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CHICO DRAMATICO por Juan Joel Jiménez

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CHICO DRAMATICO por Juan Joel Jiménez

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CHICO DRAMÁTICO Una Novela Por Juan Joel Jiménez.

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CHICO DRAMÁTICO

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-No necesito permiso, tomaré mis propias decisiones-

Bobby Brown.

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Práctica de Futbol -No puedo imaginarme la vida sin ti- dijo Carlos Salazar, viendo el

último episodio de Two and a Half Men, su serie de televisión favorita. Carlos no era un chico común, era muy dramático y quería que su vida

fuese una serie de televisión o una película, pero ya llegaremos a eso. En ese momento, Carlos vestía una camiseta gris Aéropostale, unos

jeans azules y unos tenis Converse negros. Su cabello castaño estaba

desarreglado y le urgía ir al estilista para tener un corte. Estaba sentado en la cama de su madre justamente frente a la pantalla.

En cuanto la serie terminó, Carlos fue a su habitación al escuchar su

celular sonar.

“Práctica De Futbol” decía el teléfono. Había olvidado por completo la Práctica. Carlos aventó su uniforme en la maleta que tenía para

prácticas, la cerró y salió de su casa para tomar un taxi. En cuanto llegó a la práctica, corrió al vestidor para cambiarse de ropa. Odiaba su uniforme, tenía color verde y amarillo y un poco de color vino. Lo qué

más odiaba era el Futbol, sólo lo practicaba para darle gusto a su mamá, para callarla un rato.

-¡Ey!- escuchó a Mateo llamarle desde la puerta de los vestidores. Mateo era de esos chicos odiosos, quien siempre quería solo dificultarle la vida a Carlos y, peor aún, era hijo de una amiga de la madre de

Carlos. Mateo tenía el pelo castaño, aunque más claro que el de Carlos, tenía la nariz fina y una voz un poco ronca. En realidad, las chicas

creían que Mateo era muy atractivo y sexy… Todas las chicas de la preparatoria querían acostarse con él, incluso las lesbianas se harían heterosexuales por él.

-¿Qué onda?- dijo Carlos mirando a su amigo/enemigo. -Llegaste tarde, quince minutos tarde. -¿Y qué?

-El entrenador no estará muy feliz- dijo Mateo con tono de voz acusadora. Fue hasta que Carlos notó que Mateo no traía puesto el

uniforme, llevaba unos jeans y una camisa negra. -¿Y tu uniforme?- preguntó Carlos levantando la ceja derecha. ¡Atrapado!

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-Eso no viene al caso- respondió Mateo.

-Claro que sí, tú tienes práctica a la misma hora que yo. -Bien, no te caerá bien la noticia…

-¡Mateo!- gritó un chico de unos ocho años con el uniforme de Futbol- Ya estamos listos para comenzar.

-¿Te hicieron entrenador de mocosos?- preguntó Carlos intentando no

reírse en la cara de Mateo. -Sí, por lo tanto soy tu entrenador. Espera, ¿qué?

-¿Qué?- preguntó Carlos sin haber entendido. -En entrenador Fuentes me nombró entrenador de las dos ligas

menores de aquí, y como sabrás, tú estás en una de ellas. Mateo tenía razón, Carlos era pésimo en el Futbol, por lo que había

quedado en la liga menor. ¿Cómo el entrenador Fuentes había

nombrado entrenador de Carlos a Mateo, sabiendo que se odiaban a muerte?

-¿En serio? -Sí- respondió Mateo sonriendo vengativamente. -Entonces me largo- dijo Carlos caminando hacia la puerta.

-¡No puedes largarte! ¿Quieres que le diga a tu mamá? -Hazlo, ya no me importa- terminó Carlos saliendo de los vestidores.

Estaba cansado de hacer lo que su madre quería que hiciera, de hacer

lo que los demás quisieran… Ésta era su vida, no la de los demás, era hora de ser libre. De ser él.

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El espía con hoodies. Gabriel Soto estaba sentado en las gradas, viendo a Carlos Salazar

irse de la cancha de Futbol. Gabriel tenía un cigarro en la mano a punto de apagarse, sólo le había dado dos inhaladas, tenía cabello negro y ojos verdes, casi siempre llevaba pantalones entubados y una

hoodie negra con blanco, el cabello le caía sobre los ojos y estaba completamente desalineado. Llevaba, al igual que Carlos, unos

Converse negros. En sus piernas tenía una copia de Romeo y Julieta, le gustaba mucho la literatura y encerrarse en su mundo durante todo el

tiempo que quisiera. No tenía muchos amigos, sólo tenía a Natalia Márquez. Pobrecillo.

-¿A quién espías ésta semana?- dijo Natalia caminando hacia Gabriel,

llevaba un vestido corto blanco y unos tacones negros. Tenía el pelo hasta los hombros, lacio y rubio.

-A Carlos, ah, Salazar- respondió Gabriel, mirándola. -¿Qué tiene él? -Creo que es interesante para escribir una historia, se nota que se

oculta, no deja salir su yo interno. -¿Qué? Carlos es la persona más segura de si misma que hay en toda

la preparatoria.

-Sabe usar máscaras, pero puedo notar que no es verdad. -¿Y qué vas a hacer?

-Lo de siempre, seguirlo una semana, y escribir sobre él. -Bien- sonrió Natalia levantándose- tengo irme, tengo una aburrida

comida en mi casa.

-¿De qué? -No lo sé, mi madre despertó con ganas de tener una comida. Creo que

irá toda la familia.

-Suena a drama. -Lo será.

Gabriel observó a Natalia irse, casi toda la preparatoria creían que Gabriel y Natalia terminarían siendo novios, pero no, Gabriel sabía que no, eran muy diferentes. Sí, eran mejores amigos, pero eran muy… muy

diferentes para ser novios. El cigarro se había terminado, Gabriel se levantó y lo soltó, luego lo

apagó pisándolo, había perdido a Carlos por el día de hoy. Caminó a la puerta de la escuela y tomó su mochila, sacó un cuaderno y una pluma y comenzó a escribir:

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Carlos parecía ser seguro, parecía ser un chico común y corriente, pero no lo era.

Tenía secretos en su cabeza y Gabriel abriría con un machete esa cabeza para

sacarlos.

-¡Carlos!- escuchó de pronto Gabriel, levantó la cabeza y vio a Mateo

gritándole a Carlos, quién estaba pasando al lado de Gabriel. Era la oportunidad de seguirlo, discretamente.

Gabriel guardó su cuaderno y su pluma y se levantó. Siguió a Carlos

hasta por veinte cuadras, el sol estaba justo arriba y el calor era bastante fuerte, tanto que el espía con hoodie se rindió en seguir a

Carlos y entró a un OXXO a comprar un refresco.

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Galletas para Esther Esther estaba en el OXXO, esperando en la fila para pagar unas

galletas, delante de ella estaba un chico con hoodies que se le hacía

familiar, tal vez iban en la misma escuela. Esther llevaba unos jeans y una camiseta verde y unos flats rosas charol, en la mano llevaba unas

galletas de vainilla y una Coca-Cola dietética. Esther era de las chicas que no les importa vestirse bien, no les

importa peinarse, incluso no le importa usar ropa interior, aunque

usara vestidos cortos no usaba ropa interior. Era un poco desagradable. El chico delante de Esther era Gabriel, llevaba sólo una Coca-Cola

regular, la pagó y se fue, Esther pagó sus galletas y la Coca-Cola dietética y salió del OXXO.

Su casa estaba a dos cuadras de la tienda, al llegar vio a su

embarazosa madre, Julie, con sus amigas. Todas ellas eran terribles chismosas, regularmente se juntaban los miércoles para pasar la semana rápidamente, pero el día de hoy, viernes, se habían juntado

después de enterarse del embarazo de Martha, la hija de una de una de ellas. Todas estaban aconsejando a Martha mamá, para que supiera

que hacer con Martha hija. -Podría darlo en adopción- dijo la madre de Esther, Julie. -Un aborto estaría bien- respondió otra señora con cabello rojizo y

abombado. -¡No! Nunca aborto- respondió Martha mamá- Mí hija tendrá a su hijo.

-Bueno, has lo que quieras mientras la sociedad no se entere. Podrías mandar a tu hija a casa de su abuela, ¿vive en la playa, no? Eso le podría gustar… Ah, Esther- dijo Julie viendo a su hija entrar a su casa-

No creerás quién tendrá un bebé. -Ah, Martha- respondió Esther, no había tenido que escuchar la

conversación para saberlo, al igual que toda la preparatoria, Esther

sabía que Martha hija estaba embarazada. Todo el mundo lo sabía, eran de esos chismes que no caminan por salón, sino corren entre ellos.

-¿Cómo lo supiste? Toda la escuela lo sabe era la respuesta verdadera, pero Esther se

limitó a decir- Escuché a Martha- refiriéndose a Martha mamá- decir

que su hija tendrá su bebé. -Bien- dijo Julie levantándose del sillón y caminando hacia Esther,

luego cuando sus “amigas” no la pudieran oír dijo- ¿Qué te dije de esas

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galletas? No sé como quieres bajar de peso si sigues tragando esas

porquerías. -Mamá, no quiero bajar de peso- Esther estaba en lo cierto, no era la

chica más delgada de la escuela pero tampoco era la más gorda, estaba a la mitad.

-¿Cuánto pesas, cariño?

-Cincuenta y cinco. -¿No quieres pesar cuarenta y cinco? -¡No, mamá! Cincuenta y cinco está bien.

-Bien, has lo que quieras, engorda todo lo que quieras- regañó Julie a su hija, luego bajó la mirada y vio los flats que llevaba, los había

comprado como una broma para su hija, pero su hija los había adorado- ¿Qué te había dicho de esos zapatos? Ah, ¿sabes qué? Olvídalo.

-Lo haré- respondió Esther y se escapó de su mamá para encerrarse en su habitación, al pasar por las “amigas” de Julie, escuchó a unas

criticarle el atuendo. Esther sabía que su atuendo no era el mejor que podía haber escogido pero dudaba que fuera para tanto. En su opinión, Julie y sus “amigas” eran muy aburridas, pero sobre todo, eran odiosas.

Esther abrió las galletas y se comió tres de un solo golpe ¡Eso es tener hambre!

Lo que más odiaba Esther de su madre y sus amigas era el hecho de

que todas conspiraban contra su estilo; en realidad, una vez, todas ellas llegaron con bolsas de Saks llenas de ropa para regalarla a Esther, pero

ella sólo se las probó para darle el gusto a su madre y luego las escondió en el fondo del vestidor. No quería tener que volver a verlas, nunca más. Además su madre estaba obsesionada con el peso,

cincuenta y cinco kilogramos para ella, eran perfectos, para su madre eran diez kilos extras.

¿Cuál era la meta de su madre? ¿Hacer a su hija bulímica o anoréxica?

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Escritor recuerda a su primer personaje Gabriel estaba corriendo de regreso a la escuela, había olvidado el

libro de literatura universal y tenía que hacer un ensayo. Entró a la

preparatoria y atravesó la cancha de futbol, ignorando los gritos de reclamo de Mateo, subió a brincos las gradas y atravesó el patio hasta

el edificio de sexto semestre, subió, a brincos, hasta el cuarto piso y tocó la puerta de su salón. El señor encargado del aseo abrió la puerta.

-¿Se le ofrece algo?

-Sí, dejé mi libro de Literatura Universal y lo necesito urgentemente para hacer una tarea.

-Yo no he encontrado nada, pero búsquelo usted- Claro que no lo encontraría, estaba en la mesa de Gabriel, con llave.

Gabriel dio su camino hacia su mesa, introdujo su llave y abrió la tapa

de la mesa, sacó su libro de Literatura Universal. Dio gracias al señor y salió del salón.

-¡Cuidado!- dijo un chico mirando a Gabriel, que había estado a punto

de chocar con él al salir del salón. -Muérdeme- respondió Gabriel viendo al chico, tenía rojo cabello y ojos

cafés profundos, tenía una boca un tanto enigmática, parecían de esos chicos que sabes que tienen miles de chismes en su espalda- ¿Raúl?

El chico respondió con una media sonrisa al escuchar su nombre- Sí;

no puede ser, ¿Gabriel? -¡No mames!- sonrió Gabriel abrazando a su amigo de la secundaria.

Raúl y Gabriel eran mejores amigos en secundaria, hasta que de pronto, sin saber el por qué, dejaron de ser amigos. Raúl tenía mucho más dinero que Gabriel, vivía en el fraccionamiento “San Patricio” que

era el más caro en toda la ciudad. Gabriel, en cambio, vivía en otro fraccionamiento que era para la clase media-baja cerca de la escuela.

-¿Cómo estás?- preguntó Gabriel sonriendo.

-Bien, bien, ¿y tú? -También bien. ¿Qué haces aquí?

-Mi hermana estudia aquí y vine a buscarla, tiene entrenamiento de Tenis.

-Ah, es por ahí- respondió Gabriel señalando hacia las canchas.

-Gracias- se despidieron y Raúl comenzó a caminar, mientras que Gabriel se quedó ahí, viéndolo.

-Oye, ahora que recuerdo- dijo Raúl volteando a ver a Gabriel- gracias por la historia que escribiste sobre mí, seguro que ya ni te acuerdas-

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Gabriel se sonrojó un poco, claro que recordaba la historia. La había

escrito en primero de secundaria, cuando conoció a Raúl, lo había espiado durante un mes para conocerlo mejor, y había escrito una

historia bastante extraña, varios días siguió a Raúl hacia la casa de la novia de él y por eso la historia se hizo un poco erótica, la había escrito a los 14 años, lo único en lo que pensaba era sexo, sexo heterosexual

claro está- Parecía que me conocías bastante bien. -¿Confesión? Te espié por un mes para poder escribir esa historia. -¿Eras un acosador?- preguntó Raúl riendo.

-Un poco- respondió Gabriel también riendo. -Haber qué día salimos. ¿Sigues con el mismo número de celular?-

preguntó Raúl sacando su celular del bolsillo trasero y abriéndolo. -Sí, sólo he cambiado de aparato, ¿Tú también? -También, entonces ¿Te marco y salimos un día de estos? ¿Por los

viejos tiempos? -Si quieres mandarme un e-mail, todos los días los checo.

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La Sra. Salazar -Voy a ir a una fiesta mañana sábado- dijo Carlos a su madre, la Sra.

Salazar. La Sra. Salazar era amiga de Julie, la madre de Esther, aunque

Carlos y Esther, nunca se han conocido. -Mateo me dijo que renunciaste a las prácticas de futbol- dijo la Sra.

Salazar bebiendo un poco de su vaso que tenía en la mano derecha. Llevaba un vestido grisáceo hasta un poco más debajo de las rodillas y su pelo castaño suelto sobre el. Carlos miró el vaso, suponiendo lo que

contenía- ¡Es Coca-Cola! -Sí, claro- respondió Carlos tomando el vaso y oliéndolo. Era Coca-

Cola, y obviamente, tenía alguna otra bebida alcohólica en él. La Sra. Salazar tenía un serio problema de alcoholismo, pero nunca lo aceptaba, una vez Carlos y su padre habían intentado llevarla a

rehabilitación pero ella no se dejó. Le daba pánico que sus “amigas”, incluyendo a Julie, se enteraran de su problemita de la bebida.

-¿Qué?- dijo la Sra. Salazar mirando a su hijo, quién tenía mirada acusadora.

-Nada- respondió Carlos después de exhalar. Ya no podía decir nada

acerca de eso, su madre se convertía en un monstruo si lo hacía. -Repito: Mateo me dijo que renunciaste a las prácticas de futbol- dijo

la Sra. Salazar, tomando de nuevo el vaso y dando un trago.

-Sí, nunca me gustó el futbol- respondió Carlos mirándola, temiendo defraudarla.

-Bien, ya estás lo suficiente grandecito para tomar tus propias decisiones, después de todo en tres meses entras a la universidad- Carlos se quedó sorprendido ante la respuesta de su madre- ¿Qué

decías de una fiesta? -Que mañana iré a una.

-¿Quién la está lanzando? -No lo sé, yo iré con unos amigos- respondió Carlos, esperando la

respuesta negativa de la madre.

-Bien. Sólo no llegues muy tarde- terminó la Sra. Salazar y subió las escaleras. Había salido mejor de lo que creía.

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Punto a favor a Julie Esther seguía encerrada en su habitación, ya se había terminado las

galletas, estaba acostada en la cama. No podía entender lo que quería

Julie, su madre. Escuchaba los chismes y las risas de las “amigas” de Julie, aún con la puerta cerrada. Tal vez iría y compraría más galletas y

cuando estuviera gorda le diría a su madre “¡Come esto!” señalando su propio trasero.

Se levantó de la cama y caminó hacia el baño de su habitación, donde

tenía un espejo de cuerpo completo. Admitía que su ropa no era la indicada, pero el peso lo era ¿no? ¿No lo era? “Podría intentar adelgazar

un poco… ¡no!” pensó ella viendo su estomago. Salió de su habitación, tomando su bolso de salida, y luego salió de la

casa, iría de nuevo al OXXO y compraría tres bolsas de galletas y se

comería todas viendo a su madre morirse de histeria. Entró al OXXO, tomó las galletas, las pagó y fue de regreso a su casa. En cuanto entró, vio a su madre levantarse e ir hacia ella, de nuevo a darle el discurso.

-¿Fuiste a comprar más?- preguntó Julie molesta- Acabo de decirte que no quiero verte comer eso.

-¿En serio?- dijo Esther abriendo un paquete y comiendo unas galletas y masticando con la boca abierta. Era muy desagradable, solo se veía un poco de chocolate con saliva y una pasta blanca.

-Esther, estoy harta de tus jugarretas. -Y yo de tus idealismos, mamá- terminó Esther pasando por un lado

de Julie y, aún masticando con la boca abierta, paso frente a las amigas de su madre.

Cerró la puerta de su habitación de un portazo, imaginándose el

brinquito del susto de las amigas de su madre. Se comió los tres paquetes en diez minutos. Luego, llegó la pesadez y se acostó en su cama. Se la paso dándole vuelta al problema alimenticio, aún no

entendía a su madre. Se levantó y fue, de nuevo, al baño, ahora se hincó frente al inodoro e introdujo su dedo índice hasta la campanilla,

tocándola. Sintió el estomago revolcarse, pero no salió; lo hizo de nuevo, aún nada; lo intentó de nuevo, sintió el estomago revolcarse de nuevo, pero ahora sí vomitó. Al terminar, se levantó y se miró de nuevo en el

espejo. De pronto todo lo que su madre le decía, tenía sentido. El celular de Esther comenzó a sonar en la mesa de noche, ella

rápidamente lo tomó y lo abrió. -¿Sí?

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-Hola- Esther escuchó una voz masculina al otro lado del auricular,

¿quién sería? -Hola… ¿te conozco?

-No, mi nombre es Carlos… Salazar, encontré tu número en la agenda de mi madre, y recordé que tú vas en mi escuela y por eso te marco.

-¿Necesitas la tarea? Porque no te la daré.

-No, no- respondió Carlos riendo- Es que hay una fiesta mañana, y no tengo con quien ir, y muero de ganas de ir, ¿te gustaría ir conmigo?

-¿Eres un acosador, cierto? Pues no quiero hablar con uno, así que

adiós- terminó Esther y colgó la llamada. ¿En realidad era Carlos Salazar? Esther nunca había escuchado de él,

aunque el apellido le parecía familiar. Salazar, Salazar pensó Esther, hasta que recordó, una amiga de su madre se apellida Salazar. Tal vez él era su hijo… o esposo, ¡Asco!

El celular volvió a sonar. Era el mismo número. Esther contestó. -¿Qué?- dijo ella.

-No respondiste mi pregunta, ¿vamos a la fiesta?- dijo Carlos con tono sarcástico.

-¿Carlos, verdad?- Carlos asintió- ¿Tu madre es amiga de la mía?-

-Sí, aunque odio que mi madre chismeé tanto así- dijo inconcientemente Carlos.

-Yo también odio eso de la mía. -¿Entonces que me dices? ¿Vamos a la fiesta?- preguntó Carlos,

intentando sonar lo más seguro de si mismo posible.

-No lo sé- era la primera vez que un chico que no conocía la invitara, en realidad el primero que la invitaba, no sabía que responderle, podría ser una broma… o alguien muy raro. Al fin de cuentas, ¿quién invita a

alguien que no conoce a una fiesta y, además, por teléfono? -Vamos, para odiar a nuestras madres, juntos.

-Sólo por que estoy intrigada- respondió Esther inconcientemente. -¡Genial! Luego te mando por mensaje de texto la dirección, nos

vemos. Adiós- se despidió Carlos y terminó la llamada.

Definitivamente Julie tenía razón, era la primera vez que Esther vomitaba y ya tenía una cita, imagina si siguiera vomitando ¡podría

conseguir un príncipe! Esther dejó el celular de nuevo en la mesa de noche y regresó al baño,

aún sentía el estomago lleno, volvió a hincarse y se provocó el vomito,

de nuevo, después tomó su cepillo de dientes y la pasta y se lavó la boca.

Era desagradable, pero parecía funcionar.

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Invitación entre Raúl y Gabriel DE: [email protected]

PARA: [email protected]

ASUNTO: Fiesta, Gabriel!!!

¿Q onda, Gabriel? Oye, una amiga de mi hermana lanzará

una fiesta mañana en la noche, y me dio dos invitaciones,

¿q te parece si vamos? ¿Por los viejos tiempos?

Avísame.

R.

DE: [email protected]

PARA: [email protected]

ASUNTO: RE: Fiesta, Gabriel!!!

Mira, Raúl, la neta no soy fan de las fiestas… preferiría

ir a un café o algo así. Pero como tú quieras, enserio, tú

di que quieres hacer.

Gabriel.

DE: [email protected]

PARA: [email protected]

ASUNTO: RE: RE: Fiesta, Gabriel!!!

Okay, si quieres vamos a un café y luego a la fiesta,

¿está bien así?

DE: [email protected]

PARA: [email protected]

ASUNTO: RE: RE: RE: Fiesta, Gabriel!!!

Okay, perfecto. Nos vemos en el café “Dos Lolas” mañana

las 7 y luego nos vamos a la fiesta.

G.

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Adiós ilusiones Natalia Márquez, la única amiga de Gabriel, estaba hundida en sus

pensamientos, sentada en Dos Lolas, sola, tomando un capuchino.

Tenía en su mano derecha un cigarro, en la otra la taza; en la mesa, frente a ella, estaba su computadora portátil, abierta en Excel, tenía

que hacer una tarea, pero no tenía cabeza para hacerlo. No tenía la cabeza porque en cualquier minuto llegaría su novio.

Natalia y Alfredo llevaban dos años de noviazgo, pero hacía dos meses

Freddy se había ido a Argentina para estudiar un curso, pero ese día regresaba. Natalia estaba esperando en Dos Lolas como había quedado

hacerlo cuando Freddy se había ido. Freddy llegaría al café ese día que regresara a la ciudad.

-Hola- escuchó Natalia la voz de Freddy. El chico era bastante

atractivo, era alto, blanco pero un poco bronceado, parecía chico de anuncio de loción de diseñador. Llevaba una camisa de rayas verticales y unos bermudas.

-Hola- saludó Natalia levantándose para besar a su novio, como siempre lo hacían, pero Freddy se hizo para atrás.

-¿Cómo has estado?- preguntó él. -Bien- respondió Natalia sentándose, un poco preocupada por el

rumbo al que entraría la conversación- ¿Y tú?

-También bien. Quiero hablar contigo, Natalia- dijo Freddy sentándose frente a ella.

Ay, no. -¿Qué pasa?- preguntó Natalia. -Pues, estando allá en Argentina, estuve pensando muchas cosas

entre nosotros dos. Eres una chica estupenda, eres hermosa, graciosa… -Creo que ya sé a dónde va la conversación- interrumpió Natalia

desilusionada, ella creía que Freddy llegaría y la llevaría a su casa

dónde tenía todo preparado y ahí perdería la virginidad, con el chico de sus sueños. Pero ahora todo había muerto, todas sus ilusiones… ¡Pum!

Muertas. -¿Enserio? -Sí, y te entiendo, no te preocupes- dijo Natalia tomando su bolso y

levantándose. -¿Preocupar? ¿De qué?- preguntó Freddy.

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-De nada… está bien, se acabo lo nuestro- respondió Natalia, besando

a su Freddy, a su nene hermoso, a su caramelo, por última vez. Luego se fue de Dos Lolas.

Freddy se quedó sentado ahí, respirando. No entendía que acababa de pensar, al parecer Natalia había cortado con él o algo así… cuando él iba a decirle que estaba listo para tomar el siguiente paso, le tenía su

habitación preparada con velas y música, luego la iba a besar e iban a hacer el amor, como siempre habían querido… bueno, hasta ahora que Natalia había cortado con él.

Natalia iba caminando por la calle con lágrimas en los ojos, su amor

de dos años, había regresado sólo a terminar todo. ¿Dónde habían quedado esas noches de ver películas hasta dormir? ¿Leer chistes hasta orinarse? ¿Besarse hasta que la lengua les pidiera descanso? ¿Burlarse

de los demás? ¿Dónde había quedado todo?

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Sábado por la mañana

Carlos estaba desayunando cereal en su pijama, cuando su madre

bajó las escaleras, con una bata de seda, y el pelo completamente desordenado. Parecía un personaje de película de terror.

-¿Qué haces?- le preguntó ella, viendo el cereal.

-Ah… desayuno- respondió Carlos extrañado, era obvio lo que estaba haciendo.

-No, no desayunes, tenemos almuerzo en casa de tu abuelo.

-Ay, no. No quiero ir, siempre voy yo y nunca van mis primos, para que quieres que yo vaya- dijo él, y tenía toda la razón. Una vez tuvo que

aguantar la plática de todas las tías y tíos con el abuelo porque no había ido ningún primo, era el único menor de 40 en la habitación esa vez.

-¿Sabes qué? Tienes razón… siempre vas y te aburres hasta el demonio, deberías quedarte- respondió la Sra. Salazar.

Natalia había pasado la noche en casa de Gabriel, llorando y con él

para abrazarla. Eran mejores amigos en realidad. A media noche Gabriel le puso la película de Chicas Pesadas y se quedaron dormidos. Esa mañana, Gabriel despertó primero y descubrió a Natalia, dormida,

abrazándolo. Pobrecilla, maldito Alfredo pensó Gabriel mirándola.

Esther estaba desayunando un huevo con jamón y un vaso de jugo de

naranja; cuando llegó su madre a la cocina. -Hija, tal vez deberías cambiar el huevo por un yogurt sin grasa- dijo

su madre, incluso antes de decirle “buenos días” o “hola”. -Buenos días a ti también- respondió Esther mirando a su madre- Hoy

en la noche iré a una fiesta.

-¿Fiesta? ¿Desde cuando sales a fiestas tú? -Desde que el hijo de tu amiga Salazar me invitó.

-¿Carlos te invitó?- preguntó Julie mirando a su hija atónita, y luego susurrando dijo- Creí que ese chico tenía mejor gusto.

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-¡Mamá!- gritó Esther empujado un poco el plato y caminando a su

habitación, los insultos de su madre habían dejado de dolerle, ahora solo le causaban enojo.

-Carlos, te dejé doscientos pesos en la taza arriba del microondas para

lo que necesites, después del almuerzo tu padre y yo iremos a comer así que regresamos a las cuatro- dijo la Sra. Salazar.

-Okay, gracias- respondió Carlos, aún sorprendido del cambio radical

de su madre, antes no lo hubiera dejado sólo ahí, y mucho menos le hubiera dejado doscientos pesos.

Gabriel y Natalia tomaron el desayuno en silencio, Natalia aún tenía

lágrimas en los ojos. -¿Cómo pasaste la noche?- preguntó Gabriel, intentando hacer que

Natalia pensara en otra cosa. -Mal, soñé con Freddy; una y otra vez- respondió Natalia a punto de

soltarse y llorar.

-Hoy hay una fiesta, voy a ir con un amigo de la secundaria, ¿quieres ir?- preguntó Gabriel- Una fiesta puede animarte.

-No creo…- luego Natalia se quedó en silencio, como meditando-

¿Sabes qué? Tienes razón, vamos a ir a esa fiesta, no quiero estar sola comiendo helado de chocolate viendo películas viejas.

Esther se lavó los dientes después de vomitar el desayuno,

extrañamente vomitar la había relajado del enojo que tenía con su madre. Ahora podía concentrarse en qué se pondría para la fiesta…

¡Mierda! Nunca he ido a una fiesta desde kinder pensó Esther, viendo el único vestido corto que tenía, era blanco y strapless Creo que esto lo hará. Pensó dejando el vestido sobre su cama. Sabía que era muy

temprano para ya alistarse para una fiesta, pero tenía muchas ganas de ir. Tendría que plancharse el cabello, y no sabía como hacerlo, así que

tardaría casi toda la mañana.

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CHICO DRAMATICO por Juan Joel Jiménez

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La fiesta a la que todos fueron invitados La música estaba a todo volumen con la canción “I Know You Want

Me” de Pitbull con Calle Ocho. Gabriel, Natalia y Raúl estaban en una

mesa apartada a la pista de baile, no tenían muchas intenciones de ponerse a bailar. Natalia ya había tomado cuatro Cosmos y dos Martini

de manzana. Gabriel miró su reloj, ya era la una de la mañana y la fiesta, para ellos, estaba completamente incómoda.

-Tengo que irme- dijo Raúl mirando a Gabriel.

-Adiós- gritó Natalia bailando sentada al ritmo de la música. -Nos vemos luego- respondió Gabriel, Raúl sólo lo miró, se levantó de

la mesa y se fue. -¡Qué aburrido estás!- le dijo Natalia a Gabriel bailando.

-¿Ya para qué vamos a la fiesta?- preguntó Esther mirando a Carlos,

sentada en el asiento de copiloto del auto. Se había puesto el vestido

blanco strapless, tenía el cabello alaciado y tenía poco maquillaje en el rostro, podría decirse que se veía… bien. Carlos llevaba una camisa

blanca y unos jeans y su cabello desarreglado se veía mejor que nunca- Ya es la una de la mañana, tengo que estar en mi casa a las dos y media a más tardar.

-Si no te hubieras tardado tanto en decidir en ponerte el único vestido que tienes, hubiéramos llegado a las doce- respondió Carlos sonriendo.

-¿Estás reclamando querer verme bien? -No, reclamo que tardaste mucho para terminar en lo obvio. -Cállate- dijo Esther riendo. Carlos bajó del auto, le dio la vuelta y

abrió la puerta a su cita, le tendió la mano y Esther tomó la mano y salió del auto.

Ambos se dirigieron a una mesa disponible, estaba cerca de la pista de baile, Carlos pidió un Clamato preparado y Esther una Coca-Cola dietética.

-¿Dietética? ¿Estás a dieta?- preguntó Carlos mirando a Esther, ella no necesitaba dieta, sólo necesitaba aprender a arreglarse mejor para llamar atención en la escuela.

-Sí, bueno, no… es complicado- respondió Esther, no quería aburrir a Carlos platicando de su madre y su problema con el cuerpo.

-Estoy seguro de poder entender todo. -Y es… raro- dijo Esther.

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-¿Alguna vez has visto a tu abuela nadar desnuda?- preguntó Carlos,

ella sacudió la cabeza indicando no- Eso sí es raro. Vamos, cuéntalo. Esther dudó por un momento mirando a Carlos, tal vez él podría

entender todo. Sonrió. -Mi mamá esta algo… traumada con mi cuerpo y mi apariencia, todos

los días me dice que debo bajar de peso, que debo pesar diez kilos

menos; y creo que le haré caso, sólo para callarla porque estoy harta de ella.

Carlos se quedó viendo a Esther, el mesero les entregó sus bebidas. -No necesitas bajar de peso- dijo Carlos de pronto. -Lo sé, intenta decírselo a mi mamá.

-No debes hacer lo que dicen para callarlas; mi madre quería que yo fuera futbolista, por lo que me inscribió a entrenamientos, apenas ayer renuncié y le dije que ya no quería practicar el futbol, que era mi vida y

mi cuerpo y que no se metiera. -¿En serio le dijiste eso?

-No- respondió Carlos, ambos rieron- Pero sí le dije que no quería más cosas de futbol y lo aceptó.

-Yo ya le he dicho a mi mamá que no quiero bajar de peso, pero aún

así no me escucha- respondió Esther. -Hay cosas que las mamás no entienden. Pero no bajes peso, estás

bien. -¿Pero estaría mejor con unos kilos menos, no? -No, para nada.

Esther estaba comenzando a hartarse de Carlos, ella no quería bajar peso por que su madre se lo decía, quería bajar de peso porque al momento en que ella vomitó por primera vez, Carlos la invitó a la fiesta,

tal vez si continuaba, mejoraría- Ahora vuelvo- dijo Esther levantándose de la mesa y caminando hacia el baño. No había nadie en el baño, así

que pudo hincarse frente al inodoro e introducir su dedo de nuevo en su garganta, vomitó, se levantó y se enjuagó la boca con agua de la llave, era asqueroso, pero de pronto el estrés que sentía hacia Carlos, se

fue al momento de jalar la cadena del inodoro. -¿Todo bien?- le preguntó Carlos en cuanto ella se sentó en la mesa,

tomando un poco de su Coca-Cola dietética. -Sí… en realidad, no mucho, ya casi son las dos. No me quiero ir a mi

casa. Estoy bien aquí- respondió Esther mirándose las uñas demonios, no me las pinté pensó.

Carlos tomó las manos de Esther y juego con ellas entre los dedos.

-¿Qué haces?- preguntó Esther mirándolo, era la primera vez que un chico le mostraba afecto físico. Carlos le sonrió.

-¿No te gusta?

-Sí me gusta, pero…- Esther quitó sus manos de entre las de Carlos- es nuestra primera cita.

-Sólo te tomé las manos, no te estaba desnudando. -Pues no me gusta hacer eso en la primera cita- respondió Esther,

levantándose de la mesa- ¿Puedes llevarme a mi casa?

-¿Te puse nerviosa o qué? -Sólo llévame a mi casa- dijo Esther mirándolo seriamente.

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CHICO DRAMATICO por Juan Joel Jiménez

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-Bien- terminó Carlos levantándose de la mesa.

-Hay drama en la mesa de allá- dijo Natalia señalando a una chica levantándose de la mesa y diciéndole algo a un chico.

-¡Oye! Es Carlos, el nuevo protagonista de mi novela, ¿Sabes con

quién está?- preguntó Gabriel mirando a la chica que estaba con Carlos.

-¿Es Esther?- se preguntó Natalia- Espera, deja que volteé- dijo

mirando a la chica, cuando la chica se volteó vio el rostro- Sí, es Esther, es una compañera en clase de Biología. Es tan rara… ¿y ahora sale con

Carlos? Eso es más raro. -¿Esther? -Ajá.

-¿Es rara en qué sentido?- preguntó Gabriel mirando a Natalia, lleno de curiosidad. Tal vez sería la nueva coprotagonista de la novela junto a

Carlos. -Casi no he hablado con ella, pero la única vez que lo hice me

preguntó si mis uñas eran de color rosa naturalmente- respondió

Natalia, riendo a carcajadas, definitivamente estaba ebria. Gabriel miró a Carlos y a Esther salir de la fiesta. Esther parecía

bastante común para Gabriel, en especial con ese vestido blanco y el cabello alaciado. Tal vez no era rara, tal vez sólo era idiota.

Eso lo decidirá Gabriel otro día.

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CHICO DRAMATICO por Juan Joel Jiménez

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Afuera de la oficina del director Era lunes, el día que Carlos más odiaba, en especial por levantarse a

las cinco de la mañana para alistarse para ir a la escuela. Ése día se

metió a bañar, se puso el uniforme, un pantalón color vino, una camisa amarilla y una corbata vino. No le gustaba el uniforme… para nada; y

se peinó. -Hijo, llegarás tarde- le dijo su madre cuando vio a Carlos salir de su

habitación, ya eran las seis con treinta, en media hora tenía que estar

en la preparatoria. Carlos se vio corriendo por la calle para tomar un taxi e ir directo a la

preparatoria. Se bajó del taxi y entró a la Preparatoria Narciso Lozano, corrió por el pasillo principal, subió las escaleras y siguió corriendo hasta su salón. Ah, no. La puerta estaba cerrada, Carlos tocó la puerta

y el maestro Ramiro atendió. -¿Señor Salazar? ¿Por qué tan tarde?- preguntó el maestro. -Ah, lo siento- respondió Carlos sonriendo- dormí de más.

-Pues lo siento, pero no puede entrar a la clase. -¿Cómo que no puedo?

-No, llegó tarde, usted ha visto que no entrar a mi clase a tiempo significa no entrar a la clase por completo- respondió el maestro Ramiro, con los brazos cruzados, y con la voz bastante alta para que

toda la clase los escuchara. Ramiro quería pasar vergüenza a Carlos. -¿Y qué haré ésta hora?- preguntó Carlos, no iba a quedarse en la

puerta de su salón esperando. -No lo sé, Sr. Salazar. Usted ingénieselas- respondió el maestro

Ramiro cerrando la puerta del salón.

-Mierda- se dijo Carlos a si mismo pateando levemente la puerta del salón.

-¡Oiga! ¡Usted!- Carlos escuchó la voz de la subdirectora García. Mierda doble pensó él- ¿Por qué patea la puerta?- preguntó la subdirectora García acercándose a él.

-Llegué tarde a clase y el Sr. Ramiro no me dejó entrar- respondió Carlos simplemente.

-Pues usted irá a ver al director por maltratar la puerta- dijo la

subdirectora García. -Ay, no es cierto- se dijo Carlos.

-Sí, lo lamento, pero es el reglamento- respondió la subdirectora García, aunque Carlos sabía que no lo lamentaba.

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La subdirectora lo guió hasta una salita afuera de la oficina del

director. En la salita había un escritorio y cinco sillas que se veían incómodas, en una de ellas, estaba un chico con una hoodie.

-Siéntese ahí, el director lo atenderá en unos segundos- dijo la subdirectora señalando las sillas incómodas, Carlos le hizo caso y se sentó a una silla de distancia del chico con hoodie- No hablen- terminó

la subdirectora García y salió de la salita. Carlos sintió la mirada del otro chico clavada en su rostro, volteó a

verlo, el chico sonrió y levantó las cejas diciendo “ya qué”. -¿Tú qué hiciste?- preguntó el chico mirando a Carlos. -Pateé la puerta del salón cuando la subdirectora estaba pasando-

respondió Carlos, la respuesta era más patética de lo que esperaba que sonara. El chico rió- ¿Y tú?

-Le dije a un compañero que se fuera al carajo cuando pasó el maestro- respondió el chico riendo. Ambas respuestas eran estupideces a comparación de lo que otros chicos hacían y no los veían.

Después de saber porque estaban ambos ahí, hubo un silencio incómodo por unos diez minutos. No había ruido que saliera desde la

oficina del director. -Carlos- se presentó. -Gabriel- respondió el chico sonriendo, ya sabía el nombre de Carlos.

-¿Y bien? -¿Y bien? Ambos se quedaron de nuevo en silencio, Carlos jugando a mover los

pies y Gabriel jalando los cordones de la hoodie. De pronto Carlos notó que Gabriel tenía un cuaderno gordo en las piernas.

-¿De qué es? -Ah… de nada, estupideces- respondió, mintiendo, Gabriel. -Anda ¿de qué es?- volvió a preguntar Carlos, ahora tomando el

cuaderno y abriéndolo. Carlos parecía ser seguro, parecía ser un chico común y corriente, pero no lo era.

Tenía secretos en su cabeza y Gabriel abriría con un machete esa cabeza para

sacarlos. Leyó Carlos las únicas líneas escritas.

-¡Qué extraño! Soy yo y tú- dijo Carlos riéndose, de su coincidencia. Gabriel rió aunque sabía que no era coincidencia- Así que, ¿escribes cuentos o algo así?

-Sí, aunque, claramente, no estoy muy inspirado en esa historia por ahora- respondió Carlos.

La puerta de la oficina del director se abrió de golpe y salió un chico asustado y se fue, después salió un señor panzón con bigote, el director.

-¿Sr. Soto?- dijo el director, Gabriel se levantó y caminó hacia la oficina, el director cerró la puerta.

Carlos estaba solo en la sala contigua a la oficina del director… ¡yupi!

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CHICO DRAMATICO por Juan Joel Jiménez

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Buzón de Voz Raúl, el amigo de la secundaria de Gabriel, estaba en su casa, no

estudiaba ese día, no le había gustado para nada haber salido con

Natalia y Gabriel, había sido una noche a-b-u-r-r-i-d-í-s-i-m-a, llena de silencios incómodos. Pero Raúl en verdad quería hablar con Gabriel,

contarle todo lo que había hecho, en especial en su año en Europa de mochilero. Había conocido tantas cosas, y había vivido cada experiencia que cualquier padre o madre creería terrible.

Raúl tomó su celular y marcó el número de Gabriel. Entró al buzón de voz.

-Ah, Gabriel, soy Raúl, probablemente estés en clases y por eso no me contestes, pero… me gustaría salir, pero sólo tú y yo, como en los viejos tiempos. Tengo muchas cosas que contarte. Márcame. Adiós- terminó

Raúl y presionó el botón para terminar la llamada.

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Gabriel y Carlos… ¡mejores amigos! Carlos logró zafarse del director al escuchar la campana indicando la

próxima clase y se fue a ella. Después de clases, Carlos salió de su salón platicando con Antonio y con Gastón, unos compañeros.

-La fiesta fue lo máximo, estuvo buenísima- decía Antonio.

-Para mí, no. Fui con una chica y la chica vomitó todo lo que tomó a media pista de baile- dijo Gastón riendo.

-Ah, desagradable- dijo Antonio- ¿Y tú, Carlos? Te vimos con una chica.

-Ella era… hija de una amiga de mi mamá, sólo quería salir- respondió

Carlos instantáneamente. -¿Quién era?

-Su nombre es Esther, probablemente no la conozcan. -¿Esther Gutiérrez?- preguntó Gastón- Yo la conozco, era mejor amiga

de mi hermana, hasta que Esther, según mi hermana, se drogaba.

-No creo que sea ella, y si lo es, ya no se droga- respondió Carlos, defendiéndola.

-¿Por qué la defiendes?

-¿Ya te enamoraste? -No, pero no crean todos los chismes- respondió Carlos mirando a los

dos chicos. -En dos semanas es tu cumpleaños, Carlos. ¿Qué harás?- preguntó

Antonio.

Cada año, Carlos lanzaba reuniones pequeñas en su casa, por alguna razón éste año quería hacer una fiesta, grande y cara. Ah, sí. Grande.

-Tal vez haga una fiesta… pero no sería si no hasta fin de mes- respondió Carlos, fin de mes era dentro de tres semanas. Perfecto.

-Ah, okay. Tengo que irme ¿nos marcamos?- dijo Antonio.

-Voy contigo- siguió Gastón y ambos chicos se fueron. Carlos estaba solo, de nuevo. Él caminó hasta la puerta de la

preparatoria, iba a tomar un taxi de regreso a casa, pero no quería

llegar a su casa, no sabía porqué pero no quería; así que se quedó en los escalones de la puerta principal, viendo a todos irse.

-Hola- dijo una voz conocida atrás de Carlos, volteó a ver quién le hablaba, era Esther. De nuevo, el pelo estaba desarreglado y no llevaba maquillaje, parecía una chica muy liberal para Carlos.

-¡Esther! Hola- respondió Carlos levantándose y saludando de beso a la chica.

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-Quería decirte que… perdón, por lo del sábado, exageré mucho, sólo

estabas tomándome las manos y, exageré- dijo ella mirándolo directamente a los ojos.

-Ah, no te preocupes- respondió él sonriéndole. -Y estaba pensando que podríamos volver a salir un día- siguió ella,

aún mirándolo a los ojos y tomando el brazo de Carlos con su mano

derecha. ¿Estaba coqueteando? -Sí, ah, te marco y planeamos algo, ¿está bien?- preguntó Carlos, en

realidad no quería salir con ella, sólo había salido con ella para ir a la

fiesta. No estaba enamorado de ella y, por el físico de ella, nunca lo estaría.

-Bien, nos vemos- terminó ella dándole un beso en la mejilla a Carlos y luego se fue. Carlos miró hacia dentro de la preparatoria, Gabriel iba saliendo.

-Hola- saludó Gabriel, sonriendo, llevaba la mochila en el hombro derecho y no tenía la hoodie puesta, ahora traía el uniforme, la camisa

amarilla y la corbata vino. Horrible uniforme para Carlos. -Hola. -Te libraste del director, cuando salí ya no estabas- dijo Gabriel

sonriendo picadamente. -Ah- respondió Carlos exhalando- sí, comenzó otra clase y no quería

tener otra inasistencia- Gabriel rió. -Está bien, tengo que irme a mi casa. -¿Por dónde vives?- preguntó Carlos, tal vez podían compartir el taxi.

-Para allá- señaló Gabriel hacia debajo de la calle, hacia donde vivía Carlos también.

-¿Compartimos taxi?

-Vivo cerca, puedo irme caminando- respondió Gabriel sonriendo. -¿Te acompaño? no quiero llegar a mi casa aún- se ofreció Carlos

tomando sus libros de escalón. -Bien- respondió Gabriel. La calle estaba solitaria y la casa de Gabriel estaba a dos cuadras. Era

la oportunidad de Gabriel para conocer a su personaje principal, de poder ver como funcionaba su mente, incluso como se movía. Era el

momento de examinar a Carlos por completo. -¿Qué te dijo el director?- preguntó Carlos caminando hacia donde iba

Gabriel.

-Nada, que ya no diga esas cosas… ah, espera- dijo Gabriel sacando el celular de su mochila, lo encendió y vio que tenía un mensaje de voz de Raúl. Lo escuchó- Sólo deja contesto el mensaje- dijo Gabriel

dirigiéndose a Carlos mientras marcaba el número de Raúl- Raúl, soy Gabriel, te mando un mail para poder planear la salida. Nos vemos-

colgó y guardó el celular de nuevo en la mochila-Lo siento, es que si no checo el celular en cuanto salgo de clases, lo olvido.

-No te preocupes- respondió Carlos.

De pronto Gabriel se detuvo- Es aquí- dijo señalando su casa. -Ah, está bien. Nos vemos- se despidió Carlos extendiendo la mano,

Gabriel la estrechó y luego entró a su casa.

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Carlos caminó a la esquina de la cuadra para tomar un taxi, lo cual no

tardó mucho. Tal vez él y Gabriel se harían amigos algún día pensó Carlos entrando

al taxi.

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Julie truena Esther había llegado a su casa, directamente a su baño para hincarse

y quitarse todo el almuerzo del día de encima. Salió de su habitación y

caminó hacia el comedor con su madre, Julie. -Hola, hija; ¿Cómo te fue en clases?

-Ah, bien- respondió Esther sin haber escuchado la pregunta muy bien y sentándose en la mesa, esperando para comer.

-Escuché un rumor sobre el hijo de la Sra. Salazar y tú- dijo Julie,

esperando tomar la atención de su hija, quién estaba muy ocupada jugando con el cuchillo.

-¿Rumor? ¿De qué?- preguntó ahora jugando con el tenedor- Muero de hambre.

-De que tú y él salieron en una cita.

-¿Cita?- Julie asintió, Esther dejó el tenedor de nuevo en su lugar, y miró a su madre a los ojos.- No se puede llamar exactamente cita.

-¿Pero sí saliste con él? ¿No fue mentira?- Julie parecía muy

interesada en Esther, cosa que no había hecho, a menos que fuese para criticarle su ropa o su cuerpo.

-Sí, fuimos a una fiesta. -¿Con quién más? -Solamente él y yo… ah, mamá, muero de hambre, ¿no puedes

alimentarme y luego lanzarme el interrogatorio?- preguntó Esther al sentir el estomago gruñir de hambre; claro, después de vomitar, moría

de hambre. -Está bien- respondió Julie, tomando el plato de su hija y sirviéndole

una pechuga de pollo y ensalada césar, se lo entregó de vuelta y luego

tomó el suyo. Fue cuando Esther se dio cuenta de que en la mesa sólo había dos servicios, no tres.

-¿Y papá?- preguntó Esther metiéndose un enorme trozo de pollo con

el tenedor en la boca y masticándolo lentamente, como lo haría una vaca.

-Él… no podrá venir hoy, y tal vez no venga en varios días- respondió Julie sentándose y mirando su plato.

-¿Salió de la ciudad?- Esther bajó el trozo de pollo con refresco

dietético. -No.

-¿Entonces? ¿Por qué no puede venir?

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Julie exhaló, dejó el tenedor y el cuchillo en el plato, tomó su vaso, dio

unos tragos, lo regresó a la mesa y miró a su hija, quién la veía, esperando una respuesta.

-Tu padre tiene un problema. -Es alcohólico, lo sé- dijo Esther dejando el cuchillo y el tenedor

también sobre su plato, en manera para que su madre viera que le

interesaba lo que seguía. -Aparte de eso, Esther; tu padre es un drogadicto y hoy entró en

rehabilitación- respondió Julie mirando a su hija, esperando la reacción

de Esther, quién sólo miró a su madre. -Okay, ya era hora- respondió Esther, un día había descubierto a su

padre fumarse un porro de marihuana, pero había prometido no decir nada, por el bien de su padre, aunque sabía que no le estaba haciendo ningún bien.

-¿Okay? -Sí, mamá. Mi papá ha sido drogadicto desde hace tiempo, no estoy

ciega ni sorda, los escuchaba pelear cuando creían que estaba dormida, lo cual era muy seguido.

-Dios mío. ¿No te importa que tu padre sea…?

-No, bueno, sí. Pero aún así es mi papá y lo amo, lo voy a apoyar en lo que sea lo mejor para él, y si ahora es rehabilitación, lo haré.

-Guau, no creí que lo tomarías tan bien- dijo Julie mirando a Esther,

volvió a tomar sus cubiertos, partió un poco de pollo y volvió a mirar a su hija.

-¿Y a ti? ¿No te importa?- De pronto, Esther se vio haciendo lo que creyó nunca iba a hacer, abrazando a su madre, quién comenzó a llorar fuertemente, Julie tomó la mano de su hija.- Todo estará bien, mamá-

consolaba Esther sin saber si era verdad o no.

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Películas como en los viejos tiempos Era miércoles y Gabriel iría al cine con Raúl, por los viejos tiempos.

Cuando estaban en secundaria cada miércoles iban al cine aunque no

hubiera películas que quisieran ver, entraban a ver cualquiera; compraban palomitas y nachos y refrescos. Se sentaban justo a la

mitad de la sala y platicaban hasta que comenzaba la película. Gabriel estaba sentado en una banca afuera del cine leyendo mientras

esperaba a Raúl. Leyó una y otra vez la misma línea: “La vida no tiene

mucho sentido, pero vale la pena vivirla”, esa línea describía todo lo que Gabriel pensaba, la vida en realidad no tenía sentido en sí, pero era

divertido vivir. Llevaba unos jeans azules y una playera que tenía dibujos y garabatos.

-Ey- escuchó a Raúl decir acercándose, llevaba unos jeans claros y

una playera negra, con unos mocasines negros, en realidad se veía bien.

-Ey- respondió Gabriel, se dieron un apretón de manos- ¿Cómo te ha

ido? -Mi hermana me hace rezongar, pero con todo y todo, bien- respondió

Raúl sonriendo. Tenía muy blancos los dientes, cosa que no podía decir Gabriel, no era quien los tenía más blancos, había tenido una época en que era un poco sucio y sus dientes estaban un poco amarillos, pero ya

se los cuidaba y limpiaba- ¿y a ti? -Bien, en general. ¿Qué película veremos?

-No lo sé, ni he visto la cartelera desde hace meses. -Creo que hay una de comedia que se ve divertida, amenos que

quieras ver una de terror.

-La que sea está bien- respondió Raúl. Ambos caminaron hacia la taquilla y pidieron dos boletos para la

película que el taquillero quisiera. Como en los viejos tiempos.

-¿A qué hora es la película?- preguntó Gabriel. -En una hora- respondió el taquillero, sonriendo y entregándoles los

boletos. -Okay, gracias. Raúl y Gabriel se alejaron de la taquilla y comenzaron a caminar por

la plaza. Hacía mucho que no salían a la plaza así que entraron a casi todas las tiendas.

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-Mi hermana tiene serios problemas de autoestima, sus compañeras la

pisotean horriblemente y ella ni cuenta se da, dice que no es cierto- platicaba Raúl sentándose en una butaca en la sala del cine.

-Tal vez quiere ser aceptada. -Dejándote pisotear no te aceptaran a menos que quieras ser una

alfombra- dijo Raúl sonriendo.

-Cierto, ¿Cuánto falta para que inicie la película?- preguntó Gabriel, había olvidado su celular y su reloj en casa.

-Diez minutos.

-Ah, bien- respondió Gabriel, tomando palomitas y metiéndolas en su boca.

-¿Y tu familia como está?- preguntó Raúl. -Bien, mi mamá y mi papá tienen sus típicas peleas estúpidas y sin

sentido y lo solucionan teniendo sexo en la noche.

-Ah, asco- respondió Raúl riendo. -Sí, pero su habitación está justo arriba a la mía así que los tengo que

escuchar casi toda la noche, ni la almohada los puede callar. -Qué desagradable. -Lo es.

De pronto la luz de la sala se apagó y comenzaron los anuncios de otras películas.

-¿Y tienes novia?- preguntó Raúl.

-No, ninguna me llama la atención. ¿Y tú? -Igual- respondió Raúl, tomando un sorbo de su refresco y sonriendo a

Gabriel. La película inició.

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Colchón inflable -¡Carlos!- gritó la Sra. Salazar, la madre de Carlos, desde la sala de

TV. Carlos estaba encerrado en su habitación leyendo un blog de un

chico que contaba su vida, día a día, extrañamente, Carlos entendía mucho a ese chico- ¡Ven a la sala!

-Mierda- se dijo a si mismo Carlos, cerrando la computadora portátil, salió se su habitación y bajó las escaleras, llegando a la sala de TV.- ¿Qué pasa?

-¿Recuerdas a mi amiga Rebeca?- preguntó la Sra. Salaza dejando el teléfono inalámbrico en la barra de la cocina.

-Sí- respondió Carlos, Rebeca era la madre de su ex entrenador, Mateo.

-¿Recuerdas a Mateo, su hijo?

-Sí- dijo Carlos, aunque desearía no hacerlo. -Pues Rebeca se va a ir a no-sé-dónde y me pidió que si podemos

adoptar por la semana a Mateo.

¡¿Qué?! Quería gritar Carlos, respiró profundamente para contenerse, cosa que no pudo hacer -¡¿Qué?!- gritó, después de todo, Carlos amaba

el drama. -No seas así, Carlos. Sólo vendrá una semana. -Mamá, Mateo me odia. ¿No te conté la vez que dijo que yo había

copiado en el examen de Matemáticas y me reprobaron por eso, cuando en realidad, él me había copiado a mí?

-Sólo fue un examen. -No fue “sólo” un examen cuando descubriste que había reprobado,

aunque te expliqué que no había copiado- dijo Carlos, no iba a dejar a

Mateo poner ni un pie en su casa. -Carlos, no seas melodramático y lo tratarás bien. ¿Está bien?

-Ah, está bien- respondió Carlos, en realidad no tenía otra opción. Sólo le quedaba planear un modo en que Mateo no interfiriera en su vida durante esa semana, cosa que estaría difícil dado que ambos

estarían bajo el mismo techo. Carajo. -Bien, ya viene para acá- siguió la Sra. Salazar- así que infla el

colchón inflable y ponlo en tu cuarto, dormirán ahí los dos, y no quiero

pleitos. -Ah, mamá. ¿No puede dormir en la habitación de huéspedes?

-No, la habitación de huéspedes de inundó hace tres días, ¿no lo recuerdas?

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Sí que lo recordaba, hacía tres días había habido una tormenta y la

ventana en la habitación de huéspedes se había quedado abierta y se inundó todo. Casi todo tuvo que tirarse a la basura.

-Está bien. -Perfecto. ¿Sabes dónde está el colchón inflable? Está en el armario

del cuarto de servicio, ínflalo ya en tu habitación. ¿Entendido, Carlos?

-Ah, ya qué- respondió Carlos, caminando hacia el cuarto de servicio. ¿Por qué la mamá de Carlos era amiga de la madre de Mateo, el chico

más odioso de toda la preparatoria?

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Inusual La película estaba bastante mala, Gabriel incluso había comenzado a

jugar en el celular de Raúl y Raúl estaba buscando errores de edición

en la película. Al terminar la película, ambos chicos salieron de la sala y caminaron

por la plaza un rato más. -¿Te gustó la película?- preguntó Raúl sentándose en una mesa en la

sección de comida rápida. Gabriel sentándose frente a él mientras

comía donas. -En realidad, no. Me pareció la película más aburrida que he visto en

mi vida, ¿a ti?- respondió Gabriel metiéndose un pedazo de dona a la boca.

-Tampoco, aunque pudo estar mejor.

-¿A qué te refieres?- preguntó Gabriel masticando lentamente el pedazo de dona. Ah, cómo amaba las donas.

-El romance en realidad es muy bueno, pero la trama principal estaba

estúpida y sin sentido. -Al igual que la vida, por eso es tan aburrida.

-¿La vida?- preguntó Raúl, interesado en la respuesta de Gabriel, quién asintió con la cabeza- Cierto, la vida puede ser aburrida… por eso tenemos que hacer cosas inesperadas o inusuales para cambiarla,

hacerla emocionante. -¿Inesperadas o inusuales? ¿A qué te refieres?- preguntó Gabriel

dejando la bolsa con media dona en la mesa y mirando directamente a los ojos de Raúl. La idea de hacer cosas inusuales le parecía inusualmente atractiva e instintivamente emocionante. Lo último

emocionante que había hecho era comprar ropa interior roja. -Me refiero a algo que sea diferente en nosotros- respondió Raúl,

aunque Gabriel parecía no entender a lo que se refería- por ejemplo, si

siempre te has negado a tomar alcohol, inténtalo, o viceversa. Si siempre escuchas música popular, escucha alternativa o algo diferente,

dale una oportunidad. Enamórate de alguien que sea completamente diferente a quienes siempre te enamoras.

-Podría ser interesante hacerlo- Gabriel dijo mirando la televisión que

estaba en el área- Ah, ya son las diez, ya tengo que irme. -Yo te llevo a tu casa.

-¿Traes coche?

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-Sí, mis papás ya lo sueltan- respondió Raúl sonriendo y levantándose

del asiento, Gabriel también. Ambos caminaron hasta el auto en silencio, se subieron y Raúl lo encendió- Te tengo una propuesta, ya

sabes, para emocionar un poco nuestras vidas. -¿En serio? ¿Qué?- preguntó Gabriel muy interesado en lo que podría

ser, tal vez diría que brincaran en paracaídas o que se fueran de

mochileros por el país. -Déjame besarte. -¿Qué?- preguntó Gabriel riendo y mirando a Raúl- No soy gay.

-Yo tampoco, sólo es por hacer algo diferente, ¿O qué? ¿Te da miedo que sientas algo?- dijo bromeando Gabriel.

-No, para nada. Pero… ¿besarnos? -Vamos, sólo es para ver que es, ya sabes, besar a otro hombre. A Gabriel, en realidad, le daba un poco de miedo, que tal si sentía algo

diferente. Estaba casi seguro de ser heterosexual pero, ¿por qué Raúl quería besarlo? Era extraño, sería emocionante e inusual, muy inusual,

pero le darían ansias. -Está bien. -¿Seguro, Gabriel?

-Sí, sólo porque de verdad estoy intrigado. Raúl se estacionó afuera de la casa de Gabriel, apagó el auto y lo miró,

sonriendo; Gabriel respondió la sonrisa. Raúl se acercó lentamente,

Gabriel podía escuchar la respiración del otro un poco agitada. Sintió los labios de Raúl sobre los suyos, de pronto se encontró besando a su

amigo, sentía la lengua de Raúl dentro de su boca, era una sensación extraña pero le agradaba. Hasta que recordó que Raúl era hombre.

Gabriel empujó a Raúl hacia su asiento y salió del auto cerrando la

puerta de un golpe.

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Escapando de Mateo La madre de Esther, Julie, llevaba todo el día encerrada en su

habitación; a Esther le preocupaba que su madre fuese a hacer alguna

estupidez por la adicción de su padre. Ella estaba en la sala de TV viendo alguna serie, en realidad, no estaba viendo nada, no estaba

poniendo atención a la TV, estaba pensando en su padre ¿Por qué la gente acude a las drogas o al alcohol? Se preguntaba ella, luego se levantó del sillón y subió a su habitación, se encerró y se hincó frente al

inodoro, una vez más, para vomitar la comida. Su celular volvió a sonar mientras ella vomitaba. Se levantó y atendió

el celular. -¿Sí? -¿Esther? Soy Carlos- saludó él por el auricular.

-Ah, hola. ¿Qué pasa?- preguntó ella regresando al baño. -Un amigo, bueno no es amigo, vendrá a mi casa y de verdad quiero

escaparme un rato- escuchó a Carlos decir mientras le ponía pasta de

dientes a su cepillo- ¿Quieres ir a un café o algo? -¿Qué hora es?

-Son las diez. -¿Las diez? No creo poder salir. -Anda, regresamos a las once y media o doce.

-¿Hay cafés abiertos a esta hora?- preguntó ella dejando la pasa en su lavabo y jugando con el cepillo.

-Sí, hay varios. ¿Qué dices? -Okay- terminó ella colgando la llamada y cepillándose los dientes.

Carlos dejó el celular en su buró cuando escuchó el timbre de la casa,

sólo estaba esperando a una persona: Mateo. Carlos salió de su habitación y caminó hacia la puerta, dónde su madre ya estaba dando

la bienvenida a Mateo, quién llevaba una maleta en mano. Mateo llevaba el cabello desarreglado pero aún así se veía bien. Otro motivo para que Carlos lo odiara.

-Carlos, hola- saludó Mateo abrazándolo. Hipócrita pensó Carlos.

-Hola.

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-¿Ya cenaste, Mateo?- preguntó la Sra. Salazar desde la cocina,

sacando leche. -Sí, muchas gracias, señora- respondió Mateo aún mirando a Carlos,

con sonrisa un tanto malévola. Definitivamente, ésta semana será lo peor para Carlos. Encerrado bajo

el mismo techo con su enemigo: Mateo. Gracias a Dios que Esther

aceptó salir con él al menos esa noche. -Mamá, tengo planes para hoy- dijo Carlos. -¿Planes? No vas a salir a ningún lado, Mateo ya llegó- respondió la

Sra. Salazar. -Mamá, voy a salir. Cuando prometo algo lo cumplo- Carlos dijo

mirando a Mateo, lo cual era casi verdad. La Sra. Salazar miró a su hijo y exhaló.

-Bien, ¿A qué hora regresas?

-A media noche. -¿Con quién vas a ir?

-Esther, la hija de tu amiga Julie. -Ah, maravillosa chica, aunque rara; en fin ¿No te importa, Mateo?- le

preguntó la Sra. Salazar, ahora viendo al visitante.

-No, para nada. Estoy cansado en realidad, caeré muerto a la cama- respondió Mateo sonriéndole.

-Excelente, adiós- gritó Carlos corriendo hacia la puerta, la abrió y

salió corriendo a tomar un taxi para ir a recoger a Esther.

Esther llevaba un vestido azul, en realidad bonito. Se veía bien, de nuevo. Al parecer ella se vestía mejor cuando salía con Carlos, por alguna razón.

-Hola- dijo ella subiendo al taxi y besando en la mejilla a Carlos, olía a perfume, a Be Delicious de DKNY para ser más específicos.

-Hola, ¿A dónde vamos?- preguntó Carlos sonriendo hacia ella, un poco sonrojado.

-No lo sé, no sé que cafés estén abiertos.

-Cierto, ¿Te gusta el café de Cuatro Hermanas?- dijo Carlos, el café de Cuatro Hermanas era el favorito de él, incluso más que el Starbucks.

-Nunca lo he probado, vamos a ése.

-Okay- respondió y luego le dio la dirección al taxista. Todo el camino, Carlos y Esther estuvieron callados, no dijeron ni una

palabra, sólo se tomaron de las manos. Esther se había sonrojado un poco cuando Carlos tomó su mano, pero pronto se llenó de ganas de besarlo. Cosa que no hizo.

Llegaron a Cuatro Hermanas, subieron al segundo piso, donde todas las mesas estaban desocupadas. Se sentaron en la más privada, al fondo del lugar. Se tomaron de las manos en cuanto se sentaron.

-¿Les puedo ofrecer algo?- dijo la mesera con una sonrisa forzada. -Yo le encargo un Expreso, y a ella…- dijo Carlos mirando a Esther.

-Yo quiero un Fuego de Cocoa- respondió ella mirando la carta, al parecer era chocolate caliente con una pizca de canela. Sonaba apetitoso.

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-¿Un Fuego de Cocoa?- preguntó Carlos mirándola cuando la mesera

se fue. -Sí, se me antojó- respondió ella sonriendo.

-Okay, ¿Y como te ha ido?- preguntó él jugando con una servilleta, doblándola a mitades- Te ves un poco preocupada.

-Es sólo que mi papá… está en rehabilitación- respondió Esther.

-¿Bebida? -No, drogas. Carlos de pronto se preguntó porque Esther estaba contándole esto,

algo tan… personal-¿Y como estás tú?- preguntó él. -Bien, yo estoy feliz de que ya esté en rehabilitación. Mi madre es la

que está pasándola pésimo, desde que recuerdo nunca la había visto llorar hasta ésta tarde, y en realidad me rompió el corazón.

-No está mal, supongo que tu madre sólo está muy dolida por tu

padre, no es fácil aceptar cosas así. Mi padre murió hace dos años, por culpa del alcohol, mi padre no tomaba, un alcohólico chocó el auto

contra el de mi padre, y murieron, mi padre y el alcohólico- comenzó Carlos evitando que su voz se rompiera- mi madre, tampoco había llorado hasta hace como seis meses, no la vi llorar ni en el funeral.

-Lo siento. -¿Por qué? Tú no hiciste nada- respondió Carlos sonriéndole. De

pronto se encontró acercando su rostro al de Esther, ambos serios y

contentos, hasta que sus labios se tocaron. -Aquí están sus bebidas- dijo la mesera dejándoles un Expreso y el

Fuego de Cocoa de Esther, y luego se marchó. Esther rió. -¿Qué?- preguntó Carlos intrigado, sonriendo.

-Nada, sólo que nunca había besado a nadie. Tú eres mi primer beso- respondió mirando la mesa, un poco apenada de tener 17, casi 18 años

y no haber sido besada por nadie. -¿En serio?- sonrió Carlos, ella asintió- ¿Puedo ser también el

segundo?

Sus rostros se acercaron de nuevo y se besaron. Era el momento perfecto, Carlos no quería regresar a su casa, y ahora no era por Mateo, era por que no quería dejar de besarla. Esther también quería besar a

Carlos por siempre, hasta que sus labios sangraran. Era un beso real.

Era un beso de amor.

Carlos llegó a su casa a las dos de la mañana, Esther y él habían

pasado la noche platicando y besándose. Había sido la noche perfecta.

Cuando llegó, Mateo estaba dormido en el colchón inflable, completamente desnudo. Sería la peor semana para Carlos.

Se puso el pijama, luego con una cobija cubrió el trasero de Mateo y se acostó en su cama. Cerró los ojos y lo único que podía pensar era en Esther.

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No, no puedo enamorarme. Me niego a enamorarme pensó Carlos con

los ojos cerrados, de pronto un sonido hizo que Carlos volteara a ver a Mateo, ahora viéndolo desnudo frontalmente.

-Mierda- dijo, instantáneamente mirando al techo, no quería ver más de Mateo.

No puedo enamorarme, no quiero.

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Mateo conoce a Esther Esther no había podido quitarse a Carlos de la cabeza, el sabor de sus

labios, no quería enamorarse pero ya lo había comenzado a hacer.

Desde que Carlos la había invitado a aquella fiesta, ella había comenzado a vestirse mejor e incluso a usar ropa interior.

Ella iba caminando por la calle después de clases, hacia la casa de Carlos, quién le había dado la dirección vía mensaje de texto, sólo a saludarlo. Al llegar a la casa, tocó el timbre y un chico que ella no

conocía abrió la puerta. -¿Sí?- dijo él mirándola. En realidad el chico era bastante atractivo, lo

que más atrajo la atención de Esther era la nariz tan fina. -Vengo con Carlos- respondió ella sonriendo de modo coqueto,

inconscientemente.

-Ah, bien. Pasa- dijo el chico abriendo la puerta y haciéndose a un lado, también sonriendo- Soy Mateo, un conocido de la familia de Carlos- se presentó el chico atractivo.

-Esther, amiga de Carlos- respondió ella aún sonriendo coquetamente, sin notarlo.

-Ah, tú eres con quien salió ayer, ¿cierto?- preguntó Mateo cerrando la puerta y caminando hacia la sala de TV, Esther siguiéndolo- ¿Qué hicieron ayer? Carlos llegó más tarde de lo que había dicho.

-Fuimos a Tres Hermanas, o al menos así creo que se llamaba el lugar- Esther en realidad no recordaba el nombre, sólo recordaba los

labios de Carlos sobre los de ella. Era un bello recuerdo. -Cuatro. -¿Cuatro?

-Es Cuatro Hermanas, el café que abre en las noches- aclaró Mateo, volteó a ver hacia las escaleras- ¡Carlos! ¡Esther está aquí!

-¡Voy!- respondió Carlos desde arriba, estaba quitándose su uniforme

y poniéndose algo más… normal. -Siéntate- invitó Mateo a Esther, quién estaba parada al lado del sillón

dónde él estaba sentado. Ella se sentó a su lado, un poco incómoda- ¿Quieres algo de tomar? Creo que hay vodka en algún lugar- dijo levantándose del sillón y caminando hacia la cocina.

-Agua está bien- respondió Esther. Mateo regresó con dos vasos, se sentó al lado de Esther y le dio uno.

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-Es vodka, no había agua- dijo él- si no lo quieres tomar, déjalo en la

mesa- él tomó un trago de su vaso y luego lo dejó en la mesa frente al sillón.

-Gracias- respondió Esther tomando un trago del vodka, era mejor tomar y mantenerse ocupada que ver a un chico tan atractivo, sobre todo teniendo al chico que le gustaba en el piso de arriba.

-Sabía que te gustaría- dijo Mateo viéndola- el vodka- siguió al ver que ella se había sonrojado.

-Sí, gracias.

-¿Estás lista?- preguntó Carlos bajando las escaleras, ella volteó a verlo, llevaba unos jeans y una polo café, llevaba solamente calcetas.

-Sí, ¿qué haremos?- respondió ella saludándolo de beso. -Veremos películas, compré unas de Cameron Díaz, otras de Ashton

Kutcher y si quieres ver de Blake Lively, también compré una.

-Genial, ¿quieres unirte?- le preguntó Esther a Mateo, quién se hacía el sordo tomando su vodka. Por favor no pensó Carlos, viendo,

amenazadoramente, a Mateo. -Creo que ésta vez, paso- respondió Mateo, sacudiendo su vodka- ya

tengo lo que necesito.

-¿Eso es vodka?- preguntó Carlos. Sabía que su madre bebía como loca, pero no le iba a gustar que un menor de edad tomara en su casa,

y mucho menos, de sus botellas. Mateo asintió con la cabeza- Okay; vamos- dijo dirigiéndose a Esther.

Carlos guió a Esther hacia arriba y hacia la habitación de Carlos, él

cerró la puerta en cuanto entraron. La televisión de la habitación de Carlos estaba mostrando la pantalla

del DVD, las cortinas estaban cerradas y había unas quince películas el

lado del reproductor de DVD. -¿Esas son las opciones?- preguntó Esther, sentada en la cama,

señalando las películas. -Sí- respondió Carlos tomando las películas y dándoselas a Esther,

quién vio los títulos- Tú escoge.

Esther miró todas las películas, una y otra vez. Hasta que vio “What Happens In Vegas” y luego se levantó y puso el disco en el reproductor y

regresó a la cama con Carlos. -¿Cuál pusiste? -Ya verás.

Mateo, como ya sabemos, se quedó abajo bebiendo vodka, solo. Pero

no estaba sólo bebiendo, ahora estaba pensando en Esther. Qué chica tan extraña, aunque agradable, debía ser divertido salir con ella de vez

en cuando, tal vez un día de estos saldrían, sólo ella y Mateo. Por algún motivo, Mateo tenía grabados los ojos de Esther en su mente.

-Qué extraño- dijo Mateo al darse cuenta de que estaba pensando en

una chica como nunca lo había hecho antes. Tomó su vodka y tomó un trago más, mirando a la blanca pared frente a él.

El celular de Mateo lo hizo brincar del susto al comenzar a vibrar en la mesa frente al sillón. Lo tomó.

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-¿Sí?

-¿Mateo?- dijo una voz de hombre ronca. Una voz que hacía que todos los problemas del chico se fueran a la chingada. Esa voz pertenecía a

López, o al menos así se hacía llamar. -Sí, ¿ya tienes la que te pedí?- preguntó Mateo susurrando, no quería

que Carlos fuese a escucharlo, y mucho menos Esther, por alguna

razón. -Sí, cabrón. Te espero dónde siempre hoy a la media noche- dijo López

y terminó la llamada.

Mateo había comenzado a inhalar cocaína para eliminar problemas, aunque fuese sólo mientras duraba el efecto, nadie sabía que lo hacía, y

nadie lo haría si seguía inhalándola sólo oportunamente.

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Gaypologize -Gracias por aceptar salir conmigo, me siento un tanto mal por lo que

ocurrió anteanoche- dijo Raúl, al ver a Gabriel sentándose frente a él.

Gabriel había recibido quince llamadas de Raúl diciendo que quería hablar con él, hasta que Gabriel aceptó salir, tal vez había exagerado

por lo del beso, aunque aún le causaba algo dentro pensar en eso. -No te preocupes- respondió Gabriel, estaban en el área de comida

rápida en la plaza. Al menos ahí no podría pasar nada.

-En verdad me siento mal y tengo dos cosas que quiero decirte- dijo Raúl mirando al otro directamente a los ojos.

-¿Qué?- preguntó Gabriel, mordiendo su hamburguesa de Burger King.

-Me siento mal por lo del beso, fue extraño y un poco incómodo, pero

en realidad, no me arrepiento- dijo Raúl mirando a Gabriel masticar la hamburguesa sin siquiera mirarlo, manteniendo el silencio, al terminar la hamburguesa hizo una pequeña bolita con la envoltura.

-¿A qué te refieres?- preguntó Gabriel un poco forzado, no quería en realidad saber la respuesta.

-No me arrepiento de haberte besado- respondió Raúl serio, tragando saliva, tenía miedo de la reacción de Gabriel, podía que para él fuese exactamente lo contrario.

-Bien- dijo Gabriel, intentando no preguntar otra cosa sólo por cortesía. El hecho que Raúl no se arrepintiera de haberlo besado no

significaba que fuese gay, podría ser que sólo le gustó haberlo besado de modo que se besarían dos amigos muy liberales.

-¿No quieres saber por qué?- preguntó Raúl, intrigado de que el otro

no le preguntara nada y sólo hubiese dicho “bien”. -En realidad, no. Lo que aterraba a Gabriel era que Raúl fuese a decirle que era gay y

que sentía amor por él. No le importaba tener amigos homosexuales, lo que le importaba era haber besado a uno. Además, desde el beso,

Gabriel había comenzado a dudar ser heterosexual, había disfrutado de más el beso y tal vez cuando Raúl le dijera que él era gay, sería un modo de presionarlo a decir que él también era homosexual.

-Gabriel, estoy intentado decirte algo muy difícil- siguió Raúl, aún con la mirada clavada en el otro.

-Bien, pues dilo- dijo Gabriel, arrepintiéndose de haberlo hecho al instante. Había abierto la puerta y tal vez no podría volverla a cerrar.

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-Gabriel, creo… creo que soy gay- respondió Raúl mirando serio a

Gabriel. Gabriel se mantuvo en silencio, pensando. ¿Qué significaba eso? ¿Era

que Raúl estaba de verdad enamorado de él o alguna otra cosa? ¿Qué carajo significaba “gay”? Cuando la escuchaba en su mente entendía que era “homosexual” pero cuando Raúl lo dijo parecía una palabra

extraña que no conocía. Ay, no. De pronto Gabriel sintió lágrimas estar a punto de salir, no quería

llorar y menos frente a Raúl y mucho menos frente a todos los que estaban en la comida rápida. Aguantó. Hasta que no pudo más y

comenzó a llorar. -¿Por qué lloras?- preguntó Raúl, un poco asustado ante la reacción

de su amigo.

-No… quiero… llorar- dijo Gabriel, aunque no podía contener las lágrimas dentro, salían como un río.

-¿Qué pasa? ¿Estás llorando por lo que te dije? -No, para nada… me asusta…una cosa. -¿Qué cosa?

Gabriel no podía contenerlo dentro más tiempo, y sólo explotó en un susurro diciendo- Creo que yo también soy gay. Mierda- respondió Gabriel levantándose de la silla y corriendo hacia la salida de la plaza,

no quería ver a Raúl, no quería ver al mundo, no quería ver a nada que no fuese su almohada mojada por sus lágrimas.

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Unos días después:

Rehabilitación

El padre de Esther, Mariano, había tenido un enorme pleito con su esposa Julie debido a las drogas, que descaradamente, las usaba frente a ella. Después de darle vueltas y vueltas al asunto, Mariano había

entendido que lo que estaba haciendo estaba mal y que tendría que entrar a rehabilitación. Julie fue la persona que le comentó acerca de “Vida es Vivir”, un centro de rehabilitación para alcohólicos y

drogadictos. Al cual había ido. Esther tenía en su mano la mano de Carlos, ambos parados frente al

enorme y bello edificio de “Vida es Vivir”. Era hora de que Esther fuera con su padre a visitarlo. Aunque fuese sólo una hora.

-¿Lista?- preguntó Carlos mirando la puerta principal. Carlos y Esther

se habían hecho oficialmente novios al día siguiente de que vieron “What Happens in Vegas” en casa de Carlos.

Esther pensó en todos los pros y contras de visitar a su padre en rehabilitación. En realidad sólo había un contra: la impresión que le daría ver a su padre ahí- Sí, estoy lista- dijo sin ver a Carlos.

Ambos caminaron por el sendero y se detuvieron en la puerta principal.

-¿Segura?

-Sí- contestó de nuevo Esther ahora mirando a Carlos, quién abrió la puerta principal. Ambos entraron.

El lugar en si era bastante bello, habían muchas masetas con hermosas flores, justo al frente de la puerta había un escritorio donde una recepcionista estaba sentada tras. Más atrás del escritorio había

un enorme ventanal que mostraba un hermoso paisaje. -Bienvenidos a Vida es Vivir- dijo la recepcionista con una enorme y

falsa sonrisa- ¿Qué puedo hacer por ustedes? -Venimos a visitar a mi padre, Mariano Gutiérrez- respondió Esther,

apretando la mano de Carlos al decir “visitar a mi padre”.

La recepcionista tecleó algo en la computadora - Lo siento ahora está en una clase, saldrá en veinte minutos por si desean esperarlo- respondió ella aún con la sonrisa falsa.

-Okay, gracias- respondió Esther, aunque era obvio que quería decir “genial” con un gran tono de sarcasmo.

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Carlos la guió a unas sillas que estaban frente a la recepción y al lado

de la puerta, Esther estaba respirando agitadamente. Carlos sólo le tomó la mano con un poco más de fuerza, esperanzado qué eso la haría

relajarse un poco. No lo hizo. -Tranquila- dijo Carlos. Error. -¿Tranquila? ¿Cómo voy a tranquilizarme con un padre drogadicto?-

preguntó ofendida Esther. -Sé que es drogadicto, pero ahora está en rehabilitación, eso es buena

señal, siempre es buena señal- respondió Carlos, y de verdad creía lo

que decía, que estuviera en rehabilitación significaba que estaba intentando ser alguien mejor para su hija, para su familia, cosa que la

madre de Carlos no hacía. -Ah, lo sé, lo sé- respondió Esther mirando a Carlos- Tengo que ir al

baño- dijo y se levantó, caminó hacia donde estaba la recepcionista-

Disculpe, ¿dónde están los baños? -Al final del pasillo- respondió la recepcionista señalando el pasillo

dónde estaban las sillas en las que había estado sentada. -Gracias- dijo y caminó hacía allá. Tenía que vomitar, había comido

ocho paquetes de galletas y dos bolsas de frituras en el camino, un

camino de una hora. En cuanto entró al baño, se aseguró que nadie la fuese a escuchar,

entró a un cubículo, se hincó, introdujo su dedo índice en la garganta

hasta que vomitó. -Oye, ¿Quién está ahí?- escuchó una voz atrás de la puerta del

cubículo. Esther volteó por debajo de la puerta y vio unos tacones. -Soy hija de uno de los internados, comí algo que me hizo daño en el

camino para acá- respondió ella, levantándose pero no abriendo la

puerta- Estoy bien, lo prometo. -¿Segura?- preguntó la voz detrás de la puerta.

-Sí, gracias. Esther permaneció encerrada ahí hasta que escuchó los tacones irse y

cerrar la puerta. Salió del cubículo y se enjuagó la boca con agua del

lavamanos. Regresó con Carlos. -¿Todo bien?- preguntó él, Esther tenía cara de preocupación y

nervios.

-Sí, sólo estoy nerviosa por ver a mi papá aquí- respondió ella mirándolo sonriente, tomó la mano de Carlos de nuevo.

Esther pasó los veinte minutos pensando en como debía ser vivir ahí, en “Vida es Vivir”, parecía un sitio tranquilo y bello, probablemente ella explotaría en un lugar así. No podía imaginarse a su padre ahí, por más

que lo pensaba. Mientras Carlos pensaba en lo que podría pasar, en las posibles reacciones de Esther viendo a su padre.

-¿Señorita Gutiérrez?- preguntó la recepcionista desde su escritorio,

Esther volteó a verla- Puede ver al Sr. Gutiérrez en la sala 4- dijo ella señalando una puerta al final del otro pasillo, que tenía el número

cuatro. Esther se levantó y Carlos con ella. Al pasar por la recepcionista, le

agradeció.

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-Oye, amor. Creo que quiero verlo yo sola- dijo Esther a unos pasos de

la puerta, mirando directamente a Carlos a los ojos. -¿Segura?

-Sí, estoy lista- respondió ella, besó a Carlos en los labios y entró a la sala. Carlos miró la puerta cerrarse tras ella. Respiró hondo y regresó a la silla, estaría ahí por si ella necesitaba algo. Cualquier cosa. Ella lo

sabía.

Dentro de la sala cuatro sólo había una mesa y tres sillas, en una de las cuales estaba Esther, esperando. De pronto escuchó una puerta

abrirse, frente a ella. De la cual salió un joven apuesto. -¿Señorita Gutiérrez?- preguntó él. -Esther, sí- a ella en realidad no le gustaba que le dijeran “señorita

Gutiérrez”. -Bien- dijo el joven sonriendo- debe entender que su padre ahora está

débil. Lleva unos cuantos días sin alcohol ni drogas, por lo tanto se verá débil y ansioso ¿está bien?

Gracias por ponerme nerviosa pensó Esther pero dijo- Está bien.

El joven regresó por la puerta, dejando a Esther sola de nuevo. Estar tanto tiempo sola en una sala así pondría a cualquiera ansioso y

nervioso. La puerta volvió a abrirse, el joven salió primero, y luego ahí estaba su padre.

En realidad se veía débil, mucho más delgado de lo que ya era.

-¡Papá!- dijo Esther corriendo a abrazarlo. -¡Bebé!- respondió su padre abrazándola como nunca lo había hecho.

Luego se sentaron alrededor de la mesa, el joven estaba parado en la

puerta- Me sorprendió tanto cuando me dijeron que estabas aquí. -Creo que si fue un poco… sorpresivo- dijo ella, sin saber que más

decir- ¿Cómo te va aquí, papá? -Bien, en realidad está mejor de lo que parece, incluso pude ver el

partido del domingo en mi propio cuarto- dijo el papá de Esther, en

realidad amaba el futbol. Le habían dado la televisión durante el partido, en cuanto se acabó el partido, se la quitaron de la habitación-

¿Y tú? ¿Cómo estás? -Bien, tengo novio. -¿Me vengo a rehabilitación por unos días y ya tienes novio?

Impresionante- dijo el papá de Esther sonriendo dulcemente, mirando a su hija.

Era un momento hermoso.

Bueno, si quitamos la parte de rehabilitación y las drogas.

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Besando al enemigo Mateo no había podido quitarse a Esther de la cabeza en toda la

semana. Era el tipo de chica que nunca le hubiera interesado, hasta un

cierto momento en su vida, como ahora. -Oye, pendejo, ¿ya te andas enamorando de la Esther esa?- le

preguntó Miguel a Mateo, después de la práctica de futbol. -No es “la Esther esa” es “Esther”, y no- respondió Mateo, sabiendo

que estaba mintiendo.

-Mentira. Ya estás enamorado y sólo la viste una puta vez- dijo Miguel, quién en realidad era el chico más mal hablado que vas a conocer en

toda tu vida. -¡Claro que no! Sólo digo que está mejor que como se veía hace una

semana, se viste mejor, se peina, se ve bien- respondió Mateo.

-Ja, idiota. Ya estás bien enamoradote de esa Esther. -No “esa Esther”, sólo “Esther”. -Ah, y luego dices que no estás enamorado- dijo Miguel riéndose.

-Vete al demonio. Mateo regresó a la casa de Carlos, apenas llevaban 3 días juntos, aún

faltaban mínimo 3 más viviendo compartiendo cuarto con Carlos. -¿Cómo les fue en lo de la rehabilitación?- preguntó Mateo al llegar y

ver a Carlos y a Esther sentados en la sala. Carlos le había platicado que iban a visitar al papá de Esther.

-Bien, mi papá está siendo más cuidado de lo que creí- respondió Esther sonriendo al ver de nuevo a Mateo, el chico atractivo.

-¿Qué vemos?- preguntó Mateo al ver la televisión encendida, era

algún programa de hospitales y esas cosas. -Se llama “Nip Tuck”, me gusta mucho- respondió Carlos viendo a

Mateo sentarse en el sillón de a lado- Son de operaciones plásticas y

drama, probablemente no te guste. -¿Nip Tuck? Ya lo he visto, sí me gusta- respondió Mateo, ¿acaso tenía

que arruinar todo en la vida de Carlos?- ¿Pueden pasarme las palomitas?- preguntó al ver un plato lleno de palomitas con salsa, Esther se lo pasó- Gracias.

Vieron el resto del episodio todos en silencio. Al terminar, Carlos subió a cambiarse de ropa para salir con Esther, mientras Mateo y ella

platicaban.

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-¿Todo estuvo bien en la rehabilitación, entonces?- preguntó Mateo

sonriendo, coquetamente, mientras se sentaba al lado de Esther. -Sí. Todo bien- respondió ella riendo tontamente, estaba nerviosa por

tener a Mateo tan cerca, en especial con su novio arriba. -¿Quieres?- preguntó él tomando el plato de palomitas, que había

dejado en la mesa. Esther asintió sonriendo- Ten- siguió él, tomando

una palomita, mientras ella abrió la boca y él la puso en su boca. Ambos rieron estúpidamente, con cuidado que Carlos no fuese a escucharlos.

-Mateo, mejor ya no. Carlos está arriba, en cualquier momento baja y nos ve- dijo Esther, pensando en como iba a explicar que Mateo estaba

sentado a su lado, dándole de comer palomitas a la boca. -Entonces que sea rápido- respondió él mientras acercaba su cabeza a

la de Esther, quien no se movió ni un segundo, de pronto ella sintió los

labios de Mateo sobre los de ella, se movían rápidamente, le gustó. Incluso más que besar a Carlos, había algo en lo prohibido que le atraía

más. -¿Lista?- preguntó Carlos bajando las escaleras, al momento ambos se

separaron y Mateo se sentó de nuevo en el otro sillón, sonriéndole a

Esther- ¿Eh? ¿Lista?- preguntó de nuevo, no los había visto. -Sí- respondió ella levantándose.

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Otra cita más -Hola- saludó Raúl, sorprendido al ver que Gabriel había llegado al

café, no creyó que fuese a aparecer.

-Hola- respondió Gabriel, incluso él estaba sorprendido de que hubiera ido. La última vez que él y Raúl se habían visto había sido

hacía 4 días y no había respondido los e-mails de Raúl ni las llamadas, hasta que se decidió salir de su escondite.

-No creí que aparecerías- dijo Raúl, después de haber pedido sus

bebidas y que la mesera se las llevó. -Yo tampoco- respondió Gabriel tomando un sorbo de su café. Lo

había pedido con extra-caramelo. -Gabriel, quiero que sepas que ser gay no es nada malo, en realidad es

normal.

-Lo sé, pero aún así me da miedo. -¿Miedo? Lo que te da miedo no es ser homosexual, lo que te da miedo

es lo que la gente puede que diga cuando lo sepa- respondió Raúl, tomó

un sorbo de su café y continuó- Yo estoy asustado por eso, no por que me gusten otros hombres.

-¿En serio? -Sí. Me da miedo lo que mi papá diga, lo que mi mamá diga… lo que

mi hermana diga. Pero ¿sabes que? Si no me pueden entender y querer

siendo gay, a la chingada ¿Me entiendes? -¿A la chingada tu familia? Eso es un poco duro- respondió Gabriel

mirando a Raúl, luego tomó un sorbo del café. Ambos se quedaron en silencio un rato, era extraño… tener esa

conversación. Nunca creyeron ser homosexuales hasta el beso. Incluso

no recordaban porqué se habían besado, sólo recordaban lo que sintieron y ahora, las dudas.

-Mira, Gabriel, te entiendo completamente si no quieres, pero te invito

al cine, vamos a ver una película, así dejamos de pensar en esto un rato y luego hablamos. ¿Te parece?

-Está bien. Pero sólo veremos la película- respondió Gabriel. Caminaron desde el café hasta el cine, compraron sus boletos, unas

palomitas y dos refrescos, y entraron a la sala.

La película en sí era buena, tenía mucha comedia y mucho romance.

Trataba de un chico que se enamoraba de una chica, y el chico se asustaba por que nunca había sentido algo así por nadie, al final, el

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chico se quedaba con la chica, se daban un beso y comenzaban los

créditos con una canción de James Blunt. No se habían terminado las palomitas, habían temido incluso tocarse

las manos dentro de la cubeta de palomitas. Salieron de la sala, tiraron las palomitas en la basura y sus vasos de

refresco y caminaron hacia el café de nuevo.

-Me gustó mucho la película- dijo Gabriel, caminando. -Igual a mí. El estacionamiento del café estaba solo, a excepción del auto de Raúl.

Estaban solos, y Gabriel lo notó primero y comenzó a reír nerviosamente. Raúl entendió porque se reía y su corazón comenzó a

latir rápidamente. -Te llevo a tu casa- dijo Raúl. Abriendo la puerta del copiloto, para

Gabriel.

-Ah, no creo que sea buena idea- respondió Gabriel nervioso. -Sólo te llevaré a tu casa, lo prometo.

Gabriel subió al auto, Raúl le cerró la puerta y entró por su puerta. Al prender el auto comenzó a sonar la canción “Battlefield” de Jordin Sparks. Gabriel volteó a ver a Raúl, con el corazón latiendo tan rápido

como las alas de un colibrí. Raúl respondió la llamada y le tomó la mano.

-Sí podemos, Gabriel- dijo Raúl y se acercó al otro.

-Pero no está bien. -¿Según quién?

-No lo sé- respondió Gabriel acercándose a Raúl y besándolo. En ese momento Gabriel entendió. Todo. Era homosexual pero no

estaba solo, tenía a Raúl, quién también era gay.

Eran novios. Eran pareja.

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Dos rumores Era lunes, lunes de clases. Carlos estaba en clase de Álgebra, ¡Cómo

odiaba Álgebra! En especial al maestro, el Sr. Aguilar era un señor

gordo, bajo y tenía pelo excesivo en los brazos y en el estomago, el cuál era visible cada vez que se sentaba. Pero esa no era la razón por la que

Carlos lo odiaba, si no por que hacía dos años el Sr. Aguilar lo había reprobado y lo había hecho presentar extraordinario.

-¡Pts!- escuchó a Antonio atrás de él.

-¿Qué?- preguntó Carlos volteando a verlo, te vimos con tu chica el otro día. Afuera de la escuela- dijo Antonio sonriendo- ¿Cómo se

llamaba la chica? -Esther Gutiérrez. -Ah, si es ella. Está guapa, de hecho era fea, pero desde que andas

con ella ha mejorado su vestimenta y todo, y se ve bien- dijo Antonio, jugando con sus dedos en la mesa.

-Sí, es una chica buena, es muy tranquila y relajada; bueno y ¿por

qué estamos hablando de ella? -Escuché que vieron a Esther vomitar en el baño, dicen que es

bulímica- siguió Antonio ahora con expresión seria y dejando sus dedos en paz.

-¿En serio?- preguntó Carlos mirando a Antonio directamente a los

ojos. -Sí, eso fue lo que escuché.

Carlos no creía todos los rumores o chismes que llegaban a él, pero éste en particular le parecía especialmente estúpido.

-No- respondió Carlos- No es verdad, ella no es bulímica. Si lo fuera ya

lo hubiera notado. -Está bien, sólo te lo digo para que estés informado de lo que dicen por

ahí- siguió Antonio- y hay otra cosa.

-¿Otra cosa? -Otro rumor… pero no sé si lo quieres escuchar.

-Sólo dímelo. -¿Te acuerdas de un compañero tuyo de futbol que se llama Mateo?-

preguntó Antonio, Carlos asintió- Bueno pues, corre el rumor de que tu

novia no es de un solo hombre. -¿Cómo? No entiendo.

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-Dicen que Mateo y Esther se besaron. No sé quién empezó el rumor,

no me pudieron decir, en realidad nadie lo sabe, solo corre el rumor por los salones.

Carlos se quedó callado, no podía creer eso, no quería creerlo. Esther nunca haría eso, ella era buena persona, sabía lo que era lealtad y sabía ser fiel.

-No creo- respondió Carlos. -Está bien, al igual, sólo te lo digo para que sepas lo que se dice en la

escuela. Yo no pasaré estos rumores.

-Gracias- dijo Carlos y se volteó de nuevo hacia el maestro. Antonio arrancó un pedazo de hoja y anotó: “Carlos negó el rumor de

Esther y Mateo” y le pasó el pedazo de papel a Gastón, su mejor amigo.

-Tengo que ir rápido con el maestro de literatura, regreso en 5 minutos- dijo Esther y salió corriendo de su salón, Carlos se quedó en

el salón de Esther. Era hora del receso así que el salón estaba vacío. Carlos empezó a ver el salón, hasta que descubrió la mochila de

Esther. Se acercó y sacó una libreta, le dio un impulso romántico y

quería escribirle una carta sorpresa a Esther. Tomó una pluma y abrió la libreta, al hacerlo, un pedazo de hoja salió volando hasta el piso. Carlos se agachó y la tomó, por curiosidad lo abrió.

“Natalia, no sé que hacer, besé a Mateo, un amigo de Carlos. ¿Qué hago?” decía el pedazo de papel con la letra de Esther. No había

respuesta de Natalia en ese pedazo de papel. Carlos guardó el pedazo de papel en el pantalón y guardó la libreta de

nuevo en la mochila de Esther. Carlos no podía entender el significado

de esas palabras en el papel. ¿Qué eran? ¿Qué decían? -¿Listo?- preguntó Esther entrando al salón, con una sonrisa y besó a

Carlos. -Sí- respondió Carlos. Hasta que supiera que hacer, enfrentaría a

Esther.

Por ahora, no.

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Carlos llorando, Esther en el baño y Mateo en la calle “Natalia, no sé que hacer, besé a Mateo, un amigo de Carlos. ¿Qué

hago?” leyó Carlos por onceava vez, al día siguiente. Esther, su novia,

su novia fiel, lo había engañado, y pero aún con Mateo. Carlos estaba encerrado en su habitación, sus padres se habían ido a

una comida y Mateo estaba en la cocina en el piso de abajo. ¿Cómo lo había hecho? ¿Cuándo lo había hecho? ¿Cuándo? Se

preguntaba Carlos, no podía entender nada ahora. El sonido del timbre

de la puerta lo hizo brincar. Salió de su habitación, bajó las escaleras, sin mirar a Mateo, y abrió la puerta. Era Esther. Huele a drama.

-Hola- saludó ella besando a su novio. Carlos la dejó entrar a la casa, Mateo saludó a Esther con un beso en la mejilla, como si nada. Carlos estaba a punto de explotar, pero tenía un plan.

-Oye, Esther, tengo que subir a ponerme mejor ropa- dijo Carlos, señalando su uniforme- Platica con Mateo.

-Okay- respondió Esther, Carlos subió las escaleras y se encerró en su

habitación.

-¿Cómo has estado?- le preguntó Mateo sentándose a su lado, de nuevo.

-Bien, ¿tú?

-También- respondió Mateo, acercándose un poco al rostro de Esther, él olía a loción. Mucha loción. El corazón de Esther volvió a estallarse.

De nuevo, comenzaron a besarse. Zorra. -Esther- dijo Carlos en las escaleras, lo suficientemente arriba para

que Esther y Mateo tuvieran tiempo de disimular platicar. -¿Sí?- respondió ella, mirando hacia la escalera, sin que Carlos

apareciera aún.

-Se me olvidó darte algo- dijo él bajando los últimos escalones, metió la mano en su bolsillo- Lo encontré en tu mochila ayer, quería escribirte

algo- Carlos sacó su mano y le mostró el pedazo de papel. -¿Me escribiste algo?- preguntó ella, sonriendo, tomando en papel- ¿Lo

leo ahora?

-No, espera- dijo Carlos, tomando de nuevo el papel- Yo lo leeré- siguió, desdoblando el pedazo de papel- Natalia, no sé que hacer, besé a

Mateo, un amigo de Carlos. ¿Qué hago?- terminó Carlos mirándola, Esther se quedó en silencio mirando a Carlos. Mateo igual.

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CHICO DRAMATICO por Juan Joel Jiménez

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-Lo siento- dijo Esther acercándose a Carlos, quién se hizo para atrás.

-¿Por qué? Se nota que te gustó besarlo- dijo Carlos, sintiendo lágrimas estar a punto de salir, pero se contuvo. No quería llorar frente

a ellos dos. -¿Qué?- preguntó Mateo- Yo fui quién la besó, ella no hizo nada-

siguió levantándose del sillón.

-Sí, claro. Olvidaron un detalle- dijo Carlos, caminando hacia la mesa que estaba al lado del televisor, donde había puesto una cámara. Presionó dos botones y les mostró el video de lo que había pasado dos

minutos antes, Esther y Mateo besándose. -Eso no es…

-¿Lo que parece?- preguntó Carlos, enfureciéndose un poco, ¿creían que él era imbécil o qué?- Se volvieron a besar hace dos minutos, de ti no me sorprende que quieras arruinar mi vida- dijo Carlos refiriéndose

a Mateo, luego volteó a ver a Esther- pero de ti… nunca me lo hubiera imaginado.

De pronto, Carlos no aguantó y comenzó a llorar. Esther se acercó a Carlos.

-Perdón- dijo Esther intentando ponerle una mano en el hombro,

Carlos se movió y gritó para que no lo tocara, Esther no aguantó más tampoco y salió corriendo hacia el baño a encerrarse, ésta vez no para vomitar, si no para llorar.

-Carlos, perdón, soy un pendejo- dijo Mateo mirando el daño que había hecho.

-¿Pendejo?- preguntó Carlos levantando la cabeza- El pendejo fui yo, pero tú… ¡tú eres un puto gigoló!- gritó Carlos- ¡Lárgate de mi casa! ¡No te quiero volver a ver ni una puta vez más!

Mateo asintió con la cabeza y salió de la casa.

Una hora después, Mateo había hecho sus maletas y se fue de la casa

de Carlos, disculpándose de nuevo. Carlos se sentó en el sillón donde se

habían besado. Mirando la televisión apagada. Pensando. Esther salió del baño, asustada de lo que podría pasar, y caminó hacia

Carlos.

-Carlos, lo siento tanto- dijo ella- ¿Qué puedo hacer para que me quieras de nuevo?

-Desaparecer, para siempre, tú y yo, ya no existe- dijo Carlos. -¿Estás cortándome? -Sí, se acabó, Esther- siguió Carlos, mirándola- Por favor, vete.

-Está bien- dijo Esther, con lágrimas en los ojos. No había sido su intención haber engañado a Carlos, nunca era la intención. Puso su mano en la chapa de la puerta y la abrió, luego volteó a ver a Carlos en

el sillón- Carlos, te amo- dijo, intentando componer todo, Carlos no movió ni un músculo, no había funcionado. Esther salió de la casa.

Y de la vida de Carlos.

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Promover al padre Gabriel y Raúl llevaban ya una semana de noviazgo. Gabriel aún no

podía concebir fácilmente el hecho de que tenía novio. En realidad, él

quería tener novia, luego esposa y tener hijos. Gabriel había estado pensando durante mucho tiempo. Acostado en

su cama con los ojos cerrados, sentado afuera de la plaza viendo los coches pasar, acostado en el pasto en el jardín mirando las nubes. Él no era gay. Estaba completamente seguro de que no lo era, pero no

podía decírselo a Raúl.

-Ey- dijo Raúl, un jueves por la tarde, estaban ambos en el café en el que siempre se veían. Aquel día Raúl parecía especialmente nervioso, por alguna razón.

-¿Qué pasa?- preguntó Gabriel. -¿Recuerdas que mi padre trabaja en una empresa estadounidense?-

siguió Raúl.

-¿Puedo ofrecerles algo?- dijo un mesero acercándose y mirando a los dos chicos- El café del día hoy tiene oferta de $30- siguió, mientras

Gabriel miraba la carta, hoy no quería el café de siempre, quería algo cargado.

“La letra de la carta es bastante grande, haciendo parecer que habían

muchas opciones cuando en realidad sólo son unas diez” pensó Gabriel mirando la carta. En realidad tenía la letra grande.

-¿Eh?- dijo Raúl mirando al mesero- Ah- siguió al ver el uniforme y entendiendo que era el mesero- Yo quiero un té de limón por favor.

Gabriel aún estaba sumergido en sus pensamientos de la imagen de la

carta. -¿Y usted?- preguntó el mesero viendo a Gabriel, mientras anotaba la

orden de Raúl.

-Ah… un café del día, bien cargado- respondió Gabriel y entregando la carta. El mesero anotó el café de Gabriel y se fue con ambas cartas- ¿Y

bien? -¿Y bien qué? -Me estabas contando de la empresa de tu papá- respondió Gabriel,

curioso de hacia donde iba esa conversación. -Ah, cierto. Mi padre trabaja en una empresa estadounidense, al

parecer mi papá es muy bueno en lo que hace, y le quieren dar una promoción.

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-¿Lo van a promover? Eso es genial- dijo Gabriel emocionado por el

padre de Raúl. Pero el rostro serio de Raúl lo hizo dudar que fuera tan genial- ¿Cuál es el problema?

El mesero regresó con el té y el café se los entregó, les preguntó si necesitaban otra cosa, cosa que negaron y se fue.

-El problema es… que la promoción es lejos.

-¿Lejos? ¿Dónde?- preguntó Gabriel imaginando cinco o seis estados de distancia.

-En la ciudad de Nueva York, me voy el sábado.

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Las tres des: despedida y desconocido

descubrimiento

Era sábado, el día en que Raúl se iría por siempre a la ciudad de Nueva York. Ambos, Raúl y Gabriel, estaban en el aeropuerto, junto con el padre de Raúl.

-Raúl, ¿puedo hablar contigo, en privado?- preguntó su padre. Gabriel entendió y caminó a ver unas revistas mientras tanto.

-¿Qué pasa, papá?

-No entiendo que hace ese chico aquí, ¿viene a despedirse?- preguntó el padre de Raúl mirando a su hijo directamente a los ojos, sabía que su

hijo le escondía algo. La verdad. -Sí, es un amigo de hace mucho, insistió en venir a despedirse, trátalo

bien, papá, es hijo de Salazar.

-¿Salazar?- repitió el padre, recordando su propio noviazgo con la madre de Gabriel, sólo Raúl sabía de ese noviazgo, ya que un día

descubrió a su padre ver fotografías, cuando tenía 15 y no era estúpido. -Sí. Gabriel regresó con una nueva revista, se la dio a Raúl y le dijo que

era para leerla en el viaje, para que lo recordara. Era cursi, pero Gabriel era un poco dramático. Le gustaba sentir que su vida era como las novelas o cuentos que él mismo escribía.

-Es hora- dijo el padre de Raúl, caminando hacia su sala de espera. Raúl se mantuvo en el mismo lugar, quería despedirse, privadamente,

de Gabriel. En cuanto el padre ya no los podía ver, se abrazaron durante unos

diez minutos. Gabriel, por alguna razón, estaba a punto de llorar. Al

igual Raúl, quería gritarle a su padre que se quedaba en la ciudad, que no iba a Nueva York y que compraría un departamento y viviría con

Gabriel. -Nos vemos- dijo Raúl terminando el abrazo. -Hasta luego- respondió Gabriel, viendo a Raúl irse, por el mismo

camino que su padre. Gabriel comenzó a caminar hacia la salida del aeropuerto, pero antes

entró al baño. Estaba a punto de llorar.

Al instante que entró, no pudo contener más las lágrimas, comenzó a llorar incesablemente. Se encerró en un cubículo para que nadie lo

viera. No podía creerlo, Raúl lo había abandonado.

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Ahora hasta los gays lo abandonaban.

Se mantuvo ahí, sentado con los brazos alrededor de las piernas. Llorando.

-¿Estás bien?- escuchó a alguien atrás de la puerta. -Sí- respondió Gabriel intentando sonar convincente, cosa que era

imposible.

-Vamos, sal. Tengo algo que puede animarte- dijo la voz del chico. Tenía una voz ronca… extraña.

-No, gracias. Estoy bien.

-No suenas bien- insistió el chico de voz ronca. Gabriel se levantó del inodoro y abrió la puerta, dejando al otro chico

entrar, era un chico atractivo, tenía el cabello castaño claro. Le parecía sexy de algún modo. El chico sacó una bolsa de cocaína y la colocó sobre la tapa del inodoro.

-Aquí está- dijo el chico, haciendo cuatro líneas- Te regalo dos sólo porque me pareces conocido, cabrón. Soy Mateo- se presentó el chico,

extendiendo la mano. -Gabriel- dijo él estrechando la mano- en realidad, no quiero, pero

gracias.

-¿Seguro, cabrón?- preguntó Mateo, inhalando una línea. -Sí, gracias- respondió Gabriel y salió del baño. ¿Qué más podría ser peor ese día? Se preguntó Gabriel.

Nada.

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Por ahora Carlos Salazar, el chico dramático, estaba regresando del cine, solo,

hacia su casa. Desde que él ya no tenía a Esther, no tenía a nadie más,

iba solo al cine, hacia sus tareas solo, escuchaba música solo, hacía todo… solo.

El padre de Carlos, como ya habrás notado, raramente está en su casa, así que Carlos tiene dos opciones para pasar el tiempo: 1) Pasarlo con su madre, ó 2) Pasarlo solo. ¿Cuál es la respuesta correcta? La 2.

Eran las 9 de la noche, el sol ya se había escondido y Carlos entró a su casa.

-¿Cómo te fue?- preguntó la Sra. Salazar saliendo de la cocina, con un vaso en mano. Parecía beber coñac.

-Bien, mamá. ¿Y a ti? ¿Otro día tomando?- preguntó Carlos, sin haber

pensado las palabras antes, error. La Sra. Salazar se quedó atónita, mirando a su hijo. Nunca, nunca

había sido TAN directo. Carlos entendió que la había cagado.

-Carlos- escuchó desde la cocina, era la voz del padre de Carlos. Sí, él que casi nunca está.

-¿Papá?- preguntó Carlos entrando a la cocina, su padre estaba sentado en una silla en el ante-comedor. El padre de Carlos era delgado, alto, tenía el cabello castaño y unos ojos que revelaban muy

poco. -Carlos, no tienes que decirle así a tu madre- dijo el Sr. Salazar,

mirando con reproche a su hijo. -¡Papá! ¡Tú también estás harto de que ella sea así!- gritó Carlos, no

aguantando más. Estaba harto de que su padre estaba casi siempre del

lado de su madre y no de su hijo. Era hora de que cambiara de opinión. -Lo estoy, pero no podemos hacer nada si ella no quiere- respondió el

Sr. Salazar, sin quitar los ojos de encima de Carlos.

-Papá, sí podemos hacer algo, pero no quieres, sería más cómodo- siguió Carlos, estaba muy, muy harto.

-Hijo, respira… ve a tu habitación, hablaremos de esto luego. -No, papá. ¿No vas a hacer nada por tu esposa? -No, Carlos. No.

-¿Enserio?- preguntó Carlos, completamente odiando a su padre más que nunca.

-No haré nada, y tú tampoco.

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-Yo sí, papá- dijo Carlos saliendo de la cocina, pasó de largo a su

madre y subió a su habitación. Tomó una mochila y metió cinco playeras y dos pantalones, tres boxers, su pasta de dientes y otras

cosas esenciales, luego bajó con la mochila en la espalda y se detuvo en la puerta- ¡Mamá!- gritó, haciendo a su madre salir de la cocina.

-¿Qué pasa?

-Cuando te des cuenta que tener una familia es más importante que tomar y emborracharte todo el día, márcame y regresaré- dijo Carlos, volteó hacia la puerta, su padre y su madre gritándole que se detuviera

pero no lo hizo.

-Ey, ¿a dónde vas?- preguntó Gabriel al ver a Carlos pasar por afuera

de su casa, inmediatamente notó la mochila.

-¿Qué haces afuera de tu casa a estas horas?- preguntó Carlos como respuesta.

-Mi mamá y yo tuvimos un pleito y me salí. Aún no respondes mi pregunta ¿a dónde vas?

-Voy a caminar, me peleé con ambos padres y me salí, pero antes

tomé unas cosas- respondió Carlos sacudiendo la mochila para que Gabriel intuyera lo que contenía.

-Te acompaño.

-No, lo más seguro es que salga de la ciudad. -Necesito salir de la ciudad, voy por una mochila- dijo Gabriel y entró

a su casa antes de que Carlos lo negara de nuevo. Carlos supo que sería divertido irse con Gabriel. Gabriel sabía que Carlos creía que sería divertido.

De esa manera, ambos se divertirían.

Gabriel salió de su casa y se unió a Carlos, ambos caminaron hacia dónde creían que estaba la central de camiones.

-Oye, escuché que andabas con un chico- dijo Carlos, para no

preguntar directamente si Gabriel era homosexual. -Escuchaste bien, pero creo que ya dejé mi tiempo homosexual en el

pasado. Sólo fue por experimentar un poco.

-¿Seguro? -Sí. ¿A dónde vamos a ir?- preguntó Gabriel mirando todos los

destinos posibles. -¿A dónde quieres ir? -A cualquier lugar menos aquí.

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¿Carlos y Gabriel regresarán a la ciudad?

¿Carlos y Esther regresarán o serán amigos? ¿Gabriel estará seguro de ser heterosexual?

¿Natalia sabrá que Freddy la ama?

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ES MI VIDA Una novela de “Chico Dramático”

Novelas de “CHICO DRAMÁTICO” por Juan Joel Jiménez:

Chico Dramático

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