vulture nº74

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1 magazine de creación masiva Nº74 / pintura_ MARÍA HERREROS / textos_ pABLO MARONDA /fotografía_ DIEGO BARRERA

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Revista Cultural

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SUMARIO

03_ PRESENTACIÓN ARTISTAS DEL MES

08-09_ ENTREVISTA A MARÍA HERREROS

20-21_ ENTREVISTA A DIEGO BARRERA

30-31_ ENTREVISTA A PABLO MARONDA

Vulture Nº74Portada/María Herreros

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Cada mes Vulture selecciona 3 jóvenes creadores para promocionarlos a través de nuestras páginas. El único re-quisito: que sean artistas desconocidos y que residan en España. A partir de la obra de estos 3 artistas

Vulture diseña cada una de las páginas en la revista bimestral online.

1 Escritor

Uno de los 3 escritores del mes es siempre un escritor/a.

Todos los textos que aparecen en la revista pertenecen al escritor del mes.

1 Artista Plástico

El segundo de los creadores está siempre vinculado a la disciplina plástica como la pintura, la ilustración, cómic, grafitti...

1 Artista Visual

El último de los creadores desarrolla siempre una disciplina visual como la fotografía, diseño gráfico, moda, cine...

Toda la obra visual que aparece en la revista pertenece a este artista.

Para nosotros un artista es aquella persona que decide crear, no buscamos gente ya consagrada.

Eres tú un artista Vulture?

Ponte en contacto con nosotros y envíanos tu obra.

Publicar en Vulture es totalmente gratuito.

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DIEGO BARRERA

Fotografía

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Page 5: Vulture nº74

DIEGO BARRERADirector de Cine y Director de Arte, nacido en Bogotá/Colombia, poste-riormente ha vivido gran parte de su vida en Chile. Realiza sus estudios de Cinematografía en Madrid, graduado en la diplomatura de Dirección Cine-matográfica en la escuela Superior de Artes y Espectáculos, TAI y Actual-mente reside esta ciudad. En su últi-mo proyecto se ha involucrado en el mundo del videoclip, junto con la ban-da Alemana “Mater Suspiria Vision, una de las más representativas del movimiento “Witch House, además de finalizar un proyecto como Direc-tor de Arte en el Largometraje Drako Dirigido por Francisco Brives.

Su trayectoria como video creador comienza a los 18 años con el cor-tometraje “Wonderland", sobre un recurrente en su cine, una especie de procesos mentales donde los personajes viven experiencias que los transforman, un viaje mágico en donde los símbolos forman una parte importante en el juego con el sub-consciente. Esta temática junto con la influencia de la poesía Surrealista y Dadaísta dan origen a su segundo trabajo “Esperma de Cueva", un ca-dáver exquisito, comienza a experi-mentar con la dirección de arte, con el juego de cómo un espacio puede representar características del alma de sus personajes.

A las 20 años rueda Holometábo-lo", cortometraje en 35 mm y a los 21 años su ultimo corto hasta la fecha “Síntesis de amor orgánico, una mezcla de escenarios teatrales con instalaciones construidas por el mismo, unión de una línea dra-mática cercana al romanticismo con un entorno físico sacado del contexto docto común. La historia habla del desamor, de la decaden-cia del amor y sus fases, la unión de dos personajes que buscan el renacer de la vida, el regenerar las heridas, la simbología de las flores se repite a lo largo del corto, el cre-cimiento de una flor como el naci-miento de una nueva relación.

MARÍA HERREROSPara mí, lo de dibujar, nunca fue una elección, si no lo hago se me sale".

Soy María, vivo en Valencia donde estudié Bellas artes, diseño gráfico e Ilustración profesional y tras algunos años como ilustradora en plantilla, estoy en mi primer año como freelan-ce. Siempre supe que me dedicaría a esto, dibujando, siempre dibujando es como me recuerdan mis compañe-

ros de estudios, y siempre me lleva-ba alguna nota de los profesores por dibujar en clase. Sigo igual, solo me falta irme a la cama con el lápiz.

Con un lápiz o pincel puedo pasar de la hiperactividad a la concentración en un segundo. Creo que lo más ca-racterístico de mi estilo, es que vierto en mis dibujos partes de mí: mis ner-vios están en mi línea, mis obsesio-nes están en los temas que dibujo, y

mis ganas de decirle cosas a la gente están en las miradas de mis retratos.

Pero de mis ilustraciones, me gusta hablar lo justo, prefiero que hablen ellas. Si los lectores de Vulture quie-ren echarles un vistazo, podemos empezar a conocernos.

PABLO MARONDAHe militado en fanzines, blogs, y todo tipo de formatos arrasados por la obsolescencia y el efecto 2000: dildo-drome, laviolenciaconsentida (blogs) y revistas de papel, como 2000Ma-niacos, Rock Si! o Mondobrutto, aun-que la gente me conoce por estar al frente de Maronda, el grupo que he formado con Marc Greenwood (La Habitacion Roja), cuya primera refe-rencia editada vera la luz en Mayo de

la mano del sello Absolute Beginners, bajo el nombre “El Fin Del Mundo En Mapas".

Mi obra narrativa consiste en una serie de cuentos independientes, in-conexos, muy breves, muy viscerales, que recogen elementos del realismo magico, el cyberpunk, la novela negra o el cine de serie b. Aparentemente no hay relacion argumental entre el cen-tenar y medio de pequeñas historias que he ido elaborando para los distin-

tos formatos en que he escrito, aun-que todas forman parte de una vision del mundo basada en el horror ante el advenimiento del totalitarismo tec-nologico, el rechazo a la cultura de referencias incompletas que propug-nan los mass media y la necesidad de recuperar los paraisos analogicos perdidos, de los que ya solo quedan indicios en los discos, los tebeos vie-jos, las peliculas no retocadas...

ESCRITURA

FOTOGRAFÍA

PINTURA

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6 MORSE

Punto raya punto.

Sube al refugio y huele a cerrado y a mantas. Es una casa austera, para dormir y guardar los trastos de ir a cazar. Hace un calor insoportable.

Punto punto punto raya raya punto raya punto punto punto.

Abre el arcón congelador y saca dos bloques de hielo grandes. Los mete en una palangana y los parte con un martillo y una escopla. Los trozos, de tamaño algo mayor al de un leño, caben en la estufa del pasillo a duras penas. Al rasparse con los laterales del agujero pierden grosor.

Cuando arden el tubo de hierro empieza a enfriarse. El cuerpo de la estufa se cubre de escarcha y la temperatura de la casa empieza a descender.

-Claro, quemar trozos de hielo para enfriar. Tiene lógica-, piensa mientras se enciende un cigarro.

Coge el teléfono móvil y trata de descifrar los mensajes de ella. Están escritos en morse. Debe ser la última chica de la tierra que utiliza ese código para comunicarse con las personas. Eso le pasa por echarse una novia farera. La culpa la tiene Yukio Mishima. -El encanto del Japón pre-capitalista no es extrapolable a la España del siglo ventiuno-, piensa él. No comprende nada. Tiene una colección de jeroglíficos domésticos que guarda por pura nostalgia. Los novios fieles son así: no pueden resistirse a la mística de la servilleta de bar arrugada o del papel higiénico con pintura de morros.

Punto raya punto raya raya raya punto punto raya punto.

¿Qué querrá decir? Que se mete muchas rayas. O que le dan puntos. Véte a saber. Por qué no usará palabras.

La casa cada vez está más fría. Empieza a cansarse de haber subido allí. Los cristales afuera muestran un paisaje desértico, cubierto de plantas de tomillo y zarzas. Ni siquiera se escucha el rumor de los insectos. Está todo muerto.

Se pasea por las habitaciones y descubre que la casa es mucho más grande de lo que creía. Le sale vapor de la boca. Coge una guitarra que no tiene cuerdas y se pone a rascarla como si supiera. -A quién pretendo engañar. No hay nadie más aquí. ¿Cómo puede ser que intente autoconvencerme de que estoy tocando algo que no puede sonar? ¿He llegado al punto de hacer teatrillo sólo para mi mismo? Es muy lamentable-, piensa mientras apaga el cigarro en la guitarra.

Raya raya raya punto raya.

Las ambulancias están en camino. Escucha las sirenas a través del valle. Hacen un eco raro, como de feria. Como de feria dentro de una cueva. Como de feria dentro de una cueva metida en un volcán forrado de paredes de frontón.

Punto raya raya.

Lo único que tiene claro es que no quiere volver a respirar amoniaco. Odia el olor de las sábanas de su habitación. No le gusta nada. Y mucho menos las jeringas y las preguntas raras. Nanai.

En un último arrebato de lucidez idea un plan para escapar de los batas blancas: ¿Y si me dejo bigote desde ya hasta que suban¿

Punto punto punto punto raya.

El faro se levanta en mitad de un desierto de piedras y yucas. Ocasionalmente alguna botella de vidrio de Cocacola vacía, rompe la monotonía del paisaje con un brillo verde.

Ella mira constantemente al mar de piedras, para dar parte por si aparece un mercante, pero nada.

Cuando se abre la puerta tras de ella no se molesta ni en girarse. Sabe quién es porque nadie más sabe llegar allí.

-Te decía que trajeras tomate frito-.

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MARÍA HERREROS

Pintura

PABLO MARONDA

Textos

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Vulture| |Pintura| |María HerrerosVulture| |Pintura| |María Herreros

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EVIS

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maríaherreros

El primer planeta de tu universo.

Recuerdo a una niña que firmaba sus dibujos con el pseudónimo de Marias-so. Vendía mi “obra” a mis padres por 25 ó 50 pesetas cada una. A veces los encontraba guardados en cajones, los sacaba y se los volvía a vender, ¡No me podía creer que no se dieran cuenta!

¿Eres un amante correspondido?

Es genial que alguien que admiras te felicite, o recibas reconocimiento de profesionales o publicaciones del sec-tor. Pero lo que te anima a seguir cada día son esos amigos que no se pier-den una exposición tuya aunque ha-yan visto tu obra cientos de veces, o tu

madre llamandote con ilusión porque ha oído tu nombre en la radio.

El placer y el dolor...

Yo siempre digo: “La vocación; don y a la vez problemón.” Las personas con vocación artística nacemos con un handicap: si no nos desarrollamos creativamente, no nos sentimos reali-zados en la vida. Por otro lado, si con-seguimos tener éxito, vivir de lo que te hace más feliz... el premio es dema-siado bueno como para no intentarlo.

Tus colonias, ungüentos y afrodisíacos

Para mí es mas un estado mental que se puede dar en situaciones muy va-riadas. Creo que he dibujado en casi todos los entornos que te puedes ima-

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KALASNIKOF DE PREGUNTAS

KALASNIKOF DE PREGUNTAS

Su primer pensamiento matutino:

Vaya pelos

Esa imagen (un cuadro/fotografía/póster/mural/cartel/imagen) que podría pasarse horas (ad)mirando:

Me encanta la ilustración actual, pero cuando miro un retrato clásico, barroco, renacentista... me quedo atrapada un rato. Creo que es la mi-rada, el estatismo, la dignidad que querían transmitir...

Algo para hacer a cualquier hora:

Escuchar música siempre, y dibujar. Un placer gratuito que la vocación nos regala para compensar los malos ra-tos que a veces tiene esta profesión.

La primera vez que leyó un ejemplar de Vulture (¿cómo cayó en sus manos?):

En la facultad de Bellas Artes. Ne-cesitaba una imagen para pintar en clase, y encontré una foto muy inte-resante en una Vulture que había en la cafetería. Después de recortarla empecé a leer... y desde entonces he sido incondicional.

La mejor película de su videoteca:

Ultimamente estoy un poco obsesio-nada con “The Rocky Horror Picture Show” Oh Brad, i´m mad!

Un ídolo:

Keyboard Cat

Un libro para releer:

Cualquiera de Asimov o Clarke. Viva el retrofuturismo!

Un sueño recurrente:

Que me despierto y no me puedo le-vantar. Y luego me pasa!

Su tesoro más preciado:

Mis recuerdos.

Su merienda favorita:

Cualquier cosa con crema pastelera y un vaso de leche. Pero no lo hago casi nunca!

ginar. Cuando estoy disfrutando un di-bujo, desaparece lo que hay alrededor. Aún así, hay maneras de evocar ese estado mental; sobre todo poner bue-na música y empezar a buscar fotos de cosas que me fascinan: retratos anti-guos, objetos con historia...

Signos, lenguaje, mirada universal.

El estilo es un asunto complicado. Creo que es de esas cosas que no de-ben preocuparte demasiado encon-trar, o se te escapa más; como el amor. Y cuando “llega” también es como el amor, simplemente lo sabes.

Si tengo que definir mi estilo, creo que mas que por una estética común (va evolucionando), o por un tema común ( a veces es profundo, otras absurdo)

creo que el elemento que lo reúne todo es mi actitud hacia los dibujos. Dibujo de forma nerviosa, impaciente, como si tuviera que “echarlo”. Creo que se nota en mi grafismo, menos en las ocasiones que, por demanda externa, trato de “contenerlo”.

Vende tu alma al diablo.

Creo que lo que llama la atención de mis dibujos, a la gente que les gustan; es que trato de provocar una emoción, de implicarles. Ya sea con un persona-je u objeto que evoca recuerdos, o una época muy concreta; o con una mirada de un retrato. Trato de captar las sen-saciones del que mira, de provocarle una reacción. Miro a la gente desde ellos y trato de decirles algo. Creo, o eso espero, que alguna gente lo escucha.

¿Futuras misiones para la nave espacial?

Además de continuar trabajando como ilustradora freelance, tengo varios proyectos. Uno es como integrante del fanzine El Fresquito; y el otro es una empresa de Arts&Crafts y productos handmade que estoy montando con dos socias. Estamos poniendo mucho trabajo e ilusión y tenemos previsto abrir dentro de poco. Se va a llamar Peus de Peix y pretendemos colaborar estrechamente con artistas de Valen-cia y de fuera. Aquí hay mucho talen-to pero poco medios, aunque creo que está mejorando poco a poco. Quere-mos ser parte de ese cambio.

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LAS GALLETAS DE LA SUERTE

El restaurante chino estaba lleno de cadáveres por todas partes: sobre las mesas, en postura fetal por el suelo, colgando de las sillas, atravesados entre la puerta y el comedor, en el servicio de cocina...

-¿Qué ha sucedido?-, preguntó el comisario mientras trataba de apelar a la lógica en vano.

-Parece ser que se ha generado un P12-, dijo el joven ayudante.

-¿Puede hablarme en cristiano?-, puntualizó molesto.

-Una situación generalizada de caos, con elementos aparentemente inconexos, señor-, tradujo mientras se ponía los guan-tes de látex para inspeccionar la escena del crimen.

Empezaron a inspeccionar las mesas: en la primera un joven ejecutivo con el pelo cortado a cepillo, yacía con la cara sobre la mesa después de haberse practicado un corte transversal en el abdomen con un cuchillo de cocina. A su lado había una galleta de la suerte abierta junto a un papelito.

-Mire-, dijo el novato sosteniendo el papel entre las manos.

-¿Qué?-, resopló.

-Pone “Hazte el harakiri"-.

-¿Y?-, dijo el comisario.

-No sé-.

Prosiguieron el siniestro trayecto. Esta vez se trataba de una mujer de mediana edad, que se había atragantado comiendo tallarines. También estaba echada sobre la mesa, con indicios de haberse arañado el cuello por la asfixia, y a su lado otra galleta de la suerte exhortaba: “Come hasta reventar".

-No puede ser-, dijo el joven policía. -Son las galletas de la suerte. Los han inducido a morir-.

-No diga estupideces, ¿quiere?-, sentenció el comisario. -Nadie muere porque se lo diga una galleta-.

El impetuoso agente se lanzó frenético a toquitear todas las galletas de las mesas, a cada cual más premonitoria y fatalista: Clávate los palillos en la garganta", “Mata al comensal que tengas enfrente estrangulándolo con la cortina", “Golpea a tu madre hasta que te sangren las manos".

El comisario se secó el sudor de la frente con la servilleta de una mesa, donde el cuerpo sin vida de un adolescente lucía una botella de licor de flores insertada en el cráneo a través del ojo derecho. Cogió una galleta entera de la mesa y la abrió. Desenrolló el papelito con cuidado y lo leyó para si.

-Comisario, esto es muy raro. Venga aquí. No había visto jamás nada parecido, ni en las prácticas forenses ni en ningún sitio-, exclamó el joven policía aturullándose, tratando de tomar unas muestras del suelo en cuclillas, frente al cuerpo sin vida de un anciano al que habían decapitado, golpeándole violentamente la cabeza con un dragón chino de piedra maciza.

El viejo policía dejó la galleta sobre la mesa y se le acercó por detrás amartillando su pistola reglamentaria. -Soy todo oídos-.

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11MARÍA HERREROS

Pintura

PABLO MARONDA

Textos

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DIEGO BARRERA

Fotografía

PABLO MARONDA

Textos

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13LA ORFEBRERÍA INTERIOR

Vive en un taller de forja en una cueva dentro de una cueva, en una montaña sobre una montaña.

Para llegar allí hay que tirar de un hilo de cobre, que va de la era hasta el escondrijo, y sin soltarlo en ningún momento, recorrerlo traspasando campos y zarzas, cuesta arriba. De vez en cuando hay un botijo escondido entre las ramas para hacer el trayecto más sencillo.

Es el orfebre loco. Alucinado por la belleza de una chica decidió dejar de trabajar las formas planas tradicionales, y volcar su arte en virguerías inexplicables y elaboradas siguiendo el dictado del corazón. De un corazón que la amó puntualmente y luego decidió exiliarse -y con él al resto del cuerpo- a recrearse en un mundo roto en añicos. A deconstruirlo y a volverlo a pegar. A reinvocarlo en las proporciones símetricas y exóticas de su nuevo delirio ar-tístico y matemático.

Recuerda cómo la conoció. Bailaba en un bar al ritmo de la máqui-na de discos. Entonces tenía un novio que no le hacía caso. Era un mozo del pueblo que prefería las cartas con los amigos en el bar a los besos en la carretera al atardecer. La veía siempre saturnina, hermosa y callada en mitad de una nube del humo de los cigarros.

Él la esperó en un recodo a la vuelta de su casa, y le regaló un pla-to tallado en forma de flor y la conquistó. Desafiaron al tiempo, y cuando el reloj de arena había escurrido hasta el último grano, se encontró con un desierto entre las manos; un Sahara inabarcable donde quedó perdido para siempre.

Le devolvió el plato, símbolo de su amor, e intentó cortarse las muñecas con sus pétalos dentados. Luego lo pensó mejor. Se re-corrió todos los bares de la ciudad y lo tiraron del taller en el que trabajaba. No le quedó otra que marcharse. Seguir con lo único que sabía hacer al margen de los hombres, que lo tomaban como un borracho.

Hoy el orfebre loco, después de años dedicado a perfeccionar su técnica, a la luz de las velas, ha decidido partir de cero. Olvidar el pasado y acometer el acto extremo que todo artista debe llegar a soñar, al menos, con poner en práctica. Aplicar su arte en si mismo.

Así que se desnuda el pecho, se rasura el pelo ralo que lo cubre, y se interviene el corazón hasta darle una forma extraordinaria,. Cincela las esquinas, pule las aristas, e introduce formas mozá-rabes de equilibrios insólitos. Cuando termina una sensación punzante y molesta embarga todo su ser: está enamorado de todo el universo conocido...

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MARÍA HERREROS

Pintura

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DIEGO BARRERA

Fotografía

PABLO MARONDA

Textos

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17JUBILACIÓN

Los compañeros lo miran con una mezcla de tristeza y compasión, como se mira a alguien al que acaban de operar de algo grave, con expresiones condescendientes de formulario burócrata, y la alegría reprimida de pensar que aún no les ha tocado a ellos.

Mientras, él va a la suya y lo deja todo preparado, como si fuera un lunes del montón. Cualquiera que lo viese no diría que es su último día de trabajo. El final de su vida laboral.

Archiva los expedientes con cuidado, separando las hojas de calco con los dedos ligeramente humedecidos con la lengua, y guarda las copias azules después de perforarlas en la carpeta correspondiente. Ordena los currículums sobre la bandeja de entrada, y cuña los márgenes superiores asegurándose de que el logotipo de la empresa queda bien visible. Una chica le pregunta una duda: -Perdone, acaba de entrar un escrito de Intervención Delegada-.

Lo piensa un instante y responde: -Tienes que sacar una copia para ti y otra para el jefe de sección; hacer una portada de envío, adjuntarle una copia sellada y firmada por el director económico, y enviarla por correo junto con la contestación, des-pués de darle registro de salida. Mándala como correo certificado urgente y acuérdate de poner el cuño en el papel rosa-.

-Gracias-, dice ella.

Se da cuenta de que ha puesto un membrete equivocado. No usa el tippex. Lo odia. Saca una guillete del bolsillo superior de su chaqueta -es el único empleado que se obceca en seguir llevándola- y cuidadosamente rasca sobre el folio hasta limpiarlo de restos de tinta. Luego coloca un papelito sobre el dibujo borroso, y al apretar el cuño contra el folio usándolo de parapeto, sólo marca la palabra exacta que quiere cambiar. Mientras lo hace respira profundamente, dejando escapar el aire por la nariz.

-Marcelo, son las dos-, dice la solterona de nóminas.

-Aún faltan tres minutos-, aclara desinteresadamente, sin quitar la vista de un escrito de contestación.

-Jo. Cómo es-, dice el informático con una sonrisa. Y todos le ríen la gracia.

Cuando termina se pone la chaqueta y se encamina al salón de actos. Lleva a todos los chupatintas pegados al culo. Intenta no girarse para hacerlo más rápido.

El salón de actos es un salón pobre, de hospital de provincias. Unos cuantos adornos que sobraron de la comida de Navidad, cuelgan a la deriva de un cordel negro de mugre; unos canapés blandos se amontonan en platos de plástico. Los compa-ñeros se le adelantan y hacen un pasillito colocándose uno a continuación del otro a ambos lados, conforme entra por la puerta.

Entra a la sala con un gesto de resignación. La directora económica sonríe al fondo con su escrito de jubilación en las ma-nos. Lo manosea como si fuera yo qué sé.

Sus compañeros empiezan a darle palmaditas molestas en la espalda. Se siente humillado. Poco a poco las palmaditas crecen en número e intensidad. Empieza a sentirse molesto. Luego a sentir dolor. Al final le llueven las patadas y los puñe-tazos, como quien no quiere la cosa. Le cuesta creerlo, pero de repente sus compañeros se enzarzan en una paliza salvaje, como una manada de animales fuera de si; dándose golpes incluso entre ellos. Tan irracional como una panda de carroñeros ante una presa demasiado pequeña.

No comprende nada. Las gafas partidas sobre su cara, parecen un alambre de un juguete para críos. Los cristales clavados en el pómulo afloran como pétalos de vidrio. Le sangra la nariz copiosamente, ferozmente. -No me deis golpes. Estoy to-mando Sintrón-, dice mientras se tapa la cara inútilmente con el reverso de la mano temblorosa. -Ahora empieza lo bueno-, dice una compañera. -Tienes el resto de tu vida para darle vueltas a esto. Feliz jubilación-, le espeta con una sonrisa antes de pegarle un sillazo en la espalda.

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18MARÍA HERREROS

Pintura

PABLO MARONDA

Textos

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Page 19: Vulture nº74

19PASATIEMPO

Su pasatiempo favorito acontece al margen del resto de los niños. No necesita estar sólo para jugar, pero es más fácil concentrarse sin nadie alrededor. Además, es esencial que no se produzcan intromisiones entre los dos yoes. El ruído enturbia la experiencia y hace que la magia se guarde sus encantos para otra ocasión.

Cuando cae la tarde, y la casa es un silencio salpicado de tic tacs y puertas, Miguel se planta frente al espejo redondo e inabarcable del cuarto de baño de sus padres, lo mira fija-mente y deja transcurrir el tiempo, con los ojos clavados en los de su reflejo, y los puños cerrados.

Entonces pueden suceder dos cosas: que llegue a reflexionar sobre si mismo a fuerza de verse desde fuera durante tanto tiempo; es decir, que se plantee si él es él, o si es alguien que le observa y, momentáneamente, piensa que lo es; una sen-sación que buscan muchas religiones y que fomentan mu-chos consumidores de psicodélicos.

O bien que llegue un punto -y para esto ya es necesario tirar-se, literalmente, toda la tarde-, en el que su imagen se des-componga en colores y formas indefinidas. Pero esto es tan complicado que sólo lo ha conseguido una vez, y durante un lapso tan breve que ha llegado a pensar si no sería fruto del cansancio combinado con una imaginación desbordante.

Hoy está dispuesto a conseguirlo: batir su propio record y sostener la mirada cuando la realidad se desfragmente. Así que merienda ávidamente a la salida del colegio, lanza la car-tera sobre la cama al cruzar el pasillo, y obvia los tebeos que ha dejado su abuelo sobre el aparador. Besa a su familia para guardar las formas y, finalmente, entra corriendo en el aseo.

-Ya está otra vez ahí-, refunfuña su madre.

Se planta frente al cristal y se concentra. Pasan diez minu-tos. Veinte. Una hora. Hora y media. La frente le arde como si tuviera fiebre. Llega a las dos horas y los colores empie-zan a danzar frente a sus ojos. Primero es una sensación as-trigmática: una neblina hormigueante inconcreta y vaga, que flota alrededor de su reflejo. Luego empieza a carcomer su reflejo hasta descomponerlo en retazos de color fluctuantes.

Antes de desvanecerse en el espejo puede escuchar la voz de su madre al otro lado diciendo: -No lo encuentro por ninguna parte. Se debe haber ido a jugar con los amigos-.

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Vulture| |Fotografía| |Diego Barrera

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diegobarrera

El primer planeta de tu universo.

La primera vez que inicia mis practi-cas de cortometrajes fue a los 18 años, notablemente influenciado por Jodo-rowsky, director al cual había descu-bierto a los 17 años aproximadamente y me había abierto los ojos a otro tipo de cine, recuerdo estar planteando el corto como un proceso psicológico en el que intervinieran todos, no solo el publico sino que me veía fuertemente llamado a que el cambio sucediera en

una actitud de la actriz protagonista, era una especie de prueba para ver cómo reaccionaba el inconsciente de esta persona al pasar por este “via-je”, sentí que era un experimento muy claro y concreto y hablaba ya de un lenguaje propio.

¿Eres un amante correspondido?

La primera vez realmente importan-te y significativa para mí que expuse mi obra, fue cuando comencé a orga-

nizar junto a mi colectivo de arte “La-dradores de ojos”, ciclos de cine donde involucrábamos distintos artistas de Madrid que nos interesaran, para pro-yectar su obra en conjunto con nues-tras propias creaciones, por lo que la mayoría del público eran personas del medio artístico. Para mí fue importante el sentir una buena acogida del públi-co en este primer acercamiento ya que significaba una valoración de gente que respectaba mucho su opinión y gusto.

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KALASNIKOF DE PREGUNTAS

Su primer pensamiento matutino:

Ordenar las cosas por hacer

Esa imagen (un cuadro/fotografía/póster/mural/cartel/imagen) que podría pasarse horas (ad)mirando:

Cualquiera de Hieronymus Bosch

Algo para hacer a cualquier hora:

Leer

La primera vez que leyó un ejemplar de Vulture (¿cómo cayó en sus ma-nos?):

Por medio del Optica Festival

La mejor película de su videoteca:

“Shadows of Forgotten Ancestors”

de Sergei Parajanov

Un ídolo:

Andrei Tarkovski

Un libro para releer:

“Al faro” de Virginia Woolf

Un sueño recurrente:

la infancia

Su tesoro más preciado:

Las ganas de buscar nuevos conoci-mientos

Su merienda favorita:

tortellini vegetariano

El placer y el dolor...

Para mí el cine no debería nunca dejar de ser para el director un experimen-to, una prueba, llego a pensar que el sentir que has llegado a la cima de tu creación es comenzar a ver el declive de la misma, la satisfacción o la frus-tración recae en esto mismo, que tan certero fue la manera de transmitir los sentimientos que buscaba, mientras más me aleje de la imagen que tenía en mi cabeza más frustración podría llegar a sentir, soy muy calculador, de-tallista, por lo que cuando logro que una persona pueda explicarme sus sensaciones al ver mi obra y estas se asemejan a lo que tenía en mente, esa sería una descripción concreta de sa-tisfacción en este trabajo.

Tus colonias, ungüentos y afrodisíacos

Describiría mi proceso creativo como constante, cuando tengo un proyecto entre manos trato de encontrar tiem-po cada día para avanzar, pero por otra parte solo escribo cuando descu-bro, por así decirlo, alguna sensación o pensamiento, alguna idea que me inspira a entrar más a fondo, inves-tigar, funciono mucho mejor de esta manera, no es tanto una“Lluvia de ideas” sino algo que pude interceptar en mi cerebro, atrapar una corriente de pensamientos que apunto para remo-ver toda la tierra y encontrar una línea concreta. Es un proceso privado y per-sonal que me gusta interpretar solo, la primera persona a la que le enseño normalmente mi obra es a mi her-mana melliza, somos personas muy unidas, pero a la vez muy críticos y competentes, algo que necesito como primer momento para ver la respuesta a mi idea por alguien que conoce ya mi “trayectoria” como creador, vivo con

mi hermana por lo que mi propio piso es siempre un lugar idóneo para crear, muy tranquilo, silencioso y donde am-bos siempre nos encontramos hacien-do búsquedas, leyendo, o compartien-do en general cosas aprendidas.

Signos, lenguaje, mirada universal.

Intento mezclar lenguajes, me gustan las instalaciones, la pintura prerrafae-lista, el romanticismo, el simbolismo, la naturaleza, unir historias trágicas con entornos imaginarios, descontex-tualizar, de todos modos prefiero que las personas vean el resultado antes que explicar los elementos.

Vende tu alma al diablo.

La fuerza visual, las texturas, los sen-timientos que se transmiten por los ojos.

¿Futuras misiones para la nave espacial?

Crear mi propia productora, involucrar-me más en la creación de videoclips, siempre me ha llamado mucho la atención el mundo música.

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MARÍA HERREROS

Pintura

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DIEGO BARRERA

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EL CLUB DE LOS INVISIBLES

-Fundemos un club-, saltó Jorge.

Las moscas giraban en torno a su cabeza, como satélites de un planeta airado y tonto.

-¿ómo le llamaremos?-.

-El club de los invisibles-.

Y la verdad es que el nombre era apropiado. Porque si una cosa caracterizaba a los siete era que, a veces, la gente podía no verlos.

Por las tardes cogían la bicicleta y salían del pueblo con la merienda colgada en una bolsa atada al hombro. Dejaban atrás la primera loma y Jorge gritaba: -Otra loma-. Y todos sabían qué quería decir: que había que pedalear duro hasta la siguiente montañita de la carretera, que en un principio era la meta donde todos descansaban. Pero, ay, si la frase “Otra loma" no era secundada... Nadie se atrevía a descohesionar el grupo simplemente por darse el capricho de un descanso. Y así hasta que acababan reventados de verdad.

Por las noches, cuando regresaban al pueblo, tal era la energía cinética que acumulaban, que parecían dinamos sobre rue-das. Una procesión de siete luciérnagas tamaño humano, deslizándose por la pendiente hacia el valle donde reposaban las casas blancas y apiñadas, como los dientes en la boca de un viejo.

-Otra loma-, decía con la mirada perdida.

-¿Qué le pasa a mi hijo, doctor?-, preguntó la madre sin apartar la mirada de él.

-A su hijo no le pasa. Su hijo ES esquizofrénico-, anunció con cierta parsimonia, mientras le daba vueltas a una estilográfica.

-Entonces, ¿toda esa historia de los amigos invisibles?-.

-No existen. Sólo puede verlos él. Pero no es culpa suya. Es su mente. Son fruto de un proceso disociativo. Van y vienen según el día-.

-Ya... ¿Cree que se curará?-.

Meneó la cabeza con desaprobación. -No hay cura para esto. En todo caso podremos atenuar sus síntomas. Pero tendrá que empezar a acostumbrarse y tener bien claro que es para toda la vida-.

La madre se lo quedó mirando con una mezcla de tristeza y angustia, sintiendo en el estómago un dolor agudo y raro que sólo sienten las madres. Él se giró y los miró de arriba a abajo extrañado. Luego sonrió y sentenció: -Otra loma-.

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DIEGO BARRERA

Fotografía

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MARÍA HERREROS

Pintura

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Vulture| |Escritura| |Pablo Maronda

ENTR

EVIS

TA

pablomaronda

El primer planeta de tu universo.

De pequeño tenia celos de mi hermana y hacia body painting con mierda en la pared del comedor. Puede que esa ex-presión visceral fuese mi antecedente más cercano del arte entendido como expresión anómala de sentimientos negativos. Lo otro, lo “normal”, supon-go que los tebeos que dibujaba de muy pequeño en casa y el cole. Siempre he tendido a la barbarie. Y a lo visceral.

¿Eres un amante correspondido?

De manera poco constante y casi siempre extraoficialmente. Una vez gane el segundo premio de dibujo de las fiestas de mi pueblo. Dibuje la fuente y el lavadero en una perspec-tiva muy rara, que dejaba mal cuerpo. Supongo que haber logrado publicar en Mondobrutto, que a gente a la que admiro le gusten mis cuentos raros... Esas cosas.

El placer y el dolor...

Ser demasiado franco es peligroso. Peligroso laboralmente, peligroso socialmente. Uno no puede ir soltan-do verdades salvajes como un tonto

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KALASNIKOF DE PREGUNTAS

Su primer pensamiento matutino:

Aun no han ganado los cyborgs (o eso parece).

Esa imagen (un cuadro/fotografía/póster/mural/cartel/imagen) que podría pasarse horas (ad)mirando:

una portada del CIMOC que tengo enmarcada en casa, con un dibu-jo de Ops (aka El Roto) la hostia de inquietante, de una marionetas que se manejan a si mismas, sostenien-do sus propias crucetas.

Algo para hacer a cualquier hora:

Dibujar

La primera vez que leyó un ejemplar de Vulture (¿cómo cayó en sus manos?):

Hace la tira de años, en la facultad. No lo recuerdo bien, la verdad.

La mejor película de su videoteca:

The Incident (1967) de Larry Peerce.

Un ídolo:

Syd Barrett

Un libro para releer:

Industrias Y Andanzas De Alfanhui, de Sánchez Ferlosio

Un sueño recurrente:

Una casa en la que hay algo muy jodido y muy terrible que no se lo que es, pero que tiene que ver conmigo y con mi fin inminente –aunque no se mencione-. Crea la sensación de desarrollarse en un plano alternativo, en el que estoy vivo aparte de esta vida, y que prosi-gue en esa otra realidad, puesto que el sueño se retoma varias veces al año.

Su tesoro más preciado:

Mi colección de discos raros.

Su merienda favorita:

Pan con aceite y sal

de pueblo porque acaba escaldado. La verdadera literatura te compro-mete frente a la gente que quieres, frente a la gente para la que traba-jas. Te jode y hace llorar a los demás. Te quita colegas de facebook. O por el contrario: proporciona grandes sa-tisfacciones. Y entonces es la leche. Hay que poner en peligro lo que más quieres más a menudo.

Tus colonias, ungüentos y afrodisíacos

Ver (y montarse) películas, atravesar desiertos emocionales sin cantimplo-ra, existir, sufrir...

Signos, lenguaje, mirada universal.

Agresividad, violencia, sometimiento... El lenguaje que las corporaciones han empleado con nosotros durante déca-das, y que ahora nosotros aplicamos con nuestros semejantes. La lógica del mercado de consumo aplicada a

los sentimientos. Y la Némesis de todo ese mundo: esa realidad mágica que late en los reductos; el equivalente al poblado de Asterix de la era digital.

Vende tu alma al diablo.

Supongo que lo que cuenta en mis re-latos es la intención de contar cosas, a pesar incluso del propio formato; a pesar incluso de la resolución de la propia historia. Tenemos que ser más orientales: perderle el miedo a los finales y disfrutar del trayecto na-rrativo. La gente abjuraba de Lost en la última temporada ¡¡porque no se resolvía impecablemente!! La mente occidental no valora la belleza de lo que no tiene finalidad. En mis cuen-tos no hay moraleja ni otro fin que disfrutarlos desde el principio. Todo es destartalado, erróneo... ¡Pero bajo late la verdad!

¿Futuras misiones para la nave espacial?

Estoy escribiendo una novela muy sal-vaje, visceral y telúrica, inspirada –le-vemente- en mis experiencias como celador en la unidad de daño cerebral de un hospital. Luego estrellare la nave, después de haberla conducido sin seguro hasta los confines del cos-mos.

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EL MAR (DE) HELADO

Llenaron la bañera de helado hasta los topes. Metían las tarrinas de vainilla en el microondas y deshacían los bloques, uno por uno, como si fue-ran ladrillos de una obra imposible, blanda y dulce. Colgaban los conos boca abajo cogidos con pinzas de las barras de la cortina de la bañera, dejándolos desangrarse sobre el suelo marmóreo. Exprimían los bloques alargados, apretándolos con ambas manos y llevándose luego las manos a la boca, como si acabaran de descubrir el sentido del sabor.

La mezcolanza parecía un enorme Pollock en ple-no acto de plasmación, salpicándoles y manchan-do las paredes, el lavabo, la ropa amontonada en el suelo con dejadez absoluta. Un acto de free painting llevado a cabo de manera totalmente in-consciente.

Las estufas aceleraban el proceso, haciendo más agobiante el ambiente dentro del cuarto de baño. Los azulejos se empañaban; el espejo parecía el cristal de la puerta de una confitería antigua, to-talmente opaco, empañado como si lo hubieran pintado a mano.

La bañera empezaba a llenarse con el magma dul-ce de todos los helados posibles. Un mar denso y frío, con grumos suaves, que maritaba colores brillantes, retrepando las paredes blancas hasta cubrirles, primero los tobillos, y después las rodi-llas. Aleaciones exóticas de rojo intenso, marrón chocolate, o plateado vete a saber qué.

Se cogieron de las muñecas sin dejar de reír, y se dejaron caer dentro, apoyando la espalda contra los extremos de la bañera; muy lentamente y con los ojos cerrados, notando como el frío les subía por las piernas, el sexo, el vientre, el pecho...

Sumergidos dentro del magma se miraron a los ojos y ella propuso la última gran idea: se zam-bulló de cabeza sin soltarle de la mano y ambos nadaron hacia las profundidades del mar de ca-ramelo, leche y arándanos, hasta perderse en él como dos motas absurdas en la inmensidad de un cosmos inventado; mientras el pelo les restallaba en millones de colores empapados en azúcar.

MARÍA HERREROS

Pintura

PABLO MARONDA

Textos

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DIEGO BARRERA

Fotografía

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ESCUPE EL SOL

Esteban estaba tumbado en la pared de la terraza. Tumbado a lo largo de la pared, quiero decir. Boca arriba y con los ojos cerrados, y la boca tan abierta que le cabía dentro un puño. Parecía un reclamo de moscas cojoneras, que no eran pocas aquella tarde de junio, eterna y pesada. Un anticipo de la canícula a destiempo, que es casi como una patada en las pelotas sin avisar (avisada también jode, pero no es igual).

Los chicos estaban tirados en el suelo de la terraza. El sol languidecía detrás de la tapia que delimitaba aquella porción de tierra ofrecida al sol, desde un decimonoveno piso. Toda la ciudad se levantaba alrededor, como una manada de dinosaurios de hierro, cemento y cristal.

Los chicos se sentían como en un recreo suspendido en mitad del aire. Allí arriba. Tomando el sol en calzoncillos y sin nada que hacer. Tarde tras tarde era lo mismo.

Se quedaron mirando a Esteban. El sol se ponía por detrás de su cabeza de un modo que, si guiñabas uno de los dos ojos (preferentemente el izquierdo), parecía que se “metía" por la boca abierta del chaval.

-No te muevas-, le decían. Pero él no se movía porque estaba medio dormido.

De repente asistieron al milagro: el sol, pequeño como una bola de chicle, en perspectiva, se introdujo en la garganta de Es-teban. Entonces él cerro la boca y tragó. Y se hizo de noche de golpe y porrazo. Una noche negra como una cartulina negra. Imposible de explicar con palabras.

Los chicos se sobresaltaron y fueron hacia él.

-Esteban. ¡Que te has tragado el sol!-.

-¿Qué?-, preguntó él desconcertado.

Las recomendaciones abarcaban toda la gama de improbabilidades:

-Tose-.

-Escupe-.

-Intenta mear-.

-Provócate una arcada-.

-Haz lo que sea, pero por favor, devuélvenos el sol-.

Esteban se acercó con parsimonia a la tapia. Miró a sus compañeros, miró hacia la calle, cogió carrerilla y lanzó un gapo que llenó de luz todo el firmamento celestial. Desde aquel día, todos los relojes van atrasados 3 minutos: el tiempo que el sol estuvo dentro de la barriga de Esteban.

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MARÍA HERREROS

Pintura

PABLO MARONDA

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DIEGO BARRERA

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PABLO MARONDA

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LA GARROFERA

La caseta está en mitad de un enorme campo de naranjos, a un par de kilómetros de la carretera. Es una construcción ru-dimentaria, plana, como una caja de zapatos para gusanos de seda hecha a escala humana, con una puerta de chapa de garaje y dos ventanas, y tiene por todo detalle una persiana rota y una bombilla en la pared de la entrada, toda ella sin lucir y cubierta de cemento gris arenoso.

En la parte trasera hay una garrofera enferma, que desparrama su fruto maloliente y ennegrecido por todas partes, y una piscina de hormigón y ladrillo; una charca de diez por cuatro metros, con el agua verde y llena de bichitos pequeños, en for-ma de equis, salpicando la superficie con su vaivén de convulsiones.

Desde el borde puede verse una vieja bicicleta reposando en el fondo, eternamente digerida por las entrañas de liquenes y vidrios de la balsa, entre botellas de plástico vacías de detergente, alambres y ranas.

A eso de las cuatro de la tarde empiezan a llegar los primeros durmientes. Son personas que vienen de los alrededores, impulsados por una voluntad que no saben muy bien dónde ubicar, y que les hace levantarse de la cama en plena siesta, guiando sus pasos hasta el borde de la charca.

Algunos se descamisan y se tiran horas bajo el sol. Otros llegan a nadar dormidos sin llegar a despertarse. Pero lo realmen-te extraño es cuando comen algarrobas del árbol viejo. Entonces puede suceder cualquier cosa. Se pegan, copulan entre si (todo ello, repito, sin llegar a despertarse), o se inflingen lesiones sin motivo aparente.

Cualquiera que los viese diría que se encuentra en el patio de un sanatorio para enfermos mentales, donde los internos dan rienda suelta a sus instintos, sin obedecer a otra cosa que los humores corporales. Sin embargo hay algo que no casa del todo bien: sus expresiones son átonas, desprovistas de interés o emoción. Follan con los ojos cerrados, acompasados pero sin nervio; se agreden de una manera torpe, con gestos en eterno escorzo.

Cuando el sol se pone detrás de la carretera, se visten, deshacen el camino andado y regresan a sus camas de la misma manera que han llegado hasta allí.

Es entonces cuando despiertan y se preguntan por qué tienen moraduras en el abdomen, quién les ha mordido en el cuello, o porqué huelen a suciedad.

A veces pasan los días, y dos exdurmientes que han copulado se encuentran haciendo compras en el mercado. No saben que los arañazos que le trepan por el cuello se los ha hecho él a ella el día anterior. O que los molestos dolores que le re-corren la espalda como pellizcos eléctricos, cada vez que se agacha a recoger algo del suelo, son por causa del esfuerzo de haberla mantenido en sus brazos, sujeta por las pantorrillas, mientras los visitantes de la ciénaga se turnaban su sexo penetrándola contra la pared con total desinterés.

Ajenos a lo acontecido, él le ayuda a cargar unas bolsas en el cochecito de su hija, y se despiden con un cordial Buenas tardes", sin saber que ambos volverán a coincidir, desnudos y dormidos, junto a la garrofera de la que no recuerdan haber comido.

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MARÍA HERREROS

Pintura

PABLO MARONDA

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EL RUMOR

Cuando le llaman al despacho del suboficial, las piernas le tiemblan como si le acabara de dar una descarga eléctrica. Pien-sa: -Lo saben todo. Han descubierto los planos y vienen a por mi. Alguien lo ha largado. Probablemente el polaco. No debí fiarme de él. Son una raza mentirosa-, y mientras le da vueltas a la posible trama, restriega las puntas de los dedos entre si con nerviosismo.

Entra al despacho decorado leve, pero fastuosamente. El logotipo de las SS labrado en plata, reluce contra la pared con un brillo fascinante, como si fuese la obra de un orfebre esotérico, poseído por los ángeles, flanqueado por dos biombos inmen-sos de art noveau. Por un momento se queda embobado, obviando la figura del mando superior, que rellena formularios mientras fuma. De fondo, en la gigantesca radio que preside el aparador, se escucha una extraña emisora bávara que pone arias sin parar.

-Siéntese-, le dice sin apartar la mirada de la mesa. Él, naturalmente, obedece. -Iré al grano, Herr Kowalski: han llegado a mis oídos unas informaciones que le atañen-. Él empieza a sudar. Un calambre molestísimo le sube por el costado izquier-do. Le quema al respirar y le hace daño. Frente al suboficial hay un timbre como los que existen en las recepciones de los hoteles. Kowalski sabe que si lo pulsa irán a por él y lo matarán. La mano de su superior revolotea constantemente por encima de él todo el tiempo.

-No sé de qué me habla-, responde él.

-Tiene usted planes al margen de su compañía, ¿no es verdad?-.

Kowalski empieza a temblar. Se echa la mano al bolsillo y se asegura de que su lugger sigue ahí.

-No tengo otro plan que servir al Fuhrer-, afirma.

-Ya. Pues sepa que tengo información de primera mano de que está planeando montar su propia compañía sin contar con nosotros-, le sonríe sibilinamente mientras acaricia el timbre.

Dicho esto Kowalski, que ya no puede más, reacciona antes de que su superior pueda hacer ademán de accionarlo. Todo pasa muy deprisa. Le dispara en plena cara desde una distancia de medio palmo y se oye algo parecido a un gruñido y una queja, mientras el cuerpo se desploma y cae despaldas. De detrás de los biombos laterales del despacho emerge un grupo de gente, ataviada con gorros de cartón y adornos de cotillón. Al frente la mujer de Kowalski embarazada con una tarta. Escrito en crema azul el pastel reza la leyenda: “Feliz Plan De Evasión".

Ése era el plan al margen de la compañía, camaradas.

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DIEGO BARRERA

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PABLO MARONDA

Textos

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43CÓMETE LA PUPA

-Cómetela-.

-No-, dijo él.

Ella levantó con la punta de las llaves de casa, el extremo de la pupa que adornaba su rodilla. Al arrancarla, pegada a la piel con algo parecido al pegamento, pero de ella misma; al arran-carla, digo, dejó escapar una lagrimita roja de sangre, en mitad del círculo rosado de la nueva piel sin estrenar.

-Cómetela. Si no te la comes es que no me quieres-.

-¿Por qué?-.

-Oh, vamos, ¿tengo que explicártelo? Si tengo que explicártelo es que no me entiendes. Cómetela y punto-.

-¿Pero para qué?-.

-Cómetela-.

Hacía un calor terrible. Un mosquito se posó en su oreja y lo espantó de un manotazo. El zumbido lo dejó sordo momentá-neamente.

-Está bien-, dijo él. Alargó la mano, cogió la costra como si fuera una ostia de una comunión (que nunca había tomado) y, mirándole a los ojos, se la metió en la boca. Al principio la mantuvo sobre la lengua con aprensión. Luego masticó. Crujía como una galleta, pero no sabía a nada. -Me intoxicaré con los restos de mercromina-, pensó.

-Nunca me pongo esas mierdas-, dijo ella.

-¿Qué has dicho?-.

-Que no me pongo mercromina, digo. Que prefiero curarme al aire. Es mejor-.

-¿Pero cómo me has oído? O sea. Lo he pensado. No...-.

-Es que ahora puedo oírte aunque estés con la boca cerrada. Ahora sabré lo que piensas siempre. ¿No es guay? Por eso te lo decía. Lo de comerte la pupa-.

Él se asustó. El efecto alucinógeno de la piel de ella empezó a embargarle, como una borrachera espesa y primordial. Su ca-beza parecía despegarse de su tronco. Los colores empezaron a adquirir tonos tan fuertes que era imposible distinguirlos. En su cabeza, con un eco atronador, como si las palabras fuesen deslizadas por un millón de trompetas celestiales afinadas por el mismo Dios, se repetía una y otra vez la frase: -Cómete la pupa-.

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EXPEDICIÓN

Todos apilados dentro del jeep. Apenas tienen veinte años. Se miran unos a otros asustados, como si nunca hubieran pensado que podría llegar ése momento. Como si hasta entonces todo hubiera sido un campamento de verano sobre el que pendía una posibilidad, remota y siniestra, pero poco factible.

El conductor apenas sabe nada. No le han dado instrucciones. Sólo lo han metido en su uniforme en mitad de la noche, le han hecho subirse al vo-lante y le han dicho: -Lleva a los chicos en esa dirección-.

Y ahí están, pisando un terreno extrañamente blando; deslizándose por una ladera extrañamente yerma, pero cálida y palpitante. Como si una frenética actividad geotérmica latiera por debajo de ella. Como si fuera a estallar en mil géisers.

De repente, un frenazo en seco. Todos se miran. Los más impulsivos se ponen en pie y cogen el cedme con ambas manos. Los otros les miran de un modo reprobatorio pero poco convincente. También están asustados. Son críos vigilados por otros críos. Nadie se salva del miedo. Nadie se sal-va de ser un mocoso en una situación así.

Se asoman. Un rácimo de cabezas apiñadas dándose golpecitos con los cascos. Afuera el vehículo ha metido la rueda en una extraña hendidura rodeada de vegetación. Una planta grande, oscura, que parece dotada de vida propia. Que se contrae y que parece masticar la rueda sin llegar a romperla. Los chicos saltan del vehículo y empujan. Empujan con todas sus fuerzas. Pero el jeep parece querer jugar con la planta y hasta que ambos no están de acuerdo, el vehículo no prosigue su marcha.

Los chicos suben a la parte de atrás del jeep pisándose unos a otros, sin ningún orden ni concierto. Están acojonados. No saben de qué va y no quieren saberlo. Quieren salir de allí pitando. El jeep empieza a subir la loma y rodea dos pequeñas dunas coronadas por sendas flores color café, sin pétalos y tiernas, pero altivas. Uno de los chicos intenta alargar la mano para tocarla, pero todos se echan encima de él. -No sabemos lo que es-, le espetan. Él se mira la mano avergonzado por la riña, y a la vez asustado, pensando en lo que podía haber sucedido de haber entrado en contacto con aquellas formas biológicas desconocidas. El jeep acelera bruscamente y se estrella contra un cuerpo cavernoso y duro. Algo pare-cido a entrar dentro de una boca.

Nada es lo que parece a simple vista. La escena vista desde dentro recuer-da a una expedición. Vista desde un poco más afuera, parece una excur-sión escolar; un puñado de adolescentes sacados de la cama a patadas en el culo, con disfraces de hombres.

Vista de un poco más arriba son un coche de juguete rodando por el cuer-po de una mujer desnuda...

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46MARÍA HERREROS

Pintura

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