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La Independencia
de México
ATLAS HISTORICO
INSTITUTO NACIONAL DE ESTADISTICA, GEOGRAFIA E INFORMATICA
La Independencia
de México
ATLAS HISTORICO
INEGI
INSTITUTO NACIONAL DE ESTADISTICA, GEOGRAFIA E INFORMATICA
DR © 1992, Instituto Nacional de Estadística,
Geografía e Informática
Edificio Sede
Av. Héroe de Nacozari No. 2301 Sur
Fracc. Jardines del Parque, CP 20270
Aguascalientes, Ags.
La Independencia de México
Atlas Histórico
Primera Edición: Agosto de 1985
Primera Reimpresión: Julio de 1988
Segunda Reimpresión: Noviembre de 1992
Impreso en México
ISBN 968-892-007-X
Esta publicación consta de 5 000 ejemplares y se terminó de
imprimir en el mes de noviembre de 1992 en los talleres del
Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática
Av. Héroe de Nacozari No. 2301 Sur, Acceso 11, P.B.
Fracc. Jardines del Parque, CP 20270
Aguascalientes, Ags.
México
Presentación
• ' a Secretaría de Programación y Presupuesto por medio del
Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, publi-
ca el Atlas Histórico de la Revolución de Independencia en el
marco de la conmemoración del CLXXV Aniversario del inicio
de nuestra gesta libertaria.
El estudio de la historia patria es requisito indispensable para la
afirmación de nuestra nacionalidad, y el acercamiento a las solu-
ciones de nuestros problemas con una concepción amplia del es-
fuerzo de las generaciones que nos precedieron.
La revolución que estalló en 1810 y produjo el nacimiento del Mé-
xico independiente se incubó en nuestro país y en el exterior du-
rante el siglo XVIII. Es resultado indiscutible de un conjunto de
profundos cambios sociales, internos y externos que se aceleraron
de manera sobresaliente en la segunda mitad de esa centuria. No
es un fenómeno aislado o provincial. Forma parte de los movi-
mientos que marcaron el hundimiento del viejo régimen y la con-
solidación del capitalismo a nivel mundial.
El triunfo de las revoluciones, norteamericana y francesa, estimu-
ló el pensamiento y la acción de los insurgentes en Hispanoaméri-
ca.
La lucha popular iniciada por Miguel Hidalgo, maestro de gene-
raciones nicolaitas, intelectual revolucionario, aun sin alcanzar el
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triunfo, supo integrar las masas a la causa independentista. Es el
genio de Morelos el que lleva a su climax militar y político al pro-
ceso revolucionario, que a pesar de la derrota configurada con su
muerte, permite la continuidad de la lucha. Si Hidalgo nos dio
Patria, Morelos configuró nuestra Nación.
De 1816 a 1820, Guerrero, Bravo, Victoria, Ascencio, Mina y
otros caudillos revolucionarios mantienen viva la llama de la in-
dependencia hasta su culminación con Guerrero.
La historia de la revolución de independencia es, además, la his-
toria de una búsqueda coherente de la libertad y la justicia, de
una sociedad en que sus ciudadanos sean iguales, de un estado de
derecho e instituciones basados en la soberanía popular. Es la
lucha por la afirmación de nuestra nacionalidad mexicana.
En los documentos más significativos de aquella época: las
proclamas de Hidalgo, los "Sentimientos de la Nación" de More-
los y la Constitución de Apatzingán se plasman genuinas aspira-
ciones populares. De su análisis, en esta obra, puede constatarse
que la guerra de Independencia fue la primera gran revolución so-
cial de nuestra historia, y cómo aquellos patriotas insurgentes
veían con claridad la necesidad de concretar y transformar aspira-
ciones en leyes y conforme a ellas organizar la vida futura de una
nueva nación independiente.
Para integrar la presente publicación se consultaron mapas origi-
nales, fotografías y facsímiles de la época que enmarca, localiza-
dos en el país y en el extranjero. Documentos que rendirán pro-
vechosa utilidad no sólo a especialistas y estudiosos sino a todos
cuantos se interesen por ese momento tan fundamental y definiti-
vo de nuestra historia como nación libre y soberana.
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CONTENIDO ,
paz-
La Nueva España en vísperas
de su independencia 7
Hidalgo, intelectual revolucionario 27
Iniciación del movimiento libertario 37
A uge de la revolución popular 67
Heroica resistencia insurgente 87
Consumación de la independencia 103
Bibliografía 123
Indice de ilustraciones 120
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El Retablo de la Independencia Mural de J. O'Gorman, pintado en 1960-1961
Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepee, México, D.F.
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La Nueva España en vísperas
de su independencia
L/ A DESIGUALDAD SOCIAL en la Nueva España, derivada
de la concentración de la riqueza y propiedades en manos de los
españoles peninsulares, monopolistas de los altos puestos bu-
rocráticos y eclesiásticos, había fomentado un desesperante des-
contento en los otros grupos relegados y explotados, que en dife-
rentes ocasiones intentaron romper con su humillante condición y
desplazar a la opresora élite peninsular que por años los había
menospreciado y sojuzgado.
A partir de las reformas que los borbones ilustrados implan-
tan en la Nueva España hacia el último tercio del siglo XVIII, que
tendieron a fortalecer al Estado frente al poder de la Iglesia, limi-
taron inmunidades eclesiásticas, ordenaron la enajenación de los
bienes raíces en provecho de la Real Caja, modificaron la división
política administrativa al establecer las intendencias, liberaron el
comercio y organizaron un ejército colonial permanente con el fin
de asegurar el dominio económico de la Corona española. "Con
eso se fortaleció indudablemente el absolutismo monárquico y, a
la vez, se hizo más profundo el conflicto entre españoles y mexi-
canos. Y, por consiguiente, dicho cambio abrió en buena parte el
camino a la revolución de independencia" (Gortari, 1980, p,
238). Estas reformas, aunadas a la especial configuración socio-
económica imperante en el virreinato, repercutieron en un auge
económico sin precedente, y a diferencia de lo previsto desestabi-
lizó el orden que por largos años había vivido la Nueva España,
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L'Amerique dívisée en ses principaux Etats
Bonne, 1790
Servicio Histórico Militar. Madrid, España
La población novohispana estaba rígidamente estratificada,
no sólo por el factor económico sino étnico. Su más patética de-
mostración la hace el obispo de Michoacán, Abad y Queipo, en
un documento que redactó en 1799: "Ya dijimos que la Nueva
España se componía con corta diferencia de cuatro millones de
habitantes, que se pueden dividir en tres clases: españoles, indios
y castas. Los españoles comprendían una décima del total de la
población, y ellos solos tienen casi toda la propiedad y riquezas
del reino. Las otras dos clases que componen los nueve décimos,
se pueden dividir en dos tercios, los dos de castas y uno de indios
puros. Indios y castas se ocupan en los servicios domésticos, en
los trabajos de agricultura, en los ministerios ordinarios del co-
mercio y de las artes y oficios. Es decir que son criados, sirvientes
y jornaleros de la primera clase (de los españoles). Por consi-
guiente, resulta entre ellos y la primera clase aquella posición de
intereses y de afectos que es regular en los que nada tienen y los
que lo tienen todo, entre los dependientes y los señores. La envi-
dia, el robo, el mal servicio de parte de los unos; el desprecio, la
usura, la dureza de parte de los otros. Estas resultas son comunes
hasta cierto punto en todo el mundo. Pero en América suben a
muy alto grado, porque no hay graduaciones: son todos ricos o
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miserables, nobles o infames". (Torres Quintero, 1980, p. 24).
Esta desigualdad social y económica descomunal no podía pasar
inadvertida para ninguna persona, así estuviera de paso en el
país. El mismo barón de Humboldt, impresionado, comenta:
"México es el país de la desigualdad. Acaso en ninguna parte la
hay más espantosa en la distribución de fortunas, civilización,
cultivo de la tierra y población". (Humboldt, 1978, pp. 68-69).
Más adelante señala: "...en América la piel, más o menos blanca,
decide el rango que ocupa el hombre en la sociedad". (Hum-
boldt, 1978, p. 90).
Los peninsulares, ubicados en la cúspide de la pirámide, es-
taban dedicados al comercio exportador, ocupaban los puestos
más importantes de la burocracia y gran parte de los intermedios
y menores, además de monopolizar también los altos y medianos
cargos de la Iglesia y el Ejército.
Los criollos eran los que seguían en la escala social. Suma-
ban hacia 1810 alrededor de un millón de individuos, de los cuales
un 5 por ciento (ricos mineros y grandes hacendados), podrían
equipararse en rango social, a los peninsulares, pero estaban ve-
dados para ellos los elevados puestos políticos, administrativos,
Carte du Goife du Mexique el des Isles Antilles P. F. Tardieu /P. J. Valet, 1803
Castello Sforzesco. Milán, Italia "Milano, Cívica Raccolta Stampe BertareM"
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eclesiásticos y militares. La parte criolla más numerosa, la in-
tegraban hacendados medianos, mineros de segunda, rancheros,
empresarios. Un sector importante prefería seguir la carrera de la
abogacía, eclesiástica o militar, y constituyó la clase criolla
ilustrada. Sus componentes se convertirían en los primeros recep-
tores y difusores de las ideas ilustradas que consigo trajeron la in-
dependencia de los Estados Unidos y la Revolución Francesa.
"De este grupo saldrán más tarde los ideólogos y caudillos de la
revolución de independencia". (Florescano, 1980, p. 247).
Las castas —en una ocurrente gama de nombres— conside-
radas en un rango superior al del indio, eran el resultado de la
mezcla de criollos, indios, mestizos y mulatos. Trabajaban en los
obrajes, fábricas de loza y cigarreras, y en la ciudad como pana-
deros, criados, cocheros y mozos. En las minas y haciendas ocupa-
ban la mayoría de los puestos intermedios y de confianza. Pero,
desocupadas, muchas deambulaban por las principales ciudades y
reales de minas, formando la legión de "léperos". A finales del
siglo XVIII se habían multiplicado tanto, que junto con los
criollos, era la clase que más se había prodigado.
Los indios, el núcleo social más numeroso de la Nueva Espa-
ña, representaban más del 60 por ciento de la población total, pa-
gaban un tributo especial a la Corona y considerados como "me-
nores de edad", no podían, por ejemplo, firmar escrituras públi-
cas por más de 5 duros, o contratar libremente su trabajo. El in-
dio, trabajaba a menudo en la agricultura, minas, ranchos, mi-
siones, haciendas y otras heredades.
En el sur, centro y occidente vivían en comunidades indíge-
nas, muy arraigados a sus tierras y tradiciones. Los que perdían
sus tierras se empleaban como peones o jornaleros, en las ciuda-
des trabajaban como sirvientes de españoles y criollos, o como
obreros, preferentemente en los trabajos rudos. En suma, fue la
clase social más explotada, denigrada y reprimida durante la Co-
lonia, y a la postre, pie firme del ejército insurgente.
La creciente prosperidad de la Nueva España fue indiscutible
en todas las vertientes económicas. La industria minera, exclusiva
de españoles y criollos, había alcanzado su culminación, gracias,
en parte, a las Nuevas Ordenanzas de Minería (1783), que crearon
el Consulado de Minería, El Tribunal General de Minería, El
Banco de Avío y la Escuela de Minería. Pero, lo que mayor im-
pulso le dio fue la rebaja del precio de la pólvora y el mercurio;
sobre todo este último, que le era tan necesario, fue abastecido de
manera suficiente y regular. Otros dos factores influyeron: la uni-
ficación de pequeños y medianos mineros y el descubrimiento de
ricas vetas.
El aumento en la producción de plata en 1800 fue de tal mag-
nitud, que Nueva España aportaba el 66 por ciento de la produc-
ción mundial y contaba con unas 3 000 minas en explotación en
todo el país. (Florescano, 1980, p. 270).
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L' Amerique divisée en tous ses Pays el Etats Longchips / Janvier, 1754
Servicio Histórico Militar. Madrid, España
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Mapa que Reperesenta el estado que tenían las aguas: el riesgo de inundarse en que se vio México el año de 1806 y las Obras y Canales de desagüe y navegar con que puede Livertarse para sienpre de este peligro Garcia, 1806
The University of Texas at Austin. Austin, Tx. EE. UU.
La industria, a diferencia de la minería, no recibió estímulos
de la Corona, por el contrario, la política metropolitana estuvo
dirigida a limitar el desarrollo de ciertos productos que pudieran
competir con los provenientes, de España. Así, actividades como
el refinamiento del azúcar y aguardiente, la elaboración de telas
de algodón, seda o lana, fueron objeto de continuas limitaciones.
Pese a todo, la industria textil se desarrolló sobre todo en la re-
gión del Bajío, Guadalajara, Michoacán y también Puebla. A fi-
nales de 1810, 60 000 personas se dedicaban a la manufactura de
textiles.
El campo estaba dividido en haciendas, ranchos, propieda-
des comunales y pequeñas propiedades. En el Bajío, Michoacán,
Guadalajara, Apan y México, dominaban los grandes latifundios
que habían crecido a expensas de las comunidades indígenas. En
su mayoría, vivían perpetuamente endeudados con la Iglesia que,
de siempre, fue la principal fuente de crédito.
Los decretos sobre el libre comercio expedidos desde 1770,
permitieron el rompimiento monopólico que a lo largo de más de
dos siglos había impuesto el puerto de Cádiz con Veracruz para la
salida y entrada de mercancías, situación que abatió la hegemonía
de los comerciantes agrupados en el Consulado de la Ciudad de
México, haciendo surgir los grupos de comerciantes provinciales,
uno de los cuales, el de Veracruz, llegó a competir e incluso a su-
perar al de la propia capital mexicana. Esto obligó a la creación
de las diputaciones provinciales en Orizaba, Puebla, Valladolid,
Oaxaca, Querétaro y Guanajuato, dependientes del Consulado de
México.
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