tecnicatura facundo y mfierro

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8/23/2019 Tecnicatura Facundo y MFierro http://slidepdf.com/reader/full/tecnicatura-facundo-y-mfierro 1/35 1 José Hernández (Buenos Aires, 1834/1886) Martín Fierro (1876) (Selección) Domingo Faustino Sarmiento (Buenos Aires, 1811/1888) Facundo (1845) (Selección) Martín Fierro I Aquí me pongo a cantar al compás de la vigüela, que el hombre que lo desvela una pena estrordinaria, como la ave solitaria con el cantar se consuela. Pido a los Santos del Cielo que ayuden mi pensamiento, les pido en este momento que voy a cantar mi historia me refresquen la memoria y aclaren mi entendimiento. Vengan Santos milagrosos, vengan todos en mi ayuda, que la lengua se me añuda y se me turba la vista; pido a mi Dios que me asista en una ocasión tan ruda. Yo he visto muchos cantores, con famas bien otenidas y que después de alquiridas no las quieren sustentar; parece que sin largar se cansaron en partidas. Mas ande otro criollo pasa Martín Fierro ha de pasar; nada lo hace recular, ni las fantasmas lo espantan, y dende que todos cantan yo también quiero cantar. Cantando me he de morir, cantando me han de enterrar, y cantando he de llegar al pie del Eterno Padre; dende el vientre de mi madre vine a este mundo a cantar. Que no se trabe mi lengua ni me falte la palabra; el cantar mi gloria labra y, poniéndomé a cantar, cantando me han de encontrar aunque la tierra se abra. Me siento en el plan de un bajo a cantar un argumento; como si soplara el viento hago tiritar los pastos. Con oros, copas y bastos  juega allí mi pensamiento. Yo no soy cantor letrao mas si me pongo a cantar no tengo cuándo acabar y me envejezco cantando; las coplas me van brotando como agua de manantial. Con la guitarra en la mano ni las moscas se me arriman; naides me pone el pie encima, y, cuando el pecho se entona, hago gemir a la prima y llorar a la bordona. Yo soy toro en mi rodeo y torazo en rodeo ajeno; siempre me tuve por güeno y si me quieren probar salgan otros a cantar y veremos quién es menos. No me hago al lao de la güeya aunque vengan degollando; con los blandos yo soy blando y soy duro con los duros, y ninguno, en un apuro me ha visto andar tutubiando. En el peligro ¡Qué Cristos! el corazón se me enancha, Taller de Comprensión y Producción de Textos TECNICATURA SUPERIOR EN PERIODISMO DEPORTIVO Facultad de Periodismo y Comunicación Social UNLP El Ser Nacional

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8/23/2019 Tecnicatura Facundo y MFierro

http://slidepdf.com/reader/full/tecnicatura-facundo-y-mfierro 1/35

1

José Hernández (Buenos Aires, 1834/1886)

Martín Fierro (1876) (Selección)

Domingo Faustino Sarmiento (Buenos Aires, 1811/1888)

Facundo (1845) (Selección)

Martín Fierro

I

Aquí me pongo a cantaral compás de la vigüela,

que el hombre que lo desvelauna pena estrordinaria,

como la ave solitariacon el cantar se consuela.

Pido a los Santos del Cieloque ayuden mi pensamiento,

les pido en este momentoque voy a cantar mi historiame refresquen la memoriay aclaren mi entendimiento.

Vengan Santos milagrosos,vengan todos en mi ayuda,que la lengua se me añuda

y se me turba la vista;pido a mi Dios que me asista

en una ocasión tan ruda.

Yo he visto muchos cantores,con famas bien otenidas

y que después de alquiridasno las quieren sustentar;

parece que sin largarse cansaron en partidas.

Mas ande otro criollo pasaMartín Fierro ha de pasar;

nada lo hace recular,ni las fantasmas lo espantan,

y dende que todos cantanyo también quiero cantar.

Cantando me he de morir,cantando me han de enterrar,

y cantando he de llegaral pie del Eterno Padre;

dende el vientre de mi madrevine a este mundo a cantar.

Que no se trabe mi lenguani me falte la palabra;

el cantar mi gloria labray, poniéndomé a cantar,

cantando me han de encontraraunque la tierra se abra.

Me siento en el plan de un bajoa cantar un argumento;

como si soplara el vientohago tiritar los pastos.

Con oros, copas y bastos juega allí mi pensamiento.

Yo no soy cantor letraomas si me pongo a cantarno tengo cuándo acabar

y me envejezco cantando;las coplas me van brotandocomo agua de manantial.

Con la guitarra en la manoni las moscas se me arriman;naides me pone el pie encima,y, cuando el pecho se entona,

hago gemir a la primay llorar a la bordona.

Yo soy toro en mi rodeo

y torazo en rodeo ajeno;siempre me tuve por güeno

y si me quieren probarsalgan otros a cantar

y veremos quién es menos.

No me hago al lao de la güeyaaunque vengan degollando;

con los blandos yo soy blandoy soy duro con los duros,y ninguno, en un apuro

me ha visto andar tutubiando.

En el peligro ¡Qué Cristos!el corazón se me enancha,

Taller de Comprensión y Producción de Textos

TECNICATURA SUPERIOR EN PERIODISMO DEPORTIVO Facultad de Periodismo y Comunicación Social  UNLP

El Ser Nacional

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pues toda la tierra es cancha,y de esto naides se asombre;el que se tiene por hombre

ande quiera hace pata ancha.

Soy gaucho, y entiéndalocomo mi lengua lo esplica:para mí la tierra es chica

y pudiera ser mayor;ni la víbora me pica

ni quema mi frente el Sol.

Nací como nace el pejeen el fondo de la mar;

naides me puede quitaraquéllo que Dios me dio.Lo que al mundo truje yo

del mundo lo he de llevar.

Mi gloria es vivir tan librecomo el pájaro del Cielo;

no hago nido en este sueloande hay tanto que sufrir;y naides me ha de seguir

cuando yo remonto el vuelo.

Yo no tengo en el amorquien me venga con querellas;

como esas aves tan bellasque saltan de rama en rama.Yo hago en el trébol mi cama

y me cubren las estrellas.

Y sepan cuantos escuchande mis penas el relato,

que nunca peleo ni matosino por necesidá;

y que a tanta alversidásólo me arrojó el mal trato.

Y atiendan la relación que

hace un gaucho perseguido,que fue buen padre y marido

empeñoso y diligente,y sin embargo la gentelo tiene por un bandido.

II

Ninguno me hable de penas,porque yo penando vivo;

y naides se muestre altivo

aunque en el estribo esté,que suele quedarse a pieel gaucho más alvertido.

Junta esperencia en la vidahasta pa dar y prestar

quien la tiene que pasarentre sufrimiento y llanto;porque nada enseña tantocomo el sufrir y el llorar.

Viene el hombre ciego al mundo,cuartiándoló la esperanza,

y a poco andar ya lo alcanzanlas desgracias a empujones;¡jue pucha, que trae licionesel tiempo con sus mudanzas!

Yo he conocido esta tierraen que el paisano vivía,

y su ranchito teníay sus hijos y mujer...

Era una delicia el vercómo pasaba sus días.

Entonces... cuando el lucerobrillaba en el cielo santo,y los gallos con su canto

nos decían que el día llegaba,a la cocina rumbiaba

el gaucho... que era un encanto.

Y sentao junto al jogóna esperar que venga el día,

al cimarrón se prendíahasta ponerse rechoncho,mientras su china dormíatapadita con su poncho.

Y apenas el horizonteempezaba a coloriar,los pájaros a cantar

y las gallinas a apiarse,era cosa de largarsecada cual a trabajar.

Éste se ata las espuelasse sale el otro cantando,

uno busca un pellón blandoéste un lazo, otro un rebenque,

y los pingos relinchandolos llaman dende el palenque.

El que era pion domadorenderezaba al corral,ande estaba el animal

bufidos que se las pela…y más malo que su agüelase hacía astillas el bagual.

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Y allí el gaucho inteligenteen cuanto el potro enriendó,

los cueros le acomodóy se le sentó en seguida;

que el hombre muestra en la vidala astucia que Dios le dio.

Y en las playas corcoviandopedazos se hacía el sotretamientras él por las paletas

le jugaba las lloronas,y al ruido de las caronas

salía haciéndose gambetas.

¡Ah tiempos!... Si era un orgullover jinetiar un paisano

Cuando era gaucho baquiano,aunque el potro se voliase,

no había uno que no parasecon el cabresto en la mano.

Y mientras domaban unos,otros al campo salían,y la hacienda recogían,

las manadas repuntaban,y ansí sin sentir pasaban

entretenidos el día.

Y verlos al cáir la nocheen la cocina riunidos,

con el juego bien prendidoy mil cosas que contar,platicar muy divertidos

hasta después de cenar.

Y con el buche bien llenoera cosa superior

irse en brazos del amora dormir como la gente,

pa empezar al día siguientelas fainas del día anterior.

¡Ricuerdo…qué maravilla!cómo andaba la gauchada,

siempre alegre y bien montaday dispuesta pa el trabajo…

Pero hoy en el día... ¡barajo!no se le ve de aporriada.

El gaucho más infeliztenía tropilla de un pelo,no le faltaba un consuelo

y andaba la gente lista...Tendiendo al campo la vistavía sólo hacienda y cielo.

Cuando llegaban las yerras,¡cosa que daba calor!tanto gaucho pialador

y tironiador sin yel.¡Ah tiempos!.. pero si en él

se ha visto tanto primor.

Aquello no era trabajo,más bien era una junción,

y después de un güen tirónen que uno se daba maña,pa darle un trago de cañasolía llamarlo el patrón.

Pues vivía la mamajuanasiempre bajo la carreta,

y aquél que no era chancletaen cuanto el goyete vía,

sin miedo se le prendíacomo güérfano a la teta.

¡Y qué jugadas se armabancuando estábamos riunidos!Siempre íbamos prevenidos,

pues en tales ocasionesa ayudarle a los piones

caiban muchos comedidos.

Eran los días del apuroy alboroto pa el hembraje,

pa preparar los potajesy osequiar bien a la gente,

y ansí, pues, muy grandementepasaba siempre el gauchaje.

Venía la carne con cuero,la sabrosa carbonada,

mazamorra bien pisada,los pasteles y el güen vino…pero ha querido el destinoque todo aquello acabara.

Estaba el gaucho en su pagocon toda siguridá;

pero aura... ¡barbaridá!la cosa anda tan fruncida,que gasta el pobre la vida

en juir de la autoridá.

Pues si usté pisa en su ranchoy si el alcalde lo sabe,

lo caza lo mesmo que ave

aunque su mujer aborte...¡No hay tiempo que no se acabeni tiento que no se corte!

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Y al punto dése por muertosi el alcalde lo bolea,

pues ahi no más se le apeacon una felpa de palos.

Y después dicen que es maloel gaucho, si los pelea.

Y el lomo le hinchan a golpes,y le rompen la cabeza,y luego con ligereza,ansí lastimao y todo,

lo amarran codo con codoy pa el cepo lo enderiezan.

Ahi comienzan sus desgracias,ahi principia el pericón;

porque ya no hay salvación,yque usté quiera o no quiera,

lo mandan a la fronterao lo echan a un batallón.

Ansí empezaron mis maleslo mesmo que los de tantos;si gustan... en otros cantosles diré lo que he sufrido.

Después que uno está…perdidono lo salvan ni los santos.

III

Tuve en mi pago en un tiempohijos, hacienda y mujer,pero empecé a padecer,me echaron a la frontera

¡y qué iba hallar al volver!Tan sólo hallé la tapera.

Sosegao vivía en mi ranchocomo el pájaro en su nido;

allí mis hijos queridosiban creciendo a mi lao...

Sólo queda al desgraciaolamentar el bien perdido.

Mi gala en las pulperíasera, en habiendo más gente,

ponerme medio caliente,pues cuando puntiao me encuentro,

me salen coplas de adentrocomo agua de la vertiente.

Cantando estaba una vez

en una gran diversión,y aprovechó la ocasióncomo quiso el Juez de Paz...

Se presentó, y ahi no más

hizo una arriada en montón.

Juyeron los más matrerosy lograron escapar.

Yo no quise disparar,soy manso y no había por qué;

muy tranquilo me quedéy ansí me dejé agarrar.

Allí un gringo con un órganoy una mona que bailaba,haciéndonós ráir estabacuando le tocó el arreo.

¡Tan grande el gringo y tan feo!lo viera cómo lloraba.

Hasta un Inglés zanjiadorque decía en la última guerra

que él era de Inca-la-perray que no quería servir,tuvo también que juir

a guarecerse en la Sierra.

Ni los mirones salvaronde esa arriada de mi flor;

fue acoyarao el cantorcon el gringo de la mona;

a uno solo, por favor,logró salvar la patrona.

Formaron un contingentecon los que en el baile arriaron;

con otros nos mesturaronque habían agarrao también:

las cosas que aquí se venni los diablos las pensaron.

A mí el Juez me tomó entre ojos:en la última votación

me le había hecho el remolóny no me arrimé ese día,

y él dijo que yo servíaa los de la esposición.

Y ansí sufrí ese castigotal vez por culpas ajenas;

que sean malas o sean güenaslas listas, siempre me escondo:

yo soy un gaucho redondoy esas cosas no me enllenan.

Al mandarnos nos hicieron

más promesas que a un altar.El Juez nos jue a proclamary nos dijo muchas veces:

“Muchachos, a los seis meses

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los van a ir a revelar.”

Yo llevé un moro de número.¡Sobresaliente el matucho!Con él gané en Ayacucho

más plata que agua bendita:siempre el gaucho necesitaun pingo pa fiarle un pucho.

Y cargué sin dar mas güeltascon las prendas que tenía:

 jergas, poncho, cuanto habíaen casa, tuito lo alcé:

a mi china la dejémedia desnuda ese día.

No me faltaba una guasca;esa ocasión eché el resto:

bozal, maniador, cabresto,lazo, bolas y manea...

¡El que hoy tan pobre me veatal vez no crerá todo esto!

Ansí en mi moro, escarciando,enderecé a la frontera.¡Aparcero! si usté viera

lo que se llama Cantón...¡Ni envidia tengo al ratón

en aquella ratonera!

De los pobres que allí habíaa ninguno lo largaron;

los más viejos rezongaron,pero a uno que se quejó

en seguida lo estaquiarony la cosa se acabó.

En la lista de la tardeel Jefe nos cantó el punto,

diciendo: “Quinientos juntosllevará el que se resierte;

lo haremos pitar del juerte;más bien dése por dijunto”.

A naides le dieron armas,pues toditas las que había

el Coronel las tenía,según dijo esa ocasión,

pa repartirlas el díaen que hubiera una invasión.

Al principio nos dejaron

de haraganes criando sebo,pero después…no me atrevoa decir lo que pasaba.

¡Barajo!... si nos trataban

como se trata a malevos.

Porque todo era jugarlepor los lomos, con la espada,

y, aunque usté no hiciera nada,lo mesmito que en Palermo,

le daban cada cepiadaque lo dejaban enfermo.

¡Y qué Indios, ni qué servicio,no teníamos ni cuartel!

Nos mandaba el Coronela trabajar en sus chacras,

y dejábamos las vacasque las llevara el infiel.

Yo primero sembré trigoy después hice un corral,

corté adobe pa un tapial,hice un quincho, corté paja...

¡La pucha, que se trabajasin que le larguen ni un rial!

Y es lo pior de aquel enriedoque si uno anda hinchando el lomo,

se le apean como plomo...¡Quién aguanta aquel infierno!

y eso es servir al Gobierno,a mí no me gusta el cómo.

Más de un año nos tuvieronen esos trabajos duros,y los indios, le asiguro,

dentraban cuando querían:como no los perseguían

siempre andaban sin apuro.

A veces decía al volverdel campo la descubierta,que estuviéramos alerta,

que andaba adentro la indiada;

porque había una rastrilladao estaba una yegua muerta.

Recién entonces salíala orden de hacer la riunión

y cáibamos al cantónen pelos y hasta enancaos,sin armas, cuatro pelaos

que íbamos a hacer jabón.

Ahí empezaba el afán,

se entiende, de puro vicio,de enseñarle el ejercicioa tanto gaucho recluta,

con un estrutor qué...¡bruta!

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que nunca sabía su oficio.

Daban entonces las armaspa defender los cantones,que eran lanzas y latonescon ataduras de tiento...

Las de juego no las cuento,porque no había municiones.

Y un sargento chamuscaome contó que las tenían,

pero que ellos las vendíanpara cazar avestruces;

y ansí andaba noche y díadéle bala a los ñanduces.

Y cuando se iban los indioscon lo que habían manotiao,

salíamos muy apuraosa perseguirlos de atrás;

si no se llevaban máses porque no habían hallao.

Allí sí, se ven desgraciasy lágrimas, y afliciones:naides le pida perdones

al indio, pues donde dentraroba y mata cuanto encuentra

y quema las poblaciones.

No salvan de su jurorni los pobres angelitos;

viejos, mozos y chiquitoslos mata del mesmo modo;que el Indio lo arregla todo

con la lanza y con los gritos.

Tiemblan las carnes al verlovolando al viento la cerda;

la rienda en la mano izquierday la lanza en la derecha;

ande enderieza abre brechapues no hay lanzazo que pierda.

Hace trotiadas tremendasdende el fondo del desierto;

ansí llega medio muertode hambre, de sé y de fatiga;pero el Indio es una hormiga

que día y noche está dispierto.

Sabe manejar las bolas

como naides las maneja;cuanto el contrario se alejamanda una bola perdiday si lo alcanza, sin vida

es siguro que lo deja.

Y el Indio es como tortugade duro para espichar;si lo llega a destripar

ni siquiera se le encoge:luego sus tripas recogey se agacha a disparar.

Hacían el robo a su gustoy después se iban de arriba;

se llevaban las cautivasy nos contaban que a vecesles descarnaban los pieses

a las pobrecitas, vivas.

¡Ah! Si partía el corazónver tantos males ¡canejo!

Los perseguíamos de lejossin poder ni galopiar.

¡Y qué habíamos de alcanzaren unos bichocos viejos!

Nos volvíamos al cantóna las dos o tres jornadas

sembrando las caballadas;y pa que alguno la venda,rejuntábamos la hacienda

que habían dejao rezagada.

Una vez entre otras muchas,tanto salir al botón

nos pegaron un malónlos indios, y una lanciada,que la gente acobardadaquedó dende esa ocasión.

Habían estao escondidosaguaitando atrás de un cerro…

¡Lo viera a su amigo Fierroaflojar como un blandito!

Salieron como máiz fritoen cuanto sonó un cencerro.

Al punto nos dispusimosaunque ellos eran bastantes;

la formamos al istantenuestra gente, que era poca;

y golpiándosé en la bocahicieron fila adelante.

Se vinieron en tropel

haciendo temblar la tierra.No soy manco pa la guerrapero tuve mi jabón,

pues iba en un redomón

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que había boliao en la Sierra.

¡Qué vocerío! ¡qué barullo,¡qué apurar esa carrera!La Indiada todita enteradando alaridos cargó.

¡Jue pucha!... y ya nos sacócomo yeguada matrera.

Qué fletes traiban los bárbaros;como una luz de ligeros.

Hicieron el entreveroy en aquella mezcolanza,

éste quiero, éste no quiero,nos escogían con la lanza.

Al que le dan un chuzazodificultoso es que sane;

en fin, para no echar panes,salimos por esas lomas,

lo mesmo que las palomasal juir de los gavilanes.

¡Es de almirar la destrezacon que la lanza manejan!!De perseguir nunca dejan,

y nos traiban apretaos…Si queríamos, de apuraos,

salirnos por las orejas.

Y pa mejor de la fiestaen esta aflición tan suma,

vino un indio echando espumay con la lanza en la mano

gritando: “Acabáu, cristiano,metáu el lanza hasta el pluma.”

Tendido en el costillar,cimbrando por sobre el brazo

una lanza como un lazo,me atropeyó dando gritos:

si me descuido... el malditome levanta de un lanzazo.

Si me atribulo, o me encojo,siguro que no me escapo;

siempre he sido medio guapopero en aquella ocasión,me hacía buya el corazóncomo la garganta al sapo.

Dios le perdone al salvaje

las ganas que me tenía...Desaté las tres maríasy lo engatusé a cabriolas…¡Pucha!... si no traigo bolas

me achura el Indio ese día.

Era el hijo de un caciquesigún yo lo avirigué;la verdá del caso jue

que me tuvo apuradazo,hasta que, al fin, de un bolazo

del caballo lo bajé.

Ahi no más me tiré al sueloy lo pisé en las paletas;

empezó a hacer morisquetas...y a mezquinar la garganta...pero yo hice la obra santade hacerlo estirar la jeta.

Allí quedó de mojóny en su caballo salté;

de la indiada disparé,pues si me alcanza me mata,

y al fin me les escapécon el hilo en una pata.

VI

Vamos dentrando reciéna la parte más sentida,

aunque es todita mi vidade males una cadena:a cada alma dolorida

le gusta cantar sus penas.

Se empezó en aquel entoncesa rejuntar caballaday riunir la milicada

teniéndolá en el cantón,para una despedición

a sorprender a la indiada.

Nos anunciaban que iríamos

sin carretas ni bagajesa golpiar a los salvajes

en sus mesmas tolderías;que a la güelta pagarían

licenciándolo al gauchaje.

Que en esta despedicióntuviéramos la esperanza,

que iba a venir sin tardanza,sigún el jefe contó,

un menistro o qué sé yo...

que lo llamaban Don Ganza.

Que iba a riunir el ejércitoy tuitos los batallones

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y que traiba unos cañonescon más rayas que un cotín.

¡Pucha!... Las conversacionespor allá no tenían fin.

Pero esas trampas no enriedana los zorros de mi laya;

que esa ganza venga o vaya.poco le importa a un matrero.

Yo también dejé las rayas...en los libros del pulpero.

Nunca jui gaucho dormido,siempre pronto, siempre listo,yo soy un hombre ¡que Cristo!que nada me ha acobardao.

y siempre salí paraoen los trances que me he visto.

Dende chiquito ganéla vida con mi trabajo,

y aunque siempre estuve abajoy no sé lo que es subir,

también el mucho sufrirsuele cansarnos ¡barajo!

En medio de mi inoranciaconozco que nada valgo:

soy la liebre o soy el galgoasigún los tiempos andan;

pero también los que mandandebieran cuidarnos algo.

Una noche que riunidosestaban en la carpetaempinando una limetael jefe y el Juez de Paz,

yo no quise aguardar másy me hice humo en un sotreta.

Para mi el campo son flores

dende que libre me veo;donde me lleva el deseo

allí mis pasos dirijoy hasta en las sombras, de fijo

que adonde quiera rumbeo.

Entro y salgo del peligrosin que me espante el estrago;

no aflojo al primer amagoni jamás fí gaucho lerdo:

soy pa rumbiar como el cerdo

y pronto cái a mi pago.

Volvía al cabo de tres añosde tanto sufrir al ñudo,

resertor, pobre y desnudo,a procurar suerte nueva,y lo mesmo que el peludo

enderecé pa mi cueva.

No hallé ni rastro del rancho;¡sólo estaba la tapera!

¡Por Cristo, si aquéllo erapa enlutar el corazón:yo juré en esa ocasión

ser más malo que una fiera!

¡Quién no sentirá lo mesmocuando ansí padece tanto!

Puedo asigurar que el llantocomo una mujer largué.¡Ay mi Dios, si me quedé

más triste que Jueves Santo!

Sólo se oíban los aullidosde un gato que se salvó;

el pobre se guareciócerca, en una vizcachera;

venía como si supieraque estaba de güelta yo.

Al dirme dejé la haciendaque era todito mi haber;pronto debíamos volver,según el Juez prometía,

y hasta entonces cuidaríade los bienes la mujer.

Después me contó un vecinoque el campo se lo pidieron,la hacienda se la vendieronpa pagar arrendamientos,

y qué sé yo cuántos cuentos;pero todo lo fundieron.

Los pobrecitos muchachos

entre tantas aflicionesse conchabaron de piones;¡mas qué iban a trabajar,si eran como los pichonessin acabar de emplumar!

Por áhi andarán sufriendode nuestra suerte el rigor:

me han contao que el mayornunca dejaba a su hermano;

puede ser que algún cristiano

los recoja por favor.

¡Y la pobre mi mujerDios sabe cuánto sufrió!

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Me dicen que se volócon no sé qué gavilán,

sin duda a buscar el panque no podía darle yo.

No es raro que a uno le faltelo que a algún otro le sobre;

si no le quedó ni un cobresino de hijos un enjambre,

¿qué más iba a hacer la pobrepara no morirse de hambre?

Tal vez no te vuelva a ver,prenda de mi corazón:

Dios te dé su protecciónya que no me la dió a mí,y a mis hijos dende aquí les echo mi bendición.

Como hijitos de la cunaandaban por áhi sin madre.Ya se quedaron sin padrey ansí la suerte los deja,

sin naides que los protejay sin perro que los ladre.

Los pobrecitos tal vezno tengan ande abrigarse,ni ramada ande ganarse,

ni un rincón ande meterse,ni camisa que ponerse,

ni poncho con que taparse.

Tal vez los verán sufrirsin tenerles compasión;

puede que alguna ocasiónaunque los vean tiritandolos echen de algún jogón

pa que no estén estorbando.

Y al verse ansina espantaos

como se espanta a los perros,irán los hijos de Fierro

con la cola entre las piernas,a buscar almas más tiernas

o esconderse en algún cerro.

Mas también en este juegovoy a pedir mi bolada;a naides le debo nadani pido cuartel ni doy,y ninguno dende hoy

ha de llevarme en la armada.

Yo he sido manso, primero,y seré gaucho matrero

en mi triste circustancia,aunque es mi mal tan projundo;nací y me he criao en estancia,

pero ya conozco el mundo.

Ya le conozco sus mañas,le conozco sus cucañas,

sé cómo hacen la partida,la enriedan y la manejan:

deshaceré la madejaaunque me cueste la vida.

Y aguante el que no se animea meterse en tanto engorro,

o si no aprétesé el gorroo para otra tierra emigre;pero yo ando como el tigreque le roban los cachorros.

Aunque muchos cren que el gauchotiene un alma de reyuno,no se encontrará ninguno

que no lo dueblen las penas;mas no debe aflojar uno

mientras hay sangre en las venas.

VII

De carta de más me víasin saber adónde dirme;

mas dijieron que era vagoy entraron a perseguirme.

Nunca se achican los males,van poco a poco creciendo,

y ansina me vide prontoobligao a andar juyendo.

No tenía mujer ni rancho,y a más, era resertor;

no tenía una prenda güena

ni un peso en el tirador.

A mis hijos infelicespensé volverlos a hallar

y andaba de un lao al otrosin tener ni qué pitar.

Supe una vez por desgraciaque había un baile por allí,

y medio desesperaoa ver la milonga fuí.

Riunidos al pericóntantos amigos hallé,

que alegre de verme entre ellos

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1�

esa noche me apedé.

Como nunca, en la ocasiónpor peliar me dió la tranca,y la emprendí con un negro

que trujo una negra en ancas.

Al ver llegar la morenaque no hacía caso de naides

le dije con la mamúa:“Va... ca... yendo gente al baile.”

La negra entendió la cosay no tardó en contestarmemirándomé como a perro:“más vaca será su madre”.

Y dentró al baile muy tiesa

con más cola que una zorrahaciendo blanquiar los dientes

lo mesmo que mazamorra.

-”Negra linda”... dije yo,“me gusta... pa la carona”;y me puse a champurriar

esta coplita fregona:

“A los blancos hizo Dios,a los mulatos San Pedro,a los negros hizo el diablo

para tizón del infierno.”

Había estao juntando rabiael moreno dende ajuera;en lo escuro le brillabanlos ojos como linterna.

Lo conocí retobao,me acerqué y le dije presto:

“Por... r…rudo... que un hombre seanunca se enoja por esto.”

Corcovió el de los tamangosy creyéndose muy fijo:

-”Más porrudo serás vos,gaucho rotoso”, me dijo.

Y ya se me vino el humocomo a buscarme la hebra,

y un golpe le acomodécon el porrón de giñebra.

Ahi no más pegó el de hollínmás gruñidos que un chanchito,y pelando el envenao

me atropelló dando gritos.

Pegué un brinco y abrí canchadiciéndolés: -”Caballeros,

dejen venir ese toro;solo nací... solo muero.”

El negro después del golpese había el poncho refalao

y dijo: -”Vas a sabersi es solo o acompañao.”

Y mientras se arremangóyo me saqué las espuelas,pues malicié que aquel tío

no era de arriar con las riendas.

No hay cosa como el peligropa refrescar un mamao;

hasta la vista se aclarapor mucho que haiga chupao.

El negro me atropellócomo a quererme comer;me hizo dos tiros seguidos

y los dos le abarajé.

Yo tenía un facón con Sque era de lima de acero;

le hice un tiro, lo quitóy vino ciego el moreno.

Y en el medio de las aspasun planazo le asenté

que le largué culebriandolo mesmo que buscapié.

Le coloriaron las motascon la sangre de la herida,

y volvió a venir furiosocomo una tigra parida.

Y ya me hizo relumbrarpor los ojos el cuchillo,

alcanzando con la puntaa cortarme en un carrillo.

Me hirvió la sangre en las venasy me le afirmé al moreno.dándole de punta y hachapa dejar un diablo menos.

Por fin en una topada

en el cuchillo lo alcéy como un saco de güesoscontra el cerco lo largué.

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Tiró unas cuantas patadasy ya cantó pa el carnero.Nunca me pude olvidar

de la agonía de aquel negro.

En esto la negra vino,con los ojos como ají,y empesó la pobre allí 

a bramar como una loba.

Yo quise darle una sobaa ver si la hacía callar;mas pude reflesionar

que era malo en aquel punto,y por respeto al dijunto

no la quise castigar.

Limpié el facón en los pastos,

desaté mi redomón,monté despacio y salí 

al tranco pa el cañadón.

Después supe que al finaoni siquiera lo velarony retobao en un cuero

sin rezarle lo enterraron.

Y dicen que dende entoncescuando es la noche serenasuele verse una luz mala

como de alma que anda en pena.

Yo tengo intención a vecespara que no pene tanto,

de sacar de allí los güesosy echarlos al camposanto.

IX

Matreriando lo pasaba

y a las casas no venía;solía arrimarme de día,

mas, lo mesmo que el carancho,siempre estaba sobre el rancho

espiando a la polecía.

Viva el gaucho que ande malcomo zorro perseguido,

hasta que al menor descuidose lo atarasquen los perros,pues nunca le falta un yerro

al hombre más alvertido.

Y en esa hora de la tardeen que tuito se adormese,

que el mundo dentrar parecea vivir en pura calma,

con las tristezas de su almaal pajonal enderiese.

Bala el tierno corderitoal lao de la blanca ovejay a la vaca que se aleja

llama el ternero amarrao;pero el gaucho desgraciao

no tiene a quién dar su queja.

Ansí es que al venir la nocheiba a buscar mi guarida,

pues ande el tigre se anidatambién el hombre lo pasa,y no quería que en las casas

me rodiara la partida.

Pues aún cuando vengan elloscumpliendo con sus deberes,

yo tengo otros pareceres,y en esa conduta vivo:

que no debe un gaucho altivopeliar entre las mujeres.

Y al campo me iba solito,más matrero que el venao,

como perro abandonao,a buscar una tapera,

o en alguna vizcacherapasar la noche tirao.

Sin punto ni rumbo fijoen aquella inmensidá,entre tanta escuridá

anda el gaucho como duende;allí jamás lo sorpriende

dormido, la autoridá.

Su esperanza es el coraje,

su guardia es la precaución,su pingo es la salvación,y pasa uno en su desvelo

sin más amparo que el cieloni otro amigo que el facón.

Ansí me hallaba una nochecontemplando las estrellas,que le parecen más bellas

cuanto uno es más desgraciaoy que Dios las haiga criao

para consolarse en ellas.

Les tiene el hombre cariñoy siempre con alegría

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ve salir las Tres Marías,que, si llueve, cuanto escampa

las estrellas son la guíaque el gaucho tiene en la pampa.

Aquí no valen dotores:sólo vale la esperencia;aquí verían su inocenciaesos que todo lo saben,

porque esto tiene otra llavey el gaucho tiene su cencia.

Es triste en medio del campopasarse noches enteras

contemplando en sus carreraslas estrellas que Dios cría,

sin tener más compañíaque su delito y las fieras.

Me encontraba, como digo,en aquella soledá,

entre tanta escuridá,echando al viento mis quejas

cuando el grito del chajáme hizo parar las orejas.

Como lumbriz me peguéal suelo para escuchar;pronto sentí retumbar

las pisadas de los fletes,y que eran muchos jinetes

conoci sin vacilar.

Cuando el hombre está en peligrono debe tener confianza;ansí, tendido de panza,puse toda mi atención

y ya escuché sin tardanzacomo el ruido de un latón.

Se venían tan calladitos

que yo me puse en cuidao;tal vez me hubieran bombiao

y me venían a buscar;mas no quise disparar,

que eso es de gaucho morao.

Al punto me santigüéy eché de giñebra un taco,lo mesmito que el matacome arroyé con el porrón:

“Si han de darme pa tabaco,

dije, ésta es güena ocasión.”

Me refalé las espuelas,para no peliar con grillos;

me arremangué el calzoncilloy me ajusté bien la fajay en una mata de paja

probé el filo del cuchillo.

Para tenerlo a la manoel flete en el pasto até,la cincha le acomodé,

y en un trance como aquél,haciendo espaldas en él

quietito los aguardé.

Cuanto cerca los sentí,y que áhi no más se pararon,

los pelos se me erizaron,y aunque nada vian mis ojos,

“No se han de morir de antojo”les dije, cuando llegaron.

Yo quise hacerles saberque allí se hallaba un varón;

les conocí la intencióny solamente por eso

fue que les gané el tirón,sin aguardar voz de preso.

-”Vos sos un gaucho matrero”,dijo uno, haciéndosé el güeno.

“Vos matastes un morenoy otro en una pulpería,y aquí está la polecía

que viene a justar tus cuentas;te va a alzar por las cuarenta

si te resistís hoy día.”

-”No me vengan, contesté,con relación de dijuntos:esos son otros asuntos;

vean si me pueden llevar,que yo no me he de entregaraunque vengan todos juntos.”

Pero no aguardaron másy se apiaron en montón;como a perro cimarrón

me rodiaron entre tantos;yo me encomendé a los santos

y eché mano a mi facón.

Y ya vide el fogonazode un tiro de garabina,

mas quiso la suerte indina

de aquel maula, que me errasey áhi no más lo levantaselo mesmo que una sardina.

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A otro que estaba apuraoacomodando una bola

le hice una dentrada solay le hice sentir el fierro,y ya salió como el perrocuando le pisan la cola.

Era tanta la aflicióny la angurria que tenían,que tuitos se me veníandonde yo los esperaba:

uno al otro se estorbabay con las ganas no vían.

Dos de ellos, que traiban sables,más garifos y resueltos,

en las hilachas envueltosenfrente se me pararon,

y a un tiempo me atropellaronlo mesmo que perros sueltos.

Me fui reculando en falsoy el poncho adelante eché,y en cuanto le puso el pie

uno medio chapetón,de pronto le di el tirón

y de espaldas lo largué.

Al verse sin compañeroel otro se sofrenó;

entonces le dentré yo,sin dejarlo resollar,

pero ya empezó a aflojary a la pun...ta disparó.

Uno que en una tacuarahabía atao una tijera,se vino como si fuera

palenque de atar terneros,pero en dos tiros certeros

salió aullando campo ajuera.

Por suerte en aquel momentovenía coloriando el albay yo dije: “Si me salva

la Virgen en este apuro,en adelante le juro

ser más güeno que una malva.”

Pegué un brinco y entre todossin miedo me entreveré;hecho ovillo me quedé

y ya me cargó una yunta,y por el suelo la puntade mi facón les jugué.

El más engolosinaose me apió con un hachazo;

se lo quité con el brazo,de no, me mata los piojos;

y antes de que diera un pasole eché tierra en los dos ojos.

Y mientras se sacudíarefregándosé la vista,yo me le fui como lista

y áhi no más me le afirmediciéndolé: “Dios te asista”

y de un revés lo voltié.

Pero en ese punto mesmosentí que por las costillas

un sable me hacía cosquillasy la sangre se me heló.

Desde ese momento yome salí de mis casillas.

Di para atrás unos pasoshasta que pude hacer pie,

por delante me lo echéde punta y tajos a un criollo;

metió la pata en un oyoy yo al oyo lo mandé.

Tal vez en el corazónlo tocó un santo bendito

a un gaucho, que pegó el gritoy dijo: “;Cruz no consiente

que se cometa el delitode matar ansí un valiente!”

Y áhi no más se me apariódentrándole a la partida:

yo les hice otra embestidapues entre dos era robo;y el Cruz era como loboque defiende su guarida.

Uno despachó al infiernode dos que lo atropellaron,

los demás remoliniaron,pues íbamos a la fija,

y a poco andar dispararonlo mesmo que sabandija.

Ahi quedaban largo a largolos que estiraron la jeta,

otro iba como maleta

y Cruz, de atrás, les decía:“Que venga otra polecíaa llevarlos en carreta.”

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Yo junté las osamentas,me hinqué y les recé un bendito;

hice una cruz de un palitoy pedí a mi Dios clemente

me perdonara el delitode haber muerto tanta gente.

Dejamos amontonaosa los pobres que murieron;

no sé si los recogieron,porque nos fuimos a un rancho,

o si tal vez los caranchosáhi no más se los comieron.

Lo agarramos mano a manoentre los dos al porrón;en semejante ocasión

un trago a cualquiera encanta,

y Cruz no era remolónni pijotiaba garganta.

Calentamos los garguerosy nos largamos muy tiesos.

siguiendo siempre los besosal pichel y, por más señas,

íbamos como cigüeñasestirando los pescuesos.

-”Yo me voy-le dije-, amigo,donde la suerte me lleve,

y si es que alguno se atrevea ponerse en mi camino,

yo seguiré mi destino,que el hombre hace lo que debe.

“Soy un gaucho desgraciado.no tengo dónde ampararme,ni un palo donde rascarme,ni un árbol que me cubije;pero ni aún esto me afligeporque yo sé manejarme.

“Antes de cáir al servicio,tenía familia y hacienda”cuando volví, ni la prenda

me la habían dejao ya:Dios sabe en lo que vendrá

a parar esta contienda.”

X

CRUZ

Amigazo, pa sufrirhan nacido los varones;éstas son las ocasiones

de mostrarse un hombre juerte,hasta que venga la muertey lo agarre a coscorrones.

El andar tan despilchaoningún mérito me quita.Sin ser una alma benditame duelo del mal ajeno:soy un pastel con relleno

que parece torta frita.

Tampoco me faltan malesy desgracias, le prevengo;

también mis desdichas tengo,aunque esto poco me aflige:

yo sé hacerme el chancho rengocuando la cosa lo esige.

Y con algunos ardilesvoy viviendo, aunque rotoso;a veces me hago el sarnoso

y no tengo ni un granito,pero al chifle voy ganoso

como panzón al máiz frito.

A mi no me matan penasmientras tenga el cuero sano,

venga el sol en el veranoy la escarcha en el invierno.Si este mundo es un infierno

¿por qué afligirse el cristiano?

Hagámoslé cara fieraa los males, compañero,

porque el zorro más matrerosuele cáir como un chorlito:

viene por un corderitoy en la estaca deja el cuero.

Hoy tenemos que sufrirmales que no tienen nombre,

pero esto a naides le asombreporque ansina es el pastely tiene que dar el hombre

más vueltas que un carretel.

Yo nunca me he de entregara los brazos de la muerte;arrastro mi triste suerte

paso a paso y como pueda,que donde el débil se quedase suele escapar el juerte.

Y ricuerde cada cuallo que cada cual sufrió,

que lo que es, amigo, yo,

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hago ansí la cuenta mía:ya lo pasado pasó,

mañana será otro día.

Yo también tuve una pilchaque me enllenó el corazón,

y si en aquella ocasiónalguien me hubiera buscao,siguro que me había hallaomás prendido que un botón.

En la güella del quererno hay animal que se pierda;

las mujeres no son lerdasy todo gaucho es dotorsi pa cantarle al amor

tiene que templar las cuerdas.

¡Quién es de una alma tan duraque no quiera una mujer!Lo alivia en su padecer:

si no sale calaveraes la mejor compañera

que el hombre puede tener.

Si es güena, no lo abandonacuando lo ve desgraciao,lo asiste con su cuidao

Y con afán cariñoso,Y usté tal vez ni un rebozoni una pollera le ha dao.

Grandemente lo pasabacon aquella prenda mía

viviendo con alegríacomo la mosca en la miel.¡Amigo, qué tiempo aquél!¡La pucha que la quería!

Era la águila que a un árboldende las nubes bajó,

era más linda que el albacuando va rayando el sol,

era la flor deliciosaque entre el trebolar creció.

Pero, amigo, el comendanteque mandaba la milicia,

como que no desperdiciase fue refalando a casa:yo le conocí en la traza

que el hombre traiba malicia.

El me daba voz de amigo,pero no le tenía fe.

Era el jefe y, ya se ve,

no podía competir yo;en mi rancho se pegó

lo mesmo que saguaipé.

A poco andar conocí que ya me había desbancao,

y él siempre muy entonaoaunque sin darme ni un cobre,

me tenía de lao a laocomo encomienda de pobre.

A cada rato, de chasqueme hacía dir a gran distancia;

ya me mandaba a una estancia,ya al pueblo, ya a la frontera;

pero él en la comendanciano ponía los pies siquiera.

Es triste a no poder másel hombre en su padecer,

si no tiene una mujerque lo ampare y lo consuele;

mas pa que otro se la pelelo mejor es no tener.

No me gusta que otro gallole cacaree a mi gallina.

Yo andaba ya con la espina,hasta que en una ocasión

lo pillé en el jogónabrazándomé a la china.

Tenía el viejito una carade ternero mal lamido,y al verlo tan atrevido

le dije: “Que le aproveche;que había sido pa el amorcomo guacho pa la leche.”

Peló la espada y se vinocomo a quererme ensartar,

pero yo sin tutubiarle volví al punto a decir:

-”Cuidao no te vas a pér...tigo,poné cuarta pa salir.”

Un puntazo me largópero el cuerpo le saquéy en cuanto se lo quité,para no matar un viejo,

con cuidao, medio de lejo,un planazo le asenté.

Y como nunca al que mandale falta algún adulón,

uno que en esa ocasión

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se encontraba allí presentevino apretando los dientes

como perrito mamón.

Me hizo un tiro de revuélverque el hombre creyó siguro,

era confiao y le juroque cerquita se arrimaba,pero siempre en un apurose desentumen mis tabas.

El me siguió menudiando,mas sin poderme acertar,

y yo, déle culebriar,hasta que al fin le dentréy áhi no más lo despaché

sin dejarlo resollar.

Dentré a campiar en seguidaal viejito enamorao.

El pobre se había ganaoen un noque de lejía.

¡Quién sabe cómo estaríadel susto que había llevao!

¡Es zonzo el cristiano machocuando el amor lo domina!

El la miraba a la indina,y una cosa tan jedionda

sentí yo, que ni en la fondahe visto tal jedentina.

Y le dije:-”Pa su agüelahan de ser esas perdices.”

Yo me tapé las naricesy me salí estornudando,

y el viejo quedó olfatiandocomo chico con lumbrices.

Cuando la mula recula,señal que quiere cociar;

ansí se suele portaraunque ella lo disimula;

recula como la mulala mujer, para olvidar.

Alcé mi poncho y mis prendasy me largué a padecerpor culpa de una mujer

que quiso engañar a dos.Al rancho le dije adiós,para nunca más volver.

Las mujeres dende entoncesconocí a todas en una.

Ya no he de probar fortuna

con carta tan conocida:mujer y perra parida,

no se me acerca ninguna.

XIII

MARTIN FIERRO

Ya veo que somos los dosastilla del mesmo palo:

yo paso por gaucho maloy usté anda del mesmo modo,

y yo, pa acabarlo todoa los indios me refalo.

Pido perdón a mi Dios,que tantos bienes me hizo;pero dende que es preciso

que viva entre los infieles,yo seré cruel con los crueles:

ansí mi suerte lo quiso.

Dios formó lindas las flores,delicadas como son,les dio toda perfecióny cuanto él era capaz,

pero al hombre le dio máscuando le dio el corazón.

Le dio claridá a la luz, juerza en su carrera al viento,

le dio vida y movimientodende la águila al gusano,pero más le dio al cristianoal darle el entendimiento.

Y aunque a las aves les dio,con otras cosas que inoro,

esos piquitos como oroy un plumaje como tabla,

le dio al hombre más tesoro

al darle una lengua que habla.

Ydende que dio a las fierasesa juria tan inmensa,

que no hay poder que las venzani nada que las asombre,

¿qué menos le daría al hombreque el valor pa su defensa?Pero tantos bienes juntos

al darle, malicio yoque en sus adentros pensó

que el hombre los precisaba,pues los bienes igualabacon las penas que le dio.

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Y yo empujao por las míasquiero salir de este infierno:ya no soy pichón muy tierno

y se manejar la lanzay hasta los indios no alcanza

la facultá del gobierno.

Yo sé que allá los caciquesamparan a los cristianos,

y que los tratan de “hermanos”cuando se van por su gusto.

¿A qué andar pasando sustos?Alcemos el poncho y vamos.

En la cruzada hay peligrospero no aun esto me aterra,

yo ruedo sobre la tierraarrastrao por mi destino

y si erramos el camino...no es el primero que lo erra.

Si hemos de salvar o node esto naides nos responde.

Derecho ande el sol se escondetierra adentro hay que tirar;algún día hemos de llegar...después sabremos adónde.

No hemos de perder el rumbo,los dos somos güena yunta;

el que es gaucho va ande apunta,aunque inore ande se encuentra;pa el lao en que el sol se dentra

dueblan los pastos la punta.

De hambre no pereceremos,pues sigún otros me han dichoen los campos se hallan bichos

de los que uno necesita...gamas, matacos, mulitas,avestruces y quirquinchos.

Cuando se anda en el disiertose come uno hasta las colas;lo han cruzao mujeres solas

llegando al fin con salú,y ha de ser guacho el ñandúque se escape de mis bolas.

Tampoco a la sé le temo,yo la aguanto muy contento,

busco agua olfatiando al viento,

y dende que no soy mancoande hay duraznillo blancocavo y la saco al momento.

Allá habrá siguridáya que aquí no la tenemos,menos males pasaremos

y ha de haber grande alegríael día que nos descolguemos

en alguna toldería.

Fabricaremos un toldo,como lo hacen tantos otros,con unos cueros de potro,que sea sala y sea cocina.¡Tal vez no falte una chinaque se apiade de nosotros!

Allá no hay que trabajar,vive uno como un señor;

de cuando en cuando un malón,y si de él sale con vida

lo pasa echao panza arribamirando dar güelta el sol.

y ya que a juerza de golpesla suerte nos dejó a flús,

puede que allá véamos luzy se acaben nuestras penas.

Todas las tierras son güenas:vámosnós, amigo Cruz.

El que maneja las bolas,el que sabe echar un pial,o sentarse en un bagualsin miedo de que lo baje,

entre los mesmos salvajesno puede pasarlo mal.

El amor como la guerralo hace el criollo con canciones;

a más de eso, en los malonespodemos aviarnos de algo;

en fin, amigo, yo salgode estas pelegrinaciones.

En este punto el cantorbuscó un porrón pa consuelo,echó un trago como un cielo,

dando fin a su argumento,y de un golpe al istrumento

lo hizo astillas contra el suelo.

“Ruempo-dijo-la guitarra,pa no volverme a tentar;ninguno la ha de tocar,

por siguro ténganló;pues naides ha de cantarcuando este gaucho cantó.”

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Y daré fin a mis coplascon aire de relación;

nunca falta un preguntónmás curioso que mujer,

y tal vez quiera sabercómo fue la conclusión.

Cruz y Fierro, de una estanciauna tropilla se arriaron;

por delante se la echaroncomo criollos entendidosy pronto, sin ser sentidos,por la frontera cruzaron.

Y cuando la habían pasao,una madrugada clara

le dijo Cruz que miraralas últimas poblaciones;

y a Fierro dos lagrimonesle rodaron por la cara.

Y siguiendo el fiel del rumbose entraron en el desierto.No sé si los habrán muerto

en alguna correría,pero espero que algún díasabré de ellos algo cierto.

Y ya con estas noticiasmi relación acabé;

por ser ciertas las conté,todas las desgracias dichas:

es un telar de desdichascada gaucho que usté ve.

Pero ponga su esperanzaen el Dios que lo formó;

y aquí me despido yo,que he relatao a mi modo

MALES QUE CONOCEN TODOSPERO QUE NAIDES CANTÓ.

FACUNDO

Introducción

Je demande à l’historien l’amour de l’humanité ou de laliberté; sa justice impartiale ne doit pas être impassible. Ilfaut, au contraire, qu’il souhaite, qu’il espère, qu’il souffre,

ou soit heureux de ce qu’il raconte.VILLEMAIN, Cours de littérature.

¡Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte, para que,sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus ce-nizas, te levantes a explicarnos la vida secreta y lasconvulsiones internas que desgarran las entrañas deun noble pueblo! Tú posees el secreto: ¡revélanoslo!Diez años aún después de tu trágica muerte, el hombrede las ciudades y el gaucho de los llanos argentinos, altomar diversos senderos en el desierto, decían: «¡No,no ha muerto! ¡Vive aún! ¡Él vendrá!» ¡Cierto! Facundono ha muerto; está vivo en las tradiciones populares,en la política y revoluciones argentinas; en Rosas, suheredero, su complemento: su alma ha pasado a esteotro molde, más acabado, más perfecto; y lo que en élera sólo instinto, iniciación, tendencia, convirtióse enRosas en sistema, efecto y fin. La naturaleza campes-tre, colonial y bárbara, cambióse en esta metamorfo-sis en arte, en sistema y en política regular capaz depresentarse a la faz del mundo, como el modo de serde un pueblo encarnado en un hombre, que ha as-pirado a tomar los aires de un genio que domina los

acontecimientos, los hombres y las cosas. Facundo,provinciano, bárbaro, valiente, audaz, fue reemplazadopor Rosas, hijo de la culta Buenos Aires, sin serlo él;por Rosas, falso, corazón helado, espíritu calculador,que hace el mal sin pasión, y organiza lentamente eldespotismo con toda la inteligencia de un Maquiavelo.Tirano sin rival hoy en la tierra, ¿por qué sus enemigosquieren disputarle el título de Grande que le prodigansus cortesanos? Sí; grande y muy grande es, para glo-ria y vergüenza de su patria, porque si ha encontradomillares de seres degradados que se unzan a su carropara arrastrarlo por encima de cadáveres, también sehallan a millares las almas generosas que, en quinceaños de lid sangrienta, no han desesperado de venceral monstruo que nos propone el enigma de la organi-zación política de la República. Un día vendrá, al fin,que lo resuelvan; y la Esfinge Argentina, mitad mujer,por lo cobarde, mitad tigre, por lo sanguinario, moriráa sus plantas, dando a la Tebas del Plata el rango ele-vado que le toca entre las naciones del Nuevo Mundo.Necesítase, empero, para desatar este nudo que noha podido cortar la espada, estudiar prolijamente lasvueltas y revueltas de los hilos que lo forman, y buscar

en los antecedentes nacionales, en la fisonomía delsuelo, en las costumbres y tradiciones populares, lospuntos en que están pegados.

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La República Argentina es hoy la sección hispano-americana que en sus manifestaciones exteriores hallamado preferentemente la atención de las nacioneseuropeas, que no pocas veces se han visto envueltasen sus extravíos, o atraídas, como por una vorágine, aacercarse al centro en que remolinean elementos tancontrarios. La Francia estuvo a punto de ceder a estaatracción, y no sin grandes esfuerzos de remo y vela,no sin perder el gobernalle, logró alejarse y mante-nerse a la distancia. Sus más hábiles políticos no hanalcanzado a comprender nada de lo que sus ojos hanvisto, al echar una mirada precipitada sobre el poderamericano que desafiaba a la gran nación. Al ver laslavas ardientes que se revuelcan, se agitan, se chocanbramando en este gran foco de lucha intestina, los quepor más avisados se tienen han dicho: «Es un volcánsubalterno, sin nombre, de los muchos que aparecenen la América; pronto se extinguirá»; y han vuelto a

otra parte sus miradas, satisfechos de haber dado unasolución tan fácil como exacta de los fenómenos socia-les que sólo han visto en grupo y superficialmente. A laAmérica del Sur en general, y a la República Argentinasobre todo, le ha hecho falta un Tocqueville, que, pre-munido del conocimiento de las teorías sociales, comoel viajero científico de barómetros, octantes y brújulas,viniera a penetrar en el interior de nuestra vida polí-tica, como en un campo vastísimo y aún no exploradoni descrito por la ciencia, y revelase a la Europa, a laFrancia, tan ávida de fases nuevas en la vida de las di-versas porciones de la humanidad, este nuevo modode ser, que no tiene antecedentes bien marcados y co-nocidos. Hubiérase, entonces, explicado el misterio dela lucha obstinada que despedaza a aquella Repúbli-ca; hubiéranse clasificado distintamente los elemen-tos contrarios, invencibles, que se chocan; hubiéraseasignado su parte a la configuración del terreno y a loshábitos que ella engendra; su parte a las tradicionesespañolas y a la conciencia nacional, inicua, plebeya,que han dejado la Inquisición y el absolutismo hispano;su parte a la influencia de las ideas opuestas que hantrastornado el mundo político; su parte a la barbarie

indígena; su parte a la civilización europea; su parte,en fin, a la democracia consagrada por la revoluciónde 1810; a la igualdad, cuyo dogma ha penetrado hastalas capas inferiores de la sociedad. Este estudio quenosotros no estamos aún en estado de hacer por nues-tra falta de instrucción filosófica e histórica, hecho porobservadores competentes, habría revelado a los ojosatónitos de la Europa un mundo nuevo en política, unalucha ingenua, franca y primitiva entre los últimos pro-gresos del espíritu humano y los rudimentos de la vidasalvaje, entre las ciudades populosas y los bosques

sombríos. Entonces se habría podido aclarar un pocoel problema de la España, esa rezagada a la Europa,que, echada entre el Mediterráneo y el Océano, entrela Edad Media y el siglo XIX, unida a la Europa culta

por un ancho istmo y separada del África bárbara porun angosto estrecho, está balanceándose entre dosfuerzas opuestas, ya levantándose en la balanza de lospueblos libres, ya cayendo en la de los despotizados;ya impía, ya fanática; ora constitucionalista declara-da, ora despótica impudente; maldiciendo sus cade-nas rotas a veces, ya cruzando los brazos, y pidiendoa gritos que le impongan el yugo, que parece ser sucondición y su modo de existir. ¡Qué! ¿El problema dela España europea, no podría resolverse examinandominuciosamente la España americana, como por laeducación y hábitos de los hijos se rastrean las ideasy la moralidad de los padres? ¡Qué! ¿No significa nadapara la historia y la filosofía esta eterna lucha de lospueblos hispanoamericanos, esa falta supina de ca-pacidad política e industrial que los tiene inquietos yrevolviéndose sin norte fijo, sin objeto preciso, sin quesepan por qué no pueden conseguir un día de reposo,

ni qué mano enemiga los echa y empuja en el torbe-llino fatal que los arrastra, mal de su grado y sin queles sea dado sustraerse a su maléfica influencia? ¿Novalía la pena de saber por qué en el Paraguay, tierradesmontada por la mano sabia del jesuitismo, un sa-bio educado en las aulas de la antigua Universidad deCórdoba abre una nueva página en la historia de lasaberraciones del espíritu humano, encierra a un pue-blo en sus límites de bosques primitivos, y, borrandolas sendas que conducen a esta China recóndita, seoculta y esconde durante treinta años su presa, en lasprofundidades del continente americano, y sin dejarlalanzar un solo grito, hasta que muerto, él mismo, porla edad y la quieta fatiga de estar inmóvil pisando unsuelo sumiso, éste puede al fin, con voz extenuada yapenas inteligible, decir a los que vagan por sus inme-diaciones: ¡vivo aún!, ¡pero cuánto he sufrido!, ¡quan-tum mutatus ab illo! ¡Qué transformación ha sufrido elParaguay; qué cardenales y llagas ha dejado el yugosobre su cuello, que no oponíaresistencia! ¿No mere-ce estudio el espectáculo de la República Argentina,que, después de veinte años de convulsión interna, deensayos de organización de todo género, produce, al

fin, del fondo de sus entrañas, de lo íntimo de su co-razón, al mismo doctor Francia en la persona de Ro-sas, pero más grande, más desenvuelto y más hostil,si se puede, a las ideas, costumbres y civilización delos pueblos europeos? ¿No se descubre en él el mis-mo rencor contra el elemento extranjero, la mismaidea de la autoridad del Gobierno, la misma insolenciapara desafiar la reprobación del mundo, con más, suoriginalidad salvaje, su carácter fríamente feroz y suvoluntad incontrastable, hasta el sacrificio de la patria,como Sagunto y Numancia; hasta abjurar el porvenir y

el rango de nación culta, como la España de Felipe II yde Torquemada? ¿Es éste un capricho accidental, unadesviación mecánica causada por la aparición de la es-cena, de un genio poderoso; bien así como los planetas

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se salen de su órbita regular, atraídos por la aproxi-mación de algún otro, pero sin sustraerse del todo a laatracción de su centro de rotación, que luego asumela preponderancia y les hace entrar en la carrera or-dinaria? M. Guizot ha dicho desde la tribuna francesa:«Hay en América dos partidos: el partido europeo y elpartido americano; éste es el más fuerte»; y cuandole avisan que los franceses han tomado las armas enMontevideo y han asociado su porvenir, su vida y subienestar al triunfo del partido europeo civilizado, secontenta con añadir: «Los franceses son muy entro-metidos, y comprometen a su nación con los demásgobiernos». ¡Bendito sea Dios! M. Guizot, el historiadorde la civilización europea, el que ha deslindado los ele-mentos nuevos que modificaron la civilización romanay que ha penetrado en el enmarañado laberinto de laEdad Media, para mostrar cómo la nación francesa hasido el crisol en que se ha estado elaborando, mez-

clando y refundiendo el espíritu moderno; M. Guizot,ministro del rey de Francia, da por toda solución a estamanifestación de simpatías profundas entre los fran-ceses y los enemigos de Rosas: «¡Son muy entrome-tidos los franceses!» Los otros pueblos americanos,que, indiferentes e impasibles, miran esta lucha y es-tas alianzas de un partido argentino con todo elementoeuropeo que venga a prestarle su apoyo, exclaman asu vez llenos de indignación: «¡Estos argentinos sonmuy amigos de los europeos!» Y el tirano de la Re-pública Argentina se encarga oficiosamente de com-pletarles la frase, añadiendo: «¡Traidores a la causaamericana!» ¡Cierto!, dicen todos; ¡traidores!, ésta esla palabra. ¡Cierto!, decimos nosotros; ¡traidores a lacausa americana, española, absolutista, bárbara! ¿Nohabéis oído la palabra salvaje, que anda revoloteandosobre nuestras cabezas?De eso se trata: de ser o no ser salvaje. ¿Rosas, se-gún esto, no es un hecho aislado, una aberración, unamonstruosidad? ¿Es, por el contrario, una manifes-tación social; es una fórmula de una manera de serde un pueblo? ¿Para qué os obstináis en combatirlo,pues, si es fatal, forzoso, natural y lógico? ¡Dios mío!

¡Para qué lo combatís!... ¿Acaso porque la empresa esardua, es por eso absurda? ¿Acaso porque el mal prin-cipio triunfa, se le ha de abandonar resignadamen-te el terreno? ¿Acaso la civilización y la libertad sondébiles hoy en el mundo, porque la Italia gima bajo elpeso de todos los despotismos, porque la Polonia andeerrante sobre la tierra mendigando un poco de pan yun poco de libertad? ¿Por qué lo combatís?... ¿Acasono estamos vivos los que después de tantos desastressobrevivimos aún; o hemos perdido nuestra concienciade lo justo y del porvenir de la patria, porque hemos

perdido algunas batallas? ¡Qué!, ¿se quedan tambiénlas ideas entre los despojos de los combates? ¿Somosdueños de hacer otra cosa que lo que hacemos, ni másni menos como Rosas no puede dejar de ser lo que es?

¿No hay nada de providencial en estas luchas de lospueblos? ¿Concedióse jamás el triunfo a quien no sabeperseverar? Por otra parte, ¿hemos de abandonar unsuelo de los más privilegiados de la América a las de-vastaciones de la barbarie, mantener cien ríos navega-bles, abandonados a las aves acuáticas que están enquieta posesión de surcarlos ellas solas ab initio?¿Hemos de cerrar voluntariamente la puerta a la inmi-gración europea que llama con golpes repetidos parapoblar nuestros desiertos, y hacernos, a la sombra denuestro pabellón, pueblo innumerable como las are-nas del mar? ¿Hemos de dejar, ilusorios y vanos, lossueños de desenvolvimiento, de poder y de gloria, conque nos han mecido desde la infancia, los pronósticosque con envidia nos dirigen los que en Europa estudianlas necesidades de la humanidad? Después de la Eu-ropa, ¿hay otro mundo cristiano civilizable y desiertoque la América? ¿Hay en la América muchos pueblos

que estén, como el argentino, llamados, por lo pronto,a recibir la población europea que desborda como ellíquido en un vaso? ¿No queréis, en fin, que vayamosa invocar la ciencia y la industria en nuestro auxilio, allamarlas con todas nuestras fuerzas, para que vengana sentarse en medio de nosotros, libre la una de todatraba puesta al pensamiento, segura la otra de todaviolencia y de toda coacción? ¡Oh! ¡Este porvenir no serenuncia así no más! No se renuncia porque un ejércitode 20.000 hombres guarde la entrada de la patria: lossoldados mueren en los combates, desertan o cambiande bandera. No se renuncia porque la fortuna haya fa-vorecido a un tirano durante largos y pesados años: lafortuna es ciega, y un día que no acierte a encontrara su favorito, entre el humo denso y la polvareda so-focante de los combates, ¡adiós tirano!; ¡adiós tiranía!No se renuncia porque todas las brutales e ignorantestradiciones coloniales hayan podido más, en un mo-mento de extravío, en el ánimo de masas inexpertas:las convulsiones políticas traen también la experien-cia y la luz, y es ley de la humanidad que los interesesnuevos, las ideas fecundas, el progreso, triunfen al finde las tradiciones envejecidas, de los hábitos ignoran-

tes y de las preocupaciones estacionarias. No se re-nuncia porque en un pueblo haya millares de hombrescandorosos que toman el bien por el mal, egoístas quesacan de él su provecho, indiferentes que lo ven sininteresarse, tímidos que no se atreven a combatirlo,corrompidos, en fin, que no conociéndolo se entregana él por inclinación al mal, por depravación: siempreha habido en los pueblos todo esto, y nunca el mal hatriunfado definitivamente. No se renuncia porque losdemás pueblos americanos no puedan prestarnos suayuda; porque los gobiernos no ven de lejos sino el bri-

llo del poder organizado, y no distinguen en la oscu-ridad humilde y desamparada de las revoluciones loselementos grandes que están forcejeando por desen-volverse; porque la oposición pretendida liberal abjure

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de sus principios, imponga silencio a su conciencia, ypor aplastar bajo su pie un insecto que la importuna,huelle la noble planta a que ese insecto se apegaba.No se renuncia porque los pueblos en masa nos denla espalda a causa de que nuestras miserias y nues-tras grandezas están demasiado lejos de su vista paraque alcancen a conmoverlos. ¡No!; no se renuncia a unporvenir tan inmenso, a una misión tan elevada, porese cúmulo de contradicciones y dificultades: ¡las di-ficultades se vencen, las contradicciones se acaban afuerza de contradecirlas!Desde Chile, nosotros nada podemos dar a los que per-severan en la lucha bajo todos los rigores de las priva-ciones, y con la cuchilla exterminadora, que, como laespada de Damocles, pende a todas horas sobre suscabezas. ¡Nada!, excepto ideas, excepto consuelos, ex-cepto estímulos; arma ninguna no es dado llevar a loscombatientes, si no es la que la prensa libre de Chile

suministra a todos los hombres libres. ¡La prensa!,¡la prensa! He aquí, tirano, el enemigo que sofocasteentre nosotros. He aquí el vellocino de oro que trata-mos de conquistar. He aquí cómo la prensa de Fran-cia, Inglaterra, Brasil, Montevideo, Chile y Corrientesva a turbar tu sueño en medio del silencio sepulcralde tus víctimas: he aquí que te has visto compelido arobar el don de lenguas para paliar el mal, don quesólo fue dado para predicar el bien. He aquí que des-ciendes a justificarte, y que vas por todos los puebloseuropeos y americanos mendigando una pluma venaly fratricida, para que por medio de la prensa defiendaal que la ha encadenado! ¿Por qué no permites en tupatria la discusión que mantienes en todos los otrospueblos? ¿Para qué, pues, tantos millares de víctimassacrificadas por el puñal; para qué tantas batallas, sial cabo habías de concluir por la pacífica discusión dela prensa?El que haya leído las páginas que preceden creeráque es mi ánimo trazar un cuadro apasionado de losactos de barbarie que han deshonrado el nombre dedon Juan Manuel de Rosas. Que se tranquilicen los queabriguen este temor. Aún no se ha formado la última

página de esta biografía inmoral; aún no está llenala medida; los días de su héroe no han sido contadosaún. Por otra parte, las pasiones que subleva entre susenemigos son demasiado rencorosas aún, para quepudieran ellos mismos poner fe en su imparcialidad oen su justicia. Es de otro personaje de quien debo ocu-parme: Facundo Quiroga es el caudillo cuyos hechosquiero consignar en el papel.Diez años ha que la tierra pesa sobre sus cenizas, ymuy cruel y emponzoñada debiera mostrarse la ca-lumnia que fuera a cavar los sepulcros en busca de

víctimas. ¿Quién lanzó la bala oficial que detuvo su ca-rrera? ¿Partió de Buenos Aires o de Córdoba? La his-toria explicará este arcano. Facundo Quiroga, empero,es el tipo más ingenuo del carácter de la guerra civil

de la República Argentina; es la figura más americanaque la revolución presenta. Facundo Quiroga enlaza yeslabona todos los elementos de desorden que hastaantes de su aparición estaban agitándose aisladamen-te en cada provincia; él hace de la guerra local, la gue-rra nacional, argentina, y presenta triunfante, al fin dediez años de trabajos, de devastaciones y de combates,el resultado de que sólo supo aprovecharse el que loasesinó.He creído explicar la revolución argentina con la bio-grafía de Juan Facundo Quiroga, porque creo que élexplica suficientemente una de las tendencias, una delas dos fases diversas que luchan en el seno de aquellasociedad singular.He evocado, pues, mis recuerdos, y buscado para com-pletarlos los detalles que han podido suministrarmehombres que lo conocieron en su infancia, que fueronsus partidarios o sus enemigos, que han visto con sus

ojos unos hechos, oído otros, y tenido conocimientoexacto de una época o de una situación particular. Aúnespero más datos de los que poseo, que ya son nume-rosos. Si algunas inexactitudes se me escapan, ruegoa los que las adviertan que me las comuniquen; porqueen Facundo Quiroga no veo un caudillo simplemente,sino una manifestación de la vida argentina, tal comola han hecho la colonización y las peculiaridades delterreno, a lo cual creo necesario consagrar una seriaatención, porque sin esto la vida y hechos de FacundoQuiroga son vulgaridades que no merecerían entrar,sino episódicamente, en el dominio de la historia. PeroFacundo, en relación con la fisonomía de la naturalezagrandiosamente salvaje que prevalece en la inmensaextensión de la República Argentina; Facundo, expre-sión fiel de una manera de ser de un pueblo, de suspreocupaciones e instintos; Facundo, en fin, siendo loque fue, no por un accidente de su carácter, sino porantecedentes inevitables y ajenos de su voluntad, esel personaje histórico más singular, más notable, quepuede presentarse a la contemplación de los hombresque comprenden que un caudillo que encabeza un granmovimiento social no es más que el espejo en que se

reflejan, en dimensiones colosales, las creencias, lasnecesidades, preocupaciones y hábitos de una naciónen una época dada de su historia. Alejandro es la pin-tura, el reflejo de la Grecia guerrera, literaria, políticay artística; de la Grecia escéptica, filosófica y empren-dedora, que se derrama sobre el Asia, para extender laesfera de su acción civilizadora.Por esto nos es necesario detenernos en los detallesde la vida interior del pueblo argentino, para compren-der su ideal, su personificación.Sin estos antecedentes, nadie comprenderá a Facundo

Quiroga, como nadie, a mi juicio, ha comprendido, to-davía, al inmortal Bolívar, por la incompetencia de losbiógrafos que han trazado el cuadro de su vida. En laEnciclopedia Nueva he leído un brillante trabajo sobre

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el general Bolívar, en el que se hace a aquel caudilloamericano toda la justicia que merece por sus talentosy por su genio; pero en esta biografía, como en todaslas otras que de él se han escrito, he visto al generaleuropeo, los mariscales del Imperio, un Napoleón me-nos colosal; pero no he visto al caudillo americano, al

 jefe de un levantamiento de las masas; veo el remedode la Europa, y nada que me revele la América.Colombia tiene llanos, vida pastoril, vida bárbara, ame-ricana pura, y de ahí partió el gran Bolívar; de aquelbarro hizo su glorioso edificio. ¿Cómo es, pues, quesu biografía lo asemeja a cualquier general europeode esclarecidas prendas? Es que las preocupacionesclásicas europeas del escritor desfiguran al héroe, aquien quitan el poncho para presentarlo desde el pri-mer día con el frac, ni más ni menos como los litógra-fos de Buenos Aires han pintado a Facundo con casacade solapas, creyendo impropia su chaqueta, que nunca

abandonó. Bien: han hecho un general, pero Facundodesaparece. La guerra de Bolívar pueden estudiarlaen Francia en la de los chouanes: Bolívar es un Cha-rette de más anchas dimensiones. Si los españoleshubieran penetrado en la República Argentina el año11, acaso nuestro Bolívar habría sido Artigas, si estecaudillo hubiese sido tan pródigamente dotado por lanaturaleza y la educación.La manera de tratar la historia de Bolívar, de los escri-tores europeos y americanos, conviene a San Martín ya otros de su clase. San Martín no fue caudillo popular;era realmente un general. Habíase educado en Europay llegó a América, donde el Gobierno era el revolucio-nario, y podía formar a sus anchas el ejército europeo,disciplinarlo y dar batallas regulares, según las reglasde la ciencia. Su expedición sobre Chile es una con-quista en regla, como la de Italia por Napoleón. Pero siSan Martín hubiese tenido que encabezar montoneras,ser vencido aquí, para ir a reunir un grupo de llanerospor allá, lo habrían colgado a su segunda tentativa.El drama de Bolívar se compone, pues, de otros ele-mentos de los que hasta hoy conocemos: es precisoponer antes las decoraciones y los trajes americanos,

para mostrar en seguida el personaje. Bolívar es, to-davía, un cuento forjado sobre datos ciertos: Bolívar,el verdadero Bolívar, no lo conoce aún el mundo, y esmuy probable que, cuando lo traduzcan a su idiomanatal, aparezca más sorprendente y más grande aún.Razones de este género me han movido a dividir esteprecipitado trabajo en dos partes: la una, en que trazoel terreno, el paisaje, el teatro sobre que va a repre-sentarse la escena; la otra en que aparece el perso-naje, con su traje, sus ideas, su sistema de obrar; demanera que la primera esté ya revelando a la segunda,

sin necesidad de comentarios ni explicaciones.Señor don Valentín Alsina:Conságrole, mi caro amigo, estas páginas que vuel-ven a ver la luz pública, menos por lo que ellas valen,

que por el conato de usted de amenguar con sus notaslos muchos lunares que afeaban la primera edición.Ensayo y revelación, para mí mismo, de mis ideas, elFacundo adoleció de los defectos de todo fruto de lainspiración del momento, sin el auxilio de documentosa la mano, y ejecutada no bien era concebida, lejos delteatro de los sucesos y con propósitos de acción inme-diata y militante. Tal como él era, mi pobre librejo hatenido la fortuna de hallar en aquella tierra, cerrada ala verdad y a la discusión, lectores apasionados, y demano en mano, deslizándose furtivamente, guardadoen algún secreto escondite, para hacer alto en sus pe-regrinaciones, emprender largos viajes, y ejemplarespor centenas llegar, ajados y despachurrados de puroleídos, hasta Buenos Aires, a las oficinas del pobre ti-rano, a los campamentos del soldado y a la cabaña delgaucho, hasta hacerse él mismo, en las hablillas po-pulares, un mito como su héroe.

He usado con parsimonia de sus preciosas notas,guardando las más substanciales para tiempos me-

 jores y más meditados trabajos, temeroso de que porretocar obra tan informe desapareciese su fisonomíaprimitiva y la lozana y voluntariosa audacia de la maldisciplinada concepción.Este libro, como tantos otros que la lucha de la libertadha hecho nacer, irá bien pronto a confundirse en el fá-rrago inmenso de materiales, de cuyo caos discordan-te saldrá un día, depurada de todo resabio, la historiade nuestra patria, el drama más fecundo en lecciones,más rico en peripecias y más vivaz que la dura y pe-nosa transformación americana ha presentado. ¡Felizyo, si, como lo deseo, puedo un día consagrarme conéxito a tarea tan grande! Echaría al fuego, entonces, debuena gana, cuantas páginas precipitadas he dejadoescapar en el combate en que usted y tantos otros va-lientes escritores han cogido los más frescos laureles,hiriendo de más cerca, y con armas mejor templadas,al poderoso tirano de nuestra patria.He suprimido la introducción como inútil, y los dos ca-pítulos últimos como ociosos hoy, recordando una in-dicación de usted, en 1846, en Montevideo, en que me

insinuaba que el libro estaba terminado en la muertede Quiroga.Tengo una ambición literaria, mi caro amigo, y a sa-tisfacerla consagro muchas vigilias, investigacionesprolijas y estudios meditados. Facundo murió corpo-ralmente en Barranca-Yaco; pero su nombre en laHistoria podía escaparse y sobrevivir algunos años, sincastigo ejemplar como era merecido. La justicia de laHistoria ha caído, ya, sobre él, y el reposo de su tumba,guárdanlo la supresión de su nombre y el despreciode los pueblos. Sería agraviar a la Historia escribir la

vida de Rosas, y humillar a nuestra patria, recordar,después de rehabilitada, las degradaciones por que hapasado. Pero hay otros pueblos y otros hombres queno deben quedar sin humillación y sin ser alecciona-

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dos. ¡Oh! La Francia, tan justamente erguida por susuficiencia en las ciencias históricas, políticas y socia-les; la Inglaterra, tan contemplativa de sus interesescomerciales; aquellos políticos de todos los países,aquellos escritores que se precian de entendidos, siun pobre narrador americano se presentase ante elloscomo un libro, para mostrarles, como Dios muestra lascosas que llamamos evidentes, que se han prosterna-do ante un fantasma, que han contemporizado con unasombra impotente, que han acatado un montón de ba-sura, llamando a la estupidez energía; a la ceguedad,talento; virtud a la crápula e intriga, y diplomacia a losmás groseros ardides; si pudiera hacerse esto, comoes posible hacerlo, con unción en las palabras, con in-tachable imparcialidad en la justipreciación de los he-chos, con exposición lucida y animada, con elevaciónde sentimientos y con conocimiento profundo de losintereses de los pueblos y presentimiento, fundado en

deducción lógica, de los bienes que sofocaron con suserrores y de los males que desarrollaron en nuestropaís e hicieron desbordar sobre otros..., ¿no siente us-ted que el que tal hiciera podría presentarse en Europacon su libro en la mano, y decir a la Francia y a la In-glaterra, a la Monarquía y a la República, a Palmerstony a Guizot, a Luis Felipe y a Luis Napoleón, al Times ya la Presse: «¡Leed, miserables, y humillaos! ¡He ahí vuestro hombre!», y hacer efectivo aquel ecce homo,tan mal señalado por los poderosos, al desprecio y alasco de los pueblos!La historia de la tiranía de Rosas es la más solemne,la más sublime y la más triste página de la especiehumana, tanto para los pueblos que de ella han sidovíctimas como para las naciones, gobiernos y políticoseuropeos o americanos que han sido actores en el dra-ma o testigos interesados.Los hechos están ahí consignados, clasificados, pro-bados, documentados; fáltales, empero, el hilo que hade ligarlos en un solo hecho, el soplo de vida que ha dehacerlos enderezarse todos a un tiempo a la vista delespectador y convertirlos en cuadro vivo, con prime-ros planos palpables y lontananzas necesarias; fáltale

el colorido que dan el paisaje, los rayos del sol de lapatria; fáltale la evidencia que trae la estadística, quecuenta las cifras, que impone silencio a los fraseadorespresuntuosos y hace enmudecer a los poderosos im-pudentes. Fáltame, para intentarlo, interrogar el sueloy visitar los lugares de la escena, oír las revelacionesde los cómplices, las deposiciones de las víctimas, losrecuerdos de los ancianos, las doloridas narracionesde las madres, que ven con el corazón; fáltame escu-char el eco confuso del pueblo, que ha visto y no hacomprendido, que ha sido verdugo y víctima, testigo y

actor; falta la madurez del hecho cumplido y el pasode una época a otra, el cambio de los destinos de lanación, para volver, con fruto, los ojos hacia atrás, ha-ciendo de la historia ejemplo y no venganza.

Imagínese usted, mi caro amigo, si codiciando para mí este tesoro, prestaré grande atención a los defectose inexactitudes de la vida de Juan Facundo Quiroga nide nada de cuanto he abandonado a la publicidad. Hayuna justicia ejemplar que hacer y una gloria que adqui-rir como escritor argentino: fustigar al mundo y humi-llar la soberbia de los grandes de la tierra, llámensesabios o gobiernos. Si fuera rico, fundara un premioMonthion para aquel que lo consiguiera.Envíole, pues, el Facundo sin otras atenuaciones, y há-galo que continúe la obra de rehabilitación de lo justoy de lo digno que tuvo en mira al principio. Tenemos loque Dios concede a los que sufren: años por delante yesperanzas; tengo yo un átomo de lo que a usted y aRosas, a la virtud y al crimen, concede a veces: perse-verancia. Perseveremos, amigo: muramos, usted ahí,yo acá; pero que ningún acto, ninguna palabra nuestrarevele que tenemos la conciencia de nuestra debilidad

y de que nos amenazan para hoy o para mañana tribu-laciones y peligros.

DOMINGO SARMIENTO.Yungay, 7 de abril de 1851.

I

Aspecto físico de la República Argentina

y caracteres, hábitos e ideas que engendra.

L’étendue des Pampas est si prodigieuse, qu’au nord ellessont bornées par des bosquets de palmiers,

et au midi par des neiges éternelles.HEAD

El continente americano termina al sur en una punta,en cuya extremidad se forma el Estrecho de Magalla-nes. Al oeste, y a corta distancia del Pacífico, se extien-den, paralelos a la costa, los Andes chilenos. La tierraque queda al oriente de aquella cadena de montañas yal occidente del Atlántico, siguiendo el Río de la Platahacia el interior por el Uruguay arriba, es el territorioque se llamó Provincias Unidas del Río de la Plata, yen el que aún se derrama sangre por denominarlo Re-pública Argentina o Confederación Argentina. Al norteestán el Paraguay, el Gran Chaco y Bolivia, sus límitespresuntos.La inmensa extensión de país que está en sus extre-mos es enteramente despoblada, y ríos navegablesposee que no ha surcado aún el frágil barquichuelo.El mal que aqueja a la República Argentina es la ex-tensión: el desierto la rodea por todas partes, y se leinsinúa en las entrañas; la soledad, el despoblado sinuna habitación humana, son, por lo general, los límitesincuestionables entre unas y otras provincias. Allí, la

inmensidad por todas partes: inmensa la llanura, in-mensos los bosques, inmensos los ríos, el horizontesiempre incierto, siempre confundiéndose con la tie-rra, entre celajes y vapores tenues, que no dejan, en la

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lejana perspectiva, señalar el punto en que el mundoacaba y principia el cielo. Al sur y al norte, acéchan-la los salvajes, que aguardan las noches de luna paracaer, cual enjambre de hienas, sobre los ganados quepacen en los campos y sobre las indefensas poblacio-nes. En la solitaria caravana de carretas que atraviesapesadamente las pampas, y que se detiene a reposarpor momentos, la tripulación, reunida en torno del es-caso fuego, vuelve maquinalmente la vista hacia el sur,al más ligero susurro del viento que agita las yerbassecas, para hundir sus miradas en las tinieblas pro-fundas de la noche, en busca de los bultos siniestrosde la horda salvaje que puede, de un momento a otro,sorprenderla desapercibida. Si el oído no escucha ru-mor alguno, si la vista no alcanza a calar el velo oscuroque cubre la callada soledad, vuelve sus miradas, paratranquilizarse del todo, a las orejas de algún caballoque está inmediato al fogón, para observar si están in-

móviles y negligentemente inclinadas hacia atrás. En-tonces continúa la conversación interrumpida, o llevaa la boca el tasajo de carne, medio sollamado, de quese alimenta. Si no es la proximidad del salvaje lo queinquieta al hombre del campo, es el temor de un ti-gre que lo acecha, de una víbora que no puede pisar.Esta inseguridad de la vida, que es habitual y perma-nente en las campañas, imprime, a mi parecer, en elcarácter argentino, cierta resignación estoica para lamuerte violenta, que hace de ella uno de los percancesinseparables de la vida, una manera de morir comocualquiera otra, y puede, quizá, explicar, en parte, laindiferencia con que dan y reciben la muerte, sin dejaren los que sobreviven impresiones profundas y dura-deras.La parte habitada de este país privilegiado en dones,y que encierra todos los climas, puede dividirse entres fisonomías distintas, que imprimen a la poblacióncondiciones diversas, según la manera como tiene queentenderse con la naturaleza que la rodea. Al norte,confundiéndose con el Chaco, un espeso bosque cu-bre, con su impenetrable ramaje, extensiones quellamaríamos inauditas, si en formas colosales hubie-

se nada inaudito en toda la extensión de la América.Al centro, y en una zona paralela, se disputan largotiempo el terreno, la pampa y la selva; domina en par-tes el bosque, se degrada en matorrales enfermizosy espinosos; preséntase de nuevo la selva, a mercedde algún río que la favorece, hasta que, al fin, al sur,triunfa la pampa y ostenta su lisa y velluda frente, in-finita, sin límite conocido, sin accidente notable; es laimagen del mar en la tierra, la tierra como en el mapa;la tierra aguardando todavía que se la mande producirlas plantas y toda clase de simiente.

Pudiera señalarse, como un rasgo notable de la fiso-nomía de este país, la aglomeración de ríos navega-bles que al este se dan cita de todos los rumbos delhorizonte, para reunirse en el Plata y presentar, dig-

namente, su estupendo tributo al océano, que lo recibeen sus flancos, no sin muestras visibles de turbacióny de respeto. Pero estos inmensos canales excavadospor la solícita mano de la naturaleza no introducencambio ninguno en las costumbres nacionales. El hijode los aventureros españoles que colonizaron el país,detesta la navegación, y se considera como aprisio-nado en los estrechos límites del bote o de la lancha.Cuando un gran río le ataja el paso, se desnuda tran-quilamente, apresta su caballo y lo endilga nadandoa algún islote que se divisa a lo lejos; arribado a él,descansan caballo y caballero, y de islote en islote secompleta, al fin, la travesía.De este modo, el favor más grande que la Providenciadepara a un pueblo, el gaucho argentino lo desdeña,viendo en él, más bien, un obstáculo opuesto a susmovimientos, que el medio más poderoso de facilitar-los: de este modo, la fuente del engrandecimiento de

las naciones, lo que hizo la celebridad remotísima delEgipto, lo que engrandeció a la Holanda y es la causadel rápido desenvolvimiento de Norteamérica, la na-vegación de los ríos o la canalización, es un elementomuerto, inexplotado por el habitante de las márgenesdel Bermejo, Pilcomayo, Paraná, Paraguay y Uruguay.Desde el Plata, remontan aguas arriba algunas nave-cillas tripuladas por italianos y carcamanes; pero elmovimiento sube unas cuantas leguas y cesa casi detodo punto. No fue dado a los españoles el instinto dela navegación, que poseen en tan alto grado los sajo-nes del norte. Otro espíritu se necesita que agite esasarterias, en que hoy se estagnan los fluidos vivificantesde una nación. De todos estos ríos que debieran llevarla civilización, el poder y la riqueza, hasta las profundi-dades más recónditas del continente y hacer de SantaFe, Entre Ríos, Corrientes, Córdoba, Salta, Tucumán yJujuy, otros tantos pueblos nadando en riqueza y rebo-sando población y cultura, sólo uno hay que es fecundoen beneficio para los que moran en sus riberas: el Pla-ta, que los resume a todos juntos.En su embocadura están situadas dos ciudades: Mon-tevideo y Buenos Aires, cosechando hoy, alternativa-

mente, las ventajas de su envidiable posición. BuenosAires está llamada a ser, un día, la ciudad más gi-gantesca de ambas Américas. Bajo un clima benigno,señora de la navegación de cien ríos que fluyen a suspies, reclinada muellemente sobre un inmenso terri-torio, y con trece provincias interiores que no conocenotra salida para sus productos, fuera ya la Babiloniaamericana, si el espíritu de la pampa no hubiese so-plado sobre ella y si no ahogase en sus fuentes el tri-buto de riqueza que los ríos y las provincias tienen quellevarla siempre. Ella sola, en la vasta extensión ar-

gentina, está en contacto con las naciones europeas;ella sola explota las ventajas del comercio extranjero;ella sola tiene poder y rentas. En vano le han pedido lasprovincias que les deje pasar un poco de civilización de

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industria y de población europea: una política estúpi-da y colonial se hizo sorda a estos clamores. Pero lasprovincias se vengaron mandándole en Rosas, muchoy demasiado de la barbarie que a ellas les sobraba.Harto caro la han pagado los que decían: «La Repú-blica Argentina acaba en el Arroyo del Medio.» Ahorallega desde los Andes hasta el mar: la barbarie y laviolencia bajaron a Buenos Aires, más allá del nivelde las provincias. No hay que quejarse de Buenos Ai-res, que es grande y lo será más, porque así le cupoen suerte. Debiéramos quejarnos, antes, de la Provi-dencia, y pedirle que rectifique la configuración de latierra. No siendo esto posible, demos por bien hecho loque de mano de Maestro está hecho. Quejémonos dela ignorancia de este poder brutal, que esteriliza parasí y para las provincias los dones que natura prodigó alpueblo que extravía. Buenos Aires, en lugar de mandarahora luces, riqueza y prosperidad al interior, mánda-

le sólo cadenas, hordas exterminadoras y tiranuelossubalternos. ¡También se venga del mal que las pro-vincias le hicieron con prepararle a Rosas!He señalado esta circunstancia de la posición mo-nopolizadora de Buenos Aires para mostrar que hayuna organización del suelo, tan central y unitaria enaquel país, que aunque Rosas hubiera gritado de bue-na fe: «¡Federación o muerte!», habría concluido porel sistema unitario que hoy ha establecido. Nosotros,empero, queríamos la unidad en la civilización y en lalibertad, y se nos ha dado la unidad en la barbarie y enla esclavitud. Pero otro tiempo vendrá en que las cosasentren en su cauce ordinario. Lo que por ahora inte-resa conocer, es que los progresos de la civilizaciónse acumulan en Buenos Aires solo: la pampa es unmalísimo conductor para llevarla y distribuirla en lasprovincias, y ya veremos lo que de aquí resulta. Perosobre todos estos accidentes peculiares a ciertas par-tes de aquel territorio predomina una facción general,uniforme y constante; ya sea que la tierra esté cubiertade la lujosa y colosal vegetación de los trópicos, ya seaque arbustos enfermizos, espinosos y desapaciblesrevelen la escasa porción de humedad que les da vida;

ya, en fin, que la pampa ostente su despejada y mo-nótona faz, la superficie de la tierra es generalmentellana y unida, sin que basten a interrumpir esta conti-nuidad sin límites las tierras de San Luis y Córdoba enel centro, y algunas ramificaciones avanzadas de losAndes, al norte. Nuevo elemento de unidad para la na-ción que pueble, un día, aquellas grandes soledades,pues que es sabido que las montañas que se interpo-nen entre unos y otros países, y los demás obstáculosnaturales, mantienen el aislamiento de los pueblos yconservan sus peculiaridades primitivas. Norteamé-

rica está llamada a ser una federación, menos por laprimitiva independencia de las plantaciones que por suancha exposición al Atlántico y las diversas salidas queal interior dan: el San Lorenzo al norte, el Mississipí al

sur y las inmensas canalizaciones al centro. La Repú-blica Argentina es «una e indivisible».Muchos filósofos han creído, también, que las llanuraspreparaban las vías al despotismo, del mismo modoque las montañas prestaban asidero a las resistenciasde la libertad. Esta llanura sin límites, que desde Saltaa Buenos Aires, y de allí a Mendoza, por una distanciade más de setecientas leguas, permite rodar enormesy pesadas carretas, sin encontrar obstáculo alguno,por caminos en que la mano del hombre apenas hanecesitado cortar algunos árboles y matorrales, estallanura constituye uno de los rasgos más notables dela fisonomía interior de la República. Para prepararvías de comunicación, basta sólo el esfuerzo del indi-viduo y los resultados de la naturaleza bruta; si el artequisiera prestarle su auxilio, si las fuerzas de la socie-dad intentaran suplir la debilidad del individuo, las di-mensiones colosales de la obra arredrarían a los más

emprendedores, y la incapacidad del esfuerzo lo haríainoportuno. Así, en materia de caminos, la naturalezasalvaje dará la ley por mucho tiempo, y la acción de lacivilización permanecerá débil e ineficaz.Esta extensión de las llanuras imprime, por otra par-te, a la vida del interior, cierta tintura asiática, que nodeja de ser bien pronunciada. Muchas veces, al salir laluna tranquila y resplandeciente por entre las yerbasde la tierra, la he saludado maquinalmente con estaspalabras de Volney, en su descripción de las Ruinas:La pleine lune, à l’Orient s’élevait sur un fond bleuâtreaux plaines rives de l’Euphrate. Y, en efecto, hay algoen las soledades argentinas que trae a la memoria lassoledades asiáticas; alguna analogía encuentra el es-píritu entre la pampa y las llanuras que median entreel Tigris y el Eúfrates; algún parentesco en la tropa decarretas solitaria que cruza nuestras soledades parallegar, al fin de una marcha de meses, a Buenos Aires,y la caravana de camellos que se dirige hacia Bagdado Esmirna. Nuestras carretas viajeras son una espe-cie de escuadra de pequeños bajeles, cuya gente tie-ne costumbres, idiomas y vestidos peculiares, que ladistinguen de los otros habitantes, como el marino se

distingue de los hombres de tierra.Es el capataz un caudillo, como en Asia, el jefe de lacaravana: necesítase, para este destino, una voluntadde hierro, un carácter arrojado hasta la temeridad,para contener la audacia y turbulencia de los filibus-teros de tierra, que ha de gobernar y dominar él solo,en el desamparo del desierto. A la menor señal de in-subordinación, el capataz enarbola su chicote de fie-rro y descarga sobre el insolente golpes que causancontusiones y heridas; si la resistencia se prolonga,antes de apelar a las pistolas, cuyo auxilio por lo ge-

neral desdeña, salta del caballo con el formidable cu-chillo en mano, y reivindica, bien pronto, su autoridad,por la superior destreza con que sabe manejarlo. Elque muere en estas ejecuciones del capataz no deja

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derecho a ningún reclamo, considerándose legítima laautoridad que lo ha asesinado.Así es como en la vida argentina empieza a establecer-se por estas peculiaridades el predominio de la fuerzabrutal, la preponderancia del más fuerte, la autoridadsin límites y sin responsabilidad de los que mandan,la justicia administrada sin formas y sin debates. Latropa de carretas lleva, además, armamento: un fusilo dos por carreta y, a veces, un cañoncito giratorio enla que va a la delantera. Si los bárbaros la asaltan, for-ma un círculo, atando unas carretas con otras, y casisiempre resisten victoriosamente a las codicias de lossalvajes, ávidos de sangre y de pillaje.La árrea de mulas cae, con frecuencia, indefensa enmanos de estos beduinos americanos, y rara vez lostroperos escapan de ser degollados. En estos largosviajes, el proletario argentino adquiere el hábito de vi-vir lejos de la sociedad y a luchar individualmente con

la naturaleza, endurecido en las privaciones, y sin con-tar con otros recursos que su capacidad y maña perso-nal, para precaverse de todos los riesgos que le cercande continuo.El pueblo que habita estas extensas comarcas se com-pone de dos razas diversas, que, mezclándose, formanmedios tintes imperceptibles, españoles e indígenas.En las campañas de Córdoba y San Luis predomina laraza española pura, y es común encontrar en los cam-pos, pastoreando ovejas, muchachas tan blancas, tanrosadas y hermosas, como querrían serlo las elegan-tes de una capital. En Santiago del Estero, el gruesode la población campesina habla aún la quichua, querevela su origen indio. En Corrientes, los campesinosusan un dialecto español muy gracioso. -Dame, gene-ral, un chiripá- decían a Lavalle sus soldados.En la campaña de Buenos Aires, se reconoce todavía elsoldado andaluz; y en la ciudad predominan los apelli-dos extranjeros. La raza negra, casi extinta ya -excep-to en Buenos Aires-, ha dejado sus zambos y mulatos,habitantes de las ciudades, eslabón que liga al hombrecivilizado con el palurdo; raza inclinada a la civiliza-ción, dotada de talento y de los más bellos instintos de

progresos.Por lo demás, de la fusión de estas tres familias haresultado un todo homogéneo, que se distingue por suamor a la ociosidad e incapacidad industrial, cuandola educación y las exigencias de una posición social novienen a ponerle espuela y sacarla de su paso habitual.Mucho debe haber contribuido a producir este resulta-do desgraciado la incorporación de indígenas que hizola colonización. Las razas americanas viven en la ocio-sidad, y se muestran incapaces, aun por medio de lacompulsión, para dedicarse a un trabajo duro y segui-

do. Esto sugirió la idea de introducir negros en Améri-ca, que tan fatales resultados ha producido. Pero no seha mostrado mejor dotada de acción la raza española,cuando se ha visto en los desiertos americanos aban-

donada a sus propios instintos.Da compasión y vergüenza en la República Argenti-na comparar la colonia alemana o escocesa del surde Buenos Aires y la villa que se forma en el interior:en la primera, las casitas son pintadas; el frente de lacasa, siempre aseado, adornado de flores y arbustillosgraciosos; el amueblado, sencillo, pero completo; lavajilla, de cobre o estaño, reluciente siempre; la cama,con cortinillas graciosas, y los habitantes, en un movi-miento y acción continuos. Ordeñando vacas, fabrican-do mantequilla y quesos, han logrado algunas familiashacer fortunas colosales y retirarse a la ciudad, a go-zar de las comodidades.La villa nacional es el reverso indigno de esta medalla:niños sucios y cubiertos de harapos viven en una jauríade perros; hombres tendidos por el suelo, en la máscompleta inacción; el desaseo y la pobreza por todaspartes; una mesita y petacas por todo amueblado; ran-

chos miserables por habitación, y un aspecto generalde barbarie y de incuria los hacen notables.Esta miseria, que ya va desapareciendo, y que es unaccidente de las campañas pastoras, motivó, sin duda,las palabras que el despecho y la humillación de lasarmas inglesas arrancaron a Walter Scott: «Las vas-tas llanuras de Buenos Aires -dice- no están pobladassino por cristianos salvajes, conocidos bajo el nombrede guachos (por decir Gauchos), cuyo principal amue-blado consiste en cráneos de caballos, cuyo alimentoes carne cruda y agua y cuyo pasatiempo favorito esreventar caballos en carreras forzadas. Desgraciada-mente -añade el buen gringo-, prefirieron su indepen-dencia nacional a nuestros algodones y muselinas».¡Sería bueno proponerle a la Inglaterra, por ver, nomás, cuántas varas de lienzo y cuántas piezas de mu-selina daría por poseer estas llanuras de Buenos Ai-res!Por aquella extensión sin límites, tal como la hemosdescrito, están esparcidas, aquí y allá, catorce ciuda-des capitales de provincia, que si hubiéramos de se-guir el orden aparente, clasificáramos, por su coloca-ción geográfica: Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y

Corrientes, a las márgenes del Paraná; Mendoza, SanJuan, Rioja, Catamarca, Tucumán, Salta y Jujuy, casien línea paralela con los Andes chilenos; Santiago, SanLuis y Córdoba, al centro. Pero esta manera de enu-merar los pueblos argentinos no conduce a ningunode los resultados sociales que voy solicitando. La cla-sificación que hace a mi objeto es la que resulta de losmedios de vivir del pueblo de las campañas, que es loque influye en su carácter y espíritu. Ya he dicho que lavecindad de los ríos no imprime modificación alguna,puesto que no son navegados sino en una escala in-

significante y sin influencia. Ahora, todos los pueblosargentinos, salvo San Juan y Mendoza, viven de losproductos del pastoreo; Tucumán explota, además, laagricultura; y Buenos Aires, a más de un pastoreo de

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millones de cabezas de ganado, se entrega a las múlti-ples y variadas ocupaciones de la vida civilizada.Las ciudades argentinas tienen la fisonomía regularde casi todas las ciudades americanas: sus calles cor-tadas en ángulos rectos, su población diseminada enuna ancha superficie, si se exceptúa a Córdoba, que,edificada en corto y limitado recinto, tiene todas lasapariencias de una dudad europea, a que dan mayorrealce la multitud de torres y cúpulas de sus numero-sos y magníficos templos. La ciudad es el centro de lacivilización argentina, española, europea; allí están lostalleres de las artes, las tiendas del comercio, las es-cuelas y colegios, los juzgados, todo lo que caracteriza,en fin, a los pueblos cultos.La elegancia en los modales, las comodidades del lujo,los vestidos europeos, el frac y la levita tiene allí suteatro y su lugar conveniente. No sin objeto hago estaenumeración trivial. La ciudad capital de las provincias

pastoras existe algunas veces ella sola, sin ciudadesmenores, y no falta alguna en que el terreno incultollegue hasta ligarse con las calles. El desierto las cir-cunda a más o menos distancia: las cerca, las oprime;la naturaleza salvaje las reduce a unos estrechos oa-sis de civilización, enclavados en un llano inculto, decentenares de millas cuadradas, apenas interrumpidopor una que otra villa de consideración. Buenos Airesy Córdoba son las que mayor número de villas han po-dido echar sobre la campaña, como otros tantos focosde civilización y de intereses municipales; ya esto esun hecho notable.El hombre de la ciudad viste el traje europeo, vive de lavida civilizada, tal como la conocemos en todas partes:allí están las leyes, las ideas de progreso, los mediosde instrucción, alguna organización municipal, el go-bierno regular, etc. Saliendo del recinto de la ciudad,todo cambia de aspecto: el hombre de campo llevaotro traje, que llamaré americano, por ser común a to-dos los pueblos; sus hábitos de vida son diversos; susnecesidades, peculiares y limitadas; parecen dos so-ciedades distintas, dos pueblos extraños uno de otro.Aún hay más: el hombre de la campaña, lejos de aspi-

rar a semejarse al de la ciudad, rechaza con desdén sulujo y sus modales corteses, y el vestido del ciudadano,el frac, la capa, la silla, ningún signo europeo puedepresentarse impunemente en la campaña. Todo lo quehay de civilizado en la ciudad está bloqueado allí, pros-cripto afuera, y el que osara mostrarse con levita, porejemplo, y montado en silla inglesa, atraería sobre sí las burlas y las agresiones brutales de los campesi-nos.Estudiemos, ahora, la fisonomía exterior de las exten-sas campañas que rodean las ciudades y penetremos

en la vida interior de sus habitantes. Ya he dicho que enmuchas provincias el límite forzoso es un desierto in-termedio y sin agua. No sucede así, por lo general, conla campaña de una provincia, en la que reside la mayor

parte de su población. La de Córdoba, por ejemplo, quecuenta 160.000 almas, apenas veinte de éstas estándentro del recinto de la aislada ciudad; todo el gruesode la población está en los campos, que, así como porlo común son llanos, casi por todas partes son pas-tosos, ya estén cubiertos de bosques, ya desnudos devegetación mayor, y en algunas, con tanta abundanciay de tan exquisita calidad, que el prado artificial no lle-garía a aventajarles. Mendoza, y San Juan sobre todo,se exceptúan de esta peculiaridad de la superficie in-culta, por lo que sus habitantes viven principalmentede los productos de la agricultura. En todo lo demás,abundando los pastos, la cría de ganados es no la ocu-pación de los habitantes, sino su medio de subsisten-cia. Ya la vida pastoril nos vuelve, impensadamente, atraer a la imaginación el recuerdo del Asia, cuyas lla-nuras nos imaginamos siempre cubiertas, aquí y allá,de las tiendas del calmuco, del cosaco o del árabe. La

vida primitiva de los pueblos, la vida eminentementebárbara y estacionaria, la vida de Abraham, que es ladel beduino de hoy, asoma en los campos argentinos,aunque modificada por la civilización de un modo ex-traño.La tribu árabe, que vaga por las soledades asiáticas,vive reunida bajo el mando de un anciano de la tribuo un jefe guerrero; la sociedad existe, aunque no estéfija en un punto determinado de la tierra; las creenciasreligiosas, las tradiciones inmemoriales, la invaria-bilidad de las costumbres, el respeto a los ancianos,forman reunidos un código de leyes, de usos y de prác-ticas de gobierno, que mantiene la moral, tal como lacomprenden, el orden y la asociación de la tribu. Peroel progreso está sofocado, porque no puede haber pro-greso sin la posesión permanente del suelo, sin la ciu-dad, que es la que desenvuelve la capacidad industrialdel hombre y le permite extender sus adquisiciones.En las llanuras argentinas no existe la tribu nómade:el pastor posee el suelo con títulos de propiedad; estáfijo en un punto, que le pertenece; pero, para ocuparlo,ha sido necesario disolver la asociación y derramar lasfamilias sobre una inmensa superficie. Imaginaos una

extensión de dos mil leguas cuadradas, cubierta todade población, pero colocadas las habitaciones a cuatroleguas de distancia unas de otras, a ocho, a veces, ados, las más cercanas. El desenvolvimiento de la pro-piedad mobiliaria no es imposible; los goces del lujo noson del todo incompatibles con este aislamiento: puedelevantar la fortuna un soberbio edificio en el desierto;pero el estímulo falta, el ejemplo desaparece, la nece-sidad de manifestarse con dignidad, que se siente enlas ciudades, no se hace sentir allí, en el aislamientoy la soledad. Las privaciones indispensables justifican

la pereza natural, y la frugalidad en los goces trae, enseguida, todas las exterioridades de la barbarie. La so-ciedad ha desaparecido completamente; queda sólo lafamilia feudal, aislada, reconcentrada; y, no habiendo

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sociedad reunida, toda clase de gobierno se hace im-posible: la municipalidad no existe, la policía no puedeejercerse y la justicia civil no tiene medios de alcanzara los delincuentes.Ignoro si el mundo moderno presenta un género deasociación tan monstruoso como éste. Es todo lo con-trario del municipio romano, que reconcentraba enun recinto toda la población, y de allí salía a labrar loscampos circunvecinos. Existía, pues, una organizaciónsocial fuerte, y sus benéficos resultados se hacen sen-tir hasta hoy y han preparado la civilización moderna.Se asemeja a la antigua sloboda esclavona, con la dife-rencia que aquélla era agrícola, y, por tanto, más sus-ceptible de gobierno: el desparramo de la población noera tan extenso como éste. Se diferencia de la tribu nó-made en que aquélla anda en sociedad siquiera, ya queno se posesiona del suelo. Es, en fin, algo parecido a lafeudalidad de la Edad Media, en que los barones resi-

dían en el campo, y desde allí hostilizaban las ciudadesy asolaban las campañas; pero aquí falta el barón y elcastillo feudal. Si el poder se levanta en el campo, esmomentáneamente, es democrático: ni se hereda, nipuede conservarse, por falta de montañas y posicionesfuertes. De aquí resulta que aun la tribu salvaje de lapampa está organizada mejor que nuestras campañaspara el desarrollo moral.Pero lo que presenta de notable esta sociedad, encuanto a su aspecto social, es su afinidad con la vidaantigua, con la vida espartana o romana, si por otraparte no tuviese una desemejanza radical. El ciudada-no libre de Esparta o de Roma echaba sobre sus es-clavos el peso de la vida material, el cuidado de pro-veer a la subsistencia, mientras que él vivía libre decuidados en el foro, en la plaza pública, ocupándoseexclusivamente de los intereses del Estado, de la paz,la guerra, las luchas de partido. El pastoreo propor-ciona las mismas ventajas, y la función inhumana delilota antiguo la desempeña el ganado. La procreaciónespontánea forma y acrece indefinidamente la fortu-na; la mano del hombre está por demás; su trabajo,su inteligencia, su tiempo, no son necesarios para la

conservación y aumento de los medios de vivir. Perosi nada de esto necesita para lo material de la vida, lasfuerzas que economiza no puede emplearlas como elromano: fáltale la ciudad, el municipio, la asociacióníntima, y, por tanto, fáltale la base de todo desarrollosocial; no estando reunidos los estancieros, no tienennecesidades públicas que satisfacer: en una palabra,no hay res publica.El progreso moral, la cultura de la inteligencia descui-dada en la tribu árabe o tártara, es aquí no sólo descui-dada, sino imposible. ¿Dónde colocar la escuela para

que asistan a recibir lecciones los niños diseminadosa diez leguas de distancia, en todas direcciones? Así,pues, la civilización es del todo irrealizable, la barba-rie es normal, y gracias, si las costumbres domésticas

conservan un corto depósito de moral. La religión su-fre las consecuencias de la disolución de la sociedad;el curato es nominal, el púlpito no tiene auditorio, elsacerdote huye de la capilla solitaria o se desmora-liza en la inacción y en la soledad; los vicios, el simo-niaquismo, la barbarie normal, penetran en su celday convierten su superioridad moral en elementos defortuna y de ambición, porque, al fin, concluye por ha-cerse caudillo de partido.Yo he presenciado una escena campestre digna de lostiempos primitivos del mundo, anteriores a la institu-ción del sacerdocio. Hallábame en 1838 en la sierra deSan Luis, en casa de un estanciero, cuyas dos ocupa-ciones favoritas eran rezar y jugar. Había edificado unacapilla en la que, los domingos por la tarde, rezaba élmismo el rosario, para suplir al sacerdote y al oficiodivino de que por años habían carecido. Era aquél uncuadro homérico: el sol llegaba al ocaso; las majadas

que volvían al redil, hendían el aire con sus confusosbalidos; el dueño de la casa, hombre de sesenta años,de una fisonomía noble, en que la raza europea purase ostentaba por la blancura del cutis, los ojos azula-dos, la frente, espaciosa y despejada, hacía coro, a quecontestaban una docena de mujeres y algunos moce-tones, cuyos caballos, no bien domados aún, estabanamarrados cerca de la puerta de la capilla. Concluidoel rosario, hizo un fervoroso ofrecimiento. Jamás heoído voz más llena de unción, fervor más puro, fe másfirme, ni oración más bella, más adecuada a las cir-cunstancias, que la que recitó. Pedía en ella, a Dios,lluvia para los campos, fecundidad para los ganados,paz para la República, seguridad para los caminan-tes... Yo soy muy propenso a llorar, y aquella vez lloréhasta sollozar, porque el sentimiento religioso se ha-bía despertado en mi alma con exaltación y como unasensación desconocida, porque nunca he visto escenamás religiosa; creía estar en los tiempos de Abraham,en su presencia, en la de Dios y de la naturaleza que lorevela. La voz de aquel hombre candoroso e inocenteme hacía vibrar todas las fibras, y me penetraba hastala médula de los huesos.

He aquí a lo que está reducida la religión en las cam-pañas pastoras: a la religión natural; el cristianismoexiste, como el idioma español, en clase de tradiciónque se perpetúa, pero corrompido, encarnado en su-persticiones groseras, sin instrucción, sin culto y sinconvicciones. En casi todas las campañas apartadasde las ciudades ocurre que, cuando llegan comercian-tes de San Juan o de Mendoza, les presentan tres ocuatro niños de meses y de un año para que los bau-ticen, satisfechos de que, por su buena educación, po-drán hacerlo de un modo válido; y no es raro que a la

llegada de un sacerdote se le presenten mocetones,que vienen domando un potro, a que les ponga el óleoy administre el bautismo sub conditione.A falta de todos los medios de civilización y de progre-

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so, que no pueden desenvolverse, sino a condición deque los hombres estén reunidos en sociedades nume-rosas, ved la educación del hombre del campo. Lasmujeres guardan la casa, preparan la comida, trasqui-lan las ovejas, ordeñan las vacas, fabrican los quesosy tejen las groseras telas de que se visten: todas lasocupaciones domésticas, todas las industrias caseraslas ejerce la mujer: sobre ella pesa casi todo el traba-

 jo; y gracias, si algunos hombres se dedican a cultivarun poco de maíz para el alimento de la familia, puesel pan es inusitado como mantención ordinaria. Losniños ejercitan sus fuerzas y se adiestran por placer,en el manejo del lazo y de las bolas, con que moles-tan y persiguen sin descanso a las terneras y cabras;cuando son jinetes, y esto sucede luego de aprender acaminar, sirven a caballo en algunos quehaceres; mástarde, y cuando ya son fuertes, recorren los campos,cayendo y levantando, rodando a designio en las vizca-

cheras, salvando precipicios y adiestrándose en el ma-nejo del caballo; cuando la pubertad asoma, se consa-gran a domar potros salvajes, y la muerte es el castigomenor que les aguarda, si un momento les faltan lasfuerzas o el coraje. Con la juventud primera viene lacompleta independencia y la desocupación.Aquí principia la vida pública, diré, del gaucho, pues quesu educación está ya terminada. Es preciso ver a estosespañoles, por el idioma únicamente y por las confu-sas religiosas que conservan, para saber apreciar loscaracteres indómitos y altivos, que nacen de esta lu-cha del hombre aislado, con la naturaleza salvaje, delracional, del bruto; es preciso ver estas caras cerra-das de barba, estos semblantes graves y serios, comolos de los árabes asiáticos, para juzgar del compasivodesdén que les inspira la vista del hombre sedentariode las ciudades, que puede haber leído muchos libros,pero que no sabe aterrar un toro bravío y darle muerte;que no sabrá proveerse de caballo a campo abierto, apie y sin el auxilio de nadie; que nunca ha parado untigre, y recibídolo con el puñal en una mano y el ponchoenvuelto en la otra, para meterle en la boca, mientras letraspasa el corazón y lo deja tendido a sus pies. Este há-

bito de triunfar de las resistencias, de mostrarse siempresuperior a la naturaleza, desafiarla y vencerla, desen-vuelve prodigiosamente el sentimiento de la importanciaindividual y de la superioridad. Los argentinos, de cual-quier clase que sean, civilizados o ignorantes, tienen unaalta conciencia de su valer como nación; todos los demáspueblos americanos les echan en cara esta vanidad, y semuestran ofendidos de su presunción y arrogancia. Creoque el cargo no es del todo infundado, y no me pesa deello. ¡Ay del pueblo que no tiene fe en sí mismo! ¡Para éseno se han hecho las grandes cosas! ¿Cuánto no habrá

podido contribuir a la independencia de una parte de laAmérica, la arrogancia de estos gauchos argentinos quenada han visto bajo el sol, mejor que ellos, ni el hombresabio ni el poderoso? El europeo es, para ellos, el último

de todos, porque no resiste a un par de corcovos del ca-ballo. Si el origen de esta vanidad nacional en las clasesinferiores es mezquino, no son por eso menos nobles lasconsecuencias; como no es menos pura el agua de unrío porque nazca de vertientes cenagosas e infectas. Esimplacable el odio que les inspiran los hombres cultos, einvencible su disgusto por sus vestidos, usos y maneras.De esta pasta están amasados los soldados argentinos, yes fácil imaginarse lo que hábitos de este género puedendar en valor y sufrimiento para la guerra. Añádase que,desde la infancia, están habituados a matar las reses, yque este acto de crueldad necesaria los familiariza con elderramamiento de sangre, y endurece su corazón contralos gemidos de las víctimas.La vida del campo, pues, ha desenvuelto en el gaucho lasfacultades físicas, sin ninguna de las de la inteligencia. Sucarácter moral se resiente de su hábito de triunfar de losobstáculos y del poder de la naturaleza: es fuerte, altivo,

enérgico. Sin ninguna instrucción, sin necesitarla tampo-co, sin medios de subsistencia, como sin necesidades, esfeliz en medio de la pobreza y de sus privaciones, que noson tales para el que nunca conoció mayores goces, niextendió más altos sus deseos. De manera que si estadisolución de la sociedad radica hondamente la barba-rie, por la imposibilidad y la inutilidad de la educaciónmoral e intelectual, no deja, por otra parte, de tener susatractivos. El gaucho no trabaja; el alimento y el vestido loencuentra preparado en su casa; uno y otro se lo propor-cionan sus ganados, si es propietario; la casa del patróno pariente, si nada posee. Las atenciones que el ganadoexige se reducen a correrías y partidas de placer.La hierra, que es como la vendimia de los agricultores,es una fiesta cuya llegada se recibe con transportes de

 júbilo: allí es el punto de reunión de todos los hombresde veinte leguas a la redonda; allí, la ostentación de laincreíble destreza en el lazo. El gaucho llega a la hierra alpaso lento y mesurado de su mejor parejero, que detienea distancia apartada; y para gozar mejor del espectáculo,cruza la pierna sobre el pescuezo del caballo. Si el en-tusiasmo lo anima, desciende lentamente del caballo,desarrolla su lazo y lo arroja sobre un toro que pasa, con

la velocidad del rayo, a cuarenta pasos de distancia: lo hacogido de una uña, que era lo que se proponía, y vuelvetranquilo a enrollar su cuerda.

2

Originalidad y caracteres argentinos

Ainsi que l’océan, les steppes remplissent l’esprit du senti-ment de l’infini.

HUMBOLDT

Si de las condiciones de la vida pastoril, tal como la haconstituido la colonización y la incuria, nacen gravesdificultades para una organización política cualquiera

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y muchas más para el triunfo de la civilización europea,de sus instituciones, y de la riqueza y libertad, que sonsus consecuencias, no puede, por otra parte, negar-se que esta situación tiene su costado poético, y facesdignas de la pluma del romancista. Si un destello de li-teratura nacional puede brillar momentáneamente enlas nuevas sociedades americanas, es el que resultaráde la descripción de las grandiosas escenas naturales,y, sobre todo, de la lucha entre la civilización europeay la barbarie indígena, entre la inteligencia y la ma-teria: lucha imponente en América, y que da lugar aescenas tan peculiares, tan características y tan fueradel círculo de ideas en que se ha educado el espíritueuropeo, porque los resortes dramáticos se vuelvendesconocidos fuera del país donde se toman, los usossorprendentes, y originales los caracteres.El único romancista norteamericano que haya logra-do hacerse un nombre europeo es Fenimore Cooper, y

eso porque transportó la escena de sus descripcionesfuera del círculo ocupado por los plantadores, al límiteentre la vida bárbara y la civilizada, al teatro de la gue-rra en que las razas indígenas y la raza sajona estáncombatiendo por la posesión del terreno.No de otro modo, nuestro joven poeta Echeverría halogrado llamar la atención del mundo literario españolcon su poema titulado La Cautiva. Este bardo argenti-no dejó a un lado a Dido y Argia, que sus predecesoreslos Varela trataron con maestría clásica y estro poéti-co, pero sin suceso y sin consecuencia, porque nadaagregaban al caudal de nociones europeas, y volvió susmiradas al desierto, y allá en la inmensidad sin límites,en las soledades en que vaga el salvaje, en la lejanazona de fuego que el viajero ve acercarse cuando loscampos se incendian, halló las inspiraciones que pro-porciona a la imaginación, el espectáculo de una natu-raleza solemne, grandiosa, inconmensurable, callada;y entonces, el eco de sus versos pudo hacerse oír conaprobación, aun por la península española.Hay que notar, de paso, un hecho que es muy explica-tivo de los fenómenos sociales de los pueblos. Los ac-cidentes de la naturaleza producen costumbres y usos

peculiares a estos accidentes, haciendo que dondeestos accidentes se repiten, vuelvan a encontrarse losmismos medios de parar a ellos, inventados por pue-blos distintos. Esto me explica por qué la flecha y elarco se encuentran en todos los pueblos salvajes, cua-lesquiera que sean su raza, su origen y su colocacióngeográfica. Cuando leía en El último de los Mohicanos,de Cooper, que Ojo de Halcón y Uncas habían perdidoel rastro de los Mingos en un arroyo, dije para mí: «Vana tapar el arroyo.» Cuando, en La pradera, el Trampe-ro mantiene la incertidumbre y la agonía, mientras el

fuego los amenaza, un argentino habría aconsejado lomismo que el Trampero sugiere al fin, que es limpiarun lugar para guarecerse, e incendiar a su vez, parapoderse retirar del fuego que invade, sobre las ceni-

zas delpunto que se ha incendiado. Tal es la prácticade los que atraviesan la pampa para salvarse de losincendios del pasto. Cuando los fugitivos de La prade-ra encuentran un río, y Cooper describe la misteriosaoperación del Pawnie con el cuero de búfalo que reco-ge: «va a hacer la pelota», me dije a mí mismo; lástimaes que no haya una mujer que la conduzca, que entrenosotros son las mujeres las que cruzan los ríos conla pelota tomada con los dientes por un lazo. El pro-cedimiento para asar una cabeza de búfalo en el de-sierto es el mismo que nosotros usamos para batearuna cabeza de vaca o un lomo de ternera. En fin, milotros accidentes que omito prueban la verdad de quemodificaciones análogas del suelo traen análogas cos-tumbres, recursos y expedientes. No es otra la razónde hallar, en Fenimore Cooper, descripciones de usosy costumbres que parecen plagiadas de la pampa; así,hallamos en los hábitos pastoriles de la América, re-

producidos hasta los trajes, el semblante grave y hos-pitalidad árabes.Existe, pues, un fondo de poesía que nace de los acci-dentes naturales del país y de las costumbres excep-cionales que engendra. La poesía, para despertarse(porque la poesía es como el sentimiento religioso, unafacultad del espíritu humano), necesita el espectáculode lo bello, del poder terrible, de la inmensidad, de laextensión, de lo vago, de lo incomprensible, porquesólo donde acaba lo palpable y vulgar empiezan lasmentiras de la imaginación, el mundo ideal. Ahora yopregunto: ¿Qué impresiones ha de dejar en el habitan-te de la República Argentina el simple acto de clavarlos ojos en el horizonte, y ver..., no ver nada; porquecuanto más hunde los ojos en aquel horizonte incierto,vaporoso, indefinido, más se le aleja, más lo fascina,lo confunde y lo sume en la contemplación y la duda?¿Dónde termina aquel mundo que quiere en vano pe-netrar? ¡No lo sabe! ¿Qué hay más allá de lo que ve?¡La soledad, el peligro, el salvaje, la muerte! He aquí yala poesía: el hombre que se mueve en estas escenasse siente asaltado de temores e incertidumbres fan-tásticas, de sueños que le preocupan despierto.

De aquí resulta que el pueblo argentino es poeta porcarácter, por naturaleza. ¿Ni cómo ha de dejar de ser-lo, cuando en medio de una tarde serena y apacibleuna nube torva y negra se levanta sin saber de dón-de, se extiende sobre el cielo, mientras se cruzan dospalabras, y de repente, el estampido del trueno anun-cia la tormenta que deja frío al viajero, y reteniendoel aliento, por temor de atraerse un rayo de dos milque caen en torno suyo? La oscuridad se sucede des-pués a la luz: la muerte está por todas partes; un poderterrible, incontrastable, le ha hecho, en un momento,

reconcentrarse en sí mismo, y sentir su nada en mediode aquella naturaleza irritada; sentir a Dios, por de-cirlo de una vez, en la aterrante magnificencia de susobras. ¿Qué más colores para la paleta de la fantasía?

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Masas de tinieblas que anublan el día, masas de luz lí-vida, temblorosa, que ilumina un instante las tinieblas,y muestra la pampa a distancias infinitas, cruzándo-la vivamente el rayo, en fin, símbolo del poder. Estasimágenes han sido hechas para quedarse hondamen-te grabadas. Así, cuando la tormenta pasa, el gauchose queda triste, pensativo, serio, y la sucesión de luzy tinieblas se continúa en su imaginación, del mismomodo que cuando miramos fijamente el sol nos queda,por largo tiempo, su disco en la retina.Preguntadle al gaucho a quién matan con preferen-cia los rayos, y os introducirá en un mundo de idea-lizaciones morales y religiosas, mezcladas de hechosnaturales, pero mal comprendidos, de tradicionessupersticiosas y groseras. Añádase que, si es ciertoque el fluido eléctrico entra en la economía de la vidahumana y es el mismo que llaman fluido nervioso, elcual, excitado, subleva las pasiones y enciende el en-

tusiasmo, muchas disposiciones debe tener para lostrabajos de la imaginación, el pueblo que habita bajouna atmósfera recargada de electricidad hasta el pun-to que la ropa frotada chisporrotea como el pelo con-trariado del gato.

¿Cómo no ha de ser poeta el que presencia estas es-cenas imponentes:

Gira en vano, reconcentrasu inmensidad, y no encuentra

la vista en su vivo anhelodo fijar su fugaz vuelo,

como el pájaro en la mar.Doquier, campo y heredades,

del ave y bruto guaridas;doquier cielo y soledadesde Dios sólo conocidas,

que El sólo puede sondear.

ECHEVERRÍA.

O el que tiene a la vista esta naturaleza engalanada?

De las entrañas de Américados raudales se desatan:el Paraná, faz de perlas,

y el Uruguay, faz de nácar.Los dos entre bosques corren,

o entre floridas barrancas,como dos grandes espejos

entre marcos de esmeraldas.Salúdanlos en su pasola melancólica pava,

el picaflor y el jilguero,el zorzal y la torcaza.Como ante reyes se inclinanante ellos seibos y palmas,

y le arrojan flor del aire,aroma y flor de naranja;

luego, en el Guazú se encuentran,y reuniendo sus aguas,

mezclando nácar y perlasse derraman en el Plata.

DOMÍNGUEZ

Pero ésta es la poesía culta, la poesía de la ciudad. Hayotra que hace oír sus ecos por los campos solitarios:la poesía popular, candorosa y desaliñada del gaucho.También nuestro pueblo es músico. Esta es una pre-disposición nacional que todos los vecinos le recono-cen. Cuando en Chile se anuncia, por la primera vez,un argentino en una casa, lo invitan al piano en el acto,o le pasan una vihuela y si se excusa diciendo que nosabe pulsarla, lo extrañan y no le creen, «porque sien-

do argentino -dicen- debe ser músico». Esta es unapreocupación popular que acusa nuestros hábitos na-cionales. En efecto: el joven culto de las ciudades tocael piano o la flauta, el violín o la guitarra; los mestizosse dedican casi exclusivamente a la música, y son mu-chos los hábiles compositores e instrumentistas quesalen de entre ellos. En las noches de verano, se oyesin cesar la guitarra en la puerta de las tiendas, y, tar-de de la noche, el sueño es dulcemente interrumpidopor las serenatas y los conciertos ambulantes.El pueblo campesino tiene sus cantares propios.El triste, que predomina en los pueblos del Norte, esun canto frigio, plañidero, natural al hombre en el es-tado primitivo de barbarie, según Rousseau.La vidalita, canto popular con coros, acompañado dela guitarra y un tamboril, a cuyos redobles se reúne lamuchedumbre y va engrosando el cortejo y el estré-pito de las voces. Este canto me parece heredado delos indígenas, porque lo he oído en una fiesta de indiosen Copiapó, en celebración de la Candelaria; y comocanto religioso, debe ser antiguo, y los indios chilenosno lo han de haber adoptado de los españoles argen-tinos. La vidalita es el metro popular en que se cantan

los asuntos del día, las canciones guerreras: el gauchocompone el verso que canta, y lo populariza por la aso-ciación que su canto exige.Así, pues, en medio de la rudeza de las costumbresnacionales, estas dos artes que embellecen la vida ci-vilizada y dan desahogo a tantas pasiones generosas,están honradas y favorecidas por las masas mismas,que ensayan su áspera musa en composiciones líricasy poéticas. El joven Echeverría residió algunos mesesen la campaña, en 1840, y la fama de sus versos sobrela pampa le había precedido ya: los gauchos lo rodea-

ban con respeto y afición, y cuando un recién venidomostraba señales de desdén hacia el cajetilla, algu-no le insinuaba al oído: «Es poeta», y toda prevenciónhostil cesaba al oír este título privilegiado.

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Sabido es, por otra parte, que la guitarra es el ins-trumento popular de los españoles, y que es comúnen América. En Buenos Aires, sobre todo, está toda-vía muy vivo el tipo popular español, el majo. Descú-bresele en el compadrito de la ciudad y en el gauchode la campaña. El jaleo español vive en el cielito: losdedos sirven de castañuelas. Todos los movimientosdel compadrito revelan al majo: el movimiento de loshombros, los ademanes, la colocación del sombrero,hasta la manera de escupir por entre los dientes: todoes aún andaluz genuino.Del centro de estas costumbres y gustos generales selevantan especialidades notables, que un día embelle-cerán y darán un tinte original al drama y al romancenacional. Yo quiero sólo notar aquí algunas que servi-rán a completar la idea de las costumbres, para trazaren seguida el carácter, causas y efectos de la guerracivil.

El rastreador

El más conspicuo de todos, el más extraordinario,es el rastreador. Todos los gauchos del interior sonrastreadores. En llanuras tan dilatadas, en donde lassendas y caminos se cruzan en todas direcciones, y loscampos en que pacen o transitan las bestias son abier-tos, es preciso saber seguir las huellas de un animal,y distinguirlas de entre mil, conocer si va despacio oligero, suelto o tirado, cargado o de vacío: ésta es unaciencia casera y popular. Una vez caía yo de un caminode encrucijada al de Buenos Aires, y el peón que meconducía echó, como de costumbre, la vista al suelo:«Aquí va -dijo luego- una mulita mora muy buena...;ésta es la tropa de don N. Zapata..., es de muy buenasilla..., va ensillada..., ha pasado ayer...» Este hombrevenía de la Sierra de San Luis, la tropa volvía de Bue-nos Aires, y hacía un año que él había visto por últimavez la mulita mora, cuyo rastro estaba confundido conel de toda una tropa en un sendero de dos pies de an-cho. Pues esto, que parece increíble, es con todo, laciencia vulgar; éste era un peón de árrea, y no un ras-

treador de profesión.El rastreador es un personaje grave, circunspecto,cuyas aseveraciones hacen fe en los tribunales infe-riores. La conciencia del saber que posee le da ciertadignidad reservada y misteriosa. Todos le tratan conconsideración: el pobre, porque puede hacerle mal,calumniándolo o denunciándolo; el propietario, porquesu testimonio puede fallarle. Un robo se ha ejecuta-do durante la noche: no bien se nota, corren a buscaruna pisada del ladrón, y encontrada, se cubre con algopara que el viento no la disipe. Se llama en seguida al

rastreador, que ve el rastro y lo sigue sin mirar, sinode tarde en tarde, el suelo, como si sus ojos vieran derelieve esta pisada, que para otro es imperceptible. Si-gue el curso de las calles, atraviesa los huertos, entra

en una casa y, señalando un hombre que encuentra,dice fríamente: «¡Este es!» El delito está probado, y raroes el delincuente que resiste a esta acusación. Para él,más que para el juez, la deposición del rastreador es laevidencia misma: negarla sería ridículo, absurdo. Se so-mete, pues, a este testigo, que considera como el dedo deDios que lo señala. Yo mismo he conocido a Calíbar, queha ejercido, en una provincia, su oficio durante cuarentaaños consecutivos. Tiene, ahora, cerca de ochenta años:encorvado por la edad, conserva, sin embargo, un as-pecto venerable y lleno de dignidad. Cuando le hablan desu reputación fabulosa, contesta: «Ya no valgo nada; ahí están los niños.» Los niños son sus hijos, que han apren-dido en la escuela de tan famoso maestro. Se cuenta deél que durante un viaje a Buenos Aires le robaron una vezsu montura de gala. Su mujer tapó el rastro con una arte-sa. Dos meses después, Calíbar regresó, vio el rastro, yaborrado e inapercibible para otros ojos, y no se habló más

del caso. Año y medio después, Calíbar marchaba cabiz-bajo por una calle de los suburbios, entra a una casa y en-cuentra su montura, ennegrecida ya y casi inutilizada porel uso. ¡Había encontrado el rastro de su raptor, despuésde dos años! El año 1830, un reo condenado a muerte sehabía escapado de la cárcel. Calíbar fue encargado debuscarlo. El infeliz, previendo que sería rastreado, habíatomado todas las precauciones que la imagen del cadal-so le sugirió. ¡Precauciones inútiles! Acaso sólo sirvie-ron para perderle, porque comprometido Calíbar en sureputación, el amor propio ofendido le hizo desempeñarcon calor una tarea que perdía a un hombre, pero queprobaba su maravillosa vista. El prófugo aprovechaba to-dos los accidentes del suelo para no dejar huellas; cua-dras enteras había marchado pisando con la punta delpie; trepábase en seguida a las murallas bajas, cruzabasu sitio y volvía para atrás; Calíbar lo seguía sin perderla pista. Si le sucedía momentáneamente extraviarse, alhallarla de nuevo exclamaba: «¡Dónde te mi as dir!» Alfin llegó a una acequia de agua, en los suburbios, cuyacorriente había seguido aquél para burlar al rastreador...¡Inútil! Calíbar iba por las orillas sin inquietud, sin vacilar.Al fin se detiene, examina unas yerbas y dice: «Por aquí 

ha salido; no hay rastro, pero estas gotas de agua en lospastos lo indican.» Entra en una viña: Calíbar reconociólas tapias que la rodeaban, y dijo: «Adentro está.» La par-tida de soldados se cansó de buscar, y volvió a dar cuentade la inutilidad de las pesquisas. «No ha salido», fue labreve respuesta que, sin moverse, sin proceder a nuevoexamen, dio el rastreador. No había salido, en efecto, y aldía siguiente fue ejecutado. En 1831, algunos presos polí-ticos intentaban una evasión: todo estaba preparado, losauxiliares de fuera, prevenidos. En el momento de efec-tuarlo, uno dijo: «¿Y Calíbar?» «¡Cierto!», contestaron los

otros, anonadados, aterrados. «¡Calíbar!» Sus familiaspudieron conseguir de Calíbar que estuviese enfermocuatro días, contados desde la evasión, y así pudo efec-tuarse sin inconveniente.

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¿Qué misterio es éste del rastreador? ¿Qué poder mi-croscópico se desenvuelve en el órgano de la vista de es-tos hombres? ¡Cuán sublime criatura es la que Dios hizoa su imagen y semejanza!

El baqueano

Después del rastreador viene el baqueano, personajeeminente y que tiene en sus manos la suerte de los par-ticulares y de las provincias. El baqueano es un gauchograve y reservado, que conoce a palmos veinte mil leguascuadradas de llanuras, bosques y montañas. Es el topó-grafo más completo, es el único mapa que lleva un ge-neral para dirigir los movimientos de su campaña. El ba-queano va siempre a su lado. Modesto y reservado comouna tapia, está en todos los secretos de la campaña; lasuerte del ejército, el éxito de una batalla, la conquista deuna provincia, todo depende de él.

El baqueano es casi siempre fiel a su deber; pero nosiempre el general tiene en él plena confianza. Imagi-naos la posición de un jefe condenado a llevar un trai-dor a su lado y a pedirle los conocimientos indispensa-bles para triunfar. Un baqueano encuentra una senditaque hace cruz con el camino que lleva: él sabe a quéaguada remota conduce; si encuentra mil, y esto su-cede en un espacio de mil leguas, él las conoce todas,sabe de dónde vienen y adónde van. Él sabe el vadooculto que tiene un río, más arriba o más abajo delpaso ordinario, y esto en cien ríos o arroyos; él conoceen los ciénagos extensos un sendero por donde pue-den ser atravesados sin inconveniente, y esto en cienciénagos distintos.En lo más oscuro de la noche, en medio de los bos-ques o en las llanuras sin límites, perdidos sus com-pañeros, extraviados, da una vuelta en círculo de ellos,observa los árboles; si no los hay, se desmonta, se in-clina a tierra, examina algunos matorrales y se orientade la altura en que se halla, monta en seguida, y lesdice, para asegurarlos: «Estamos en dereceras de tallugar, a tantas leguas de las habitaciones; el caminoha de ir al Sur»; y se dirige hacia el mundo que señala

tranquilo, sin prisa de encontrarlo y sin responder alas objeciones que el temor o la fascinación sugiere alos otros.Si aún esto no basta, o si se encuentra en la pampa y laoscuridad es impenetrable, entonces arranca pastosde varios puntos, huele la raíz y la tierra, las masca y,después de repetir este procedimiento varias veces, secerciora de la proximidad de algún lago, o arroyo sala-do, o de agua dulce, y sale en su busca para orientarsefijamente. El general Rosas, dicen, conoce, por el gus-to, el pasto de cada estancia del sur de Buenos Aires.

Si el baqueano lo es de la pampa, donde no hay cami-nos para atravesarla, y un pasajero le pide que lo llevedirectamente a un paraje distante cincuenta leguas, elbaqueano se para un momento, reconoce el horizonte,

examina el suelo, clava la vista en un punto y se echa agalopar con la rectitud de una flecha, hasta que cam-bia de rumbo por motivos que sólo él sabe, y, galopan-do día y noche, llega al lugar designado.El baqueano anuncia también la proximidad del ene-migo, esto es, diez leguas, y el rumbo por donde seacerca, por medio del movimiento de los avestruces,de los gamos y guanacos que huyen en cierta dirección.Cuando se aproxima, observa los polvos y por su espe-sor cuenta la fuerza: «Son dos mil hombres» -dice-,«quinientos», «doscientos», y el jefe obra bajo estedato, que casi siempre es infalible. Si los cóndores ycuervos revolotean en un círculo del cielo, él sabrá de-cir si hay gente escondida, o es un campamento reciénabandonado, o un simple animal muerto. El baqueanoconoce la distancia que hay de un lugar a otro; los díasy las horas necesarias para llegar a él, y a más, unasenda extraviada e ignorada, por donde se puede lle-

gar de sorpresa y en la mitad del tiempo; así es que laspartidas de montoneras emprenden sorpresas sobrepueblos que están a cincuenta leguas de distancia, quecasi siempre las aciertan. ¿Creeráse exagerado? ¡No!El general Rivera, de la Banda Oriental, es un simplebaqueano, que conoce cada árbol que hay en toda laextensión de la República del Uruguay. No la hubieranocupado los brasileros sin su auxilio; no la hubieranlibertado, sin él, los argentinos. Oribe, apoyado porRosas, sucumbió después de tres años de lucha conel general baqueano, y todo el poder de Buenos Aires,hoy, con sus numerosos ejércitos que cubren toda lacampaña del Uruguay, puede desaparecer, destruido apedazos, por una sorpresa hoy, por una fuerza cortadamañana, por una victoria que él sabrá convertir en suprovecho, por el conocimiento de algún caminito quecae a retaguardia del enemigo, o por otro accidenteinapercibido o insignificante.El general Rivera principió sus estudios del terreno elaño de 1804: y haciendo la guerra a las autoridades,entonces, como contrabandista; a los contrabandistas,después, como empleado; al rey, en seguida, comopatriota; a los patriotas, más tarde, como montonero;

a los argentinos, como jefe brasilero; a éstos, comogeneral argentino; a Lavalleja, como Presidente; alPresidente Oribe, como jefe proscripto; a Rosas, enfin, aliado de Oribe, como general oriental, ha tenidosobrado tiempo para aprender un poco de la cienciadel baqueano.

El gaucho malo

Este es un tipo de ciertas localidades, un outlaw, unsquatter, un misántropo particular. Es el Ojo de Hal-

cón, el Trampero de Cooper, con toda su ciencia deldesierto, con toda su aversión a las poblaciones de losblancos, pero sin su moral natural y sin sus conexio-nes con los salvajes. Llámanle el Gaucho Malo, sin

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que este epíteto lo desfavorezca del todo. La justicialo persigue desde muchos años; su nombre es temido,pronunciado en voz baja, pero sin odio y casi con res-peto. Es un personaje misterioso: mora en la pampa,son su albergue los mardales, vive de perdices y mu-litas; si alguna vez quiere regalarse con una lengua,enlaza una vaca, la voltea solo, la mata, saca su bo-cado predilecto y abandona lo demás a las aves mor-tecinas. De repente, se presenta el gaucho malo enun pago de donde la partida acaba de salir: conversapacíficamente con los buenos gauchos, que lo rodeany lo admiran; se provee de los vicios, y si divisa la par-tida, monta tranquilamente en su caballo y lo apuntahacia el desierto, sin prisa, sin aparato, desdeñandovolver la cabeza. La partida rara vez lo sigue; mataríainútilmente sus caballos, porque el que monta el gau-cho malo es un parejero pangaré tan célebre como suamo. Si el acaso lo echa alguna vez, de improviso, en-

tre las garras de la justicia, acomete a lo más espesode la partida, y a merced de cuatro tajadas que con sucuchillo ha abierto en la cara o en el cuerpo de los sol-dados, se hace paso por entre ellos, y tendiéndose so-bre el lomo del caballo, para sustraerse a la acción delas balas que lo persiguen, endilga hacia el desierto,hasta que, poniendo espacio conveniente entre él y susperseguidores, refrena su trotón y marcha tranquila-mente. Los poetas de los alrededores agregan estanueva hazaña a la biografía del héroe del desierto, y sunombradía vuela por toda la vasta campaña. A veces,se presenta a la puerta de un baile campestre con unamuchacha que ha robado; entra en baile con su pareja,confúndese en las mudanzas del cielito y desaparecesin que nadie se aperciba de ello. Otro día se presentaen la casa de la familia ofendida, hace descender dela grupa a la niña que ha seducido y, desdeñando lasmaldiciones de los padres que le siguen, se encaminatranquilo a su morada sin límites.Este hombre divorciado con la sociedad, proscriptopor las leyes; este salvaje de color blanco no es, en elfondo, un ser más depravado que los que habitan laspoblaciones. El osado prófugo que acomete una par-

tida entera es inofensivo para los viajeros. El gauchomalo no es un bandido, no es un salteador; el ataquea la vida no entra en su idea, como el robo no entrabaen la idea del Churriador: roba, es cierto; pero ésta essu profesión, su tráfico, su ciencia. Roba caballos. Unavez viene al real de una tropa del interior: el patrónpropone comprarle un caballo de tal pelo extraordi-nario, de tal figura, de tales prendas, con una estrellablanca en la paleta. El gaucho se recoge, medita unmomento, y después de un rato de silencio contesta:«No hay actualmente caballo así.» ¿Qué ha estado

pensando el gaucho? En aquel momento ha recorridoen su mente mil estancias de la pampa, ha visto y exa-minado todos los caballos que hay en la provincia, consus marcas, color, señales particulares, y convencído-

se de que no hay ninguno que tenga una estrella en lapaleta: unos las tienen en la frente, otros, una manchablanca en el anca. ¿Es sorprendente esta memoria?¡No! Napoleón conocía por sus nombres doscientosmil soldados, y recordaba, al verlos, todos los hechosque a cada uno de ellos se referían. Si no se le pide,pues, lo imposible, en día señalado, en un punto dadodel camino, entregará un caballo tal como se le pide,sin que el anticiparle el dinero sea motivo de faltar ala cita. Tiene sobre este punto el honor de los tahúressobre las deudas.Viaja entonces a la campaña de Córdoba, a Santa Fe.Entonces se le ve cruzar la pampa con una tropilla decaballos por delante: si alguno lo encuentra, sigue sucamino sin acercársele, a menos que él lo solicite.

El cantor

Aquí tenéis la idealización de aquella vida de revuel-tas, de civilización, de barbarie y de peligros. El gau-cho cantor es el mismo bardo, el vate, el trovador dela Edad Media, que se mueve en la misma escena, en-tre las luchas de las ciudades y del feudalismo de loscampos, entre la vida que se va y la vida que se acerca.El cantor anda de pago en pago, «de tapera en gal-pón», cantando sus héroes de la pampa, perseguidospor la justicia, los llantos de la viuda a quien los indiosrobaron sus hijos en un malón reciente, la derrota y lamuerte del valiente Rauch, la catástrofe de FacundoQuiroga y la suerte que cupo a Santos Pérez. El cantorestá haciendo, candorosamente, el mismo trabajo decrónica, costumbres, historia, biografía que el bardode la Edad Media, y sus versos serían recogidos mástarde como los documentos y datos en que habría deapoyarse el historiador futuro, si a su lado no estuvie-se otra sociedad culta, con superior inteligencia de losacontecimientos, que la que el infeliz despliega en susrapsodias ingenuas. En la República Argentina se vena un tiempo dos civilizaciones distintas en un mismosuelo: una naciente, que, sin conocimiento de lo quetiene sobre su cabeza, está remedando los esfuerzos

ingenuos y populares de la Edad Media; otra que, sincuidarse de lo que tiene a sus pies, intenta realizar losúltimos resultados de la civilización europea. El sigloXIX y el siglo XII viven juntos: el uno, dentro de las ciu-dades; el otro, en las campañas.El cantor no tiene residencia fija: su morada está dondela noche lo sorprende; su fortuna, en sus versos y ensu voz. Dondequiera que el cielito enreda sus parejassin tasa, dondequiera que se apura una copa de vino,el cantor tiene su lugar preferente, su parte escogidaen el festín. El gaucho argentino no bebe, si la música

y los versos no lo excitan, y cada pulpería tiene su gui-tarra para poner en manos del cantor, a quien el grupode caballos estacionados a la puerta anuncia a lo lejosdónde se necesita el concurso de su gaya ciencia.

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8/23/2019 Tecnicatura Facundo y MFierro

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El cantor mezcla entre sus cantos heroicos la relaciónde sus propias hazañas. Desgraciadamente, el cantor,con ser el bardo argentino, no está libre de tener quehabérselas con la justicia. También tiene que dar lacuenta de sendas puñaladas que ha distribuido, una odos desgracias (¡muertes!) que tuvo y algún caballo ouna muchacha que robó. El año 1840, entre un grupode gauchos y a orillas del majestuoso Paraná, estabasentado en el suelo, y con las piernas cruzadas, uncantor que tenía azorado y divertido a su auditorio conla larga y animada historia de sus trabajos y aventuras.Había ya contado lo del rapto de la querida, con los tra-bajos que sufrió; lo de la desgracia y la disputa que lamotivó; estaba refiriendo su encuentro con la partida,y las puñaladas que en su defensa dio, cuando el tropely los gritos de los soldados le avisaron que esta vezestaba cercado. La partida, en efecto, se había cerra-do en forma de herradura; la abertura quedaba hacia

el Paraná, que corría veinte varas más abajo: tal erala altura de la barranca. El cantor oyó la grita sin tur-barse; viósele de improviso sobre el caballo, y echandouna mirada escudriñadora sobre el círculo de soldadoscon las tercerolas preparadas, vuelve el caballo haciala barranca, le pone el poncho en los ojos y clávale lasespuelas. Algunos instantes después, se veía salir delas profundidades del Paraná el caballo, sin freno, a finde que nadase con más libertad, y el cantor tomado dela cola, volviendo la cara quietamente, cual si fuera enun bote de ocho remos, hacia la escena que dejaba enla barranca. Algunos balazos de la partida no estorba-ron que llegase sano y salvo al primer islote que susojos divisaron.Por lo demás, la poesía original del cantor es pesada,monótona, irregular, cuando se abandona a la inspi-ración del momento. Más narrativa que sentimental,llena de imágenes tomadas de la vida campestre, delcaballo y las escenas del desierto, que la hacen me-tafórica y pomposa. Cuando refiere sus proezas o lasde algún afamado malévolo, parécese al improvisadornapolitano, desarreglado, prosaico de ordinario, ele-vándose a la altura poética por momentos, para caer

de nuevo al recitado insípido y casi sin versificación.Fuera de esto, el cantor posee su repertorio de poesíaspopulares: quintillas, décimas y octavas, diversos gé-neros de versos octosílabos. Entre éstas hay muchascomposiciones de mérito y que descubren inspiracióny sentimiento.Aún podría añadir a estos tipos originales muchosotros igualmente curiosos, igualmente locales, si tu-viesen, como los anteriores, la peculiaridad de revelarlas costumbres nacionales, sin lo cual es imposiblecomprender nuestros personajes políticos, ni el ca-

rácter primordial y americano de la sangrienta luchaque despedaza a la República Argentina Andando esta

o el cantor. Verá en los caudillos cuyos nombres hantraspasado las fronteras argentinas, y aun en aquellosque llenan el mundo con el horror de su nombre, elreflejo vivo de la situación interior del país, sus cos-tumbres y su organización.