua. Imposible creerque pudiese avanzar con l ms de una yarda desde el amarre.

    "'Los sirvientes de Hong-Dok!', grit uno de mis hindes. 'Han sido

    ellos! Antes los he visto rondando por aqu!'

    "Saltamos a la orilla. Di rdenes de sacar uno de los botes, achicar el

    agua y afianzar con una tabla la quilla. Los muchachos volvieron a

    saltar al agua, entre todos agarraron una barcaza y comenzaron

    empujarla y arrastrarla a tierra, casi abrumados por el peso de la

    embarcacin. Yo segua gritndoles, observando entretanto el curso

    del ro.

    "Vi pasar la balsa ante m, ay! apenas a cincuenta yardas de la orilla.

    Estir los brazos como si pudiese agarrarla con las manos...

    "Qu dice usted? Echarme al agua y nadar hasta alcanzarla? S,

    claro... puede que en el Rin o en el Elba! pero en el Sng L?

    Recuerde que era junio, junio! El ro era un enjambre de cocodrilos,

    en particular cuando se pona el sol. Los asquerosos se desplazaban y

    movan alrededor de la balsa, vi a uno de ellos alzndose sobre sus

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    patas, golpeando con su cabeza los cuerpos crucificados. Podan oler

    a su presa y la seguan con impaciencia, ro abajo...

    "El cadete levant la cabeza en un gesto de desesperacin. Le gritque ya bamos, que ya bamos...

    "Pero era como si el ro estuviese de parte de Hong-Dok; agarr la

    barcaza con sus dedos de fango y no la dej ir. Salt al agua con los

    muchachos y les ayud a empujarla. Por mucho que nos

    esforzbamos apenas podamos moverla, levantndola pulgada a

    pulgada. Y el sol ya se pona y veamos a la balsa perderse en elhorizonte, cada vez ms lejos de nosotros.

    "Mi capataz lleg con algunos caballos. Los atamos a la barcaza y

    azotamos a los animales. Por fin comenz a moverse. Un esfuerzo

    ms, otro, gritando y azotando. Colocamos la barca en la orilla. El

    agua sala de ella a borbotones; los sirvientes fijaron tablas en el

    fondo. Pero para entonces ya haba cado la noche.

    "Cog el timn. Seis hombres se pusieron a los remos. Otros tres

    achicaban el agua que segua entrando por la quilla. A pesar de todos

    nuestros esfuerzos, suba y pronto nos lleg a las pantorrillas. Tuve

    que hacer que dos de los remeros se unieran a los que sacaban el

    agua, y luego otros dos. Avanzbamos con insoportable lentitud.

    "Me ayudaba de grandes antorchas para tratar de distinguir algo.

    Pero no encontramos nada. Muchas veces cremos verlos, pero

    cuando nos aproximamos result ser slo el tronco de un rbol a la

    deriva o un cocodrilo. No encontramos nada. Buscamos durante horas

    y no encontramos nada. Volvimos a Edgardhafen y di la alarma. El

    comandante envi cinco barcos y dos grandes juncos. Buscaron en el

    ro durante tres das pero no tuvieron ms suerte que nosotros.

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    Despachamos cables a todas las estaciones ro abajo. Nada. Nadie

    volvi a verlo, pobre cadete.

    "Qu dira usted que pas? Bueno, la balsa posiblemente fonde enalgn lugar de la orilla. O choc contra el tronco de un rbol y se

    parti. De una manera u otra, los reptiles cayeron sobre su presa"

    El viejo apur su vaso y lo alarg al muchacho que nos servia. Bebi

    rpidamente una vez ms, de un solo trago. Se acarici la sucia

    barba gris con sus largas uas.

    "S", continu, "esa es la historia. Cuando volvimos al bungalow

    Hong-Dok haba desaparecido, y con l todos sus sirvientes. Luego

    lleg la investigacin. Ya le he hablado antes de ella. Nada

    especialmente nuevo sali a la luz. Hong Dok haba huido. Y nunca

    volvimos a saber de l, hasta que un da me lleg esta caja de fichas;

    alguien la dej aqu mientras yo estaba ausente. Mis muchachos me

    dijeron que fue un comerciante chino. Hice que investigaran pero fue

    en vano. Aqu tiene, cjala; puede mirar las fichas que no ha visto

    todava"

    Empuj hacia m las fichas de madreselva. "Esta muestra a Hong-Dok

    siendo trado aqu por sus sirvientes en el palanqun. Aqu puede

    vernos a l y a m en el mirador; aqu est l, mientras yo lo agarro

    por el cuello. Hay bastantes fichas representando nuestros esfuerzos

    por sacar la barca del agua, y aqu hay otras describiendo nuestra

    bsqueda nocturna en el ro. En una ficha estn Ot-Chen y el cadete

    siendo crucificados, y en otra en el momento en que les cosen los

    labios. Este es Hong-Dok escapando; esto de aqu es mi mano, como

    una garra, y en el reverso el cuello de Hong-Dok lleno de cicatrices"

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    El viejo encendi de nuevo su pipa. "Ahora llvese su maldita caja!",

    dijo. "Puede que las fichas le traigan buena suerte en el pquer. Hay

    suficiente sangre en ellas"

    Y esta es una historia real.

    Hanns Heinz Ewers: The Box of Counters (Der Spielkasten)

    "The International", XI, 12, New York, December 1917

    * Referido al delito de interrupcin del embarazo

    MAGAZINE DE ENTREGUERRAS

    http://signorformica.blogspot.com.es/