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The tomorrow that never was: el fracaso del proyecto
fascista de la BUF
Alba Segura Gómez
FACULTAT DE FILOSOFIA I LLETRES
GRAU EN HISTÒRIA
TREBALL DE FI DE GRAU
Director: Dr. Josep Puigsech Farràs
RESUMEN
Este trabajo analiza las causas del fracaso del fascismo británico en su objetivo de conseguir
una atracción significativa en la sociedad británica y generar un movimiento de masas. Se
analiza con este fin el caso de la British Union of Fascists (BUF), por ser -dentro de proyectos
fascistas fracasados en Gran Bretaña- el más destacado. Para ello se ha consultado la producción
historiográfica desde los años 1960 hasta la actualidad, así como algunas fuentes primarias.
PALABRAS CLAVE: fascismo, BUF, Gran Bretaña, Oswald Mosley, fracaso, entreguerras.
ABSTRACT
This paper analyzes the causes of the failure of British fascism in achieving a meaningful
attraction in British society and generating a mass movement. Being the most significant case
of a failed fascist project in Great Britain, the case of the British Union of Fascists (BUF) is
studied for this purpose. To achieve this, historiographical production running from 1960s to
the present and some primary sources were consulted.
KEYWORDS: fascism, BUF, Great Britain, Oswald Mosley, failure, interwar.
3
INDICE
Presentación 4
1. Europa, fascismo y Gran Bretaña 5
2. El fracaso del fascismo en Gran Bretaña; el caso de la BUF 12
2.1 El fascismo en la sociedad británica de entreguerras 12
2.2 Punto de partida: sistema, cultura política británica y el factor económico 14
2.3 Antifascismo y antisemitismo 18
2.4 Cambio de escenario: hacia la Segunda Guerra Mundial 23
Conclusión 26
Bibliografía 28
4
Presentación
Al iniciar este trabajo quería centrarlo en algún aspecto de la Guerra Civil Española. Sin
embargo, la búsqueda de información me llevó a contemplar otras temáticas, las cuales, además,
me permitían indagar en contextos históricos que me eran menos conocidos.
En gran medida, acabé decantándome por la British Union of Fascists al apreciar como el
estudio del fascismo se había centrado en los casos en que los fascistas llegaron a tomar el
poder. Incluso, en algunos manuales, Italia y Alemania eran los únicos protagonistas. Ambos
casos resultan cruciales para el análisis del fascismo, pero ignorar o excluir del estudio los casos
en que los fascistas no llegaron a desarrollar su proyecto puede crear la falsa impresión de que
el fascismo fue una cosa restringida a unos cuantos países. Asimismo, prescindir de ellos es
también mutilar y descartar parte integrante de lo que es el fascismo.
En un primer momento me llamó la atención la relación entre género y fascismo en el caso
británico. Sin embargo, mientras leía, me pregunte a mí misma ¿por qué la BUF fracasó de
manera tan flagrante?
5
1. Europa, fascismo y Gran Bretaña
Hablar de fascismo implica forzosamente hacer referencia a la primera mitad del siglo XX
europeo, momento altamente conflictivo y de mutación histórica condensada. Este contexto,
junto a los problemas derivados de asumir la nueva sociedad de masas, posibilitó el nacimiento
del fascismo y le dio cabida como beligerante en el enfrentamiento entre distintos modelos para
la vertebración de la nueva sociedad.1
La nueva sociedad se venía anunciando desde las últimas décadas del siglo XIX. El
declive de la vieja casta aristocrática llevó también a la disolución del viejo orden: eclosionaban
los partidos de masas y el entretenimiento pasaba a fabricarse de forma industrial, siendo los
cines y los grandes almacenes ejemplo de ello.2 Finales del XIX e inicios del XX estuvieron
marcados por la oscilación entre el quebrantamiento del primer mundo y el advenimiento del
segundo, proceso que para muchos significó el desamparo más desolador: la aristocracia se
llevó consigo la seguridad y definición que ofrecían los pilares de la vieja sociedad. Los avances
científicos y tecnológicos ofrecieron cuantiosas novedades, como la luz eléctrica o los rayos X,
pero destruyeron los elementos más sólidos del viejo mundo, como el espacio-tiempo y la
integridad física.3 Preguntas tan básicas como ¿quién soy? o ¿a dónde pertenezco? quedaron
sin respuesta. Reinaban, en el arte y la filosofía, los presagios de catástrofe, evidenciado la
incertidumbre que provocaba el proceso de metamorfosis entre estos dos mundos. El pesimismo
cultural y la inadaptación a un nuevo ritmo de vida frenético fueron síntomas claros de una
fractura histórica.4 Muchos elementos del siglo XX encuentran su raíz en estos tumultuosos
cambios; el nuevo siglo recogió y afiló la eugenesia moderna y el darwinismo social de finales
del siglo XIX. En el caso británico tuvo especial influencia el eugenista Francis Galton, quien
había propuesto la creación de una raza de superhombres, favoreciendo -a través de la selección
artificial- la reproducción de las clases altas.5
La Gran Guerra completó de forma abrupta el salto al vacío; la que nació como una
guerra clásica acabó por barrer los últimos vestigios del Ancien Régime.6 El resultado del 1918
terminó con el balance of power de 1815, eliminando los imperios centrales y dejando 13
repúblicas donde, al inicio de la contienda, existían 3. Europa se inundó de nuevas
1 M. Mazower, La Europa negra. Desde la Gran Guerra hasta la caída del comunismo, (Barcelona: Ediciones B, 2001), 20-
22. 2 P. Blom, Años de vértigo. Cultura y cambio en Occidente, 1900-1914, (Barcelona: Anagrama, 2010), 447-487. 3 Ibíd., p. 140. 4 E. Traverso, A sangre y fuego. De la guerra civil europea (1914-1945), (Valencia: PUV, 2009), 135-146. 5 P. Blom, op. cit., pp. 365-560. 6 E. Traverso, op. cit., pp. 41-44.
6
constituciones que recalcaban su carácter democrático. Éstas ampliaron derechos y libertades,
en un intento de conciliar el viejo parlamentarismo y las sociedades de masas y, también, fueron
una respuesta al temor que infundió la Revolución Rusa.7 Dicho acontecimiento marcó el siglo
XX y resulta crucial para entender el fascismo en tanto que reacción anticomunista. Pese a que
la revolución acabó quedando circunscrita al territorio que sería conocido como Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), estableció la viabilidad el modelo revolucionario y
una forma alternativa de entender la sociedad, posibilidad que generó simpatías -como
evidencia la creación de múltiples partidos comunistas en Europa- y miedos -como evidencian
las numerosas reacciones anticomunistas, siendo una de ellas el fascismo-.
Tras la Gran Guerra se inauguró un período de «guerra civil europea», un período
caracterizado por la violencia masificada y la creciente difuminación entre retaguardia y el
frente, entre civil y soldado.8 La brutalización que se derivó de las experiencias en la Gran
Guerra fue de tal magnitud que incluso se ha interpretado en ella el origen del fascismo.9 De
hecho, su carácter formativo para el fascismo, en tanto que lustro de violencia masificada y
momento de nacionalización de la comunidad en combate, es innegable. Así, tras 1918, “la
cultura europea es un campo magnético atravesado por corrientes de alta tensión”,10 el momento
de más crudo enfrentamiento entre los hijos de la Ilustración que siguen sus pasos y los que se
rebelan contra ésta. Florecen y se multiplican los conflictos con características similares al que
había sido el caso Dreyfus, el cual había enfrentado a Maurice Barrès y Émile Zola, a la par que
había dividido a la opinión pública francesa. Un periodo enmarcado por dos guerras totales de
carácter mundial, pero que contuvo dentro de sí enfrentamientos y tensiones dentro de cada
nación.
El suelo europeo se volvió un campo de batalla esencialmente entre tres modelos para
la nueva sociedad: la democracia liberal, el comunismo y el nuevo modelo que, aunque con
elementos formativos anteriores, acabó de constituirse tras 1918: el fascismo, considerado la
mayor innovación política del siglo XX.11 Y lo cierto es que hubo una época en la que Europa
parecía dirigirse sin remedio a un nuevo orden fascista. La exportación de la Revolución rusa a
escala global no fue posible y para 1939 la democracia liberal parecía caducarse en su abrazo
al autoritarismo.12 Que el fascismo fuese el primero de los modelos en quedar fuera de juego se
7 M. Mazower, op. cit., pp. 20-22. 8 E. Traverso, op. cit., pp. 141-146. 9 G. L. Mosse, Fallen Soldiers, (Nueva York: Oxford University Press, 1990). 10 E. Traverso, op. cit., p. 201. 11 R. O. Paxton, Anatomy of fascism, (Nueva York: Random House, 2004), 3. 12 M. Mazower, op. cit., p. 10.
7
debió a su derrota militar en la Segunda Guerra Mundial, y en ninguna medida se trató de un
sistema ajeno a la cultura europea destinado a fracasar por cuestiones morales.13
En los años 20 emergieron diferentes movimientos fascistas -e incluso Benito Mussolini
llegó al poder-, pero los 30 fueron, sin duda, la década del fascismo; proliferaron cuantiosas
nuevas formaciones fascistas, como el Parti populaire français o la misma British Union of
Fascists, y las ya existentes expandieron su área de influencia. La segunda mitad del periodo
de entreguerras evidenció cómo el fascismo no estaba circunscrito al ámbito italiano,14 sino que
era un fenómeno principalmente europeo. En una década más conflictiva a nivel europeo y
nacional, el fascismo puso sobre la mesa su capacidad de conquistar la hegemonía en el campo
de la contrarrevolución, hacerse con el poder y desarrollar su proyecto. Un ejemplo de ello fue
la Austria de Engelbert Dollfuss.
Ahora bien, ¿qué define al fascismo? En primer lugar, es negación; es antiliberal,
antiindividualista y, sobre todo, anticomunista. Se distancia de las dos grandes culturas políticas
de la época, y la reforma de alguna de ellas no le basta; la divergencia es irremediable. Se sitúa
-a diferencia del movimiento comunista-, en contra de los principios establecidos en 1789 y
reniega de cualquier elemento que divida la nación. En segundo lugar, ofrecía una solución
radical a la crisis que atravesaba la Europa de entreguerras. A través de un ultranacionalismo
palingenésico15 divulga por un renacimiento de la nación percibida en decadencia. Su factor
nacionalista es un elemento en común a la vez que diferenciador, haciendo que, como fenómeno
supranacional, el fascismo no tenga una matriz única, sino que se adapte y busque su propia
receta para cada resurgimiento nacional.16
Más de un autor ha destacado el carácter revolucionario del fascismo17, pero este debe
presentarse, en todo caso, con matices: todo su anticapitalismo y discurso antiburgués
desapareció -o, cuanto menos, fue selectivo y parcial- al llegar al poder: no cambió el orden
precedente ni en términos económicos ni de ordenamiento social.18 Por ello, se podría hablar
de los fascistas como los revolucionarios de la contrarrevolución,19 por su síntesis entre
elementos conservadores y un discurso político rompedor, marcadamente violento y que
buscaba la integración de las masas. Allí donde llegó al poder, el fascismo necesitó del apoyo
de la gente común, así como de las élites tradicionales y de los resortes del poder existentes.20
13 Z. Sternhell, The Birth of Fascist Ideology, (Princeton: Princeton University Press, 1995), 3. 14 E. Gentile, Fascismo. Historia e interpretación, (Madrid: Alianza Editorial, 2004), 46. 15 R. Griffin ed., International fascism, (Londres: Arnold, 1998). 16 R. O. Paxton, op. cit., p. 20. 17 Debate historiográfico notablemente resumido en: E. Gentile op. cit., pp. 107-127. 18 Ibid., pp. 111-113. 19 E. Hobsbawm, Historia del siglo XX, (Barcelona: Crítica, 2011), 124. 20 R. O. Paxton, op. cit., pp. 10-15.
8
En última instancia, los efectos del Crack de 1929 -que hicieron saltar por los aires la
débil recuperación de los años 20- evidenciaron la existencia de una coyuntura que podía
permitir al fascismo hacerse con toda Europa. En consecuencia, la actividad europea de las
décadas 30-40 pasó a orbitar entorno al enfrentamiento entre fascismo y antifascismo. Fue,
asimismo, esta realidad la que explicó que la Guerra Civil Española deviniese un conflicto
concebido en clave internacional.
Gran Bretaña se insertaba, sin embargo, de forma particular en el contexto de
entreguerras. Mientras que la Europa continental estallaba en órdenes recién nacidos, Gran
Bretaña mantuvo un orden político ya maduro, que se había ido consolidando desde la
incipiente monarquía parlamentaria nacida en 1688. La entrada en la sociedad moderna no vino
marcada por la ruptura, sino por la continuidad del modelo político. La introducción de cambios
graduales permitió la continuidad de la élite aristocrática en la propiedad de la tierra,21 atenuó
su decadencia y favoreció, a su vez, su posterior mezcolanza con la burguesía, ya completa a
finales del XIX.22 En un juego de innovación y continuidad, la élite se vinculó a los principios
liberales durante la Época Victoriana, y al contrario de lo que ocurría en el continente, la
monarquía británica se amoldó a la nueva sociedad, siendo más popular que nunca.23
Estas continuidades también se dieron a nivel cultural: se mantuvo el elitismo que había
marcado la sociedad victoriana y, pese al proceso generalizado de abandono de la fe cristiana,
no se perdió su moral. La Iglesia mantuvo su papel nacional y los valores como el sentido del
deber o la cultura del esfuerzo prevalecieron. Sin embargo, los valores burgueses asociados a
la familia, la sexualidad y los propios roles de género, que habían calado ampliamente en la
sociedad, iniciaron una incipiente restructuración.24
Por otro lado, que el territorio británico fuese el primero en industrializarse permitió al
Estado -el cual durante el proceso se amplió con la incorporación de Irlanda, deviniendo el
Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda- situarse como superpotencia durante el siglo XIX,
distancia de ventaja que le permitió mantenerse como primera potencia económica europea tras
la Gran Guerra.25 Asimismo, la industrialización le permitió devenir una nación integrada y la
primera sociedad moderna, enfrentándose de forma inédita a los conflictos y retos de una nueva
sociedad, en la cual el término class acabó sustituyendo a rank como principal descriptor social.
21 E. Canales, La Inglaterra victoriana, (Madrid: Akal, 1999), 13-15. 22 E. Wasson, A History of Modern Britain. 1714 to the Present, (Oxford: Blackwell, 2016), 260. 23 E. Canales, op. cit., p. 114-215. 24 A. J. P. Taylor, Historia de Inglaterra, 1914-1945 (Madrid: Fondo de Cultura Económica,1989), 161. 25 J. Vernon, Modern Britain. 1750 to the Present, (Cambridge: Cambridge University Press, 2017), 188.
9
Desde finales del XIX, el minimal state del más puro liberalismo laissez-faire se fue
reformulando progresivamente, ofreciendo unos servicios mínimos (como la enseñanza
elemental gratuita) para hacer frente a la toma conciencia y organización de la clase trabajadora
en una sociedad industrializada a la par que desigual. La búsqueda de representación política
de las trade unión -las cuales tenían cada vez más miembros- acabó materializándose en el
Labour Party, el cual consiguió 29 escaños en las elecciones de 1906.
Asimismo, debemos tener en cuenta cómo era la metrópoli de un imperio inmenso. Tras
la Batalla de Waterloo, el Imperio Británico englobaba una quinta parte de la población
mundial, a lo cual, además, había que sumarle el llamado Imperio informal.26 Este imperio no
solo sobrevivió a la Gran Guerra, sino que aumentó su dimensión tras la repartición de los
territorios coloniales de los imperios destruidos entre 1914 y 1918. Además, contaba con un
poder naval sin igual y modernizado con el modelo Dreadnought.27 El Imperio era un elemento
crucial, pues condicionaba al conjunto de la población del archipiélago, como mínimo de forma
indirecta, a través del abastecimiento asegurado y con ello de comida a un coste menor.
También se le puede suponer un impacto cultural en forma de desarrollo de un orgullo
chauvinista ligado a la grandeza imperial -revestido de ideas de superioridad racial, misión
civilizadora, e interpretación de la evolución humana en términos darwinistas-, impacto
magnificado por la propaganda que desde finales XIX ligó Imperio y Corona.28 Igualmente
favorable fue que, tras la Gran Guerra, el principal competidor del país, Alemania, se encontrase
hundido. Ninguna potencia amenazaba el país, y, Londres -que no había visto trincheras en sus
tierras- se recuperase comparativamente pronto y prevaleciese como centro financiero mundial.
Estos elementos favorables no niegan la existencia de efectos negativos derivados de la
guerra: existió un impacto emocional derivado de las trincheras, así como un duro proceso de
vuelta a una economía de paz. Además, cabe recordar que fue en 1921 cuando se resolvió -de
forma parcial- la cuestión irlandesa. Pero especialmente hay que subrayar que, tras la contienda,
los británicos perdieron su posición y estatus de primera potencia económica mundial, siendo
erosionada a la vez su posición de primera potencia política frente a los Estados Unidos de
América. Ello, impactó profundamente en el orgullo británico; la recuperación de la categoría
de primera potencia para Gran Bretaña sería un elemento central en la cultura fascista británica.
También fue después de la guerra cuando el sistema de representación liberal, con
contados hombres propietarios, pasó a abrirse a la masa, de forma total en 1928 con el sufragio
26 E. Wasson, op. cit., pp. 160-209. 27 P. Blom, op. cit., p. 231. 28 E. Canales, op. cit., p. 314.
10
universal. No obstante, las masas se encontraban en gran medida lejos de la capacidad de influir
en asuntos públicos. En este proceso, con un periodo transitorio de juego a 3 bandas, se acabó
destruyendo el equilibrio liberal-conservador de la época eduardiana y el bipartidismo pasó a
jugarse entre laboralistas y conservadores. El Labour Party mantuvo su base obrera y un
carácter de clase, pero se posicionó cada vez más como un partido nacional y se alejó de forma
clara del comunismo y del socialismo continental.29 Sin embargo, los verdaderos fortalecidos
tras el conflicto fueron los conservadores, quienes unidos por la guerra superaron antiguas
diferencias, como las derivadas del tema arancelario.30 El conservador Stanley Baldwin -
relevado por Neville Chamberlain- y el laborista James Ramsay MacDonald fueron las figuras
políticas que dominaron la periodo de entreguerras, así como lo hicieron el cine y la radio,
especialmente a partir de la creación de la British Broadcasting Corporation (BBC). A la vez,
se mantuvo una cultura muy literaria, pero no estática; Aldous Huxley escribió Brave New
World en 1932, presentando sus inquietudes sobre la ciencia y la cultura del consumo masivo.
Una época que, aunque no fue equiparable a la convulsa situación alemana, albergaba tensiones,
por ejemplo, en términos de clase.
Las hunger marches aumentaron y la Huelga General de 1926 fue no solo la primera
huelga de masas en Gran Bretaña, sino el episodio del siglo XX que más dividió al país en
términos de clase, al mostrar la potencial fuerza y solidaridad de los sindicatos que se
movilizaron por el sueldo y las condiciones de los mineros. Sin embargo, el problema que
asolaba a la Gran Bretaña de entreguerras era el del desempleo,31 que a raíz de los efectos de la
Gran Depresión acabó llegando a los 3 millones de parados en enero de 1933 y que
posteriormente descendió. Asimismo, descendió la intensidad de la conflictividad social
durante los años 30, pero sin desaparecer, continuaron, por ejemplo, las hunger marches.32
Si el último tercio del siglo XIX y la Gran Guerra ya habían modificado y desgastado el
viejo liberalismo, los efectos del Crack de 1929 lo terminaron de sepultar. En este sentido, A.
J. P. Taylor sitúa 1931 como fecha divisoria,33 como momento en que se abandona un intento
frustrado de volver a la lógica anterior a la Gran Guerra. En 1931 se abandonó definitivamente
el patrón oro y en 1932, en la conferencia de Ottawa, se enterró el libre comercio y se optó por
un nuevo sistema comercial basado en tarifas y la preferencia imperial.34 Asimismo, el National
Goverment, coalición que en 1931 había sido formada para resolver fundamentalmente la
29 E. Wasson, op. cit., p. 212. 30 M. Kenneth O, ed. The Oxford History of Britain, (Oxford: Oxford University Press, 2010), 592. 31 E. Wasson, op. cit., pp. 281-298. 32 J. Vernon, op. cit., pp. 334-337. 33 A. J. P. Taylor, op. cit., p. 273. 34 M. Kenneth O. op. cit., p. 611.
11
situación económico-financiera, hubo de volcarse activamente en la política exterior en su
reelección. El cambio en el escenario internacional hizo que el modelo seguido hasta ese
entonces, basado en mantener la posición del país y la armonía interior, a través de la tregua
política y una paz basada en el desarme o el bajo nivel de armamento, fuese cada vez menos
viable. La llegada de Adolf Hitler al poder y su política de rearmamento, anexión y expansión,
así como el avance de Japón en Manchuria o la invasión italiana de Etiopía, hicieron que para
1935 el desarme internacional fuese una causa muerta. Ante esta coyuntura la Sociedad de
Naciones se mostraba inservible, dejando a Gran Bretaña en una posición débil, desde donde
se veía amenazada pero no tenía defensas.35 Por ello, se inició en 1936 un programa de
rearmamento centrado en la defensa área, priorizando la defensa del archipiélago, sus rutas
comerciales y el Imperio. Con los informes Inskip (1937 y 1938) se empezó a plantear una
perspectiva de supervivencia a un conflicto dilatado en el tiempo, poniendo el foco en
Alemania, pero sin perder de vista a la URSS, manteniéndose el anticomunismo crónico del
conservadurismo británico y la frialdad y distanciamiento de los laboristas del comunismo y la
Unión Soviética.36
Hasta 1939 el programa de rearmamento se restringió a los niveles de estabilidad
económica. Chamberlain, en sintonía con la voluntad de gran parte de la sociedad británica,
intentó evadir un conflicto con Alemania hasta el último momento, por temor a una nueva
guerra. La política de apaciguamiento puesta en práctica por el Primer Ministro no solo había
tolerado los incumplimientos de Hitler del tratado de Versalles, sino que había dado la espalda
a los republicanos españoles y permitido la invasión italiana de Etiopía.37
La escalada de tensiones y la creciente política de expansión alemana hizo que parte de
la opinión pública estallase en contra de la política de apaciguamiento, dividiendo incluso a la
derecha.38 La tensión llegó a su punto más álgido tras la invasión alemana de Polonia, haciendo
que finalmente Reino Unido -y Francia- le declarasen la guerra a Alemania el 3 de septiembre
de 1939.
35 M. Murfett, Shaping British Foreign and Defence Policy in the Twentieth Century: A Tough Ask in Turbulent Times,
(Basingstoke: Palgrave Macmillan, 2014), 52-131. 36 A. J. P. Taylor, op. cit., pp. 336-371. 37 M. Murfett. op. cit., pp. 86-107. 38 M. Kenneth O. op. cit., pp. 617-621.
12
2. El fracaso del fascismo en Gran Bretaña; el caso de la BUF
2.1 El fascismo en la sociedad británica de entreguerras
El fracaso de la BUF, al contario que el fracaso del sector de Gregor Strasser frente al de Adolf
Hitler, se insertó en el fracaso generalizado del fascismo en la sociedad británica, siendo uno
de los fascismos más débiles del periodo.39 El fascismo británico no solo quedó relegado del
poder, sino que fue desterrado a la marginalidad política, no logrando ningún asiento
parlamentario y consiguiendo únicamente un impacto limitado en términos sociales. Al
contrario que en gran parte de la Europa continental, en el caso británico los conflictos y
problemas de entreguerras se resolvieron a través del mantenimiento del sistema y la estructura
sociocultural, insertándose el caso del fascismo en el amplio fracaso de todos los proyectos que
proponían un cambio radical.40
El fascismo británico ha sufrido muchas veces de una explicación simplista de su fracaso
por la falsa premisa de tratarse de un movimiento importado, ajeno a Gran Bretaña. Lejos de
eso, la síntesis que hizo el fascismo británico entre ideas de Europa continental y las nativas
(que iban desde Galton hasta políticas económicas alternativas con raíz en la época eduardiana)
respondió a las inquietudes y ansiedades de la realidad británica.41
Los ejes que vertebraban las organizaciones fascistas fundadas en los años 20 -desde la
British Fascisti hasta la Imperial Fascist League- fueron los que más tarde personificaría la
BUF: anticomunismo, antisemitismo y revitalización imperial. Sin embargo, la totalidad de
formaciones anteriores a la BUF descansaban en un profundo elitismo y miedo a las masas.
Aspiraban al mantenimiento del status quo y la estructura constitucional, siendo organizaciones
de propaganda política con un entendimiento de la doctrina fascista limitado.42
En cambio, el fracaso de la BUF es la historia del fracaso del ejemplo más maduro,
coherente y serio del fascismo británico, tanto por su comprensión exhaustiva de la doctrina
fascista como por su intención de llegar al poder para implantar un proyecto propio.43 Fundado
el 1 de octubre de 1932 por Sir Oswald Ernald Mosley, el partido fue concebido como una
39 P. Morgan, Fascism in Europe 1919-1945, (Nueva York: Routledge, 2003), 93-97. 40 Véase: T. Andrew. The failure of political extremism in inter-war Britain, (Liverpool: Liverpool University Press, 2005). 41 T. Linehan, British fascism 1918-39. Parties, ideology and culture, (Manchester: Manchester University Press, 2000), 13-
113. 42 Ibid., p. 63. 43 R. J. B. Bosworth ed. The Oxford Handbook of Fascism, (Oxford: Oxford University Press, 2013), 491.
13
herramienta de precisión quirúrgica para un nuevo orden: la BUF no era un espacio dubitativo,
optaba de forma clara y consciente por el fascismo. Mosley había roto en 1926 con su etapa en
el Labour Party -donde había gozado de experiencia parlamentaria y había destacado por su
oratoria y carisma- y rompió también con el partido que fundó después, el New Party, donde se
produjo el acercamiento de Mosley al fascismo, que se acabó de sedimentar con su visita a la
Italia fascista en enero de 1932.44 El programa original de la BUF, The Greater Britain, no
dejaba lugar a dudas sobre su carácter fascista cuando declaraba “we have reached conclusions
which can only be properly described as Fascism”.45
Dicho programa se cimentaba bajo la certeza de la necesidad de un cambio radical ante el
irrefrenable colapso y decadencia de Gran Bretaña y un Old Gang incapaz de reaccionar. Ante
ello, se proponía un proyecto de regeneración nacional ligado a la defensa y revitalización del
Imperio Británico, ahora autárquico.46 Una resurrección que solo podía garantizar el fascismo,
a través de la reestructuración del sistema político-económico capitalista, remodelación que
descansaba en la eliminación de la democracia y la instauración de un sistema autoritario y
dictatorial que libraría a Gran Bretaña del sistema internacional surgido en 1918, con la
construcción del Imperio y un estado corporativista. Se permitiría así la superación del
antagonismo de clase a través de la cooperación nacional y la lucha efectiva contra el paro que
asolaba Gran Bretaña.
¿Por qué este proyecto fracasó de forma tan evidente? Los primeros estudios al respecto se
centraron en subrayar los elementos más mecánicos del fracaso de la BUF: la escasez de
dinero47, la volatilidad de su militancia y la distribución espacial de ésta, que, aunque
concentrada en las áreas urbanas del sudeste de Inglaterra, estaba muy fragmentada
espacialmente no disponiendo ni siquiera de núcleos sólidos y estables en el tiempo.48 Ello
evidenció la poca efectividad con la que se insertó la BUF en la sociedad británica. Fueron
realmente los elementos de fondo, el encaje de la BUF y sus propuestas en el contexto nacional,
lo que explicó que Mosley pasase de ser visto por algunos como el future Prime Minister49
durante su paso por el Labour Party a ser internado el 23 de mayo del 1940 y su organización
proscrita.
44 M. Worley, “Why fascism? Sir Oswald Mosley and the conception of the British Union of Fascist”, History 96 (2011), 68-
83. 45 O. Mosley, The Greater Britain, (1932). 46 T. Linehan, op. cit., pp. 201-229. 47 C. Cross, The fascists in Britain, (Londres: Barrie & Rockliff, 1961), 32-55. 48 R. Thurlow, Fascism in Britain. A History 1918-1985, (Nueva York: Basil Blackwell, 1987), 122-130. 49 S. Dorril, Blackshirt: Sir Oswald Mosley and British Fascism, (Londres: Penguin Books, 2017), 69-102.
14
2.2 Punto de partida: sistema, cultura política británica y el factor económico
A veces se ha hablado, incluso historiográficamente, de la cultura política británica como
una especie de naturaleza moderada y tolerante, incompatible con movimientos violentos como
el fascismo. Sin embargo, la brutalidad y el autoritarismo estaban más que presentes en la Gran
Bretaña del siglo XX, como evidencia la persecución de minorías.50 La cultura política británica
no emerge como un elemento inquebrantable que, independientemente del resto de factores,
hubiese hecho fracasar al fascismo. Elementos como la victoria en la Gran Guerra -que pagó
muy cara, pero que le permitió librarse de los resentimientos y condiciones de una derrota- y el
cojín económico que aportaba el Impero permitieron a ésta sostenerse.
Se trata de cómo el sistema británico tanto a nivel social, político como económico, portaba
una trayectoria de largo recorrido histórico. Al contrario que la II República Española o la
República de Weimar, el asentamiento del sistema le permitió a Gran Bretaña tener una
estructura política y unos valores mucho más consolidados y legitimados ante los problemas de
entreguerras, marcando un punto de partida más difícil para el fascismo.
El fascismo, en tanto que último de los tres grandes modelos en entrar en la escena política,
necesitaba de la creación de un espacio. En Gran Bretaña ya había tenido lugar la instauración
del sistema de partidos y diversas asociaciones, y con ello la disputa por el encuadramiento de
los grandes grupos sociales, que, a través de sucesivos enfrentamientos y reajustes, fueron
quedando integrados en el sistema.51 La BUF no disponía de un grupo social amplio al que
dirigirse de forma exclusiva, ni tampoco logró cambiar la situación; el Conservative Party (más
tarde el National Goverment) englobó a aquellos que optaron por una solución patriótica,
evitando así la fragmentación y polarización de las clases medias52 y el Labour Party englobó
a la mayoría de la clase trabajadora.53 Al no conseguir una desvinculación de las legitimidades
preexistentes, se imposibilitó un cambio en la cultura política que pudiese derivar en la
adopción del fascismo, es decir, un proceso de fascistización. La BUF solo consiguió atraer
personas alienadas de los conventional establishment values, aquellos a los márgenes de cada
grupo social; obreros no organizados, sectores minoritarios e inadaptados sociales.54
50 R. Benewick, The Fascist Movement in Britain, (Londres: Penguin press, 1972), 300-307. Como crítica en profundidad al
respecto véase: D. S. Lewis, Illusions of Grandeur: Mosley, Fascism and British Society 1931-81, (Manchester: Manchester
University Press, 1987), 258-263. 51 J. J. Linz, “Some Notes Toward a Comparative Study of Fascism in Sociological Historical Perspective”, En Fascism a
reader’s guide ed. W. Laqueur. (California: University of California Press, 1976), 4-8. 52 M. Blinkhoron, ed, Fascist and conservatives, (Londres: Routledge, 1990), 268. 53 D. S. Lewis, op. cit, p. 25. 54 K. Lunn y R. Thurlow eds, British fascism, (Londres: Croom helm, 1980), 153-163.
15
El largo proceso de asentamiento de una tradición y sus símbolos fueron cruciales para
que estas legitimidades se mantuviesen férreas, pero también hubo políticas activas que las
reforzaron. Fue entonces cuando Baldwin reinventó el Conservative Party, abrazando la
extensión del voto -que antes había horrorizado al mismo partido- y presentando la democracia
como algo inherentemente inglés, que era ofrecido al resto del país. La defensa de esa
democracia como algo innato pese que, como tal, solo llevaba funcionado desde 1928, sirvió
para apelar a las masas a la vez que como herramienta para alejarlas del comunismo y, más
tarde, del fascismo.55 Para el grueso de la sociedad los valores liberales eran algo neutral y
natural, eran valores británicos, disfrutaban así de una hegemonía cultural a nivel público de la
que hablaba Gramsci, reforzada por la presentación de figuras como Baldwin, George V o Jack
Hobbs como ciudadanos modélicos, en tanto que representantes de estos valores.56 El respeto
al juego electoral y los valores heredados de la Época Victoriana, como la respetabilidad, honor
o un notable elitismo cultural, jugaron en contra de la BUF, que planeaba la eliminación del
parlamentarismo. Además, las clases altas consideraron vulgar y deplorable que Mosley, que
venía de una familia de terratenientes, optase por manifestaciones multitudinarias, la violencia,
etc.57 Es en este sentido que el estilo violento de la BUF hizo que gran parte de la sociedad
británica se alejase de su proyecto. No fue la violencia en sí misma -pues el mismo Estado no
tuvo reparo en emplear a fascistas contra los manifestantes en la Huelga General de 1926 -, la
violencia en defensa del orden imperante fue vista como aceptable, pero la BUF “appeared to
offend against the British ‘myth of themselves’ as an orderly, civilized people”58 al usar la
violencia en nombre de otro proyecto, que fue lo que se castigó socialmente.59
La abdicación de Edward VIII fue la muestra más evidente de como la consolidación de
los valores liberales y la propia monarquía perjudicaron a la BUF. El 20 de enero de 1936
fallecía el rey George V y le sucedía Edward VIII, quien, al contrario que el primero, no
mostraba respeto al juego parlamentario; demandaba su derecho de intervención en asuntos
exteriores y mostraba abiertamente sus simpatías hacia el fascismo.60 A ojos de la BUF era la
oportunidad perfecta para llegar al poder como lo había hecho Mussolini. Sin embargo, Edward
VIII se vio obligado a abdicar en diciembre de 1936, en parte por la influencia de la Iglesia y
la obsesión británica con la moralidad y el sexo, pero también entró en juego su intención de
55 J. Vernon, op. cit., p. 341. 56 M. Cronin, ed. The failure of British fascism: the far right and the fight for political recognition, (Basingstoke: Macmillan,
1996), 34. 57 J. S. Woolf, ed, Fascism in Europe, (Nueva York: Methuen Publishing, 1981), 262. 58 M. Blinkhoron, op. cit., p. 277. 59 N. Copsey y D. Renton. British Fascism, the Labour Movement and the State, (Londres: Palgrave Macmillan, 2005), 27-43. 60 M. Pugh, Hurrah for the blackshirts! Fascist and Fascism in Britain between the wars, (Londes: Pimlico, 2006), 239-251.
16
actuar por cuenta propia en la política exterior, lo cual fue percibido como peligroso por los
dirigentes de todos los partidos. Si bien, parte de la clase alta podía compartir sus visiones, el
hacerlo tan explícitamente desde su posición fue mal visto.61
Ambos factores explican que la campaña que organizó la BUF para la preservación de
Edward VIII como monarca no solo no tuviese aceptación, sino que fuese contraproducente,
pues el apoyo de los fascistas al monarca probó como, en efecto, el rey era peligroso.62 La
abdicación terminó siendo doblemente perjudicial para la BUF: eliminó la posibilidad de llegar
al poder siguiendo el modelo italiano y evitó una crisis política e institucional, ya que la
monarquía como institución estaba suficientemente asentada. Además, su sucesor, George VI,
defendió los valores liberales. Exceptuando el reinado de Edward VIII, la monarquía fue un
elemento de apoyo al sistema y funcionó como centro del nacionalismo y sentimiento imperial
que le restó atractivo a la BUF.
Por otro lado, la inexistencia de una amenaza comunista paradójicamente perjudicó a la
BUF, restándole razón de ser. Los sindicatos que se radicalizaron bajo el ejemplo de 1917,
como Red Clydeside, quedaron restringidos al ámbito regional y fueron rápidamente reprimidos
por el gobierno.63 Al no tener lugar ningún modelo de Bienio Rosso ni ninguna Revolución
Espartaquista, y en tanto que el comunismo fue siempre marginal, no existió un pánico
generalizado a una amenaza comunista, minando la posibilidad de que sectores atemorizados
por la misma se pasasen al fascismo, y esta falta le restó fuerza al discurso alarmista de la BUF.
Fue igualmente fundamental el particularismo del Labour Party. El partido que englobaba la
mayor parte de la clase trabajadora seguía una lógica diferencial respecto a los partidos
socialistas continentales: el anticomunismo y la moderación del laborismo británico hizo que
no fuese percibido como amenaza sino como garantía del orden.64 Su papel pacífico en la
Huelga General de 1926 evidenció que no estaban interesados ni en una revolución ni en la
confrontación con el gobierno.65 La figura de MacDonald, primer ministro laborista, acabó
siendo símbolo del compromiso con los cambios graduales insertados en el juego político.
Por otra parte, es innegable que Gran Bretaña se vio afectada por las consecuencias económicas
del Crack de 1929, llegando a los 3 millones de parados en enero de 1933. Sin embargo, su
comparativamente modesta intensidad junto a una gradual pero temprana recuperación, hizo
61 M. Pugh, op. cit, p. 234. 62 S. Dorril, op. cit., p. 397. 63 E. Wasson, op. cit., pp. 282-287. 64 J. Vernon, op. cit., p. 346. 65 M. Kenneth O., op. cit., p. 608.
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que el sistema económico no colapsase, no deviniendo una amenaza para la desestabilización y
deslegitimación del sistema político-social. Asimismo, subyace un juego de retroalimentación:
la consolidación del sistema, junto a la legitimidad que recibió tras la victoria en la Gran Guerra,
le dio un margen de aguante mayor ante los problemas económicos, ya que la élite no apoyaba
el sistema de forma meramente condicional, como en Alemania.66
No deja de ser indicativo que el momento de mayor afiliación (40.000-20.000
miembros),67 mejor posición social de la BUF, y de mayor credibilidad y respetabilidad de la
crítica fascista a la democracia fuese entre 1932-1934, cuando la crisis económica llegó a su
punto más álgido.68 En cambio, afiliación, posición social y firmeza de la crítica a la democracia
vieron su fuerza diluirse cuando la recuperación económica empezó a ser perceptible. El
abandono del patrón oro, los bajos tipos de interés y la preferencia imperial, aunque fuese de
forma indirecta, redujeron el desempleo, desarticulando el reclamo principal de la BUF: la lucha
contra el paro. Cuanto más valor seguro era el National Government para la estabilidad y la
recuperación, menos veían las clases medias la necesidad de una alternativa radical y autoritaria
como la fascista.69 La errónea compresión de la agudeza de la crisis y de la incapacidad del Old
Gang de hacerle frente quebraron el planteamiento de la BUF, al no poder encontrar en los
desempleados un grupo de decidido apoyo a la causa fascista: la mayoría de ellos, al encontrar
trabajo abandonó la BUF.70
Si bien, lo económico no se relaciona de forma mecánica con el nivel de adherencia del
fascismo en un territorio (en Francia el efecto de la crisis fue menor, y en cambio, el fascismo
tuvo más influencia y presencia que en Gran Bretaña) sí puso un freno a su potencial. Además,
la BUF vivió el punto más álgido de la crisis económica cuando ni siquiera había pasado un
año desde su creación, siendo incapaz de aprovecharla en su beneficio debido a su juventud.
A este elemento hay que sumarle como las políticas económicas de la BUF
representaban un enfrentamiento directo con la política económica imperante. Desde 1850 los
dominions tenían derecho a imponer aranceles aduaneros, control que habían utilizado para
proteger su manufactura. Es cierto que el National Government dio pasos en la dirección en la
que apuntaba Mosley, pero el proteccionismo y la preferencia imperial establecidos en 1931-
1932 se hicieron desde una cierta flexibilidad y cooperación con los dominions. La propuesta
de Mosley, más draconiana y autoritaria, descansaba en una relación unidireccional entre la
66 M. Cronin, op. cit., p. 13. 67 El debate sobre las cifras de afiliación en T. Linehan op. cit., pp. 160-161. 68 D. S. Lewis, op. cit., p. 62. 69 T. Andrew op. cit., p. 69. 70 M. Blinkhoron, op. cit., p. 276.
18
metrópoli y el resto del Imperio, propuesta que hubiese sido respondida con violencia por los
dominions y que no era -y no podía ser- compartida por el establishment británico.71
2.3 Antifascismo y antisemitismo
Otro elemento crucial en el fracaso de la BUF fue la oposición y el enfrentamiento activo
por parte de los antifascistas. Aquellos que, viendo en el caso italiano la evidencia de que la
moderación era seguirle el juego al fascismo, optaron por la confrontación directa -y en la
mayoría de los casos, la violencia- cuando éste se significó en su país.
Los antifascistas británicos no solo evidenciaron las contradicciones y flaquezas de la
propuesta fascista con contrapropaganda, sino que confrontaron físicamente sus mítines y
marchas. Se esforzaron en obstaculizar la difusión del discurso fascista a través de canticos y
violencia, que impidieron la comunicación orador-audiencia.72 Este elemento, a su vez,
desencadenó una respuesta violenta por parte de la BUF, dando paso a una espiral de violencia
entre ambos sectores. Esta dinámica hizo que la imagen de la BUF no fuese atractiva. Al
contrario que en el caso italiano, los seguidores de Mosley no fueron vistos como un cuerpo
garante del orden, sino como desestabilizadores del mismo. No pudieron hacer frente a los
ataques de los antifascistas, necesitando incluso de la protección de la propia policía para llevar
a cabo sus actividades. 73
Dentro del antifascismo activo destacó el Communist Party of Great Britain (CPGB),
que actuó como coordinador de una pluralidad de grupos con proyectos políticos diferentes
pero que coincidían en tanto que antifascistas. Para que esta coordinación fuese amplia y
eficiente fue esencial el cambio de paradigma en la concepción del fascismo y la adopción de
la estrategia del Frente Popular en el seno de la III Internacional, la cual situó la lucha contra el
fascismo como eje central.74 Aunque este cambio moderó al CPGB -y en ocasiones lo hizo
titubear sobre el uso de la violencia-, posiblitó la cooperación con grupos socialdemócratas.75
El Labour Party mantuvo su ya endémico anticomunismo; rechazó y bloqueó toda
posibilidad de una alianza a nivel nacional. Sin embargo, el discurso laborista que equiparaba
fascismo y comunismo no convenció a las secciones más arraigadas a la izquierda del partido.
71 R. Thurlow, op. cit., pp. 160-162. 72 K. Hodgson. Fighting Fascism. The British Left and the Rise of Fascism, 1919–39, (Manchester: Manchester University
Press, 2010), 195-199. 73 D. S. Lewis, op. cit., p. 115. 74 R. Thurlow, op. cit., p. 79. 75 K. Hodgson, op. cit., pp. 145-149.
19
Es por ello crucial observar las dinámicas locales, nivel en el que sí se dio una cooperación en
clave frentepopulista entre CPGB, el Independent Labour Party (ILP), miembros del Labour
Party, cuantiosos grupos locales ya existentes y algún liberal a título individual. Sus acciones
coordinadas impidieron el normal desarrollo de las actividades de la organización fascista -por
ejemplo, a través de la persuasión de concejales locales u otras tácticas-, y acabaron negándole
a la BUF espacios de proyección y difusión de su discurso. Esta fue una dinámica que se generó
incluso allí donde la BUF ya era un factor residual, como en Escocia.76
El primer gran enfrentamiento tuvo lugar en el mitin de Olympia el 8 de junio de 1934.
Olympia se presentaba como una gran oportunidad para la BUF, ya que entre la audiencia
(10.000-15.000 personas) había un número considerable de representantes de la élite política,
incluyendo 150 miembros del parlamento. El mitin fue asaltado por los antifascistas, los cuales
frustraron el acto y provocaron el estallido de la violencia entre ambos bandos.
Si bien, al contrario de lo que se había postulado hasta ahora, Olympia no significó el
completo ostracismo y fracaso prescrito de la BUF por la condena de sus métodos violentos,77
sí que marcó el fin de una etapa de relativa moderación de la BUF, pues el partido se había
intentado situar entre una mirada conservadora y el apoyo del Daily Mail. Además, Olympia
inauguró el inicio de un ciclo de enfrentamientos constantes con los antifascistas.
Durante los dos años siguientes los antifascistas irrumpieron en casi cada mitin de la
BUF celebrado en una gran ciudad, sumergiendo al partido fascista en una incesante violencia
que acabó llevando a la BUF a ser vista por las autoridades como responsable de la violencia y
el desorden público. La conocida como la Batalla de Cable Street fue el punto álgido de esta
dinámica. El 4 de octubre de 1936 los antifascistas se enfrentaron a la policía británica, que
custodiaba la marcha de la BUF, consiguiendo frenarla. La Batalla de Cable Street pasó a la
historia como un mito para el antifascismo.78 De hecho, la reacción de los comunistas fue
inmediata: a través de The Daily Worker describieron los hechos como una rotunda victoria
sobre las fuerzas fascistas.79 La misma narrativa se repitió en el resto de órganos de prensa
vinculados con las fuerzas antifascistas, como es el caso ILP, que calificó el enfrentamiento
como el golpe más duro jamás asestado al fascismo, expresándolo en términos de clase y
ligando la victoria con la situación en España.80
76 L. Turbett, “Blackshirts in Red Scotland: an analysis of fascism and its opponents in inter-war Scotland”, Universidad de
Glasgow (2012), 34. 77 M. Pugh, op. cit., pp. 156-165. 78 T. Kushner y N. Valman. Remembering Cable Street: Fascism and Anti-fascism in British Society, (Londres: Vallentine
Mitchell, 2000), 1-4. 79 Anónimo, “Mosley did not pass: East London Routs the fascists”, The Daily Worker, 5 de octubre de 1936. 80 Anónimo, “They did NOT pass. 300,000 workers say NO to Mosley”, 6 de octubre de 1936.
20
La confrontación del 4 de octubre hizo ver a la policía como no era posible mantener el
papel de árbitro que esta deseaba ejercer, y el elevado coste, en personal y en daños, que
suponía. Fue la Batalla de Cable Street lo que hizo que, en el largo debate entre si priorizar y
garantizar el derecho a la libertad de expresión o la defensa del orden público, las autoridades
se acabasen decantando por la intervención. Pese que el debate se había iniciado a raíz de la
Hunger march de 1932, fue el enfrentamiento entre la BUF y los antifascistas lo que elevó de
nivel el debate y acabó haciendo que se antepusiese la defensa del orden público y se recortasen
las libertades civiles, siendo la aprobación de la Public Order Bill, el diciembre de 1936, la
constatación práctica de este cambio.81
Dicha ley prohibió el uso de uniformes y armas en espacios públicos, así como el uso
de la violencia para promover objetivos políticos. Asimismo, controló y reguló desfiles,
marchas y mítines, poniendo el foco en los grupos paramilitares, como la BUF. Estas medidas
no fueron debidas a que las autoridades se sumasen a los principios antifascistas, sino a la
necesidad de un mayor control social del extremismo político, al sentir que el orden público
podía ser amenazado. El estado actuó contra los movimientos que se encontraban detrás de una
agitación mayor de la que estaban dispuestos a tolerar bajo el amparo de la libertad de expresión,
aplicándose por igual a grupos de extrema derecha y de extrema izquierda - o incluso más a
estos segundos-.82 Así, el antifascismo que se ha calificado como «pasivo», propio de sectores
conservadores y laboristas, pese a que funcionó en la medida en que contribuyó a la solidez del
sistema y le negó un espacio al fascismo,83 solo pasó a imponer limitaciones a la BUF como la
defensa de su propio proyecto político.
Ahora bien, sería un error ver en la Public Order Bill el fin de la BUF, ya que solo
consiguió limitar sus actividades a corto plazo. Pese a ello, los antifascistas no cesaron su
actividad, haciendo que, para finales de 1938, las grandes salas para celebrar mítines no
estuviesen disponibles para la BUF, y que para 1939 ningún gran espacio en las ciudades
importantes de Inglaterra les fuese cedido. Esto dejó a la BUF muda en muchas áreas del país
o bien hizo que pasara a depender mítines al aire libre, los cuales los convertían en blancos más
fáciles. La persistencia de la violencia fascista-antifascista haría que el siguiente paso de las
autoridades fuese plantearse la prohibición de las actividades de la BUF.84
81 M. Cronin, op. cit., p. 46. 82 K. Lunn y R. Thurlow, op cit, pp. 135-149. 83 N. Copsey, y A. Olechnowicz. Varieties of Anti-Fascism, (Londres: Palgrave Macmillan, 2010), 91. 84 K. Lunn y R. Thurlow, op cit., pp. 135-149.
21
En otro orden de cosas, la BUF adoptó el antisemitismo como política oficial el octubre
de 1934 en el mitin de Albert Hall. Historiográficamente existe un debate entre aquellos que
ven en el antisemitismo un elemento intrínseco a la ideología de la BUF, el cual se vio moldeado
por el contexto,85 y aquellos que le otorgan un carácter oportunista, una medida para captar
militancia e influencia.86 Ahora bien, lo que es indiscutible es que, a partir de 1934, marchas,
mítines y panfletos de la BUF quedaron empapados de antisemitismo. Si en The Greater
Britain, el antisemitismo no había estado presente, devino una cuestión central en el programa
político Tomorrow we live, de 1938.87
El antisemitismo reportó ciertas ventajas: dotó al discurso de la BUF de un enemigo más
tangible que el Old Gang, estereotipando al judío como todo lo malo y lo ajeno a la sociedad
británica, quedando ligado al comunismo y a la decadencia de la sociedad moderna. Además,
el antisemitismo no era ajeno a la sociedad británica. La imagen de la hidden hand judía para
desestabilizar el Imperio precedía a los grupos fascistas88 y se extendía de forma amplia por
todo el espectro político, por lo que no era raro considerar que podía actuar como elemento de
unión interclasista. En sintonía con la mayor parte de Europa, el antisemitismo latente emergió
en un momento de crispación, extendiendo y sofisticando el argumentario en el periodo de
entreguerras.89 Entre 1881-1914 habían migrado a Gran Bretaña unos 150.000 judíos de la
Europa continental. Estos, al contrario que los ya presentes en el país, optaron por no integrarse,
siendo fácilmente reconocibles y señalables, deviniendo las víctimas principales de todo tipo
de antisemitismo.
Pese a esta realidad, en Gran Bretaña el antisemitismo se mantuvo como un asunto
privado, mientras que, en Alemania, figuras como Heinrich von Treitschke o Richard Wagner
habían otorgado al antisemitismo una pátina de respetabilidad y una dimensión pública.90 En el
contexto británico, no solo fue posible una simbiosis cultural mayor por la inexistencia de una
crisis de identidad, sino que la tradición colonial, que proyectaba la superioridad moral, cultural
y racial sobre dominio colonial, minó el potencial del antisemitismo como movilizador social.
Los judíos eran tan solo un grupo, y no el más importante -representaban solamente el 0.7% de
la población- de los que podían ser objeto negativo de identificación y definición de la
supremacía blanca.91
85 D. Tilles, British Fascist Antisemitism and Jewish Responses, 1932–40, (Londres: Bloomsbury Academic, 2015), 31-53. 86 R. Thurlow, op. cit., pp. 104-110. 87 O. Mosley, Tomorrow we live, (1938). 88 T. Linehan op. cit., p. 177. 89 D. S. Lewis, op. cit., p. 102. 90 K. Lunn y R. Thurlow, op. cit., pp. 114-134. 91 G. C. Lebzelter, Political anti-semitism in England 1918-1939, (Londres: Palgrave Macmillan, 1978), 170-177.
22
El antisemitismo no solo resultó inadecuado como instrumento para conseguir el apoyo
de las masas, sino que acabó siendo contraproducente: la BUF quedó restringida allí donde
existía un cuerpo identificable de extranjeros, siendo la zona más destacada East End de
Londres. Durante 1935-1936 la BUF colapsó como movimiento nacional y devino una fuerza
de carácter local allí donde el antisemitismo era suficientemente fuerte como para permitírselo.
La organización fascista quedó encerrada en un “cycle of anti-semitic hatred, reaffirmed by
anti-fascists activities amongst the Jews, which had eclipsed all other aspects of the party’s
programme”92 transformándose, a efectos prácticos, en un single issue party.
Pero, incluso en las zonas de aglomeración judía donde concentraron sus actividades la
rentabilidad fue relativa e incluso cuestionable. En su mayoría eran zonas profundamente
obreras y pobres, que, pese a los esfuerzos de la BUF por acercarse a estos sectores sociales,93
se mantuvieron mayoritariamente hostiles al fascismo. El fracaso del partido en las London
County Council Elections de marzo de 1937 fue la prueba que certificó el fracaso de la BUF en
su intento de obtener el apoyo de los sectores obreros. El antisemitismo era endémico en East
London y la BUF consiguió movilizarlo, pero éste distaba de ser masivo y la BUF no traspasó
el siguiente nivel: romper la lealtad hacia el Labour Party que reinaba en esas zonas.
Los efectos negativos que reportó el antisemitismo no se quedaron aquí. Los judíos, lejos
de ser un elemento pasivo, respondieron ante la situación. La comunidad de judíos británicos,
o Anglo-jewry, no era un ente homogéneo, y si bien ya existía una división entorno si integrarse
o no en la sociedad británica, el antisemitismo vino a plantear otro dilema: ¿debían defenderse
o ser pasivos para no llamar la atención? Los integrados en la sociedad británica en su mayoría
prefirieron mantenerse distantes para conservar su posición social. En cambio, los judíos no
integrados -mayoritariamente de clase obrera- acabaron apostando por defenderse activamente,
yendo no solo contra los fascistas sino, también, en contra de sus nominal leaders.94
Así, mientras que el Board of Deputies of British Jews llamó a la pasividad, la Jewish
People’s Council creyó inseparable el antisemitismo del fascismo y, consecuentemente, se
insertó en la lucha antifascista, en la que acabó siendo un bastión fundamental. Otros judíos
optaron por sumarse a opciones antifascistas que no tenían el núcleo en la cuestión judía, siendo
la opción mayoritaria el CPGB, partido que se benefició de la división de clase dentro de la
Anglo-jewry. Los judíos dentro del CPGB fueron cruciales, ya que empujaron al partido a entrar
en enfrentamientos cuando este dubitaba debido a la necesidad de presentarse como un partido
92 D. S. Lewis, op. cit., p. 107. 93 W. Joyce, "The World, the Flesh and Financial Democracy”, Action, 11 de junio de 1936. 94 G. C. Lebzelter, op. cit., pp. 136-154.
23
respetable para la búsqueda de una colaboración frentepopulista a nivel estatal. De hecho,
fueron los judíos del partido comunista quienes lo empujaron a entrar en lo que acabó siendo la
Batalla de Cable Street.95
En consonancia con los órganos de prensa de la izquierda política, The Jewish Chronicle
-y otros diarios que se definan en primera instancia como judíos- también celebró el 4 de octubre
de 1936 como una victoria sobre las fuerzas reaccionarias.96
2.4 Cambio de escenario: hacia la Segunda Guerra Mundial
La escalada de las tensiones y el inicio de la cadena de conflictos que acabarían por desembocar
en la Segunda Guerra Mundial planteó un nuevo escenario para la BUF. Por primera vez, el
partido conectó con una causa con raíces profundas en la cultura política británica: la campaña
por la paz y la no intromisión en los asuntos europeos continentales. Esto le permitió al partido
un aumento de miembros e influencia equiparables al de 1933-1934, resurgiendo como
movimiento nacional.97
El fascismo de Mosley fue fundado bajo el rechazo a la guerra,98 creía en la necesidad
de un nuevo orden fascista europeo, liderado por la Four Power Bloc of Fascist nations (Gran
Bretaña, Italia, Alemania y Francia), la cual debía ser garante de la paz. Pese a que una
cooperación a largo plazo entre las potencias fascistas era difícilmente viable, dado que las
diferentes proyecciones imperiales chocaban entre sí, fueron estas ideas las que llevaron a BUF
a acercarse a Mussolini y Hitler, así como a abogar por la paz.99
La campaña por la paz basada en la Mind Britain’s Business -la no interferencia o puesta
en marcha de una guerra si no se amenazaban los intereses británicos- no consiguió presentar a
la BUF como la defensora de la paz en términos neutrales. Su defensa de las políticas de
apaciguamiento entorno Alemania, sumado a la campaña en contra de las sanciones que la
Sociedad de Naciones imponía a Italia tras la invasión de Etiopía y declaraciones sobre como
“Italy and Japan should be free to expand where no British or Empire interest is adversely
95 T. Kushner y N. Valman, op. cit., p. 54. 96 Anónimo, “The people said <<NO!>>”, The Jewish Chronicle, 9 de octubre de 1936. 97 G. C. Webber, “Patterns of Membership and Support of the British Union of Fascist”, Journal of Contemporary History 19
(1984), 593. 98 S. Cullen, “The Development of the Ideas and Policy of the British Union of Fascists, 1932-40”, Journal of Contemporary
History 22 (1987), 130-133. 99 G. Love, “‘What’s the Big Idea?’: Oswald Mosley, the British Union of Fascists and Generic Fascism", Journal of
Contemporary History 42 (2007), 464-466.
24
affected”100, hizo evidente el carácter parcial de esta paz, restringida a una Europa blanca y que
favorecía a los ideológicamente cercanos a la BUF.101
Además, la BUF estaba demasiado identificada con el nacionalsocialismo como para
liderar un movimiento pacífico.102 En 1937-1938 se terminaba un largo proceso de substitución
en el modelo fascista de referencia para el partido. En el seno de la BUF se desarrolló, a pequeña
escala, la lucha por la internacionalización que estaba teniendo lugar entre la Italia y la
Alemania fascistas, por la influencia como modelo hegemónico de fascismo.103 El resultado,
favorable para Alemania, acabó determinando el cese de las conexiones británico-italianas y
del financiamiento italiano que la BUF había estado obteniendo mensualmente desde la
primavera de 1933 (5.000 libras mensuales, más tarde reducidas a 3.000).104 A la vez, el
acercamiento a la órbita alemana provocó una reorganización interna del partido británico,
aumentando la influencia y poder de la facción más radical, con figuras como William Joyce o
John Beckett, defensores de un antisemitismo virulento y una retórica más revolucionaria. Este
cambio marcó la pérdida definitiva de la facción más conservadora: aquellos más próximos al
fascismo italiano abandonaron la organización.105 La BUF se mostró incapaz de mantener los
diferentes sectores fascistas unidos.
La asociación general entre la BUF y nacionalsocialismo oscureció el futuro de la
organización británica a partir del 3 de septiembre de 1939, cuando Reino Unido declaró la
guerra a Alemania. El estallido de la Segunda Guerra Mundial sorprendió a la BUF en una muy
mala posición: no tenía fuerza y estaba identificada con el enemigo. El miedo al
quintacolumnismo, a un golpe de estado interno para una paz con Alemania -pese a la falta de
evidencias del mismo-, guió las acciones de las autoridades.
El mismo 3 de septiembre se promulgó la Under Emergency Powers Defence
Regulation 18B, que permitía a las autoridades detener a aquellos que considerasen capaces de
perpetrar actos perjudiciales contra el Estado. Esta ley fue ampliada el 22 de mayo, con el fin
de la phoeny war, para poder internar específicamente a los fascistas a través de la autorización
del internamiento sin juicio de aquellos sujetos a influencia extranjera o que simpatizasen con
los enemigos. 750 miembros de la BUF fueron internados, convirtiéndose juntamente con
miembros del Irish Republican Army y los pacifistas en la principal víctima de esta ley.
100 O. Mosley, “War or peace?”, Action, 12 de febrero de 1936. 101 D. S. Lewis, op. cit., pp. 184-195. 102 J. S. Woolf, op. cit. pp. 274-275. 103 S. Garau, “The Internationalization of Italian Fascism in the face of German National Socialism, and its Impact on the
British Union of Fascists”, Politics, Religion & Ideology 15 (2014), 54-60. 104 C. Chini, “Fascismo britannico e fascismo italiano. La British union of fascists, Oswald Mosiey e i finanziamenti”,
Contemporanea 11 (2008), 451. 105 S. Garau, op. cit., p. 63.
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Esta medida, que inició en nombre de la defensa de la seguridad nacional, se mantuvo
como acto político: el internamiento de los fascistas fue usado como chivo expiatorio para
mantener la moral de la población en guerra.106
El descubrimiento en 1942 de las cuentas y financiación extranjera de la BUF solo
aumentó las sospechas de quintacolumnismo y alimentó la dilatación del internamiento de los
fascistas como arma política.107 Pese que la BUF denunció esta situación en Action,108 el
internamiento continuó, y su prolongamiento llevó a la organización a un final abrupto; la
herramienta quirúrgica para el nuevo orden fascista jamás se logró recomponer.
106 R. Thurlow, op. cit., pp. 188-299. 107 C. Chini, op. cit., p. 453. 108 Anónimo, “Trust the British People”, Action, 6 de junio de 1940.
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Conclusión
Igual que en la mayor parte del resto de Europa, el contexto de entreguerras posibilitó el
nacimiento y desarrollo de un fascismo propio, un fascismo británico. Pero, a la vez, el
particular contexto británico fue el que en primera instancia dificultó y condicionó el grado en
que el fascismo pudo impregnar con facilidad amplias capas de la sociedad británica. La
realidad británica de entreguerras, determinada en gran medida por su victoria en la Gran
Guerra, vino a combinarse con la continuidad histórica de un modelo político y económico, así
como una cultura política asentada y extendida que resistió ante los nuevos retos que planetaba
el periodo. Pese que la defensa que hacia el sistema del free speech jugó a favor de la BUF, el
balance fue claramente negativo; la estabilidad del sistema en sus distintos niveles, junto a la
inexistencia de una amenaza al mismo, dejó sin espacio y razón de ser a la alternativa fascista
que presentaba la BUF.
Sin embargo, las críticas y la crispación política y social existían. Si estas se acabaron
resolviendo bajo el amparo del sistema liberal fue en buena medida porque la BUF no supo
revertir la situación y beneficiarse de las fisuras del sistema. Las acciones del partido hicieron
que prevaleciesen las diferencias que separaban conservadores de fascistas, en vez de destacar
aquellos factores que los unían, alejando así a los conservadores de su proyecto. De hecho, la
BUF fue incapaz de mantener los diferentes sectores propiamente fascistas bajo su dirección
tras el acercamiento de la organización al modelo alemán, demostrando su incapacidad como
cohesionador de la necesaria heterogeneidad de la que se sirve un proyecto fascista triunfante.
En cambio, la BUF se dirigió a una espiral de antisemitismo y violencia en la que quedó
encerrada. Esta dinámica, lejos de reportarle un beneficio real, hizo que el partido que se
presentaba como la herramienta quirúrgica para el resurgimiento de Gran Bretaña quedase
convertido un elemento completamente marginal y restringido al ámbito local. La oposición
activa del antifascismo imposibilitó que la BUF se desprendiese de esa marginalidad y pudiese
estar presente nuevos núcleos urbanos. Si la victoria del fascismo en Alemania se construyó
sobre el cadáver del movimiento obrero, en el caso británico la oposición activa fue un factor
clave en el fracaso de la BUF. Ciertamente, los antifascistas británicos contaban con la ventaja
de tener ejemplos, a nivel internacional, de cómo actuaba el fascismo, además del menor apoyo
social que existía hacia el fascismo en comparativa con otros contextos nacionales. Sin
embargo, no es menos cierto que los antifascistas consiguieron movilizar a un número de
personas mucho mayor y frustraron sus planes de forma regular. La irrupción constante de sus
marchas y mítines consiguió, en primer lugar, reducir la difusión del discurso fascista; un
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discurso que no se escucha, es, necesariamente, un discurso que no penetra. Y, en segundo
lugar, consiguió que, a ojos de la sociedad, pero remarcablemente de las autoridades, la BUF
fuese vista como causantes del caos, suponiendo un problema para el mantenimiento del orden
público.
Esta problemática llegó a su punto álgido en la Segunda Guerra Mundial. El nuevo
escenario bélico fue la sepultura de un movimiento que apenas había conseguido apoyo; la BUF
pasó a ser considerada antes enemigo que aliado anticomunista. Su identificación con el
fascismo internacional y, concretamente, con Alemania, le impidió ser líder de una campaña
por la paz, a la vez que la nueva coyuntura llevó a las autoridades británicas a movilizarse en
contra de la organización, causando el último golpe que acabó por sentenciar a muerte a la
British Union of Fascists.
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