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Ulises- "una especie .de tesis de maestría hecha con un gusto tquilibrad4" Por]. M. GARCIA ASCOr LA MENTIRA MAL DI TA (Sweet smell of success), de A LEXANDER MACKENDRICK. r E N UNIVERSIPAD DE MEXIC()' 1 tal y hasta desagradable (las escenas con Polifemo, la matanza de los pretendien- tes) que reproduce algo de la obra helé- nica. No creo que este valor sea volun- tario (de serlo, Camerini hubiera demos- trado algo más en el resto de la realiza- ción) sino más bien una influencia de un determinado estilo cinematográfico mo- derno y una concesión a los reflejos de rsta misma tendencia en el público de hoy. Sin embargo -y otra vez paradó- jicamente- esta influencia y esta conce- sión convergen con una vena homérica (extraordinario conjuntar de vuelo lírico y seco, desgarrador reali'smo) que brota, gratificadora y sorprendente, en medio de las escenas más ayunas de su espíritu. Camerini ha huido de Ulises, refugián- dose constantemente -en un oscuro sím- bolo edipiano- en el más seguro y menos arduo regazo de Penélope, encerrándose en alcobas de espera y en two shots lo más lejanos posibles del amplio bramido heroico del mar polisonoro, y de la infi- nita voz del genio ciego. Pero no seamos demasiado exigentes; ha huido con un cierto decoro que en el cine histórico de superproducción, colores y pantalla ancha de hoy merece relativo respeto. Y aun nos ha regalado un par de secuencias de corte (la fabricación del vino -o simple jugo de uva- y la ma- tanza de los pretendientes) que llevan en muchas cualidades de buen cine. Ai borde de la montaña, no ha subido, pero al borde del abismo tampoco se ha des- peñado. La huella del McCarthysmo parece ha- ber ocasionado una intensa reacción en algunos círculos norteamericanos. Entre ellos se cuentan los productores indepen- dientes de Hollywood que después de VII e L E ULl SES, de MARIO CAMERINI. L os TEMAS COMO ULISES son gene- ralmente tratados por el cine de dos maneras. O bien los héroes dan pal- madas en la espalda al emperador y Ir dicen algo así como "no te apures qu,; aquí estoy yo" o bien, en un prurito de seriedad museográfica se saludan cogién- dose de los antebrazos y hablan como oficiales de la marina inglesa, haciendo comentarios sobre la gravedad de la situa- ción histórica en el mundo occidental y la necesidad de salvaguardar la cultura clásica. No dejan en este caso (cada ve7 más frecuente) de recordar aquel melo- drama en que declaraba un noble feudal: "nosotros, hombres en la Edad Media ... " Aquí Ulises se apunta un tanto a su favor. No cae ni en 10 uno ni en lo otro. Claro está que no hay que pedirle Ho- mero. Le falta el soplo del espíritu, la creación épica -por mínima que fuera; no pedíamos más. Y sólo encontramos 1!na obra concienzuda, seriá, discreta en la me- jor acepción de esta palabra. Una especie de tesis de maestría hecha con un gusto equilibrado a fuerza de evitar todo posiJle tropiezo (que es donde precisamente pue- de revelarse el talento, liberarse la crea- ción, surgir la imagen verdaderamente grande). N o, grande no hay nada, 111 si- quiera el aire y cielo mediterráneos que debieran presidir toda la obra y quelquí -paradójicamente- se han encerrado, li- mitado, coartado en una continuiead de encuadres que piden espClcio a Pero tampoco hay nada pequeño, todo esti a la escala de una aventura humana (una aventura mucho más virgiliana que ho- mérica). No se pueden subrayar fallos verdaderos de detalle., Un gran cuidado se muestra en toda la ejecución. La pelí- cula cumple decorosa y limpiamente su función. El fallo está en el conjunto. De todo esto emerge sin embargo um curiosa cualidad: un cierto realismo bru- chado todos aquelios caprichos y sutiiezas, porque habrían encontrado absurdo el d d ." ""D' t 1 preten er ec! r te amo o lOS e sa - ve", pongamos por caso, unas veces al derecho y otras al revés, unas veces dan- do su normal duración a cada sílaba y otras doblándola o disminuyéndola, que a todo eso equivalía lo que ellos hacían con el pensamiento o frase musical. Igual- mente, puestos en ese plano, habrían en- contrado absurdo el mezclar, por ejemplo, el pensamíento "Gloría in excelsis Deo" con la frase "Se j'ay la fase pale", pero la verdad es que la cosa les tuvo sin cui- dado y mezclaron esas y muchas otras cosas sin el menor escrúpulo, hasta que el Conci'lio de Trento, con un pleno senti- do moderno -no medieval- de la músi- ca, les dio el alto. Pero es que aquellos polifonistas, tan buenos cristianos como buenos músicos, construían sus misas como sus contemP9ráneos arquitectos las catedrales, a base de elementos específi- cos de sus artes respectivos, sin pretender decir nada, sino elevar algo, la obra de sus manos, a la mayor gloria de Dios. y esa actitud de 'los polifonistas ctlatro- centistas nos lleva de nuevo al caso Stra- vinsky. Es frecuente en la obra de este contemporáneo nuestro el empleo de te- mas ajenos, y no en el sentido ya conocido anteriormente de escribir variaciones so- bre un tema dado. Stravinsky, cuando menos se piensa, en el curso de una com- posición, mete una frase que él no ha in- ventado. Podría haberlo hecho con un sen- tido de cita musical, pero no es así. Stra- vinsky defiende siempre la música de toda contaminación con las demás artes y no iba a recurrir de pronto a un procedimien- to tan radicalmente literario como es el de la cita. N o, 10 que hace es aprovechar, porque viene bien en aquel lugar determi- nado, un elemento tectónico que encuen- tra listo. No importa de quién sea, sino cómo es, sus proporciones, su densidad musical, la afinidad de su perfil con el del lugar en que puede insertarse. Para aquellas personas para quienes la música constituye un lenguaje, la música serial es -y tienen razón- un disparate. Porque no podríamos imaginar nada más imbécil que el deseo de decir algo yal mis- mo tiempo decirlo mutilando el léxico, des- truyendo la sintaxis e innovando la orto- grafía. Cuando uno desea que le entiendan, trata de expresarse con la mayor claridad posible. Pero si consideramos la música como una rea'1idad tectónica, perceptible por el oído, como la arquitectura es per- ceptible por la vista, entonces la música serial resulta plenamente 'legítima, tanto como la de los viejos polifonistas o la del Bach de las fugas. Y entonces podrá gus- tarnos o no, pero eso ya es otra cosa que nada tiene que ver con lo inteligible. En resumen, el buen aficionado a la música deberá estar dispuesto a buscarle todas sus caras, no sea que deje de ver la que más importa. Cocteau dijo, hace ya bastantes años, que la música es el único arte que da vueltas en torno nuestro. En mi opinión mejor será no esperar de ella ese movimiento envolvente y disponernos nosotros a realizarlo en cambio en torno de ella, como hacemos al contemplar ca- ba'lmente una estatua o una catedral. Y así, cuando resulte que por el lado lengua- je no nos dice nada, seguramente descu- briremos que por el lado de lo tectónico o plástico -vdga la no lo dice todo.

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Page 1: UNIVERSIPAD DE E L 1 N E - f002.backblazeb2.comEn resumen, el buen aficionado a la música deberá estar dispuesto a buscarle ... Little Sheba, Duelo de titanes, etc.) Este es el Lancaster

Ulises- "una especie .de tesis de maestría hecha con un gusto tquilibrad4"

Por]. M. GARCIA ASCOr

LA MENTIRA M A L DI T A (Sweetsmell of success), de A L E X A N D E RMACKENDRICK.

r

ENUNIVERSIPAD DE MEXIC()'

1tal y hasta desagradable (las escenas conPolifemo, la matanza de los pretendien­tes) que reproduce algo de la obra helé­nica. No creo que este valor sea volun­tario (de serlo, Camerini hubiera demos­trado algo más en el resto de la realiza­ción) sino más bien una influencia de undeterminado estilo cinematográfico mo­derno y una concesión a los reflejos dersta misma tendencia en el público dehoy. Sin embargo -y otra vez paradó­jicamente- esta influencia y esta conce­sión convergen con una vena homérica(extraordinario conjuntar de vuelo líricoy seco, desgarrador reali'smo) que brota,gratificadora y sorprendente, en medio delas escenas más ayunas de su espíritu.

Camerini ha huido de Ulises, refugián­dose constantemente -en un oscuro sím­bolo edipiano- en el más seguro y menosarduo regazo de Penélope, encerrándoseen alcobas de espera y en two shots lomás lejanos posibles del amplio bramidoheroico del mar polisonoro, y de la infi­nita voz del genio ciego.

Pero no seamos demasiado exigentes;ha huido con un cierto decoro que en elcine histórico de superproducción, coloresy pantalla ancha de hoy merece relativorespeto. Y aun nos ha regalado un par desecuencias de corte (la fabricación delvino -o simple jugo de uva- y la ma­tanza de los pretendientes) que llevan ensí muchas cualidades de buen cine. Aiborde de la montaña, no ha subido, peroal borde del abismo tampoco se ha des­peñado.

La huella del McCarthysmo parece ha­ber ocasionado una intensa reacción enalgunos círculos norteamericanos. Entreellos se cuentan los productores indepen­dientes de Hollywood que después de VII

eLEULl SES, de MARIO CAMERINI.

L os TEMAS COMO ULISES son gene­ralmente tratados por el cine de dosmaneras. O bien los héroes dan pal­

madas en la espalda al emperador y Irdicen algo así como "no te apures qu,;aquí estoy yo" o bien, en un prurito deseriedad museográfica se saludan cogién­dose de los antebrazos y hablan comooficiales de la marina inglesa, haciendocomentarios sobre la gravedad de la situa­ción histórica en el mundo occidental yla necesidad de salvaguardar la culturaclásica. No dejan en este caso (cada ve7más frecuente) de recordar aquel melo­drama en que declaraba un noble feudal:"nosotros, hombres en la Edad Media..."

Aquí Ulises se apunta un tanto a sufavor. N o cae ni en 10 uno ni en lo otro.Claro está que no hay que pedirle Ho­mero. Le falta el soplo del espíritu, lacreación épica -por mínima que fuera;no pedíamos más. Y sólo encontramos 1!naobra concienzuda, seriá, discreta en la me­jor acepción de esta palabra. Una especiede tesis de maestría hecha con un gustoequilibrado a fuerza de evitar todo posiJletropiezo (que es donde precisamente pue­de revelarse el talento, liberarse la crea­ción, surgir la imagen verdaderamentegrande). No, grande no hay nada, 111 si­quiera el aire y cielo mediterráneos quedebieran presidir toda la obra y quelquí-paradójicamente- se han encerrado, li­mitado, coartado en una continuiead deencuadres que piden espClcio a ~ritos. Perotampoco hay nada pequeño, todo esti ala escala de una aventura humana (unaaventura mucho más virgiliana que ho­mérica). N o se pueden subrayar fallosverdaderos de detalle., Un gran cuidadose muestra en toda la ejecución. La pelí­cula cumple decorosa y limpiamente sufunción. El fallo está en el conjunto.

De todo esto emerge sin embargo umcuriosa cualidad: un cierto realismo bru-

chado todos aquelios caprichos y sutiiezas,porque habrían encontrado absurdo el

d d ." ""D' t 1preten er ec!r te amo o lOS e sa -ve", pongamos por caso, unas veces alderecho y otras al revés, unas veces dan­do su normal duración a cada sílaba yotras doblándola o disminuyéndola, quea todo eso equivalía lo que ellos hacíancon el pensamiento o frase musical. Igual­mente, puestos en ese plano, habrían en­contrado absurdo el mezclar, por ejemplo,el pensamíento "Gloría in excelsis Deo"con la frase "Se j'ay la fase pale", perola verdad es que la cosa les tuvo sin cui­dado y mezclaron esas y muchas otrascosas sin el menor escrúpulo, hasta queel Conci'lio de Trento, con un pleno senti­do moderno -no medieval- de la músi­ca, les dio el alto. Pero es que aquellospoli fonistas, tan buenos cristianos comobuenos músicos, construían sus misascomo sus contemP9ráneos arquitectos lascatedrales, a base de elementos específi­cos de sus artes respectivos, sin pretenderdecir nada, sino elevar algo, la obra desus manos, a la mayor gloria de Dios.

y esa actitud de 'los polifonistas ctlatro­centistas nos lleva de nuevo al caso Stra­vinsky. Es frecuente en la obra de estecontemporáneo nuestro el empleo de te­mas ajenos, y no en el sentido ya conocidoanteriormente de escribir variaciones so­bre un tema dado. Stravinsky, cuandomenos se piensa, en el curso de una com­posición, mete una frase que él no ha in­ventado. Podría haberlo hecho con un sen­tido de cita musical, pero no es así. Stra­vinsky defiende siempre la música de todacontaminación con las demás artes y noiba a recurrir de pronto a un procedimien­to tan radicalmente literario como es el dela cita. No, 10 que hace es aprovechar,porque viene bien en aquel lugar determi­nado, un elemento tectónico que encuen­tra listo. N o importa de quién sea, sinocómo es, sus proporciones, su densidadmusical, la afinidad de su perfil con eldel lugar en que puede insertarse.

Para aquellas personas para quienes lamúsica constituye un lenguaje, la músicaserial es -y tienen razón- un disparate.Porque no podríamos imaginar nada másimbécil que el deseo de decir algo yal mis­mo tiempo decirlo mutilando el léxico, des­truyendo la sintaxis e innovando la orto­grafía. Cuando uno desea que le entiendan,trata de expresarse con la mayor claridadposible. Pero si consideramos la músicacomo una rea'1idad tectónica, perceptiblepor el oído, como la arquitectura es per­ceptible por la vista, entonces la músicaserial resulta plenamente 'legítima, tantocomo la de los viejos polifonistas o la delBach de las fugas. Y entonces podrá gus­tarnos o no, pero eso ya es otra cosa quenada tiene que ver con lo inteligible.

En resumen, el buen aficionado a lamúsica deberá estar dispuesto a buscarletodas sus caras, no sea que deje de ver laque más importa. Cocteau dijo, hace yabastantes años, que la música es el únicoarte que da vueltas en torno nuestro. Enmi opinión mejor será no esperar de ellaese movimiento envolvente y disponernosnosotros a realizarlo en cambio en tornode ella, como hacemos al contemplar ca­ba'lmente una estatua o una catedral. Yasí, cuando resulte que por el lado lengua­je no nos dice nada, seguramente descu­briremos que por el lado de lo tectónico oplástico -vdga la me:~[ora- no lo dicetodo.

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UNIV~RslDAD DE MEXICO

rostro en la mttchedumbre nos ofrecenahora esta Mentira maldita. El tema essimilar: el desproporcionado poder quepueden alcanzar determinados individuossobre la masa del pueblo por medio delos modernos sistemas de comunicación einformación (radio, prensa, televisión).La tendencia similar: un grito de alarmaante el peligro de un tal poder. El per­sonaje distinto: allí era un folklórico ar­tista heredero de la tradición de WillRogers, aquí un columnista de una ca­dena de periódicos directamente empa­rentado con los Walter Winchell, Leo­nard Lyons y Earl Wilsons.

Sobre este tema central -adornarlode ricos elementos secundarios- el inglésMackendrick construye una obra extra­ordinariamente apretada, compacta, llenade implacable rigor temático y formal.Su visión de cierto mundo neoyorkino esverdaderamente admirable, y profundizadesde el primer momento en una marañahormigueante de personalidades, situacio­nes, aditudes,fríos sentimientos y engra­najes de relaciones individuales que serealizan en la pantalla con una fuerzaestremecedora y una despiadada lucidez.

Esta perfecta elaboración -a la vezmatemática y oscilante- es contrapuntea­da en una magnífica elección por el des­carnado ritmo de un jazz cool de enma­rañada pseudo-intelectualidad que es elmás acabado símbolo de ese mundo en quela listeza reemplaza a la inteligencia y elbrillo al calor humano.

Todo ello se desarrolla en un crescendoque culmina en la espléndida escena, car­gada de cinismo y abyección, en que elcolumnista ofrece su columna al joven am­bicioso. Sigue aún la tónica hasta el en­cuentro de este último con la hermana delcolumnista. " pero a partir de aquí lapelícula se derrumba. Sobre las premisascrueles, angustiosas, se sobrepone unaconclusión ajena. Lo social se resuelve -ydisuelve- en personal. No llega la obraa sus inexorables conclusiones, sino quepor una puerta lateral se escapan el autor(Clifford Odets) y el realizador (Mack­endrick) que inexplicablemente se prestaa esta decepcionante evasión. Y el choquees aún más fuerte por 10 grande que ha­bía sido la Rromesa de no rehuir ningúntema, de no sO,slayar ninguna lucidez, cosaque hasta un cuarto de hora antes del finestá plenamente lograda.

Claro que -retroactivamente- quedaalgo, queda' mucho, y que la crítica decierto despotismo del mundo norteameri­cano contemporáneo no logra ser borradode ojos y mente por este inexcusable final.Pero es lástima que después de haberplanteado sin concesiones un problema tangeneral, tan agudo y tan actual se le re­suelva en el plano de la intimidad indi­vidual más estrecha y limitada.

Es necesario finalmente rendir justohomenaje a los actores (¿ o a la direcciónde actores?). Hay en el cine dos BurtLancaster. El uno desarrolla su físicode hombre elemental miguelangeliano enun juego- de presencia bruta y alegre acti­vidad (El corsario rojo, Veracruz, Apa­che, Trapecio, La rosa tatuada, etc.). Elotro, en una especie de puritanismo his­triónico rehusa la facilidad física y con­centra una frenada energía en papelesaparencialmente opuestos (Come BackLittle Sheba, Duelo de titanes, etc.) Estees el Lancaster de La mentira maldita (dela cual es además productor, con Hechty Hill) y su interpretación es excelente.

"hay en el cine dos Burt Lancaster"

Otra interpretación verdaderamente ex­celente es la de Tony Curtis. Pero nosabemos aún si es que realmente tienemiga y no la había enseñado hasta ahorao si Mackendrick es un prodigioso direc­tor de actores (cosa que tiende a confir­mar la buena actuación de otro personajehasta ahora bastante flojo: el guitarrista).Habrá que ver a Curtis de nuevo parajuzgar. (De todos modos no puede unodejar de pensar lo que hubiera hechoAnthony Franciosa con este papel.)

En el caso de Susan Harrison parecemás bien lo contrario y que debajo deese rostro fino y sensible se oculta unauténtico talento de actriz.

Generalmente los personajes secunda­rios de las películas norteamericanas sonmuy buenos. Aquí se llega a más, y cadauno logra realizar una auténtica creaciónpor breves que sean los momentos en queestá en escena.

DUELO DE TITANES (Gunfight afO. K. Corral), de JOHN SnTRGEs.

Casi todo western importante toma sutema de la realidad. En este caso tanto lospersonajes como la trama ya tienen an­tecedentes. cinematográficos. El célebresheriff Wyatt Earp ha sido protagonizadopor ErrolI Flynn en Dodge City, de l\1i­chael Curtiz (1939) y por Henry Fondaen My Darling Clementine, de John Ford(1946). En esta última película aparecíatambién el no ¡11enos célebre tahur DocHolliday bajo los rasgos de Víctor Matureen una de sus muy pocas buenas inter­pretaciones.

En cuanto a la historia, ésta tiene unclaro antecedente en el propio M y DarlingClementine. Se trata de la extraña alianzay amistad de dos hombres radicalmenteopuestos e igualmente excepcionales: elmás respetado y legalista sheriff del Oestey uno de los tahures más temidos y conmás numerosos antecedentes criminales.Se trata también,y finalmente, de la ba­talla que sostuvieron en el O. K. Corralde Tombstone, A r izo n a, este sheriff(Wyatt Earp) , sus dos hermanos y e!tahur (Doc Holliday) contra Ike y BillyClanton, secundados por Frank y TomMc Lowery, 'el 26 de octubre de 1881.

John Sturges ha centrado su atenciónsobre las relaciones de los dos protago­nistas. Al parecer fascinado, da innume-

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rabIes vueltas a su alrededor en un intentode lograr penetrar el íntimo misterio deesta amistad y conseguir su expresiónadecuada. Pero falla. Y este intento casiflaubertiano, al no lograr su propósito,desequilibra toda la película y le haceperder su contacto con el elemento trágicoesencial en todo gran western. No nota­mos en ningún momento ese destino, esepeso de fatalidad, de convergencia delhombre y su hora decisiva que es la basede toda obra de este género. En su in­fructuosa perquisición Sturges deja quelo Q/"bitrario domine. Y cuando lo arbi­trario toma el rostro de Jo van Fleet (es­pecie de grotesca caricatura femenina delos hombres-clave del destino en las pe­lículas cie Marce! Carné) todo ello sevuelve francamente intolerable.

y así como le falta este hilo de uniónentre lo irremisible y el héroe, a Sturgesle falta también espacio, soplo, alientoepopéyico que pudiera compensar la au­sencia del elemento anterior. De no lograrun High Noon o un Shane, hubiera debi­do lograr algo a 10 Red River. Pero no,Sturges estancado en su infructuosa per­quisición doméstica, abandona .los grandestemas del western y nos abandona a nos­otros mismos.

Kirk Douglas y Burt Lancaster (DocHolliday y Wyatt Earp) hacen un verda­dero esfuerzo por emerger de este ma­rasmo. Faltándoles ese contacto con eldestino que el director no supo darles,ellos tratan de reemplazarlo por una ciertacohesión interior, por la realización indi­vidual de una personalidad. Pero dosmonólogos no forman un diálogo, y muchomenos una estructura trágica.

Lo mejor de la película es sin duda labatalla final, ejercicio táctico, estratégicoy lleno de contenido desbordamiento quese libera poco a poco. Sin embargo tam­poco esta secuencia convence plenamente.y es que el realizador -quizás por habergastado su mejor pólvora en fallidas sal­vas a lo largo de la película- resuelvealg-unas situaciones de modo demasiadoliberal, casi indiferente ya.

Es inútil que adorne la pelea con laintervención del famaso pistolero tejanoJohnny Ringo que nunca tomó parte enla batalla de! O. K. Corral. Es inútil quele plagie a John Ford la magnífica es­cena de la espantada de los caballos haciael final de la batalla. Sturges ha falladodesde el principio y algo le falla tambiénal final.

Apenas un gran western al año nosregala Hollywood. Y parece que debere­mos esperar otro más para reunirnosnuevamente, en la calle central de un pue­blo del Oeste, con nuestra deseada, fa­miliar y necesaria mitología.

NOTAS SOBRE OTRAS PELICU­LAS.

LA CASA DE LOS NUMEROS (Hou­se of numbers) , de RüSSELL ROUSE.

Esta es una película de clase B (o C).de las que Russell Rouse despacha caSI

mensualmente en la producción económicahollywoodiense. Lo que resulta, inco~~e­bible es que haya habido algun cntlcoque la compare -yen cierta forma a sufavor- con la maravillosa obra que esUn condenado a muerte se escapa. Quizásse trate de una nueva forma de aproxima­ción al comentario cinematográfico, llenade promesas. Sería interesante ver quéresulta de un cotejo similar de Hamlet yde Viruta y Capulina.