manuela, jose eugenio diaz

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  • 7/26/2019 MANUELA, Jose Eugenio Diaz

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    EUGENIO DAZ CASTRO

    MANUELA

    2003 - Reservados todos los derechos

    Permitido el uso sin fines comerciales

    http://www.biblioteca.org.ar/
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    EUGENIO DAZ CASTRO

    MANUELATOMO PRIMERO

    ndice:

    o Captulo I

    La posada de Mal-Abrigoo Captulo IILa parroquiao Captulo IIIEl curao Captulo IVEl lavaderoo Captulo VEl trapiche del retiroo Captulo VILa lmina

    o Captulo VIIExpedicin a la montaao Captulo VIIILa casa de un ciudadanoo Captulo IXLecciones de baileo Captulo XDos visitaso Captulo XIEl mercadoo Captulo XII

    La Esmeraldao Captulo XIIIRevolucino Captulo XIVLo que puede el amoro Captulo XVJunta de notableso Captulo XVI

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    El asilo en la montaao Captulo XVIICambio de ministerioo Captulo XVIIILa fuga

    o Captulo XIXLos carteros

    Captulo I

    La posada de Mal-Abrigo

    Eran las seis de la tarde, y a la luz del crepsculo se alcanzaba a divisar por debajo delas ramas de un corpulento gusimo, una choza sombreada por cuatro matas de pltano quela superaban en altura. En una enramada que tocaba casi el suelo con sus alares, se vea unahoguera, y alrededor algunas personas y un espectro de perro, flaco y abatido sobre suspatas. Al frente de la enramada acababa de detener su mula viajera un caballero que entrabaal patio, seguido de su criado, y de un arriero que conduca una carga de bales. Del centrode este segundo grupo sali una voz que deca:

    -Buenas noches les d Dios!

    -Para servirle, contestaron los de la enramada.

    -Que si nos dan posada?

    -La casa es corta, pero se acomodarn como se pueda. Entren para ms adentro.

    -Dios se lo pague!, contest el arriero, comenzando, a aflojarla carga de la jadeantemula.

    El caballero se desmont y tendiendo su pelln colorado sobre un grueso troncosustentado por estacas y emparejado con tierra, se sent, mientras el arriero, desenjalmaba yrecoga el aparejo, y el criado arrimaba las maletas contra la negra y hendida pared de lachoza. Sali de la cocina una mujer con enaguas azules y camisa blanca, en cuyo rostrobrillaban sus ojos bajo unas pobladas cejas, como lmparas bajo los arcos de un temploobscuro; y dirigindose al viajero, le dijo:

    -Por qu no entra?

    -Muchas gracias... est su casa tan obscura!

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    -No trae vela?

    -Vela yo?

    -Pues vela, porque la que hay aqu, quin sabe dnde la puso mi mam; y a obscuras nola topo. Y si la dejan por ah, harto dejarn los ratones! Conque se comen los cabos de losmachetes, y hasta nos muerden de noche! Pero si tiene tantica paciencia voy a sacar luzpara buscarla.

    Ya tenan arrimados los bales los compaeros del viajero, cuando sali la casera de lacocina con un bagazo encendido. El bagazo seco y deshilachado (la vela de los pobres), eracomo una hoguera, y a su luz brillantsima pudo nuestro viajero examinar la mezquinafachada de la choza y la figura de la patrona. Era sta de talle delgado y recto, de agradablerostro y pies largos y enjutos; sus modales tenan soltura y un garbo natural, como lo tienenlos de todas las hijas de nuestras tierras bajas.

    -Cuando la vela, con gran pesar de los ratones, estuvo alumbrando la salita, los criadosintrodujeron los trastos; y sobre la cama que el paje haba formado con el pelln y lasruanas, se recost el viajero fumando su cigarro, y lamentndose, por intervalos, delcansancio y del estropeo.

    -Hombre, Jos! qu caminos!, deca a su criado que ya se haba recostado tambinsobre la enjalma, si t vieras los de los Estados Unidos! Y las posadas de all; esotodava! Estoy todo desarmado aqu donde t me ves. Qu saltos! qu atolladeros! Nocrea llegar vivo a esta magnfica posada.

    -Y en esas tierras que su merced mienta, no son caminos provinciales y nacionalescomo los nuestros?

    -Como stos? All va volando uno en un tren que lleva todas la comodidades de la vidacivilizada.

    -Pero la Plvora en que su merced baj el monte es superior para los viajes. Tiene unpaso trochado, y un modo de bajar los escalones, y de atravesar los sorbederos!.... Yrecuerde su merced que un mero da desde Bogot hasta aqu.

    -Un da! All hubiramos hecho en una hora esta misma jornada, y no a saltos ybarquinazos, como t dices, sino acostado sobre cojines.

    -Conque qu tal le va?, pregunt el arriero a su patrn, entrando a colgar los cabezalesde las bestias.

    -Ya puedes suponer..., y t, de dnde vienes?

    -De manear las mulas y esconderlas; porque como dice el dicho, "ms vale contarles lascostillas que los pasos." Y por lo que hace a mi acomodo, yo en cualquier parte quedo bien.

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    Pienso dormir debajo del llar sobre la enjalma, porque adentro no cabramos los tres, conua Estefana, su familia y sus cluecas.

    -Y por qu se te ocurri llamar posada a esta choza y hacerme pernoctar en ella?

    -Y en qu otra parte? Slo que en la casa grande de la Soledad!... Su merced me dijoque las casas grandes tenan sus inconvenientes para pasar la noche.

    -Pero si aqu ni cabemos siquiera! En fin... una mala noche pronto se pasa. Saca unlibro del maletn, Jos.

    Y tomando el segundo tomo de Los Misterios de Pars que le trajo su criado, empez aleer en voz alta, mientras su perro y su arriero dorman a sus pies. El perro de Terranova,que responda al nombre de Ayacucho, no haba hecho el menor caso de los largos ydestemplados aullidos con que lo haba recibido el moribundo gozque de la choza; y steviendo el profundo desprecio de su husped, y que, gordo como estaba, ms se curaba dedormir que de comer, dej de temer la rivalidad y volvi a acostarse cerca del fogn.

    Acababa de bostezar el viajero, viendo en su reloj de oro que eran las ocho, cuandoentr la joven casera de paso para su alcoba.

    -Y qu hay del cafecito?, le pregunt el viajero.

    -Cul cafecito?, le contest ella con la ms franca admiracin.

    -El de mi cena.

    -Luego usted cena?

    -Por de contado.

    -Trajo de qu hacerle? Tiene algo en esos bales?

    -S: los libros y la ropa.

    -Eso merienda, pues?

    -No, lo que t me prepares.

    -Y si no hay nada?

    -Cmo?

    -Que en estos caminos hay que llevar de comer, porque no se encuentran las cosas algusto de los pasajeros.

    -Yo no acostumbro cargar nada de comida, mi hija!

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    -Pues entonces, aguante.

    -Y llevando cndores?

    -Qu son cndores?-Monedas de oro del valor de doce pesos y medio.

    -Y con qu pagbamos tantos trueques? Ni con todo lo que tenemos en el rancho!Ave Mara!

    -Y entonces, me dejas morir de hambre despus de criado? T que siendo tan buenamoza, no debes ser inhumana!... Cmo te llamas?

    -Rosa, una criada suya.

    -Y mucho menos siendo la reina de las flores.

    -Nada!

    -Y no te compadeces?

    -Slo que se conforme con lo que hay.

    -De mil amores.

    Continu leyendo el viajero, mientras Rosa se fue a reanimar el fuego, tomando nuevasy urgentes providencias, poseda de sentimientos humanitarios, y de algo ms, porque elviajero le inspiraba un si es no es de cario.

    Iba el lector en un pasaje interesante cuando fue interrumpido por Rosa, la que poniendoun pie en el extremo de la barbacoa, levant el otro con destreza y agilidad, para alcanzar acortar un pedazo de carne de la pieza que colgaba de una vara suspendida con cuerdas dellecho, y con la necesaria interposicin de totumas y tarros que garantizan de ratones. Si alviajero haba parecido Rosa, dndole posada, una mujer bondadosa, ahora, suspendida deun pie en la punta de una barbacoa, los brazos alzados y el cuerpo lanzado en el aire,advirti que era elegante de cuerpo, y en aquella postura, y recordando que estaba ocupadaen su servicio, le pareci el ngel del socorro.

    -Siempre me favorecers, Rosa?, le dijo.

    -No ve? para su cena!... dijo mostrndole el pedazo de carne, y dando un saltogilmente, corri a la cocina. Continu la lectura durante otra hora; y cuando los bostezosdel amo, del criado y del perro, se respondan como el eco en las bvedas de tina cueva,entr Rosa con una servilleta del tamao de un pauelo, a tenderla sobre una cajita, cercade un bal, y el viajero le pregunt:

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    -Qu noticias tenemos, Rosa?

    -No ve ya la mesa puesta?

    -Bien, bien! Si es el primer repique, procura que no tarden los otros dos.-Afljese tantico, si est apretado. Y quin le manda ser descuidado y darse mala vida?

    Ya ve, los pobres lo primero que prevenimos es la comida cuando viajamos; porque si unose muere, de qu sirve la plata?

    -No te detendr con objeciones, porque tienes mucha razn, y adems los momentos sonpreciosos.

    Otro captulo del libro fue ledo en el intermedio siguiente, y al cabo volvi a aparecerRosa trayendo una taza vidriada, no muy limpia por de fuera.

    -Qu me traes, Rosa?, pregunt el viajero sentndose en su barbacoa.

    -Es el aj... Usted no se pica?

    -De ti es que estoy medio picado. Ven ac, graciosa negra. Sintate y conversemos.

    -Y la cena?

    -Todo es secundario en tu presencia! Tienes un aire, una gracia y unas miradas queconsuelan.

    -Entonces no le traigo de cenar? Con que yo lo mire tiene bastante.

    -Pues no es malo que me traigas algo. Quisiera que me hicieras la visita, porque tuconversacin me encanta; pero en fin, t lo vers.

    Cuando esto dijo el viajero, ya Rosa haba salido, para presentarse de nuevo como elverdadero ngel del socorro. Puso sobre la mesa una taza y un plato de palo que tena carneasada, de apetitoso olor; y luego se sent en otro bal, ponindose la mano en la cintura.

    -Me gusta que me acompaes. Yo no puedo comer solo; y as ser mi cena ms sabrosa.Y qu potaje tenemos?

    -Como no es potaje sino mazamorra.

    -Exquisita!, exclam el viajero as que la prob, y no volvi a atravesar palabra hastaagotar la taza.

    -Esta carne tambin est buena, dijo Rosa.

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    -Pues ah vers que no me gusta tanto! Tiene un olorcillo... De qu es?

    -Para qu quiere saberlo?

    -Ya se ve! Lo que importa es matar a quien nos mata. Qu buena cena! Ahora se me

    ocurre una cosa: t me cuidas y ni siquiera sabes como me llamo.-Eso qu le hace?

    -Oh! de esto sucede mucho en la Nueva Granada! Mil gracias, Rosa.

    -Que le haga buen provecho!

    -Te quedo muy agradecido. Mira!, cuando vayas a Bogot, pregunta por m, que tendrmucho gusto en atenderte.

    -Mi hermano Julin es el que viaja, y algunas veces mi madre. Yo les dir que vayan a lacasa de usted.

    -Y vives contenta entre estos montes?

    -Y si no? El que es pobre...

    -Y en qu buscas tu vida, Rosa?

    -En la labranza, cuando se puede trabajar; y la mayor parte del ao en el trapiche de lahacienda.

    -Eres trapichera?

    -S, seor: de la Soledad, del trapiche de mi amo Blas, nada menos.

    -l vive solo?

    -Con mi seorita Clotilde, porque mi seora no se amaa, ni le hace el temperamento.Los nios suelen hacer sus viajes a la ciudad.

    -Te gusta el oficio de trapichera?

    -Y que se va a hacer?

    -Y quienes ms viven aqu contigo?

    -Mi madre, yo, Julin y Antoita, la mediana. Mi padrastro se muri hace poco; Matease fue a Ambalema; y dicen que est calzada y como una novia de maja. Julin, mihermano, est trabajando en el trapiche del Retiro, y no viene a casa sino por San Juan, la

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    semana santa y la nochebuena. Otro hermano tenemos, que trabaja en la Soledad; pero nicaso ni cuenta hace de nosotras.

    -Y cules son tus obligaciones en la hacienda?

    -Pagar ocho pesos por ao, y trabajar, una semana s y otra no, en el oficio del trapiche.-Y qu tal es tu seora Clotilde?

    -Buena con nosotras; y, muy chusca que es la seorita!

    -Y en la parroquia, hay algo que sirva?

    -Ave Mara! Pues la nia Manuela... que es lo que hay que ver!

    -Pero, tanto he hablado con usted, y hasta ahora no me ha dicho su gracia, es decir,cmo se llama.

    -Yo me llamo Demstenes, un criado tuyo, contest el caballero haciendo una cortesa.

    Seguramente don Demstenes, por el hbito de no acostarse sino de las doce paraadelante, estaba desvelado en esa noche. Por lo que hace a Rosa, como buena trapichera,estaba acostumbrada a trasnocharse; y en esta disposicin anloga, eran ya las diez, ytodava conversaban como dos novios. Don Demstenes complacido con la ingenua ysencilla charla de Rosa, y sta, contenta de interrumpir su acostumbrado aislamiento ysoledad, hablando con un pasajero de agradable conversacin.

    La madre y los hermanitos haca rato que dorman en la alcoba inmediata: al fin se retirRosa, llevando en la mano el bagazo encendido. Don Demstenes apag su vela y seprepar a dormir en su movediza barbacoa.

    Mas cuando esperaba el reposo y el sueo bienhechor debido con tanta justicia al malparado viajero, ste en vez de conciliar el sueo, no haca sino moverse y agitarse en sucama, sintiendo mil picadas en todo su cuerpo. Largo rato luch con aquel tormentodesconocido, hasta que por fin, agotada la paciencia, llam a su criado.

    -Jos, levntate, que estoy como metido en agua hirviendo y tengo una sed devoradora.Enciende pronto la vela, oyes!

    -Cmo los ratones cargaron con ella!, contest Jos, despus de buscarla a tientas entoda la pieza.

    -Llama a Rosa, pues.

    Rosa se haba puesto en pie desde que oy las voces y las plegarias de su husped, ysali para ver cmo poda aliviar al viajero; pero no haba otra vela en la casa, y hubo que

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    recurrir al bagazo. Encendido ste, se encarg Jos de atizar la salvaje lmpara, mientrasRosa examinaba la cama de don Demstenes.

    -Son los chiribicos, dijo, despus de examinar los dobleces de la sbana.

    -Y qu se hace con ellos?-Con los chiribicos y con don Tadeo el tinterillo, no hay remedio que valga.

    -Cmo es eso?

    -Pues mire! Cuando los chiribicos se empican, no vale asco, no vale arder la cobija ni eljunco, ni quemar la barbacoa.

    -Y qu se hace entonces?

    -Embarrar de nuevo la casa, o derribarla y hacer otra nueva.

    -Pero mientras se derriba, qu hacemos, Rosa? Yo me muero!

    -No trajo hamaca?

    -Corriente, Rosa! Viene entre los bales: que la saque Jos cuanto antes.

    Cuando colgaron la hamaca entre el criado y la casera, le advirti Rosa:

    -Pero no vaya a llevar a la hamaca ni una cobija, ni una pieza de ropa de las que tienepuestas, porque entonces se queda en las mismas.

    Don Demstenes sigui el consejo: se mud, y envuelto en otra sbana hizo suascensin gloriosa a la hamaca, de un slo brinco, como el boga que sube al champnperseguido por los policas.

    -Ahora quiero agua, porque tengo calentura y la sed me abrasa.

    -Esa es la que aqu no hay, mi caballero.

    -Qu beben ustedes, pues?

    -Guarapo. Si quiere, voy a traer un calabazo de agua al chorro; pero aqu son las aguassalobres.

    -Te lo agradecer, hija ma... Oh! las posadas de los Estados Unidos, esas s que sonposadas!, deca don Demstenes al criado, mientras esperaba el agua. Figrate que en elhotel San Nicols encuentra uno en su cuarto hasta agua corriente! Pero esta posada deMal-Abrigo!...

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    Al cabo de media hora se oyeron los pasos de la servicial casera, y en seguida el gratoacento de su voz.

    -Por anas no vuelvo, dijo al entrar, con una tranquilidad llena de filosofa. Se apag elbagazo en el camino, y aqu no ms tuve que matar una taya que se me enred en los pies...

    maana la ver usted...Don Demstenes se bebi una totuma llena de una agua no muy buena, y exclam con

    todo el fervor de un corazn agradecido:

    -Oh! Rosa! Eres como una Egeria consolando a Numa.

    -Que le eche otra totuma? Apare!...

    -No, Rosa, mi sed est mitigada. Ahora conversemos alguna cosa. Mira, estoy curiosode saber porqu vino a colacin un don Tadeo, cuando hablbamos de chiribicos.

    -Porque esa es otra plaga que tenemos en la parroquia. Al nio Dmaso le tienedesterrado y lo persigue como los ratones a la vela, para no dejarlo casar con la niaManuela. Y usted descudese, si va a estarse en la parroquia, porque ese es hombre quesabe empapelar a la gente; y acurdese de lo que le dice Rosa, acurdese!, repiti alretirarse otra vez a su alcoba.

    Don Demstenes se ri del anuncio; se acord un poco de la hermosa nia a quiendejaba en Bogot; pero no tanto que lo desvelara esta memoria como lo haban hecho loschiribicos; y a no ser por el ruido que hacan los estribos cuando su criado estaba chillando,ya muy entrado el da, no se hubiera despertado hasta la tarde. Tan profundo era su sueo,y tan grande su cansancio!

    Mientras el arriero cargaba, reparando su posada, encontr la culebra muerta, y dentrode la casa una decoracin improvisada. La barbacoa donde le pusieron cama tena armazncomo para toldillo, revestida de arrayn y flores, y un arco gracioso lleno de hojas en lapuerta de la sala. Sobre una tablita encontr un libro muy usado, y, al hojearlo, grit: ohGutenberg! hasta aqu llega tu sublime descubrimiento! Viendo el ttulo, que deca:"Ramillete de divinas flores, y mtodo para aprender a morir cristianamente", murmur:mtodo para vivir es lo que debemos aprender, que morir es caso muy fcil. No te parece,Jos?, aadi dirigindose a su criado.

    -Pues para no morirnos es que bregamos hasta donde podemos, mi amo.

    Cuando todo estuvo listo para marchar, se acerc don Demstenes a la cocina, adespedirse de Rosa, dndole las gracias, y ofrecindole una moneda, que ella rehus conaire de desdn.

    -Pues adis! adis!

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    -Adis, seor!, dijo Rosa, y tom su azadn para irse al pequeo platanar de suestancia.

    Saliendo don Demstenes al camino parroquial de la senda del barzal que ocultaba lacasita, al recordar su mala posada y la generosa bondad de Rosa, pensaba preocupado en la

    frase de " descudese con don Tadeo!", que ella le dijo con aire de profeca; y sacando sucartera escribi rindose:

    "5 de mayo -Posada de Mal-Abrigo- Rosa -Descudese con don Tadeo! -Manuela."

    Dos horas despus entraba en la plaza de la parroquia de... y pronto se instal en sunueva posada.

    Captulo II

    La parroquia

    En las cadas de la gran sabana de Bogot se encuentran algunos caseros con losnombres de ciudades, villas o distritos, de los cuales uno, que ha conservado entre sushabitantes el grato nombre de parroquia, es el teatro de esta narracin.

    Est separado de los otros grupos algunas tres o cuatro leguas, por lo menos, y casiincomunicado, porque los caminos atraviesan bruscamente montaas, rastrojos y fangales.En su plaza, demarcada hace ms de un siglo, hay dos costados cubiertos ya de casas, y enel uno sobresale la iglesia de teja, bien notable por su puerta verde y porque cuelgan de unaviga de su fachada tres campanas, que, sirven para llamar a la misa mayor los domingos, yentre semana para dar las doce, las seis y los dobles de las ocho. El segundo edificio es eldespacho de la alcalda, llamado antiguamente cabildo; sigue despus la casa del cura consu largo corredor sobre la plaza.

    Tiene la parroquia un retazo de calle y, algunos trozos formados de solares de cercas depalos sostenidos por algunos rboles nacederos. Hay una casa que se distingue por suestablecimiento de venta o tienda, de donde el pblico se surte de velas, guarapo, o chicha,aguardiente, y algunas veces de pan. La sala de esta concurrida casa tiene una puerta aloriente, que da a la calle, y otra al occidente que sale al patio, el cual est cerrado por loscostados con dos tramos del pajizo edificio, y por los otros dos con cerca de guadua, en la

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    cual hay un disimulado portillo, que equivale a la puerta oculta, de que hablan algunasnovelas de Europa.

    La tienda tiene una trastienda que comunica con la alcoba de la familia, con una piezaobscura de por medio, llena de ollas, barriles, artesas y trastos viejos.

    La concurrencia en la tienda es todo, los domingos y a veces los lunes. Las arengas delos concurrentes son graves en ciertas ocasiones, y aun suele la discusin, pasar a losporrazos.

    De esta venta saca, tal vez ms ganancias que la duea, un embozado, que desde unagujero practicado en la pared de su alcoba, atisba todos los movimientos, y escucha todaslas palabras, apuntando en una grasienta cartera lo que a su entender tiene mayorimportancia: en la parroquia hay tambin embozados.

    De las otras dos puertas de la sala, que permanecen siempre cerradas por medio decortinas de zaraza, la una conduce a la mencionada alcoba de la familia, y la otra al sur, estdestinada para los forasteros.

    Los muebles son un poyo de adobe, una silla de brazos, reputada por propiedad de losprimeros jesuitas, y una mesa grande; los adornos, un san Antonio, una Virgen del Rosario,y un retrato del general Santander.

    La edad de la silla, hasta de ochenta aos, est bien comprobada, por las muchas heridasque muestra en los brazos, hechas con alevosa las ms (y con navaja), y por la firmeza desu constitucin, pues sirviendo de andamio, o puente, o receptculo para pesados cuerpos,suspensa entre el ngulo de la pared y el suelo, no han logrado desarmarla, como a muchostaburetes raquticos y delicados, que yacen en los zarzos o en los ceniceros, por no haberresistido a esa cruel superacin. La mesa aun cuando no tan antigua no careca de mrito:sobre ella se deshacan marranos, se amasaba y se aplanchaba cuando era menester.

    La propietaria de esta casa era doa Patrocinio; pero don Demstenes se hallaba condominio absoluto sobre la alcoba del sur, con medio dominio en la silla y la mesa; conderecho de colgar su hamaca en la sala, y de visitar tambin el interior de la casa, cuando abien lo tuviera.

    As fue que un domingo hubo en la parroquia la gran novedad de un forastero que semeca en su gran hamaca, en la sala de la nia Patrocinio, leyendo un libro, cuya pastabrillaba como carey, y teniendo debajo cuadernos y papeles, sobre una estera de Chingal.Tambin se hablaba de un perro que estaba echado all junto, tan grande como un ternero, yde un mirar espantoso.

    Embebido don Demstenes en sus libros, no haba hecho caso del movimiento que habaen la calle, en donde se saludaban los estancieros de los partidos, o se paseaban encompaa, ni de la risa y dichos de las muchachas, que echaban sus revoloteos como lasmariposas, mientras daban el ltimo toque a misa. Pero un ruido de bestias y voces de

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    dominio, que pareci estallar contra la puerta, hizo levantar la cabeza al forastero para verel cielo abierto ante sus ojos.

    Una seorita, montada en una mula retinta, con traje que bajaba hasta el suelo, dejandover al travs de un velillo celeste un color bellsimo de mrmol y unos ojos grandes, suaves

    y modestos, una dentadura fina y graciosa, conjunto de primores, visin enteramentemilagrosa, era la divinidad que haba posado delante de la puerta. Don Demstenes se pusode pie en el instante, y viendo que la comitiva haca alto, ofreci sus servicios para que laseorita se apease. El caballero que la acompaaba estuvo pronto a su lado, y dndole elhombro y la mano, ella descendi majestuosa, para entrar en la sala con su foete en ladiestra, y todo su largo traje recogido con la izquierda. Mientras su compaero mandabaamarrar las bestias debajo de un hermoso caucho, y meter los frenos y los pellones, donDemstenes le dirigi la palabra, despus del saludo de cumplimiento.

    -Cmo es que habita usted en estos desiertos?, le dijo el caballero.

    -Porque vivo en la hacienda con mi padre, respondi Clotilde, que era la misma que enla posada haba sido nombrada por Rosa.

    -Ahora concibo que puede haber un hombre dichoso, viviendo...

    Don Blas, entrando presto de la calle, interrumpi este dilogo, que habra sido tal vezcurioso; y mientras que la seorita sigui al interior a preguntar por su mam Patrocinio ypor Manuela, don Blas se dirigi al forastero en estos trminos:

    -Y la venida de usted?...

    -Emigrado, seor.

    -Santa Mara! Otra revolucin?

    -De los paramitos de San Juan, seor.

    -Tiene razn. Son infernales! Y qu de bueno deja usted por Bogot?

    -Pues no hay cosa particular sobre la crnica comn. Ahora, sobre los negocios pblicosusted habr ledo "El Tiempo."

    -"El Tiempo?"... No seor. Aqu no llega sino la "Gaceta" y se va al archivo, muchasveces sin desplegarla; dicen que a don Eloy le viene el "Porvenir."

    -Es cosa muy rara!

    -No seor: as andamos en muchas parroquias... Lo raro es ver a una persona como ustedpor aqu.

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    -Pues otros aos he ido a Fusagasug, que es magnfico por su temperatura, por susaguas, por su gente, por sus bellas sabanas y sus clebres quintas.

    -Pues eso s no tenemos por aqu.

    -Cierto, porque las tierras, como este distrito, hmedas, saturadas de sales, nitro,caparrosa y piedra azul de pizarra, y que se ablandan y se deslizan en derrumbes llevndoselas estancias y los montes, son buenas para producir mucha caa y mucho pltano; pero nomucha vida, segn mis observaciones de tres das a esta parte.

    -Vendr usted a comprar trapiche?

    -No seor, no quiero comprar mi sepulcro, para adornarlo en vida, como lo ha hecho uncompatriota nuestro: este cuidado se lo dejo a mis deudos.

    -Pues ah ver que el trapiche, cuando no chorrea, gotea, dijo don Blas, con toda laseguridad de un profesor entusiasta.

    La seorita Clotilde, que haba entrado a la alcoba a ponerse en traje de iglesia, saliradiante de belleza y majestad, como la actriz que asoma por segunda vez a las tablas.

    Don Demstenes levant los brazos como para aplaudir, pero se qued petrificado enpresencia de tanta hermosura. La seorita sigui a la iglesia con don Blas, y donDemstenes los sigui maquinalmente. Ella tom su puesto en la iglesia, y al frente quedel viajero, cada vez ms apretado por la concurrencia gradual de los parroquianos.

    La molestia del viajero, a no ser por el hechizo que all lo mantena, deberamossuponerla terrible por el calor, los vapores y los apretones; pero cuando l vino a conocer lagrandeza de su sacrificio tributado a los ojos de la divina Clotilde, fue cuando sentndose elcura en una silla parecida (si no era hermana) a la de la posada, se santigu; y sesantiguaron con l todos los vecinos para or la santa palabra.

    Reflexionemos por unos momentos en la posicin de don Demstenes:

    l saba los dimes y diretes que reinan entre los curas y los filsofos.

    Saba lo que la prensa radical deca sobre papas, frailes y socialismo en esos das.

    Saba que el cura estaba en su tribuna, como l mismo haba estado en la de la escuelarepublicana de Bogot.

    Esto pues, lo tena con cuidado, fuera del bochorno producido por la concurrencia; perono haba medio de escapar sin un escndalo, y por otra parte, lo que Clotilde hubieradicho... Se limpi el sudor con su fino pauelo de seda, y se resign. Puso atencin yescuch estas claras y distintas palabras:

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    ACUERDO

    El Cabildo del distrito de... acuerda:

    Art. 1 Se matarn todos los marranos que anden por la calle, con excepcin de los quetengan horqueta.

    Pargrafo nico. Por el derecho de horqueta se pagar medio real por semana.

    Art. 2 Por todo burro que ande suelto por la calle se pagar un real por mes.

    Art. 3 Cuando un perro resulte loco, ser alanceado, y el dueo pagar cuatro pesos demulta, y sufrir tres das de prisin.

    Dado en el Cabildo de este distrito, a 18 de mayo de 1856.

    El presidente, Jos Londoo. -Ejectese. -El alcalde, Gregorio Alguacil.

    A este tiempo pasaba ya la seorita Clotilde para su posada, y don Demstenesentregando con precipitacin los papeles, al seor alcalde, se fue tambin.

    Doa Patrocinio hizo servir unas frutas a sus huspedes, en cuyo acto tuvo ocasin donDemstenes de manifestar su civilidad, y hasta su singular aprecio por la seorita.

    Esa noche dio por la calle un paseo el forastero, y se acost en su hamaca, con muybuenas intenciones de dormir; pero el baile de la casa vecina le ech a perder sus profundosclculos. La msica se compona de algunos tiples que hacan el alto, y de dos guacharacasy dos alfandoques que desempeaban por trompas y trombones, agregndose por contraltoun tringulo de hierro, de un sonido ms que penetrante. Las guacharacas son unas caas dechontadura rajadas, que se frotan con una astilla de palo, y los alfandoques son dos tubos deguadua, en que se baten unas pepas de chisgua de forma de municin.

    Eran pocos el sueo y la cabeza de don Demstenes para recibir tan selecta armona, enla cual no habamos incluido un tambor que no cesaba ni por un instante. Se levant; dio unpaseo, y luego se acerc a la puerta del baile.

    Veamos, dijo, si hay algo adentro por lo cual unos odos configurados como los mos,puedan aguantar el suplicio.

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    Estaba la sala alumbrada por un candil, que daba luz, adems de la sala, a una especie detienda, si es que mereca este nombre. Su poca luz se perda entre el humo espeso de loscigarros.

    El baile tampoco gust al caballero: era el torbellino, en que el galn da las vueltas en

    pos de la esquiva pareja, repitindose una parte, con la ejecucin de cada cuatro de estasvueltas.

    Tampoco merece la pena el baile, dijo entre s don Demstenes. Ir a una vara dedistancia de una bella, hoy que la palabra distancia es un borrn del diccionario! Hoy queRoma se ha puesto a las puertas de Pars con el telgrafo!... Esto es muy retrgrado... Estoes contra la institucin del baile, que no se hizo para huir sino para avanzar; esto es muycolonial sobre todo.

    Entre tanto los aplausos y la alegra resonaban en el baile; las parejas entraban, salan, seponan de pie, mudaban de asiento; y los bailadores invadan y atropellaban, sin quehubiese desafos a pistola ni puetazos. Entre las parejas oa don Demstenes nombrar confrecuencia a una Manuela, a la que no pudo conocer, sin embargo, por la poca luz y por ladistancia.

    -Y usted no entra a bailar, amigo?, le pregunt don Demstenes a un parroquiano queestaba recostado en un palo del corredor, embozado hasta los ojos con su ruana.

    -No seor!, le contest con aire triste, Yo estoy privado de baile; y quin sabe porcunto tiempo!

    -Cmo, amigo?... Es usted un proscrito?

    -No es sino que ando huyendo de las persecuciones de don Tadeo, y si usted viene apermanecer aqu, descudese.

    Esta palabra exactamente igual a la que le haba dicho Rosa, le anim a interrogar alincgnito, y ya le haba hecho una pregunta, cuando un rumor de adentro cort laconversacin.

    -Por qu lo dejan?, gritaba a los msicos un bailador, que cabalmente era Jos Fitat, elcriado de don Demstenes.

    -Porque la nia Manuela no es la nica que sabe bailar aqu.

    -Y si ella quiere y yo tambin quiero?

    -Se friega el forajido, porque el que manda, manda.

    -En m no manda aqu ninguno.

    -Que lo apresen!, grit una voz del lado de la semitienda.

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    Es necesario saber quien era Jos Fitat. Se haba criado de concertado en las haciendas

    de la Sabana, en el arma de vaquero; es decir, era toreador, jinete, enlazador, y fue soldadode las guerrillas de Ardila en la revolucin de abril; no le faltaba nada para ser un laque,aun cuando era moderado y complaciente, como todos los sabaneros en tiempo de paz.

    Haba tambin un personaje detrs de los msicos, del cual es preciso dar una noticiaaunque ligera. Era un hombre de ruana de listas verdes con el forro colorado, y de sombreromuy grande; el cuello de la camisa muy grande tambin y muy almidonado, no le dejabatoda la movilidad requerida para sus observaciones; tena que torcer sus miradas comomueco de resorte, las que eran fielmente observadas, y hasta obedecidas por el sumisocrculo que siempre lo rodeaba. Era aquel embozado la polilla de la parroquia.

    Pero veamos en qu quedaron esas bravatas que haban sonado como una tempestad enla pacfica sala del baile.

    Jos, vindose acometido de repente, ech mano al alfandoque de la msica, y de pie enun rincn, con la dignidad del tigre que espera a su agresor, contena a sus enemigos consus miradas.

    Una voz del lado del rincn murmur estas palabras solapadas:

    -No habr por aqu un comisario?

    Entonces, un hombre de malsima traza se present en la palestra, sealando un bastncon cabeza de plata, y animados con su presencia los adalides, avanzaron unos pasos; peroJos por desembarazarse del estorbo del primero que se le acerc, le toc con elalfandoque, de tal manera que lo hizo caer sentado en el suelo.

    -La carabina, la carabina!, grit un valiente desde muy lejos del puesto.

    Se haban desenvainado los machetes, los agresores ganaban un pie ms de terreno, loque hubiera vencido la repugnancia de intervenir que tena don Demstenes, si una sombrade giles movimientos y airoso andar, atravesando con presteza el saln por entre el polvo yel humo, no se hubiese puesto delante del personaje del cuello monstruo, y te hubiesehablado a media voz, acaricindole una mano con las dos suyas, y derramando sobre l unamirada rpida.

    Apenas esto sucedi, cuando son la voz de "alto el fuego", y una ley de olvido locubri todo en el acto. Sin embargo, un misterio qued traslucindose en el pblico, comosucede siempre despus de todos los tratados diplomticos, y de esos indultos que ordenanel absoluto olvido, a los que tienen tanto de qu acordarse, por sus bolsillos o por suspersonas.

    La msica y los vivas ahogaban los comentarios; el baile triunfaba con toda su fuerza,como las fiestas con que los cnsules romanos apartaban de la atencin del pueblo lascuestiones graves.

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    -Viva la alegra!, grit uno de los concurrentes.

    -Viva el pueblo! viva la diversin!

    -Viva la pacificadora Manuela!-Viva la nia Cecilia, respondi una voz recalcitrante y proterva, que es la que vale ms

    aqu!

    -Coja usted esos puntos, mi caballero, le dijo a don Demstenes el incgnito, queobservaba todo sin moverse, embozado en el gran canto de su ruana; y, no se descuide!

    Era ya muy tarde, y don Demstenes se volvi a su hamaca, en donde se qued al findormido, como a eso de las tres de la maana; pero una singular ocurrencia lo vino adespojar de su dicha.

    La hamaca haba sufrido un terrible sacudimiento, y al despertar el caballero, entre laincertidumbre y el temor, se qued con el odo fijo, y le pareci que oa sonar el traje deuna mujer; pero notando que la aparicin, o lo que fuese, se iba alejando, se fue calmandosu corazn, cuyas palpitaciones fueron al principio terribles con tan inesperado susto.

    Ya iba a llamar a Jos, cuando sinti que las caseras conversaban a media voz en sualcoba, y pudo or sus palabras.

    -Por qu vienes tan tarde?, deca una voz algo severa, aunque a la vez compasiva.

    -Porque estuvo el baile tan bonito!

    -Si iras a abrir la puerta del lado de la calle, y a despertar al caballero!...

    -Como entramos por el portillo... sino que por lo obscuro y porque ya no me acordaba,me estrell contra la hamaca, y le met un susto. Ave Mara, que tengo unavergenza!...porque por poco me caigo.

    -Pues es necesario venir temprano otro da, porque los tiempos estn delicados; y tantova el cntaro a la fuente, que por fin, por fin...

    -Pero sumerc ver que el que bien anda bien desanda.

    -No supiste lo que le sucedi a tu comadre Pa?

    -Eso sera por boba; o porque ya le convena, mam.

    -Pues slo que as...

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    Don Demstenes no pudo or ms de la conversacin de la alcoba, y lo sinti en el alma;pues aun cuando este ruido fuese un nuevo motivo de desvelo, era muy til para unforastero cualquier revelacin sobre asuntos de la parroquia, donde tena que pasar unalarga temporada.

    Volvi a rendirse al sueo cuando el da comenzaba a brillar; pero volvi a serinterrumpido por la patrona Patrocinio, la cual subida en un tronco, a voz en cuello grit enla mitad del patio.

    -Piu! piu! piu! piu! y, desde entonces, los marranos, los piscos, y gallinas y el burrocarguero, no dejaron esperanzas de ms sueo con su alboroto infernal. Un gato muytaimado asisti tambin, aunque solamente como curioso.

    Se sali don Demstenes a dar un paseo por los campos, y el aire, la libertad y elsilencio calmaron el trastorno que su cabeza experimentaba desde los acontecimientos delbaile, y desde el susto que tuvo a la madrugada por el sacudimiento de la hamaca.

    Captulo III

    El cura

    Estaba don Demstenes cindose sus atavos, y arreglando su traje de cacera, cuandoson un golpe en la puerta.

    En esto de golpes hizo l en la parroquia lo que haca en Bogot: dejarlos al cuidado deotro, para seguir en sus ocupaciones; pero como las caseras tampoco respondan, y losgolpes sonaban ya por tercera y cuarta vez, se resolvi a las consecuencias, y, disimulandosu enfado, grit:

    -Quin va?

    -Soy, yo, respondi una voz humilde; yo, el cura de esta parroquia.

    -Srvase usted sentarse mientras acabo ciertos arreglos, le respondi con menos retintn,apurndose a perfeccionar su tocado.

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    El Cura se sent en la jesutica silla, y se puso a separar con el lente unas flores quellevaba en la mano.

    El traje del prroco era sencillo:

    Llevaba un largo levitn gris, chaleco y calzn negro, cuello morado, sombrero negro defieltro de ala tendida, aunque no pequea. Su continente modesto y respetable deca biencon su traje, en el cual no haba ni coquetera ni disfraz. Llevaba en su mano un largobastn, fiel compaero de sus excursiones por el campo.

    Al aparecer don Demstenes en la sala, se saludaron por la cortesa propia de las dospersonas ms ilustradas que pisaban actualmente la parroquia.

    -Saba, dijo el prroco, que un caballero estaba en mi parroquia, y me he apresurado adarle la bienvenida, y a ofrecerme por m y por los notables del distrito.

    -Mil gracias, seor Cura.

    -Porque en una soledad es donde se aprecia el trato de la gente culta.

    -Me honra usted demasiado.

    -La verdad, seor. Yo no tengo aqu con quien conversar entre semana, sino con mislibros.

    -Oh la imprenta es el conductor de la ciencia y el baluarte de la libertad! Un hombrepreso a quien se le conceda luz y un libro, nunca ser desgraciado. La nacin que tengalibertad de imprenta jams ser tiranizada.

    -Y el cura que no lea, tendr que adormecer su imaginacin con la conversacin soez delas tiendas o de las esquinas, o con algn vicio que lo domine. Aparte de la necesidad quetenemos, hoy ms que nunca, de estudiar, por la lucha con el protestantismo.

    -Es muy cierto, seor Cura.

    -Y cun vastos son los asuntos de la instruccin del cura, ahora que hay sacerdotes deotras comunidades en la Repblica... Yo por mi parte procuro leer, aunque mis correraspoco tiempo me dejan.

    -Y es bueno el curato?... Da platica?

    -No da plata; pero aunque corto el campo, es bueno para segar mucha mies. Ha hechofalta la doctrina; pero trabajando puedo conseguir mucho fruto aunque llevo poco tiempode estar aqu.

    -Y el temperamento?

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    -No muy bueno, caballero.

    -No debera usted decirlo, porque entonces se puebla menos su distrito parroquial.

    -Yo no dir una mentira, seor, porque la cuestin temperamento es cuestin de vida o

    muerte y cmo le iba yo a decir a usted que mi parroquia es sana, para comprometerlo aque trajese su familia a padecer epidemias? Sera un crimen inaudito!

    -Y cuando sea cuestin de hacer plata con transplantar la gente?

    -Eso casi no necesita respuesta entre cristianos.

    -Y de elecciones, cmo andamos, seor Cura?... usted no votar, no?

    -Por qu no, seor, cuando la constitucin no me lo prohbe?

    -Pero un cura, me parece a m que no debe meterse en la poltica, por aquello de "mireino no es de este mundo."

    -Pues eso de "mi reino no es de este mundo", les ha dejado a los curas derechos yobligaciones subsistentes en el estado poltico, les ha dejado existencia y libertad,premunidas por la constitucin.

    -La constitucin s los abraza, de cierto; pero nuestras leyes han tratado de separarlos delcabildo, de la escuela, del Congreso, de las elecciones.

    -Pues el texto es una sentencia de Jesucristo, en que les Muestra a los judos que susglorias y triunfos no consisten en los tronos y cetros de la tierra, sino en la bienaventuranzaeterna; que no viene a apoderarse del poder civil; sino del moral, y nada ms. Seor, si lapoltica no abrazara la moral, y si la moral se pudiera, en nuestra tierra, cimentar sin lainstruccin evanglica; ms, todava: si no versara la poltica sobre las dichas o desdichasdel hombre, entonces s se debera abstener el sacerdote cristiano de ella; pero como dondeest el hombre, all est la miseria, as como donde estn los rboles se encuentran las hojassecas, es preciso tambin que all est el sacerdote, aliviando, aconsejando, educando elcorazn, y previniendo el error y el crimen. No tiene que hacer la poltica con elsacerdocio?... Y en una parroquia de stas donde nadie lee, donde nadie explica ni recuerdala ley, escrita, donde nadie se apura porque haya escuela quin seala el camino del deber?quin recuerda el respeto a los padres? quin contiene el robo que pudiera hacerse alhacendado? quin lucha en favor de la institucin del matrimonio, base de la sociedadpoltica?

    -Es que la sociedad tiene su tendencia irresistible a perfeccionarse; y el pueblo tiene, suinstinto sobre lo que le conviene, dejndolo sin trabas. El principio "dejad hacer" vale msque todas las leyes del mundo.

    -Seor, si yo no supiera (porque fui cura en los Llanos), que ni los tunebos, ni loscaribes, ni los guaques han adelantado nada en la civilizacin en trescientos aos, por sus

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    esfuerzos, mientras otros pueblos bajo la enseanza evanglica han ido ms adelante, leconcedera su teora.

    -Ms adelante que nuestra escuela? Pues deje usted que se difundan nuestras doctrinassociales, y ver que no.

    -Pero ya los socialistas de mi escuela han llevado muy adelante la bandera.

    -Cundo? quines? de qu modo?

    -No ha cruzado el sacerdote catlico los desiertos del Meta, arrostrando las flechas, lasgarras de las fieras, y el hambre, y las infinitas plagas, por cumplir su misin civilizadora?No ha soportado la pestilencia de los hospitales por aliviar? No ha consagrado su vida alconfesonario y al plpito por corregir? Civilizar, aliviar y corregir no es trabajar por lamejora de la sociedad?

    -Nosotros escribimos y peroramos.

    -Y cuntos oyen las peroratas? y cada cundo hay una perorata? y entre la gente delpueblo, quin lee lo que ustedes escriben? y cuntos se convencen y se aprovechan?...

    -A nosotros nos oyen cada ocho das, y, se lo dir sin vanidad, nos creen... Le queda austed duda de que nosotros hemos tomado la iniciativa, y de que hemos conseguidomucho?

    -Por lo menos nuestro fin es el mismo, la mejora le la sociedad; no hay sino que elmtodo de ustedes es tan sumamente lento; pues llevan cerca de dos mil aos, y nosotrosconcebimos una reforma, y zis! zas! la publicamos, y la planteamos, si no nos la tuercennuestros contrarios. De todo esto deberamos deducir que glgotas y sacerdotes catlicossomos una cosa parecida. Y que no le quede duda, seor cura; todo esto que nosotrospredicamos y escribimos de abolicin de monopolios, de divisin de los grandes terrenos,de igualdad fraternal, de trabas a los ricos, de aliviar al menesteroso con lo sobrante delavaro, todo esto no es otra cosa que la doctrina predicada en el Glgota; no es otra cosa queel Catolicismo. Conque hgase glgota por entero, seor cura.

    -Tal vez s es la misma cosa, seor; pero esto que publican ustedes en sus peridicossobre el matrimonio sobre el Papa, sobre el goce de los placeres...

    -stas son opiniones y usted debe atender al corazn y a la doctrina. En el corazn de unglgota encuentra usted franqueza, desinters, verdad, y sobre todo la chispa de la libertadcomo la inspiracin de la divinidad misma. Nosotros, los glgotas, no decimos libertad desufragio para trastornar elecciones por la violencia; nosotros no decimos libertad absolutade la imprenta para fraguar revoluciones, que no son justificables sino donde no hayimprenta libre ni sufragio; nosotros no hablamos de fraternidad para aterrar, violentar ysubyugar. Nosotros somos consecuentes con nuestros principios.

    -Estamos tocndonos en muchos puntos, no es verdad?

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    -Fraternicemos, seor. Usted quiere votar?... vote por mi candidato.

    -Que es.....

    -El candidato radical.-O vote usted por el mo, seor don Demstenes.

    -El conservador?... Imposible!

    -Y cmo iba yo a votar por otro, con todos los precedentes contra la Iglesia?

    -Y nos har usted la guerra por el plpito? Eso no, seor! sobre una mesa en la mitadde la plaza, si usted arenga sobre candidatura, arengar yo despus, con la constitucin enuna mano y el Evangelio en otra.

    -Pues no, seor cura: por m no tenga usted cuidado. Lo que debemos es poner los ojosen gente buena, para que haga la dicha de la patria... y hablando de otra cosa, no le parecea usted bueno que escribiramos un artculo contra las autoridades de esta parroquia, quehan descuidado tanto la cosa pblica? Qu caminos! Llegu a Mal-Abrigo descuartizado, ycon una contusin a causa de que se atoll la mula conmigo entre unas palizadas sembradasentre el barro.

    -Lo siento mucho! seor don Demstenes.

    -La posada sobre todo! Una barbacoa dispareja y cundida de chiribicos... Oh, si nohubiera sido por Rosa!... Y la cena... Gracias a Rosa, que me aderezo por all unastostadas... Mucho me acord de mis posadas de los Estados Unidos, seor Cura!

    -No ser mejor denunciar a la vergenza pblica a nuestros legisladores, a los tribunos,a los jefes de escuelas sociales, a nuestros polticos en general, por tener el pas enpostracin, a pesar de las loas de progreso, estando pisando los metales preciosos, y tantasfuentes de riqueza, y llevando ya cuarenta aos de libertad?

    -Pero las posadas, seor Cura. Hay que darles un impulso. Yo le mostrar unos planos yvistas de algunas posadas de los Estados Unidos... pero, qu quiere usted?... la Repblicamodelo!...

    -Es cierto, seor, la Repblica modelo!...

    -Y a propsito de posadas, lo que s me gust fue una decoracin de mi posada, de ungnero romntico en grado superlativo: una portada de arrayn y flores y la armazn de lacama cubierta de la misma graciosa invencin: es una idea muy pastoril.

    -Eso lo usan mis feligreses de las estancias, cuando se administran los sacramentos a losmoribundos, as como es costumbre en Bogot regar de flores las puertas y el zagun.

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    -Moribundos?, exclam don Demstenes con algn sobresalto.

    -Fue que en esa cama muri en estos das el padrastro de Rosa, y all lo confes yo;muri de la enfermedad que ellos llaman la reuma glica.

    -Con razn... exclam don Demstenes... pero en fin, con un buen articulito... estcompuesto todo... ya ver usted.

    La seora Patrocinio entr a este tiempo, y les interrumpi para dar al seor Cura elrecado siguiente:

    -Manuela le pregunta qu da ser la fiesta.

    -Dgale usted que el domingo siguiente a san Juan... y por qu quiere saberlo?

    -Ave Mara! seor cura! si esa nia no duerme, pensando en la pila que le toc en elreparto de la fiesta de la iglesia, desde que supo que la Cecilia compone la otra. Dice queella no se va a dejar vencer por su contraria.

    Reparando entonces don Demstenes una bellsima flor encarnada entre las que el seorCura traa del campo, le dijo:

    -Qu hermosura! qu flor es sa?

    -Es pasiflora, y se encuentra en los temperamentos le 70 grados de Farenheit, en bosquesno muy altos ni cerrados, y en terrenos poco gredosos por lo comn.

    -A m me gusta la botnica, dijo don Demstenes; pero no tengo lecciones prcticas.

    -Oh, seor! la teora sin la prctica, es como un libro en idioma extrao, que uno nohaya aprendido, que dice cosas buenas, pero ah se quedan. Yo soy aficionado, y s dondese encuentran muchas plantas curiosas... Qu recurso es para un pobre cura un ramo de lasciencias naturales! Y no s como no ha cado en la cuenta el seor Arzobispo... As es quesi usted gusta, haremos nuestras excursiones juntos.

    -Mil gracias, seor Cura.

    -Y tengo ajedrez y tablero de damas para que juguemos cuando usted guste, que ser porla noche, porque en el da no se puede.

    No slo acept don Demstenes las ofertas, sino que bendijo la ocasin de encontrar unavisita segura para los das de su permanencia en la parroquia. Se despidieron los dospersonajes con disposiciones muy fraternales, como era de esperarse en aquellascircunstancias.

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    Captulo IVEl lavadero

    No hay pasin que tenga ms alternativas ni peripecias que la de la caza. Qusingularidades no encuentra el cazador en los bosques, en las pampas, a orillas de losarroyos, al pie de los peascos y entre las grutas escondidas! La cornamenta de un venadopuesta en los pilares de un corredor; el ave que adorna la mesa de un tirador de escopeta; lasarta de crneos puesta en la choza de un calentano cazador de cafuches, no son la historiade las ms singulares aventuras?

    Pero ninguno, exceptuando el iniciado en los misterios de la profesin, conoce aquellosmomentos de abatimiento en que regresa el cazador con armas al hombro, triste por laesperanza burlada, despus de tantas fatigas invertidas, de tantos goces malogrados en lainfausta jornada. Como si cruzase entre los sauces del cementerio de Bogot, andaba donDemstenes entre los lindes y los miches obscurecidos en parte por las bejucadas decarare y tocay, siguiendo una trocha de madereros, en busca de cualquier ave aunque fueraun firigelo, cuando lleg a sus odos un canto del lado de la quebrada. Aunque la voz noera de los pjaros que buscaba, le llam la atencin; y con mil trabajos y agazapndosecomo el gato que se apronta para saltar sobre el incauto pajarillo, atraves el enmaraadobosque hasta que se puso en un punto donde pudo ver perfectamente el ave que cantaba.Vio que era una joven lavandera que diverta su soledad, soltando sus pensamientos y suvoz, mientras conclua su tarea. Los pies desnudos entre el agua, el pelo suelto, y cubiertacon unas enaguas de fula azul que bajaban desde los hombros hasta las rodillas (traje que enlos valles del Magdalena y en los del bajo Bogot se llama chingado) y el cuerpo dobladopara sumergir la ropa entre el agua; tal era el espectculo que divis don Demstenes desdesu rstico observatorio.

    Los golpes del lavadero y la tonada del bambuco que despertaban los ecos del monte,causaron tal impresin en el aburrido cazador, que se qued electrizado oyendo estosversos, acompaados por los golpes:

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    Los golpes del lavadero

    Acrecientan mis pesares,

    Haciendo brotar del alma

    Suspiros por centenares.

    La espuma del lavadero

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    representa mis suspiros,

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    Que el aire los desbarata

    En sus revueltas y giros.

    El sitio era pintoresco, y se haba acercado el cazador todo lo necesario para observarlobien. Las ondas azules matizadas por la espuma de jabn, como el cielo por las estrellas, enuna noche de diciembre, se movan en arcos paralelos desde el lavadero hasta la barranca,de la cual colgaban verdes helechos. Se vean las sombras de las tupidas guaduas quecircundaban el charco, con sus cogollos atados por las bejucadas de gulupas y nechas,cuyas frutas y flores; colgaban prendidas de sus largos pednculos como lamparillas deiglesia en tiempo de aguinaldos.

    Exttico se hallaba don Demstenes, y aunque tan adicto a la cacera, no se resolvi ahacer fuego sobre dos guacamayas, que por la cada de las frutas se hicieron sentir sobre elracimo de una de las cuatro palmas que con sus arqueadas hojas formaban la cpula deaquel soberbio templo de la naturaleza.

    Don Demstenes hubiera tenido tiempo hasta de dibujar el cuadro entero en su cartera;pareca que era en el alma que quera grabarlo, porque los instantes se le pasabanmirndolo, sin sentir el jejn ni los voraces zancudos. Por otra parte lo tena indeciso elmiedo de hacerla huir o avergonzarse por razn del traje tan de confianza que llevaba. Sinembargo, la indecisin termino por una tomineja, que cruz haciendo levantar los ojosdulces, negros y afables de la joven, que estaban en consonancia con los dems atractivosde su rostro. Mas el cazador tuvo la dicha de notar que su presencia no era molesta. Seacerc cuanto pudo, y como la urbanidad lo requera, tuvo que saludarla.

    -Qu haces, preciosa negra?

    -Lavando, no me ve? le contest ella con muy afable tranquilidad;... y usted?

    -Cazando.

    -Y las aves?

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    -La suerte no me ha favorecido hoy, pues la guacharaca que mat se me ha ocultado,como si la tierra se la hubiese comido.

    -Pues se busca hasta ver.

    -Cuando Ayacucho no pudo!... Yo me vine porque ya no haba ni esperanzas.-El cazador y el enamorado no pierden nunca las esperanzas.

    -Y t sabes de eso?

    -Por lo que uno oye a ratos a los dems.

    -No has querido, pues, a ninguno de estas tierras?

    -Ni menos de otras; porque como dice la canta:

    El amor del forastero

    es como cierto bichito,

    que pica dejando roncha,

    y sigue su caminito.

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    -Bien picarona que sers t... y dnde vives?

    -Con usted.

    -Conmigo?... Sera una dicha!

    -Y qu se suple, aun cuando as sea?

    -Oh! sera mi mayor fortuna.

    -Luego usted no es el bogotano que est posado en mi casa?

    -No te he visto all... y cmo te llamas?

    -Manuela, una criada suya.

    -Soy quien debe servir... Estoy recordando haber odo tu nombre en un baile de laparroquia, y aun haber visto tu sombra, tu bulto, tu semejanza, o no s cmo diga, all entrela oscuridad, entre las nubes del polvo y el humo de los cigarros; pero en la casa norecuerdo haberte visto en los cuatro das que hace que estoy en la parroquia.

    -Es porque he estado muy ocupada en la cocina... y sabe?... vergenza que le cogdesde el domingo a la madrugada.

    -A la madrugada?... Qu hubo a la madrugada?

    -Ave Mara! que tuve tanto susto cuando di contra su hamaca!... y tan cosquillosacomo soy yo Qu pens usted que era?

    -Yo estaba dormido; sent el estrujn en efecto, y como percib las ondulaciones de laropa, cre que sera algn husped perdido de su cama; o alguna lechuza que huyndole alda se encaminaba para su guarida.

    -Vlgame!

    -Hoy me alegro de conocerte para darte las gracias por tus cuidados en los das que heestado en tu casa... y ahora, sabiendo que tus manos...

    -Lavan la ropa?

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    -Pues, francamente, es por lo que menos, pues yo no soy del parecer de Napolen, quedeca que la ropa sucia no se deba lavar afuera, sino que me parece que se debe dar a lavarmuy lejos, y creo que t no debes ocuparte de ella. Me bastan tus cuidados, me basta quetus preciosas manos se ocupen de mi mesa; yo lo que deseo es tu amistad...

    -Y luego su catira que tiene en Bogot?-Yo?

    -Ni nada!... catira, y con un lunar sobre el labio izquierdo, que le pega como trago enda de san Juan. Has ido a Bogot por acaso?

    -Ni soando!

    -Ella ha venido?

    -Con el pensamiento, quizs.

    -Te han magnetizado?

    -Pero quin? Cuando don Alcibades trajo esa imprenta a la parroquia, yo no me dej;con Marta no logr sino dormirla, y eso cuando no haba nadie mirando. Puede ser que amisia Juanita, la de la Soledad, la hubiera magnetizado; yo no supe por fin. Buen cachacoque era don Alcibades, mejorando lo presente; aunque ingrato, segn dicen.

    -Hay, pues, un misterio entre manos.

    -Pues adivine.

    -Me doy por vencido, Manuela.

    -Se da por vencido y por corrido?

    -Todo, todo, Manuela: lo que quiero es que me saques de la duda cuanto antes.

    -Pues vea!, le dijo entonces la lavandera, sealndole un retrato en miniatura.

    -Qu gracia!... En el bolsillo lo encontraras, entre mi cartera.

    -Y un escudito: tmelo... y vi una trencita de pelo catire, y una cintica y otras cositas.

    -Un descuido del indio; pero ya me la pagar. Suponte, echar la ropa sin registrar losbolsillos!... as es que si t fueras otra...

    Mientras que don Demstenes acomodaba otra vez el retrato dentro de la cartera, sehundi Manuela de un brinco en el charco para salir en la otra orilla, botando un buche deagua, y golpeando las ondas cristalinas con sus manos preciosas.

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    -Y usted no se baa? dijo a su husped; est el agua muy sabrosa.

    -Muchas gracias, Manuela: estoy sumamente agitado.

    -Es mucha lstima!-Pero all mando mi repuesto, le dijo don Demstenes, haciendo consumir en el charco

    al tremendo Ayacucho, slo con botarle una piedra despus de haber escupido en ella.

    -Eso la hago yo tambin, dijo Manuela, con aire de, burla... Eche el escudo y lo verusted.

    -Lo sacas?

    -No le digo?... Pero coja su perro, no vaya y se eche al pozo. Huy, tan lanetas!...

    Don Demstenes cogi el perro con su pauelo de seda, y en el acto se consumiManuela en las aguas, para volver al cabo de dos minutos, mostrando el escudo en su boca,como el cuervo, que en las amarillentas aguas del Funza clava la cabeza y se hunde parareaparecer ro abajo, mostrando el pescado que acaba de prender; y, nadando hacia la orilla,se fue a entregrselo a su dueo, que tuvo a bien regalrselo por la gracia que en supresencia acababa de hacer.

    Pero lo que don Demstenes admir ms de su linda caserita, fue la prisa con que sevisti al lado de una piedra, pues cuando menos acord, ya estaba atndose las enaguas;bien es que todo su vestido constaba de unas enaguas de cintura hechas de bogotana, y deotras azules de fula igualmente de cintura; de una camisa de percal fino, de un paolnencarnado que ella se puso por debajo de su negro y rizado pelo, con los hombros a mediocubrir. Roci las piezas de ropa que dejaba enjabonadas, y cogiendo en la mano una grantotuma con el jabn y los peines, dijo a su husped:

    -Nos vamos?

    -Juntos?, le respondi l, con ms contento que admiracin, por cierto.

    -Yeso que le hace?... Sola, o acompaada nadie me ha comido hasta el presente.

    -Y lo que dirn en la parroquia de verte ir de los montes con un cachaco?

    -All en su Bogot no van acompaadas las nias que vuelven del ro de lavar o debaarse?

    -No, Manuela, ellas no van al ro, sino las peonas que llaman lavanderas.

    -Y las seoras no van a baarse?

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    -Se baan en sus paseos de familia, sin que al tiempo de estar en el pozo o ro, seacerque hombre ninguno; otras se baan en sus casas. Ni creas que una seorita salga solasino hasta despus de casada.

    -Conque al revs de nosotras, que solteras tenemos la calle por nuestra, y el camino, y

    el monte, y los bailes, y cuanto hay; y despus de casadas, nos ajustan la soga!-Oh! las costumbres que varan tanto, segn lo estoy viendo!... Cundo en Bogot

    caminbamos los dos as viniendo del ro de San Agustn o del Arzobispo!

    -Es decir que cuando yo vaya all, no saldremos juntos a la calle?

    -Pues tal vez no, Manuela.

    -Y sale usted con una seorita?

    -Con una seorita y la familia, s; pero con la seorita sola, no. Ahora con una parienta,con una seora casada, s es admitido en nuestra sociedad. Pero en los Estados Unidospuede un galn llevar en un carruaje a una seorita sola. Yo me acuerdo de haber llevadouna seorita al teatro, y haberla devuelto otra vez a su casa, con tanta confianza como sihubiera sido, mi hermana.

    -De todo esto lo que sacamos en limpio, dijo Manuela, es que usted en Bogot no andarconmigo, y tal vez ni aun hablar conmigo.

    -La sociedad, Manuela, la sociedad nos impone sus duras leyes; el alto tono, que conuna lnea separa dos partidos distintos por sus cdigos aristocrticos.

    -Es decir que usted quiere estar bien con las gentes de alto tono, y con nosotras las debajo tono; y yo no puedo ni an hablar con usted delante de la gente de tono?

    -Ni s qu te diga.

    -Pues me alegro de saberlo, porque desde ahora, debemos tratarnos en la parroquia,como nos trataremos en Bogot; y usted no debe tratarnos a las muchachas aqu, para notener vergenza en Bogot, porque como dice el dicho, cada oveja con su pareja.

    -Eso sera intolerancia, Manuela.

    -Yo no s de intolerancias: lo que creo es que la plata es la que hace que ustedes puedanrozarse con todas nosotras cuando nos necesitan, y que nosotras las pobres slo cuandoustedes nos lo permitan, y se les d la gana.

    El camino por donde tenan que andar Manuela y su compaero, era estrecho, ya por laspiedras, ya por algunos troncos de palos gruesos. Don Demstenes con toda la galanteradel alto tono, instaba a su casera que siguiera adelante.

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    -Ni lo piense, le deca ella, mantenindose parada con la mano en la cintura.

    -Es el uso, Manuela: para entrar al comedor, o las salas, para pasar un estrecho que noda cabida ms que para uno solo, la seora ha de ir adelante. Y al caballero, lo mismo, hay

    que comprometerlo a que siga adelante en seal de atencin. Si vieras t las disputas quese ocasionan! Hay veces que la comida se enfra, mientras que en la puerta se pelea por noentrar primero!

    -Pues aqu es al revs, a lo menos en esto de ir adelante en las angosturas y en todos loscaminos de montaa. El hombre va adelante, y con su palo o su cuchillo, aparta la rama, ola culebra venenosa; y en los puentecitos se asegura si estn firmes o no estn; la mujer vadetrs escotera o con su maleta, con el muchacho cargado entre una mochila. Ni tampocoles consentimos el que vayan detrs, porque casi siempre hay roco o barriales, y segn eluso de las trapicheras, vamos alzando la ropa con una mano adelante por no ensuciarla; otal vez porque el uso nos agrada, porque segn me han contado hay pueblos en que ningunase alza la ropa aunque se embarre hasta el tobillo, y si mal no me acuerdo, Ambalema esuno de ellos.

    -Conque no sigues adelante?

    -No le digo que no?

    Tal vez no era un punto de poltica lo que haca porfiar a don Demstenes por ir detrs,sino por ver caminar a Manuela, que tena gentileza en su andar, belleza en su cintura yformas, que a favor de su escasa ropa se dejaban percibir como eran, como Dios las habahecho.

    Pasaban por debajo de un elevadsimo cmbulo, que, en cierto mes del verano, cambiade la noche al da su color verde por colorado de fuego, sustituyndose los ramos de hojaspor ramos tupidsimos de flores, no quedando ms puntos verdes que las brillantestominejas, que como esmeraldas flotantes revolotean en el afn de extraer con su fino picola miel de cada una de dichas flores. En un gajo reposaba un pjaro, mayor que una paloma,blanco por debajo, y con las puntas de las alas pardas, de una cabeza enorme y de picocorvo y pequeo. Iba a tirarle don Demstenes, pero Manuela le baj el brazo, dicindolecon precipitacin:

    -Es pecado!

    -Cmo!

    -Porque se come las culebras. Vea ms adelante el nido. Pues sabe que cada vez quetrae que comer a sus hijitos es una culebra? y en seguida se para en ese gajo y canta esecao! cao! cao! tan seguido que usted habr odo.

    -La naturaleza es tan sabia!... En efecto, se hara un mal a la sociedad matando esebravo exterminador de los reptiles venenosos.

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    -No le digo que es pecado?

    -Pero presentarme con las manos vacas es una vergenza grande! La fortuna que nadienos ve... es un lugar tan corto la parroquia!

    -No dicen que en los lugares cortos es donde se repara todo?

    -Tambin es cierto, Manuela, Bogot es una montaa donde cada uno anda como quiere,y sin que nadie lo repare.

    -Pero andando uno bien, qu hay con que sus pagos sean vistos de todos?

    -Dices bien, Manuela.

    As conversando, entr el cazador en la calle de la parroquia sin llevar ni un pajarito delos ms comunes. Era da de trabajo, y no se vea ms gente que un hombre de ruanacolorada, parado en su puerta tajando una pluma, sin mirar a parte ninguna.

    -Quin es ese literato?, pregunt don Demstenes a su honrada lavandera.

    -El viejo Tadeo, la ccora de todos nosotros.

    -Cmo?

    -Que es el que ms sabe aqu; y al que coge entre ojos se lo come crudo en menos que selo digo.

    -A los tontos, quiz.

    -S?... Ya veremos.

    -Veremos?... Ja! ja! ja! ja!

    -Pues descudese, y no le ande con muchas atenciones, y ver hasta donde le da elagua... A m me tiene aburrida ese viejo: yo le contar eso despacio. No lo ve que separece al gato colorado de casa?

    Don Demstenes entr, sonriendo, en la posada.

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    Captulo V

    El trapiche del retiro

    Don Demstenes se haba quedado esperando la explosin del Retiro, como el canteroque en las minas echa taladro, pisa el saco, y prende luego la mecha. Veamos, pues, qucosa es el Retiro. La explosin que esperaba era la contestacin de una carta, segn lo verel que se tomo el trabajo de leer este captulo.

    El Retiro es un trapiche que est metido en las quiebras de un terreno montuoso, al cualno se llega impunemente, como deca Calipso de su isla, porque est fortificado,especialmente en el invierno, con fosos llenos de barro y con angosturas y bejucadas. Laobra principal se llama ramada, y es un cuerpo de edificio ancho muy prolongado, y sinms paredes que los estantillos o bastiones, la cual abriga la mquina de exprimir la caa,las hornillas, y los cuerpos humanos, que en ocasiones amanecen por all botados, cuandola molienda es apurada en extremo.

    Los contornos de esta fbrica del Retiro haran reventar de pena el corazn de unradical, porque los grupos del bagazo, el tizne de la humareda, la palidez de los peones, elsueo, la lentitud y la desdicha, no muestran all sino el ms alto desprecio de lahumanidad. Las tres razas, a saber, la africana, la espaola y la india, con sus variedades, seencuentran all confundidas por el tizne, la cachaza, los herpes y la miseria, de tal manera,que no son discernibles ni aun por un norteamericano!, que es cuanto pudiera decirse, tales la degradacin de los proletarios del trapiche del Retiro.

    Pero un diamante resplandeca en aquel sitio de miserias y desdichas, y era la seoritaClotilde, que se haba puesto al frente de los negocios domsticos, desde que su delicadamadre no pudo resistir a las malas influencias de los mismas, de la soledad y de las plagasde los trapiches. El corazn de Clotilde no se haba encallecido con la frecuente vista de losmolidos en el trapiche, ni de los quemados en los calderos, ni de los cuadros de estpidolibertinaje, que se tienen como un mal necesario. Por el contrario, sus lgrimas rodabansobre la lepra, y se oan sus tiernos suspiros al racionar a la joven que, separada de sumadre para sacar su tarea de trapiche, dorma sobre el bagazo entre la brutal peonada.

    Pero no era sobre las aras de la plata que don Blas, el tierno padre de Clotilde, haca elsacrificio de su hija. Era que no haba encontrado quien le administrase su hacienda, auncuando ofreca la tercera parte de las ganancias, porque l conoca que, pagando unamiseria, no se encuentra administrador para un trapiche.

    La seorita viva sin amigas ni trato humano, porque las arrendatarias haban sidoeducadas en el seminario del trapiche, que es como criarse en los cuarteles; pero contabacon una vecina a legua y media de distancia, que era su nico consuelo. Era Juanita, la hijade don Cosme, el dueo del trapiche de nuestra Seora de la Soledad, el cual, aunque de

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    distinta opinin que don Blas, conservaba con ste regular armona y se visitaban cada treso cuatro meses, cuando sus negocios lo requeran. La seora Juanita, a pesar de sussufrimientos de nervios y del corazn, era hermosa y de facciones muy agradables, aunquesombreada constantemente por las huellas del dolor.

    La huerta y las aves, el bao y algunas veces la lectura, eran el alivio de Clotilde en lashoras desocupadas; pero haca tres das que ni aun el cuidado de los rboles le gustaba.Unos toches que estaba criando con esmero; las criadas y hasta las trapicheras habannotado la displicencia con que su seora lo miraba todo. Era la causa de esto una carta quehaba recibido de la parroquia.

    Juanita era su pao de lgrimas, como deca la misma Clotilde, y en consecuencia, seresolvi a escribirle una esquela que deca:

    "Mi querida Juanita: Necesito que me vuelvas una visita que me debes. Me ha sucedidouna cosa de tanta gravedad que ni aun confiarla puedo al sigilo de una carta. Tengoafliccin, incertidumbre, miedo... no s. Ven corriendo al consuelo de mi afligido corazn.Di que estoy mala. No dejes de venir por cuanto hay en el mundo! Yo te contar, Juanita.

    Tu amiga, CLOTILDE."

    A las once del da siguiente se present Juanita en el Retiro con su acostumbrado trajenegro, todo salpicado de barro, y su velillo despedazado por las chamizadas que embarazanel camino. La acompaaban su padre y uno de sus hermanos. Los carios y los abrazos dela primera vista sera imposible describirlos; baste decir que las lgrimas vinieron enrefuerzo de tan excesiva alegra.

    -Conque qu ha sido?, pregunt Juanita a su vecina, cuando ya estuvieron en su cuarto.

    -Perdname, Juanita, t sabes que en estos desiertos no tengo ms consuelo que tuamistad.

    -Por supuesto, Clotilde; pero qu es?

    -Una cosa muy grave.

    -Alguna enfermedad?.... Y se me pone que es en el corazn.

    -No seas tonta!

    -Por fin asom fuego a la cumbre del fro Tolima?

    -Por fin!...

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    -Entonces no te digo nada!

    -D, d cualquiera cosa que sea, que puede suceder que yo te consuele.

    -Una carta: me lo crees?-De don Narciso?

    -l no me ha vuelto a decir nada... ni aun ha venido en las dos semanas pasadas.

    -Y entonces?

    -Un seor que est en la parroquia.

    -Ya lo saba yo, porque una arrendataria me lo dijo, y hasta saba que te ech flores.

    -Cuando llegamos a desmontarnos en casa de Manuela, lo encontramos all posado. Malhecho de doa Patrocinio, no te parece?

    -Pero all pos tambin Alcibades... Manuela es muy formal: les oye y coquetea; perode all no pasa. Pero la carta, la carta!

    -Vamos a la huerta para leerla ms a gusto.

    Al entrar no ms, encontraron un camino de hormigas de a cuarta de ancho, y a otrospasos, el esqueleto de un naranjo dej suspensa a Clotilde.

    -Qu fuerza de destruccin!, exclam juntando las manos, con el ms compasivoademn. Hace dos das que este naranjo ostentaba en sus hojas y flores ms vida que unamuchacha a los quince. Lo que es la unin, el plan y la constancia, no, Juanita?

    -Ojal que estos bichos no fueran tan constantes!... No les has hecho remedio?

    -Pu!... Pap les ha dado pldoras de antimonio, les ha quemado azufre, les ha pisado lasbocas de los hormigueros, y les ha hecho todo lo que los peridicos han aconsejado; peroellas no se han dado por notificadas. Yo slo he visto acabarse un hormiguero cavndolo, yquemando las hormigas una por una.

    -Pero la carta...

    -Vamos a sentarnos debajo de los pomarrosos, que son ms tupidos que los mangos.

    As que las dos amigas se sentaron en un sitio obscurecido por la densa ramazn de losrboles, oy Juanita leer lo siguiente:

    "Parroquia de... Junio 8 de 1856.

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    "Desde el domingo, da en que tuve la dicha de conocer a usted, no he cesado de admirar

    las perfecciones que la adornan: esto es un deber. Lo que es divino tiene que arrastrar elculto de los humanos. La dicha de acercarse a usted y de poder tributarle homenajes, escuanto un mortal puede apetecer.

    La amistad de usted sera la felicidad suprema para el ms rendido servidor de usted. -D."

    -Qu te parece?, pregunt Clotilde a su bella amiga.

    -Que no es nada.

    -Cmo?

    -Nada, nada!... Si vieras las cartas de Alcibades! Eso s que es puro fuego! Eso s eshablar al corazn! Pero sta no da ni muestras de estar flechado el candidato.

    -Y entonces, por qu me escribe?

    -Porque no tiene con quien conversar en la parroquia, por matar el tiempo, y (comodicen ellos) por tentar el vado.

    -Imposible! Yo no lo puedo creer.

    -Lo que oyes, Clotilde!, ser rico o tunante y piensa divertirse...

    -No digas eso, Juanita: ni es creble tampoco.

    -Ests muy boba todava, Clotilde. Y bien te gusta?

    -Es muy buen mozo! Y si vieras con qu gracia se viste. No tiene audacia en susmiradas, y sino engaa su fisonoma, es un hombre humanitario.

    -Te gusta ms que don Narciso?

    -Su fachada deslumbra; pero no sabemos...

    -Adis del otro!

    -No, Juanita, no es que yo lo prefiera, eso no!, pero tiene don Demstenes un no squ...

    -Y de palabra te dijo algo?

    -Ni s, porque fue tal la vergenza! ya ves, metida una por aqu entre el monte...

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    -Dices bien... Qu hiciera yo para conocerlo?... Pero, sufrira... Tengo tan presentesmis males! Con aquella facilidad que una le abre su corazn a una persona desconocida yle entrega su suerte, su existencia!...

    -S, Juanita, parece increble.

    -Pero tan cierto es, que aqu estoy yo que lo diga. Es porque no hay plaza segura en elsitio, si adentro hay partidarios de quien la ataca.

    -Cmo? Juanita.

    -El corazn, no ves, Clotilde? Bien pudiera la educacin, la inteligencia, la reflexin,ser una impenetrable muralla; pero cuntas veces en el corazn mismo se abre la brecha ylas fortificaciones caen! Por eso se ven conquistas de un da para otro. Cuntas lgrimasme causan hoy los contentos de que goza Elvira, despus de dos aos de casada con el queyo despreci por Alcibades! As te digo, Clotilde, que si es tiempo todava, tengas presenteque a don Narciso lo conoces, que hace aos que te quiere, que simpatiza con tu familia, yque...

    -Juanita, por Dios!

    -Es que no sabemos lo que puede suceder de un momento a otro: el amor es traidor enocasiones.

    -No te comprendo, no s si hasta me injurias.

    -Injuriarte?... T eres la que profieres una injuria contra tu amiga.

    -A esto fue que vinimos al asilo sagrado de la amistad? Para esto es que dos corazonesse abren?, dijo Clotilde, estrechando en sus brazos a su amiga y vertiendo un ro delgrimas, como si se tratase de la muerte de una persona querida.

    -Ests conmovida, le dijo Juanita, clmate y escchame... Yo me espanto hoy como lacierva que una vez se ha escapado en una de estas sendas enmaraadas, de una de lastrampas de lazo que ponen nuestros arrendatarios, y vuelve a ser cogida. Recuerdo todo loque de Alcibades me decan tus hermanos; ellos, que saban ms del mundo que lo que yopoda saber en las cuatro paredes de mi cuarto.

    -Y qu hacemos de la carta?... Yo lo que siento es el haberla abierto sin licencia dePap... Tengo algunos borradores escritos, me ayudas a contestarla?

    -Animndolo a sostener correspondencia?

    -No, no, Juanita!... Para qu echarme a cuestas ese trabajo, cuando yo no pienso...

    -Es lo ms fcil. Esta noche si quieres.

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    -Corriente!

    Los dos trapicheros y el hijo de uno de ellos se haban quedado en el corredorconversando sobre la profesin.

    Haban comenzado por elecciones; pero como don Cosme era un liberaln de sietesuelas, y se lo iba entripando a don Blas, que era poco tolerante, tuvieron a bien el doblar lahoja.

    -Y qu tal de peones?, le pregunt don Cosme a su comprofesor.

    -Me llueven, le dijo don Blas.

    -A m se me iban escaseando; pero le mand picar el rancho a un arrendatario que se meestaba altivando, y temblando o no temblando, estn todos ahora obedientes. No hay cadenatan poderosa como la de la tierra... Me obedecen de rodillas el da que yo quiera. Porquefigrese usted que les arrendramos aire, as como les arrendamos la tierra que les da elsustento; con cunto mayor respeto nos miraran estos animales!

    -Pero y aquello de la proteccin al proletario y del socorro a los pobres?

    -Bah, bah, bah!... Eso fue en la Cmara de provincia que lo dije, y en un artculo queescrib; pero usted no me vio despus comprar tierras en el Magdalena y poner esclavos aque me cosechasen tabaco y me sembrasen pastales y despus vender aquello y comprar untrapiche?

    -Slo que as!, le contest don Blas.

    -Y de caas, qu tal, se parar usted?

    -Pararme?... Tengo siete hanegas de caas, tan buenas que ningunas les igualan.

    -Y yo tengo catorce.

    -Magnfico!

    -Y cunto muele usted?

    -Cien botijas por semana.

    -Es muy poco esto, cuando yo, con menos mulas y con menos peones, muelo cientocincuenta.

    -Y no sabe usted que el trapiche del Purgatorio se parar desde la semana entrante?

    -S, seor, y que el de la Hondura est en vsperas de pararse.

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    -Pues viva la patria!, porque entonces se nos alza la miel a los que nos quedamosandando.

    Mientras que los seores trapicheros conversaban de esta suerte, las dos seoritas habanpasado a tratar del socialismo, cosa que les parecer muy extraa a mis lectores.

    -Y cmo es eso? Juanita, preguntaba Clotilde a su amiga.

    -Pues que hay una escuela que quiere que hagamos nuestro 20 de julio, y nospresentemos al mundo con nuestro gorro colorado, revestidas del goce de nuestras garantaspolticas.

    -Ser que dicen.

    -Que escriben... Desean que votemos, que seamos nombradas jurados y representantes, ytodo eso.

    -Y para qu?

    -Para elevarnos a nuestra dignidad, dicen.

    -Con que respetaran nuestras garantas de mujeres, con que hubiera como en los EstadosUnidos, una polica severa en favor de las jvenes...

    -Cmo, nia!

    -Pues no ves que porque nos ven dbiles y vergonzosas, y colocadas en posicionesdifciles nos tratan poco ms o menos; y ahora a las pobres!... eso da lstima. Hayinfamias por las que no hagan pasar a estas desdichadas arrendatarias, nada ms que por sermujeres y mujeres pobres?... Por eso te digo, Juanita, que con que nos trataran con ladignidad debida a nuestro sexo, aunque no nos invistieran de los derechos polticos, no lehaca. No has reparado cmo nos trata don Diego? Y hasta el beato de don Eloy?

    -No... lo que me parece es que son muy tratables.

    -Eso de dar tanto la mano, y apretrsela a una tanto, y sobrsela!...

    -Eso qu tiene?

    -Que acabando de apearse de su mula, corren el riesgo de haber enderezado la silla ycogido el sudadero con la mano...

    -Pues hay ms que pedir permiso y correr a baarse una de pronto cuando le dan lamano?

    -Y que tienen tambin el resabio de saludar a las chicas con uno a dos aos de descuentoen su propia edad.

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    -Cmo, Clotilde?

    -Con palmaditas o cariitos, como a las chicas.

    -Y si nos gusta?-Y si no nos gusta?... Y ahora sus equvocos y sus chancitas, que le hacen salir a una

    los colores a la cara?

    -Eso es porque son jocosos, nada ms.

    -Es porque no respetan ellos nuestras garantas de pudor, que son la base de nuestrasoberana; y luego nos halagan con la esperanza de hacernos juradas... Ah est la pobre dePa tan graciosa y tan joven, condenada a la degradacin por causa del dueo de tierras,forzndola a asistir al trabajo del trapiche, entre una peonada corrompida, sin reglamentosni inspeccin de ningn gnero. Pobre Pa! cuando sola venir a trabajar a este trapiche, yola cuidaba y la aconsejaba hasta donde poda.

    -Pero si te digo que en esta materia todo el mundo es Popayn!

    -Pero en algunos se hace ms notable, porque siempre estn hablando de libertad, y defraternidad, y de proteccin a las clases desvalidas.

    Por la noche, cuando todos estuvieron acostados, y las amigas instaladas en el cuarto deClotilde, se abri la sesin sobre el negocio de la carta.

    -Aqu est el proyecto de contestacin, dijo Clotilde, lleno de borrones y de majaderas;pero t me ayudars, sin duda.

    -A ver, dijo Juanita.

    -Djamelo leer a m.

    "Seor don Demstenes...

    -Te pelastes, exclam Juanita. El don no es castellano granadino; por lo menos no lo esoficialmente. Don no se escribe nunca.

    -Pero no se habla? Y como se habla, no dice la ortografa que se ha de escribir?

    -Entonces los bobos sern los republicanos que abolieron el don de los discursos y delos oficios y lo usan de palabra.

    -No tan bobos, que el real no lo abolieron, sino que lo adoptaron, y con alma, vida ycorazn... Pues dejmoslo sin borrar y sigamos.

  • 7/26/2019 MANUELA, Jose Eugenio Diaz

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    "Seor don Demstenes, continu leyendo Clotilde, contestando a la muy apreciable deusted, le doy las gracias por las perfecciones que usted se digna atribuirme, y por la ofertade su amistad. Mas, si la carta de usted fuese una manifestacin amorosa, que, porsupuesto, tiende al matrimo...

    -No, nia de Dios! Eso hay que borrarlo, aunque sea con el codo, porque ellos noslevantan que andamos siempre a caza de casamiento.

    -Pues lo borrarnos, y adelante.

    Corregida y enmendada la carta, la copi Clotilde en muy regular letra y la peg conoblea blanca, porque no hubo de otro color, y la guard para mandarla con Manuela, quedeba venir al otro da por cuatro totumadas de miel para su fbrica.

    La vela se estaba acabando, y al abrir la ventana que daba al campo, oyeron las tiernasamigas un canto que no sonaba muy lejos. Pusieron atencin y oyeron lo que sigue:

    Dicen que los celos matan:

    los celos no matan, no;

    pues si los celos mataran,

    ya me hubiera muerto yo.

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    -Se muele todo el ao caa pasada o biche; se hace envilecer y degradar el ente fsico ymoral con las trasnochadas y el desenfreno; se raciocina sobre los datos falsos de arruinarlos animales, los hombres y las cosas para obtener de prisa lo que por el orden naturalsucedera por caminos ms seguros y con ms lucro pecuniario.

    -Sobre lo ltimo deseara que te explicases.-T eres trapichera como yo, mi querida Juanita, conoces los secretos de nuestra

    profesin, y sabes que yo no exagero. Fuera de las dificultades de los caminos para lasmulas cargueras, en que se les hace brincar zanjas con cargas de a doce o catorce arrobas, orodar por los despeaderos, te citar un solo caso de mal raciocinio. Hay, por ejemplo, quehacer un puente para que pasen las mulas? Pues bien, se hace de balso o de guarumo paratener que reconstruirlo tres veces en un ao, o se manda echar bagazo sobre el chorro omanantial. Surge el mismo obstculo a pocos das para las bestias? Pues se echa msbagazo. Se forma un pilago de barro, que embaraza ms el paso? Pues se repite laoperacin, hasta inutilizar el terreno y tener que echar por otra parte.

    -Es verdad, el bagazo es la materia prima de los trapicheros para puentes, paraalumbrado, para techos, para cobertores y sbanas, para tapones, para lea y para adornos.

    -Nia!, exclam Clotilde, son las dos de la maana, y nosotras trasnochndonos decuenta de gusto, escribiendo cartas sin estar enamoradas.

    -Pues durmamos, dijo Juanita.

    Por la maana, antes del almuerzo, fueron las dos amigas al trapiche, que distaba pocode la casa de habitacin. El espectculo de unas peonadas, tendidas en el bagazo, y de unchino que estaba desnudo, desayunndose con caa, sarnoso, barrigudo y lleno de bubas,fue lo suficiente para hacer volver la cara a Clotilde, a tomar por otra entrada.

    Mientras las seoritas visitaban la alberca de la miel, la cocina y un caedizo en dondeestaba acostado un pen que se haba quemado en un fondo de miel hirviendo, en laquebrada conversaba la cocinera de peones, despus de haber llenado su calabaza de agua,con Rosa, que estaba de caera, y amolaba su machete en la piedra del lavadero.

    -Antoja Mnica, no sabe que le van a agrandar a la cabuya?

    -Ms? Antoja... Tras de tener ya 18 brazadas de los brazos de ese condenado capitn,que as los diablos lo han de medir a l en los infiernos.

    -Y otra cosa!... Que en la casa grande estn bravos con los que vivimos mal, comodicen los blancos.

    -Esos son cuentos! Ellos por no quedarse sin peones, no nos hacen casar jams. Y quehay otra cosa...

    -Qu? Antoja.

  • 7/26/2019 MANUELA, Jose Eugenio Diaz

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    -Que en la casa grande hay tambin amor.

    -De veras? Mnica.

    -Pus s.-Y eso?

    -Misia Clotilde.

    -Ah si meto yo mi brazo en la candela, y no se me arde, dijo Rosa.

    -Conque la misma criada de la casa grande, que lo vido y me lo cont, no hace nada...

    -Pero qu vio?

    -Escribiendo una carta para un cachaco que est posao en la casa de la nia Manuela,mudando temperamento y recogiendo cucarachas.

    -Sern cuentos; o la carta ser en contra. Ya ver usted como eso no es asina..., y hastaluego, que se me hace tarde.

    -Y qu afn nos corre? Todava no son ni las ocho siquiera: el da no es el que trabajasino es el pen.

    Juanita hizo una visita de dos das a su vecina, y por cierto que la dej consolada.

    Captulo VI

    La lmina

    En la semana siguiente pag Clotilde la visita a su querida vecina; y como para Juanitano haba en la Soledad otro placer que el retiro, la lectura y el bao, despus del almuerzola invit al Silencio.

  • 7/26/2019 MANUELA, Jose Eugenio Diaz

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    Era el Silencio un charco excavado por una quebrada que golpeaba repartiendo susaguas en varias porciones, perdiendo el color del cristal por los rechazos de las piedrassobre que se estrellaban. Todo el recinto lo cubra con sus brazos horizontales unaextraordinaria ceiba, el nico de los rboles que tiene su copa ms delgada que la mitad deltronco, la cual se eleva como torneada columna hasta la altura de veinte o ms varas

    castellanas. El cajeto y el am rodeaban por ms abajo las orillas del charco, y en la margenhaba helechos. Era hondo el pozo, y en l se poda nadar con toda la comodidad apetecible.

    Fuera del golpear de las aguas en los contornos de aquel charco, no se oa sino elquejumbroso arrullo de la pechiblanca, que de tiempo en tiempo despide un sonido en solde flauta; hu! hu! hu!, que es el melanclico gemido de todas las palomas; sintindosetambin a ratos el chillido peridico de la guapa que vela su nido, colgado de un gajo de laceiba a manera de un bolsillo, con un cabestro de una vara de largo, tejido de muy finosbejuquillos. Para llegar al Silencio se camina por una senda impenetrable a los rayos delsol, y a las miradas de los pasajeros, con excepcin del ciudadano Dimas y del ciudadanoElas, que todo lo penetran por sus fueros de cazadores raizales.

    Clotilde tena sus principios propios acerca del bao, como los tena acerca del baile,que ambas cosas tropezaban con su habitual pudor.

    Despus del bao siempre lea Juanita, mientras se le secaba el pelo. Clotilde era msescrupulosa para las novelas que Juanita: slo lea las que su padre y sus hermanos leindicaban, las dems eran como prohibidas. Qu adelantamos nosotras en nuestro retiro, ledeca a su amiga, con enardecer la imaginacin con pinturas exageradas, y nuestro corazncon emociones apasionadas? Los hombres viajan, varan de objetos y disipan o disminuyenla idea fuerte de que se impresionan. Pero nosotras?...

    Haban llevado libros; pero mientras se oreaban los trajes y se secaba el pelo, lo que hizoJuanita fue contarle sus celos a su amiga, captulo de sus aventuras que hasta entonces lehaba ocultado, por muy doloroso tal vez. Sentadas sobre un pequeo barranco alfombradode menudos helechos, con el pelo suelto y la peinilla en la mano, y casi tocadas por lasflores entre rosadas y blancas del am, que las cubran por encima, Juanita comenz as sunarracin.

    -Me haba dicho Jacinta, mi criada, que el segundo tomo de mi Ivanhoe estab