la civilización del capital y la alternativa de una civilización del trabajo

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“CRÍTICA ELLACURIANA A LA CIVILIZACIÓN DEL CAPITAL Y LA ALTERNATIVA PARA UNA CIVILIZACIÓN DEL TRABAJO Presenta: Edwin Godofredo Valladares Portillo 1.0 Actualidad de la crítica ellacuriana a la civilización del capital 1.1 Notas introductorias Ellacuría desarrolla con mayor amplitud su crítica a la civilización del capital, en sus escritos teológicos: “Utopía y profetismo” y “Conflicto entre trabajo y capital en la presente fase histórica. Un análisis de la encíclica de Juan Pablo II sobre el trabajo humano”. Al comienzo del primer texto se resalta la importancia de la “clave temporal” y del “lugar histórico adecuado” para la elaboración teológico- filosófica que en él se emprende. En el segundo texto comenta el tercer capítulo de la encíclica Laborem Excercens (Sobre el trabajo humano de 1981) de Juan Pablo II. Acá ofrece el punto de tensión de toda la encíclica: el problema se plantea en el contexto de un gran conflicto entre el mundo del capital y el mundo del trabajo, entre dos clases sociales, conflicto que también se expresa a nivel ideológico en el enfrentamiento entre el liberalismo y el marxismo. Juan Pablo II comentado por Ellacuría, ofrece unas líneas programáticas para una relación adecuada del trabajo con el capital: el trabajo humano tiene prioridad sobre el capital. Ahora bien, 1

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“CRÍTICA ELLACURIANA A LA CIVILIZACIÓN DEL CAPITAL Y LA

ALTERNATIVA PARA UNA CIVILIZACIÓN DEL TRABAJO

Presenta: Edwin Godofredo Valladares Portillo

1.0 Actualidad de la crítica ellacuriana a la civilización del capital

1.1 Notas introductorias

Ellacuría desarrolla con mayor amplitud su crítica a la civilización del capital, en sus

escritos teológicos: “Utopía y profetismo” y “Conflicto entre trabajo y capital en la presente

fase histórica. Un análisis de la encíclica de Juan Pablo II sobre el trabajo humano”. Al

comienzo del primer texto se resalta la importancia de la “clave temporal” y del “lugar

histórico adecuado” para la elaboración teológico-filosófica que en él se emprende. En el

segundo texto comenta el tercer capítulo de la encíclica Laborem Excercens (Sobre el

trabajo humano de 1981) de Juan Pablo II. Acá ofrece el punto de tensión de toda la

encíclica: el problema se plantea en el contexto de un gran conflicto entre el mundo del

capital y el mundo del trabajo, entre dos clases sociales, conflicto que también se expresa a

nivel ideológico en el enfrentamiento entre el liberalismo y el marxismo. Juan Pablo II

comentado por Ellacuría, ofrece unas líneas programáticas para una relación adecuada del

trabajo con el capital: el trabajo humano tiene prioridad sobre el capital. Ahora bien, esto

no significa que nuestra investigación quede limitada a esto dos textos, al contrario

revisaremos otros textos que pongan en evidencia la radicalidad del último Ellacuría sobre

ésta problemática.

Nos encontramos pues, desde el inicio hasta el final de nuestra reflexión llevados de la

mano del propio Ellacuría ante una cuestión que para él resulta fundamental: “el lugar y el

momento”. En consonancia a ello nuestro punto de partida es la periferia del sistema

capitalista y para ser específicos, El Salvador. En definitiva, será desde un lugar

determinado, desde el mundo del trabajo, que el pensamiento liberador pueda desarrollarse

y ser desplegado en toda su plenitud y riqueza.

En segundo término, llevaremos la reflexión de Ellacuría sobre este tema a la realidad

actual del capital globalizado, la cual continúa siendo homicida y suicida. Es en este

1

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contexto, en donde a pesar de haber transcurrido veintiún años de su martirio, consideramos

que su pensamiento liberador es útil y pertinente para denunciar el mal común que la

civilización del capital deja por donde pasa. Efectivamente, la nueva organización científica

del trabajo impulsada por la globalización económica neoliberal de manera descarada anula

los derechos laborales reconocidos constitucionalmente a favor de los trabajadores. Es así

como en el sector de la Maquila y otros de la actividad económica se pone en práctica la

flexibilización y la desregularización laboral, dando con ellas amplias libertades a los o

empresarios para fijar el salario y para anular otras prestaciones laborales. Esto con el

propósito de reducir los costes laborales de cara a maximizar las ganancias. Amén de los

desastres agroambientales que provocan en la utilización irracional de los recursos

naturales.

La noción anterior, es solo una muestra de la vigencia del siguiente argumento Ellacuriano:

“La civilización del capital valorado en términos universales, ha conducido y está

conduciendo (a) no solo a la ampliación entre ricos y pobres, ya sea regiones, países, o

grupos humanos, lo cual implicas que la distancia es cada vez mayor y que cada vez sea

más grande el número de pobres, al crecimiento aritmético de los ricos corresponde un

crecimiento geométrico de los pobres; (b) no solo al endurecimiento de los procesos de

explotación y opresión con formas, eso sí más sofisticadas; (c)no solo al desglosamiento

ecológico progresivo de la totalidad del planeta; (d) sino a la deshumanización palpable

de quienes prefieren abandonar la dura tarea de ir haciendo su ser agitado y atosigante

productivo del tener, de la acumulación de la riqueza, del poder, del honor y de la más

cambiante gama de bienes consumibles”1.

En consecuencia, el orden internacional hegemónico vigente se revela como un auténtico

desorden, crecientemente peligroso, esencialmente injusto y cada vez más intolerable e

inviable. Efectivamente, la sociedad occidental de los países del primer mundo, su Estado

de Derecho y democracia como modelos a imitar para superar el mal común de nuestros

países son inviables. Día a día la cultura de muerte fomentada por el narcotráfico, el crimen

organizado, las pandillas, el capital nacional y trasnacional, se acentúa sobre los sectores

más vulnerables de la sociedad, sin que las instituciones del Estado actúen eficazmente para

1 Ignacio Ellacuría. “El desafío de las mayorías pobres”, Estudios Centroamericanos (ECA), Nos. 493-494, 1989. Pág. 1077.

2

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contrarrestarlos. Demostrando una vez más que los males de la sociedad actual son

insuperables bajo el modelo civilizatorio del primer mundo. De ahí la radical conclusión de

Ellacuría: “la civilización del capital y de la riqueza ha dado ya de si todo lo positivo que

tenía”. Es así como se requiere de “un proyecto global univerzalizable”, el cual sólo puede

surgir de los pueblos oprimidos. Sin duda, un modelo alternativo a la globalización

económica neoliberal resulta imprescindible para salvar a la humanidad de la actual

tendencia hacia la autodestrucción y rescatar en los países subdesarrollados a millones de

pobres de la muerte lenta en que hoy agonizan.

Llegado a este punto aparecen las preguntas siguientes: ¿Hasta qué punto las sociedades

tercermundistas están preparadas a nivel organizacional para enfrentar estas lacras? ¿Cuál

es el sujeto histórico que debe emprender esta tarea? ¿Cuál es el primer paso que se debe

dar? Se debe comenzar por reconocer que nuestra civilización está enferma y agonizante a

fin de revertir la cultura de muerte. Ciertamente, como afirma Ellacuría: “el estudio de las

heces de nuestra civilización, parece mostrar que esta civilización está gravemente

enferma y para evitar un desenlace fatídico y fatal, es necesario intentar cambiarla desde

dentro de sí misma. Ayudar profética y utópicamente a alimentar una conciencia colectiva

de cambios sustanciales es ya de por sí un primer gran paso”2. Continua afirmando

Ellacuría: “Queda otro paso también fundamental y es el de crear modelos económicos,

políticos y culturales que hagan posible una civilización del trabajo como sustitutiva de

una civilización del capital”3. Es aquí donde los intelectuales críticos de la realidad actual,

tienen el reto y la tarea de iluminar las luchas de los nuevos movimientos sociales. Sin

embargo, para ello se debe revisar críticamente todas las propuestas teóricas para optar en

la praxis política por aquellas que viabilicen la transformación de la realidad histórica

opresora. Sin duda, que para un análisis estructural de la realidad social son de mucha

ayuda las ideas ellacurianas sobre “el espacio y el tiempo”.

En suma, el tercer término de este recorrido intelectual lo constituye la categoría del sujeto

histórico, entendiendo por éste aquél individuo a quien afecta la situación de injusticia. En

este punto es importante tomar en cuenta que tanto la teoría como la acción política para

que sean factibles deben situarse y posicionarse desde las mayorías populares.

2 Ignacio Ellacuría. Op. Cip. Pág. 1078.3 Ibíd. Pág. 1078

3

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Con lo dicho hasta ahora, esperamos haber dejado mínimamente establecido el norte de la

propuesta ellacuriana en su crítica a la civilización del capital, aunque sea de manera

todavía provisional con las coordenadas del sujeto histórico, así como en relación con

algunas coordenadas teóricas, en el marco de su pensamiento filosófico general. Sobre esta

exposición creemos poder desembocar ya en dos de las categorías que usa Ellacuría en el

asunto que nos ocupa: La civilización del capital y la civilización del trabajo.

1.2 La crítica ellacuriana a la civilización del capital

La historia del capitalismo en sus diferentes fases está marcada por la exclusión, opresión y

explotación tanto en el centro como en la periferia. En este contexto, Ellacuría al “situarse”

en precisas coordenadas geo-socio-temporales de América Latina, afirma: “América Latina

es una región, en la cual contrasta su gran potencialidad y riqueza de recursos con el

estado de miseria, injusticia, opresión y explotación, impuesto a una gran parte del

pueblo”4. Las mayorías oprimidas aun no tienen acceso a los servicios básicos que les

permitan plenificarse como seres humanos, por ello todavía es válido alzar una voz de

protesta para condenar las injusticias del orden económico que descaradamente se define

como al que mejor se adapta la naturaleza del ser humano. Sin embargo, deberían clarificar

a qué parte de la naturaleza de él se están refiriendo, sí al egoísmo o altruismo, pues no

podemos soslayar que dentro de la complejidad de la realidad humana se encuentra un

plexo de valores dirigidos a conservar la vida de todas las especies. Por tanto, una ética del

egoísmo como modo de vida es indeseable, debiendo apostar por una ética política que

oriente la praxis hacia la consecución de bien común.

Como apunta Ellacuría: “Esa verdad demuestra la imposibilidad de la reproducción y,

sobre todo, de la ampliación significativa del orden histórico actual, y demuestra más

radicalmente aún, su indeseabilidad, por cuanto no es posible su universalización a lo que

lleva consigo la perpetuación de una distribución injusta y depredadora de los recursos

mundiales y aun de los recursos propios de cada nación, en beneficio de unas pocas

4 Ignacio Ellacuría. “Utopía y profetismo”. Revista Latinoamericana de teología No. 17. San salvador, El Salvador. 1989. Pág. 147.

4

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naciones”5. Ahora desde esta perspectiva nos preguntamos: ¿Basta una reforma al modelo

económico capitalista para superar los efectos directos e indirectos de su civilización

actual? Consideramos que no, pues aun con todas sus reformas históricas no se han

encontrado formas en donde el sujeto primario sea el pueblo dominado y oprimido para

superar el dinamismo del capital y de las exigencias del orden internacional. Además, como

apunta Ellacuría: “tampoco se trata de hacer cosas nuevas, sino más bien de hacer nuevas

todas las cosas, dado que lo antiguo no es aceptable”6. Así pues, se trata de construir una

civilización alternativa al capitalismo desde la preferencia por los pobres.

Sin duda, la configuración real de la civilización del capital señalada por Ellacuría continúa

latente quizá con mayor intensidad a la que percibió en su tiempo. Ciertamente, la cultura

del dominio del hombre sobre la naturaleza, del cálculo, dominio y poder sobre los hombres

mismos cobra mayor fuerza, pues la exigencia de desarrollo impone de manera implacable

una lógica de maximización de las ganancias y de la acumulación como supremo fin, el

cual define según las leyes del mercado el conjunto de relaciones sociales que destruye y se

opone a otras posibilidades liberadoras de la historia.

Así, para evitar cualquier intento de subversión de su lógica actual, la civilización del

capital se nutre de los siguientes principios: La exaltación del beneficio individual.

Insolidaridad social. Expansión y dominación. La lógica de la cantidad y libertad de

trabajo. Principio de necesidad de expansión y conquista de nuevos mercados, nuevos

compradores, territorios renovados, fuerza de trabajo explotable que le entregara las

materias primas necesarias para su reproducción. Principio de integración no solo

económica, sino en buena medida, de modos de vida, costumbres, filosofías tecnologías etc.

Principio de universalidad de la civilización del capital, mediante el dominio que la riqueza

proporciona a los países centrales procuran homogeizar e imponer a las sociedades

sometidas su comportamiento, su propia lógica de funcionamiento y sus intereses

fundamentales. Principio del trabajo como mercancía. La idea de progreso ilimitado que

abarcara todos las esferas de la vida social, la economía, la ciencia y tecnología del

conocimiento: un progreso sin fin que proporcionaría a todos bienestar y prosperidad,

resultando este progreso ininterrumpido en creciente acumulación de conocimientos

5 Ignacio Ellacuría. Op. Cit. Págs. 147-148.6 Ignacio Ellacuría. Op. Cit. Pág. 159.

5

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científicos y sus aplicaciones tecnológicas, acumulación consecuente de riqueza y bienes de

servicios. La vida social se convierte en materia de cálculo y programación al límite de

contabilidad, etc.

En este contexto, la civilización del capitalismo –tiende a imponer como en el pasado la

lógica de las ganancias y de acumulación en todos los ámbitos, sectores, regiones y grupos

sociales– praxis que tiene su base material en el desarrollo de las nuevas tecnologías de la

electrónica, la informática, la computación y las comunicaciones, que no solo permiten el

flujo instantáneo de los capitales financieros sino que hacen posible la expansión mundial

de los medios masivos de comunicación, la universalización de los flujos de información,

incluyendo la publicidad y la propaganda y, por consiguiente, la difusión extensiva e

intensiva de los valores y formas ideologizadas de vida y del consumo de masas.

El despliegue de la concentración y centralización de capitales, lo mismo que el auge

expansivo del capital financiero en el mundo, permite a los grandes consorcios un creciente

control de mercado mundial, control que permite a su vez, intervenir de manera cada vez

más determinante en la toma de decisiones de los organismos económicos internacionales e

influir de manera creciente en el diseño e instrumentalización de la política económica de

los distintos países. Aunque en el marco de la competencia capitalista no es real la

posibilidad de un gobierno supranacional, es manifiesta la progresiva jerarquización de los

Estados nacionales dentro de una estructura controlada por las grandes potencias

económicas cuyo sustento es el poder de las corporaciones.

En definitiva la civilización del capital en la globalización es más de lo mismo, pues bajo

ideología de universalidad de los Derechos Humanos, democracia formal y desarrollo

sostenible, se esconde la desigualdad social, la gran concentración de riqueza en pocas

manos, la multiplicación de las masas urbanas sin trabajo, miseria, depredación del medio

ambiente, ausencia de seguridad alimentaria, aumento de la criminalidad, desestabilización

económica, corrupción, narcotráfico, lavado de dinero etc. Males comunes, que a lo largo

de la historia han constituido las causas tradicionales del descontento popular y por lo tanto

es necesario invertirlos a fin de evitar una convulsión social de grandes proporciones.

1.3 ¿Qué nos ha quedado de la crítica ellacuriana a la civilización del capital?

6

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Las ideas son hijas de su tiempo, de modo que aunque reflejen un fondo permanente y

universal, al menos por acumulación tradicional, se configuran de modo distinto según la

realidad cambiante y la conciencia de la misma. Sin embargo, siguiendo la lógica de la

civilización del capitalismo en la actualidad, consideramos que el análisis epistemológico

de Ellacuría a dicha civilización continua vigente en las siguientes categorías.

1.3.1 La tensión dialéctica entre el mal común y el bien común

A través del poder de lo real la historia puede adquirir tanto la bondad como la maldad

histórica. En ambos casos se trata de un poder de la realidad histórica que se apodera de los

seres humanos. Ciertamente, se puede configurar en la historia un carácter tal que

determinará la condición de los individuos que los deshumaniza y aliena, por ello cuando

este mal se da es definitivo, pues está radicado en una sociedad en la cual se configura

maléficamente la vida de los individuos.

Pero la superación del mal común no vendría automáticamente, sino mediante el cambio o

modificación del sistema de posibilidades del que dispone el ser humano. Así, bastaría a

nivel económico introducir la solidaridad o responsabilidad empresarial para que el sistema

de posibilidades se modifique hacia un mayor grado de justicia. Igualmente, para superar el

mal común a nivel jurídico-político poner en marcha una praxis de liberación que posibilita

al ser humano un mayor grado de libertad. En suma, se requiere una praxis política para

superar el mal común, pues como ideal toda democracia republicana pone el bien común

como techo ideológico, pero “no obstante ser también una necesidad para que pueda darse

un comportamiento realmente humano. Lo que en realidad se da es el mal común.” 7

Para Ellacuría el mal común adquiere mayor gravedad, en el momento actual en donde una

minoría de países explota la materia prima del resto de países, lo cual provoca que las

condiciones económicas, sociales, políticas y culturales sean tales que la mayor parte de las

personas vivan en extrema pobreza con insatisfacción de sus necesidades básicas en salud,

vivienda, educación y trabajo. Por ello, nuestro autor categoriza esta realidad histórica

como un mal común que dadas determinadas condiciones, lo más probable es que afecte a

la mayor parte de las personas; asimismo, porque tiene la capacidad de afectar la mayoría,

7 Ignacio Ellacuría. “Escritos Filosóficos”. Tomo III. UCA Editores, San Salvador, El Salvador, 2001. Pág.447. 7

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de modo que queda resaltada su capacidad de propagarse de comunicarse; por último, por

su carácter dinámico y estructural tiene la capacidad de hacer malos a la mayor parte de los

que constituyen una unidad social.

Para la crítica ellacuriana la civilización del capital conduce a la deshumanización palpable

y por ende a sustituir el ser por el tener. Así, el modelo de ser humano que se promueve es

el individualismo egoísta, cuyo resultado final es la ruptura de la solidaridad humana. De

ahí que es en esta cultura perversa, donde “el mal común real que afecta a las mayorías

cobra las características de injusticia estructural –estructuras injustas que apenas

posibilitan la vida humana y que, al contrario, deshumanizan a la mayor parte de quienes

viven sometidos a ellas– y de injusticia institucionalizada –institucionalización en las leyes,

costumbres, ideologías etc.–, surge el problema del bien común como una exigencia

negadora de esa injusticia estructural e institucional. Consiguientemente el bien común,

surgido como negación superadora del mal del mal común, debe ser contrapuesto como

bien al mal, pero debe tener las mismas características que hacían del mal algo realmente

común.”8

La problemática que señala Ellacuría es rica es contenido, pero por ahora la limitaremos a

la superación de la injusticia estructural e institucional por una justicia estructural e

institucional. Al instalarnos en el actual Estado de Derecho de nuestro país como

instrumento para la democracia y la consecución de la justicia, creemos que dadas las

condiciones históricas concretas es factible crear una cultura jurídica incluyente y

liberadora capaz de contribuir al bienestar material de todos y todas. En efecto, una praxis

forense fundamentada en un plexo de valores jurídico-político que inspire la participación,

igualdad, pluralidad, solidaridad etc., puede situar los derechos humanos en una dimensión

al alcance de todos y todas, que venga a superar el actual estado de injusticia en que vive la

mayor parte de la población. Ahora por muy sencilla que parezca esta argumentación

filosófica, para la praxis política de la función judicial se considera que tiene plena eficacia,

pues por razones prácticas para construir una justicia estructural no es necesario cambiar

todo el sistema, basta una nueva carga ética política en la interpretación de los derechos

humanos para modificar el sistema de posibilidades que nos permita enfrentarnos a la

realidad del sistema de injusticia estructural vigente. Así, el nuevo comportarse, se

8 Ignacio Ellacuría. Op. Cit. Pág. 449. 8

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convierte en una medida necesaria para que el Estado de Derecho refleje institucionalmente

el Estado de Justicia realizador del bien común de todas y todos.

En suma, esto es viable, dado que una función judicial que quiera proyectarse en el tiempo,

debe apoyarse en una sabiduría práctica capaz de conciliar justamente los intereses de todos

y todas. Es aquí donde considero que la categoría de “mayorías” de Ignacio Ellacuría, debe

reinterpretarse en el sentido de la realización de bien común, y no en sentido ideológico,

pues sólo así puede inspirar la función judicial de una sociedad como la nuestra, en donde

todavía provoca cierto escozor y división la referencia a estas categorías. Sin embargo, esto

no implica negar la necesidad de que los funcionarios judiciales se sitúen desde un lugar en

especial, es decir, desde la persona como ser corporal, origen y fin de toda la actividad

política del Estado, incluida por ende la actividad del Órgano Judicial.

1.3.2 La ideologización de los Derechos Humanos y de la democracia

Según la tesis ellacuriana los Derechos Humanos tienden a ser utilizados no al servicio del

ser humano, sino de unos grupos, por ello toman forma abstracta, absoluta, ahistórica y

adquiribles por los más fuertes. Así para la cultura dominante los derecho civiles se

suponen iguales para todos, como si lo ideal fuera la realidad, sin embargo al no poderlos

ejercer la mayoría hace de ellos una burla sangrienta. A esto Ellacuría agrega que la

propaganda ideologizada de la democracia capitalista como forma única y absoluta de

organización política, se convierte en instrumento de ocultamiento y, a veces, de opresión.

Ciertamente, en el campo de las relaciones internacionales el abandono de la democracia

representativa por una participativa, se convierte en una lucha ideológica que lleva hasta la

acusación de países de ser una amenaza para la paz mundial.

De este modo se colige que la crítica de Ellacuría a los Derechos Humanos y Democracia

Occidental tiene como núcleo duro el manejo ideologizados que se hace de los mismos para

ocultar la realidad de injusticia estructural y a veces para oprimir, pues reconoce que el

paquete democrático de Occidente tiene valores y derechos muy dignos de tenerse en

cuenta, sobre todo, si se llevan a sus últimas consecuencias y se crean las condiciones

materiales para disfrutarlos. Al respecto considero que necesario crear tanto las condiciones

materiales como las políticas-jurídicas para el acceso universal a estos Derechos. En efecto, 9

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no basta con mejorar las condiciones materiales del hombre para que todos y todas puedan

disfrutar de sus derechos, pues detrás de estas se puede ocultar la alienación y cosificación

del ser humano, por tanto, se requiere además la construcción de una función emancipadora

en la interpretación y aplicación del derecho. Pues, es frecuente que en la realidad actual la

cultura jurídica dominante interprete el derecho en función de la defensa de los intereses o

la seguridad del Norte o bien de las elites nacionales, convirtiendo la oferta de

humanización y libertad en algo no universalizable. De ahí que se requiere ante todo de una

cultura jurídica liberadora tanto hacia adentro como hacia afuera, que libere de las

ignorancias, temores, de las presiones internas y externas, en busca de una apropiación de

verdad jurídica cada vez más plena y de una realidad cada vez más plenificante.

En definitiva, una visión reductora del disfrute de los Derechos humanos como la que

existe actualmente en América Latina, nos lleva a postular que la validez y eficacia de estos

sólo es aceptable para humanidad bajo un nuevo proyecto global que sea universalizable.

1.3.3 Propuesta para una nueva universalidad

Para superar la universalidad abstracta de la civilización del capital, Ellacuría apunta: “El

principio de universalización…no es un principio de uniformización y, menos aún, de

uniformización impuesta desde un centro poderoso a la periferia amorfa y subordinada,

que es el camino de universalización pretendido por quien desea imponer aquél modelo de

existencia, que le es de momento más favorable”9. Este presupuesto filosófico ellacuriano,

cobra plena vigencia en el contexto actual de la globalización económica, la cual impone

desde la supuesta defensa de los Derechos Humanos una sola democracia y legalidad, que

en nombre de las libertades se apropia de los centros de decisión política, de opinión

pública y de la cultura de los pueblos dominados para beneficio privado de los que

controlan el gran soberano –mercado total–.

Ahora bien, ante una universalización que conduce hacia la deshumanización del hombre,

la propuesta de Ellacuría consiste en hacer la universalización desde la opción preferencial

del los pobres, pues la hecha hasta ahora desde la opción preferencial por los ricos y

poderosos ha traído más males que bienes a la humanidad. En este sentido, para Ellacuría

9 Ignacio Ellacuría. Op. Cit. Pág. 156. 10

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buscar una utopía universalizable históricamente en la que los oprimidos, explotados y

excluidos tengan un lugar determinante, significa comenzar de nuevo. “Comenzar de nuevo

un orden histórico, que transforme radicalmente el actual, fundamentado en la

potenciación y liberación de la vida humana”10.

Sin embargo, ese comenzar de nuevo no significa comenzar de cero, sino ponerse a hacer

las cosas de manera diferente, “ya que lo viejo, en tanto que totalidad, no es aceptable, ni

es tampoco aceptable el dinamismo principal que lo impulsa”11.

En definitiva, para construir una civilización alterna a la civilización del capital parte de su

propuesta teórica consiste en superar la universalidad abstracta y ahistórica que se teje

desde la civilización del capital, por una universalidad concreta y con capacidad para

encontrar el punto de equilibrio entre la unidad-diversidad como conformadora del todo.

1.3.4 Liberalismo/liberación

Si procuramos la construcción de una civilización del trabajo el análisis de la tensión

dialéctica en este punto es medular. Máxime ante una cultura dominante que se define

como defensora y potenciadora de las libertades en todos sus niveles. No obstante, para el

planteamiento ellacuriano todavía no se ha llegado a un estadio de la humanidad donde la

libertad de unos pocos sea superada por la libertad de las mayorías. Esto pone en evidencia

que la libertad de todos no se logra por la vía de la liberalización sino por la vía de la

liberación. Así, en una sociedad injustamente estructurada, la liberación de la pobreza e

ignorancia es el camino de las mayorías para conquistar las condiciones históricas que les

permitan optar con mayor libertad.

Ciertamente, en su origen histórico el liberalismo representó el logro de determinados

derechos, los cuales no aparecen como arte de magia, sino fruto del proceso de liberación

del antiguo régimen para conquistar un mayor grado de libertad económica. Sin embargo,

para legitimar a la burguesía en el poder el liberalismo hizo una cobertura jurídica formal

de la libertad e igualdad a todos los habitantes, pero sin crean las condiciones materiales y

políticas para que otros se liberaran. En esta línea, Ellacuría afirma que: “El ideal utópico

10 Ignacio Ellacuría. Op. Cit. Pág. 159. 11 Ibíd. Pág. 159.

11

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de una plena libertad para todos los hombres no es posible más que por un proceso de

liberación, de modo que no es primariamente la libertad la libertad la engendradora de

liberación, sino que es la liberación la engendradora de libertad, aunque entre ambas se

dé un proceso de mutua potenciación y enriquecimiento”12.

Para Ellacuría: “Tanto la libertad personal como la social y política sólo son tales

efectivamente cuando se “puede” ser y hacer lo que se quiere –se debe o es permitido– ser

y hacer. La libertad sin condiciones reales que la hagan realmente posible puede ser un

ideal, pero no es una realidad, ya que sin las debidas y suficientes condiciones, no se puede

ser ni hacer lo que se quiere”13. He aquí la importancia del planteamiento ellacuriano para

superar la ideologización de los derechos laborales, pues a nivel de discurso oficial se

exalta la proclamación formal de los mismos, sin embargo en el campo de realidad

económica la libertad sindical no se posibilita ni la permiten las formas de dominación

empresarial. Así, los trabajadores no tienen plena libertad para asociarse y defender sus

intereses profesionales, ya que si lo hacen se recurre a las maniobras del despido o las

amenazas de cierre de la empresa. Sin duda estamos en presencia de ciertas opresiones y

dominaciones que procuran que los trabajadores no consigan su libertad, para ser y hacer lo

que se quiere.

Ahora bien, para recuperar el espacio de actualización de la libertad, hay que crear las

condiciones materiales para satisfacer las necesidades básicas de los trabajadores como

liberación para una libertad compartida. En efecto, para Ellacuría: “no basta con una mera

“liberación-de”, pues se requiere una “liberación-para” o una “liberación hacia” la

libertad, que sólo podrá ser plena libertad, cuando sea libertad de todos”14. Este análisis

ellacuriano se complementa con la tesis de la unidad de justicia/libertad en la liberación. En

este sentido, no se trata priorizar la libertad sobre la justicia como sucede en la civilización

del capital, tampoco de priorizar la justicia sobre la libertad como ocurre en el colectivismo

materialista, sino de potenciar con justeza las condiciones materiales que hagan posible un

mayor grado de libertad para todos y todas.

12 Ignacio Ellacuría. “Utopía y profetismo”. Págs. 160-161. 13 Ibíd. Pág.161. 14 Ignacio Ellacuría. Op. Cit. Pág. 163

12

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En suma, la liberalización es insuficiente para alcanzar una libertad compartida, pues se

requiere previamente la liberación de las mayorías populares de la injusticia estructural en

la que viven, “que empieza por la liberación de las necesidades básicas y construye

después condiciones positivas para el ejercicio cada vez adulto de la libertad y para el

disfrute razonable de las libertades”15. En efecto, la liberación es problema de elites y para

las elites, ya que históricamente sólo ha posibilitado un mayor grado de libertad para estas

y mayor opresión, explotación y exclusión social para las mayorías populares. Por tanto,

para países subdesarrollados como el nuestro el disfrute de la libertad y los otros derechos

humanos pasa por la liberación de las mayorías de la opresión empresarial, cultural e

institucional, etc.

2.0 La civilización del trabajo: Alternativa para superar el conflicto capital-trabajo

Para la ética cristiana el trabajo es algo que no debe desagradar al hombre. Sin embargo, la

función que le impone la civilización del capital lo convierte en el infierno para el hombre

trabajador. A pesar de esta crítica la concepción liberal burguesa afirma que la relación de

trabajo es libre e igualitaria. Pero al confrontar la teoría con la realidad se verifica que si el

trabajo se rige por las leyes del mercado, tales principios no pasarán de ser meros ideales,

con razón Marx sostenía: “que los hombres son iguales en el cielo y desiguales en la tierra”.

En efecto, bajo la cultura del capital se han consumado las peores formas de iniquidad

social jamás vistas en la historia, pasando el hombre a ser un objeto más de la producción.

Premisa que se sustenta en el contenido mismo de la Ley de Bronce, la cual sostenía: “que

el hombre al igual que la máquina se le debía dar manutención en cuanto fuera productivo”.

Ahora es verdad que con el paso del tiempo momentáneamente se transformaron las bases

de la sociedad liberal burguesa del siglo XIX y se reconocieron los derechos laborales que

en la praxis empresarial y judicial vendrían a dar una nueva concepción al valor trabajo, es

decir, a considerar el trabajo como función social y no en artículo de comercio. Sin duda, se

trataba de un ideal maravilloso que se apoyó además en los principios de irrenunciabilidad,

dignidad, igualdad, justicia social y democracia en la relación de trabajo, pero a pesar de su

importancia práctica en países subdesarrollados no pasaron de ser meras aspiraciones.

15 Ignacio Ellacuría. Op. Cit. Pág. 162.13

Page 14: La civilización del capital y la alternativa de una civilización del trabajo

Como vemos estas reformas fueron inoperantes para superar los males que históricamente

el capitalismo impone al mundo del trabajo, menos aún dentro del horizonte de la actual

globalización económica. Al respecto Víctor Olea en su crítica a la globalidad apunta: “Los

impactos de la tercera revolución industrial (la informática y los micro chips) y la

globalización han modificado sustancialmente la composición de la sociedad y del trabajo

en actividades industriales tradicionales es cosa del pasado. Aunque dicho espacio sigue

siendo el de la confrontación directa entre el capital y el trabajo productivo –generador de

ganancias–, hoy está desbordado por un sector terciario de servicio, cuyos empleados y

auto empleados (trabajadores y profesionales por cuenta propia) tienden a ocupar el papel

central que antes correspondió al proletariado industrial”16.

La nueva organización del trabajo tampoco responde a las necesidades concretas del trabajo

y a las mayorías populares, sino a las necesidades concretas de individuos y consorcios

internacionales. De ahí que el cambio que impone la globalización al mundo del trabajo no

implica de suyo retornarle el ethos liberador y dignificador que se le fue expropiado, al

contrario ahora se eliminan de manera sofisticada las conquistas que a lo largo de los siglos

los obreros arrancaron al capital.

Al igual que en pasado, hoy en día el trabajo no es actividad destinada a satisfacer las

necesidades espirituales y materiales del ser humano, sino una actividad subordinada a los

fines de acumulación de capital y maximización de las ganancias. En consonancia con ello,

la civilización del capital defiende en la actualidad que la fijación de los salarios no debe

ser regulada por leyes laborales sino por las leyes del mercado.

Por otra parte, el progreso tecnológico limita aun más las posibilidades de los trabajadores

para mejorar sus condiciones de vida, colocando por ende en situación de extrema pobreza

a millones de trabajadores alrededor del mundo, vía la mayor desocupación de la fuerza de

trabajo mundial en la historia del capitalismo. El efecto de esta inequidad social es el

creciente número de trabajadores migrantes dispuestos a desarrollar las cargas de trabajo

más pesadas y por bajos salarios. Pero la tercera revolución industrial no solamente

incrementa el desempleo, sino que también flexibiliza los derechos de los trabajadores

antes considerados intocables. Es así como ahora un creciente número de trabajadores

16 Víctor Flores Olea. “Crítica de la Globalidad. Dominación y liberación en nuestro tiempo”. Fondo de la cultura económica. México. 2000. Pág. 317.

14

Page 15: La civilización del capital y la alternativa de una civilización del trabajo

manuales, técnicos e intelectuales, en las más variadas actividades, no reciben ni

remotamente los beneficios de estabilidad en el trabajo, de contratos a tiempo completo y

de reconocimientos legales a su experiencia y antigüedad.

En definitiva, el mundo del trabajo dentro de la civilización actual del capital continúa sin

encontrar su horizonte libertario, igualitario y democrático. Consciente dicha civilización

del peligro que esto representa para sus intereses mezquinos, fragmenta y estratifica el

trabajo para impedir la existencia de lazos solidarios entre los trabajadores. Pero a pesar de

todo, en la actualidad existen nuevos movimientos sociales que buscan la construcción de

un proyecto global en el que quepan todos y todas.

En este contexto, se trata de construir un proyecto global donde quepan todos. El cual para

que sea factible debe hacerse desde las mayorías oprimidas y desde ahí generar un nuevo

universalismo enriquecedor no opresor como el actual. Se trata pues, de revertir el signo de

la civilización actual y construir una civilización regida por el trabajo humanizador. Es así

como frente a la civilización de la riqueza se construiría una civilización de la pobreza, que

supere la inviabilidad de las reformas realizadas por la civilización del capital en el

contexto de la guerra fría para resolver el conflicto capital-trabajo. En efecto, una vez que

esta llega a su fin el nuevo orden mundial señala que la política de bienestar y de protección

a los sindicatos constituyen un estrobo al libre mercado, por tanto, se debía flexibilizar y

desregularizar los derechos laborales en función de una clara movilización de los intereses

económicos de quienes detenta la riqueza.

Por consiguiente, la visión del trabajo apoyada en la primacía del capital sobre el trabajo

exige un cambio radical de los principios orientarán el nuevo derecho del trabajo, pues

desde nuevos principios se imprimiría a la justicia laboral un contenido ético liberador que

desde la perspectiva constitucional situé a la persona humana como origen y fin del estado

Sin duda, la radicalidad de la nueva justicia laboral debería apoyarse en el pensamiento

filosófico-teológico del padre Ellacuría, para cumplir válida y eficazmente el objetivo de

armonizar las relaciones entre empresarios y trabajadores.

Esto debido a que un orden político comprometido con la civilización del trabajo debe

entender, que la armonía en la relación de trabajo es el fruto de un –Estado de Justicia– que

fomenta la libertad, solidaridad, fraternidad, inclusión social, educción, salud, vivienda etc.

15

Page 16: La civilización del capital y la alternativa de una civilización del trabajo

De ahí que una aproximación a este ethos liberador, la compromete a realizar cambios

estructurales y radicales en el orden económico, político, jurídico y social. Así solamente

redefiniendo su papel histórico se puede dar vida a un Estado de Derecho orientado no bajo

la razón instrumental sino bajo una razón liberadora garante de la libertad y la justicia.

En esta línea, el padre Ellacuría argumenta: “la civilización de la pobreza, propone como

principio dominador, frente a la acumulación del capital, la dignificación del trabajo, un

trabajo que no tenga por objeto principal la producción de capital, sino el

perfeccionamiento del hombre. El trabajo visto a la par como medio personal y colectivo

para asegurar la satisfacción de las necesidades básicas y como forma de

autorrealización, superaría distinta forma de auto y de hetero-explotación y superaría

asimismo desigualdades no solo hirientes, sino causantes de dominación y antagonismo”17.

Por consiguiente, se trata de construir una civilización del trabajo comprometida con la

solidaridad compartida en contra posición con el individualismo cerrado y competitivo de

la civilización de la riqueza. Pues el perfeccionamiento del hombre trabajador le permitirá

ver a los otros no como parte de uno mismo, sino verse asimismo en unidad y comunión

con los otros. Sin duda, que esto se conjuga bien con lo más hondo de la inspiración

cristiana que aparece en consonancia con una de las mejores tendencias de los sectores

populares latinoamericanos, que se abre frente a tendencias individualistas disociadoras.

Solidaridad que se posibilita en el disfrute común de los bienes comunes. En este entender,

su compromiso para la transformar la civilización del capital debe ser cuidadoso para no

repetir los males que ésta provoca. Por ello debe tener como objetivo no hacer de la riqueza

un ídolo, pues si esto se repite, como principio terminará absorbido por la desidia y el

egoísmo, y no por principios altruistas y fraternarios.

Además de estos principios, Ellacuría comentado la Encíclica Laborem Exercens (sobre el

trabajo humano) desarrolla los principios fundamentales de la relación trabajo-capital, que a

mi juicio vendrían a hacer nueva la justicia laboral. En este sentido, apunta: “Juan Pablo II

propone ciertos principios que deben normar la relación entre trabajo y capital: el hombre

es el principio y fin de toda actividad económica”18. La propuesta consiste en afirmar al 17 Ignacio Ellacuría. Op. Cit. Pág. 171.

18 Ignacio Ellacuría. “Escritos teológicos”. Tomo III. UCA Editores, San salvador, El Salvador. 2002. Pág. 398. 16

Page 17: La civilización del capital y la alternativa de una civilización del trabajo

trabajador como destinatario de la producción y no como su instrumento. Ahora el

fundamento de este principio tiene que ver con el hecho que el trabajador como sujeto libre

emplea su inteligencia en la actividad productiva para obtener los medios necesarios que lo

perfeccionen y dignifiquen como ser humano, por ello el trabajo debe estar “en función del

hombre y no el hombre en función del trabajo”19. El segundo principio consiste en “que el

trabajo constituye la clave de la cuestión social. Mientras no se resuelva humana y

justamente el problema del trabajo, la cuestión social con toda su complejidad creciente,

quedará irresuelta”20. La propuesta es radical, pues si el hombre trabajador no constituye el

verdadero fin del proceso productivo quedarán irresueltos los anhelos de justicia, libertad,

igualdad y dignidad. El tercer principio que propone: “sería la vinculación indisoluble

entre trabajo y capital. Este principio no puede ser rectamente entendido si no se tiene en

cuenta el que expondremos a continuación: la prioridad del trabajo sobre el capital, y si

también no se tiene en cuenta otro principio ulterior de que el capital debe dejar de serlo

en sentido capitalista, tanto privado como estatal, absolutos para cobrar un nuevo

sentido”21. Sin duda trabajo y capital son necesarios e indispensables en el proceso

productivo, pero el capital debe superar sus premisas estrictamente económicas por unas de

contenido social que fomenten el desarrollo de la vida humana del hombre trabajador y de

su grupo familiar. El cuarto principio consiste en la prioridad del trabajo sobre el capital, lo

cual sentido a partir del hecho que en el proceso productivo el trabajo “siempre es causa

eficiente y primaria” para la generación de riqueza, al contrario el “capital es sólo un

instrumento o la causa instrumental”. Creo que este principio podría provocar un debate en

cuanto a la definición de trabajador como sujeto subordinado en la relación de trabajo, pues

es el punto de partida que utiliza el derecho del trabajo liberal para tales efectos, pero que

por ahora no voy a tratar en este ensayo. Para Ellacuría de todos esos principios se sigue

otro, “y es que toda la actividad económica estrictamente tal debe estar regida por las

exigencias intrínsecas del hombre trabajador y no de la cosa-capital”22. Es claro que dicho

principio solamente podría tener aplicación dentro de la civilización de la pobreza, pues

para que la actividad económica tenga como fin último la satisfacción de las necesidades 19 Ignacio Ellacuría. Op. Cit. Pág. 39920 Ibíd. Pág. 399.21 Ibíd. Pág. 399.22 Ignacio Ellacuría. Op. Cit. Pág. 401.

17

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básicas del hombre trabajador, se debe elaborar un proyecto de productividad orientado por

preguntas como: qué producir y para quién producir, y no bajo la línea de la civilización de

la riqueza que produce por la exigencia de lucro individual. Por último: “El conjunto de

esos principios se constituye en el criterio fundamental para juzgar desde un punto de vista

ético el valor o desvalor de un sistema económico, su justicia o injusticia”23.

En suma, es sobre la base de estos principios fundamentales donde la civilización del

trabajo debe hundir sus raíces para superar la civilización del capital o cualquier otra

civilización enraizada en la premisa de la prioridad del capital sobre él trabajo, pues sólo

desde este horizonte liberador puede aproximarse a la liberación y dignificación del hombre

trabajador.

3.0 Sujeto histórico de la construcción y defensa del proyecto liberador del trabajo

Dice Ellacuría: “Por sujeto histórico se entiende alguien afectado “históricamente” por la

historia”24. Esto nos pone en la pista para considerar que el sujeto histórico que se

encargará de construir y defender un proyecto liberador del trabajo, es el hombre

trabajador, quien a mi juicio debe iluminar su praxis de liberación con el pensamiento

filosófico-teológico del padre Ellacuría. Ciertamente, para que este sujeto no arrastre los

mismos vicios que denuncia, debe comenzar por tomar conciencia de la necesidad de

sustituir los valores del individualismo por los valores de la solidaridad compartida, (amor,

esperanza, pluralidad, justicia) es decir, se requiere de un nuevo hombre que sustituya al

viejo hombre. En este sentido, Ellacuría señala: “Típico, sin embargo, de este hombre

nuevo, movido por el Espíritu, es que su motor no es el odio, sino la misericordia y el

amor, porque ve en todos a hijos de Dios no enemigos a destruir”25. Por ello, debe guiar su

accionar no por la voluntad de dominio sino por la vocación de servicio. Además, es un

hombre de esperanza. En esta línea, Ellacuría apunta: “El hombre nuevo para ser realmente

nuevo ha de ser hombre de esperanza y de alegría en la construcción de un mundo más

23 Ibíd. Pág. 401.24 Ignacio Ellacuría. “Cursos universitarios”. UCA Editores. San Salvador, El Salvador, 2009. Pág. 320.25 Ignacio Ellacuría. “Utopía y profetismo”. Pág. 167.

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justo”26. Se trata de un hombre que a pesar de las circunstancias adversas no se deja

dominar por el pesimismo, en otras palabras es optimista en la práctica. Por último, dice

Ellacuría: “El hombre nuevo es un hombre abierto, que no absolutiza ningún logro en el

engaño de hacer de algo limitado algo infinito”27. Esto es necesario, pues sólo así su

proyecto global es universalizable.

Tomar conciencia de lo anterior es importante para que el sujeto histórico que asume el

compromiso de transformar la civilización del capital por una civilización del trabajo, no

termine entregándose en el orden económico, político, cultural que denuncia, pues la

realidad histórica es testigo de traiciones y desencantos. Asimismo, tomar conciencia que

frente ante la fragmentación social contemporánea el reto no es fácil pero tampoco

imposible. En efecto, la pluralidad social en la que habitan diversos intereses y distintos

posibles ha hecho colapsar las viejas unidades comunitarias. A esto también contribuye el

alejamiento entre el campo y la ciudad, las distancias que imponen las modernas urbes, las

rupturas familiares e inclusive la proliferación de los niños desamparados; todo ello da

cuenta de la fragmentación e inclusive de la disolución en que vive la sociedad

contemporánea. Así, la relativa unidad social de los primeros tiempos del capitalismo se

encuentran hoy rotos y fraccionados extraordinariamente.

Pero, a pesar de la fragmentación social que configura la actual aldea global; aun existe una

“real promesa” de liberación, una oposición al mundo de la alineación y sumisión, que ha

borrado cualquier posibilidad de acción solidaria. El sentido actual de la historia impuesto

por el capitalismo es refutado no solo por el testimonio de sus fracasos y traiciones pasadas,

sino por el hecho de que exhibe y anuncia ya, al igual que antes, su carácter, destructivo y

desolador y por la realidad del surgimiento de nuevas y variadas fuerzas sociales que se

oponen y afirman la diferencia, postulando la necesidad de un orden económico, político y

social capaz de resolver los problemas colectivos con base al principio de solidaridad. Por

tanto es necesario que los movimientos sociales comprometidos con el proyecto liberador

del trabajo “maduren” de cara a hacer de la solidaridad su definición misma, sin dejar de

lado estilo, significado y legitimidad propia.

26 Ibíd. Pág. 167.27 Ibíd. Pág. 167

19

Page 20: La civilización del capital y la alternativa de una civilización del trabajo

Ante la complejidad de la sociedad actual el proyecto liberador del trabajo no se limita a

los intereses del proletariado industrial, pues existe una pluralidad de intereses por resolver.

Por tanto, si bien incluye el proletariado también están incluido los trabajadores del sector

servicio que ha crecido en las últimas décadas, lo mismo incluye los trabajadores

independientes, profesionales, técnicos, los participantes en los medios de comunicación de

todo tipo y por supuesto los desempleados y sub empleados. Hoy resulta extraordinaria la

variedad de todas las actividades sociales, y también el número y variedad de clases y

grupos que sufren la devastación de un capitalismo cada vez más concentrado y

especulativo. A estos habrá que añadir los fuertes movimientos sociales que se han

desarrollado y que exigen el respeto de una variedad de derechos humanos, de las etnias, de

las mujeres, de los homosexuales, del medio ambiente etc. Además todas aquellas

comunidades locales y regionales, corrientes migratorias que son marginados por el

crecimiento concentrado y discriminado del capital.

Es cierto que el entrelazamiento de esos grupos, movimientos y fuerzas sociales diversas,

su origen y fines a veces no coinciden en sus demandas específicas. Sin embargo, cabe

mencionar que coinciden en ser movimientos anticapitalistas y antisistémico.

En definitiva, considero que el sujeto histórico que ponga en práctica el proceso de

liberación cuenta en la actualidad con un sistema de posibilidades para optar e incidir en la

realidad; asimismo, cuenta con la civilización del trabajo como horizonte utópico para

iluminar sus acciones políticas. En efecto, el sujeto colectivo tiene la capacidad y poder de

organización heredado por los movimientos sociales clásicos y el uso de la informática para

movilizar no solo movimientos regionales sino a nivel mundial. Así pues, existe la

posibilidad de constitución de un sujeto social activo a gran escala. Lo que se debe revisar

es si el hombre individual o colectivo cuenta con la capacidad de ser sujeto, autor y

destinario del proceso de liberación y no un simple actor o agente, pues si esto ocurre no

opera la capacidad y poder realizador de la liberación al interior y exterior del sujeto

histórico. De ahí que las condiciones que debe tener un sujeto de la historia para que se

libere a nivel personal y colectivo son las siguientes: a) enfrentar responsablemente el curso

de la historia para que pueda incidir en él, obviamente que para ello debe previamente

tomar conciencia de una historia concreta; b) constituirse como sujeto colectivo no

20

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individual, pues el sujeto colectivo posibilita un mayor influjo en la historia, ahora esto no

implicaría que el sujeto histórico termine por anular las individualidades y; c) que se

constituya dentro de los grupos mayoritarios que padecen la opresión o en la comunidad de

víctimas oprimidas de la historia. Todo esto tiene sentido si tomamos en cuenta que no

existe sujeto histórico que lo controle todo, por ello el proceso de liberación debe ser

conducido por hombres libres interior y exteriormente.

4.0 CONCLUSION.

Hemos intentado en el recorrido de este trabajo realizar una aproximación crítica a la

civilización del capital, las negaciones y contradicciones que configura la actualización de

su realidad histórica, a fin de proponer como alternativa la civilización del trabajo. En este

contexto, siguiendo a Ellacuría consideramos que el modelo económico, social y político a

construir debe hundir sus raíces en los principios fundamentales del trabajo, siendo ellos los

que permitirán darle un nuevo nombre.

Se ha intentado señalar que la trasformación radical del sistema capitalista es una necesidad

impostergable, pues en su interioridad se encuentran los males que deben ser arrancados de

raíz, entre ellos la codicia, desidia, egoísmo y libertinaje que cercenan los Derechos

Humanos. En efecto, es en su materialismo economicista, de donde despierta la ambición

de explotar al hombre para acumular más riqueza. Además, de ahí surge la traición el

engaño y la ideologización de los valores. Aunque debemos reconocerle algunas cosas

positivas ente ellas: la idea de razón, los derechos humanos, los conocimientos científicos y

tecnológicos, pues forman parte de nuestra cultura y horizonte de vida. Así pues, la idea de

razón emancipadora es irrenunciable por constituir un principio de comunicación

democrática en el que podemos encontrar salidas y soluciones, pero sin desconocer sus

trampas y traiciones.

Finalmente, es de reconocer que el proyecto global de la civilización del trabajo ante la

actual fragmentación y complejidad para que sea universalizable desde su origen, debe

configurar un sujeto histórico que sea incluyente de todos los sectores, pues de lo contrario

difícilmente tendría éxito en una sociedad tan complicada como la nuestra. Ahora esto no

21

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significa renunciar al lugar desde dónde, para qué y para quiénes debe fijar su horizonte la

nueva civilización y nuevo derecho del trabajo.

5.0 BIBLIOGRAFIA.

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