tren de venganza

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  • Tren de venganza

    Xavi Casinos

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  • 2010, Xavi Casinos

    Primera edicin: marzo de 2010

    de esta edicin: Roca Editorial de Libros, S.L.Marqus de lArgentera, 17, Pral.08003 [email protected]

    Impreso por Brosmac, S.L.Carretera de Villaviciosa - Mstoles, km 1Villaviciosa de Odn (Madrid)

    ISBN: 978-84-9918-057-1Depsito legal: M. 7.380-2010

    Todos los derechos reservados. Quedan rigurosamente prohibidas,sin la autorizacin escrita de los titulares del copyright, bajolas sanciones establecidas en las leyes, la reproduccin total o parcialde esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidosla reprografa y el tratamiento informtico, y la distribucinde ejemplares de ella mediante alquiler o prstamos pblicos.

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  • Captulo 1

    Primer contacto con Boada

    Una vez hund toda mi flota en Amrica para impedir quecayera en manos del cabrn de Simn Bolvar y sus insurrec-tos. Ese da jur ante Dios que nada ni nadie me hara retroce-der nunca jams.

    Toms Boada an conservaba a sus ya casi sesenta aos lagallarda y arrogancia que se haba trado de su vida en Vene-zuela y Cuba. Haca ya una dcada que haba determinado re-gresar a Barcelona y su rostro, rudo y decidido, segua tostadopor el sol de ultramar. Las pronunciadas entradas en el pelo ysus pobladas y largas patillas resaltaban todava ms su bron-ceado. Era un moreno, aquel del otro lado del Atlntico, quenunca ms abandonan quienes lo adquieren. El bronceadoamericano es muy distinto al mediterrneo. Se torna crnico,de modo que se distingue por l a los que han venido de all.

    El americano Boada haba dejado el da anterior unacarta a mi nombre en la redaccin del Barcelons, el diario enel que mi viejo amigo Manuel Saur me tena empleado a tem-poradas desde que sal de la crcel. Seor Rubn Cardona: megustara poder hablar con usted maana a las nueve en mi des-pacho, deca la escueta nota.

    Boada tena su despacho en la plaza Palacio, en la primeraplanta del edificio seorial que haba construido otro ameri-cano, Jos Xifr, frente al edificio de la Bolsa. El despacho, lu-joso, estaba repleto de recuerdos de la estancia de aquel hombreen las colonias. Colgaban de las paredes pistolas, fusiles y variosobjetos indgenas, de indios de Venezuela y de esclavos negrosllegados de frica para trabajar en las plantaciones cubanas.Mscaras, tapices, estatuillas de todos los tamaos, arcos, fle-

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  • chas, lanzas y otros extraos enseres abarrotaban aquel espacioconvertido en una especie de santuario del pasado glorioso deaquel hombre. Pero el objeto ms importante del despachode Boada era algo as como un juguete, un modelo de una ex-traa mquina de metal con ruedas encajadas en un camino dehierro que reposaba sobre una mesa en mitad de la estancia.

    Se llama ferrocarril me dijo Boada mientras yo con-templaba con inters aquel artefacto. Sabe qu es el ferro-carril, Cardona?

    Es como una diligencia sin caballos inventada por los in-gleses que funciona con vapor y camina sobre un camino dehierro a una velocidad nunca vista. Tambin he odo que ustedha invertido su fortuna en ese invento respond intentandoaparentar mayores conocimientos de los que en realidad posea.

    El ferrocarril, Cardona, es el progreso, el futuro en eltransporte de viajeros y mercancas. Ya lo es en Inglaterra, eincluso en Cuba, y espero que pronto lo sea en Espaa. Qums sabe del ferrocarril?

    Lo que dicen los peridicos, que usted est construyendouno insist.

    Est usted bien informado. sa es la razn por la que le hemandado llamar. Pero por favor, sintese. Desea un cigarro?

    Hasta entonces, la conversacin con Boada haba transcu-rrido de pie frente a la maqueta del ferrocarril. Boada se senttras su escritorio; yo lo hice enfrente. Era una mesa de maderamaciza de roble sobre la que reposaban varias pilas de papelesy una caja de madera lacada, que abri para ofrecerme uno delos cigarros que l ya fumaba en cuanto entr en el despacho.

    Son de Cuba, de Cabaas, la mejor fbrica de tabaco deLa Habana me explicaba mientras coga uno. Los hacenmulatas con una habilidad sorprendente. Sabe cmo enrollanlas hojas de tabaco? Hacen girar el cigarro a lo largo del muslo.Ertico, verdad?

    Mientras encenda el cigarro y lanzaba las primeras boca-nadas de humo, las explicaciones de Boada sobre la fabricacindel tabaco habano condujeron mi imaginacin hacia fantasasrelacionadas con las torcederas. Aquello que sujetaban mis la-bios se haba deslizado alguna vez por el muslo de una exticacubana. Nunca haba estado en Cuba, pero poda imaginar a

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  • aquellas mulatas con poca ropa que volvan locos a los euro-peos que hacan puerto en La Habana.

    Como usted ha dicho prosigui Boada liberndome derepente de mis pensamientos de pecado, estoy construyendoun ferrocarril, el primero que habr en Espaa. Unir Barce-lona y Matar, mi ciudad natal. Es una obra muy importanteen la que estoy invirtiendo grandes sumas de dinero, pero notodo el mundo entiende la trascendencia del progreso y lasobras son objeto de constantes sabotajes. Por el da ponemoslas traviesas de madera para las vas y por la noche las arran-can. Mis ingenieros reciben amenazas y algunos obreros hansido agredidos por desconocidos mientras trabajaban. Quieroque descubra quin est detrs de estos atentados y proteja lalnea hasta su inauguracin.

    Sospecha de alguien? le pregunt.En esta ciudad hay mucha gente a quien le hara feliz mi

    fracaso. Descubrir al culpable ser su trabajo.Por qu piensa que yo puedo resolverle el problema?

    le inquir.Antes de responder, Boada abri uno de los cajones de su

    escritorio y extrajo un documento. Recostndose en su silln,consult el papel y relat:

    Rubn Cardona. Fue polica, y destac por su valor y do-tes de investigador. Entre sus gestas figuran la identificacin ydetencin del asesino de diecisiete ancianas y la recuperacinde una joya de gran valor que le fue robada al cnsul francsFernando de Lesseps. Su brillante expediente no impidi, sinembargo, que fuera expulsado del cuerpo por sus ideas radica-les. Particip en la insurreccin contra Espartero de septiembrede 1843 y en el intento de asalto a la Ciudadela. Dos aos des-pus tom parte activa en la revuelta de las quintas. Fue dete-nido y encarcelado en los calabozos de la Ciudadela.

    Boada hizo una calculada pausa, levant unos instantes losojos del papel y me mir fijamente. Tena mi historial com-pleto, lo que me dej casi helado y sin habla. Antes de que pu-diera balbucear algo, prosigui:

    Tras ser liberado intent volver sin xito a la polica.Desde hace un tiempo sobrevive como investigador y guar-daespaldas por su cuenta. No le va muy bien y tiene dificulta-

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  • des para sobrevivir. Boada volvi a dejar el documento en elcajn. Bien, Cardona, por lo visto tiene muchas agallas ypoco dinero. Lo primero me vendr muy bien, y en cuanto a lootro, estoy dispuesto a pagarle cien reales a la semana hasta lainauguracin del ferrocarril.

    Intent disimular mi sorpresa, aunque creo que sin xito.Cien reales durante unas cuantas semanas, quiz meses, iban asacarme de sobras de la miseria.

    Es usted muy generoso, seor Boada no pude por me-nos que responder.

    No se equivoque, Cardona interrumpi tajante, noes generosidad. Esto es una transaccin comercial. Le pagarbien esperando que usted corresponda en consecuencia.

    Hizo otra pausa. Se me qued mirando. Yo an no podacreerme aquella oferta de trabajo.

    Bien!, acepta? me pregunt al fin.No poda rehusar. Aquel lunes 27 de marzo de 1848 mi si-

    tuacin creo que era an peor que la que describa el informede Boada.

    Trato hecho dije, pero ser necesario que me ade-lante algo de dinero...

    Aqu tiene los cien reales prometidos, ms otros cien deprima.

    Boada me alarg un sobre con la suma. Realmente nuncaantes haba tenido en mi mano tanto dinero de mi propiedad.

    Tambin necesitar planos de la obra y toda la documen-tacin que me pueda facilitar aad.

    Ya lo haba pensado respondi rpidamente, a la vezque pona sobre el escritorio una cartera de piel repleta de pa-peles. Creo que dentro estn todos los documentos que ne-cesitar. Si echa en falta algo que pudiera aportarle informa-cin no dude en pedrmelo. Le sugiero aadi que estanoche vaya a visitar a mi jefe de obra. Est instalado con suequipo en un campamento al lado del ro Bess, junto al puenteque lo salva. Se llama Julin Partal. Mi criado, Francisco, leguiar. Tendrn que pasar la noche all porque habrn cerradolas puertas de la muralla. Ya lo he dispuesto todo: Francisco leesperar con dos caballos a las seis en la puerta de Don Carlos.Y no olvide mantenerme al tanto de sus averiguaciones.

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  • Me levant de la silla en la que haba permanecido durantela entrevista. Estrech la mano de Boada y me dispuse a dejarel despacho. Cuando estaba casi en la puerta, me grit:

    Un momento, Cardona, espere un segundo, por favor!Me gir y le mir de nuevo. Se haba levantado y observaba

    a travs de la ventana hacia la calle de Isabel II, adonde daba lafachada del edificio de Xifr. Y sin apartar la vista de la calle, dijo:

    A m ya no me interesa la poltica, Cardona, y a estas al-turas de mi vida comprender que mi objetivo no es hacermerico con el ferrocarril. La fortuna la traje suficientemente he-cha de Amrica y mis hijos, y probablemente hasta tal vez misnietos, podrn vivir cmodamente hasta que mueran con lasrentas que heredarn. En Amrica, Cardona, hice algunas cosasde las que no me siento demasiado orgulloso. Lo nico que memueve en este momento de mi vida es dejar algo que merezcala pena y por lo que pueda ser recordado. El viejo Boada ha-ba abandonado por unos instantes la rudeza arrogante conque me haba recibido. Antes de regresar a Espaa prosi-gui, en Cuba particip como accionista en la construccinde una lnea de ferrocarril. Aquello me dio la idea: cuando vol-viera construira uno que uniera Barcelona y Matar. ste hasido mi sueo de los ltimos aos y quiero que se convierta enrealidad. Que se me recuerde como el impulsor del ferrocarrilen Espaa y no como el indiano de pasado oscuro. Entoncesdej de mirar a travs de la ventana. Se gir y me pidi casi entono suplicante: Aydeme, por favor.

    Har lo que pueda, se lo aseguro le contest. Buenosdas, seor Boada.

    Al salir del despacho de Boada me cruc con un hombre ne-gro; sin duda su criado. No era difcil deducir que aquel hombrellevaba aos con Boada, que se lo haba trado de Amrica. EnBarcelona se deca que aquel indiano haba hecho fortuna con eltrfico de esclavos, aunque se contaba lo mismo de todos los quehaban cruzado el ocano. Me pregunt si aquel criado haba sidouno de los desdichados capturados en las costas de frica y tras-ladados a las plantaciones americanas. Cuando nos cruzamos nome dijo nada, tan slo hizo un gesto con la cabeza a modo de sa-ludo. Al entrar en el despacho de Boada escuch que ste deca:

    Entra, Francisco, entra.

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  • Captulo 2

    Buuelos ante la Bolsa

    Abandon el despacho de Boada como un hombre nuevo.Llevaba doscientos reales en el bolsillo que me abran expecta-tivas que haca escasamente una hora no poda ni imaginar. Misituacin econmica haba ido empeorando desde haca algu-nos meses. Incluso haba tenido que abandonar la habitacinque ocupaba en una casa de huspedes de la calle del Carmen.Mis nicos ingresos eran los escasos reales que mi viejo amigoManuel Saur me poda pagar por escribir algunas gacetillas enel Barcelons. Incluso me dejaba dormir en la redaccin del pe-ridico desde haca dos meses. Hoy pareca que mi vida iniciabapor fin un vuelco.

    En los bajos del edificio de Xifr, casi junto al caf Set Portes,estaba la Buuelera del To Nelo. Decid estrenar mi particularfortuna y darme un capricho, de modo que no me lo pens dosveces y me sent en una de las mesitas situadas bajo los porches.Le ped al camarero una horchata de chufa y cuatro buuelos, delos que fui dando buena cuenta. No haba comido nada desde elda anterior al medioda, gracias como siempre a la generosidadde Saur. Los buuelos, en consecuencia, me supieron a gloria.

    Ante m se eriga el edificio de la Lonja, en cuyo interior aesa hora tena lugar una intensa actividad burstil. Precisa-mente en la mesita junto a la ma se tomaba un chocolate conbizcochos un agente de bolsa que consultaba apuntes de una li-breta. No quise desperdiciar la oportunidad y me dirig a l.

    Disculpe, caballero.El desconocido levant la vista de la libreta para prestarme

    atencin aunque sin disimular un cierto fastidio por la inte-rrupcin.

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  • Trabaja usted en la Bolsa, verdad? le pregunt.En efecto.Ver empec, hace das que leo en los peridicos lo

    del ferrocarril y me gustara saber si ser un buen negociocomprar acciones.

    El agente me mir con aire escptico. Mi aspecto, aunqueno delataba la pobreza en que me encontraba, tampoco era elde alguien que va comprando acciones. No obstante, opt porser amable.

    No se trata de una inversin que aconseje a mis clientes.Ah no? exclam con fingida sorpresa.Muy poca gente confa en el futuro del ferrocarril, salvo

    ese americano. Cmo se llama...?Boada le apunt.Eso, Boada. La gente sigui el hombre no confa en

    los predicadores del progreso. Personalmente creo que es unamoda que han trado los ingleses, y a la gente de Barcelona nole gustan los ingleses. Hgame caso, no se embarque en esaaventura. Si quiere invertir hgalo en las fbricas del textil.Eso s es progreso.

    Claro dije como poniendo en valor su consejo. Di-cen que el invento ese de la mquina de vapor ha revolucio-nado los telares.

    As es. Compre por ejemplo acciones de La Espaa In-dustrial.

    Y no cree usted que la mquina de vapor revolucionetambin el transporte?

    El agente quiz no esperaba ese razonamiento y por unosinstantes no supo qu responder. Finalmente dijo un escueto:

    No lo creo.En ese momento dio por acabada la conversacin y se con-

    centr de nuevo en su chocolate, sus bizcochos y su libreta.Yo tambin. Pagu un real por la horchata y los buuelos.

    Cruce la calle de Isabel II, rodeando la Bolsa me dirig a la plazade San Sebastin y por la calle de la Fusteria llegu a la calleAncha, en cuya esquina con Regomir se encontraba la redac-cin del Barcelons.

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  • Captulo 3

    Una habitacin en la calle de Flassaders

    La imprenta de Manuel Saur era una de las ms importan-tes de Barcelona. Empleaba a cuatro trabajadores fijos, a vecesms si los encargos se acumulaban. Adems del peridico, allse confeccionaba un largo repertorio de documentos. Lo quems me atraa de aquel local era el fuerte e intenso olor atinta. Por alguna razn qumica, la inhalacin de aquellos va-pores produce en m una especie de hiperactividad que slohaba experimentado antes con la plvora. Es algo as comouna borrachera, pero mientras el alcohol acaba tarde o tem-prano por dormirte, la plvora y tambin la tinta producen elefecto contrario: te mantienen los cinco sentidos en alerta. Almenos en m.

    Los artculos que publicaba de vez en cuando en el Barcelo-ns los escriba en la imprenta. Los textos, gracias al efecto delos vapores de la tinta, casi salan solos de la pluma. Cuandohaba terminado, compona yo mismo las cajas con las letras yespacios de plomo. Saur me haba enseado y me encantaba.Era muy divertido.

    Cuando hace dos meses Saur me ofreci la imprenta comorefugio por las noches, casi salto de alegra. El problema fueque el olor de la tinta, por ese efecto excitante, no me dejabadormir. Pasaron dos semanas hasta que el cansancio acumu-lado por las escasas horas de sueo que lograba conciliar meayud a acostumbrarme.

    Nada ms entrar aquella maana en la imprenta le cont aSaur las buenas noticias tras la entrevista con Boada.

    Ahora podr buscar un alojamiento y dejar de abusar detu hospitalidad le dije agradecido.

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  • Siento no haberte podido ofrecer algo mejor. Siempreque lo necesites podrs dormir aqu.

    Asent agradecido. Saur era uno de los mejores amigos queconservaba de las pocas revolucionarias. Mientras volva a sutrabajo en la imprenta, yo cog un ejemplar del Diario de Bar-celona para consultar los anuncios de hospedaje que se solanpublicar. Pronto encontr lo que buscaba:

    Una seora viuda que vive en la calle de Flassaders nmero 31,cuarto piso, deseara alquilar una habitacin a caballero a precioconvencional.

    Ledo el anuncio, me dirig al lugar. La calle Flassaders seencuentra muy cerca de la calle de Montcada. Aunque las casasno tienen el aspecto palaciego de las de esta ltima, el nme-ro 31 era un edificio de cuatro plantas, habitado probablementepor obreros y artesanos.

    Doa Mercedes era la duea del piso de Flassaders. Viva enel cuarto. El portal era pequeo y la escalera estrecha. En laparte interior tena una barandilla de hierro con muchas de laspiezas cortadas, algo habitual en aquella parte de Barcelona.Decan que las haban cortado los defensores de 1714 de la ciu-dad para fabricar balas cuando la situacin por la falta de mu-niciones era ya desesperada.

    Cuando llegu al cuarto llam a la puerta. Me abri unamujer mayor.

    Buenos das, vengo por el anuncio de la habitacin.La mujer se me qued mirando unos instantes intentando

    adivinar si era seguro dejarme entrar en su casa. Deb pasar elexamen, porque transcurridos unos segundos me permitipasar. Era un piso pequeo. Junto a la entrada haba un pe-queo saloncito con una mesa de madera y cuatro sillas; ado-sado a una pared, un mueble con piezas de una vajilla senci-lla; dos retratos que supuse de familiares y un silln demadera junto a la puerta de un pequeo balcn completabanla estancia. Al saln daban tres puertas, dos cerradas que de-ban de ser dos habitaciones y otra abierta que dejaba a lavista una minscula cocina. La mujer me hizo sentar en unade las sillas.

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  • Son cuatro reales al da por la habitacin. No incluye co-mida. La seora fue directamente al grano.

    Puedo verla?Se levant y abri la puerta que tena justo detrs, a la iz-

    quierda de la entrada. La segu y ech un vistazo a la habitacin.Tal como intua, era pequea, como el resto del piso. Tena unacama, un arcn, una mesa estrecha que podra usar como escri-torio y una ventana desde la que se vea la torre de la Ciudadela.Estaba lejos de ser un lujo, pero tampoco lo buscaba.

    Me la quedo dije finalmente.La duea del piso no dijo nada, me indic el saln, cerr la

    puerta de la habitacin y me hizo el gesto de que volviera asentarme.

    Mire, parece una buena persona, pero comprender quequisiera saber un poco de usted antes de alquilarle la habita-cin. Vivo sola desde que hace cinco aos muri mi marido.Necesito el dinero, pero tambin la tranquilidad de que mihusped sea una persona honrada dijo.

    La comprendo perfectamente, seora. Me llamo RubnCardona y fui polica. Ahora trabajo para el ferrocarril y tam-bin ayudo en la imprenta de Manuel Saur me limit a ex-plicarle.

    Eso del ferrocarril es algo malo?No, es el progreso contest.Mi marido trabajaba para un relojero de la calle Unin.

    Por la noche lea en ese silln y me hablaba del progreso. Yo nos muy bien qu es, pero mi marido deca que era bueno. Puedeusted quedarse. Cobro por adelantado.

    Le pagu dos semanas, tras lo que me dio un juego de llaves.La llave grande es del portal, pero hace aos que la cerra-

    dura est estropeada me explic doa Mercedes.Gracias. Ms tarde traer mis cosas. Por cierto, est no-

    che la pasar fuera de la ciudad.Cosas del progreso?As es le contest sonriendo, y me fui.

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  • Captulo 4

    Escaramuza con los saboteadores

    A la hora convenida llegu a la Puerta de Don Carlos parareunirme con Francisco. Era el portal de la muralla situado msal noreste, entre la Ciudadela y el pequeo fortn junto a laplaya. Para llegar era necesario cruzar la explanada compren-dida entre la muralla de mar, la Barceloneta y la Ciudadela. Enesa explanada se estaba construyendo precisamente la estacindel ferrocarril, junto a la plaza de toros, y era por la Puerta deDon Carlos que la va iniciaba su recorrido hasta Matar.

    Encontr a Francisco esperndome en la parte interior de laPuerta. Ya haba empezado a oscurecer y haca fro, aunquemenos del que caba esperar por la poca del ao que era. Yahaba trasladado las escasas pertenencias que guardaba en laimprenta de Saur a la habitacin que haba alquilado a doaMercedes. Me haba puesto un tabardo, debajo del cual y col-gado de un cinto esconda dos pistolas cargadas. Boada me ha-ba hablado de saboteadores y era necesario ser precavido.Nunca se sabe qu encuentros puede uno tener en estos casos.

    Buenas noches salud al criado de Boada, que se limita asentir con la cabeza y a tenderme las riendas de uno de loscaballos.

    No era la primera vez que vea a una persona de color, peroFrancisco de veras impresionaba. No era muy alto pero s muyfuerte, y a juzgar por las canas que asomaban entre su cabellorizado y negro le calculaba una edad similar a la de Boada. Supiel era realmente oscura y me preguntaba si era libre o es-clavo. Aunque no tena ninguna duda de que, de no serlo ya, slo haba sido alguna vez, esperaba que su condicin fuera de li-bre, pues yo detestaba la esclavitud. En teora haba sido abo-

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  • lida en Espaa haca treinta aos, pero lejos de acabarse, el tr-fico de esclavos haba aumentado considerablemente en los l-timos tiempos en las colonias americanas.

    Subimos a los caballos y cruzamos la puerta de la murallapara tomar el camino del cementerio, que transcurra junto a lava ya construida. El centinela que haca guardia en ese puestode la muralla no perdi detalle de nuestra partida, sin duda elsuceso ms excitante que haba presenciado en aquel lugardesde haca horas.

    Aunque no era el primer hombre negro que se cruzaba enmi vida, s estaba seguro de que era el primero a quien habadirigido la palabra, y estaba decidido a que fuera Francisco elprimer negro en hablarme a m. As que insist y le pregunt:

    Es largo el camino hasta el campamento?Poco ms de una hora si no nos detenemos contest

    Francisco.Not que su acento tena en parte la cadencia de la gente

    que vena de Cuba y Amrica. Su forma de hablar me recordla de Guzmn, un cubano con el que compart celda en la Ciu-dadela; no obstante el acento de Francisco era distinto, menosmelodioso y ms seco, y pens que quizs era porque real-mente proceda de frica. Tena ganas de preguntrselo, perome contuve, a la espera de que nos conociramos mejor y me-jorara su parquedad en palabras.

    Haban transcurrido unos cuarenta minutos desde que par-timos de Barcelona y ya habamos pasado haca rato el cemen-terio de Poblenou. Nos habamos detenido en dos ocasionespara inspeccionar detenidamente dos tramos de la va. Prose-guamos la marcha cuando Francisco me alert sobre unassombras que se movan unos cuantos metros ante nosotros.

    Pese a la oscuridad, pudimos ver un pequeo grupo de treso cuatro personas manipulando la va. El hecho de que trabaja-ran sin luz me hizo descartar enseguida que fueran obreros deBoada y, por tanto, deban de ser saboteadores.

    Jaleamos a los caballos y nos dirigimos hacia ellos.Alto! Qu estn haciendo?! grit.El grupo reaccion rpidamente iniciando la huida cada

    uno en una direccin distinta. Escog a uno de ellos y lo perse-gu con el caballo; vi que Francisco haca lo propio con otro. Mi

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  • presa se meti entre unos rboles y me vi obligado a desmon-tar para seguir con la persecucin. Lo tena slo a unos metros,a punto de alcanzarlo, cuando inesperadamente se revolvi ha-cia m empuando un cuchillo de considerables dimensiones.Casi no tuve tiempo a reaccionar y apenas pude esquivar elgolpe de navaja que me dirigi. Vi el filo de la hoja, de ms deun palmo de longitud, pasar frente a mis ojos: el tipo saba usaraquella arma. Ca de espaldas al suelo, intentando desesperada-mente sacar la pistola mientras mi agresor se abalanzaba sobrem. Pens que estaba perdido cuando una tercera sombra apa-reci providencialmente en escena. Era Francisco, que lanz unpuetazo que impact en la cabeza del saboteador, lo que impi-di que cayera sobre m con su navaja.

    Cualquiera habra perdido el sentido con semejante golpe,pero la mole aquella se levant y empez a correr. Yo consegupor fin sacar la pistola, la amartill, apunt al tipo o mejordicho a la sombra que hua y dispar. No le alcanc. Fran-cisco y yo intentamos seguirle de nuevo, pero lo perdimos.

    Me dej caer sentado al suelo. El corazn pareca que iba asalrseme del pecho y la cabeza tambin me palpitaba acelera-damente. Francisco se acerc.

    Est bien, seor Cardona?S balbuce an casi sin aliento. Le deba la vida a

    aquel hombre. Gracias le dije mirndole a los ojos.Me tendi una mano para ayudarme a levantarme. Su tacto

    me dio una ms que clara idea del tremendo golpe que se debide llevar mi atacante. Nos dirigamos de nuevo a nuestros ca-ballos para proseguir hasta el campamento cuando un ruido decascos al galope nos alert de nuevo. Se acercaban dos jinetes.

    Es el ingeniero Partal advirti Francisco en cuanto es-tuvieron ms cerca.

    Francisco, qu ha ocurrido? pregunt Partal con tonode alarma mientras bajaba de su caballo.

    Sorprendimos a unos saboteadores. Intentamos capturara alguno pero no tuvimos xito explic el criado de Boada.

    Usted debe de ser Cardona, el detective me dijo el in-geniero mientras me tenda la mano.

    En efecto.Boada me envi esta maana una nota anunciando su

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  • visita. Lamento que no haya sido en circunstancias menos agi-tadas.

    No se preocupe. Han causado mucho dao?Partal se dirigi a la va para comprobar el alcance del sabo-

    taje.Por suerte no han tenido mucho tiempo. Slo han arran-

    cado dos rales y unas pocas traviesas; nada irremediable. Pordesgracia, ya estamos acostumbrados.

    Partal nos acompa hasta el campamento. Eran dos barra-cones de madera y tres tiendas de campaa dispuestas junto alro Bess y a un centenar de metros de la playa. Uno de los ba-rracones serva de direccin tcnica de la obra y tena una literacon tres camas. En el otro barracn haba la cocina y el comedorpara los obreros, as como una docena ms de literas para lostrabajadores que pasaban la noche en el campamento. En lastiendas de campaa se guardaba material y se refugiaban loscentinelas nocturnos.

    Nos instalamos en el barracn de Partal, que hizo que nossirvieran algo de cena. Sopa, una lubina asada y vino gentilezade la compaa, que se abasteca regularmente de unos pesca-dores y de una masa cercana al campamento. Aprovechamosla cena para que Partal me pusiera al da.

    Casi cada semana somos vctimas de un intento de sabo-taje nos explic el ingeniero.

    Y qu medidas de seguridad ha dispuesto?Tenemos hombres patrullando constantemente, pero los

    saboteadores siempre encuentran el momento para actuar.Hasta ahora los destrozos no han sido importantes. Se limitana desmontar algn tramo de va ya construido; a veces atacandirectamente a los trabajadores y huyen.

    Nunca han conseguido capturar a alguno? pregunt.No. Son rpidos y escurridizos.Ya veo. Esta maana pregunt a Boada si sospechaba de

    alguien. Su respuesta fue vaga. Recela usted de alguien?Personalmente, de las lneas de diligencias y carruajes.

    Hace unos meses Boada y yo fuimos increpados en plena callepor el dueo de una de las lneas. Nos amenaz y dijo que seencargara personalmente de impedir que nos saliramos conla nuestra explic Partal.

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  • Cree que est detrs de los sabotajes, que est cum-pliendo su amenaza?

    No lo puedo probar, pero si el ferrocarril es un xito seruno de los principales perjudicados.

    Sabe su nombre?Manuel Nogus, propietario de varias lneas de la costa.

    Pero debo advertirle de que el ferrocarril tiene otros enemigos,como los propietarios de los terrenos que han sido perjudicadospor el paso de la va. Algunos vendieron de buena gana, perootros muchos han expresado repetidamente su desacuerdo conlas condiciones de la expropiacin.

    Mientras Partal y yo hablbamos, Francisco permaneca co-miendo en silencio sentado con nosotros a la mesa. Una vezhubo acabado de cenar, me llam la atencin que extrajera unanillo del dedo mayor de la mano derecha y se empleara enlimpiarlo a fondo. El anillo no era ni de oro ni de plata, tan slode un metal sin valor, aunque tena un sello de ciertas dimen-siones. Francisco estaba eliminando unas manchas de sangreseca que sin duda pertenecan al saboteador al que golpe.

    Francisco, puedo ver ese anillo? le rogu.Su primera intencin fue esconderlo, pero finalmente me

    lo entreg aunque sin quitarle el ojo de encima mientras yo lomanipulaba.

    Golpeaste con l al tipo que me iba a apualar, no?S.Pudiste ver dnde le golpeaste?Estaba bastante oscuro, pero creo que le di cerca del p-

    mulo izquierdo aclar Francisco.En ese caso, nuestro hombre debe de llevar bien visible la

    seal del golpe, e incluso puede que le haya quedado marcadoen plena cara el sello que tiene grabado el anillo.

    Tom un trozo de papel, lo situ sobre el sello y lo ray conun lpiz, de modo que qued expuesto claramente el dibujo.Devolv el anillo a Francisco, que pareci aliviado al recupe-rarlo, y me guard el papel. Sin duda, el anillo tena un signifi-cado importante para l. Ignoraba cul, pero no me importabademasiado. Lo nico que me interesaba era el dibujo.

    Si encontramos a ese hombre podremos saber quin estdetrs de todo esto sentenci.

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  • Captulo 5

    La deuda de Boada

    A la maana siguiente Francisco y yo iniciamos tempranoel regreso a Barcelona. Entramos en la ciudad por el Portal deDon Carlos, el mismo por el que habamos salido la noche an-terior. Antes que nada iba a visitar a Boada para darle cuenta denuestro encuentro con los saboteadores.

    Al llegar a la puerta de la oficina, Francisco cogi las rien-das de mi caballo para llevarlo junto con el suyo a la cuadra. Yosub las escaleras que desde la calle conducan al despacho. Boa-da me esperaba con su sempiterno cigarro habano humeandoen la boca. Estaba de pie, de espaldas a la puerta de entrada ymirando a la calle a travs del ventanal.

    Buenos das, Cardona dijo sin dirigirme la mirada.Tengo entendido que tuvo algn problema anoche.

    As es seor: Francisco y yo dimos con un grupo de sa-boteadores. Por cierto, creo que le debo la vida a su

    Fue entonces cuando Boada interrumpi de golpe su con-templacin de la calle Isabel II y se volvi sbitamente haciam. Su cara era de enojo y rabia, al borde de la violencia.

    Iba usted quiz a decir esclavo, Cardona?PuesMi titubeo pareci enfurecerlo an ms.Fuera! grit. Salga de aqu!Reconozco que el golpe de genio de Boada me amedrent en

    un primer momento. Su tono casi militar dejaba claro que a lolargo de su vida no slo haba tenido que mandar a gente en epi-sodios difciles, sino que adems debi de imponer su autoridad.Pero pronto reaccion. En aquella situacin era tambin necesa-rio que impusiera mi carcter si quera mantener su respeto.

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  • Cllese, viejo amargado! le dije elevando el tono demi voz. Boada no lo esperaba y se qued un segundo inmvil.Antes de que pudiera reaccionar, prosegu. Debiera usted sa-ber que entre las ideas que me llevaron a la crcel estaba laabolicin de la esclavitud. Me extraa que no figure en ese in-forme tan detallado que guarda sobre m en el cajn de su es-critorio.

    Boada opt por mirarme fijamente.Sepa continu que no iba a decir esclavo, sino negro,

    y que me he detenido ante lo que me ha parecido un modo des-pectivo de dirigirme a un hombre que hace slo unas horas meha salvado la vida. En cualquier caso no soy yo quien debe la-var su conciencia con el esclavismo. O es que ignora que todaBarcelona habla de cul es el origen de su fortuna?

    Boada se dirigi a su escritorio y se sent un tanto abatidoen el silln.

    Le pido disculpas, Cardona. El americano parecasincero. Cogi dos vasos y los llen de coac. Sintese, hagael favor. Le voy a explicar algo.

    Me sent y tom el vaso que me tendi Boada.Francisco no es esclavo, pero lo fue. Lo compr en el

    puerto de Maracaibo hace ya ms de treinta aos. Lo habantrado de frica siendo muy joven y haba pasado sus primerosaos de esclavitud en una plantacin en Cuba. Al morir su pro-pietario, la viuda vendi la mayor parte de los esclavos para pa-gar deudas. Acab en Maracaibo y ah lo compr. Tena ms omenos mi edad; lo destin a mi servicio directo. Me acompa-aba a casi todas partes, incluso lo llev conmigo en las campa-as contra los insurrectos de Miranda y Bolvar.

    El viejo interrumpi su relato para beber casi de un tragosu coac y reencender su habano despus de mojar el extremodel cigarro por el que se aspira el humo en el licor, una cos-tumbre me explic habitual entre los fumadores cubanos,aunque all lo hacan con ron.

    A m tambin me salv la vida en cierta ocasin prosi-gui. Fue durante la guerra en Venezuela. Perseguamos aunos rebeldes y camos en una emboscada. Me hirieron en unhombro. Estaba tendido en el suelo y pude ver a uno de los ata-cantes apuntndome a unos metros con una pistola. Escuch la

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  • detonacin del disparo, pero no me alcanz. No tuvo tiempo:antes lo hizo Francisco.

    Escuchaba a Boada en silencio y con respeto. No poda es-conder la emocin al evocar aquellos recuerdos y sigui na-rrando su historia.

    Tras acabar con aquel tipo, Francisco logr arrastrarmehacia la maleza, me carg a hombros e inici la huida. No re-cuerdo qu pas, pues perd el conocimiento. Me despert enuna cueva, junto a un fuego. Francisco me haba curado la he-rida; por suerte la bala no se haba quedado dentro del hombro.Al cabo de unos das viajando al anochecer logramos alcanzarnuestras filas. Desde entonces jams volv a tratarle como miesclavo y en gratitud le conced la libertad. Poda haberse ido,pero se qued conmigo. Y ya no nos hemos separado.

    Ahora soy yo quien le pide disculpas, seor Boada, ysepa que me alegra que Francisco dejara de ser esclavo. Pero nopuedo entender que lo fuera algn da, que fuera vendido ycomprado como si fuera un animal.

    Mire, Cardona dijo Boada, voy a responder a su in-sinuacin de antes. S, en efecto, en mis primeros aos enAmrica trafiqu con esclavos; era una manera rpida y segurade ganar dinero. Y le dir algo: la vida en Amrica es muy dura.Cuesta salir adelante, crear progreso. Sin esclavos, la economade las colonias no existira. Es simple, no habra mano de obra.Y aunque hubiera suficiente poblacin de origen europeo dis-puesta a trabajar los campos, no resistiran mucho tiempo, en-fermaran enseguida. Por eso es necesario llevar negros defrica, habituados ya a las dificultades de los climas extremos.El viejo indiano tuvo que apercibirse del escepticismo quedominaba mi rostro. Quiz por ello aadi: La esclavitudes una de esas cosas de las que le dije ayer que no me sentaorgulloso, y mucho menos despus de tantos aos de amistadcon Francisco.

    Estaba claro que en el interior de aquel hombre yaca unacontradiccin tremenda. Se deca liberal, pero defenda la vul-neracin de la libertad.

    Mire, Cardona concluy, ahora a usted y a m, ade-ms de nuestra relacin profesional, nos une el deberle la vidaa Francisco.

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  • Captulo 6

    Rastreando en las tabernas de la Barceloneta

    Dej a Boada con sus recuerdos y, con toda seguridad, re-mordimientos. El americano rudo y maleducado llevabaconsigo desde haca treinta aos una pesada carga en torno ala figura de Francisco que le costaba reconocer y le contrade-ca consigo mismo. Cuando fue a Amrica no dud en trafi-car con esclavos, incluso adquiri uno para su uso personal.ste le acab salvando la vida, motivo de un sello eterno degratitud.

    Quiz fuera una bsqueda interior de reparacin de dao loque motivaba a su vez ciertas actitudes altruistas de Boada,como esta aventura del ferrocarril. Dilapida parte de su fortunaen un proyecto de progreso para su tierra natal; a cambio, re-cibe la incomprensin y el boicot de una parte importante delos supuestos beneficiarios.

    En fin, una vez hube abandonado el despacho de Boada medirig hacia la Puerta de Mar de la muralla para encaminarmedespus a la Barceloneta y visitar algunas de las pudas instala-das junto al muelle. Saba de mi poca de polica que en esas ta-bernas malolientes del barrio de pescadores solan rondar ma-leantes y gentes de mal vivir. Era tambin el lugar donde unopoda contratar a alguien dispuesto a hacer cualquier trabajosucio a cambio de unas monedas.

    Entre ellos haba bastantes marineros sin barco que inten-taban sobrevivir como fuera a la espera de que un patrn loscontratara para algn nuevo viaje. La mayora de las pudas es-taban en la calle Nacional y en algunas de las travesas que seadentraban en el barrio camino de la playa, como San Carlos,Concordia, San Fernando o San Juan.

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  • Entr en primer lugar en la puda El Negro. La puerta, es-trecha, daba acceso a un local de techo bajo en forma de b-veda. Una sola ventana dejaba entrar la poca luz del da, lo queacentuaba la negrura de los muros ahumados por efecto de loscandiles y el tabaco. Si algo caracteriza a las pudas es la sucie-dad y el olor desagradable. Por eso en Barcelona llaman as aestas tabernas, porque una puda, en cataln, es un manantialmaloliente de aguas sulfurosas. Adems, en El Negro estabanasando arenques en ese preciso instante.

    Me qued en un rincn, donde haba un taburete sin dueocerca de la nica ventana. Desde la barra el tabernero me pre-gunt qu quera, a lo que contest que un vaso de vino y unarenque; mi objetivo era integrarme mejor en el ambiente rei-nante y llamar menos la atencin. Permanec en la puda poralgo ms de una hora. Nadie entr con un golpe en la caramientras estuve all, de modo que me dirig hacia otra taberna.

    A unos cuantos metros de El Negro se encontraba El Indio.Esta puda reproduca el esquema de la anterior; la diferenciaera que aqu no asaban arenques y el local era algo ms amplio.En el fondo se haba hecho espacio para un pequeo escenario,donde me aguardaba una agradable sorpresa.

    All, interpretando canciones con su inseparable guitarraestaba un viejo amigo, el msico Anselmo Clav, con el quecompart asalto y cautiverio en la Ciudadela. Dej que me vieray me dirigi un gesto para que esperara a que terminase su ac-tuacin, consistente en un repertorio de dudoso buen gusto so-bre las cualidades femeninas que era por supuesto muy bienrecibido por la clientela del establecimiento.

    Esper a Anselmo en otro taburete vaco en otro rincn to-mando otro vaso de vino tan malo como el de El Negro.Cuando hubo terminado se dirigi hacia m. Nos abrazamosefusivamente, pues haca al menos un ao que no nos veamos.

    No esperaba encontrarte en un sitio como ste le dije.Ni yo a ti, la verdad. Pero en mi caso ya sabes que com-

    poniendo msica no se gana uno la vida, y menos con nuestrosantecedentes revolucionarios. Uno debe recurrir a ingresos al-ternativos. Tocando de taberna en taberna, de caf en caf y demerendero en merendero al menos te aseguras unas monedasy una cierta manutencin alimenticia. Bien, yo ya te he expli-

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  • cado mis motivos, pero a ti, qu se te ha perdido en un antrocomo ste?

    Trabajo contest. Trabajo para el ferrocarril. Me hancontratado para investigar los sabotajes en las obras.

    Hace unos meses encontr a Saur en una reunin y mecont que te intentabas ganar la vida haciendo de detective

    Tan slo intento aprovechar mi experiencia como polica.As que viste a Saur? Pues no me coment nada dije ex-traado.

    No se debi acordar. Tambin me dijo que escribas en superidico.

    Tan slo gacetillas. No s qu habra sido de m sin Saur,la verdad.

    As que proteges las obras del ferrocarril bebiendo vinoen las tabernas de la Barceloneta. Ya sabe ese americano deBoada tus mtodos de investigacin? me cort Anselmo entono jocoso.

    No tuve ms remedio que rerle la gracia porque realmentesonaba extrao, de modo que decid contarle mi reciente aven-tura nocturna.

    Anoche, mientras inspeccionaba las obras de la va, sor-prend a dos saboteadores. Tuvimos un forcejeo, pero lograronhuir. El criado negro de Boada, que me acompaaba, le propinun puetazo en la cara a uno de ellos y debi de dejarle unabuena marca porque llevaba un anillo de esos con sello en unode sus dedos. Espero tener suerte y encontrar por aqu a al-guien con una herida semejante.

    EntiendoAnselmo se qued unos instantes pensativo antes de aa-

    dir:Oye, quiz slo sea una coincidencia, pero anoche estaba

    tocando aqu cerca, en la taberna La BombaLa de la plaza de San Miguel?S, en efecto. Entraron dos tipos, uno de ellos pareca ha-

    ber tenido una pelea y llevaba un gran hematoma en la parteizquierda de la cara. Estuvieron hablando un rato con otrohombre y se fueron los tres.

    Pudiste ver bien al del hematoma? Era un tipo fuerte?pregunt.

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  • S, muy robusto. El otro era un poco ms enclenque.Y el tercer hombre?No pude verle bien porque estaba de espaldas al escena-

    rio. Eso s, no tena el aspecto de paria de los otros dos. Era cor-pulento y se cubra con una capa negra y un sombrero de alaancha.

    Los habas visto anteriormente?Honestamente, Rubn, todos estos tipos que merodean

    por las pudas de la Barceloneta tienen la misma pinta y nosuele haber ninguno que me despierte un especial inters. Elotro da el ms grande llam mi atencin porque no haca msque quejarse del dao que le haca la cara. La verdad es que elgolpe era de los que deben de doler un buen rato, al menos unasemana.

    Puedo dar fe de que as es. Por casualidad no tocars estanoche en La Bomba

    Pues s, tocar.Si no te importa suger a Anselmo me dejar caer

    por all, y si alguno de esos tipos aparece agradecera que me loindicaras.

    Anselmo titube unos instantes. Finalmente asinti:De acuerdo, pero con la condicin de que sa ser mi

    nica relacin con este lo que te llevas entre manos. Si se esel tipo que buscas, no parece muy simptico. De hecho, aposta-ra a que es bastante peligroso, de navaja fcil, ya me entiendes.Lo que pase a partir de ese momento ser cosa tuya.

    Claro, Anselmo, claro le asegur.

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  • Captulo 7

    Entre putas y pendencieros

    La Bomba se llamaba as por la carcasa de proyectil que lucasobre la puerta de entrada, una de las bombas que Esparteroorden lanzar desde los caones de Montjuc el 3 de diciembrede 1842 para sofocar la sublevacin contra su poltica como re-gente. Aquel da me hallaba de servicio y me toc socorrer a losenfermos del Hospital de la Santa Cruz, donde impactaroncinco proyectiles. Fueron horas de fuego de artillera sin cuar-tel que no respet nada ni a nadie. Un nio, casi un beb, mu-ri en mis brazos mientras le evacuaba de una sala alcanzadapor una de las bombas. No recuerdo cunto rato estuve sentadoen un rincn de lo que quedaba de aquella parte del hospitalsosteniendo el cadver del nio, hasta que un compaero me locogi.

    Aquella masacre cambi mi vida, radicaliz mis ideas pol-ticas. La tragedia que Barcelona vivi aquel negro 3 de diciem-bre, da de san Francisco Javier, me empuj a participar activa-mente en la insurreccin del ao siguiente, lo que me acabllevando a la crcel y expulsado del cuerpo de polica. No pasaun da sin que el recuerdo de aquel nio brote en mi mente.

    El proyectil de La Bomba cay en la vivienda del dueo dela taberna, situada en el piso superior. Milagrosamente no ex-plot. Su carcasa es la que ahora luce en la entrada, despus deque el propietario la hiciera incrustar en el muro para no olvi-dar nunca aquella trgica jornada.

    A la hora convenida con Anselmo me present en LaBomba. l ya cantaba con su guitarra. Me asegur de que mehaba visto y me acomod en un rincn. El instalarme siempreen una esquina es otra de las herencias de mi pasado policial: te

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  • permite vislumbrar toda la sala a la vez que tienes la espaldacubierta. Llevaba camufladas entre mis ropas dos pistolas car-gadas y una navaja de ciertas dimensiones; nunca se saba enestos ambientes. Ped una jarra de vino y empec a consumirlalentamente junto a tres cigarros que haba comprado a unamujer que los venda en la entrada de la taberna. Por supuestono eran los habanos de Boada, sino un producto totalmente ar-tesano que solan fabricar en sus casas marineros de la Barce-loneta. Saban a demonios, pero formaban parte del atrezzopara integrarse en el ambiente ftido de La Bomba.

    Era an temprano, y por eso entre la parroquia del localreinaba una calma relativa. Pero pronto el aguardiente de malacalidad empezara a transformar el ambiente y los pendencie-ros acabaran provocando alguna pelea. En esos casos cabandos posibilidades: si la trifulca se llevaba a la calle, el tabernerola ignoraba. No era cosa suya. Si se complicaba en el interiordel local, el dueo empuaba un trabuco que esconda debajode la barra, mientras sus empleados echaban mano de unos ga-rrotes previstos para tales ocasiones que llamaban graciosa-mente calmantes. Normalmente estas razones eran ms queconvincentes y la pelea terminaba o se trasladaba a la calle. Encaso contrario, alguien acababa con la crisma rota.

    Entre el pblico de las pudas tambin abundaban las pros-titutas que buscaban clientes. Te empezaban pidiendo entre dosy tres reales por pasar un rato en un camastro de un habitculocercano, pero regateando podas acabar dndote un alivio porunos pocos cntimos en un portal o en el pequeo patio traserode la taberna si habas consumido lo suficiente para que el pro-pietario accediera.

    Eres guapo me dijo una de esas mujeres que se acerca mi mesa.

    De veras?S, pero hace tiempo que la belleza de los hombres dej

    de interesarme. Aunque puedo ofrecerte el agujero de micuerpo que ms te apetezca, salvo los de las orejas, que losquiero mantener vrgenes.

    No s si eres ingeniosa o cnica, o las dos cosas a la vezle dije.

    Oye, cielo, mi tarifa no incluye aguantar discursos.

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  • No tena ninguna intencin de irme con ella, pero depronto pens que si se quedaba conmigo completara muy bienmi integracin en el ambiente. De modo que le propuse:

    Ahora mismo no tengo ganas de sexo, pero puedo invi-tarte a vino y quiz dentro de un rato me convences para ir ahdetrs.

    Eres polica? me interrog mientras estudiaba laoferta.

    No.De acuerdo. De todas formas hoy no es mi da.Se sent y le llen un vaso con vino de mi jarra. Al ver que

    fumaba tambin me pidi uno de esos cigarros de tabaco reseco.Cmo te llamas? le pregunt con el fin de iniciar una

    conversacin que diera la sensacin de normalidad.Me llaman la Yegua.La mir fijamente, como interrogndola con los ojos para

    saber el origen del mote, aunque me haca una pequea idea.La Yegua me entendi perfectamente, por lo que inici unabreve explicacin.

    Me llaman as porque durante algunos aos tuve uncliente fijo que vena diciendo que buscaba una yegua para ca-balgarla. Tena gustos raros, de modo que muchas lo evitaban.Yo era de las nuevas y no saba de su reputacin. Le gust ydesde entonces slo me buscaba a m. Sus manas las compen-saba pagando muy bien. Era uno de esos ricos de la calle Mont-cada o por ah. Por desgracia una sfilis se lo llev al otro barriohace unos aos.

    Curioso, pero me refera a tu nombre de verdad.Mis padres me llamaban Isabel, pero de eso hace tanto

    tiempo que a veces ni me acuerdo. Ahora me llamo como quie-ren mis clientes, mi chulo, cuando lo he tenido, o la madamedel prostbulo de turno, depende de la poca.

    Isabel es un nombre muy bonito le dije.Fue entonces cuando me pareci percibir un asomo de

    emocin en su rostro, y una especie de estremecimiento seapoder durante un segundo de su cuerpo.

    Haca mucho tiempo que nadie me deca algo tan bonitodijo. Y aadi: Pero no esperes una rebaja si al final vamosah atrs.

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  • En aquel momento, Anselmo, que segua con su repertorio,termin la cancin con un brusco y sostenido raspado de suguitarra, lo cual llam mi atencin. Dirig la vista al escenarioy un guio hizo que girara mi cabeza hacia la entrada. Apo-yado junto a la puerta apareci un tipo fornido con un golpe enla cara que coincida con el que estaba buscando.

    Isabel, quieres ganarte seis reales? No me digas que t tambin tienes manas raras. Es que

    atraigo a los degenerados o qu?No es nada de eso, mujer la tranquilic. Ves a ese

    tipo grandote junto a la puerta? Mralo disimuladamente.As lo hizo.S, y qu?Necesito hablar a solas con l un rato Podras llevrtelo

    a un sitio discreto?Oye, to, no quiero problemas, yo me gano la vida por aqu.T llvalo y cuando yo aparezca te echar un poco a las

    malas. Ser suficiente teatro?Est bien. Dame el dinero.Toma. Y si cumples te dar otros dos reales. Segura-

    mente es ms de lo que ganas en dos o tres das.La prostituta cogi el dinero.Un poco ms abajo, en direccin a la playa, hay un calle-

    jn solitario. Lo llevar ah. Pero date prisa, este to es un pocoviolento dijo.

    Lo conoces?De odas. Ronda por aqu desde hace un par de semanas

    pero ya se ha hecho una fama. Lleg en un barco italiano, creo.Es uno de esos buscavidas. Por cierto, si me ahuyentas en el ca-llejn, cmo me pagars los otros dos reales?

    Te doy mi palabra. Hace tiempo que dej de creer en la palabra de los hom-

    bresPues esta vez tendrs que fiarte de la ma. Mira, psate

    maana a las once por la imprenta de Manuel Saur, en la calleRegomir. Yo estar ah, y si no, los habr dejado a tu nombrey aad con toda la intencin, Isabel.

    De nuevo la pronunciacin de su nombre provoc aquelleve efecto en la mujer.

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  • Espero no arrepentirme respondi, y se levant de lamesa.

    Disimuladamente con la mirada segu desde mi rincn eltrayecto de Isabel hasta el tipo. No fue directa, sino que se fueentreteniendo en algunas mesas y clientes con la clara inten-cin de hacerse notar. No haba duda de que era toda una pro-fesional, saba hacer su trabajo. Al cabo de unos instantes seplant frente a su objetivo. Se le acerc y le dijo algo al odoque no pude escuchar.

    Al poco los dos salieron del local. Dej unas monedas sobrela mesa y me dispuse a seguirlos tras lanzar una mirada decomplicidad a Anselmo. Por supuesto no tena la certeza de queIsabel cumpliera lo pactado. Me la poda jugar, claro, y alertaral tipo, pero en este oficio a veces te tienes que arriesgar. Ade-ms, estaba demasiado cerca del saboteador como para perderla segunda oportunidad de atraparlo y hacerle hablar. Para ellocontaba ayudarme con mis pistolas y el cuchillo, de dimensio-nes aptas para resultar convincente.

    Desde la puerta de la taberna pude ver a mi derecha cmoIsabel y su acompaante doblaban la primera esquina. Aguardunos segundos y segu su misma direccin. Al llegar a la es-quina me par y encend mi ltimo cigarro, momento que apro-vech para observarlos. No tardaron en introducirse en el calle-jn que me haba indicado Isabel. De momento todo iba segnlo planeado.

    Me fui acercando al callejn despacio. Antes de introdu-cirme escuch unos leves gemidos, seal de que Isabel estabahaciendo su trabajo. Tom una de las pistolas, la amartill y measegur de tener el cuchillo a mano, adems de una porra demadera que completaba mi armamento personal, otro re-cuerdo de mi poca de polica. Respir profundamente, en unintento de controlar mi excitacin, y penetr en el callejn. Ahestaba el tipo de pie y apoyado en el muro, e Isabel agachadafrente a l.

    Quieto ah! dije en voz alta mientras le apuntaba conla pistola. T, puta, lrgate a mamrsela a otro.

    Isabel obedeci sin pestaear y sali corriendo del callejn.Y t tranquilo, mantn las manos en alto y los panta-

    lones donde los tienes ahora mismo. Ah estn muy bien.

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  • Bajados hasta los tobillos le impedan moverse, viejos trucospoliciales. Vamos a charlar un rato. Dnde estabas ayer aestas horas?

    El tipo permaneci en silencio sin dejar de mirarme de-safiante.

    Deja que te lo recuerde prosegu, estabas desmon-tando vas del ferrocarril. Ah s!, tambin intentaste ma-tarme. Para quin trabajas?

    Ni lo s ni me importa. Un amigo me propuso el trabajoa cambio de unas monedas. Necesito dinero y lo dems no esasunto mo contest impertinente.

    Y ese compadre que reparte trabajo, quin es?Aqu se acaba la informacin, amigo dijo.Sin dejar de apuntarle empu la porra y le golpe fuerte

    con el extremo en el estmago. Cay doblado de rodillas reso-llando de dolor.

    Ni tengo prisa, ni razones por las que no deba volarte lacabeza, de modo que yo de ti hablara antes de que se me agotela paciencia. Si te he encontrado a ti tambin puedo encontrara tu compinche. As de fcil. Desembucha aad, a la vez quele arreaba de nuevo en la espalda.

    Vete al infierno! grit entonces el tipo, que habaaprovechado su posicin para hacerse con un cuchillo que lle-vaba escondido en una bota y abalanzarse con rabia sobre m.

    Reconozco que no esperaba aquella sbita reaccin, perotena los cinco sentidos alerta, de modo que pude esquivar suenvite. Fui a dispararle, pero tuve tiempo de pensar que no meconvena llamar la atencin de los habituales del lugar, as queopt por lanzarle la porra a la cara, que logr parar con su an-tebrazo, y cog mi chuchillo, de cuyo manejo admito tener unacierta habilidad. Se lanz furioso sobre m, pero con un giro r-pido de cintura lo esquiv y le clav la hoja con un golpe cer-tero. Titube unos segundos y cay desplomado. Apart su cu-chillo de una patada y me acerqu. An estaba vivo.

    Para quin trabajas? insist.Hijo de puta fue lo ltimo que acert a decirme de

    forma entrecortada antes de morir.

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  • Captulo 8

    Revisando las pertenencias del saboteador

    Llegu a mi habitacin de la calle Flassaders con el corazntodava fuera de sitio. No haba sido mi primera pelea de cu-chillos ni tampoco la primera vez que mi contrincante se lle-vaba la peor parte, pero eso es algo a lo que al menos yo jamspodr acostumbrarme. Antes de abandonar a toda prisa el ca-llejn, registr al tipo. Las escasas pertenencias que decid co-gerle estaban ahora sobre la mesita que haba en mi cuarto.Una hoja doblada de papel, una pipa, una bolsa con tabaco, unapequea navaja, unas pocas monedas y un cartn impreso depequeas dimensiones.

    Desdobl el papel grande: era el mapa para llegar a la zonade obras del ferrocarril y marcaba el punto en el que sorpren-dimos Francisco y yo a los saboteadores. El pequeo cartn te-na escrito: Hogar del Marino y el nmero 34.

    S muy bien qu es el Hogar del Marino gracias a mi pa-sado; se trata de una especie de comedor y dormitorio benficopara los marineros sin recursos. Ah les garantizan un camas-tro y dos comidas al da, si se puede llamar comida a un me-junje que dicen que es sopa y que en realidad es agua hervidacon algunas sobras cuya procedencia es mejor no conocer. Elcartn es una especie de comprobante de que el portador hasido acogido en el centro, con el nmero del camastro que leha sido asignado escrito en l.

    El resto de objetos carecan de importancia, de modo queme acost para intentar dormir, lo que no sera fcil. En primerlugar por la excitacin como consecuencia de la pelea, y tam-bin, debo confesarlo, echaba de menos mi querido olor a tintade la imprenta de Saur.

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  • En la hora larga que supongo tard en conciliar algo desueo pas revista a los ltimos acontecimientos, intentandoordenar la informacin recabada y extraer alguna conclusin.Tambin pens en lo que hara al da siguiente. Por supuestovisitara a Boada para explicarle el suceso. En segundo lugardebera echar un vistazo al Hogar del Marino por si poda ave-riguar con quin se relacionaba el saboteador. Haba muchasposibilidades de que hubiera sido reclutado para los ataques alferrocarril por otros maleantes habituales del centro. Ah!, ypasara por la imprenta de Saur a dejar el dinero prometido aIsabel, aunque no estaba seguro de que fuera.

    La cuestin era ahora cmo visitar el Hogar del Marino sinlevantar sospechas. Quiz me hara pasar por marinero enbusca de barco. Aunque bien pensado, nadie se creera que soymarinero.

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  • Captulo 9

    El anillo masnico

    Rubn! Eh, Rubn!Era Anselmo quien as me gritaba. Acababa de salir de mi

    casa en Flassaders para dirigirme a la oficina de Boada y apenasllevaba andados unos metros.

    Anselmo! Me estabas esperando? le dije sorpren-dido.

    S, Saur me ha dicho dnde te poda encontrar. No sabaque habas dejado la imprenta para alojarte aqu.

    Hace tan slo unos das.Menuda se organiz anoche prosigui casi atragan-

    tndose Anselmo. Una hora despus de que te fueras entrun tipo en la taberna gritando que haba un muerto en el ca-llejn. Se lo encontr cuando fue all con una prostituta. To-dos fueron a verlo y yo tambin. La verdad, pensaba que po-das ser t, pero no, era el matn del golpe en la cara. Te locargaste t?

    No podras decirlo un poco ms alto? Puede que hayaquien an no se ha enterado le dije sin disimular mi enojopor su falta de discrecin.

    Perdona, es que estoy algo nervioso. Fuiste t? insisti.Y qu si fui yo? Acaso era un pariente?No digas tonteras, Rubn. Mira, vete con cuidado, mu-

    chos de esos tipos de las tabernas son verdaderamente peligro-sos y no se andan con chiquitas.

    Yo tampoco, y menos an cuando defiendo mi propiavida contest.

    Vale, vale, pero insisto en que vayas con cuidado. Puedeque alguien relacione tu presencia anoche en la taberna con el

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  • muerto. No eres precisamente un habitual del lugar. Por cierto,pude ver el golpe que dijiste que tena el tipo en la cara con elsello de un anillo marcado.

    S, as lo pude reconocer asent.Sabes qu es el dibujo? Mir a Anselmo con cara de

    ignorancia. Es el signo de los masones.Cmo?! exclam.S, el comps y la escuadra entrelazados y en medio una

    letra G, es el smbolo de la masonera.Saqu de mi bolsillo el dibujo que obtuve del anillo de

    Francisco la noche del ataque. Era en efecto tal como deca An-selmo.

    Eso es una sociedad secreta dije. Cuando estaba enla polica detuvimos a un grupo de ellos acusados de conspirarcontra la Reina. Eran unos tos un poco raros.

    Hay buena gente entre ellos, muchos progresistas comot y yo.

    Y dices que este dibujo es su smbolo? Por qu Fran-cisco tiene un anillo masnico?

    Est claro, o porque es masn o porque se lo ha dado al-guno de ellos, aunque me inclino por lo primero. Dijiste que elcriado es negro Parece ser que algunos esclavos liberados sehicieron masones en Amrica.

    Hay tambin masones en Amrica? pregunt incr-dulo.

    Los hay por todo el mundo. Es una sociedad fraternaluniversal.

    Vaya, vaya.Bien Rubn; lo dicho: ten cuidado y procura no aparecer

    durante un tiempo por la Barceloneta.Descuida Anselmo. Por cierto, cmo sabes tanto de los

    masones?He ledo cosas.Y se fue Flassaders arriba.

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  • Captulo 10

    Nuevo informe a Boada

    A s que no pudo sonsacarle nada a ese saboteadorMe era difcil deducir si Boada estaba orgulloso o furioso

    cuando le expliqu el incidente con resultado de muerte en elcallejn de la Barceloneta. En cualquier caso no dejaba de mos-trar incredulidad.

    Desde luego no se puede negar que es usted expeditivo,Cardona.

    Especialmente con quienes me intentan matar. La vida teensea que hay gente a la que no se debe dar otra oportunidadde acabar contigo razon.

    Dice que el tipo tena un mapa de mi obra? inquiriBoada.

    En efecto. Y eso significa que alguien les haba sealadoa aquellos dos el objetivo a sabotear. Por supuesto estn bienorganizados; quien hizo el mapa saba que la zona estara pocovigilada esa noche. Lo que no contaba es que apareciramosFrancisco y yo por ah.

    Por lo tanto, debemos concluir que hay alguien de laobra que da informacin a los saboteadores apunt Boada.

    Puede ser asent.Sospecha de alguien? aadi el indiano.Todava no, necesito conocer ms a su gente. Aunque to-

    das las lneas de investigacin deben estar abiertas, de mo-mento me inclino por descartar al ingeniero Partal: l s que sa-ba que bamos. Por cierto, seor Boada, suele usted hacerdonativos a la beneficencia?

    El viejo me mir incrdulo por segunda vez aquella ma-ana, pero opt por contestarme.

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  • Mi esposa se encarga de eso. Frecuenta esos crculos de da-mas aburridas que ocupan su tiempo en estas cosas. Por qu?

    He descubierto que el saboteador de anoche se alojaba enel Hogar del Marino, un centro de acogida de marineros depaso por Barcelona. Necesito un motivo para ir all a ver si ave-riguo algo sin levantar sospechas. He pensado que quiz siendoportador de un donativo del ilustre indiano Toms Boada meabrira alguna puerta.

    Boada se dirigi a su escritorio, sac una bolsa con monedasy me la lanz.

    Le basta con esto?Estoy seguro de que el Hogar del Marino apreciar su

    generosidad.Me diriga ya a la puerta del despacho cuando Boada me ad-

    virti:Cardona, confo en que en sus honorarios vaya incluida

    la discrecin. No me conviene para nada que trascienda el ru-mor de que gente que trabaja para m va dejando cadveres porlos callejones de Barcelona.

    Por supuesto, seor.Al salir del despacho de Boada encontr a Francisco en la

    antesala.Buenos das Francisco le dije, debes saber que el tipo

    que me sacaste de encima la otra noche no volver a sabotearnada. Digamos que tuvo la mala fortuna de toparse por se-gunda vez conmigo.

    Uno menos, pues fue su breve respuesta.Uno menos, s, gracias a la marca que le dejaste en la cara

    con tu anillo masnico, que me permiti identificarlo.Por supuesto remarqu lo de masnico con el fin de com-

    probar la reaccin de Francisco al saberme conocedor de su se-creto. No dijo nada, pero su cara delat una cierta incomodidadante mi comentario, al tiempo que observ que no llevaba elanillo puesto.

    Por cierto, no lo llevas. Lo has perdido? insist.Slo me lo pongo a veces.Entiendo, debe de ser valioso para ti. En cualquier caso, y

    vistos los resultados, procura llevarlo si tenemos otra aventuranocturna le dije con un guio cmplice.

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  • Me desped de Francisco y sal del edificio de Xifr. Habaevitado preguntarle directamente si era masn, tan slo quisedejarle constancia de que reconoca el significado del anillo.Quizs eso lograra vencer las reservas que tena hacia m,aunque tambin poda aumentarlas. Adems, eso era sloasunto suyo y no me interesaba, pues no aportaba nada a la in-vestigacin.

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  • Captulo 11

    La pista de los mdicos

    Despus de informar a Boada me dirig a la imprenta deSaur. No faltaba mucho para las once, hora en la que habaquedado con Isabel. Albergaba la esperanza de que vendra,pues dos reales son dos reales, sobre todo si se tiene un oficiocomo el suyo en el que los ingresos no siempre son regulares.Saur estaba trabajando en la composicin del Barcelons,mientras dos de los empleados que se hallaban en ese mo-mento en el establecimiento estaban concentrados en otras ta-reas, uno en su pupitre de trabajo y otro al cuidado de una im-presora. Y yo, como siempre haca cuando entraba en laimprenta, inspir hondo para que el perfume a tinta penetraraen toda su dimensin en mis pulmones.

    Buenos das, amigo salud.Rubn, cmo va la investigacin del ferrocarril?Pues sigo intentando averiguar quin est detrs de los

    saboteadores me limit a informar.Esta ciudad, amigo mo, cada da est peor. Necesita un

    poco de orden. Mira, sin ir ms lejos, ahora mismo estoy com-poniendo la noticia de un asesinato anoche en un callejn de laBarceloneta.

    Ah, s? pregunt con fingida sorpresa ante tan in-oportuna casualidad.

    S, un desconocido, al parecer un marinero. Fue apua-lado.

    Increble. Y qu dice la polica?Creen que es algn tipo de ajuste de cuentas entre esa

    gente que frecuenta las pudas, aunque estn preocupados porsi se desata un brote de violencia, una venganza que lleva a

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  • otra y a otra. Son espirales que empiezan y nunca sabes cmoy cundo acaban, incluso a veces con alguna revuelta, y esopone muy nerviosa a la autoridad, que como ya sabemos acabaresolviendo estas cosas a caonazos desde Montjuc y congente presa y ejecutada en la Ciudadela.

    No sera bueno, no reafirm, rememorando los suce-sos de haca cuatro aos, que me llevaron precisamente a unacelda de la odiada fortaleza.

    Como no quera proseguir con aquella conversacin, puesno deseaba ni sopesar que mi incidente de anoche pudiera aca-bar tal y como auguraba Saur, cambi rpidamente de tercio.

    Oye, qu sabes de Manuel Nogus?Es el principal propietario de lneas de diligencia.Y por consiguiente, uno de los mayores afectados por el

    ferrocarril, no es as? En efecto.Dicen que est muy enfadado con Boada y que le ha lle-

    gado a increpar duramente en pblicoDigamos que sa es una forma suave de decirlo. En rea-

    lidad, cada vez que coinciden Nogus le dirige insultos y ame-nazas de todo tipo me explic Saur.

    Incluso de muerte?Incluso de sas, aunque ya se sabe que estas cosas se di-

    cen pero nunca se hacen, por aquello de perro ladrador pocomordedor.

    Crees a Nogus capaz de estar detrs de los sabotajes?No es de descartar, pero lo dudo muchsimo, pues desde

    hace aos dirige sus esfuerzos a labrarse una reputacin comoprohombre de la ciudad.

    Y adems aad, sera muy poco prudente entoncesque amenazara pblicamente a Boada en los trminos que hasdescrito, pues resultara demasiado evidente como principalsospechoso.

    Quiz, aunque por otra parte no olvides que la gente deltransporte es muy impulsiva. De todas formas deja que te hagaotra reflexin: has pensado en los mdicos?

    En los mdicos? pregunt perplejo.S, no paran de advertir de los peligros del ferrocarril

    para la salud.

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  • Suena a guasa dije.Ya, pero estn muy combativos.No me lo puedo creer.Pues cretelo. Precisamente esta tarde hay una conferen-

    cia en el Crculo Barcelons sobre el tema; la pronuncia el doc-tor Jaime Torres. Yo ir, si quieres puedes venir conmigo seofreci Saur.

    Te acompaar encantado. De momento no puedo des-cartar nada y debo investigar todas las vas.

    En aquel momento se abri la puerta de la imprenta e hizosu entrada una mujer que al principio no reconoc pero que alpoco me percat de que era Isabel.

    Qu se le ofrece, seorita? pregunt Saur.Es amiga ma interrump. La cit aqu. Espero que

    no te importe.En absoluto, Rubn, en absoluto, tus amigos son siempre

    bien recibidos en mi casa. Y por supuesto tambin tus ami-gas agreg con un deje burln.

    Vengo a por mis dos reales dijo Isabel yendo directa-mente al grano. Aunque debera pedirte ms despus delmiedo que pas anoche. No sabes la que se arm cuando lo en-contraron. Un to me estuvo preguntando si haba visto al quelo hizo.

    Saur dejo de sbito la composicin del suelto y se concen-tr en seguir escuchando entre atento y sorprendido el relatode Isabel. Nos miraba alternativamente a los dos. No decanada, pero era ms que evidente que sus ojos de periodista sehaban llenado de preguntas.

    Casi no te he reconocido cuando has entrado en la im-prenta. Ests distinta dije para intentar cortar la nula dis-crecin de Isabel.

    Es que por las maanas no me visto de puta contest,aumentando la incredulidad de Saur.

    Toma lo prometido le entregu los dos reales, y unoms por el susto.

    Bien, adis, y no tengas prisa por volver a verme.Isabel sali de la imprenta y dirig la mirada a Saur, quien

    al cabo de unos segundos rompi su aturdido silencio para pre-guntarme:

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  • Crees que puedo aadir a lo de la Barceloneta que quizeste asesinato est relacionado con los sabotajes del ferroca-rril?

    Pues no, no creo que sea una buena idea. No, seguro queno dije, y me fui.

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  • Captulo 12

    Visita benfica al Hogar del Marino

    A l salir de la imprenta busqu a Isabel. Bajaba por Regomiren direccin a la muralla de mar.

    Isabel! Isabel! grit tratando de detenerla.Hizo como que no me oa, lo que me oblig a correr para al-

    canzarla. Cuando lo hice detuve su marcha asindole el brazoderecho. Isabel se gir hacia m con cara enojada.

    Y ahora qu quieres? espet.Pedirte si me puedes acompaar a hacer una visita.No.Te dar dos reales ms.Oye, eres un to muy raro. Normalmente los hombres

    me pagan a cambio de sexo. Eres un invertido acaso?Pues no, me van las mujeres, y si el problema es se, en

    mejor momento estar encantado de gozar de tus serviciosprofesionales. Me acompaas?

    A gozar de mis servicios sexuales?No, a un lugar llamado Hogar del Marino. Tengo que en-

    tregarles un donativo de parte de un benefactor.Y yo qu pinto en esto? pregunt Isabel.Despertar menos sospechas si voy acompaado de una

    seora que presuntamente forme parte de uno de esos comitsde beneficencia.

    Y piensas que tengo la apariencia de una de esas mujeres?Tienes el punto justo de elegancia.Isabel acab aceptando, supongo que por el cumplido final

    al menos as se lo debi de tomar y, sobre todo, por los dosreales.

    El Hogar del Marino estaba en la calle Santa Madrona, de-

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  • trs de las Atarazanas y muy cerca de la Rambla. Era un edifi-cio ms que sobrio y bastante destartalado, en realidad pocoms que un cobertizo. El lugar se identificaba tan slo con unainscripcin con pintura blanca sobre la puerta que deca: HOGARDEL MARINO DESAMPARADO. Cuando Isabel y yo llegamos coinci-dimos con un hombre de edad algo avanzada aunque corpu-lento que entraba unos sacos al interior. Nos dirigimos hacia l.

    Buenos das, buscamos al responsable del centro ledije.

    Soy yo, el padre Luis.Me llamo Rubn Cardona y vengo en nombre de un im-

    portante hombre de negocios de la ciudad. La seora se llamaIsabel y representa a un comit de beneficencia que han cons-tituido recientemente algunas damas cuyos maridos se dedicana actividades mercantiles. Tenemos algo que entregarle. Hayalgn lugar donde podamos hablar con discrecin? le pre-gunt.

    Tengo un pequeo despacho en la parte de arriba.Entramos en el edificio, y tal como me imaginaba era una

    nave amplia y difana, sin paredes y tan slo algunas colum-nas. A lado y lado haba dos hileras con camastros y, entre ellas,dispuestas longitudinalmente, unas mesas alargadas para co-mer. Cerca de la entrada haba unos fogones con unas ollasgrandes. El despacho del padre Luis estaba en una especie de al-tillo en el que tambin haba su pequeo dormitorio. Desdeuna ventana del despacho se poda contemplar el dormitoriocomunitario, compuesto de una cuarentena de camas. El padreLuis nos ofreci asiento en unas sillas situadas frente a unviejo escritorio. l se coloc en el otro lado.

    Y bien, qu tienen que entregarme?Puse la bolsa con monedas que me dio Boada sobre la mesa.

    El padre Luis la abri y tras comprobar su contenido se dirigia nosotros con rostro sorprendido.

    Es una donacin muy generosa.As es, padre, y a los responsables, tanto mi representado

    como el comit de damas que ha propuesto su centro para eldonativo, les gustara mantener el anonimato aad.

    Esto aliviar a muchos marineros sin recursos. Les ruegotransmitan mi ms sincero agradecimiento a los benefactores.

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  • Sin embargo, me gustara que me dijeran por qu el Hogar delMarino ha recibido esta generosa atencin.

    Era la oportunidad que estaba esperando para llevar la con-versacin hacia donde me interesaba. Con todo Isabel se man-tena en silencio.

    Parece ser que algunas de las seoras del comit tuvieronla oportunidad de conocer a uno de sus huspedes y cobraronconciencia del gran trabajo que est usted haciendo aqu y porsupuesto de sus necesidades expliqu.

    Y de quin se trata...?Es un tipo grandote, con barba oscura, que al parecer

    ayud a una dama que sufri una torcedura de tobillo en unacada en la Rambla terci de repente Isabel, que hasta aquelmomento haba guardado silencio.

    Ah s!, lleg hace un par de semanas. Creo que fue des-pedido de la tripulacin de un mercante. Se aloja en el Hogarhasta que encuentre otro barco. Me sorprende y alegra su acti-tud, pues por su aspecto uno dira que no anda sobrado de ama-bilidad, pero ya se sabe cmo son esta gente del mar: rudos porfuera pero con un corazn generoso. Por cierto, hace un par dedas que no viene, aunque sigue teniendo sus cosas aqu dijoel padre Luis.

    No le habr pasado algo malo, verdad? intervino denuevo Isabel con fingida preocupacin sbita. Lo cierto es queme estaba sorprendiendo lo bien que haca su papel de dama decomit de beneficencia.

    Bueno, no es extrao que estos marineros no duermancada noche en el Hogar contest el padre.

    Y por qu? insisti Isabel, poniendo al cura en unaposicin embarazosa. Era hora de intervenir y cortar la ya so-breactuacin de mi acompaante.

    Por favor, seora Isabel, no obligue al padre a darle deta-lles que es mejor que una dama ignore.

    El padre Luis me lanz una mirada agradecida de alivio,mientras que Isabel hizo un gesto entre rubor y timidez quesin embargo no poda ocultar que se diverta a mi costa.

    Parece que habl de un amigo aqu en el centro, no esas, seora Isabel? Ella asinti a mi intervencin.

    Por lo que he podido observar tan slo se relaciona con

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  • un habitual del Hogar, aquel que est tumbado en aquella camade la izquierda seal el padre Luis hacia la ventana del des-pacho.

    Efectivamente haba un tipo en una de las camas. No eradescabellado que pudiera tratarse de quien reclut al marinerograndote para los sabotajes en las vas del ferrocarril; inclusopoda haber sido su acompaante la noche que los sorprendi-mos con Francisco.

    Bien, padre interrump, muchas gracias por su aten-cin y haga buen uso del donativo.

    Por favor, soy yo quien les est enormemente agrade-cido, a ustedes y a los benefactores que representan. Les ruegoque les trasladen mi ms sincera gratitud, con la seguridadde que el dinero tendr un buen uso.

    Cuando Isabel y yo salimos del Hogar del Marino nos en-caminamos a la Rambla. Al llegar al paseo me dirig a ella paradespedirme.

    Muchas gracias por tu ayuda Isabel, has estado magn-fica. Aqu tienes los dos reales prometidos, y ten mucho cui-dado.

    Y t qu vas a hacer?Voy a esperar a que salga el tipo se. Estoy convencido de

    que es quien contrat al marinero de anoche.Tambin le matars?En la mirada de Isabel cuando me lanz la pregunta haba

    miedo y preocupacin. No le contest y me limit a decirleadis.

    Ten cuidado fue lo ltimo que me dijo antes de subirpor la Rambla y desaparecer poco despus por Escudillers.

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  • Captulo 13

    Conferencia tras el asesinato

    Debieron de pasar unas dos horas antes de que el amigo delsaboteador muerto saliera del Hogar del Marino. Tal como ha-ba previsto, se dirigi a la Rambla. Yo me haba situado en unbanco cerca de Escudillers y haba empleado el tiempo en co-mer un chusco de pan con una carne guisada dentro que habacomprado en un pequeo mesn situado casi en la esquina deTrentaclaus con la Rambla. Tambin me haba comprado unabotella de un refresco con sabor a frutas.

    El tipo baj la Rambla y gir a la izquierda por la calle delDormitorio de San Francisco. En cuanto desapareci de mi vistasegu el mismo camino y al tomar su misma calle lo vislumbr.Continu recto por la calle Ancha y Agullers y gir a la iz-quierda para llegar a Santa Mara del Mar. De all se dirigi alBorne. Cruz el mercado y lleg a la explanada entre la ciudady la Ciudadela. Era uno de los lugares donde se instalaban bar-beros que por menos dinero de lo que cobraban los establecidosen la ciudad afeitaban y cortaban el pelo, un sitio concurrido.

    El desconocido se dirigi a la zona de barberos y habl bre-vemente con uno de ellos; a continuacin se sent en un tabu-rete y el peluquero se dispuso a afeitarlo. Dada la situacinopt por lo mismo: escog uno cercano y negoci el precio bre-vemente con el barbero. Quedamos en tres cuartos. Mi afei-tado dur unos quince minutos, casi lo mismo que el del tipo.l, adems, se cort el pelo, de modo que para no perderlo devista me dirig a los puestos ms prximos del mercado. Alcabo de otros quince minutos el barbero termin su trabajo yel tipo vino hacia donde yo me encontraba, pero enfil por lacalle del Rec y continu por Tantarantana.

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  • Al llegar a Carders se dirigi a otro hombre que pareca es-perarlo apoyado en la esquina. Era moreno, llevaba sombrero yuna levita verde caqui. Tras conversar brevemente siguieronun tramo por Carders hasta que giraron a la derecha por JaimeGiralt. Desde la esquina observ cmo entraban en un portal.Aguard y el segundo individuo no tard en salir y remontarla calle hasta la Baja de San Pedro, donde desapareci tras girara la izquierda. Opt por esperar a que tambin saliera el tipodel Hogar del Marino.

    Tardaba demasiado y empec a impacientarme. Pens enentrar en el portal pero lo juzgu demasiado arriesgado; no sa-ba qu poda encontrar. Al cabo de unos minutos una mujercargada con algunos vveres entr en el edificio y casi instan-tneamente lanz un grito de terror que llam la atencin detoda la calle. Corr hacia el portal, donde ya se agolpaban algu-nas personas que tambin gritaban. Me abr paso y al entrarpude comprobar el motivo de los gritos: el hombre al que se-gua yaca en el suelo, muerto, con el cuello cortado y sobre untremendo charco de sangre.

    Ya nada tena que hacer all y me fui por el mismo caminoque el asesino, pues no tena duda alguna de que haba sido elhombre que entr con la vctima en el portal el autor de aque-llo. Llegu a la Baja de San Pedro sin ninguna esperanza de po-der ver an al tipo, aunque de todas formas mir atentamenteunos segundos y segu mi marcha hacia un lugar indetermi-nado. Slo quera largarme de all cuanto antes.

    Pas el resto del da en mi habitacin, reflexionando sobre losvertiginosos sucesos de las ltimas horas, desde que acept el tra-bajo de Boada. Todo estaba yendo muy deprisa. Ya por la tardeme dirig a la imprenta de Saur. Habamos acordado acudir a unaconferencia mdica en el Crculo Barcelons sobre los problemasque poda generar el ferrocarril en la salud de las personas. Locierto es que tena curiosidad por escuchar al conferenciante.

    Cuando llegu a la imprenta Saur ya me esperaba.Sabes que ha habido otro asesinato hoy mismo? me

    interrog nada ms entrar.De verdad? contest fingiendo total ignorancia.S, en Jaime Giralt, un tipo degollado. Esto no me gusta

    nada, Rubn.

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  • Casi en silencio nos dirigimos al Crculo Barcelons, queestaba en la Rambla, justo al lado del teatro Principal. La saladonde iba a tener lugar la conferencia estaba bastante concu-rrida, aunque no llena del todo; en total ramos unas sesentapersonas. El conferenciante era el doctor Juan Nadal, que go-zaba de un cierto prestigio en la ciudad. All estaba, cmo no,Manuel Nogus, el principal propietario de las lneas de dili-gencia, que encabezaba la oposicin al ferrocarril de Boada,pues consideraba que poda acabar con su negocio si conseguaimponerse, con el tiempo, como medio de transporte habitual.Tambin reconoc a otros prohombres barceloneses, as como avarios periodistas. Nogus no perda el tiempo y aprovechabapara extender su campaa de descalificaciones sobre Boada.

    Haba expectacin y Nadal no hizo esperar al pblico. Lehaban preparado una especie de plpito desde donde poderpronunciar su discurso de pie.

    Seores arranc Nadal, empezar esta conferencia ala que tan amablemente me ha invitado la junta directiva delCrculo Barcelons de forma muy directa. Soy cientfico y noestoy acostumbrado a andarme por las ramas: ese invento delferrocarril va a traernos un sinfn de enfermedades nuevaspara cuya curacin la medicina no est hoy da preparada.

    Un murmullo de asentimiento general recorri la sala. Na-dal dej pasar unos segundos y prosigui.

    Voy a relatarles los primeros problemas que he podidorecoger de las distintas investigaciones llevadas ya a cabo porla comunidad cientfica internacional. En primer lugar, elhumo que desprende la locomotora del ferrocarril: est demos-trado que es altamente txico y va a ser inhalado en primer lu-gar por los pasajeros y, por supuesto, por todos aquellos que sehallen cerca del tren cuando ste circule. Pueden imaginarse,seores apunt los efectos que este veneno tendr en elsistema respiratorio, en forma de terribles enfermedades quepueden conducir a una muerte lenta pero inevitable. Qu curapuede haber para eso?

    Hay que impedirlo! Se escuch desde el fondo de lasala, seguido de otras voces de apoyo, entre ellas por supuestola de Nogus. Nadal sigui con su relacin catastrofista.

    Tambin quisiera alertar de las consecuencias que para la

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  • salud de los viajeros puede acarrear el continuo traqueteo deltren. Una exposicin prolongada va a provocar sin duda tras-tornos nerviosos, y con mis propios ojos he visto a lo largo demi carrera a seres humanos convertidos en desechos a causade alteraciones en el sistema nervioso. No hay nada ms cruelque la locura, se lo aseguro.

    Nadal pareca tener a los presentes como posedos con esaespecie de autoridad que le confera su ttulo de doctor en me-dicina, el cual le acreditaba como miembro de ese colectivo deespecialistas a quienes la gente confa su vida y cuyo anlisisno suele jams ponerse en duda. Uno no puede evitar pensarque son los nuevos brujos, chamanes y curanderos reconverti-dos por la revolucin cientfica.

    Hay an otro efecto altamente peligroso del ferrocarrilaadi, y es que la gran velocidad que puede alcanzar aldeslizarse por las vas va a provocar disfunciones oculares a laspersonas que observen fijamente su paso. Seores, el cuerpohumano no es una mquina que puede trabajar sin descanso, yel ojo no est preparado para absorber esa gran cantidad deimagen en movimiento que genera el ferrocarril. Los afectadosperdern lentamente la visin, llegando incluso a la cegueratotal.

    Debemos proteger a nuestros hijos de esta catstrofe!Queremos una sociedad sana, no enferma! bram indig-nado Nogus. El gran empresario barcelons de las diligenciasse diriga casi en modo de arenga al pblico, que responda congritos de aprobacin.

    La reaccin del auditorio daba an ms alas a Nadal, queconvirti su conferencia en una sucesin de soflamas que lahacan parecer una mezcla de discurso de demagogia poltica yde charlatn de feria ms que una leccin cientfica. El paro-xismo lleg casi al final, cuando el afamado mdico lleg aalertar de los numerosos incendios que provocaran las chispasdespedidas por la locomotora.

    La conferencia termin con grandes aplausos y vtores aNadal, pero tambin a Nogus, que ejerca claramente de lder.

    Sigues pensando que Nogus no es quien est tras lossabotajes? pregunt a Saur.

    No s, Rubn, una cosa es patrocinar una conferencia o

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    tren de venganza

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  • hacerse el bravucn en pblico, y otra muy distinta es dirigiruna banda de delincuentes. No me encaja, de verdad con-test.

    Perdona, amigo, pero no acabo de entender por qu de-fiendes tanto a Nogus

    No es que lo defienda, pero los aos me han enseadoque no se puede juzgar a las personas slo por las apariencias.Y t, que has sido polica, lo deberas saber de sobra. Nogus halevantado su negocio honradamente, a pesar de que no ha du-dado en defenderlo con contundencia cuando ha sido necesa-rio, como cuando se enfrent a aquella banda que asaltaba susdiligencias. Acab con ellos a tiros, pero tambin puso fin almiedo que esos maleantes haban sembrado en la zona. Ade-ms, no se le puede negar su contribucin al progreso de Bar-celona justific Saur.

    Salvo cuando se trata del ferrocarril y el progreso ame-naza a su negocio de diligencias repliqu.

    Todo el mundo tiene derecho a defender lo suyo, ya seaNogus, Boada, t o yo.

    Djame hacerle una entrevista a Nogus para el Barcelo-ns propuse sbitamente.

    Saur me mir entre sorprendido y molesto. Estaba claroque no le gustaba la idea.

    Sabes lo que me ests proponiendo, Rubn? Me estaspidiendo entrevistar de forma hostil a un importante hombrede negocios de la ciudad que, adems, resulta que es un buenanunciante de mi diario dijo entonces Saur.

    Manuel, no puedo creer lo que acabas de decir. Una en-trevista con Nogus es un documento de inters para el Barce-lons y sus lectores. Es pblica su animadversin hacia Boaday el ferrocarril; preguntarle si tiene algo que ver es lo que seespera de un peridico de prestigio. l sabr lo que debe res-ponder. Puede incluso aprovechar para defenderse pblica-mente y mantener que no est detrs de los sabotajes, que suoposicin al tren no tiene nada de ilegal argument.

    Si te autorizara a hacerle una entrevista a Nogus para elBarcelons, cmo vas a poder separar las preguntas periods-ticas de las que tengan que ver con tu investigacin? No podrsevitarlo y daars la imagen del peridico.

    xavi casinos

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  • Debers confiar en m contest. Adems, lo necesitoaad.

    Saur se qued mirndome unos instantes. Finalmentedijo:

    Est bien, pero con una condicin: pediremos esa entre-vista y, si nos la concede, la haremos juntos. Y adems te pre-sentar como colaborador del peridico pero sin ocultar queinvestigas los sabotajes.

    Magnfico. Me parece una buena solucin. Voy ahoramismo a pedirle la entrevista.

    No! Vamos a pedir la entrevista! puntualiz Saurdejando claro que era l el director y, por tanto, quien man-daba.

    Asent con un gesto que dejaba entrever mi involuntarioerror. Nogus se en