la loba de al-andalus -...

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    MARDNISH, rey musulmn de toda lazona del Levante, trata durante toda su vidade contener el avance de los aragoneses por elnorte y de los almohades fanticos por el sur,mientras establece relaciones de amistad yproteccin mutua con el monarca de Len yCastilla y muchos otros nobles cristianos. Peroa pesar de su valenta y continuas batallas,finalmente no es capaz de impedir la invasinde los musulmanes del norte de frica. Laloba de al-ndalus es el relato de los hechosreales que sucedieron en un momento decisivopara nuestra historia. La semblanza del reyLobo, un personaje injustamente relegado, yla invasin almohade, el mayor peligro al quese vieron sometidos los cristianos de laReconquista. Una lucha de poder narrada conlenguaje directo, sencillo y evocador, quealterna la accin con el romanticismo y la

  • intriga en una poca de hroes, trovas,grandes batallas, fidelidad y traicin, muertestrgicas y pasiones desbocadas. Un hito picoen el que se decidi el destino de lo quedespus se llamara Espaa.

  • Sebastin Roa

    LA LOBA DE AL-ANDALUS

    2012, Ediciones B, S.A.Coleccin: HistricaISBN: 9788466651745Generado con: QualityEbook v0.56Generado por: Selubri, 06/11/2012

    SINOPSIS

    MARDNISH, rey musulmn de toda la

    zona del Levante, trata durante toda su vidade contener el avance de los aragoneses por elnorte y de los almohades fanticos por el sur,mientras establece relaciones de amistad yproteccin mutua con el monarca de Len y

  • Castilla y muchos otros nobles cristianos. Peroa pesar de su valenta y continuas batallas,finalmente no es capaz de impedir la invasinde los musulmanes del norte de frica.

    La loba de al-ndalus es el relato de loshechos reales que sucedieron en un momentodecisivo para nuestra historia. La semblanzadel rey Lobo, un personaje injustamenterelegado, y la invasin almohade, el mayorpeligro al que se vieron sometidos loscristianos de la Reconquista.

    Una lucha de poder narrada con lenguajedirecto, sencillo y evocador, que alterna laaccin con el romanticismo y la intriga en unapoca de hroes, trovas, grandes batallas,fidelidad y traicin, muertes trgicas ypasiones desbocadas. Un hito pico en el quese decidi el destino de lo que despus sellamara Espaa.

    1. edicin: septiembre 2012

  • Sebastin Roa, 2012 Ediciones B, S. A., 2012Consell de Cent, 425 427 08009

    Barcelona (Espaa)www.edicionesb.comDepsito Legal: B.22784 2012ISBN DIGITAL: 978 84 9019

    226 9

    Una salus victis nullam sperare salutem.

    (La nica salvacin de los vencidos es no

    esperar salvacin alguna.)

    VIRGILIO, Eneida, II, 354

    Virgilio era un hombre sabio, y tal vezpor eso su cita ha llegado hasta nosotros. Ynos viene de perlas, porque no somos ms quevencidos. Derrotados por una sociedad que

  • aplasta nuestra cultura y la condena al olvido.Un admirador de Virgilio, Silo Itlico, nosadvirti que abandonar toda esperanza desalvacin resulta un estmulo formidable. Alescribir esta novela, doy por perdidas misesperanzas, pero no as el propsito de honrarcuanto pueda a mis antepasados. Gracias,pues, a ellos, a los que vencieron y a los quefueron derrotados. Gracias a celtas, iberos,romanos, visigodos, andaluses, cristianos...Gracias a quienes se alzaron contra lainjusticia y a quienes se mantuvieron fieles asus juramentos. Gracias a Homero, porpresentarme a Hctor y Andrmaca, y aquienes escribieron durante milenios parapreservar mi pasado. Gracias a AmbrosioHuici Miranda, el arabista que empe aosde su vida para traernos, a m y a millonescomo yo, el conocimiento de los siglospretritos. Gracias a quienes me acompaanen la derrota constante de la vida. Gracias a

  • mi familia, por supuesto. Sobre todo a Ana yYaiza, mis banderas de batalla ms all depatrias y leyes. Gracias a mis compaeros delgrupo literario del Cuaderno Rojo, que meleen, aconsejan y animan, y especialmente aMarina Lpez, de la Universidad Jaime I deCastelln, por las horas de sueo perdido conel manuscrito de esta novela y porcontagiarme su entusiasmo. Gracias a losimpagables consejos del wanax Josep Asensi.Gracias a las mesnadas que me ayudaron aaguantar los embates enemigos en laBiblioteca Pblica de Valencia, en laBiblioteca Valenciana de San Miguel de losReyes, en el Archivo del Reino de Valencia, laBiblioteca de Humanidades de la Universidadde Valencia, el Instituto de EstudiosTurolenses y el Archivo Histrico Provincialde Teruel. Gracias a los recreacionistas deFidelis Regi, Feudorum Domini, A. C. H. A.,Aliger Ferrum y Arcomedievo, que me

  • mostraron otras formas de usar mis armas.Gracias a mis compaeros de trabajo, los quese baten en vanguardia da a da y quedisculpan mis ausencias medievales. Noespero salvacin alguna para ninguno de ellos,y por eso he escrito esta novela.

    Aclaracin previa sobre las expresiones ycitas

    A lo largo de la escritura de esta novelame he topado con el problema de latranscripcin del rabe al castellano. Haymtodos acadmicos para solventarlo, peroestn diseados para especialistas y artculoscientficos ms que para autores y lectores denovela histrica. A este problema se ha unidootro: el de los nombres propios rabes, contodos sus componentes; o el de los topnimosy sus gentilicios, a veces fcilmentereconocibles para el profano, otras no tanto.

  • He intentado hallar una solucin que nosacerque a la pronunciacin real y que almismo tiempo contribuya a ambientarhistricamente la novela. As pues, hetranscrito para buscar el punto medio entre loatractivo y lo comprensible, he simplificadolos nombres para no confundir al lector, hetraducido cuando lo he considerado msprctico y me he abandonado al encanto rabecuando este me ha parecido irresistible. Entodo caso, me he dejado guiar por el instinto ypor el sentido comn, con el objetivo de queprimen siempre la ambientacin histrica y laagilidad narrativa. Espero que los acadmicosen cuyas manos caiga esta obra y se dignenleerla no sean severos con esta licencia.

    De cualquier forma, y para aligerar esteproblema y el de otros trminos poco usuales,se incluye un glosario al final. En l se recogenesas expresiones rabes libremente adaptadasy tambin tecnicismos y locuciones

  • medievales referentes a la guerra, la poltica, latoponimia, la sociedad...

    Por otro lado, aparte de los epgrafes, hetomado prestadas diversas citas y les he dadovida dentro de la trama, a veces sometindolasa ligersimas modificaciones. Se trata defragmentos de los libros sagrados, de poemasrabes y andaluses, de trovas y de otras obrasmedievales que el lector detectar al verlosescritos en cursiva. Tras el glosario se hallauna lista con referencias a dichas citas, a susautores o procedencias y a los captulos deesta novela en los que estn integradas.

    PREFACIO

    El sexto reino

    DEJA que te muestre, a ti, que ahoraabres este libro, una poca de muerte ydesolacin. Pero tambin de pasin y poder.

  • De ambicin, de lealtad y de traicin. Deamistad, de odio y de amor. Y de muchasotras cosas, salvo paz. No es paz lo quehallars si sigues leyendo. As pues, deseasseguir?

    Bien. Permite, entonces, que te cuenteadnde te quiero llevar.

    Nos acercamos a la mitad del siglo XII yla Pennsula Ibrica est dividida en dos partesmarcadas por su distinta religin. Al norte seagrupan los reinos cristianos... Pero luego tehablar de ellos. Vayamos ahora al sur, dondeperviven los territorios musulmanes: lo queotrora fue el califato de Crdoba,descompuesto despus en los primeros reinosde taifas, ms tarde unidos de nuevo bajo elcetro almorvide.

    Ah, te cuento de los almorvides? Unosfanticos vomitados por el desierto africano.Los enemigos del legendario Cid Campeador.Llegan a un al-ndalus enfermo y

  • fragmentado, y unen a todos los musulmanespeninsulares bajo su mando. Pero losalmorvides, que vienen de sojuzgar a granparte del Magreb, no estn dispuestos asoportar la relajacin de costumbres de losandaluses. Por eso arrasan con todo y hacengala de su exaltacin religiosa. Se alzan con elpoder absoluto y relegan a loshispanomusulmanes a los puestos ms bajosde su sociedad.

    Sin embargo, es difcil resistirse a labuena vida en el vergel de al-ndalus.Mujeres bellsimas, jardines lujuriosos, msicaque subyuga, vino que enloquece, poesa queenamora... Los almorvides se ablandan, sedejan llevar y empiezan a transigir. Se vuelvendbiles. Aunque eso no es suficiente para loshispanomusulmanes oprimidos: la poblacinandalus no se siente a gusto gobernada porlos almorvides. Por eso empiezan lasrevueltas, muchas veces apoyadas por los

  • cristianos del norte. Es la vida: todo imperionace, crece, llega a su apogeo y decae. Losalmorvides no son distintos, pero su cada seva a ver precipitada por algo que no sale de lalibertina tierra de al-ndalus ni de los molestosreinos cristianos. Al sur, en frica, ha surgidoun nuevo movimiento rgidamente musulmn.Su fundamentalismo es mucho mayor que elde los almorvides, y adems estconsiguiendo reunir un potente ejrcito entrelas tribus nmadas del desierto y lasmontaas. Son los almohades, los unitarios,los creyentes. Estn dirigidos por un visionariollamado Ibn Tumart, que se cree el Mahdi: elMesas que ha de salvar al islam de sudecadencia. A la muerte del Mahdi, toma elrelevo del poder almohade un hombre cruel ydecidido, el primer califa del nuevo orden,Abd al-Mumn. Abd al-Mumn se hace llamarprncipe de los creyentes y gobierna con manodura. Dictamina la superioridad racial

  • almohade sobre las dems tribus africanas, ascomo sobre los andaluses y los rabes y, porsupuesto, el resto de los seres humanos. Elejrcito de Abd al-Mumn recorre todo elnorte de frica y se hace con las antiguasposesiones almorvides. Aplasta, incendia,decapita y crucifica. Y ahora mira al norte, aesa pennsula al otro lado del Estrecho. A al-ndalus.

    Cuando los almohades cruzan a la orillaeuropea, se encuentran con los desvencijadosrestos del imperio almorvide. En poco tiempose hacen con importantes ciudades del sur,como Crdoba, Jan y, sobre todo, Sevilla,que pasa a ser su capital a este lado delEstrecho. Pocos son los reductos almorvidesque sobreviven. No hay tiempo para ms. Lastribus sometidas del Magreb se rebelan una yotra vez, y los almohades deben regresar paraapaciguar sus posesiones africanas. Se van.Dejan para ms tarde lo que queda de la

  • Pennsula Ibrica. Volvern, te lo aseguro...Tal vez quieras saber qu hay ms all de

    Crdoba, Jan y Sevilla. Has odo hablar dela poca de los cinco reinos? En muchos librosde historia llaman as a este momento. Serefieren a los cinco estados en los que sedivida la parte de la Pennsula que an noestaba bajo el poder almohade: los reinos dePortugal, Len, Castilla, Navarra y Aragn entendido ya este ltimo como la unin delreino de Aragn y el condado de Barcelona.Pero cuidado. Tal vez a estas alturas no tesalgan las cuentas. Falta algo. Un sexto reino.Uno que, por cierto, supera en tamao yriqueza a alguno que otro de los que heenumerado en el quinteto de estadoscristianos. Este sexto reino, casi hundido enlas tinieblas del olvido histrico, representa elmomento brillantsimo de una civilizacinnica e irrepetible. Una autntica utopa llenade contradicciones. Al frente de ella, un rey

  • andalus al que un papa se refiri como elrey Lope, de gloriosa memoria, mientras quesus correligionarios musulmanes de frica lotildaban de demonio cruel y sanguinario. Esterey no lleg al trono por herencia, sino por suspropios mritos. Descendiente de tagres,militares de frontera curtidos en mil batallas,de origen mulad y admirador del arrojocristiano, consigui hacerse con un reino quecomprenda las actuales provincias deCastelln, Valencia, Alicante y Murcia,adems de parte de las de Tarragona, Teruel,Cuenca, Albacete, Jan y Almera. Susconquistas lo llevaran mucho ms lejos, y elesplendor que llev a su reino hizo quedurante siglos se continuara usando la monedaque acu en sus cecas. Lo que se sabe deeste reino est manchado por la propagandaalmohade o por el desprecio cristiano, y quizlo nico seguro es el sobrenombre por el quesu monarca pas a la historia: el rey Lobo.

  • Pero basta de chchara. Es hora de queconozcas el sexto reino.

  • PRIMERA PARTE

  • (1151 1158)

    Reyes, sed bien avisados,

    que partir e disminuir

    es menguar e dividir

    los reynos e principados.

    Quin fall grandes venados

    en pequeo monte e brea?

    En agua baxa e pequea,

    non mueven grandes pescados.

    FERNN PREZ DE GUZMN,

    Amonestacin al emperador don Alfonso

  • Captulo 1

    La sangre de su sangre

    VERANO de 1151. Tierras de Segura,seoro de Hamusk

    Zobeyda siempre haba sentidofascinacin por los augurios, y ahora iba aconocer uno, quizs el ms importante de suvida.

    Alarg el puo derecho e, incapaz de

  • detener su temblor, extendi el dedo ndicehacia delante. Frente a ella, la vieja, armadacon una aguja, sonri antes de punzar con tinola yema de la joven. Zobeyda dej escapar ungritito inconsciente, pero el gotern de sangrele produjo un imprevisto placer. Aquellalgrima roja se alarg hasta caer en el centrode la olla humeante y despert las burbujasque dormitaban en su interior. Una segundagota sigui a la primera, y luego lleg unatercera. La vieja hizo desaparecer la agujaentre sus ropajes negros y bastos, acerc lacara al pote y dej que la humareda acariciasesu ajada piel. Se pas la lengua por los labiosagrietados y entorn los ojos. Luego, sinseparar la vista del fondo del perol, asinti conlentitud.

    La sangre de tu sangre... S, la sangrede tu sangre.

    Qu significa...?Shhh se quej la vieja sin apartar la

  • mirada del puchero. La sangre de tu sangre.Eso es lo que unir este lado con el otro.

    No s qu quiere decir eso.Yo tampoco. Solo leo lo que el destino

    me deja ver.Maricasca, la bruja, levant por fin la

    vista del perol. Su mirada despert una nuseaen Zobeyda.

    Te pago con largueza, vieja. Esperabaalgo ms.

    Pues no hay ms, morita!La joven apret los labios.Muestra respeto, bruja. Ests ante una

    reina.Aaay, t, una reina... No hay reinas

    moras. No desde el tiempo de tu profeta.Hasta una vieja ignorante como yo sabe eso.Adems, ya te lo he dicho: es la sangre de tusangre la que unir este lado con el otro. Talvez vea coronas tambin. Tronos y palacios.Pero a ti? A ti no te he visto aqu dentro.

  • Maricasca dijo aquello con voz firme,pero los ojos entornados y la nariz arrugadaaadan un punto de burla a sus palabras.Zobeyda se asom al interior del perol eintent interpretar aquellos ptalos blancos queflotaban destrozados en el agua. La yema delhuevo de crabo que Maricasca haba vertidose deshaca lentamente en jirones ambarinos ydibujaba grumos, revueltas y tirabuzones quebajaban hasta el fondo del pote y volvan asubir con reventar de burbujas. La jovenbusc con la mirada en aquel caos humeante.

    Dnde est la sangre?Maricasca apunt con su dedo

    sarmentoso.Pues ah, agarrada a la yema del

    huevo.No veo nada. No hay coronas, ni

    tronos. No veo lados que deban unirse.La bruja frunci el ceo y aadi a su

    piel una mirada ms de arrugas. Se inclin de

  • nuevo sobre el perol.Creo que ya lo tengo. S, s... Ya lo

    entiendo. Yo veo cosas porque soy la bruja. Yt no. T solo eres una morita con nfulas.Me vas a pagar o no?

    Zobeyda suspir. Aquella vieja bruja erainsoportable. Si no fuera por la fama quetena... Devolvi la vista al potingueespumoso. Intent de nuevo hallar algnsignificado en aquel batiburrillo de trozos deptalo de lirio, cscaras de huevo y hojas deenebro, cantueso y alhucema. Y sobre todotrat de interpretar aquello de la sangre de susangre. Unir este lado y el otro. Qusignificaba toda esa palabrera? Retir la caradel vaho al notar un leve vrtigo. El humosuba en lentas volutas, se estrellabamansamente contra el techo rocoso de la grutay resbalaba por entre las rendijas como situviera vida propia. Las dos mujeres, unavieja y arqueada y la otra joven y esbelta, se

  • hallaban en lo ms profundo de la cueva,iluminadas por las llamas vacilantes de doshachones a medio quemar. La luna nuevahaba dejado la vega del ro a oscuras, perolos campesinos de la aldea cercana, que jamsvisitaban a la bruja Maricasca en su arreal,haban hecho una enorme hoguera al otro ladodel cauce para celebrar la llegada del verano.El resplandor del fuego llegaba atenuado a lagruta, abierta a media ladera y renegrida poraos y aos de puchero, lumbre y candela.

    Cmo puedo saber el significado detu vaticinio? pregunt Zobeyda. Por quno puedes decirme ms?

    Ayyy, que Judas me confunda... Ya telo he dicho. Yo veo las hierbas y te las leo respondi la vieja sin levantar su vista nubladadel cazo humeante. Las hierbas escriben elporvenir, y aqu solo pone eso: la sangre de tusangre unir este lado y el otro.

    Zobeyda se levant con un movimiento

  • rpido y anduvo hacia la salida de la cueva.Estaba mareada, sin duda por aquella malditapcima y por el humo de los hachones queiluminaban la gruta. Mir afuera, hacia lacercana aldea. En el lado opuesto del arreal,donde el ro, brillaba con fuerza la hogueraencendida por los campesinos. Hasta Zobeydallegaron apagados los cnticos y las risas. Peroella no escuchaba las obscenas letras de lascanciones. Solo pensaba en el extrao auguriode Maricasca. Repas una vez ms lasinstrucciones que la bruja le haba dado unassemanas atrs: las hierbas necesarias, dndecortarlas, qu noche y con qu mano debanrecogerse; el da entero en ayunas queZobeyda tena que pasar; el mucho cuidado enque el huevo fuera de crabo, o de carabo,as, sin esdrujulear, como Maricasca deca;ah, y las cruces: que por muy morita quefuera, Zobeyda deba hacerse tres crucesantes de entrar en la cueva. Y las tres cruces

  • se las haba hecho, por supuesto. Pens quetal vez eso de ser mahometana haba podidotorcer el sortilegio, por mucho que dijera saberla bruja. Sangre de su sangre. Aquello podainterpretarlo. Pero lo de unir un lado y elotro... Eso era un augurio? Y qu auguraba?

    Soy musulmana, vieja le dijo aMaricasca sin volverse. No ser por esotodo tan confuso? He venido aqu paraconocer el destino, no para llevarme preguntassin respuesta.

    Se oy una risita apagada y cavernosa, yZobeyda sinti un escalofro.

    Todas las preguntas tienen respuesta.Cosa tuya ser encontrarla. O no. Y la sangreno sabe de moros ni de cristianos contestMaricasca con voz pastosa. Adems, que tya eras infiel de nia, y mira si err entonces.A qu no? A que no err?

    No reconoci Zobeyda.Y que oye, que si por eso fuera, t

  • eres morita lo mismo que yo cristiana: de aquse toc los labios con un dedo. Y elhuevo este no era de carabo, era de dragn. Oparecido.

    La joven sonri por el comentario de labruja. De ms la conoca.

    Pero es que no lo entiendo. Algohemos hecho mal...

    Ya, ya. Lo mismo me dijiste de nia.Y mrate ahora.

    Zobeyda se volvi en ese momento. Lahoguera de la vega dej de reflejarse en susojos grandes y negros, y su mirada se hundien la penumbra ahumada de la caverna.

    Por qu ves cosas que yo no veo? pregunt a la vieja, que se encorvaba sobre elperol espumante. Por qu lo visteentonces?

    La anciana se irgui con dificultad yagarr su garrota, apoyada en una de lasennegrecidas rocas de la cueva. Camin

  • vencindose a la izquierda y lleg hasta elborde de la gruta. Se detuvo junto a Zobeyday extendi la mano arrugada y sarmentosahacia la hoguera que los lugareos habanencendido.

    Por la misma razn por la que ellos merehyen respondi. Porque soyMaricasca, la bruja del arreal, y s leer en lashojas y en los troncos de los rboles, en laspiedras del ro y en los lamentos de los gatos.

    La vieja empalm la ltima palabra conun remedo de maullido y este con unacarcajada que reson bajando la laderapedregosa, cruz el arreal y se meti porentre las cabaas de la aldea. Por unmomento, las risas y grititos de los campesinosse acallaron y solo se oy la brisa, que agitabalas hojas de los chopos cercanos. Un par defiguras se acercaron con premura y pisandofuerte sobre el terreno spero.

    Mi seora, va todo bien? pregunt

  • una voz masculina.Todo bien, capitn se apresur a

    contestar Zobeyda.Las dos siluetas volvieron a ser tragadas

    por la oscuridad y la mujer mir a la anciana,tan encorvada sobre s misma que su tamaoapenas alcanzaba el de una nia. La jovenreflexion unos instantes y un brillo de triunfoilumin sus ojos negros.

    Ahora yo tambin comprendo. Creo.Mi hijo Hilal. Sangre de mi sangre. Cuandocrezca, l conquistar ciudades. Ceir coronay ocupar su trono. Unir reinos enteros. Esoquiere decir, verdad?

    La vieja encogi sus huesudos hombros.Piensa lo que quieras. El tiempo dir si

    te equivocas. O a lo mejor mueres antes deque el vaticinio se cumpla, que tambin puedeser.

    Es suficiente, vieja bruja son la vozde quien haba contestado como capitn de la

  • guardia. La vieja intent taladrar la oscuridad,pero solo pudo ver una figura que seconfunda con la noche. Mi seora vivirlargos aos. Ver nacer a muchos ms hijos. Eincluso a sus nietos. Guarda tus malospresagios para los porqueros de esa aldea.

    Ah, no. Que la morita me haprometido buenos dineros. Maricascaseal a Zobeyda con el cayado. Y si haydineros, Maricasca lee las hierbas.

    Dinero tirado. El capitn de laguardia habl de nuevo sin dejarse ver. Tusaugurios son tan oscuros que podransignificar cualquier cosa. Adems, paracuando sepamos algo con certeza, tus huesosestarn mondos. La voz haba ido cobrandoun tono sarcstico. Si por m fuera, no tepagara ni un dinar.

    Basta! interrumpi tajanteMaricasca, y extendi la palma de la manohacia Zobeyda. No me gusta lo que dice ese

  • hombre. Quiero mis dineros ya. Morabetinosde tu rey, morita.

    La joven hizo un gesto de rabia, rebuscentre sus sayas y sac una bolsita tintineanteque la bruja se apresur a agarrar. Luego, conuna agilidad mucho mayor que la que habademostrado hasta ese momento, Maricascadesapareci en el interior de la gruta.

    Eres una loca o realmente estsborracha de tanto aspirar hierbajos, viejabruja. El capitn se acerc hasta la boca dela cueva. Al salir de la sombra descubri susropas oscuras, pero la bruja ya no poda verlo. Mi seora te har despellejar viva. Salaqu y revela tus acertijos!

    No, djala. Zobeyda alzaba unamano ante el hombre. Es as como funcionaesto. Tambin fue as cuando yo era nia.

    El capitn extendi el brazo cuando suseora hizo ademn de descender la ladera, yesta lo cogi y se apoy en l para alejarse de

  • la gruta.La sangre de mi sangre repiti el

    augurio en un susurro unir este lado y elotro.

    Da siguiente. Camino de Segura

    La sangre de mi sangre...Zobeyda repiti la frase una vez ms.

    Haba perdido la cuenta de qu nmero hacaaquella ocasin. Paseaba la mirada por la orilladel ro sembrada de olmos, y su mente vagabaacunada por el suave sonido del agua que sedeslizaba valle abajo. Era pronto an; el solapenas haba rebasado las copas de los lamosy fresnos ms altos. Ab Amir adelant sucaballo y lo hizo andar al paso junto al carro amedio cubrir de Zobeyda. Ella mir a suamigo, aunque no lo vio, y una vez msmovi sus labios lentamente pero sin emitirsonidos, repitiendo en silencio la enigmtica

  • profeca de la vieja Maricasca.Zobeyda, veinte aos de tentacin

    andalus, era, a poco que se cavilase, la mujerms hermosa que aquella tierra haba dado engeneraciones. Ya de nia, sin necesidad decriada ni esclava que la aderezase, era capazde sacar partido de su tremenda belleza hastaconvertirse en algo que a la fuerza deba deser pecaminoso, furase del credo que sefuera; ahora, con la veintena cumplida y unparto doble en sus caderas, saba hacerseaplicar la justa cantidad de alhea, de hojas deail, de polvo de antimonio o aceite denarciso. Nada era casual o distrado en ella:cada mirada de reojo, cada gesto que apartabauna trenza a un lado, cada lento parpadeo.Tena la tez clara de su estirpe, deascendencia cristiana y nortea, pero su peloera negro como el de sus sbditas de razabereber. Sus ojos oscuros y almendradosllenaban su cara, atraan las miradas y

  • traspasaban los corazones. No haba varn,fiel o infiel, que pudiera resistir el encanto deZobeyda si ella se decida a asaetearlo con suvista. Bajo el suave valo de su rostro, elcuello daba paso a un busto bien cumplido, algusto musulmn, y a la par desafiante, al gustocristiano. Zobeyda era insolente, cosa sabidapor ms que todos lo callaran ante ella, y nogustaba de cubrir sus encantos con velos oropas anchas.

    Aquella maana, libre ya de las toscassayas del da anterior necesarias por otraparte para ocultar su condicin a loscampesinos, Zobeyda vesta un sedosobrial, a la costumbre cristiana que su esposohaba llevado a palacio; y aunque sus trenzasoscilaban libres, se coronaba con una pequeadiadema de gladiolos, sus flores preferidas.Recostada sobre los mullidos almohadonesque recubran el carruaje, mostraba condescuido una pierna hasta la rodilla, dejaba

  • colgar el pie descalzo a un lado y lo meca alritmo con el que traqueteaban las ruedas por lasenda rumbo a Segura. El tobillo, rodeado deargollitas que tintineaban con cada bache yguijarro que tomaban, era delgado y mostrabauna piel firme, sin rastro de imperfeccin a lolargo del empeine.

    No s por qu crees en esas patraas,nia le reproch Ab Amir. Adems, note queda bien caer en supercheras.

    Zobeyda escap de sus divagaciones ydedic una sonrisa luminosa a quien se habahecho pasar la noche anterior por capitn desu guardia.

    Ahora me saldrs con el sermn desiempre, verdad?

    Hace tiempo que s que eres tanpiadosa como yo, nia. Es decir: nada. AbAmir mir hacia delante y se asegur de queno eran escuchados por la autntica guardia dela reina. Tan solo el criado que tiraba de las

  • mulas poda orlos, pero su fidelidad, como ladel resto de los sirvientes personales de lamujer, estaba fuera de duda. Y tambin sdesde hace mucho que eres demasiado listapara creer en supersticiones. Nunca heentendido ese defecto tuyo. Fiar en augurios yen buenaventuras. No te da vergenza?

    Zobeyda fingi ofenderse y se llev lamano a la boca, irreverentemente descubiertapor el velo que caa a un lado de su cuello.

    Te har despellejar vivo imit la vozde Ab Amir al amenazar a Maricasca. Ambosrieron con discrecin.

    Es bueno que te diviertas, ya lo sabescontinu l con sus reproches, pero terepito que no es propio de una reina empleartanto tiempo y esfuerzo en los delirios de unavieja cristiana loca. Y esos talismanes quellevas. Y los amuletos. Ah, por favor.

    Zobeyda toc por instinto la bolsita pardaque colgaba entre sus pechos, rellena de

  • dientes de zorro para esquivar el mal de ojo.Entonces, no debo creer en la bruja?

    Y cmo explicas que su vaticinio de haceaos se cumpliera al pie de la letra?

    Ab Amir miraba hacia el caminomientras mantena su corcel al paso,avanzando junto al carro tirado por mulas enel que viajaba la reina Zobeyda. Hizo un gestocon la mano para quitar importancia alcomentario de su seora.

    No s nada de ese vaticinio de haceaos. Jams me lo has contado. Pero sinduda, si acert entonces, fue tambin porcasualidad. Quiz buen tino y conocimiento dela gente. Adems, s que t misma no acabasde creerte estas engaifas. Y si no, por qume has hecho acompaarte a ver a esa locadel demonio?

    Pues precisamente para lo que no estshaciendo. Zobeyda sigui con la vista lacorriente del ro: Aclararme lo que yo no

  • entienda.Ah, era eso... Pues bien, te lo explicar

    de inmediato: una vieja chiflada quiso cocerun huevo con beleo y cuatro hierbajos ms.Al momento, y como suele ocurrir con elbeleo, la bruja aspir el humo venenoso y sesumi en el trance, o cay en una pesadilla, ose dej llevar por la ilusin de la borrachera...,como t prefieras, nia. Todo lo dems esdelirio puro, y los he visto mejores en algunaque otra fiesta de las que da tu esposo enpalacio.

    Ah, como quieras. As pues, la brujaestaba borracha. Y sin embargo, desde laSierra Morena a las montaas de la Idbeda,Maricasca tiene fama de acertar siempre.

    No andamos faltos de gente ignoranteen al-ndalus, es verdad. Al menos Maricascaes tan lista como para aprovecharse de ello.Una virtud admirable.

    Zobeyda hizo un gesto de fastidio, tir de

  • la tela que cubra el carro y se ocult de lavista de Ab Amir. Habl desde dentro unavez ms.

    Maricasca estara ya muerta,despeada o degollada por los campesinoscristianos de esa aldea si no fuera porquesiempre acierta y vienen a verla de todo al-ndalus tanto fieles como infieles. Cuando yoera nia, mi padre me llev hasta ella y paguna fortuna a la bruja para que me hiciera unvaticinio. Y no se equivoc.

    La comitiva se haba detenido para laoracin del medioda. Tras limpiarse en lasfrescas aguas del ro, soldados y criadosllevaban a cabo el rito girados hacia levantemientras las mulas, desenganchadas del carro,abrevaban con tranquilidad y espantaban lasmoscas a coletazos. Zobeyda se habarecostado a la sombra de un chopo sobre unancho pao bordado. A travs de los sauces

  • podan verse ya las tierras rojizas plagadas deolivos que precedan al cerro en el que seelevaba Segura. Ab Amir, por su parte,estaba sentado sobre una piedra al borde delro y jugueteaba con una rama de majuelo quesumerga en la corriente.

    Muhammad ibn hmed ibn Amir at-Turtus, al que todos conocan como AbAmir, era un hombre de gran atractivo fsico yen la plenitud de su vida. Haba nacido enTortosa treinta y un aos antes, y ejerca laciencia de la curacin; los varones de sufamilia hasta lo que poda recordarse habansido mdicos de renombre, y adems no leshaba faltado ocasin de ejercitarse en lamedicina de guerra gracias a los choques casiconstantes que se vivan con los infieles delnorte. De hecho, la proximidad de la fronteray los roces con los cristianos haban llevado aAb Amir, hombre dado a la buena vida y laspocas complicaciones, a abandonar Tortosa y

  • trasladarse a Murcia. All, por suincuestionable inteligencia, se haba convertidoen uno de los mdicos ms solicitados yexitosos de la ciudad. Adems frecuentaba loscrculos intelectuales y muy pronto adquiriun fuerte crdito entre la clase dominante,merced no solo a sus dotes como galeno sinotambin a su fama como filsofo, a su maapara componer versos y a su memoria pararecitar poemas ajenos. As haba sido como,apenas cinco aos antes, Ab Amir habaconocido a Ibrahim ibn Hamusk, el padre deZobeyda. Por aquel entonces, Hamusk sehaba rebelado contra el poder almorvide enSocovos, donde prestaba sus servicios comojefe militar, y estaba a punto de hacerse con elgobierno del lugar mediante un rpido ycertero golpe de mano que lo convirti enseor de Segura y de todo el territoriocircundante, rico en bosques, rico en lea, ricoen corrientes de agua. Todo su seoro

  • dependa de la madera que, a travs de losros que nacan en la sierra de Segura, eratransportada hasta las grandes ciudades.

    Pero antes incluso de la rebelin deHamusk, conocedor este de la fama de AbAmir en Murcia, le invit a trabajar a suservicio y encargarse de la enseanza de sunica hija, Zobeyda, a cambio de unestipendio tan generoso que al mdico no lequed ms remedio que aceptar. Y a AbAmir no le haba disgustado su nuevaocupacin. Hamusk era un lder firme, a vecesincluso demasiado, y aunque era tan dado alas supersticiones como su hija, comulgabacon muchas de las ideas poco ortodoxas quetena el mdico. Ambos coincidan en su nopoco desprecio por la beatitud y en un granamor por los placeres de la vida. Aquellosdefectos eran fruto de los aos dedominacin almorvide, excesivamente dura,restrictiva y aburrida: eso era algo que tanto

  • Hamusk como Ab Amir asuman, y no solono se avergonzaban de ello: como muchosandaluses de aquella poca feliz, seenorgullecan de buscar el placer y de renegarde las ataduras de antao.

    En cuanto a Zobeyda, la nia habadestacado pronto como una doncellita muyastuta que absorba las enseanzas del mdicoa gran velocidad y se interesaba por materiasque la ley almorvide vetaba a la mujer. As,poco a poco, Ab Amir se haba idoconvirtiendo en el mejor confidente de lajoven Zobeyda bint Hamusk y, con el tiempo,ella dej de ser aquella nia vida deenseanzas y curiosa por la vida paraconvertirse en una esplndida belleza andalus.Aun con todo, el mdico jams haba dejadode verla con el cario que el buen maestrotiene por la alumna aventajada.

    Adems, no eran lances amorosos lo quele faltaban a Ab Amir. El mdico poeta era

  • un imn para las mujeres por su tez morenaenmarcada por una fina barba negra, su granaltura y hombros anchos, pero sobre todo porsu apariencia sosegada y amable, que noabandonaba siquiera en los momentos demayor disipacin. De todos, eso s, eraconocida su fama de libertino. Gustaba derondar, escribir versos a las doncellas y debeber vino en pblico. Actitud muy criticadapor los imanes y alfaques; pero esos mismosdetractores eran incapaces de derrotarle en losduelos de ingenio y argumentacin quellevaban a cabo en las plazas y mezquitas, yque Ab Amir remataba con algn versosardnico e hiriente para los guardianes de lasviejas costumbres, pues...

    No des crdito a las palabras de losprofetas.

    Son falsedades que ellos mismoscompusieron.

    La gente viva tranquila hasta que

  • vinierony con su sinrazn los atormentaron.Este descaro no haca sino engrandecer

    su fama para con los hombres y su atractivopara con las mujeres; un atractivo, por cierto,que no menguaba a pesar de la incipientebarriga que Ab Amir se miraba con ciertapreocupacin divertida.

    Nunca te he contado esto, Ab Amir,porque s que deploras la forma en que medejo llevar por la supersticin empez aexplicar Zobeyda tras un largo silencio cuandocalcul que los soldados y sirvientes habanconcluido su oracin. Sabes que no cedo aldogma, como t me enseaste, y que adorosolo aquello que puedo ver y tocar. Tambinme has enseado que los nios graban a fuegoen sus corazones las lecciones ms intensasque reciben en su tierna edad.

    Todo esto me est sonando a disculpa,nia objet l, aunque se dispuso a

  • escuchar con atencin a su alumna y amiga.Maricasca llevaba aos siendo vieja

    cuando fui a visitarla de nia, y ya entoncesestaba encorvada como una parra. Mi padreme trajo a verla antes de que t entraras anuestro servicio, y lo hizo tanto paraconsultarle acerca de mi futuro como parasaber del suyo propio. En ese momento yaestaba tramando lo de su rebelin contra losalmorvides.

    Maricasca gozaba de fama en la regin.Se deca que era una cristiana que habavivido haca tiempo en Granada, y que junto amuchos otros mozrabes haba sido recogidapor la expedicin del viejo rey de Aragn alque llamaban Batallador. Desde Granada, ycon miles de huidos, empez la peregrinacinde vuelta al norte, pues el rey Batalladorquera repoblar con ellos las villas tomadas alos almorvides.

    Maricasca ya ejerca la brujera en

  • Granada, aunque como viva entre cristianos ylo disimulaba bien, no padeci molestias porlos almorvides a cuenta de sus sacrilegios.Eso s, mientras viajaba con la caravana delrey Batallador hacia el norte, le dejaron claroque de brujeras, en Aragn, nada. No s qutormentos o malquerencias le llegaron aprometer si se atreva a vivir de ensalmos ysortilegios en tierra de cristianos, pero el casoes que al final se separ de sus paisanosmozrabes y fue dando tumbos hasta elarreal de esa aldecha en la que la visitamosayer. Ya viste que all viven tan solo cuatroporquerizos cristianos y sus familias; eso venade perlas a los quehaceres de la viejaMaricasca, que rpidamente crio fama debuena adivinadora en el terreno. Fama, porcierto, que lleg hasta odos de mi padre.

    Como sabes, los cristianos tienenmucha inclinacin hacia ensalmos ybuenaventuras: se ve que todo lo que no

  • consiguen rezando a los cientos de santos queesculpen quieren ganarlo a base de hechizos yencantamientos.

    Lo s asinti Ab Amir con unasonrisa irnica, y seal con la rama demajuelo a Zobeyda. No solo los cristianos.

    Mi padre, como tambin sabes ellaignor la insinuacin, es descendiente demulades.

    Ya. Yo tambin nac en la frontera.Casi todos los tagres de las marcas son deorigen mulad.

    Tagres, s. Guerreros de frontera... Ymi esposo y mi padre, como tagres quefueron, conservan muchas de lassupersticiones que les legaron sus antepasadoscristianos. Al igual que es difcil deshacerse delos conocimientos grabados a fuego en laniez, cuesta librarse de las creenciasdesledas en la sangre.

    Y creer en supercheras es distinto

  • segn quien seas. Las decisiones que tomanun campesino o un pastor pueden arruinar unacosecha o malograr un rebao, pero lo quedispone un jefe militar tagr salvar vidas oacarrear muertes al da siguiente. Por eso mipadre, al igual que otros muchos guerreros delas marcas, acostumbraba a someter susdecisiones a todo tipo de consejos, reflexiones,ageros y amuletos.

    Cuando, en tiempos de la rebelincontra los almorvides, mi padre tom ladecisin de hacerse con Socovos, sac antes asu familia de all y nos llev a un lugar seguro:una aldea cristiana sin nombre, olvidada decasi todos, en cuyo arreal viva una tal brujaMaricasca a la que, de paso, quera consultarel porvenir. Aquel da acompa al tagrHamusk a la cueva de la vieja mientras mimadre, recelosa, permaneca con loscristianos. No recuerdo si lo que Maricascaus fue huevo de crabo u hojas de beleo,

  • pero al trmino de su sortilegio aconsej a mipadre derrocar a sus amos almorvides.Despus, aquella vieja clav en mis ojos lossuyos, blanquecinos y hundidos, y me lo dijo:Nia, t reinars sobre moros, hebreos ycristianos.

    Al da siguiente, sin ms esperar, mipadre cabalg hacia Socovos, reparti lasrdenes a los oficiales de su confianza yquebr el estandarte almorvide del castillo.Despus recorri todas las fortalezas de lacomarca para recoger la adhesin de losdems guerreros andaluses y encabez laresistencia. Durante tres aos mantuvo enjaque a la guarnicin almorvide de Segura,hasta que Mardnish lleg al poder en Murcia.

    Recuerdo muy bien aquellos das. Mimadre y nosotros habamos regresado aSocovos y vivamos en constante espera,temerosos de que los antiguos amos africanosvinieran a recobrar lo que consideraban suyo.

  • Y esa fue la poca en la que tu padrerequiri mis servicios apunt Ab Amir.

    As es. T no parecas temer que losalmorvides regresaran. Y no regresaron: elque lleg fue Mardnish, precedido de unsquito espectacular. Mi padre le agasaj conbanquetes y regalos, y nos hizo conocer aaquel hombre que se haca llamar rey deMurcia y Valencia. Yo tena diecisis aosentonces. Mi padre, que se negaba a seguirmuchas de las tradiciones solo por no imitar alos almorvides, se negaba a recluirnos a mimadre y a m en nuestras habitaciones, perodesde luego no dejaba que nos prodigramosmucho fuera del castillo. Sin embargo, el daen el que Mardnish vino desde Murcia, mipadre se preocup de que las sirvientas mepeinaran y adornaran mi rostro y mi pelo. Mehizo lucir las mejores sedas de quedisponamos y me present orgulloso comosu princesa Zobeyda. Mardnish lleg

  • vestido al modo cristiano. Ah, cmo meimpresion. Tan imponente. Tan alto y tanfuerte, muy atractivo... Su mirada de halcnse volvi mansa cuando se encontr con la demi padre, y ambos se saludaron con efusin,como si fueran hermanos. Luego Mardnishse fij en m... Era acaso una casualidad?

    En aquella poca, Mardnish acababade llegar al poder en Murcia y Valencia habl Ab Amir al notar que Zobeyda sehaba quedado en silencio, embelesada por supropio recuerdo. No es de extraar que tecausara honda impresin. Los noblesandaluses de Denia, Orihuela, Jtiva... Los dela misma Murcia y los de Valencia. Todosqueran emparentar con l, tanto por propiointers como por el entusiasmo de sus hijas:nada menos que un rey andalus, dueo de unreino que nada tena que envidiar a los que lossoberanos cristianos poseen en el norte.Adems, la fama militar de su familia era

  • inmensa. Todo lo que me ests contandoahora ya lo saba yo, pero desconoca que asse cumpla el orculo de la vieja Maricasca.

    Pues eso es lo que ocurri contestZobeyda. Mardnish acept de sumo gradoel ofrecimiento de mi padre y nos casamos.De ese modo pas a reinar sobre moros,hebreos y cristianos.

    Y ese mismo ao, fortalecido Hamuskcon la nueva alianza con Mardnish, se hizocon Segura. As el vaticinio de la bruja severific en su totalidad.

    Me educaste bien y me has enseadomuchas cosas tiles, tanto en Socovos comodespus, cuando, ya desposada conMardnish, me acompaaste a Murcia. Heseguido tus consejos y me abstengo deentregar mi vida a un destino escrito por Dios.Pero reconoce que la sabidura mgica deMaricasca es algo inexplicable para ti desafi Zobeyda a Ab Amir. Nadie dira

  • de la hija de un lder musulmn que podrallegar a gobernar sobre sus sbditos. Comomujer de un lder mahometano, mi sitio esten el harn, con el resto de las mujeres,tejiendo y dando a luz hijos que engrandezcanel nombre de mi marido. Pero Mardnish hademostrado ser an ms irreverente con losviejos tabes que mi propio padre. No haycasi diferencias entre una reina cristiana delnorte y yo. Entre mis sbditos haymusulmanes, hebreos y cristianos, todos losque moran en Valencia, Denia, Murcia,Cuenca, Lorca, Alcira, Orihuela...

    Est bien, nia, est bien reconocisu derrota Ab Amir con una amplia sonrisa, yarroj la rama de majuelo a la corriente.Puede que entre el vaticinio de esa vieja y larealidad haya una cierta... correspondencia.Pero eso no me har cambiar de opininrespecto al resto de supercheras. Sobre todoesta ltima por la que tanto has pagado.

  • Sangre de tu sangre y lados que se unen. Qusarta de tonteras.

    Zobeyda se levant y alis con las manossu suave tnica mientras finga un gesto deenojo. A poca distancia, la comitiva preparabauna mesa colocando tableros sobre caballetesde madera y los sirvientes empezaban a sacarlas provisiones para comer junto al ro.

    Mi padre es un descredo y uninsolente en todo cuanto no entiende; miesposo lo es an ms y todava parece que sejacta de ello; pero ninguno de ellos te alcanza,Ab Amir.

    Segura se alzaba en lo ms elevado de unrisco, enseoreada de cerca tan solo por lasguilas que sobrevolaban los dominios deIbrahim ibn Hamusk. A sus pies, el frondosovalle custodiaba un tesoro de encinas y pinos,motivo de la riqueza que desbordaba elseoro del padre de Zobeyda. Las huertas se

  • alternaban con los olivos ya desde lo msprofundo, trepaban por el monte y rodeaban laciudad que haba crecido en torno a lainexpugnable alcazaba. En la distancia, laimpresionante mole de una montaa argentinase ergua al sur y reflejaba destellantes losrayos del sol.

    La comitiva suba penosamente elsendero a pesar de que Zobeyda, para noretrasar la marcha, se haba puesto a caminarjunto a Ab Amir, que tiraba de las riendas desu montura. Varios grupos de hortelanosadelantaban al squito con miradas decuriosidad, reconocan a la hija de su seorHamusk y saludaban respetuosamente.

    Has tenido algo que ver t en estaentrevista?

    La pregunta lleg de sopetn; Zobeyda sela solt a Ab Amir mirndole de repente a losojos, como si quisiera cogerle por sorpresa. lsonri.

  • Ab Amir haba llegado a Seguraprocedente de Murcia una semana antesacompaando al squito de Mardnish. Estellevaba consigo tambin a su favorita,Zobeyda, con sus sirvientes y doncellas decompaa, al ms puro estilo de las comitivasreales cristianas. Mardnish se reuni con susuegro y aliado, Hamusk, y juntos partieronhacia poniente para encontrarse con elpoderoso emperador Alfonso, rey de Len yCastilla, en el asedio que los cristianosllevaban a cabo en Jan. Zobeyda, que habapedido expresamente ir con Mardnish hastaSegura, se haba quedado all con sus criados,con su corte de doncellas y con Ab Amir,con el secreto deseo de consultar a Maricascaacerca de su descendencia, para despusregresar a Segura y esperar que Mardnish yHamusk volvieran de Jan.

    El emperador Alfonso ha tenido comoaliados a los seores andaluses durante toda

  • su vida respondi de inmediato el mdico. Mardnish y tu padre ya se entrevistaroncon el emperador en Zurita hace dos aos. Yono estuve all, pero tu esposo me pidiconsejo antes de acudir. Qu ocurre? No tegusta que tratemos con los reyes del norte?

    Zobeyda, que miraba al suelo del caminopara no pisar ninguna piedra, hizo un mohn.

    Me gustan ms que los almorvides,desde luego, y tambin me gusta lo que heodo acerca del emperador. Pero no meagrada que mi esposo se someta a otrosseores.

    A nadie le gusta someterse. Ni siquierapensar que puede haber quien se crea superiora nosotros, no es eso?

    Zobeyda asinti.Mi esposo no me hace partcipe de sus

    asuntos de poltica con los cristianos, desdeluego, y t tampoco te desvives por contarmecules son sus planes; pero no estoy sorda ni

  • tonta, y veo en qu pilares quiere apoyarMardnish su reinado.

    Y ahora que podemos hablar sin la...molesta presencia de tu esposo, pretendes queyo confirme tus sospechas, eh, nia?

    Zobeyda sonri con cara de jovencitatraviesa. Aquel nico gesto serva paradesmontar toda defensa, aunque Ab Amir notuviera ningn inconveniente en hablar conella de temas reservados a los varones de lacorte.

    S que es necesario contar con elemperador. Ella jadeaba levemente por elesfuerzo de la subida. l puede ser nuestroprincipal valedor. Tambin s que no hapedido nada a cambio de la amistad deMardnish. Quien me molesta es el prncipede Aragn. No comprendo por qu hemos depagarle parias. A cambio de qu? De qunos vale su amistad?

    No es esa la pregunta que debes

  • hacerte. Pregntate ms bien: qu nosdeparara su enemistad?

    Zobeyda se volvi sbitamente y detuvola marcha. De forma automtica todos lossirvientes y los soldados de la guardia,pendientes del ms mnimo movimiento de lafavorita, pararon tambin y refrenaron a lasmulas que tiraban de los carruajes. Todosquedaron expectantes, lo suficientementeretirados para no resultar indiscretos peroatentos para reanudar la marcha o cumplircualquier mandato de su seora.

    Ab Amir, hombre al que admiro dijo Zobeyda como si se dispusiera a soltaruna reprimenda. T eres de Tortosa, ciudadque Ramn Berenguer, prncipe de Aragn,conquist por las armas hace tres aos.Tortosa era propiedad de Mardnish. Luegoese cristiano se apoder de Lrida y de Fraga,tambin villas de mi esposo. Cmo erescapaz de no odiar profundamente al prncipe

  • de Aragn, que ha violado la paz de tu tierra?Y en cuanto al propio Mardnish, por qu noacudi con sus tropas a proteger a los sbditosde la Marca Superior? Qu ocurrir si RamnBerenguer gusta de seguir conquistando elreino de mi esposo?

    Ab Amir, que aprovechaba la pausa enla subida para tomar aire a pulmones llenos,inspir con fuerza y mir a su alrededor, alprecioso laberinto de valles y paredes rocosasque salpicaban la sierra de Segura, ahoraextendida a sus pies como una alfombra deplata y verde.

    Nia, la poltica es complicada. Elascendiente que el emperador tiene sobre elprncipe de Aragn no es muy vigoroso, peros lo suficiente para que las ambiciones de estese mantengan dentro de lmites tolerables.Para la conquista de Tortosa, RamnBerenguer consigui bula de su papa catlico.Enfrentarse a eso es ganarse la enemistad de

  • toda la cristiandad. Y aun hoy, si tu esposo seopusiera con las armas a Ramn Berenguer, elemperador Alfonso no tendra otro remedioque valer al prncipe. Ambos son lderescristianos, unidos por su fe. Y si de algunamanera los sbditos de Len y Castillapudieran mantenerse atados por la voluntaddel emperador y mirar hacia otro lado, dime:de verdad crees que tu esposo podra resistirel empuje de Ramn Berenguer, que ahora haunido bajo su gida su condado de Barcelonacon el poderoso reino de Aragn?

    No, tu esposo sabe perfectamentecules son las ambiciones de RamnBerenguer: las mismas que han tenido todoslos reyes de Aragn y todos los condes deBarcelona. Si realmente ests tan interesadaen la poltica, aprende a ver en qu aguasdebes pescar y en cules has de abstenerte dehacerlo. El reino de tu esposo ha demantenerse y crecer mirando al medioda, a

  • las plazas abandonadas por los almorvides.Eso conservar la amistad de Mardnish conel emperador Alfonso y tambin contendr alprncipe de Aragn en la Marca Superior. Esoy el dinero que tu esposo paga en parias aRamn Berenguer.

    Zobeyda arrug la nariz antes de echar aandar lentamente. Todo el squito la imit deinmediato.

    No me gusta comprar mi libertad condinero, Ab Amir.

  • Captulo 2

    Juramentos de lealtad

    DA siguiente. Sitio de Jan

    La alcazaba de Jan ocupaba un cerroalargado y estrecho, y dominaba todo cuantoestaba al alcance de la vista. De sus mismaspiedras naca la muralla que bajaba de lacolina y circundaba la ciudad. A trechos queeran ms o menos largos en funcin de las

  • irregularidades del terreno, se alzabantorreones de maciza presencia, algunos de loscuales mostraban todava los signos derecientes obras. La ciudad estabaacostumbrada a los asedios desde aos atrs,y los recin llegados almohades acababan deaadirle un toque de solidez. La medina lucaesplendorosa, aun encerrada a cal y canto traslas murallas. Los alminares que sobresalandejaban resbalar sobre sus azulejos el sol de lamaana y lanzaban matices dorados hacia elcampamento cristiano que sitiaba la ciudad.En tiempos mejores debi de haber un bonitoarrabal, pero los sucesivos asedios habanterminado por hacer imposible la vidaextramuros. Ahora solo quedaban restosennegrecidos que servan de parapetos ypuestos de guardia para las tropas norteas.

    Mardnish observaba las murallas deJan desde la entrada de su pabelln. Mirabacon los ojos entornados para defenderse del

  • sol que ya empezaba a dibujar su arco trasaquella alcazaba repleta de estandartes blancoscon leyendas cornicas. Mardnish era alto, losuficiente como para sobresalir de entrequienes le rodeaban. Veintisiete aos, anchasespaldas y gesto firme, como corresponda aun guerrero tagr. Estaba muy orgulloso de suorigen y de su linaje, todo l repleto desoldados andaluses de frontera, pero no tenareparo alguno en vestir como un cristiano. Dehecho, salvo por el estandarte que presida sutienda, negro y regido por una estrella plateadade ocho puntas, nadie habra dicho que eramahometano. Se equipaba como un caballerodel norte: loriga y almfar, espada ceida alcinto y crespina en la cabeza. A su derecha,un escudero sostena la lanza, adornada porun estandarte negro, y el yelmo cnico con unalargado nasal; a su izquierda, otro soportabael escudo, alargado y en forma de lgrima ycon la misma estrella de ocho puntas pintada

  • en plata sobre el campo negro.Pero sin duda lo que ms llamaba la

    atencin de semejante guerrero mahometanoera su tez, clara como podra ser la de unleons, y su pelo castao, casi rubio, al igualque su barba perfectamente recortada.Mardnish no tena inconveniente en alardearde que su prosapia estaba emparentada con lasmejores familias yemenes y tampoco enafirmar que su origen era mulad; y que sultimo ancestro cristiano haba sido un talMartn, cuyo nombre aplicado a susdescendientes haba sido caprichosamentearabizado como Mardnish. Ninguna otramemoria quedaba de sus ascendientespolitestas, salvo que uno de ellos, en algnmomento pretrito, haba entrado al serviciode los Ban Hud de Zaragoza cuando laciudad era todava la cuna de esplendor quehaba asombrado a gentes de todas lasreligiones. Antes, mucho antes de que fuera

  • conquistada por el rey Batallador, Alfonso deAragn.

    Por qu te preparas para combatir?Mardnish se volvi y salud a su

    suegro, Ibrahim ibn Hamusk. El seor deSegura llegaba desde su propio pabelln,alzado junto al de su aliado y yerno. Venavestido con una ligera tnica de seda de Susa,apropiada para los calores de la temporadapero demasiado lujosa para un campamentomilitar; calzaba babuchas de piel y cubra sucabeza con un estrafalario bonete adornadocon plumas de faisn. Hamusk contaba yacuarenta y un aos, pero se le vea tan fogosocomo si tuviera diez menos. Su barba era largay tornaba ligeramente ya al gris, al igual que sucabello, largo y abundante. No era tan altocomo Mardnish, aunque su porte era sinduda el de un combatiente acostumbrado a losrigores de la guerra, y ello a pesar de laredondez que ya adquira su abdomen y los

  • muchos anillos de oro que adornaban susdedos. Aun as haba preferido no aderezarsecomo guerrero, sino como noble andalus.Consideraba que su valor como soldadoestaba ms que demostrado, pues no en vanohaba pasado la mayor parte de su vidaluchando a sueldo para unos y otros, tantocristianos como almorvides. Incluso al ladode estos ltimos en cierta poca haba pasadoel Estrecho y, siendo an muy joven, loshaba ayudado a reprimir los primeros focosde insurreccin almohade.

    Estamos en un campamento militar explic Mardnish a su suegro para contestar asu pregunta. No quiero que estos cristianosnos tomen por lo que no somos. Ellos estnacostumbrados a vernos como un puebloocioso, dado a los placeres mundanos,gustosos solo de la poesa, del vino, de lasmujeres... Es lo que piensan de nosotros.

    Y acaso no es as? le interrumpi

  • Hamusk, y prorrumpi en una sonoracarcajada que hizo volverse a todos los queandaban por all, a las afueras delcampamento cristiano.

    Mardnish sonri como cortesa. Lo quems le molestaba de su suegro era el modo tanestruendoso que tena de rer y hacerse notar.

    Sabes, amigo mo, que me doy alplacer como el que ms admiti Mardnish. Pero disfruto mejor del vino y las mujerescuando estoy en palacio si antes he cumplidoen el campo de batalla. No vengo aqu comocortesano del emperador, sino como guerrerodel Sharq al-ndalus. No quiero que esos seal a un grupo de peones cristianos queacarreaban bolaos piensen que soloservimos para pagarles parias y cederles elpaso por nuestros territorios. Me considero tandueo de estas tierras como ellos y, a mijuicio, esos almohades son tan enemigos moscomo suyos.

  • Hamusk dio una fuerte palmada en laespalda de Mardnish e hizo resonar la cota demalla.

    Bien dicho, yerno! Y ahora vayamosa ver a nuestro emperador, pues nos estaresperando.

    Anduvieron por entre las tiendascristianas, todas ellas adornadas por sobriosestandartes. Mardnish abra camino; tras l,Hamusk, y los seguan los dos sirvientes queportaban las armas del primero; jvenes que,con ojos asustados, miraban a los fierosguerreros leoneses y castellanos que salan desus pabellones a medio armar. Un tercerescudero se afanaba por esquivar las cuerdasy estacas clavadas en tierra mientras guiaba aldestrero de Mardnish, un caballo de guerraprecioso, totalmente negro, de cuya sillacolgaba una aljaba repleta de flechas y unfardo alargado. Las conversaciones seacallaban en los corros cuando pasaban los

  • dos nobles andaluses, y eran foco de todas lasmiradas, algunas de curiosidad, otras deaceptacin e incluso unas pocas de desprecio.Llegaron a la tienda del emperador, erigida enmedio de un mar de pabellones. Alguien habaacercado varios hermosos caballos hasta all, ylos sirvientes aguardaban junto a ellos conlanzas y escudos preparados. Un muchachode no ms de diecisiete aos y portedistinguido permaneca en pie a la entrada delpabelln, con los brazos levantados, mientrasun criado le cea el talabarte alrededor de laloriga. Mir embobado a Mardnish y, derepente, una luz de comprensin alumbr sucara.

    T debes de ser... le seal ymostr una generosa sonrisa nuestro reyamigo, Mardnish!

    El andalus tambin sonri. La forma degesticular del joven le resultaba claramentefamiliar.

  • Y t debes de ser el joven Sancho. Mardnish hizo una ligera inclinacin decabeza.

    Rey Sancho para ti, infiel! escupiun enorme caballero que sala en ese instantedel pabelln imperial.

    Mardnish congel su sonrisa en la cara yclav sus claros ojos en aquel titn de cabezaafeitada. El solo peso de su loriga habrabastado para aplastar a un enemigo, y hastatena que agacharse para pasar bajo el dintelde la tienda del emperador Alfonso. El jovenSancho puso una mano en el pecho del gigantey este se fren.

    l tambin es rey, lvar explic elmuchacho.

    Mardnish tens sus mandbulas y apretcon fuerza el pomo de su espada. Hamusk, alpercibir que la ira suba desde el corazn de suyerno, se interpuso entre l y el gigante rapadoy solt una de sus sonoras carcajadas. Seal

  • a Mardnish y habl al tal lvar, quemostraba una dentadura de mastn mientrassonrea con fiereza.

    Creme, cristiano, t seras aceptadoen una mezquita antes que este infiel.

    Aquello distrajo lo suficiente al gigante,que no acababa de comprender las palabras deHamusk, y entre tanto el emperador sali desu pabelln alarmado por los gritos. El rostrode Alfonso de Len, cercado por una reciabarba negra, se relaj al ver que Hamusk reasonoramente, y su boca se alarg en unasonrisa sincera al reconocer a Mardnish. Elemperador, que iba armado, se apresur aestrechar la mano del rey del Sharq.

    Amigo mo Mardnish, s bienvenido ami real.

    El andalus inclin la cabeza aunquesostuvo la franca mirada de Alfonso.

    Disculpad que no viniera a verosanoche, mi seor. Llegamos tarde y prefer no

  • molestaros.Mi mayordomo me inform

    cumplidamente, no temas. Pero esta nochecenars conmigo... Oh, amigo Hamusk. Elemperador solt la mano de Mardnish yapret con fuerza la de su suegro. El jovenSancho, que no haba abandonado su gestoalegre, se adelant medio paso.

    Padre...Ah, s. El emperador retrocedi un

    paso y seal al joven. Mis queridosamigos: mi primognito Sancho, al que hapoco he distinguido como rey de Njera. Leped que se quedase con su recin estrenadaesposa, la princesa Blanca de Navarra, perono consinti en dejarme solo en esta campaa.

    El joven acentu an ms su sonrisa, queenseguida contagi a Mardnish. Tras Sancho,el gigante segua plantado sin apartar la vistadel rey del Sharq. El emperador se apercibirpidamente de la tensin que se haba creado

  • entre los dos guerreros.Amigos mos, permitid que os presente

    a mi fiel lvar Rodrguez, seor de Meira ehijo del difunto conde de Sarria. Ni el titnni el rey andalus se inmutaron, aunque ambosmantuvieron el hilo tenso y metlico que unasus miradas. El emperador decidi romper deinmediato el momento. Pero no nosdemoremos ms... Apunt con el dedo alhermoso caballo de guerra de Mardnish.Me dispona a recorrer nuestras posicionescon Sancho y lvar. Mardnish, me haras elhonor de acompaarnos?

    Por supuesto, mi seor.Amigo Hamusk, dispn de mi tienda,

    puesto que no te veo con nimo de montarahora. El emperador grit hacia el interiorde su pabelln, donde se afanaban sussirvientes. Agasajad al seor de Segura conlargueza! Dadle de comer y beber!

    Hamusk agradeci el gesto con una

  • sonrisa forzada, pues no tena pensado que lareunin fuera a celebrarse a caballo yrecorriendo el cinturn de asedio. No leagradaba perderse lo que hubiera que hablar,pero asinti respetuosamente y entr en elpabelln imperial. Todos los dems montarony embrazaron sus escudos. Alfonso abri lamarcha e invit a Mardnish a cabalgar a sulado. Dejaron atrs las tiendas, los establos decampaa y los olivares. Tras ellos, a pocadistancia, desfilaban lvar Rodrguez y eljoven Sancho. Una no muy nutrida escoltasegua a los cuatro en columna junto con losescuderos. Nadie se haba cubierto con yelmoni empuaba lanza. Pronto llegaron a la lneade asedio.

    El sitio de Jan era completo. Soldadosgallegos, leoneses y castellanos estabandivididos por su origen, dirigidos por suspropios lderes y responsabilizados de susalbergadas, los parapetos y empalizadas que

  • defendan cada posicin. El emperador seala Mardnish los lugares asignados a la miliciade vila, a la que tena en gran estima, dijo,por el valor de sus hombres. Se oanmartillazos y los abulenses iban y venan concordajes y listones de madera.

    He puesto en juego un manto conpedrera para quienes consigan adelantarsemontando un almajaneque explicabaAlfonso. Hay algunos ingenieros genovesesen el ejrcito, y la mejor forma de que losguerreros los ayuden es una recompensa. Yopensaba que los de vila ganaran el premio,pero anoche don lvar me dijo que la miliciade Toledo ya lo haba terminado. Estn unpoco ms adelante.

    Ese lvar... Mardnish se gir amedias sobre la montura. Creo que no leagrada mi presencia.

    Ah, no prestes atencin a susimpulsos. Es un gran guerrero, no un poltico.

  • Hace cuatro aos me asisti en la toma deAlmera y se distingui por delante de todos.Tiene mucho valor, te lo aseguro. Yo mismole vi quebrar las filas de enemigos con sumaza y sembrar el terror entre los almerienses;pero algunos de sus mejores hombres cayerona manos de los sarracenos. Por eso los odia, yan no se ha dado cuenta de que t no erescomo esos bereberes fanticos.

    Desde luego es enorme. Todo un titn.Mardnish se fij con disimulo en losanchos hombros del gigante, en los trazosrectos y bruscos de su mandbula y en elgrosor de sus brazos y piernas. lvarRodrguez llevaba el yelmo colgado del arzn,y almfar y crespina echados hacia atrs. Lacabeza totalmente afeitada confera a su gestouna ferocidad que record al andalus la de untoro bravo a punto de embestir.

    Todos lo conocen como el Calvo. Esnieto de lvar Fez. Ya sabes, el compaero

  • del Cid. Yo creo que se siente abrumado porla fama guerrera de su abuelo hasta tal puntoque le irrita que la gente lo nombre ante l.Eso le obsesiona. No hace ms que escuchar alos juglares y memorizar esas canciones deamores y duelos que nos traen desde elnorte... Le gustara ser el protagonista de unode esos poemas, lo s. Quiere ganarse un sitioen las crnicas a golpe de maza, yprecisamente por eso confo en don lvar. Nohe de andar detrs rogndole que me asistacomo me pasa con otros barones. No bienhuele a contienda, lvar el Calvo se presentaante m armado y dispuesto.

    En cuanto al joven Sancho, parece undigno heredero de su padre.

    El emperador sonri.Gracias, amigo Mardnish. Ser un

    buen caballero. Ojal sea tambin un buenrey.

    Un buen emperador corrigi con

  • suavidad el andalus.No, no. Digo bien. An no lo hemos

    formalizado, pero tengo casi decidido queSancho ser rey de Castilla. El emperadorgesticul discretamente para pedir aMardnish que lo siguiera y arre un poco asu montura; consigui aumentar de formadiscreta la distancia que los separaba del restode los jinetes. Baj la voz para seguirconfindose. El sueo del imperio hispnicono puede pasar an de ah, amigo Mardnish.No ahora. Tal vez en el futuro, cuando estemundo haya cambiado... Mucho despus deque t y yo lo hayamos abandonado. Por esodividir mis dominios entre Sancho y mi hijosegundo, Fernando.

    Mi seor Alfonso, no quisiera enabsoluto contrariaros, pero acaso nodebilitar eso la fuerza de vuestros hijos?

    El emperador call durante un largo rato.Mir a Mardnish mientras seguan avanzando

  • hasta las posiciones toledanas. Estaba segurode que todos los prncipes y reyes hispanos sealegraran de que Len y Castilla continuaransu camino por sendas distintas. Cada unointentara por su cuenta, no le caba duda,sacar partido de esa temida debilidad. Peroaquel extrao rey sarraceno, Mardnish... lno se alegraba de que el frustrado sueohispnico se dividiera. Al contrario, lamentabaque una fuerza tan poderosa como el imperiode Alfonso detuviera su camino.

    A veces, mis barones y obispos mereprenden con cario por contar con tuamistad, amigo Mardnish, y sin embargotengo que reconocer que eres a mi coraznms caro que muchos de mis hermanos de feadmiti el emperador con un extrao brilloen los ojos. Esta noche, mientras cenemos,te har una confesin, te pedir una disculpa yte prometer una esperanza.

    Mardnish enarc las cejas ante las

  • confusas palabras del emperador Alfonso.Abri la boca para suplicarle una explicacin,pero en ese instante un sonido grave retumbcomo si un trueno conmoviera la tierra en unanoche de tormenta. Todos los jinetes miraronhacia el origen de aquel ruido y sus vistasfueron atradas por una blanquecina nube depolvo que se elevaba desde las murallas deJan. Al mismo tiempo lleg hasta sus odosun estruendo cocinado a base de vtores,aplausos y chillidos de triunfo.

    Ah estn, tal como os dije, mi seorhabl con su potente vozarrn lvarRodrguez, el Calvo. Las milicias de Toledohan puesto a funcionar su esfuerzo y yamartillean los muros infieles. Es cuestin detiempo que los africanos almohades pidanclemencia.

    El gritero se extenda por las posicionesde sitio. El emperador Alfonso coloc sumano sobre los ojos para detener la herida de

  • los rayos del sol y tambin se dej contagiarpor la felicidad. All, sobrepasadas lasalbergadas y en tierra de nadie, algunosinfantes tiraban de un almajaneque al quehaban adosado unas pequeas y macizasruedas. Varios ms, provistos de enormesplanchones de madera que usaban a guisa deescudos, protegan a los conductores de lamquina de asedio. Un par de arrapiezos,sirvientes de mesnada de no ms de quinceaos, corran cmicamente mientrastransportaban en una parihuela un bolaomayor que sus dos cabezas juntas.

    Amigo lvar, ve y felicita a esosbravos toledanos, pero ordnales que lleven sumquina tras los manteletes. Y que esperen aque el resto haya levantado las suyas. Noquiero que todos los malditos demoniosarqueros de Jan suban a la muralla yacribillen a esos valientes.

    S, mi seor respondi al punto el

  • Calvo, y pic espuelas para salir despedidohacia el almajaneque toledano. Tras lasalbergadas, los guerreros animaban a suscompaeros a quebrar la muralla y lanzabanmaldiciones e insultos destinados a losalmohades cercados. Como anuncio de quelos temores del emperador eran ms quefundados, una solitaria flecha sali disparadadesde la muralla y vol con muy poco tinohasta clavarse a buena distancia de lamquina. Ello no sirvi sino para que lostoledanos redoblaran sus burlas. El caballo delemperador Alfonso piaf, percibiendo por sustablas en algaradas y sitios que aquello pintabacuando menos regular.

    Estn muy cerca de las murallas murmur Sancho con preocupacin.

    No temas intent calmarleMardnish. Hace falta mucho tiempo paraconcentrar un nmero suficiente de arqueros.Podrn salir de la franja de peligro.

  • Sancho asinti con alivio y vio que lvarel Calvo haca aspavientos para mandar quelos toledanos se retiraran tras las defensas demadera. Luego entorn los ojos para fijarse enel lugar en el que al parecer haba impactadoel primer y nico bolao disparado por lamquina de guerra. Todava flotaba sobre luna dbil nube albina, pero era evidente queprovena del mampuesto aadido. Aquelsector de muralla estaba junto a una de laspuertas de Jan, la que daba al camino deGranada. El camino, araado ante ella poraos y aos de pisadas y rodadas, bordeabapor unas varas la alta pared y girabaabruptamente hacia el sur. En ese punto, losmuros volvan a trepar por el risco para llegara confundirse con la recia mole de la alcazaba.

    De repente, la puerta empez a abrirse.Increble reconoci Sancho. Estos

    nuevos enemigos son unos inconscientes. Vana salir para comprobar los daos, no?

  • El caballo azabache de Mardnishresopl cuando este, tenso, tir de las riendas.

    Cuidado, mi seor advirti.Don lvar, fuera de ah! El

    emperador se aup sobre los estribos.El Calvo no lo oy. Al gritero de burla y

    triunfo que sala de cientos de bocas en laslneas de asedio se sumaban ahora los desafospor la apertura de la Puerta de Granada.

    Las dos hojas terminaron de desplazarsey varios jinetes ataviados de blanco salieronbajo el arco de herradura. Montaban caballososcuros y esbeltos, con jaeces tambinnegruzcos, sin adorno alguno, y los arrearonde inmediato y a todo galope hacia elalmajaneque toledano. Los infantes queportaban los planchones de madera, y que porfortuna estaban retrocediendo sin perder lacara a Jan, avisaron a gritos a suscompaeros.

    Sin una sola voz de concierto, el

  • emperador Alfonso, su hijo Sancho yMardnish se lanzaron a socorrer a lostoledanos. Desprovistos de yelmos y lanzas,puesto que no haban tenido tiempo depedrselos a sus escuderos, se inclinaron sobrelos cuellos de sus monturas. Vieron cmolvar se aperciba enseguida del peligro. Elgigante, que llevaba su escudo indolentementecolgado del tiracol, lo embraz y se protegicon l, se subi el almfar y a continuacintom una horrenda maza de guerra quellevaba colgada del arzn.

    Los almohades haban terminado de salirde Jan y cargaban directos hacia elalmajaneque. Eran cinco y parecan volar, conla liviana tela de sus vestiduras flotando trasellos. Embrazaban escudos redondeados yempuaban ligeras jabalinas. Como si aquellofuera un plan preconcebido, algunos cedieronvelocidad hasta que formaron lnea con losdems. Frente a ellos, Mardnish observ con

  • una pizca de angustia que no conseguiranllegar hasta los toledanos antes que losalmohades. En cuanto al resto del ejrcito,algunos valientes salieron corriendo yabandonaron las tiendas, pero susposibilidades eran an menores. lvarRodrguez gesticul, ahogada su voz por elgritero y el ruido de las cabalgaduras. A susrdenes, los toledanos que portaban losplanchones clavaron la rodilla en tierra yformaron una improvisada muralla de madera.Los dems se resguardaron tras ellos yempez el rosario de persignaciones y manosunidas, encomiendas a Dios y promesas atodos los santos.

    lvar el Calvo, campen de los ejrcitoscristianos. Depositario de uno de los msbravos linajes que vio nacer el mundo,caballero probado, seguidor del cdigo:

    En Dios cree, a Dios ama, a Dios adora,

  • honra a los nobles y a las damas,y ante los presbteros ponte en pie.Y qu mejor forma de honrar a Dios

    que enviando a unos cuantos infieles alinfierno?

    Por eso el Calvo rodea ahora al grupo deatemorizados infantes y carga en solitariocontra los enemigos. Encajado entre losarzones, los pies afirmados en los estribos.Fija la mirada, frrea la voluntad. La visin delvar Rodrguez, que parece uno de losjinetes del Apocalipsis, levanta un aullidogeneral en las filas del asedio. Mardnish,mientras tanto, ha colgado su escudo del arzny pugna por desatar los lazos que mantienencubierto el fardo alargado que lleva en la silla.Se da cuenta en este momento, con inusitadaclaridad, de que aquellos almohades estnhaciendo una salida suicida. Qu puedenconseguir? Acabar con unos pocos cristianosimprudentes? Ni siquiera tienen oportunidad

  • de destruir el almajaneque, y mucho menos dearrastrarlo hacia sus murallas. Un escalofrorecorre la espina dorsal del rey andalus alvislumbrar que aquella maniobra es pocomenos que una inmolacin pblica. Pero elrelmpago de reflexin se hunde pronto en latiniebla roja, la que precede al combate. lvarel Calvo est a punto de cerrar con elenemigo. Su cuerpo se encoge, aunque siguepareciendo un gigante recubierto de hierro.Mardnish arroja al vuelo el trapo con el quelleva cubierto su arco. Sin dejar de espolear asu caballo, extrae una flecha del carcaj,colgado a su derecha, la cala en la cuerda yempieza a tensar. El caballo se porta connobleza. Aguanta el galope a pesar de que sudueo deja que las riendas pendan atadas a sumueca.

    Ms all, el choque es el de una olasalvaje que rompe contra un saliente rocoso.lvar Rodrguez ha cargado recto contra el

  • centro de la lnea montada almohade, con suenorme escudo pintado de verde ante l,usando su propio peso y el de su formidabledestrero como un proyectil viviente. Unguerrero sarraceno se quiebra contra aquellamole acorazada y sale despedido hacia atrs,totalmente desmadejado. En la lejana, aMardnish le parece que el Calvo es un dardoque atraviesa una plancha de mimbre. Alrefrenar a su montura, el caballero cristianoeleva una cortina de polvo y guijarros, y sucaballo se queja del tirn con un bufido. Peroel noble bruto patalea, recobra pie y da lavuelta para encarar de nuevo a los almohades,que bien se dira que han ignorado la feroz ysolitaria carga de ese guerrero loco y gigante.Ahora lvar debe cobrar de nuevo velocidady lanzarse hacia sus enemigos, que siguenaproximndose a los del almajaneque.

    Los toledanos se agachan al ver venir alos cuatro jinetes africanos; se encogen hasta

  • casi hacerse invisibles; desaparecen tras losplanchones de madera. A unas varas queda elalmajaneque, olvidados ya los vtores y lasburlas. Los almohades elevan sobre suscabezas las jabalinas que portan y frenan conenvidiable coordinacin a un par de cuerposde los infantes. Las armas salen despedidas aun tiempo, rasgan el aire, vidas de carne, y seclavan en las maderas. Un aullido de dolor sealza y sobrevuela la llanura cuando uno de losinfantes siente que horadan su brazo y veaparecer una punta de hierro ensangrentadaante su cara. Con la carne y el hueso ancosidos al planchn, se deja caer hacia atrs ysiembra el pnico entre sus compaeros. Ladesbandada es ya un hecho cuando losalmohades desenfundan sus espadas. Ahora,ms de cerca, puede verse que llevan la frentecubierta por la tela de su turbante. Bajo lrelucen los ojos, rodeados de una piel oscuracuyo tono se acenta an ms por la blancura

  • de sus ropas; y miran desencajados, fieros,dirase que nublados por la locura.

    Mardnish, que ha seguido al galope,considera que est ya a una distanciaadecuada. En ese momento, los almohadesvuelven a arrancar, aplastando con los taloneslos ijares de sus monturas. El andalus refrenaa la suya y termina de tensar, inspira conrapidez y suelta a medias el aire. Justo en eseinstante, el emperador y Sancho lo sobrepasana todo galope, y a lo lejos, lvar Rodrguezeleva su maza sobre la cabeza para chocar porsegunda vez con sus enemigos.

    La primera flecha deja atrs unchasquido seco y vuela libre. Cruza entre doscaballeros raudos un emperador y un reyy traspasa el aire. Silba como debe de silbar laparca cuando teje la ltima pulgada demortaja. Su punta de hierro atraviesa la cotaentrelazada que un almohade viste bajo laropa, horada la piel y se clava en el cuello.

  • Cercena su vida de golpe.Al mismo tiempo, el mazazo de lvar el

    Calvo destroza la madera de un escudoalmohade, y su dueo grita de dolor al sentirque se rompen los huesos del brazo. Elchillido tambin se quiebra unos instantesdespus, cuando la maza aplasta el yelmoanudado de blanco, se hunde en su crneo ynubla los ojos del guerrero. El joven Sancho,ms fogoso que su padre, llega hasta elpenltimo almohade y se enlaza con l en unintercambio de espadazos. Los caballos girannerviosos y ambos jinetes se manejan convalor, se defienden y atacan por turnos. Unasegunda flecha corta el aire y el quintoalmohade, indeciso entre encajar el embate delvar Rodrguez o el del emperador Alfonso,cae como un fardo con el cuello igualmenteatravesado.

    Mardnish baja el arco, con la terceraflecha ya calada, y aguanta la respiracin

  • mientras observa el duelo entre Sancho y elalmohade superviviente. El mismo emperadorAlfonso hace un gesto a don lvar para queno se inmiscuya en el combate; la quietud setraslada desde aquel lugar, sembrado ya decadveres sarracenos, y llega hasta las lneascristianas. Varios guerreros chistan y pidensilencio, y los que venan a la carrera sedetienen entre murmullos. Solo se oye ahorael resonar del hierro contra la madera: ungolpe, otro; un choque de espadas, un giro yun nuevo revs; un caballo piafa y un jineteaprieta sus rodillas en torno a los costillares desu montura. Todos pueden ver el rostro delemperador congestionado, a la espera deldesenlace. Sin duda se encomienda en silencioal Criador y hace votos para donar un sinfnde posesiones a este o aquel monasterio. Perono parece ser Dios quien decide la contienda:al retroceder tras una de las acometidas, elalmohade se da cuenta de que alrededor yacen

  • sus compaeros, alfombrado el suelo deblanco y rojo, mientras un pavoroso crculo decristianos vidos de sangre musulmana searremolina poco a poco y circunda elescenario. Sancho jadea; respeta la pausa delbereber pero aprieta los dientes, enrabietadopor la lucha, deseoso de hundir su espada enel corazn del enemigo.

    Por fin, el almohade deja caer su arma yel escudo redondo, pasa un pie sobre la silla yse deja resbalar hasta caer a tierra. Hinca lasrodillas, mira al cielo y empieza a implorar enuna lengua desconocida hasta para Mardnish.

    A buen seguro el resto del ejrcitocristiano tuvo que conformarse con galletas y,con algo de suerte, carne en salazn y vinoaguado. En el pabelln del emperadorAlfonso, sin embargo, se haba preparado unexcelente banquete para agasajar a losinvitados de honor. Tanto Mardnish como su

  • suegro, Hamusk, compartiran mesa con elsoberano ms poderoso de la Pennsula, yotro tanto hara el enorme lvar Rodrguez.Fuera, durante buena parte del da, lostoledanos haban celebrado el episodio de laPuerta de Granada y el almajaneque. Sehaban alzado vtores y brindis hasta quemuchos de los peones, totalmente borrachos,se haban trasladado al lugar en el quepermaneca prisionero el almohade capturadopor el joven Sancho.

    Durante la cena, todos se abstuvieron dehablar de otra cosa que no fueran las proezasde lvar el Calvo y de cmo habadesmontado a dos sarracenos tal que si fueranpeleles; y de Mardnish y su espantosaprecisin con el arco; y, cmo no, del valordemostrado por Sancho al medirse cara a caracon un guerrero que, segn se contaba ahora,era mucho ms fuerte, alto y diestro que l, yal que haba rendido al tercer tajo de travs

  • con su espada.Lo mo no ha sido nada. El

    primognito del emperador se sentaabrumado al ver cmo aquel combate acaballo creca y creca con cada rumor,alimentndose a s mismo hasta convertirse enalgo digno de cantarse en un poema. Eseinfiel se ha rendido porque estaba rodeado yno tena escapatoria, fuera o no el vencedoren la lid.

    Para Mardnish, la accin de Sancho nocareca de mrito. El joven noble era risueo ysus ojos transmitan sinceridad e hidalgua,pero su cuerpo no era el de un gran guerrero,e incluso su tez pareca algo demacrada. Elrey del Sharq sospech que quiz padeciesealguna enfermedad, aunque en aquellosmomentos no se manifestara.

    La salida almohade ha sido suicida. Mardnish sostena una copa argentina repletade vino castellano. Pese a ello, esos jinetes

  • no eran voluntarios fanticos, sino guerrerosexperimentados de una de esas tribusmasmudas. Lo ms granado de los almohades.Como prueba, recordadlo todos, hanmaniobrado con precisin para formar la lneaal galope, e incluso han atacado coordinados.Cierto es que no tenan oportunidad alguna,pero ese valor desesperado y esa pericia en lalucha hacen que tu victoria no sea unanadera. Sancho mir a los ojos al joven,has luchado como un hroe antiguo..., uno deesos cuyas gestas se narran en las epopeyas.Bravo. Alzo mi copa por ti.

    El joven se emocion visiblemente y nosupo qu responder. El emperador, quepresida la mesa montada con una largaplancha de madera sobre caballetes, se pusoen pie y rubric el brindis del andalus.

    Qu buenas palabras, amigoMardnish. Yo tambin brindo por Sancho.Gloria para l!

  • Los dems comensales se alzaron yrepitieron el grito del emperador. lvar seimpuso a todos con su vozarrn y acab conel contenido de su copa de un solo trago.Frente a l se hallaba el segundo hijo delemperador Alfonso, Fernando, que apenascontaba catorce aos. Y a pesar de su cortaedad luca una mirada madura con la queexaminaba a cada comensal. El jovencsimoFernando repiti el brindis, pero sus labiosapenas rozaron el metal plateado ni semojaron con el caldo castellano, fro paraaliviar los calores estivales de la nochejienense. Sobre la mesa de campaa quedabanlos restos de faisn andalus cocinado consetas, canela y dtiles, los pasteles de ganso ypavo a medio comer y un pichn del quetodava se dispona a dar cuenta lvar elCalvo. Un par de escanciadores corranalrededor de los invitados y rellenaban lascopas de vino. Todos aceptaron su parte

  • excepto Fernando, que puso la mano sobre elrecipiente mientras volva a sentarse.

    Sancho no ha sido el nico hroe hoy.El emperador aguant su copa a un lado yesper a que uno de los servidores acabara derellenrsela. Mis dos buenos camaradas,Mardnish y lvar Rodrguez: bravo tambinpor vosotros. Me enorgullezco de contar conambos no solo como amigos, sino tambincomo fieles aliados.

    El vino volvi a inundar los gaznates paraconsagrar el nuevo brindis. nicamente eljoven Fernando permaneci quieto,abstenindose de beber y sentado mientras losdems seguan de pie, en un gesto que podrahaberse considerado de mal gusto de no serpor su mocedad. Tena la vista fija en suhermano Sancho; entornaba los prpados yladeaba la cabeza. Pareca que calculara cmohaba sido posible que el joven rey de Njerahubiera aguantado ms de dos acometidas del

  • infiel ahora cautivo. De aquel..., cmo lohaba llamado Mardnish?, masmuda. Unmasmuda fantico y suicida.

    Yo quiero decir algo, mi seor! lvar reclam con un gesto que le llenaran lacopa una vez ms. No hemos hecho sinocumplir con nuestro deber, pues adems deamigos y aliados vuestros, buen emperadorAlfonso, somos vuestros servidores. Y quierodirigirme a ese hombre!

    El ltimo grito, atronador, lo habasoltado el Calvo mientras sealaba aMardnish, que aguant la fiera mirada delgigantn de cabeza rapada.

    Dime pues le ret a continuar el reyandalus.

    T dijo el Calvo al tiempo que unsirviente se pona de puntillas para verter elvino desde una jarra en la copa del titn, aquien hoy he ofendido gravemente alconsiderarte poco digno de estar aqu: me has

  • demostrado cun equivocado estaba. Te pidoperdn y te suplico que me cuentes entre tusamigos a partir de hoy, y te advierto que aligual que t me has socorrido en un peligrosotrance, yo tambin ir a valerte cuando lonecesites y empear mi vida en ello. Y eso lojuro delante de todos estos nobles seores yde Dios todopoderoso.

    lvar el Calvo apur la copa mientrasHamusk dejaba la suya sobre la mesa yaplauda con entusiasmo. Mardnish acept elbrindis con una ancha sonrisa, bebi aquelvino consagrado con el juramento delimponente guerrero e hizo una respetuosainclinacin de cabeza.

    No he hecho sino tratar de emular elvalor que he visto en ti, lvar Rodrguez, alenfrentarte en solitario a seis enemigoscarniceros. El rey del Sharq mir a losfrancos ojos de aquel coloso cristiano, de unfro color gris, glido como las brumas

  • norteas. Reconozco tu juramento y teofrezco otro tanto. Que este lazo no se rompahasta que uno de los dos caiga muerto.

    El Calvo, al que los vapores del vinoempezaban a enturbiar el juicio, abandon susitio en la mesa y la rode para abrazar confuerza a Mardnish. El rey del Sharq abarccomo pudo la espalda del gigante y resopl alsentir la titnica fuerza de lvar Rodrguez. Elemperador rio distendidamente mientrasHamusk soltaba una de sus estridentescarcajadas. Las risas fueron imitadas por losdems salvo Fernando, e incluso losescanciadores sonrieron a pesar del tremendotrabajo que les estaba dando aquel paladn decabeza afeitada. El Calvo regres a su silla ytodos tomaron asiento.

    Como nos estamos sincerando, amigoMardnish habl ahora el emperador,tengo yo tambin algo que decirte.

    Pues lo cierto es que esta maana me

  • habis intrigado, mi seor contestMardnish. Me habis prometido unaconfesin, una disculpa y una esperanza. Perono me habis ofendido, as que no veo porqu...

    Alfonso alz su mano para que el rey delSharq le dejara hablar. El resto de loscomensales, incluido Fernando, prestatencin.

    Una confesin, amigo Mardnish: aprincipios de ao tuve vistas en el castillo deTudiln, cerca de Tudela, con el prncipe deAragn, don Ramn Berenguer. En esareunin hablamos de nuestros proyectos, yclaramente me expuso algo que, por otraparte, ya saba: su intencin de tomar para stodas las tierras en las que ahora reinas, y quel considera como suyas por futuro derechode conquista.

    Mardnish chasc la lengua y recorricon el dedo ndice el borde plateado de su

  • copa, recogi una gota de lquido rojo y lasacudi descuidadamente.

    Permitidme corregiros, mi seor: esono es una intencin. Es un hecho. El prncipede Aragn ya ha sustrado de mis dominiosLrida, Tortosa, Fraga y Mequinenza. Susbarones mueven algaras por las tierras de miMarca Superior y, a pesar de todo, eseviolento Ramn Berenguer admite como bienganadas las parias que debo abonarleanualmente por lo que l llama su tutela yproteccin. Hace dos aos, antes de queLrida cayera en su poder, la ciudad despachemisarios que se presentaron en mi corte yexigieron el cumplimiento de mi deber deseor. Reclamaron mi defensa contra las artesde Ramn Berenguer. Yo solo pude apartar lavista de sus ojos, que me quemaban. Losdesped con regalos y parabienes, y con lapromesa de que podran instalarse en el lugarque escogieran de mi reino: en cualquiera

  • excepto en alguno de los que el prncipe deAragn ya haba profanado con su presencia.

    El emperador Alfonso, apesadumbrado,frunci el ceo.

    Entonces te ser ms duro aceptar midisculpa ahora, amigo Mardnish, pues enesas mismas vistas acordamos el reparto de lastierras que ambos conquistaremos a losismaelitas, y no pude sino bendecir susintenciones al estirar hacia el medioda, haciatu reino, los dominios que un da han depertenecer a sus herederos: los del reino deAragn y el condado de Barcelona.

    El joven Sancho se llev una mano a laboca y puso cara de no poder entender cmosu padre, que honraba a Mardnish como a unbuen sbdito, poda al mismo tiemporepartirse sus tierras como quien reparte losaqueado en una cabalgada. Su hermanoFernando, que se dio cuenta enseguida delestupor de Sancho, rio quedamente y habl

  • como si l fuera el primognito, y no unsegundn que todava no haba superado laadolescencia.

    Mucho te queda por aprender depoltica, hermano.

    Mardnish asinti en silencio.Y qu otra cosa podais hacer, mi

    seor? intervino ahora Hamusk. Oacaso el prncipe de Aragn habra renunciadoa sus ambiciones si ese acuerdo no hubieraexistido? Bien habis hecho en decidirlo as,pues bajo vuestra sombra habr de actuarRamn Berenguer, y de corazn sabemos quejams permitiris que lleve sus conquistasdemasiado lejos.

    As ser mientras nuestro emperadorviva, sin duda dijo lvar Rodrguez, que apesar de su voz ya algo densa y sus ojosbrillantes pareca seguir la conversacin consolicitud, y mir a Alfonso de Len. Rezo aNuestro Seor porque vuestra vida, mi

  • emperador, sea larga. Muy, muy larga. Peroun da tocar a su fin, pues el Criador osllamar a su lado para recompensaros comomerecis. Qu ocurrir entonces con l? ElCalvo seal al rey del Sharq al-ndalus condedo seguro.

    Esa es la promesa que haba de venirtras la confesin y la disculpa, amigoMardnish respondi el emperador. Puesprometo y hago prometer a mis hijos, aqupresentes, que en mi ausencia harn cumpliresta garanta: jams Len ni Castilla actuarncontra mi amigo, rey legtimo de Murcia y deValencia, y le valdrn cuando se halle enpeligro. Y jams le reclamarn precio algunoni le impondrn tributo por su amistad. Alfonso se puso en pie y alz su copa una vezms. Mir alternativamente a sus hijos Sanchoy Fernando. Prometedlo por vuestro honor.

    Sancho se levant enseguida. Fernandotard un poco ms a pesar de que su gesto

  • haba cambiado. Aunque ambos gozaban yadel tratamiento de reyes, las palabras de supadre indicaban que l era considerado comoun futuro heredero, pues le haca prometerjunto con su hermano por Len y por Castilla.Aquello era como una confirmacin del rumorque se paseaba por toda Galicia, por las dosAsturias, por las Extremaduras, por laTrasierra... El rumor de que el segundn,Fernando, heredara una parte de aquelimperio.

    Prometemos! gritaron los dos alunsono.

    Maana siguiente

    Mardnish se desperez con lentitud yreclam agua a uno de los criados. La maanaviva ya, ajetreada y montona a la vez, fueradel pabelln andalus. Soldados que venan oiban al cambio de guardia en cada posicin de

  • las albergadas, forrajeadores que llegabancargados de grano para las monturas y cazapara los hombres, sirvientes que acarreabanpucheros, y algn que otro mercachifle de losque siempre acompaan a los ejrcitos encampaa y buscan su particular negociovendiendo cacharros. La noche haba duradomucho y el vino haba corrido en el pabellndel emperador Alfonso hasta que el alba clarepor levante. Mardnish haba sido el ltimo enretirarse, junto con el propio emperador ylvar Rodrguez, el Calvo, mientras queSancho y Alfonso se haban excusado haciamedianoche. Hamusk se haba ido pocodespus, alegando que tena asuntos que tratarcon el cautivo almohade.

    Mardnish elev la vasija servida por unode sus sirvientes y dej que el agua llenara suboca y la desbordara, que resbalara por su piely mojara su cuello. Tena una sed espantosacon trazas de no ir a calmarse nunca, y un

  • persistente dolor agujereaba su cabeza y leirritaba. Despidi al sirviente cuando vioacercarse a su suegro, que pareca no padecerresaca alguna.

    Buenos das, mi querido yerno. Odebera decir buenas tardes?

    Mardnish respondi con un gruido.Como siempre, Ibrahim ibn Hamusk ibaperfectamente ataviado para re