substancias de siglos en figuras de instantes: anotaciones

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1 Substancias de siglos en figuras de instantes: anotaciones al concepto de historia en Nicolás Gómez Dávila Por: Santiago de Narváez Rugeles Tutor: Carlos B. Gutiérrez Alemán Universidad de los Andes Departamento de Filosofía Noviembre 5, 2014

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Substancias de siglos en figuras de instantes: anotaciones al concepto de historia en

Nicolás Gómez Dávila

Por: Santiago de Narváez Rugeles

Tutor: Carlos B. Gutiérrez Alemán

Universidad de los Andes

Departamento de Filosofía

Noviembre 5, 2014

  2  

The past only comes back when the present runs so smoothly that it is like the sliding surface of a deep river.

Then one sees though the surface to the depths. In those moments I find one of my greatest satisfactions, not

that I am thinking of the past; but that it is then that I am living most fully in the present. For the present when

backed by the past is a thousand times deeper tan the present when it presses so close that you can feel

nothing else, when the film on the camera reaches only the eye

Virginia Woolf, Moments of Being

 

 

 

 

 

 

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Índice

Introducción……………………………………………………….. 4

Capítulo 1: Fracaso, historia y temporalidad…………………….....7

Fracaso

Tradición, phronesis y lenguaje

Algunas consideraciones

Capítulo 2: Historia y pertenencia………………………………...20

Gómez Dávila contra la idea de progreso

Gadamer y la historia efectual

Substancias de siglos en figuras de instantes

Conclusiones…………………………………………..……..…..31

Bibliografía……………………………………….…………...…36

 

  4  

Introducción

Cada año –cada tanto– se reúnen seguidores de todo el mundo en un salón de conferencias

en California para recibir con agrado el lanzamiento de un nuevo equipo electrónico de la

empresa de moda del momento. Es igual, o parecido, al modelo anterior pero con algunas

pequeñas diferencias, entre ellas, por ejemplo: que el numero que designa al equipo es un

numero mayor al de su predecesor, símbolo de novedad y por tanto de mejoría. Este equipo

es nuevo, y por eso mejor al anterior. No importa el nombre de la empresa, mucho menos el

del modelo del equipo (en algunos años será pieza de anticuario). Lo que sí importa es que

este ritual es la metáfora perfecta para entender como opera nuestra noción del tiempo y de

la historia hoy en día. Nos dormimos cada noche con la certeza de que al día siguiente

habrá nuevos avances, nuevas tecnologías, nuevas ideas que llevarán a la humanidad cada

vez más cerca –pero nunca lo suficiente– de algo así como un estado de plenitud y felicidad

para todos. Nos acostamos y vivimos pensando a la historia en términos de progreso.

Pensando que el mañana será mejor al presente y que el presente es mejor que el ayer. Con

la cabeza puesta en el futuro. Este trabajo pretende reflexionar sobre esta noción de

progreso en la historia, sus implicaciones para pensar el tiempo y las críticas que se le han

hecho a ella.

* * *

No es fortuito que Nicolás Gómez Dávila, el crítico de la modernidad y la democracia,

pelee contra esta concepción de la historia, contra la interpretación de la historia como

progreso de la humanidad. Gómez Dávila, uno de los pensadores colombianos más

destacados de todos los tiempos, combate fuertemente con esta noción de progreso y, a su

  5  

vez, sugiere una interpretación de la historia que en nada tiene que ver con la idea de

libertad, de voluntad o de progreso.

La intención de este texto es, hacer una aproximación a los textos de don Nicolás Gómez

Dávila. Un comentario, en específico, a la noción de historia que circunda las paginas

escritas por Colacho. Se intentará, a lo largo del trabajo, brindar una mejor comprensión de

su pensamiento y de su noción de historia en especial, poniéndola en diálogo con lo dicho

por el filósofo alemán Hans-Georg Gadamer en torno a su idea de historia efectual, que

aparece en Verdad y método. Tanto el concepto de historia que se encuentra en los Textos

de Gómez Dávila como la noción de historia efectual que aparece en las páginas de Verdad

y método coinciden en el grueso de su planteamiento.

A pesar de que está regada en toda su obra, se analizarán principalmente los Textos, donde

parece estar de manera mas clara y coherente la noción de historia gomezdaviliana. Esto

hará que el trabajo se limite al análisis de este libro únicamente, y a algunos escolios,

dejando de lado, por ejemplo, el ensayo El reaccionario auténtico. Textos será, por tanto,

el libro guía que conducirá este trabajo desde las reflexiones antropológicas de don Nicolás,

hasta su concepción de historia y tradición. Se empezará haciendo una lectura de las

reflexiones antropológicas de Gómez Dávila, que también se encuentran en Textos, para ver

cómo estas reflexiones perfilan de alguna manera la concepción histórica gomezdaviliana.

El trabajo pretende, a su vez, poner en relación el concepto de historia gomezdaviliano con

el concepto de historia efectual presente en el pensamiento de Hans-Georg Gadamer. La

idea de historia efectual, ya se verá, resuena con la idea de historia que tiene el pensador

bogotano. De lo que se trata entonces, es de ver la relación Gadamer-Gómez Dávila como

  6  

una relación de complementariedad o convergencia que permitirá enriquecer la

comprensión que se tiene de Gómez Dávila. No se pretende usar a Gadamer para explicar a

Gómez Dávila (o viceversa) sino mostrar el enriquecimiento que se da de la noción de

historia de Gómez Dávila. Así mismo, se verán ciertas distancias en el pensamiento de

ambos filósofos: mientras uno concibe la condición humana como fracaso e impotencia, el

otro piensa, en cambio, que el ser humano, a pesar de ser finito, es capaz de lograr mucho

en la vida.

El primer capítulo, llamado Fracaso, historia y temporalidad, da cuenta de las nociones

antropológicas de Gómez Dávila. Y las contrapone, con lo que piensa Gadamer que puede

lograr el ser humano a través de su vida: con la actividad de pensar, de estar a la altura de

las circunstancias y con el enorme poder que tiene el lenguaje para crear y traspasar

barreras. El segundo capítulo, que lleva por título Historia y pertenencia, es el capítulo que

se aproxima al concepto de historia en Gómez Dávila que se encuentra, sobre todo, en

Textos. Y donde se expone, también, lo dicho por Gadamer en Verdad y método con

respecto a la historia efectual. Así, se finaliza este trabajo con algunas apreciaciones

respecto a las visiones de ambos autores, los lugares de convergencia y enriquecimiento,

pero también los momentos de distancia.

 

 

 

 

 

  7  

Fracaso, historia y temporalidad

Todo acto supone una elección y una exclusión irrevocables. Igual que cuando te casas con una mujer

renuncias a todas las demás, cuando actúas de una manera renuncias a las demás maneras de actuar (…) Y ese

aspecto negativo o limitador de la voluntad hace que toda la cháchara de los anárquicos adoradores de la

voluntad sea poco más que un disparate

G.K. Chesterton, Ortodoxia

Para poder llegar a tener una comprensión cabal del concepto de historia y, en general, de

toda la filosofía del pensador bogotano hay que explorar sus reflexiones con respecto a lo

humano del ser humano. En otras palabras, la concepción antropológica gomezdaviliana es

la que nos permite tener una mejor comprensión de su concepto de historia. Las reflexiones

antropológicas, que se encuentran en su mayoría en Textos, dan luces para pensar los

distintos temas que rodean su filosofía, a saber, la crítica a la democracia, el catolicismo

medieval, la modernidad, el pensamiento reaccionario, la historia y la tradición. Porque si

bien es cierto que no hay un punto de partida claro en su obra del que nos podamos agarrar

fácilmente –pues bien podríamos empezar por los Escolios, o por las Notas– intentaremos

dar una lectura que inicie por algunos pasajes de Textos y que nos permitan aclarar

nociones claves del filósofo acerca de su concepción de lo humano. Y la idea que

trataremos de rescatar en los distintos pasajes será la idea de fracaso y de impotencia en lo

humano.

Así mismo, se intentaran mostrar las principales diferencias que separan a Gómez Dávila de

Gadamer. Porque aunque es sorprendente que tanto uno y otro –el católico reaccionario

como el filósofo ‘sordo a Dios’– llegan a ideas similares, su forma de ver al ser humano y

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la finitud de la existencia dista mucho de ser la misma. En este sentido se intentarán

abordar las diferencias que marcan el pensamiento de ambos autores. Por un lado, el del

bogotano, quien piensa que el ante el fracaso del hombre no queda otra posibilidad mas que

hincarse de rodillas a Dios. Y por el otro, el del alemán, quien a pesar de todo es consciente

de lo mucho que logra el ser humano en la vida.

Fracaso

En el tercer acápite del libro Textos, Gómez Dávila empieza, ya, a referirse al ser humano

en tanto que es su situación concreta. Toma distancia de visiones antropológicas que

tienden a caracterizar al hombre como sujeto autocognocente o como individuo pensante.

Antes que todo esto, dice Gómez Dávila, el hombre es su situación concreta. Primariamente

lo humano tiene que ver con su situación, con su concreta situación. “Es menester repetir

con ahínco que el hombre es su situación, su situación total, y su situación nada más”

(2010, p. 27). Seguido a esto añade que “[e]l hombre es su condición, su condición

quebrada y rota” (2010, p. 28). Esto irá perfilando, de a poco, la visión que Gómez Dávila

quiere presentar del ser humano.

Además de que el ser humano sea su situación concreta, esa situación concreta está siempre

llena de impotencia. Gómez Dávila había iniciado el acápite hablando del deseo en el

hombre. Había dicho que: “[t]odo en el hombre es deseo, anhelo, ímpetu, codicia” (2010, p.

25). Pero se pregunta inmediatamente si es suficiente describir al hombre como ‘suma de

sus apetitos’, a lo que responde de manera negativa. Por eso asegura que no es suficiente

decir que el hombre esté arrojado a su situación concreta (¿asoma Heidegger?), sino que

hace énfasis en decir que el hombre es su situación. Esto último sumado al hecho de que

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todo en el hombre es deseo y anhelo lleva de alguna manera a Gómez Dávila a definir la

condición del hombre como fracaso.

¿Pero de qué manera llega Gómez Dávila a esta conclusión? Tiene que ver, precisamente,

con el acto de deseo. Desear implica aspirar a algo, anhelar que algo suceda o deje de

suceder. El deseo se caracteriza por un estado contrario al de plenitud, es decir que,

deseamos algo que no tenemos en el momento mismo del deseo. En ese sentido resulta fácil

entender como es que la condición del hombre apunta hacia el fracaso. Dice Gómez Dávila:

“[o]scilando entre la decepción y la quimera. Entre la privación invencible, y la posesión

nugatoria, el acto humano no tiene plenitud. Lo imposible que nos seduce, nos repele; lo

posible que nos espera, nos hastía. La condición del hombre es el fracaso” (2010, p. 28). Y

añade: “la esencia es el anhelo fracasado. La condición del hombre es impotencia” (2010,

p. 28). La radicalidad de esta afirmación nos sorprende, sobre todo cuando vivimos en una

época que tiene por axioma fundamental la idea –proveniente quizás de la Ilustración y de

las revoluciones liberales– de que el ser humano es capaz y soberano, de que el ser humano

es dueño de su destino y es capaz de torcer a su antojo el futuro que le viene. La

antropología del pensador bogotano, por contrario, parte de la carencia –como

contraposición a la plenitud– en el sentido de que es impotencia, el ser humano es no poder,

y articula de cierta manera pensamientos que se encuentran dispersos en su obra.

Queda por entender, con mayor profundidad, la idea de fracaso y de impotencia. Y aquí

entra a jugar un papel determinante la noción de tiempo. La temporalidad es lo que

caracteriza a lo humano. En ese sentido, el fracaso de la condición humana tiene que ser

entendida en términos de temporalidad. “Viviéndose a si mismo como impotencia radical,

el hombre se vive a si mismo en el tiempo, porque el tiempo es la concreta faz de la

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impotencia, su cuerpo sensual y perceptible” (2010, p. 28). Que el hombre esté inserto en el

tiempo, o mejor aún, que el hombre sea tiempo es prueba del fracaso de lo humano. El

hombre es finito, nace y tiene fecha de vencimiento, en el día de su muerte. La

temporalidad es propia de lo humano. Y esto evidencia su impotencia porque tiempo es, a

su vez, la impotencia vivida. “En la naturaleza del tiempo se patentiza la impotencia del

hombre; y la naturaleza del hombre, a su vez, se patentiza en la impotencia del tiempo. En

efecto, el tiempo es la impotencia misma. El tiempo es el lugar de la imposible posesión”

(2010, p. 29). La imposible posesión a la que hace alusión Gómez Dávila tiene que ver con

el carácter perecedero y finito que el tiempo le da a la condición humana. El fracaso no es,

entonces, una serie de eventos que se repiten en la vida humana, el fracaso es propio de lo

humano. Ser hombre, dice Gómez Dávila, es no-lograr. El fracaso es, pues, constitutivo de

lo humano.

Sumado a esto se encuentra la idea de que lo que existe propiamente (o únicamente) es el

presente. Pasado y futuro son apenas reflejos del presente. “El pasado y el futuro existen

sólo en el presente; y la realidad del pasado, como la realidad del futuro, son mera realidad

del pasado y futuro de un presente” (2010, p. 29). Esta idea de un presente que se solidifica

constantemente en pasado, es decir, de un presente que no puede llegar a ser pleno,

reafirma la noción de impotencia del tiempo y por tanto del fracaso del hombre. En

palabras del filósofo:

Si el presente puro, en fin, es aquello que muere en el mismo instante en

que nace; si nuestro presente concreto es sólo un nudo de previsiones y

recuerdos; si la estameña del tiempo tiene, así, por urdimbre lo extinto, y

por trama lo virtual; entonces el tiempo, en la abolición incesante del

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presente, cumple el acto en que la plenitud se ahueca, en que la

permanencia impermanece, en que la existencia inexiste (2010, p. 30)

La anterior es la explicación detallada de lo que implica que la temporalidad del hombre y

la imposible plenitud del presente hagan del ser humano un ser que no logra, un ser fracaso.

El constante presente abolido impide la realización del tiempo y la plenitud del acto

humano, es en ese sentido en el que apunta el fracaso del hombre del que habla Gómez

Dávila. “La plenitud, abolida con la abolición del presente, encierra la existencia humana

en la negatividad de su condición” (2010, p. 30). Es decir que, además del anhelo y la

codicia impedida, además del deseo no cumplido, la otra prueba del fracaso humano es su

temporalidad y más exactamente su presente que no llega a realizarse nunca, su acto que

nunca alcanza plenitud.

Si nos devolvemos a las Notas, el que fuera su primer texto publicado, podremos ver como

existía ya la idea del fracaso del hombre y la actitud reaccionaria en las hojas del filósofo

bogotano. Dice en las primeras páginas del libro que: “[e]s evidente que nuestro deber

consiste en hacer todo lo que [podamos], pero es absurdo imaginar que el solo esfuerzo sea

un valor, que aspirar sin lograr pueda diferir de un fracaso” (2003, p. 47). Podemos ver

como cinco años antes de la publicación de Textos (en 1959 en Bogotá) estaba ya presente

la concepción antropológica gomezdaviliana. El autor continúa y dice: “[u]na tal

constatación es, en verdad, desoladora, ya que la mayoría de los hombres no somos sino

ensayos y meras tentativas. Nuestra vida es un experimento prometido al desastre” (2003,

p. 47). Esto es lo que lo lleva a escribir, más adelante, una justificación sobre la actitud

reaccionaria en medio de una época en donde el progreso se ha hecho con el monopolio

interpretativo de la historia. Es decir, donde existe la idea de que la historia es un camino

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recto y ascendente en donde lo nuevo y el mañana son vistos con mejores ojos que el ayer y

las pretéritas tradiciones, donde damos cada día pasos agigantados en la búsqueda y

realización de la felicidad humana.

La actitud reaccionaria pretende, entonces, desentenderse de esta interpretación progresista

de la historia. “No pudiendo contribuir noblemente al drama del mundo, prefiero que se me

jubile como inepto a que se me admita como comparsa o figurante” (2003, p. 49). La

actitud reaccionaria es la del que se aparta y mira desde el balcón, la del que, con risa

socarrona, se burla de aquellos que creen poder cambiar a su antojo el curso del historia. Y

asumir esa actitud no es negligencia o dejadez sino la manera de aceptar cabalmente la

concreta situación fracasa del hombre: “renunciar no es pereza, sino una forma aguda de

responsabilidad” (2003, p. 197). La idea de la impotencia del hombre está estrechamente

relacionada con la actitud reaccionaria que Gómez Dávila asume a lo largo de su obra. Y

ese pensamiento reaccionario abandona cualquier tarea que suponga participar bajo los

parámetros de progreso. Por eso dice en uno de sus escolios que: [l]a madurez del espíritu

comienza cuando dejamos de sentirnos encargados del mundo” (2002, p. 26).

Pero volviendo a los Textos, el acápite del que nos ocupábamos previamente termina

redondeando la idea del fracaso y del tiempo con una reflexión sobre la historia y la

conciencia. La conciencia del hombre es, por ejemplo, conciencia de su condición, es decir,

conciencia del fracaso. “La conciencia es conciencia de esa condición, y la viciada,

quebrada, y rota condición del hombre es un hecho último que debemos asumir, pero que

no logramos comprender” (2010, p. 35). La conciencia que adquiere conciencia de sí se

para entonces ante la posibilidad de aceptación o de rechazo. De aceptar o rechazar esa

condición. “Aceptación o rechazo implican ambos una referencia a un principio

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justificativo de la condición del hombre” (2010, p. 37). La conciencia que acepta esta

condición se ve obligada a poner un principio de justificación por fuera de su situación

concreta, es decir, en una instancia trascendente. El fracaso del hombre, la idea de que el

ser humano es no lograr y su impotencia, sólo puede ser llenada con la luz divina de Dios.

Lo único que puede aliviar la certeza del fracaso humano es la fe en Dios y el catolicismo

medieval del pensador. Pero, por otro lado, la conciencia que rechaza el fracaso le atribuye

a esa condición un carácter azaroso y fortuito. “Al dividir la condición humana en

condición en conciencia pura y situación fortuita, la conciencia que rechaza imagina que le

es posible existir en situaciones diversas, y como la absurdidad de su condición le parece

así depender de una situación que le es exterior y fortuita, la conciencia que rechaza cree

que basta alterar la situación para modificar y transformar la condición humana” (2010, p.

38). Por tanto, la conciencia que rechaza traslada ese principio justificativo a su condición

misma, lo pone en un plano de inmanencia donde, desde su propia condición, el hombre

puede ‘ser redimido’.

En otras palabras, la conciencia que rechaza la condición de fracaso de lo humano cree que

ese fracaso es un evento casual pero no constitutivo. La conciencia que rechaza ve en la

historia un flujo de eventos que pueden ser cambiados al antojo suyo, mientras que al

mismo tiempo no se da cuenta de que ella misma pertenece a la historia. “Evidentemente la

conciencia que rechaza vive sumida en la incurable obsesión de la historia. La historia es

simultáneamente el lugar de su infortunio actual y de su bienaventuranza hipotética” (2010,

p. 38). La conciencia que no acepta su condición de fracaso no se da cuenta de que

pertenece a la historia, pues cree que es capaz de torcer el rumbo a su acomodo. Mientras

que la actitud reaccionaria, por su parte, sabiendo de la condición de fracaso del hombre

  14  

acepta que hace parte de la historia y no pelea contra ella. Se resigna a ser espectador del

‘drama del mundo’. Y las conciencias que rechazan –en donde podríamos meter a los

furiosos progresistas o a los revolucionarios franceses– pelean inútilmente contra esa

condición que no han podido, o no han querido, suscribir. “Ávidos de promesas y de

augurios, su vehemencia infringe las quietas leyes de la vida. El suelo en que se apoyan les

parece el perverso estorbo de sus sueños. El delirio de una perfección absoluta y terrestre

los empuja a irascibles rebeldías” (2010, p. 39).

Tradición, phronesis y lenguaje

Por su parte, la actitud de Gadamer frente a la finitud humana no concluye en la idea de

fracaso a la que sí llega Gómez Dávila. Hay distintos pasajes en su obra que dan cuenta de

cómo, a pesar de que hay una conciencia en torno a la finitud humana, no hay una

exaltación (triste) en torno a ella. Por el contrario, Gadamer es consciente de lo mucho que

logra el ser humano en la vida. Distintas aristas del pensamiento del alemán dan cuenta de

esto. Por un lado, la forma en cómo Gadamer entiende la historia de la filosofía –no como

la historia del olvido del ser sino– como un legado al que nos podemos remitir para dar

cuenta de los problemas con los que nos tenemos que ver en el presente. Por otro, la idea

del infinito poder del lenguaje para ir corriendo las barreras que limitan. En general, la

capacidad que tiene el pensar humano para no suscribir a la moral dominante de una época,

su dimensión crítica y reflexiva.

En la Autopresentación de Hans-Georg Gadamer escrita por él en 1977, Gadamer explica

cómo se fue formando esa sensibilidad hermenéutica que atraviesa su filosofía. “El

descubrimiento de la historia de su motivación [de las preguntas reales] daba a estas

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preguntas un carácter de ineludibilidad. Las cuestiones comprendidas no son meros objetos

de conocimiento. Se convierten en verdaderas preguntas” (2010, pp. 379-380). Esto apunta

a mostrar como comprender las razones que motivaban a hacer ciertas preguntas en la

historia de la filosofía son una forma de comprender las preguntas mismas. Así, las

preguntas hechas por filósofos anteriores no le pertenecen únicamente a la época en las que

fueron hechas, sino que podemos valernos de ellas para comprender problemas presentes.

La historia de la filosofía como una reserva importantes de preguntas y respuestas que nos

ayudan a comprender mejor los problemas con los que nos tenemos que ver en nuestro

presente. “Sólo cuando aprendí en Heidegger a conducir el pensamiento histórico a la

recuperación de los planteamientos de la tradición, las viejas cuestiones resultaban tan

comprensibles y vivas que se convertían en verdaderas preguntas. Lo que estoy

describiendo es la experiencia hermenéutica fundamental, como la llamaría hoy” (2010, p.

380).

Haciendo la salvedad de que para Heidegger la historia de la filosofía occidental es la

historia del encubrimiento de la pregunta por el sentido de ser, o la historia del olvido del

ser, en Gadamer hay, en cambio, una perspectiva mucho menos pesimista que cree que

todos estos legados y tradiciones nos sirven para afrontar problemas de hoy. O como lo

afirma en su ensayo Tras las huellas de la hermenéutica: “los textos filosóficos no

constituyen más que interpelaciones en la interminable conversación del pensamiento. Es

cierto, se busca una y otra vez consejo en ellos, pues todos vivimos en la continuidad de

nuestras experiencias (…) [en donde su] autor se ha preguntado y ha reflexionado sobre el

asunto durante más tiempo que nosotros” (2007, pp. 114-115). Por ejemplo, un legado que

Gadamer considera necesario recuperar de la tradición filosófica es el del pensamiento

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socrático, por un lado, y el de la phronesis aristotélica, por el otro. “Así, mi propia teoría

hermenéutica me obliga a reconocer la necesidad de recuperar el legado socrático de una

<<sabiduría humana>> que en comparación con la infalibilidad semidivina del saber

científico es una nesciencia. La <<filosofía práctica>> elaborada por Aristóteles nos puede

servir de modelo (…) Aristóteles muestra que la razón práctica y el conocimiento práctico

no se pueden enseñar como la ciencia, sino que obtienen su posibilidad en la praxis o, lo

que es igual, en la vinculación interna del ethos” (2010, p. 394). Es decir, la capacidad de

estar a la altura de las circunstancias en cada caso. La posibilidad de decidir de manera

adecuada, por nosotros mismos, frente a situaciones que se nos presenten sin la necesidad

de acudir a un manual que nos diga como hacerlo.

En Gadamer, además, no puede haber una concepción de fracaso en lo humano porque para

él la potencia del lenguaje es tal que posibilita muchas cosas. En concreto, y como afirma

Carlos B. Gutiérrez, Gadamer, contrario a Heidegger, se posibilita la metafísica de una

nueva forma, no intentando superarla. Él cree que el lenguaje humano está siempre en

capacidad de superar sus barreras, porque el lenguaje mismo tiene listas posibilidades

infinitas de decir. Como lo pone el mismo Gadamer en su ensayo de 1966 Sobre la

planificación del futuro: “La interpretación del mundo mediante el lenguaje adopta a la vez,

en el aprendizaje del mismo, el carácter de regulación [lenguájica]. Con la palabra se

ordena la cosa (…) Esto confiere a la vida [lenguájica] una infinitud interna que se avala

también por el hecho de que el hombre puede conocer cosmovisiones ajenas aprendiendo

lenguas extranjeras y perciba la riqueza y la pobreza de lo propio en lo ajeno. También esto

es una expresión de la finitud inextirpable del ser humano” (2010, p. 166). El lenguaje

posibilita de una manera amplísima. Por ejemplo, la poesía resulta una forma de escritura (y

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oralidad) tal que puede mostrarnos y abrirnos horizontes en muchas direcciones nuevos. En

algunos casos, dice Gadamer que [p]ara estos efectos podemos aprender de la palabra de

los poetas mucho más que de Wiigenstein” (2010, p. 402).

En este sentido y ante ‘el eclipse de Dios’ del que habla Martin Buber, o el hundimiento de

la pregunta por el sentido de ser en olvido, como vaticina Heidegger con la consumación de

la ciencia, Gadamer asegura que a la filosofía le queda un papel importante. “De este modo

el pensamiento filosófico sería una especie de escatología, de esperanza de conversión, que

no puede decir lo que espera, pero que anticipando las consecuencias radicales del presente,

se convence de la necesidad de la conversión” (2010, p. 169). La esperanza, y no el fracaso,

es la que debe tenerse por pensamiento predominante cuando pensamos la finitud humana.

Por lo menos así lo ve Gadamer: no la impotencia y el fracaso humano sino la esperanza y

la posibilidad (o infinitas posibilidades) que se abren en el lenguaje y en los legados y

tradiciones de la filosofía y la capacidad humana de estar siempre a la altura de cada

situación.

Algunas consideraciones

Para poder tener una primera comprensión de la noción de historia en el pensamiento de

Nicolás Gómez Dávila es necesario aproximarse a sus reflexiones antropológicas, allí

donde explica lo que significa para él la condición humana. Una condición que, en palabras

suyas, es una condición rota. Atravesada por la temporalidad de lo humano, por la

imposibilidad de ver cumplidos sus anhelos y deseos, por la misma característica de un

presente que nunca llega a ser pleno. Una condición que hace parte de la historia y que al

ser consiente de su condición, es decir del fracaso humano, puede o aceptarla o rechazarla.

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Lo primero la obliga a situar una justificación por fuera de su propia condición, esto es, en

una instancia trascedente. Lo segundo la lleva a creer, inútilmente, que su carácter de

impotencia es fortuito y casual, que puede, en cambio, ser dueño de su destino y su futuro.

La conciencia que no acepta su condición de fracaso no logra ver que pertenece a la historia

y que es muy poco (o casi nada) lo que puede hacer para cambiarla. En cambio, la actitud

reaccionaria, la que adopta Gómez Dávila, consiente del fracaso y la impotencia del

hombre, renuncia a participar en el mundo cuyo monopolio lo tiene la interpretación

progresista de la historia. Y Gómez Dávila puede permitirse navegar en el mar del

escepticismo porque tiene por ancla a Dios, y eso no es poca cosa. Ahora, si partimos del

fracaso de lo humano, podremos comprender mejor nuestro hacer parte en la historia.

Comprenderemos –en palabras de Gadamer– que la historia no nos pertenece, sino que

somos nosotros los que pertenecemos a ella. De esto nos ocuparemos a continuación.

Sin embargo, a pesar de que, como veremos, las consideraciones de Gadamer resuenan con

las reflexiones de Gómez Dávila frente a la historia, sus reflexiones acerca de lo humano y

la finitud varían. Gadamer no concluye que la finitud humana sea la prueba del fracaso

constitutivo del hombre, él cree, en cambio, en lo mucho que puede lograr un ser humano

en vida. Valiéndose de las tradiciones y los legados que se encuentra en esa reserva que

llamamos ‘historia de la filosofía’, en el lenguaje y las infinitas posibilidades que se abren

con él y en la capacidad humana de estar a la altura de cada circunstancia con ese saber

práctico que ya los griegos reconocían, el ser humano no está condenado a un fracaso

constitutivo sino que a través de esta potencia del pensamiento puede haber esperanza en la

misma idea de finitud y temporalidad humana. En Gadamer no hay, por tanto, una

concepción tan radicalmente pesimista en torno a lo humano, concepción que sí podemos

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encontrar en las palabras de Gómez Dávila.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Historia y pertenencia

No se actúa por uno mismo, como lo hacen los maestros, artistas o pensadores que son libres, sino como el

coronel, el zar, el ministro, el esposo o el padre que no son libres, se está sujeto a las leyes instintivas y

sometiéndose a ellas con ayuda de la imaginación inconscientemente fingen su libertad y de una innumerable

cantidad de causas convergentes de cada fenómeno accidental eligen aquellas que les parece que justifican su

libertad. En esto consiste todo el malentendido

León Tolstoi, Guerra y paz

La idea de fracaso advierte la impotencia humana. En especial, nos dice que, contrario a lo

que estamos acostumbrados a creer, la posibilidad de darnos unas metas y un camino

propio es remota y casi vana. El hombre es libremente esclavo: “[l]a libertad no se alza

como una plataforma sideral, para que el hombre se trace desde ella una ruta arbitraria entre

los astros. La libertad no es el poder de fijar metas, sino el poder de malograrlas” (2010, p.

19). Y por eso, pensar la historia como la suma de acontecimientos y voluntades

individuales es mal comprender la quebrada condición del hombre. Y esa quebrada y rota

condición tiene que ver con la estrecha relación que se da el ser humano con la historia. El

hombre pertenece a la historia. Así de simple. De lo que se trata entonces es de cambiar la

categoría de libertad por la de pertenencia a la hora de comprender la historia.

Para esto es clave apoyarse en las reflexiones hechas por el filósofo alemán Hans-Georg

Gadamer en torno a la noción de historia efectual. Dichas reflexiones, lo veremos,

coinciden en buena medida con las hechas por el bogotano. Y repasar esta noción de

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historia efectual nos permitirá, además, ampliar el horizonte de comprensión en torno al

concepto de historia. En las páginas que siguen se intentará hacer una explicación general

de la noción de historia efectual y su relación con el concepto de historia en la filosofía de

Gómez Dávila y poner de relieve la importancia de entender nuestra pertenencia en la

historia y dejar de lado concepciones de tipo voluntaristas o subjetivistas. Lo que busca este

texto, entonces, es resaltar la relación entre Gadamer y el pensador bogotano: pensar la

complementariedad o convergencia que se da entre el pensamiento de ambos filósofos para

enriquecer, así, de alguna manera la comprensión sobre la concepción de historia en Gómez

Dávila. No se trata de explicar a Gómez Dávila a partir de Gadamer o sus nociones, sino

que en esta convergencia se da un enriquecimiento de las ideas gomezdavilianas.

Gómez Dávila contra la idea de progreso

Suele pensarse la historia como suma de acontecimientos pasados que, en muchos casos, no

tienen que ver en absoluto con nuestro presente inmediato. Son apenas hechos aislados

relegados al armario del recuerdo. Lo que desconcierta en el pensamiento de Gómez Dávila

es que saca a la historia del reducido ámbito del pasado para ponerla en el campo del

presente. La historia tiene que ver, sobre todo, con nuestro presente, con nuestra realidad

inmediata. Y por eso rechaza una concepción de la historia en la que pasado, presente y

futuro son tres ámbitos separados, autónomos e inconexos. “El vaho del pasado nos

impregna. Inhábiles para retornar a nuestras encrucijadas pretéritas, no podemos pasearnos

en el tiempo como por un obscuro corredor” (2010, p. 19). Cada evento del pasado, por

muy insignificante que parezca, tiene una repercusión en el flujo de eventos a seguir. La

historia no es un hueco inmenso y oscuro que nos separa de lo pasado, en donde

  22  

desaparecen las cosas. Está más bien siempre abierta por la continuidad de ciertos usos, de

ciertas tradiciones, de ciertos legados y referencias.

Estas continuidad de tradiciones y legados y prejuicios nos condicionan altísimamente, de

tal manera que lo que podemos hacer realmente es muy poco. Esta noción de historia

combate con la de progreso: con la idea de moderna de que la historia fluye por un camino

recto y ascendente en donde cada día es mejor al anterior, en donde cada generación supera

a la anterior, en donde se sobrevalora el presente en demerito del pasado. En palabras de

Gianni Vattimo: “La idea de que la historia tenga un sentido progresivo, esto es, que por

caminos más o menos misteriosos y guiados por una racionalidad, se acerque cada vez más

a una perfección final, ha estado en la base de la modernidad, incluso se puede decir que

constituye la esencia de la modernidad” (2004, p. 39). No es extraño, por tanto, que Gómez

Dávila, el crítico de la modernidad, pelee también contra la idea de progreso en la historia,

pues ella es hija natural de la modernidad. La idea de progreso descansa sobre un

optimismo ingenuo que desconoce todos los legados y las tradiciones que corren y fluyen a

través de nosotros. Cree, en cambio, en una teleología que tiende, cada vez, aun estado

mejor de la humanidad. La ideología del mañana. Gómez Dávila se da cuenta de cómo la

idea de progreso se ha hecho con el monopolio interpretativo de la historia. Por eso, sus

afirmaciones son tan incomodas a veces, porque en el fondo estamos rodeados de esta idea

de historia en la que todo mejora con el paso del tiempo. Y en la que vemos el pasado como

algo oscuro de lo que hay que procurar alejarse.

Con esto, la idea de libertad indomable se viene al piso. La manera en como actuamos,

pensamos, nos movemos está condicionada en buena parte por ese flujo continuo que viene

desde el pasado y nos atraviesa también a nosotros. “Manos inmemoriales guían el titubear

  23  

de nuestra mano” (2010, p. 111). No importa incluso que no sepamos ni seamos

conscientes de un pasado que nos condiciona. Nuestra relación con la historia no es

primariamente epistemológica. Mucho antes de acercarnos a la historia como un objeto que

intentamos conocer, antes –incluso– de hacer memoria de hechos pasados, la historia nos

afecta de una manera más cercana y propia. “La simple incuria de su condición histórica no

manumite al hombre de su esclavitud; y la proclamación de una independencia ficticia lo

entrega ciegamente a los mandatos del día” (2010, p. 111). Por más de que el progresista

trate de burlarse del peso de la historia y crea que el pasado es algo que hay que dejar

atrás, la historia vuelve y lo ata con cadenas invisibles. Si el revolucionario y el progresista

desconocen su pertenencia a la historia, peor para ellos.

La idea de un ser humano autónomo y plenamente capaz de forjarse un futuro a su antojo

no tiene cabida cuando pensamos que lo hecho, lo dicho y sentido por otras personas –

mucho antes que nosotros–, y los legados compartidos que nos dejaron ellas, determinan

nuestra manera como actuamos, hablamos y nos movemos en el mundo. Dice Gómez

Dávila: “[e]l peso de acontecimientos remotos tuerce la trayectoria de nuestros actos

actuales, y el pasado más lejano fluye en las venas del presente. La historia es el proscenio

de nuestra miseria y nuestra gloria, el raso territorio donde se agazapa el destino” (2010, p.

111). Esta cita es, quizás, la que logra dar cuenta de la relación inseparable entre historia,

pasado y presente. Lo determinante es, a su vez, el hecho de que nos sea imposible salirnos

de ese flujo constante en el que vivimos. Estamos insertos en la historia. Por eso cualquier

pretensión que intente deslindarse o pretenda separarse de las tradiciones y del pasado que

nos vive afectando es una pretensión fútil y necia. “Toda teoría que presume evadirse del

tiempo es obra de un anhelo que el tiempo engendra, en materiales que el tiempo labra”

  24  

(2010, p. 111). Así las cosas, puede verse como sumada a la noción de fracaso del hombre

–en Gómez Dávila– está estrechamente relacionada la idea de que hacemos parte de la

historia y de que precisamente eso es lo que nos determina de manera altísima.

Gadamer y la historia efectual

Ahora bien, en el mismo sentido de los pensamientos del filosofo bogotano están las

reflexiones hechas por Gadamer en torno a la conciencia histórica. Gadamer le da el

nombre de historia efectual al hecho de que, antes que nada, somos nosotros quienes

hacemos parte de la historia. La famosa afirmación que aparece en Verdad y método dice:

“[e]n realidad no es la historia la que nos pertenece, sino que somos nosotros los que

pertenecemos a ella” (2012, p. 344). Nuevamente, aparece la idea de que –contrario a lo

que se suele pensar– el ser humano no es el que organiza y ajusta a su acomodo los eventos

históricos, sino que es la historia misma la que acomoda y ordena el moverse humano en el

mundo. Esto tiene que ver con el comprender humano. “Mucho antes de que nosotros nos

comprendamos a nosotros mismos en la reflexión, nos estamos comprendiendo ya de una

manera autoevidente en la familia, la sociedad y el estado en que vivimos. La lente de la

subjetividad es un espejo deformante” (2012, p. 344). Todo esto implica que el ser humano

tienen un montón de pertenencias y que una de ellas, quizás la que más peso tiene, es

nuestra pertenencia a la historia.

Incluso la razón se mueve dentro de un marco histórico. Gadamer se pregunta si “¿Estar

inmerso en tradiciones significa real y primariamente estar sometido a prejuicios y limitado

en la propia libertad? ¿No es cierto más bien que toda existencia humana, aún la más libre,

está limitada y condicionada de muchas maneras? Y si esto es así, entonces la idea de una

  25  

razón absoluta no es una posibilidad de la humanidad histórica. Para nosotros la razón sólo

existe como real e histórica” (2012, p. 343). Todas estas tradiciones en las que nacemos –y

que no escogemos– acotan el marco de referencia en el que nos movemos. Porque siempre

nos estamos moviendo en comprensiones previas, en prejuicios que cambian y viven siendo

sustituidos. “Cuando intentamos comprender un fenómeno histórico desde la distancia

histórica que determina nuestra situación hermenéutica en general, nos hallamos siempre

bajo los efectos de esta historia efectual. Ella es la que determina por adelantado” (2012, p.

371). Nuevamente, nuestra comprensión está determinada por la historia.

Por eso de lo que se trata con Gadamer es cada vez de ir extendiendo ese marco referencial

en el que nos movemos, de ir empinándonos un poco más para ampliar lo que él llama

nuestro horizonte de comprensión. Si bien, por un lado nos encontramos en una situación

determinada: “[l]a conciencia de la historia efectual es en primer lugar conciencia de la

situación hermenéutica”; esa situación implica moverse dentro de un marco referencial que

nos da cierta perspectiva. “Todo presente finito tiene sus límites. El concepto de la

situación se determina justamente en que representa una posición que limita las

posibilidades de ver. Al concepto de la situación le pertenece esencialmente el concepto de

horizonte” (2012, p. 372). Un horizonte que está históricamente determinado pero que a su

vez se puede ir ampliando, fusionando con otros horizontes. Por eso mismo, ese horizonte

no es nunca fijo sino que se mueve y se desplaza en el andar humano. “El horizonte es más

bien algo en lo que hacemos nuestro camino y que hace el camino con nosotros. El

horizonte se desplaza al paso de quien se mueve” (2012, p. 375). Tener horizontes implica

tener parámetros que permiten poner en perspectiva y valorar hechos en su correcta

dimensión. Hechos que si en un momento nos parecían grandes e importantes los podemos

  26  

ver en su justa medida. “Horizonte es el ámbito de visión que abarca y encierra todo lo que

es visible desde un determinado punto” (2012, p. 372).

El hecho de que un horizonte se nos abra desde una situación histórica determinada nos

remite a la noción de tradición. Para Gadamer la Ilustración deformó el concepto de

tradición y le dio una connotación negativa. Olvidó que la tradición viene del verbo latino

tradere que significa simplemente ir pasando de mano en mano. Tiene que ver con lo

transmitido de una generación a otra. “Lo consagrado por la tradición y por el pasado

posee una autoridad que se ha hecho anónima, y nuestro ser histórico y finito está

determinado por el hecho de que la autoridad de lo transmitido, y no sólo lo que se acepta

razonadamente, tiene poder sobre nuestra acción y nuestro comportamiento” (2012, p. 348).

Pero no sólo deformó el concepto de tradición, sino que a su vez nos legó un prejuicio que

sigue operando hasta el día de hoy: el prejuicio de que hay que librarse de los prejuicios,

como si ellos fueran un velo de ignorancia que nos impiden ver la realidad. Somos nuestros

prejuicios, los que nos empapan en la época en que vivimos. Pero la Ilustración, en su

animo emancipatorio, pretendió como tarea deshacerse de los prejuicios. Dice Kant en su

respuesta a la pregunta ¿Qué es la Ilustración? Que “[p]or eso es tan perjudicial inculcar

prejuicios, pues al final terminan vengándose de sus mismos predecesores y autores. De ahí

que el público pueda alcanzar sólo lentamente la Ilustración” (2002, p. 18). La Ilustración

nos dejó esta idea en la que hay que derrumbar los prejuicios porque se los ve de manera

negativa. Gadamer muestra, en cambio, que un prejuicio es, simplemente, lo previamente

juzgado. Comprendemos mediante aquello que ya hemos comprendido.

La razón, volviendo con lo anterior, no es la única que configura nuestro ser histórico. Por

eso no se puede pasar por encima la tradición tan fácilmente, porque ella es otra fuente de

  27  

validación de nuestras costumbres y nuestros hábitos. “Las costumbres se adoptan

libremente pero ni se crean por libre determinación ni su validez se fundamente en ésta.

Precisamente es esto lo que llamamos tradición: el fundamento de su validez” (2012, p.

348). La tradición legitima nuestros comportamientos y costumbres, así hayan sido

escogidas por nosotros de manera libre. Esto supone un quiebre con el prejuicio ilustrado (e

incluso romántico) que tiende a oponer de manera tajante tradición y razón. Las tradiciones

se viven afirmando constantemente, se viven validando y aceptando en el presente. “Aún la

tradición más auténtica y venerable no se realiza, naturalmente, en virtud de la capacidad de

permanencia de lo que de algún modo ya está dado, sino que necesita ser afirmada, asumida

y cultivada” (2012, p. 349). Conservar –dirá Gadmaer– es también un acto de la razón. En

palabras de Carlos B. Gutiérrez:

las tradiciones generan así normatividad y sirven de guías hacia ideales

epistémicos históricamente condicionados. Las tradiciones, valga anotar,

lejos de excluir la libertad la presuponen puesto que resulta de

experiencias reflexivas y críticas acumuladas en el tiempo con las que los

seres humanos contribuyen a formar y modificar lo que a su vez los

forma (2004, p. 113)

Esto nos devuelve a la idea principal de Gadamer con respecto a la historia efectual. El

hecho de que las tradiciones validen nuestras costumbres y la forma en que pensamos, y

vivan afirmándose y aceptándose en el tiempo, muestra como la historia tiene un peso

grandísimo en la manera en como nos orientamos en el mundo. Historia efectual quiere

decir que la historia no está sujeta a nuestras arbitrarias decisiones sino que somos nosotros

  28  

los sujetos a ella. Significa que la historia no se encuentra en un pasado remoto y ajeno sino

en un presente muy propio. Que no es la aglomeración de hechos pretéritos e inconexos

sino el fluir en el que discurre la existencia humana. Que nuestra relación con la historia no

es primariamente epistemológica. Y que, incluso el hecho de que no la conozcamos no

impide que ella nos viva afectando de manera directa y constante. Significa que nuestra

comprensión está siempre mediada por el momento histórico desde el que nos abrimos

dispuestos a comprender. Determinada por un horizonte móvil que se intenta ir ampliando

para tener una mejor perspectiva. Y que, por ejemplo, las tradiciones en las que

participamos ejercen una autoridad que legitima dichas costumbres. Autoridad significa

simplemente que: “se reconoce que el otro está por encima de uno en juicio y perspectiva y

que en consecuencia su juicio es preferente o tiene primacía respecto al propio (…) Reposa

sobre el reconocimiento y en consecuencia sobre una acción de la razón misma que,

haciéndose cargo de sus propios límites, atribuye al otro una perspectiva más acertada”

(2012, p. 347).

Substancias de siglos en figuras de instantes

Dicho todo lo anterior, podemos volver a Gómez Dávila con una perspectiva enriquecida

sobre historia y nuestra estrecha relación con ella. Como se dijo al comienzo, para el

filósofo bogotano la idea no es de una relación a distancia con la historia, sino que –al

contrario– es una relación de pertenencia. Es decir, en donde nuestro actos presentes tienen

que ver con la historia misma. “Siervo adscrito a la gleba de su condición indeleble, el

hombre mora en la turbia selva de la historia. Toda evidencia germina en la putrefacción

de generaciones [pretéritas]. Toda verdad tiene el agrio olor de un suelo” (2010, p. 111). Si

antes teníamos una visión de la historia como objeto lejano al cual nos acercábamos para

  29  

aprender de hechos pasados y remotos, ahora hay una visión en la que el ser humano no es

sujeto ahistórico y asilado sino que es precisamente su historia, el fluir y la continuidad del

tiempo. “[S]omos substancias de siglos, en figura de instantes” (2010, p. 112). De lo que se

trata entonces es de comprender que el ser humano está muy determinado por el hecho de

que participa en la historia.

A esto se le opone la idea ilustrada de que somos sujetos soberanos con cierta

independencia del acontecer histórico y capaces de darnos nuestro propio destino.

Precisamente lo que señalan tanto Gómez Dávila como Gadamer es el hecho de que

nuestras pertenencias nos condicionan en gran medida. Por eso el filósofo bogotano mira de

reojo la actitud que se desentiende de la historia: la actitud del revolucionario, por ejemplo.

“Nuestra razón, no obstante, se insubordina contra la opresión de decisiones vetustas y

anhelando una verdad que la historia no enturbie, deseamos capturar el cuerpo cuya sombra

se quiebra sobre los relieves del pasado. Pero asirnos a un peñasco inmóvil, para burlar la

furia de las aguas, es una hazaña imposible en un mar donde ruedan los hombres y las

rocas” (2010, p. 111). La metáfora del agua enfurecida que fluye y nos arrastra es muy

diciente. Nosotros también fluimos con ella. En el flujo de la historia nos movemos y

vivimos. Comprender nuestra situación histórica, hacerla consciente es lo que podemos

hacer. “Transformar en consciencia lúcida nuestra bruta condición humana es la única

conducta que permite una obediencia noble, o una noble rebeldía” (2010, p. 112).

La historia no se puede reducir a época pasada. Lo que estos autores tratan de resaltar es

que la historia está presente en la situación concreta humana: la historia es presente. La

relación humana con la historia es, por tanto, de pertenencia. Y pertenecer quiere decir que

nosotros no controlamos la historia, sino que más bien somos controlados por ella. No es

  30  

una relación, pues, de voluntarismo e independencia, o una relación eminentemente

epistemológica. Es básicamente la idea de formar parte de algo. No hay nada que

lamentarse porque no existe la ilusión de nada distinto. Lo que tenemos, lo que hay, es

nuestra historia, y lo que podemos cambiar con respecto a ella es mínimo. Tal vez Gómez

Dávila vive lamentándose porque lo rodean estas ideas liberales de que todo se puede

cambiar. Pero esta es otra discusión.

Las nociones utilizadas por Gadamer sirven en buena medida para enriquecer la

comprensión que se tiene de los textos de Gómez Dávila en lo que atañe al concepto de

historia. No se trata pues de explicar al pensador bogotano a través de la filosofía de

Gadamer. Se trata, mas bien, de ver la complementariedad entre ambos pensamientos. La

posibilidad de ver en ambos un encuentro y un refuerzo mutuo. Por un lado Gadamer nos

ofrece la idea de la pertenencia en la historia, en los legados y las tradiciones. Mientras que

la prosa de Gómez Dávila nos advierte lo inútil que resulta una actitud que se pretenda

soberana y por fuera de la historia. Nuestro presente no se puede desarticular del pasado y

la historia no es la suma de memorias y recuerdos lejanos: ella fluye en el presente y

nosotros fluimos en ella. Se reemplaza, con esto, la idea de libertad en la historia por la

noción de pertenencia. El hombre mora la historia.

 

 

 

 

 

 

  31  

Conclusiones

Vivimos en una época en la que el progreso se ha hecho con el monopolio interpretativo de

la historia. Nos acostamos por la noche, tranquilos, pensando que al día siguiente los

avances científicos y tecnológicos harán de nuestra vida, y la de los demás, una vida mejor.

El camino rectilíneo y ascendente que encausa nuestra comprensión de la historia nos

obliga a tener con el tiempo, –con el pasado, el presente y el futuro– una relación muy

especial. Nos obliga a pensar el pasado como un inmenso hueco puesto atrás nuestro, dónde

lo hecho, dicho y pensado por otras personas no influye en mayor grado nuestra manera de

actuar en el presente. Nos obliga a pensar el futuro como esa meta –que siempre se nos

corre– y que hay que alcanzar a toda costa, el paraíso. Nos obliga a pensar que el mañana,

la novedad y lo inédito prevalecen por sobre el ayer, lo antiguo y lo conocido. Aceptamos

con gusto todo aquello que tenga carácter de nuevo –entre más reciente, mejor–. Como

aparece en un escolio: “[l]o irritante de todo presente es que siempre cree tener razón sólo

por ser presente” (1977, p. 80). Vivimos, en fin, en una época dominada por ese ideal de

progreso: rezago y producto de la modernidad. Este síntoma no escapa al espíritu nacional.

Fuimos una República fundada bajo ideales de progreso, adaptándonos, cada vez, a la moda

más reciente. Como lo anota Carlos B. Gutiérrez en La crítica a la democracia en

Nietzsche y Gómez Dávila

Nuestra historia, por otra parte, como anota también Gómez Dávila, ha consistido

en un continuo desertar tradiciones y pertenencias para saltar a imitar a otras: de

indios a españoles, de españoles a franceses, de franceses a ingleses, y de estos a

norteamericanos, hasta orientarnos hoy por y hacia el estilo de vida de Miami.

Prófugos de legados, vivimos en el sobresalto del cambio con empeño

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desinstitucionalizador, esperando que cada vez nuevas leyes promulgadas por los

políticos de turno logren en su fugaz vigencia el milagro de cambiar nuestro ser y

adaptarlo a lo que esté de moda (Gutiérrez C. B., 2008)

Ante este panorama, resulta notable que exista en las letras nacionales un autor como don

Nicolás Gómez Dávila. Quién, a pesar de haber vivido (o tal vez por ello mismo)

circundado de ideas liberales, democráticas y progresistas, no dejó de señalar –a lo largo de

toda su obra– el peligro de vivir bajo una noción progresiva de la historia. De vivir bajo

una concepción que se desentendiera de lo que –a su juicio– era lo más importante: los

legados y las tradiciones que nos dejaba el pasado como herencia en nuestro presente.

Gómez Dávila logró señalar cómo la relación entre pasado y presente (y también futuro) es

más estrecha de lo que en principio parece a la luz de la idea del progreso.

La intención de este texto era, como se dijo más arriba, servir de comentario o anotación a

los textos del pensador bogotano. Fue una aproximación, en específico, a la noción de

historia que circunda las paginas escritas por don Nicolás. Se intentó, a lo largo del trabajo,

brindar una mejor comprensión de su pensamiento y de su noción de historia en especial,

poniéndola en diálogo con lo dicho por el filósofo alemán Hans-Georg Gadamer en torno a

la historia efectual. Tanto el concepto de historia que se encuentra en los Textos de Gómez

Dávila como la noción de historia efectual que aparece en las páginas de Verdad y método

coinciden en el grueso de su planteamiento. La interpretación progresiva de la historia

desconoce –y mira con desdén– los legados y las tradiciones que nos deja el pasado. En

cambio, tiende a verlas como algo negativo que hay que superar. No obstante, el bogotano

y el alemán muestran la importancia de la historia en la vida humana, muestran como ella

moldea y condiciona de manera altísima nuestras actitudes y prejuicios. Entender que

  33  

pertenecemos a ese flujo del pasado que llamamos historia es entender, también, que nos

encontramos altísimamente condicionados. Es entender que la idea de libertad –como

voluntad soberana– es una suerte de ilusión.

Sin embargo, para llegar a todo esto, se debió exponer primero la concepción antropológica

de Gómez Dávila la cual aparece mayoritariamente en sus Textos. Se propuso una lectura

que abordara las ideas de Gómez Dávila sobre el ser humano para entroncarlas, así, con su

noción de historia. Esto, en el fondo, es una propuesta que pretende entender algunas

categorías claves en el pensamiento de Colacho a partir de su concepción antropológica. En

primer lugar, –nos dice Gómez Dávila– el hombre es su condición, su concreta situación.

Una condición que –no tarda en afirmarlo– es ‘quebrada y rota’. El ser humano desea y no

satisface. Anhela y no cumple. Es ímpetu que no logra. Para Gómez Dávila la condición

humana es la del fracaso. Y su esencia, la impotencia. Ser humano es no-poder, no lograr.

Todo esto debido a la temporalidad humana. El ser humano es tiempo. Y dice Gómez

Dávila que “[e]l tiempo es el lugar de la imposible posesión” (2010, p. 29). Esto tiene que

ver con el carácter perecedero y finito que el tiempo le otorga al ser humano. Esta

conciencia del fracaso y la impotencia humana hace que un reaccionario como Gómez

Dávila adopte una posición que rechaza la idea liberal de progreso; en donde el ser humano

es capaz de forjarse un destino acorde a su voluntad: renuncia, pues, a participar en un

mundo en el que esta idea de libertad soberana se impone todavía.

Sin embargo, y contrapuesta con esta posición de fracaso, se encuentra la postura de

Gadamer quien, a pesar de que piensa la historia de manera similar a como lo hace el

bogotano, considera que el ser humano puede lograr mucho durante su vida. No cree –como

progresistas, liberales y revolucionarios– que el ser humano sea capaz de superar todos sus

  34  

prejuicios y dejar atrás los legados y tradiciones a los que pertenece. Pero sí piensa que la

actividad humana de pensar, la capacidad que tiene el hombre de estar a la altura de las

circunstancias y el poder del lenguaje de correr las barreras que limitan, son suficientes

para evitar ver la condición humana como una condición de fracaso. Y mucho menos a la

esencia de lo humano como impotencia.

La concepción antropológica de Gómez Dávila sirve de guía para comprender su

concepción de la historia. Nuevamente, su condición de fracaso hace incompatible al

hombre con una interpretación progresiva de la historia. “De progreso se podrá hablar si se

logra hacer al hombre menos feo, menos bruto, menos caco” (1986, p. 156). El hombre no

puede pretender torcer a su antojo y parecer el curso de la historia porque es él el que está

condicionado por la historia. Nos es imposible salirnos de ese flujo de la historia que nos

arrastra. “Manos inmemoriales guían el titubear de nuestra mano” (2010, p. 111). No

importa si desconocemos eventos pasados, hechos históricos importantes, acontecimientos

que nos precedieron: nuestro desconocimiento no cambiará el hecho de que estamos

insertos en la historia y, por tanto, no podemos acomodar su rumbo, más bien debemos

acomodarnos al suyo.

En un mismo sentido, Gadamer considera que no es la historia la que nos pertenece, sino

que somos nosotros quienes pertenecemos a ella. Nuestra comprensión está altísimamente

determinada por la historia. Esto es a lo que Gadamer llama historia efectual. Y es el hecho

de que heredamos una serie de legados, tradiciones y prejuicios y que son ellos los que nos

condicionan “[e]n realidad no es la historia la que nos pertenece, sino que somos nosotros

los que pertenecemos a ella” (2012, p. 344). Darnos cuenta de estas pertenencias, hacerlas

conscientes, es ya de por sí una tarea titánica. La historia efectual determina por adelantado.

  35  

Es casi de la misma manera como para Gómez Dávila el pasado, y ese flujo de la historia,

nos determinan altísimamente. Gómez Dávila no emplea el término de pertenencia, pero lo

que dice el filósofo alemán resuena en gran medida con lo dicho por el bogotano.

Este era, precisamente, el ejercicio que se pretendía lograr en este trabajo: mostrar la

relación de Gadamer y Gómez Dávila como una relación de complementariedad o

convergencia. Esta puesta en escena de las nociones gadamerianas de historia efectual

enriquecen, de alguna manera, la comprensión sobre la noción de historia en Gómez

Dávila. No se trataba, pues, de que Gadamer explicara a Gómez Dávila, sino con sus

nociones –las de Gadamer– hay un enriquecimiento de las nociones de Gómez Dávila. A

todo este fluir de la historia, ese pasado presente en la situación del ser humano, se le puede

agregar la idea de pertenencia. El hombre no sólo es arrastrado por el fluir de la historia

sino que además pertenece a él.

Todo esto debería servirnos para repensar nuevamente la noción de historia que impera hoy

en día. Para pensar cómo esta idea de progreso gobierna nuestra interpretación de lo que es

historia: la pensamos como una autopista ascendente en donde, cada vez, el mañana nos

redimirá. Y en donde el pasado es esa colección de vejestorios acontecimientos que no

importan y por sobre los que no vale la pena volver. Tanto Gómez Dávila como Gadamer

nos ayudan a rescatar otra concepción de la historia en donde nuestras tradiciones, nuestros

legados y nuestro pasado nos pertenecen. Y no sólo nos pertenecen sino que además nos

moldean y nos hace ser quienes somos. Darnos cuenta de estas pertenencias es un segundo

paso reflexivo.  

 

 

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