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Filosofía del silencio 3

Filosofía del silencio

Alejandro Arvelo

4 Alejandro Arvelo

Título: Filosofía del silencioFilosofía del silencioFilosofía del silencioFilosofía del silencioFilosofía del silencio

Autor: Alejandro ArveloAlejandro ArveloAlejandro ArveloAlejandro ArveloAlejandro Arvelo

Primera edición: Ediciones Ciemps, 1996Segunda edición: Somos Literatura, 2003

Diseño general: Editorial SANTUARIOEditorial SANTUARIOEditorial SANTUARIOEditorial SANTUARIOEditorial SANTUARIOAve. Pedro Henríquez Ureña No. 134,La Esperilla, Santo Domingo, Rep. Dom.E-mail: [email protected].: 809 412-2447; 809 637-1918 809 237-1152; 809 477-5602

Foto de portada: Romina BayoRomina BayoRomina BayoRomina BayoRomina Bayo

Primera edición de Editorial SANTUARIO: 20082008200820082008

Edición a cargo del autor

ISBN: 978-9945-068-55-9978-9945-068-55-9978-9945-068-55-9978-9945-068-55-9978-9945-068-55-9

Impresión: Editora BúhoEditora BúhoEditora BúhoEditora BúhoEditora Búho

Impreso en República Dominicana.Printed in Dominican Republic.

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Las palabras expresan lo que en nuestromundo interior hay de convencional. Cuando setiene algo importante que decir, lo sensato es ca-llarse y esperar. Las ideas brillantes, las intuicionesgeniales no son hijas de la prisa, ni de las situacio-nes cotidianas surgen de manera espontánea. Elespíritu de sistema, el ejercicio del criterio, el co-nocimiento del pasado filosófico, la soledad, y elsilencio que de ella emana, son condiciones indis-pensables en la búsqueda de la certeza y la clari-dad de pensamiento.

El silencio es un gesto de nobleza, si no setiene qué decir. En la decisión de dosificar suderecho a la palabra reside la gracia del hombrediscreto. Bien administrado, el silencio es tan dig-no como el imperativo de difusión de la verdad.El hombre corriente es el que con mayor fuerzasiente gravitar sobre su garganta el deber de ilus-trar a los demás. A fuerza de desuso, sus oídos se

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han petrificado; su alma yace, obliterada, en unolvidado confín de su vida mundanal y sin senti-do. En la tierra en que vivimos, ya nadie escucha.Todos hablan sin rubor de cosas que nunca hanaprehendido ni entenderán jamás. Estamos heri-dos de muerte por las limitaciones del siglo y en-venenados por las nuestras. El que menos puededar es quien exhibe mayor ambición de orientar asus semejantes. Mas, ¿qué aporta quien incluso delo elemental carece?

Nuestra época es enemiga de la intimidad.Y a las amarras por nosotros inventadas para ol-vidar lo que es a la especie humana sustantivo,hemos dado el nombre de libertad. Desde el pre-ciso instante en que alguien se declara partidariode nadie y amigo de sí mismo, también aparecequien da la voz de alarma. El cultivo de la subjeti-vidad es señal de peligro. El que se resiste al ado-cenamiento y a la nivelación predominantes, escondenado al aislamiento o a la indiferencia.

El ambiente espiritual nos empuja a volcar-nos hacia fuera. Vivimos un otoño entero e im-perturbable. Los días grises de invierno impulsanal entendimiento a descubrir la propia entidad; lafrescura estival reclama de tal manera nuestra aten-ción que anuda al mundo externo el albedrío in-herente al alma humana. Mas no es ésta la fun-ción primera de la inteligencia, sino la de consti-

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tuirse en objeto de sí misma: labor imposible almargen del esfuerzo sostenido, máxime entrenosotros que no hemos sido educados para ejer-citarnos en semejantes menesteres. Dios, el yo yel mundo de la materia son en la medida en quealguien tiene conciencia de ellos. El hombre es ensentido estricto un ser pensante. Ese específicoanimal que puede pensarse a sí mismo y reflexio-nar acerca del universo.

Todo saber tiene pretensiones de verdad;de erigirse, paso a paso, principio a principio, demanera que aun sus más modestos componen-tes puedan sin desmedro resistir los embates dela crítica. Por eso, al edificar la propia conciencia,lo aconsejable es que se proceda con el mayortino posible; que vayamos de lo simple a lo com-plejo, de lo cercano a lo distante, de lo presentea lo latente. El punto de partida de todo sistemade verdades es, hablando con propiedad, el re-paro en el hecho cardinal de que la conciencia esesa extraña confluencia entre el cambio y su tér-mino, entre la esencia y la apariencia que en ellaacontecen. La autonomía del pensar es la prime-ra verdad con que tropieza el hombre de cono-cimiento.

Locuacidad e inteligencia no son insepara-bles. Mientras menos se habla, más tiempo setiene para pensar. Pero ocurre que, en el curso

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de los últimos años, entre nosotros, el derecho ala palabra se ha convertido en el legítimo suce-dáneo del deber de reflexión. Se hace difícil en-tender que alguien pueda ser sabio y taciturno alpropio tiempo. Nadie reclama sus derechos alretiro y a la meditación. La necesidad de hablarha devenido el asunto primordial. Encapucha-dos dómines se han adueñado del mundo. Sumayor orgullo es no equivocarse nunca, y gritara los cuatro vientos la presunta ejemplaridad desu actuación. Nadie exige que se le permita pen-sar. Nadie sugiere que se le enseñe a hacerlo. Porotra parte, no se estimula, no se protege ni serespeta a los pocos que al grande pensamientose han consagrado; se los desprecia o vitupera,como a soldado intruso o a labor infame. Nues-tros móviles principales son, pues, el lucro, el con-fort o la subsistencia.

La prudencia y el buen sentido invitan alrecogimiento, a restringir la obligación de hablarque nos impone nuestro mundo: a estimular, afuerza de consciente ejercicio, la libertad de con-ciencia; a volvernos hacia nosotros mismos, so penade perder el conocimiento mejor de ese mar inmen-so de cosas que es el mundo. Pensar, en principio,es, en cierto modo, renunciar al contacto con larealidad exterior. El hombre utiliza los sentidospara captar en lo existente caracteres que, preci-

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samente, son imperceptibles. Pedimos a las sen-saciones lo que sólo la razón puede aportarnos.

La libertad, como entrevió Hegel, es el me-jor parámetro para entender una época. La ideaque se tiene de ella determina, en buena medida,el grado de madurez política y el horizonte vitaldel espacio-tiempo histórico ambiente. En nues-tro presente social, la ausencia de una noción ra-dical de los alcances y los límites, del radio de ac-ción y de la potestad que a cada quien correspon-de, nos ha hecho a la mar como barcos sin rutani objetivos puntuales; y he aquí que de puro en-galanar con eufemismos nuestras taras principa-les, vamos por la vida semejando laberintos, o ca-minos de miríadas de entradas y salidas, unidasentre sí por el hilo de la extrema confusión.

En la República Dominicana, con el dere-cho a la libre expresión heredamos también elderecho a la frivolidad y al diletantismo. Ser librees, para mis contemporáneos, hablar sin ruboracerca de cuanto ignoran; y, ante todo, tener de-recho a mezclarse con la masa acéfala que cadadía desfila frente a su puerta como una corrientede agua turbia y sin destino preciso. Libertad essinónimo de dilución. Ser libre es, pues, reír cuan-do la muchedumbre agrieta su rostro ajado y va-cío; y llorar cuando llora la jauría. Bailar al compásde la danza del mundo.

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Distinta es la actitud del que quiere hacer desu existencia algo noble e irrepetible, y asumir res-pecto al mundo una postura digna y personal. Ladiferencia de actitudes frente a sí y respecto almundo es un abismo que separa a los ingenuosde los hombres razonables. Los individuos quevan y vienen por la vida como hojas sin destino,frutos son de un mundo muerto y sin horizon-te, incapaz de alzar al cosmos un grito de pro-testa o una queja, un gesto alegre o un ademánde pena. No alcanzan a poseer siquiera una mo-desta posibilidad de radical plenitud. El hombreque no es capaz de tomar por sí mismo sus de-cisiones es un ser enfermo al que faltan las fuer-zas indispensables para su normal reviviscencia.Es un ser que ha contraído la enfermedad delsiglo, la logofobia.

Donde veáis un ser antropomorfo hablan-do sin descanso lo mismo de lo simple que de lasmás graves cuestiones, pensad que hay allí un po-seso, un enfermo que os puede contagiar. La sin-tomatología de la enfermedad del siglo es por lovariable, de difícil catalogación. No obstante, aun-que siempre presentan la misma intensidad y per-manencia, y a veces aparecen todos juntos y aveces no, variando concomitantemente su ordende manifestación, sus pródromos son casi siem-pre los mismos: exceso de seguridad en lo que se

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cree o se grita como verdad a los cuatro vientos;tendencia al monólogo (factual renuncia o resis-tencia al diálogo); irrespeto por la tradición; infra-valoración de los puntos de vista de los demás;presunción de que el sistema de creencias en quese está es la mayor conquista racional de la huma-nidad, o la tabla de salvación que ésta siemprehabía buscado; falta de orden en las acciones, enlos proyectos y en la exposición de las opiniones;optimismo; tendencia excesiva hacia el particula-rismo –en política, en la amistad, en los asuntosdel conocimiento, en dondequiera que azotan alviento las caídas alas del afectado–; puesta en pri-mer lugar en los intereses de fracción (clase, parti-do, unidad, división o comunidad supuestamen-te científica o filosófica) sobre los problemas na-cionales, humanos, teóricos o académicos; exhi-bicionismo; intolerancia racionalista frente a lasdivinidades y a los valores cristianos, fundamen-talmente respecto al dios del bien (IAWE); sa-cralización de la política; complejo de autosufi-ciencia; culto a la novedad; veneración sobrada-mente ingenua a la palabra ciencia, pues se igno-ran sus principios elementales y se profesa unaanimadversión poco corriente, in fact, a la lógica.El fanatismo cientificista es, de todos, el mássutil y mejor elaborado, así como el ideal socialis-ta es el que mejor encubre la pasión de dominio

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político de las clases medias y de la aristocraciaintelectual.

En nuestro país, la indisposición manifiestade las instituciones llamadas a ocupar una postu-ra altiva en la lucha contra el peligroso enemigo seha convertido en un factor estimulante del creci-miento del mal y, a la vez, ha impedido incoar unaofensiva eficaz. Muchos no se dan cuenta, peronuestra nación se halla en peligro de volatización.Un país en el que cada día hay menos respeto porla personalidad, por el mérito en decenas de añosalcanzado, es un país, si merece ese nombre, cuyaproxistencia está siendo mortalmente cercenada.Es la nuestra una comunidad donde frecuente-mente el que más habla, que casi nunca es el mássereno, valioso o sincero, carga sobre su pecholas medallas augustas del reconocimiento a losdotes que en desleales lides ha usurpado a uno omás hombres selectos.

Nuestros políticos, en su gran mayoría, hansido afectados de absolutización de sus interesesde fracción. A excepción de dos de ellos, ningúnotro se ha ocupado con seriedad, durante el últi-mo siglo, de hacer un gobierno apoyado en losmejores cuadros de la República. El interés en lareproducción del propio grupúsculo y de las co-rrespondientes estructuras partidarias ha primado,sobre las necesidades del país. Nada tan propio

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de entender la política como la exclusión; la sacra-lización de los defectos de la trinchera desde lacual se lucha, de los valores y prejuicios de la tribuque la hace posible. Los países que, como el nues-tro, han llegado tarde a las ventanas de la historiacomún (occidental), padecen con frecuencia dela falta de un firme sustrato cultural (tradición)cuyo primer efecto es la debilidad institucionalconstitutiva que frena la necesaria comunicación,manifiesta o subterránea, entre todos sus órga-nos o componentes, e imposibilita la continuidadde los proyectos.

Países en tan lamentable situación, no hande permitirse, sin desmedro de sus potencialida-des, sacar de la arena de la acción a sus hombresmejores bajo ningún pretexto. La historia re-ciente muestra con elocuencia el fracaso del par-ticularismo, del complejo de autosuficiencia quehasta ahora ha dominado en gran medida a loshombres y partidos que en los últimos cuaren-ta años han ejercido el poder. La historia delquehacer político dominicano de esta maneraentendido, es la historia del naufragio de nues-tra nacionalidad.

Los dominicanos necesitamos, para seguirexistiendo como nación o comunidad culturalmás o menos autónoma, de partidos y de go-biernos cada vez menos politizados, cada vez

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menos vocingleros y más conscientes de los pe-ligros que sobre nuestro inmediato porvenir seciernen; que se ocupen, así sea mínimamente, dela elevación y del refinamiento de nuestros hom-bres y mujeres: que se preocupen por la educa-ción de la inteligencia y la sensibilidad de lasmasas que dicen representar; que garanticen laigualdad de oportunidades a todos los seres hu-manos nacidos bajo nuestra bandera y nuestroscielos; que estén dispuestos a seguir haciendoesfuerzo para frenar la disolución moral que nosafecta; que aseguren al pueblo una educación mul-tidimensional y digna de la altura de los tiempos;que introduzcan un poco de orden y disciplinaen nuestra vida cotidiana; que nos hagan de unproyecto vital al cual podamos atenernos en elfortuito mar que, entre ensueños y zozobras, ca-minamos. Menos propaganda y más eficacia. Unpoco de silencio y más atención a la concienciade nuestros problemas cardinales, es lo que pidea gritos la promoción de soñadores y extrañosoptimistas a que pertenezco; una miga de respe-to a quienes dedicaron sus mejores años a losbienes del espíritu, y un poquito de estímulo y deapoyo a los que en estos quehaceres se inician;comprensión y tolerancia para quienes por pru-dencia guardan su verbo para los momentos enque el discurso se hace indispensable.

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Un minuto a veces lo es todo en la vida. Elmañana se inicia ahora. Lo determinante es esteinstante que vivimos. De la forma en que a travésde él entremos en contacto con el universo, pue-de depender nuestro futuro mediato o inmedia-to. La vida, de los pueblos como de los indivi-duos, es radical prontitud; depende, antes que decualquier otro elemento, de la amplitud de mirasde las personas llamadas a actuar sobre una cir-cunstancia determinada. Este es un instante enque el país reclama de nuestra atención; o mejordicho: en que cada uno de nosotros necesita confuerza de los demás. Olvidemos, pues, en nombredel bien común y la general coexistencia, así seaprovisionalmente, nuestras miserias, nuetros ren-cores y particulares intereses. Demos la espalda anuestros resentimientos. Dejémonos de envidias.Cedamos un poquito en la satisfacción de nues-tras individuales apetencias, no sea que lo perda-mos todo. Esta puede ser la postrera ocasión; estapuede ser la hora indispensable. La historia casinunca ofrece más de una oportunidad. ¿Qué nosasegura que más allá de este instante volveremosa tener el privilegio de hacer algo a favor de laesperanza?

Los ensueños, más que la tristeza, nucleana los hombres. Un ensueño es la esperanzaconsciente en una posibilidad. La alegría y las

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penas del pasado son sólo motivos, ocultos lasmás de las veces, para hacer dolientes cosas ollevar a cabo acciones que nos prodiguen satis-facción. Ese ideal que es la República Domini-cana, es el ensueño en torno al cual hemos deconsiderar todo lo demás los hijos de esta tie-rra. Nuestra existencia ha sido puesta a precio.Nos organizamos, o en unos años ya no sere-mos más que una de las tantas comunidadesvenidas a menos por algunos de los centros deabsorción mundial. Es un error de perspectivacreer que cualquiera de nosotros o cualquierade las instituciones subsistentes, puede sobre-vivir al hundimiento del país. La vida de todohombre esta intrínsecamente ligada a la tierraen que ha nacido.

Si crece el terruño, se engrandecen con élnuestras vidas, nuestras potencialidades, y se in-flan nuestros pechos al fragor de la plenitud entorno. Si muere la tierra en que florecieron nues-tros primeros ideales y derramóse la primera lá-grima de amor, de alegría o de dolor, una parteimportante de nosotros también fenece. Sus fra-casos son los nuestros. Sus caídas, nuestros que-brantos. A donde vayamos, con nosotros irá elfracaso y la impotencia; la capa mutilada del ven-cido. Es de cobardes ver en la huida alternativa yno derrota. Nosotros somos el país. Su destino es

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nuestro destino. Benditos sean los hombres debien y bendita la templanza del héroe, y del vir-tuoso, la vida responsable y el valor de dar el fren-te a los problemas.

La discreción, el tacto y la sensatez son, enprincipio, los únicos medios con que contamospara frenar el avance vertiginoso del mal que nosmacera. La logofobia es la antesala del desenfadoy de la irresponsabilidad. No hay médico ni magocapaz de imponérsele. No hay vacuna que pueda,contra él, ejercer su función bienhechora. Sólo ladisposición manifiesta para las actividades de con-ciencia, como requisito para la acción, del enfer-mo y de los que se hallan en peligro de contagio,sirve efectivamente de fuerza de choque al efectoparalizador que sobre nosotros ejerce una ciertaresistencia inconsciente a la tarea de pensar.

Para estar en paz con nuestros vicios, he-mos identificado los pensamientos con las ocu-rrencias, los juegos de palabras o los tormentos ypreocupaciones que de tiempo en tiempo nublanel azul de nuestras vidas. De puro hablar hemosperdido el respeto a las palabras. La cortesía y elpundonor otrora propios del dominicano se hanido apagando poco a poco. Ya no florece entrenosotros la lozanía, la delicadeza de una conver-sación amable. Cada quien está algo más que se-guro que su verdad. Todos hablan sin arredrarse

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en torno a las más diversas e intrincadas cuestio-nes; con más pasión y mayor confianza cuantomás profunda es la ignorancia que como pesadofardo se arrastra.

Se ha perdido el respeto al silencio. E inclu-so, al derecho de los demás a estar más cerca de símismos. Se nos exige que hablemos; que tome-mos posición acerca de casi todo o de cuantoconstituye el amplio concierto de problemáticasque al hombre afectan. Al que no acata el manda-to, se lo tilda de cobarde, inconstante o indefini-do; y en último caso, de reaccionario, que es comozombificarlo, hacer de él un fósil viviente. El espí-ritu de colmena ha triunfado sobre la vida retira-da. Las charlas de café han venido a suplir el há-bito de hacerle frente, a través de la meditación,el ejercicio del criterio o el experimento, según elcaso, a los misterios e incógnitas que a la concien-cia activa sugiere la realidad. El diletante ha decla-rado reunir bajo su ajado sombrero de prestidigi-tador todo el saber, el ángel y la disciplina del filó-sofo y del hombre de ciencia. Y ha encontradoun rebaño de crédulos que se ha hecho eco de sufalsa dignidad.

Hoy nadie reclama su derecho a la soledad.Vivimos en un mundo en el que cada quien sesiente extraño en medio de sí mismo. El olvidodel propio ser no puede empujar a individuo al-

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guno a meditar en torno a aquello cuya atenciónno le merece cuidado por el hecho de no consti-tuir para él problema o cuestión. Niños y adultos,jóvenes y viejos prefieren dejar que se fundan susdefectos con los ajenos, y esperar a que el tiempoy los ideólogos los sacralicen con sus deslucidasprédicas de profetas de la desorientación. Hastael descubrimiento científico y la intuición filosófi-ca han sido entendidos de modo colectivista. Cadaquien se esfuerza, con mayor insistencia cada vez,por vivir al margen de la responsabilidad consigo,que es el deber cardinal de todo hombre. La per-sonalidad se ha disuelto en la muchedumbre, y aeso llamamos progreso y consideramos una granconquista humana. La indisciplina y la torpeza deespíritu aparecen como logros augustos del de-mocratismo dominante. La estulticia domina so-bre los restantes signos de los tiempos.

Pensar es una alternativa hacia la genuinalibertad. Hacia aquello que no se consigue en laplaza ni en el mercado, ni con dinero, ni en lamultitud o el poder de muerte. La filosofía esuno de los intentos del hombre por hacer de lalibertad uno de los componentes esenciales desu equipaje vital. Acaso el más heroico de losesfuerzos en ese sentido ensayado. Un filósofoes alguien que, antes que cualquier otra peculia-ridad, posee la de ser un pensador. En su mun-

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do de ensueños e ilusiones, de gravedad y ra-ciocinio, referir el derecho a la soledad y al si-lencio equivale a traicionar el propio oficio. Su-bordinar el deber de pensamiento al derechoa la libre expresión, es tara que los que aman deveras la actividad filosófica han de reservar paraquienes son portadores de una conciencia ins-trumental de la humana condición.

Lo determinante para el filósofo no eshablar mucho, y ni siquiera hablar, sino ser ra-dical. La síntesis y la contundencia lógica son,en consecuencia, dos de sus más preciados idea-les. Es un ser extraño; guarda sus palabras parael momento en que se hacen indispensables.Sólo a ratos necesita de auditorio externo: siem-pre está en diálogo consigo mismo. Su labor eshacia adentro, en dirección al centro de su pe-cho, más que en dirección al mundo exterior.Es mayor su preocupación por alcanzar o ela-borar principios e ideas indubitables que por lasacralización temporal que brota de los espa-cios de homogenización social que en todaagrupación humana existen. Convencido estáde la finitud de su saber y de las limitaciones desu mundo y su existencia.

La tarea primordial de todo filósofo, y aunde todo hombre sensato es poner en orden sumorada interior. Hacerse consciente de sí mismo;

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reconocer sus alcances y sus fallas, abrir de par enpar las ventanas de su alma a la convicción de quelos demás también pueden y deben trillar la sendade la autoconciencia. Renunciar, en consecuen-cia, al despropósito de hacer de sus propios pre-juicios, reglas y valores, las antiparras que dan eltono de grandeza o validez a cuanto sucede o seencuentra allende el yo; los paradigmas por exce-lencia para conocer y justipreciar cuanto es por élconocido.

Si calla la garganta, alza el alma al viento suvoz multicolor y planetaria. No hay vía regia haciael auténtico filosofar sino a través de la serenidadque sólo bajo el ropaje tibio de la soledad verde-ce. Quien carece de valor para prescindir del aplau-so o del asentimiento de la multitud está, de he-cho, descalificado, para dar posada a la filosofíaen su conciencia. Bien hace obtemperando el lla-mado a la actividad; vehiculando hacia la búsque-da del reconocimiento sus energías.

El filósofo no es nunca producto de la meraespontaneidad. El quehacer filosófico es un dere-cho común de todos los seres humanos. Mas noes un derecho natural, sino una condición quesólo es posible alcanzar sobre la base del esfuerzosostenido.

Ocurre en el filosofar lo que con relación a lahumanidad y a la auténtica libertad acontece. Ser

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humano es un ideal que cada quien puede con-quistar si a ello se dispone. No existen derechosnaturales inalienables a los miembros de nuestraespecie, como no sea el de hacer de la propiaexistencia una obra de arte o un artefacto vacíoy prescindible. Ser libre no es tener derecho a lapalabra, sino disfrutar a cabalidad de la condi-ción de ser hombre; de poder pensar y actuarpor uno mismo, sin interferencias de concienciade ningún tipo, al margen de criterios o princi-pios, válidos o no, que no hayan sido antes re-pensados, tamizados al cristal de la propia exis-tencia y sus particulares dotes, de sus límites ypotencialidades.

Una mentalidad filosófica es siempre el fru-to de una labor racional atenta, cuidadosa y siste-mática, que supone largos años de jerarquización,ordenamiento y crítica de los datos que a la con-ciencia se han ido haciendo presentes. El diletan-te, ocupado sempiternamente en el uso del idio-ma, al que concibe como una finalidad en sí, care-ce de tiempo para domesticar su voz interior; elfilósofo, atento siempre a los desmanes de su con-ciencia, dispone de poco tiempo para el empleosin cuidado del medio por excelencia de la expre-sión radical. Si es indispensable la retórica al pri-mero; es esencial la lógica a la actividad del segun-do. Si aquél es inconcebible al margen de la pala-

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bra, en igual medida lo es éste si del recto pensarse lo hace prescindir.

Sólo aquellos que tienen el valor y la potes-tad de hacer de la meditación un estandarte tie-nen acceso a las vides agridulces que del quehacerfilosófico brotan como veneros de agua pura. Laciencia de sí o consciencia, la autoconciencia, esel primer eslabón a recorrer en el proceso de con-formación de una racionalidad propia. El diletan-te y el activista se descubren en su ámbito situa-cional; el político comienza su tarea en la preten-sión de organizar el entorno, su mundo circun-dante. Un auténtico filósofo comenzará por po-ner en orden su propio entendimiento, entran-do en diálogo consigo mismo, interrogando laporción de universo que en él se anida, e inten-tando hacer de la propia subjetividad un puertodesde el cual partir, henchido el pecho, la miradafirme, hacia la conquista racional de los restan-tes mundos posibles. En tan grave afán, en tannoble tarea, cada quien se encuentra irremedia-blemente solo.

Es ley de la vida que en los momentoscruciales nunca se pueda contar más que con-sigo mismo. En los instantes realmente difícilesde nuestro paso por el mundo (el nacimiento,la enfermedad, la angustia, la partida de un serquerido, la derrota, la muerte) tropezamos de

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frente con la amargura de encontrarnos irremi-siblemente solos. Insustituibles somos, por esen-cia y presencia, en la alegría y en el tormento,en los ensueños y ante el fracaso. Nadie, pormás que nos quiera, puede hacer del nuestro sulugar; de los nuestros, su rincón de pena o subaúl de satisfacciones. Nadie puede imaginarpor mí el azul de las mañanas y el invierno demis días; nadie participa de mi tristeza, mispadecimientos o mi dolor con la misma inten-sidad que yo. Velis nolis.

Pero la radical soledad, contrariamente a laopinión más generalizada en los días que corren,es como una vasta extensión de terreno fecundo,presto para el cultivo de la inteligencia. La acepta-ción popular de una tesis, doctrina u opinión diceendemoniadamente poco de su radicalidad y con-sistencia lógica. Nadie puede suplir al filósofo enla puesta en orden de su mundo interior. Pensares algo difícil y delicado, pero, ante todo, estricta-mente personal. Es facultad que no es posible ejer-citar con la misma celeridad, propiedad y eficaciaen la plaza o en medio de la multitud que en elretiro y la tranquilidad espiritual que de él emergecon espontaneidad de manantial.

La profundidad de espíritu es imposible almargen de la soledad. Aquel que no es capaz dededicar a su construcción racional algunos ins-

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tantes de silencio creativo, de detenerse y guardarpara sí sus palabras hasta pulir como piezas deorfebrería sus pensamientos, es también incapazde apreciar y percibir en su justa dimensión lasublime quietud, la insondable placidez del uni-verso. Y, ¿qué si no el todo, en su riqueza y comple-jidad, pretenden aprehender, cada cual a su ma-nera, el filósofo y el científico?.

Cierto es que si no se tiene nada qué hablarconsigo, la soledad se convierte en acicate de lanostalgia y el silencio deviene una muesca del do-lor. La soledad creativa supone un substracto cul-tural activo, un instrumental lógico adecuado, unacierta predisposición para el descubrimiento, elvalor de callar frente a lo ignorado, humildad dealma y rebeldía de entendimiento. Silencio y sole-dad al margen de estas condiciones equivalen apérdida de la perspectiva del conocimiento, a re-godearse en el vórtice de la tristeza o la enfermizaensoñación. El silencio del alma es la enfermedadirremediable de quienes delegan su derecho a lainquietud.

Pitágoras sugiere que el principio de todofilosofar reside en el silencio. Heráclito exigía, alos que se iniciaban en el diálogo filosófico, guar-dar sus palabras por lo menos durante los cincoprimeros años de su ingreso a la escuela. Platón,quizás, erró el camino al situar la esencia de la

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subjetividad allende el yo (Cfr. República, VII). Sinembargo, su postura ética, intelectualista, remiteal método introspectivo abierto por Pitágoras yHeráclito, que tan elevados frutos daría a San Agus-tín y Descartes.

Las personas que poseen una estructuramental de tipo religioso buscan, como Platón, fue-ra de sí los misterios que en su alma sienten deam-bular, la explicación de sus pensamientos y volun-tad. Sus actividades hablan de las conviccionesque abrigan sobre el fracaso o la raigal inutilidadde su vivir. La sociedad tiene sus leyes, la historiasus sentidos, suponen, independientemente de losniveles de conciencia y de los humanos quehace-res que de ellos se desprenden. Europa compren-dió, hace dos o tres centurias, que la marcha de lahistoria depende en buena parte de la robustez ymarcha del entendimiento; que la historia es unaimposición de un conjunto no muy amplio dehombres y naciones autoconscientes. Acaso porello fue el centro del mundo hasta el siglo XX.

Desconocerse es perderse. Estar aturdido,renunciar a la plenitud posible que en determina-das entidades se anida. Es, en suma, renunciar ala vida. La vida carece de sentido al margen de laideación y de la imaginación. Un hombre sin in-teligencia y sin sensibilidad es proyecto varado alinicio del camino. Sólo el cultivo sistemático de

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las potencias del alma nos dan la fuerza necesariapara acometer con eficacia el camino hacia la difí-cil meta de ser humanos.

Con Aristóteles la filosofía ensaya el cauceempirista; la conciencia es por él entendida comoun momento, especializado, de la res stensa. Su fi-losofar constituye uno de los puntos de llegadade la postura platónica en virtud de la cual el eidos(inteligente derivación del número pitagórico,como bien observa Aristóteles en Metaph. I) esconcebido como una entidad autónoma respec-to al sujeto de conocimiento. Siglos más tarde,Descartes insistirá en señalar la importancia fun-cional de la soledad, y del silencio que con profu-sión en ella germina y crece, si de construir unsistema de pensamiento more geométrico se trata,abriendo de par en par, con su actitud y su singu-lar manera de entender la ciencia y la filosofía, laspuertas de la modernidad en Occidente.

Los hombres de la presente centuria so-mos herederos del rumbo racional inauguradopor la filosofía cartesiana. Que si es la creenciamás generalizada la de que el pensamiento deRene Descartes es asunto del pasado, no porello es la más confiable y consistente, como lopone de manifiesto el retorno o ajuste de cuen-tas con respecto a su obra que entre algunos delos pensadores más destacados del último siglo

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encontramos. El parentesco existente entre lasreglas del método y las propuestas homónimashechas por Marx en “El método de la economíapolítica”; las Meditaciones cartesianas de Husserl; elDescartes de Jaspers; la notoria paternidad de losprincipios fundamentales del raciovitalismo or-tegiano (Cfr. ¿Qué es la filosofía?, IVss.) así comode algunos de los supuestos básicos de la filoso-fía sartreana (V. El existencialismo es un humanismo,La náusea), ponen en entredicho el presunto ca-rácter ingenuo o de muñón de remoto pasadoque algunos sabios de nuevo tipo atribuyen alsistema cartesiano.

En filosofía no hay frutos que valgan, si nose levantan sobre el conocimiento o la crítica asi-milación de una determinada tradición de pensa-miento. En ello consiste la indispensable originali-dad que es preciso exigir y exigirse en este ámbi-to de la sabiduría humana. Ser original equivale,aquí, a volver, raudos los ojos del entendimiento,las fuentes primigenias del saber. La tradición esun elemento insoslayable en el equipaje del filóso-fo. La inverecundia no es, en estos menesteres, elmejor de los caminos; y el atrevimiento y el sno-bismo, antes que motivos de dignidad constitu-yen indicios de taras y despropósitos. La igno-rancia no confiere derechos, salvo los que se ex-presan mediante el silencio. En filosofía, el des-

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arraigo, más que mérito es insolencia; y antes queheroísmo, temeridad.

La constante cardinal de la filosofía es suforma o estructura lógica. Es decir, su caráctergeneral, crítico, conceptual; el espíritu de sistemaque subyace en su dinámico quehacer. Se sigue,pues, que la única originalidad posible en los can-tos del mundo del espíritu a ella encomendadosen Occidente, residen en que cada filosofía, paragarantizar su ingreso en el conjunto correspon-diente, tuvo que ser, a propósito de ciertas exi-gencias básicas, igual a las demás. Ser como son yhan sido las demás. En cuanto a los contenidosde que ha de colmarse ese cómo, cada quien eslibre de agotar los horizontes de que sea capaz suconciencia. De ahí el carácter múltiple de las filo-sofías que en el mundo han sido.

Cada quien tiene ante sí la responsabilidadde apropiarse del pasado racional y de la estruc-tura lógica de la forma de conocimiento a la quepiensa dedicar sus mejores años; y sobre la basede ese saber, dar a esa posibilidad el matiz de supeculiar talento y de la específica manera en queen su espíritu se han conjugado el pasado y elpresente racionales de la humanidad.

Trátase, pues, de una labor inevasible; inde-legable. Un hombre sólo puede delegar lo que enél hay de adjetivo. Filosofar es tarea intransferi-

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ble. Cada quien tiene que realizarla por y desde símismo. Permitir que los demás piensen y decidanpor nosotros es traicionar la propia esencia; per-manecer indiferentes ante la pérdida de la propiaontidad; abrir las ventanas del alma a la más radi-cal alienación. El comienzo de la filosofía es tam-bién el inicio del autoconocimiento.

Si no se tiene pleno dominio de la propiaconciencia y sus posibilidades, lanzarse en pos delconocimiento del mundo externo constituye unimperdonable desatino. La desventura es la rosade los vientos de quienes creen posible arribar apuerto seguro en los mares del conocimiento almargen del espíritu de sistema y de la jerarquiza-ción de los procesos subjetivos. El yo es el primerdoblón del mundo que ha de aprehender quiensienta en su ánimo la necesidad de conquistar losprincipios que rigen el Universo, cuanto puedeser conocido; y del yo, es la conciencia el eslabónfundamental, pues sin su conocimiento es impo-sible acometer el dominio racional de las selvasmadres colaterales a ella (sus contenidos, el in-consciente, las pasiones, la inteligencia, la volun-tad, la sensibilidad), y más aún: completar, en unacomo ambición de insaciable búsqueda de infini-to, el panorama del yo. Razón tuvo Confucio alinvitarnos a postergar la queja por la nieve quehabita en el techo vecino mientras su homóloga

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cubra también el umbral de nuestra casa. Y Só-crates al poner en la base del triángulo gnoseoló-gico a la conciencia de sí. Y Jesucristo cuandollama la atención de los hombres acerca de la ne-cesidad de desbrozar la propia visión antes deenjuiciar o hacer cuestión de las posturas, accio-nes, voluntad y aptitudes de los demás. Que tal esel primero de los principios de cualquier intentode filosofar.

Yoísmo no es subjetivismo. El yo no es unafinalidad en sí. Constituye un punto de partida.Subjetivismo es hacer de la propia morada la úni-ca posibilidad, el absoluto valor; ver en ella undoblón de mundo ajeno a cualquier proceso deprofilaxis o instrucción; lanzarse a la aventura deconocer el mundo a ella exterior sin haberla pues-to en orden previamente. E imponer a cuantosse pretende conocer, acaso por ignorancia de laesencia del propio entendimiento, una lógica ex-terna, extraña a la entidad de lo que presunta-mente conocemos en un momento dado. Y olvi-dar que las cosas no son sino en la medida en quedevienen objetos de la humana preocupación;cuando nos son o se hacen patentes a nuestro ver,a nuestro sentir, a nuestro pensar.

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Saberse solo es empezar a conocerse. No eslabor placentera ni espontánea el quehacer inte-lectual. El sufrimiento radical es privativo del hom-bre superior, lo mismo que el derecho a la soledady al silencio. Diluir las propias energías en el ácidoinfame de lo convencional es alejarse de sí mis-mo. Sólo en medio del recogimiento encuentra elhombre el sosiego necesario para estar cerca desí. El que habla más de lo debido con frecuenciateme escuchar a los demás. Es probable que noesté tan seguro de su verdad como se empeña encreer. Quien de ese modo vela por su discursocon frecuencia lo descuida. Quién no cuida de sudiscurso, tampoco vela por la pureza ni el refina-miento de su espíritu. La locuacidad casi siempreevidencia ignorancia o desconfianza en sí mismo.El excesivo discutir es un indicio de que se viveen y para una creencia o sistema de verdades quese supone apodíctico.

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COLECCIÓN SANTUARIO

1-La fantasma de Higüey, Francisco Javier Angulo Guridi2-El montero, Pedro Francisco Bonó3-Rufinito, Federico García Godoy4-Duarte, Sánchez y Mella vistos por una educadora, EleanorGrimaldi Silié5-El culpable voluntario, Osiris Madera6-Ruinas, Rafael García Romero7-Balance de tres, Manuel Salvador Gautier8-El hombre que descubrió la verdad, León David9-Amor fugaz, Dionicio López10-La sangre, Tulio Manuel Cestero11-Nudos y alfileres, Rannel Báez12-El precio de los sueños, Enrique García Jorge13-Ruptura del silencio y Poemas para un olvido, José LópezLarache14-Filosofía del silencio, Alejandro Arvelo15-Nosotros los suicidas, Marcio Veloz Maggiolo16-Contemporáneos del tiempo, Isael Pérez17-Dafnis y Cloe, Longo de Lesbos18-La cabeza, Néstor García19-Enriquillo, Manuel de Jesús Galván20-Duarte, fundador de una república, Franklin Domíguez

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COLECCIÓN SANTUARIO INFANTIL

1-El caballero Geremy, Sélvido Candelaria2-El conejo en el espejo y otros cuentos para niños, Rafael PeraltaRomero3-Cuando los perros se amarraban con longanizas, JustinianoEstévez Aristy4-Alicia en el país de las maravillas, Carroll Lewis5-Vivencias infantiles, Juana Escorbort6-El principito, Antoine de Saint Exupéry

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Esta edición de FILOSOFÍA DEL SILENCIO, consta de3,000 ejemplares y se terminó de imprimir en el mesde enero de 2008 en los talleres gráficos de EditoraBúho, Santo Domingo, República Dominicana.

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