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Jorge Torres Sánchez (Pisco – Perú, 1984)

Negro Literario. Colabora con los guiones de Huáscar Producciones. Actualmente estudia Ingeniería Electrónica en la universidad privada Antenor Orrego. Ha sido seleccionado en la Primera Antología de Poesía y Narrativa Breve “CATÁSTASIS 2008”. Ha publicado "533". Narrativa Breve. Editorial Alternativa OREM. 2008. Para contactos con el escritor: [email protected] http://otrallegada.blogspot.com

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Tzvetan Todorov menciona en su libro Introducción a la Literatura Fantástica, que todo escrito, por simple que sea, mantiene una lógica, un eje conductor determinante; pero cuando esta lógica se rompe, nos enfrentamos ante lo fantástico, lo poco común, lo “ilógico”. Aún con la certeza de saber que toda creación literaria nace de la ficción (o de no ser así, tiene que parecerlo), muchas veces las obras nos perturban y crean conflictos de comprensión con el desmedido asombro de lo inesperado. Siendo nuestra narrativa un crisol de diversidad y múltiples criterios creativos, hemos de ser testigos del nacimiento de nuevas voces que irrumpen con este estilo, con lo que denominaría sin temor “neorrealismo ilógico”. El joven escritor Jorge Torres es uno de ellos. Con un lenguaje fresco y atrayente, sin arquetipos literarios ni barrocas pretensiones, pero sí con historias marcadas por un claro conflicto existencial de sus personajes, este libro, 533, nos sumerge, a lo largo de nueve cuentos, en un enfrentamiento donde la razón pierde el sentido más claro de la significancia, para caer bajo el inusual golpe de lo bien llamado ilógico. Una nueva voz en medio de muchas “nuevas” voces.

Oscar E. Chumpisuca Ramirez

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Primera Edición: Julio – 2008 Segunda Edición: Noviembre – 2008

© Jorge Torres 5 3 3 Trujillo 2008

Ilustración de portada: David Sarmiento “Epicus” Diseño y cuidado de la edición: Oscar Ramirez

Queda terminantemente prohibida, sin la autorización escrita del editor y/o el autor, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento electrónico.

EDITORIAL ALTERNATIVA

Contactos para edición y publicación:

Móvil : 044 – 94 9366060 E-mail : [email protected] Web : http://edicionesorem.blogspot.com. Impreso en Perú

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¿Qué cosa hay que poner en una obra para durar? Diríase que la gloria literaria es una lotería y la perduración artística un enigma.

Prosas apátridas

Julio Ramón Ribeyro

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GUERRAS Y RELOJ

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Se habituaron Marlene y el gordo a vivir una vida llena de miramientos y prejuicios, claro que todo era sencillo para ellos, de ahí viene la idea que todo es simple cuando el mundo no importa y se entrega uno al amor. Vivir juntos constituía una guerra contra el inexorable reloj, y cuando el gordo cumplió 15 años, Marlene empezó a sentir algunos incones en el corazón, como queriendo darle libertad, pero para el gordo todo era más fácil: llegaba del colegio y tenía la ropa limpia y planchada, la comida calentita, sus cuadernos apilados en orden alfabético; tenía todo lo que un joven de esa edad necesitaba, ya saben, juegos de video, el internet con la computadora del mejor hardware del mercado, y nada le era difícil de conseguir para Marlene cuando el gordo tenía un capricho, claro que todo tenía su contrapeso, el dame que te doy, y el gordo con su amor colmaba toda la desesperanza de su compañera de vida. Marlene había trabajado toda su juventud para lograrse abrir camino en la vida, siempre fue emprendedora como ninguna; claro que también ayudó pertenecer a una familia pudiente, de esas que tienen todo porque su abuelo era dueño de la mitad del pueblo, cosa contraria con el gordo que era de un suburbio alejado y anhelaba todo lo que su padres no podían darle. Pero así vivieron años en el dame que te doy. El problema surgió cuando el gordo ingresó a la universidad, y ustedes se imaginarán lo que encontró ahí: toda una inacabable colección de mujeres que Marlene estaba dispuesta a aceptar siempre y cuando el dame que te doy continúe y no se case con nadie hasta que ella, en su guerra contra el reloj, pierda por inasistencia.

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Fue una mañana. Ahora que recuerdo, el gordo llegó con una jovencita casi de su misma edad, desayunaron juntos los tres y platicaron de cosas que ni vienen al caso reproducirlas. Marlene se mostró complaciente con ambos y los dejó en la casa para que hagan de las suyas, y no volvió hasta entrada la noche. Yo soy Marlene, y lo que se dice arriba es un poco cierto, pero el que está escribiendo se ha olvidado del amor que yo sentía por el gordo, el amor que me hacía mover cielo y tierra para que sea feliz sin importar a quién dañase. De eso se olvida un poco, tampoco no se ha dicho que el gordo me quería menos, o no se explica por qué me quería menos, no sé, pero igual yo puedo decirle algunas cosas que nos sucedieron en la casa antes que llegara la jovencita del desayuno. Cuando el gordo cumplió 14 años yo me desvivía por comprarle una de las últimas motos, las que estaban de moda, cosa que al gordo ni le importaba. Para esos tiempos estaba metido en la marihuana y yo ni al caso, ni me había dado cuenta de ello; sé que a veces tomaba los tragos del bar, pero yo lo dejaba diciendo que no tome mucho, que con un poco bastaba para ponernos, como lo decía yo, para ponernos… Bueno, no me acuerdo, pero fue bien feo cuando lo descubrí, y más cuando traté de sacarlo, claro que ahora fuma a veces, pero es él quien la utiliza para divertirse, todo lo contrario que cuando ella lo utilizaba a él; pude sacarlo, o bueno, creo que comprendió un día que me encontró llorando en la sala con una cara de muerta viviente, eso lo aterrorizó, me di cuenta que me quería, pero poco claro, no como yo que estaba dispuesta a matar al diablo si este lo tentaba, y después de ese momento no llegó con los ojos rojos. Cuando se quedaron solos pasó lo inevitable. El gordo le dijo que él la iba a iniciar en un mundo extraordinario, y que debía darle gracias por su acercamiento, que era un tipo de aquellos de memoria selectiva, y no sé qué tantas pachotadas iba aprendiendo en los libros de la universidad,

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hasta que la joven soltó todo, así de simple, sin dejar nada de tela, y se arrimaron uno al otro con todo y grito y sangre, y otra vez dolor y grito, y ya era una iniciada en el mundo del cual el gordo conocía bien las normas y las artes, porque tenía fama de aquellos; el gordo era famoso, y Marlene ni cuenta, ella vivía ya sola en la casa arrumada en un rutina de supermercados y telenovelas. Bueno, en algunas partes puede tener razón, pero se olvida que antes que pase lo de la iniciación, yo lo había iniciado al gordo cuando tenía 13 años, y eso yo se lo conté, él no aprendió nada de la universidad, y claro que ahí nadie sangró, pero se dio cuenta de lo hermoso que fue todo, yo me sentía volar, y para él fue un descubrimiento muy interesante. Recuerdo que después de eso, nuestros días se tornaron en vivencias nocturnas inacabables, y los cafés llovían para los dos, yo iba a trabajar y el tenía el colegio; sé que en esos tiempos bajó su rendimiento, pero no era nada que yo no pueda solucionar, nunca lo metí en un colegio fiscal, se me hacía odiosa la idea que se vincule con vagabundos o con delincuentes, así que fue al mejor colegio de la ciudad, y cuando algún profesor me llamaba, el problema yo lo solucionaba con dinero y, en casos extremos, con otras cosas que no quisiera recordar porque me hacen sentir como una reverenda estúpida, y todo aquello que hice lo hice por un amor que nadie entendía. Ni siquiera el gordo. Me viene a la mente lo que dice Marlene, fue cuando la profesora de inglés la llamó… La profesora era de esas macetudas, mitad ropero mitad mesita de noche, con un bigotito encima del labio; ya se imaginan a qué me refiero con lo que decía Marlene, no vale la pena ahondar en cosas como esas, pero tuvo que pagar su precio por el gordo. Por otro lado, los padres del gordo se acostumbraron a la pensión que Marlene les mandaba, mira que recibir una cantidad que no iban a alcanzar en un año de trabajo por un

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mes de vagancia. El gordo era, literalmente, su negocio redondo. Ellos vivían bien, ya ni siquiera se preocupaban por lo que le estaba sucediendo a su hijo, ni nada de nada, sólo querían su cheque a fin de mes como el pan de cada día. Lo malo fue cuando el gordo tenía como 16 años y sus guerras nocturnas con Marlene les habían salido caro, porque Marlene había perdido el trabajo y empezó a depender de las rentas de sus casas, cosa que no le agradaba mucho, pero como vivían guerra nocturna, el resto le importaba una caca de pájaro. Marlene se quedaba en la casa y el gordo al colegio. Siguió arreglando los exámenes, y arreglando otra vez sin dinero las cosas. Habían pasado unos meses, y no llegaron los cheques a los padres, entonces si que se armó un gran problema. Pero los padres ni se asomaron a la casa, sólo enviaron a un abogado de medio pelo, esos de barrio de universidad pobre que recién han terminado y están ávidos por algún caso, y le planteó la situación a Marlene que en esos momentos sólo quería guerra nocturna. Para solucionar, tuvo que vender una casa y con eso sacarse de encima a los padres del gordo por un buen tiempo, claro que todo se hacía a espaldas del gordo, que ni siquiera le preguntaba por los asuntos; él sólo cumplía su obligación de la noche y nada, a huevear al colegio. Se arregló lo de los padres del gordo y Marlene inició otra vez la búsqueda de trabajo para poder darle lo que al gordo se le antojaba. Yo creo que el gordo lo hacía por joder, por molestarla, él no tenía nada en mente, no metas, no nada de nada en la cabeza, y ahora que lo recuerdo, siempre decía que la vida es para nada, porque uno no la pide, allá los viejos que nos la dan sin previo aviso y uno ya está aquí pagando culpas que ni siquiera conocieron. Ahí si se equivoca mi amigo escribiente o cómo se dice. Bueno, no importa, el gordo sí tenía metas; él me dijo que quería un auto de carreras, que quería ser piloto, yo claro que le iba a comprar su carro y si podía le compraba toda la pista de carreras, pero no me alcanzaba el

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dinero claro está; yo creo que el gordo sí tenía metas, y de eso que no tenía nada en la cabeza también es mentira, él era inteligente para algunas cosas, sobre todo cuando hacia sus pinturitas… cuando terminábamos la guerra, a mí me gustaban mucho, yo sé que no iba a ganar nada con esos cuadros, pero igual se le veía un talento para el arte. Sé que no acabó bien el colegio, que tuve que arreglarlo todo, pero en la universidad cambiaron las cosas y él solo se valía para arreglar las notas, yo no sé como hacía, pero lo hacía, claro que nunca terminó, pero no fue porque él no quiso, fueron por razones de reloj, esas cosas que nunca son previsibles, que a uno se le van de las manos por más dinero y abolengo que tenga. Otra vez se quedó sin trabajo Marlene, pero ahora no había ninguna guerra de por medio. La edad le jugaba una mala pasada, y tuvo que vender otra casa, para solventar el carro nuevo del gordo, que era de puro capricho, pues tenía un Gold de una pinta extraordinaria, pero el quería una Pajero, y quién le iba a negar algo al gordo, además ella tenía la obligación de cumplir con todo, all time, todo forever, hasta que la plata los separe, y no quedaba más que comprar. Pero un día sí que se molestó Marlene y fue ahí donde empezaron los problemas entre ellos. La jovencita del desayuno había quedado embarazada por un azar de telenovela, ustedes saben, quién sabe si de verdad era hijo del gordo (eso pensaba Marlene), pero el gordo iba a tener su hijo y al carajo, Marlene tenía que correr con los gastos y todo, y la discusión terminó como es obvio en una guerra nocturna. Marlene vendió su última casa, y la plata en sus cuentas se iba haciendo humo, humo que el gordo se fumaba, porque nunca dejó la droga, nunca abandonó sus vicios, y siguieron viviendo del dinero de las cuentas. En la universidad, los primeros ciclos habían transcurrido entre arreglos y arrebatos, pero después todo se tornó distinto porque ya no

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atinaba a nada, los profesores ya lo conocían, recuerden que el gordo era famosísimo por sus pendejadas, y no pasaba un curso. Nos fuimos a la mierda, lo sé, o yo me fui. Debería tener un imperio, debería ganar dinero por segundo, pero no fue para nada así, y terminamos viviendo en un cuartito cerca al suburbio de donde yo lo había sacado. No llegaba más que para comer y dormir, casi siempre ebrio o drogado, una situación insostenible. Quizá fue bueno que al gordo lo mataran, yo ya no tenía nada que darle, vivía pidiendo limosnas casi, trabajaba en cosas que me dan una vergüenza decirles, pero alguien tenía que darnos de comer, y yo debía cumplir con mi castigo, o con mi deber, y no me sentí triste con su muerte, creo que fue mi liberación. Marlene está diciendo las cosas porque en el fondo empezó a odiar al gordo. De repente culparse calma en algo lo que le estaba pasando, pero creo que ella fue quien lo mató. Era ella la que le daba dinero para las drogas, para que se emborrachara y se acostara con ella, porque sobrio ya no lo hacía; fue ella, yo lo sé, yo conocí al gordo, el vivía atormentado, a pesar de todo, la quería un poco, pero también la odiaba, odiaba su dinero, odiaba su vida, y creo que logró su cometido, logró que Marlene se quedara en la mierda como ella dice. Y yo no tengo nada más que decir.

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PUENTE PALOMINO

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En las costillas del asfalto, se erigen cuchitriles, chozas y un sin número de construcciones que podríamos llamar casas. El índice de mortandad por inanición lo supera ese monstruo negro que los divide (izquierda y derecha en uno) y que se ha llevado a tantos de ellos. Los pobladores de Cicuta son numerosos, algunos vienen de la sierra, otros quizá sean ladrones de la capital que vienen en busca de refugio, pero también está lleno de gente con sueños, deseos de triunfo, pero con demasiadas carencias que son culpa del gobierno, básicamente la educación. En todo pueblo olvidado de nuestro vasto y rico territorio, siempre surge la voz de alguien que no puede ver morir a su gente; en este caso, Palomino, encarna este arquetipo de los cicuteños. Palomino es cobrador de bus interprovincial. Él cada día ve, inmutablemente, como sus compañeros de trabajo arrollan a su gente en el monstruo negro. Pero el “¡basta ya!”, rueda otra vez. Siempre recuerda que el monstruo se llevó a su hijo pequeño, pero tiene otros que alimentar. En las reuniones que convocaba, Palomino había logrado grandes cosas, como la posta médica (con una sola enfermera), el colegio (con un solo docente-practicante). Pero el monstruo se tragaba a su gente más que el hambre. Surgió la idea de un puente peatonal; para los chupa medias, el “Puente Palomino”. Palomino fue a la capital a pedir, exigir, llorar y reclamar un puente para su pueblo; como es obvio, lo único que ganó de eso fue

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una patadita en el culo de la seguridad de palacio de gobierno, y de regreso a Cicuta… Reunidos todos, y por moda o revolución, deciden tomar al monstruo negro y bloquearlo hasta las últimas consecuencias. Armados con palos y piedras, Palomino y su gente se hacen del monstruo; llevaron días durmiendo en él. Cuando las cosas se pusieron feas, el gobierno mandó un representante para dárselas de muy demócrata y tranzaron con Palomino dicho puente, lo cual terminó en una paupérrima celebración en todo Cicuta. Al cabo de tres meses el puente iniciaba su construcción y todo se dio muy rápido: el puente ya estaba listo para su respectiva inauguración. “Puente Palomino”, por mayoría de votos y no sé qué tanta cosa de ellos. Tres días después, el monstruo se tragó a una mujer con su hijo.

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UN TIPO DE UNA BIBLIOTECA

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Quién iba a imaginar que esto sucedería en Trujillo. Y no es por desmerecer a esta hermosa ciudad, pero uno siempre imagina que las cosas de otro mundo suceden, como ya dije, en otros mundos, llámense el otro lado, pero no, a mí me sucedió aquí, en esta parte. Claro que yo no soy un escritor para narrarlo de una forma buena o quizá hasta llamada aseverativa, sólo soy un aficionado que está escribiendo una historia como podrías escribirla tú o cualquier persona que le suceda un hecho fortuito o fantástico (si es que cabe la posibilidad para los lectores que éste lo sea). Vivir en Trujillo ha sido un nuevo descubrimiento. No he nacido en los límites del norte, pero sí en esta parte del planeta, y me considero un latinoamericano más que otra cosa. A veces el mar te separa más de lo que imaginas o te une, pero eso ya es otro tema. Yo lo vi la primera vez que entré a la biblioteca. Lo vi y no pensé nada para mí, era el hecho de ver una persona más, sólo un ‘buenos días’ y nada, entregar el documento de identidad, entrar y nada, hechos normales para un día normal. Vi los libros, algunos estaban en inglés, éstos fueron los que me interesaron porque eran los días en que empezaba mis lecturas en ese idioma. El tipo no tenía una aspecto fuera de lo normal, una camisa blanca acompañada de una corbata de medio pelo, esas baratitas que consigues en el centro, su rostro me inspiraba algo de recelo pues era muy lozano y limpio, como el de algunas mujeres de revista, y su talla no era la más apremiante que digamos, pero lo que me llamó la atención fue cuando

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acabó la última hora de mi estancia en el salón, el tipo se me acercó y me dijo que iban a cerrar. Su voz era cálida como la de un niño sin lados oscuros ni travesuras que ocultar. Me fui a mi cuartito del Jr. Independencia a retomar mis lecturas sobre el boom de literatura latinoamericana. Recuerdo muy bien que había terminado de leer las obras de Márquez y Cortázar, me quedaban muchos más, pero sólo leería los representativos, al menos por el momento. Pero me quedé dormido a las dos de la madrugada con el libro en el pecho, recostado en el viejo sillón que traje de mi último viaje. Entonces soñé. Soñé que mis padres iban a morir, que tenían una enfermedad terminal y esto fue aterrador, era un sueño que no podía soportar. Me he mantenido firme gran parte de mi vida sin verlos, pero la idea de su muerte me aterró en demasía. En el sueño (me di cuenta que era un sueño) pensé en la muerte, en la última conversación con mi padre sobre nuestro árbol genealógico, nuestros antepasados. Entonces desperté turbado y sudoroso porque los días de verano llegaban, y vale decir que aquel refugio no era del todo ventilado. Eran casi las cuatro y retomé las lecturas de Vargas Llosa. Decidí empezar por “Los Jefes”. Ya lo había leído años atrás, pero ahora la lectura sería distinta, eso ya lo sabía. De pronto me vino a la mente el tipo de la biblioteca, su rostro, su voz, y caí en cuenta de que estaba pensando en él de una manera muy extraña. Esto me mortificó un poco porque no había pensado en nadie en varios meses, y la sensación de pensar en un hombre me molestaba mucho. Atribuí a ello mi distanciamiento del resto del mundo, por razones que calan en la historia de mi vida, cosas nimias que ni vienen al caso porque estas letras están dedicadas a Él y no vale hablar de más. Seguí pensando en él sin poder concentrarme en la lectura.

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Al día siguiente estuve otra vez en la biblioteca. Su turno era el de la tarde y me mantuve en su espera todo el santo día. Seguí leyendo un libro de poemas completos del maestro Poe, y de pronto ya estaba ahí atendiendo a unas muchachas muy bonitas. Esto me alegró, la idea de verlo, pero ni yo sé por qué me pasó eso, ni en qué momento cerré el libro y traté de buscar otros. Pasé varios minutos por los anaqueles sin que mi búsqueda fuera nada fructífera, entonces me acerqué y le pregunté por un libro de Borges, un libro de ensayos que yo tenía en mi cuarto y que lo había leído unas quinientas veces; me indicó con su voz cálida el lugar donde se encontraba, entonces le di las gracias y pensé en algo para iniciar una conversación, alguna frase o no sé y le dije si podría llevarme el libro a casa, me dijo que no se podían sacar los libros, que ese servicio todavía no estaba dispuesto, pero que tenía libros en su casa y que podía prestármelos cuando yo quisiese. Maldición, dije para mí, este tipo es extraño, qué será, qué me está pasando. Le di las gracias y le dije que no importaba, que no quería incomodarlo y que no se preocupara. Él insistió, y acepté. Pasaron algunas semanas y no fui más a la biblioteca, dejé los estudios del boom y me ahondé en un alcoholismo deprimente y detestable, detestable para mis vecinos, porque escuchaba a un estridente volumen el toca CDS, y lo peor era (para ellos) que oía las mismas canciones. Eso es muy fácil de explicar, contaba con un sólo disco, un disco de audio de esos normales en el cual entran doce o trece canciones. Me lo había hecho grabar en el internet de la cuadra. Habían canciones de Satchmo (esto lo atribuyo a las lecturas sobre Cortázar), y creo que también de Bach, eso no lo recuerdo bien porque sólo escuchaba las de

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Louis. Lastimosamente seguí bebiendo unos días más, sin preocuparme por nada del mundo, ya que tenía dinero suficiente en el banco para vivir; esto no se debe a mi trabajo, tengo el orgullo y la dicha de no haberle puesto la mano a nada productivo en toda mi vida, jamás trabajé, la plata la recibía de mis padres que me enviaban dinero por el simple hecho de tener un hijo y sus esperanzas en mí se habían acabado hace tiempo, tenían alegrías de mis hermanos mayores que si lograron cosas reales en sus vidas y sus nietos le colmaron los días negros a los que yo los llevaba cada vez que hablaba con ellos por teléfono. Logré huir de ese estado un día sábado que salía de un bar cercano. Había bebido poco, eso no lo sé, estaba cerca de la Av. Húsares y me topé con el tipo de la biblioteca. Me reconoció a pesar de mi sombreada figura, me dijo que ya no trabajaba en la biblioteca, que había encontrado otro trabajo. Yo le dije con razón no te veía, sí claro, tremenda mentira. Me invitó a tomar algo así de repente, y acepté como buen parroquiano, acepté por… no tenía nada que perder, y creo ahora que nunca debí aceptar. Por qué me lo tuve que encontrar ahí, si el alcohol me había alejado de este tipo, pero el destino sigue jugando su papel y ahí estaba yo, sentado con el tipo de la biblioteca bebiendo un whisky etiqueta azul (después descubrí que su aparición en mi vida me la cambiaría a niveles supremos) en pleno centro de la ciudad. Yo no acostumbro a tomar whisky, pero no podía decir que no. Me dijo que todavía estaba su invitación en pie sobre los libros, acepté gustoso. La reunión se prolongó un par de horas más, yo estaba ebrio, al tipo no le había afectado en nada el alcohol, seguía tan lúcido como cuando lo encontré en la calle, hablaba sobre su trabajo en la biblioteca, y de pronto ¡zás! ya estábamos en su casa así de pronto. Yo estaba con el libro de Borges en la mano. Su biblioteca era

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enorme, nada comparada con la que yo frecuentaba. Le pregunté si había leído todos los libros, me dijo que sí, que se los sabía todos. Habían unos 60 mil libros (eso fue lo que dijo), una cantidad considerable decía. Este tipo no es extraño, solamente está loco. No puedo describir la casa, no la recuerdo, ni recuerdo cómo fue que llegué, sólo tengo la imagen del episodio en la biblioteca. Él tenía en la mano un vaso y seguía bebiendo, yo estaba hecho. Me llevó un taxi a mi cuarto y no lo vi más. Hoy lo encontré. Han pasado muchos años, vivo en Lima ahora, he viajado por todo el mundo, he conocido gente, he leído muchos libros, sigo siendo el mismo, o sea sigo siendo nadie; tuve muchas mujeres en mi vida, tengo cuatro hijos y estoy casado con una mujer maravillosa, pero eso es una historia real, porque para mí las historias reales son otra cosa. Lo encontré en la Biblioteca Nacional. Yo había ido con Sebastián; en ese entonces él tenía 9 años. Decidí llevarlo para que se inicie en aquel mundo que tanto me ha fascinado y ayudado en mi vida a no suicidarme o seguir siendo el mismo alcohólico de mi juventud. Estaba ahí y proyectaba otra imagen, pero mantenía la misma voz cálida y esa sensación que yo sentía cuando lo vi por primera vez. Volvió, no me saludó, no me dijo que me reconocía, solamente dijo en qué puedo ayudarlos. Tomé a Sebastián por el brazo y salimos, ¡perdón!, salí casi huyendo del lugar. Regresar a mi casa era interminable con el maldito tráfico de esos días. Vi en todos los rostros el rostro del tipo, era imposible no mirar a alguna parte sin que encontrara su maldito rostro, pero pude salir del congestionamiento y tomar un atajo para llegar rápido. Me

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hundí en mi pequeña biblioteca, pensando en los días en Trujillo, en la noche que estuvimos juntos, en el día que vi su rostro por primera vez, y no pude dormir. Regresé en dos semanas a la Biblioteca Nacional. El tipo no estaba. Fui a la administración y pregunté por él, no podía decirle un nombre, no le iba a decir el tipo de la biblioteca, sólo lo traté de describir, y me preguntó si yo había tenido algún problema con él, respondí que no, que solamente quería darle algo que había olvidado, no sé, pensé en un libro o en algo pequeño, qué sé yo, una billetera, opté por el libro para dar más credibilidad a mi pregunta, me respondió que había terminado su contrato y que no sabía nada más; le pregunté por la dirección de su casa o algún teléfono dónde ubicarlo, pero respondió que no podía darme esa información. Volveré, respondí y me marché. Era una tontería, una insensatez de mi parte, estaba volviendo a la adolescencia, no debía dejar que eso me abstrajera y decidí olvidarme del tipo de la biblioteca, seguí mi vida rutinaria de padre de familia y esposo bueno. Nunca espero visitas, pero de pronto alguien llegó a mi casa, lo cual me extrañó mucho. Verdad es que tampoco tengo una empleada, y mi familia está todo el día fuera; tuve entonces que abrir la puerta: él estaba parado ahí, con una sonrisa de oreja a oreja. Creo que tuvo que pasar más de un minuto, y de pronto: ¿No me vas a invitar pasar? Lo invité a pasar. Le pregunté si prefería un café o algún trago. No, respondió y me elogió la casa, le di las gracias. Sin que yo dejara de estar con una cara de atormentado, sin saber lo que iba a pasar con él ahí, le pregunté por qué había venido a buscarme, supongo que me has seguido, bueno algo así, como saliste como un loco

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de la biblioteca, atiné a seguirte porque creo que fue una descortesía de mi parte no haberte saludado, como te vi con tu hijo no quería incomodarte, tú sabes, los niños a esa edad hacen muchas preguntas, pero cómo sabías que iba a estar solo aquí, no sé, no me preguntes cosas que no sé amigo, viejo amigo. Ahí se equivocaba, nosotros no habíamos sido amigos nunca, el hecho de conocernos y habernos visto un par de veces no daba esa sugerencia. Pretendí hacerle muchas preguntas, pero no me salía nada, estaba yo en otro mundo, no podía pensar, tenía miedo, tenía una clase de sopor en la boca y un pequeño temblor en la mano. Me di cuenta que mantenía la misma piel lozana de aquellos días, y fue cuando él me dijo, no te acuerdas nada de aquella noche, la noche en que estuvimos juntos. Le respondí con miedo y con una fe creciente que no, porque en realidad yo no recordaba nada, porque no había pasado nada más que el encuentro de dos personas que beben un trago y charlan sobre temas comunes. Me dijo que venía a contarme la verdad. Sonrió de costado, esto era nuevo, porque yo recordaba su sonrisa como una sonrisa de niño, entonces lo invité a mi biblioteca, pensé que era el mejor lugar, o el más apropiado, mi familia estaba por llegar y ahí nadie me molestaba. Nos dirigimos hacia ella. Yo seguía intranquilo, no podía calmarme, su presencia me aterraba, no sabía quién realmente era, qué realmente era. Creo que me equivoqué querido amigo, pensé que me habías descubierto, que sabías mi secreto, que recordabas algo de aquella noche en que estuvimos juntos, que todavía quedaba un pequeño aunque inconcluso cuadro de aquellos recuerdos, pero veo que todavía eres muy joven para entender algunas cosas, o mejor, para que ejercites algunas cosas, yo que soy mayor que cualquiera, por así decirlo, puedo acordarme de todo. Seguí mirándolo con

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terror e investigándolo con la mirada. La verdad no le entiendo ni una palabra de lo que usted me está diciendo, y le voy a pedir que se retire, no quiero ser descortés, pero mi familia está por llegar y no quiero que encuentren a un desconocido en casa. Tranquilícese amigo, no le interesa saber quién soy o el por qué pensé que me había descubierto, la verdad es que no me interesa saber nada de lo que usted tenga que decir, bueno entonces le explicaré los motivos de mi llegada a su casa, ya se lo he dicho, y di más fuerza a mi voz, no quiero que usted permanezca en mi casa, voy a tener que llamar a la policía sino quiere retirarse. El tipo sacó un bisturí de su bolsillo, esto me llenó de terror, vale decir que no soy un hombre violento, nunca me he enfrentado a otra persona en mi vida, y recordar esto me llenó mucho más de miedo, y empezó un temblor en mi mano que no pude contener. Me quedé idiotizado sin decir palabra alguna. Ahora que sé que no sabe nada me iré, prosiguió, pero veo que usted está demasiado nervioso y cometerá alguna locura, señor debe tranquilizarse y yo me marcharé sin chistar y sin causarle ningún daño a su persona aunque eso es risible para nosotros. Yo no escuché nada de lo que me decía. El teléfono estaba lejos, jamás lo hubiera podido alcanzar sin que me atacara, pero sucedió algo muy extraño que hizo que mis ganas de huir o, en última instancia, atacar a este sujeto se esfumaran. Sé que irremediablemente soy un hombre cobarde, pero por defender a mis hijos podría hacer algo. De pronto, con parsimonia, cogió el bisturí y se lo hundió en el pecho, yo era una piedra; prosiguió a sacárselo y brotó un poco de sangre, rasgó su camisa y con su mano procedió a desgarrarse la piel del pecho, dejando entrever los músculos de aquella zona. Volvió a hundir otra vez el instrumento en su pecho de manera que se veía su corazón palpitante y bombeante; lo extraño era que el

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tipo seguía en pie como si nada hubiera pasado, la sangre era poca, la piel que se había arrancando la guardó en su bolsillo como si fuera un pedazo de papel o algo inservible, de pronto volvió a regenerarse, cual hombre sacado de una película de ciencia ficción, como algún maldito engendro indestructible con piel regenerativa, mientras tanto la habitación era un infinito silencio. Él sonreía. Me preguntó si podía prestarle una camisa para poder irse. Luego de minutos interminables, mi mente estaba atrofiada y no atinaba a nada. Tuve la idea de una pesadilla y quise despertar; el tipo seguía de pie mirándome y yo temblaba cada vez más, hasta que se acercó a mí y por alguna razón que desconozco, sentirme cerca a él hizo que me tranquilizara. Nos sentamos y hablamos, de qué, no sé, hablamos tantas cosas, me dijo que él también había experimentado un sentimiento extraño cuando nos vimos, claro que yo le hice saber lo que había sentido antes, y comenzó a explicar algo sobre las transmigraciones, no lo recuerdo bien, me dijo que lo atribuía (el sentimiento) a que de repente en algunas vidas pasadas nosotros hubiéramos sido familiares, amantes, o amigos, y él me decía que creía que habíamos sido amigos; la verdad yo no sabía si creerle, no estaba seguro de nada, aún mantenía la sensación de una de mis pesadillas, yo sólo quería despertarme. Luego me contó que aquella noche en que hablamos, habían pasado muchas cosas que sólo yo recordaría y que él no era nadie para remover ese tipo de nostalgias. Yo seguía creyendo que era un sueño horrible (mientras él me recordaba lo de la camisa), porque no entendía nada, nunca lo entendí, hasta ahora. No he vuelto a ver más al tipo de la biblioteca, claro que nadie sabe sobre esto, al menos hasta ahora que lo trato de escribir.

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Era de suponer que al marcharse aquel ¿ser?, todo volvería a la calma, pero fue todo al revés, fue donde empezó todo, ¿toda mi desgracia o bendición?, toda maldición (eso era lo que parecía). Luego de aquel suceso pasaron algunos años sin que yo sea conciente de lo que había dejado en mí, y regresé a Trujillo a vivir solo; me separé de mi mujer y mis hijos (no quise explicarles por qué lo hacía), así que por ese lado no había ningún problema, tenía la certeza que no ocurriría nada fuera de este mundo, sino una apacible vida de un hombre viejo y solo. Había yo rentado una casa en las cercanías de Huanchaco, era amplia y con una hermosa vista al mar, constaba de una pequeña piscina, tres habitaciones, una cocina pulcrísima (ya que no la usaba), y un pequeño estudio en el que pasaba casi todo el tiempo. Carlos venía los fines de semana a visitarme, vive en la ciudad y nuestra amistad de juventud se mantenía firme, cosa que no sucedía con otros amigos. Cuando llegaba, trataba yo de ser cordial y amistoso, y ser como él me había conocido y me recordaba. Sabía que yo ya no era el mismo, que había pasado algo en mí que acongojaba mi vida. Un fin de semana de aquellos se apareció con una mujer. Era muy hermosa, me dijo que se iba a casar con ella, quería que yo la conociese porque me consideraba mucho como para dejar pasar ese tipo de “detalles”. Yo sonreí al pensar que mi amigo tenía esa consideración hacia mí. Era una mujer esbelta, de ojos saltones y de una inteligencia muy apreciable. Eso me interesó mucho, y le dije a Carlos que me parecía una buena mujer o al menos esa era mi apreciación del asunto. Él estuvo feliz con mis palabras y no volvió después de un mes o algo más. No lo recuerdo bien, hay cosas que no recuerdo bien, los años

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son como días para mí, y es difícil mantener en constante movimiento estas sensaciones y recuerdos para que los pudiera yo tener como borradores mentales de cuentos en la cabeza. Cuando regresó, me dijo que se marchaba de Trujillo, que viajaría al exterior, que había terminado mal con aquella mujer y que el dolor que le causaba no estar con ella lo atormentaba cada día, y que prefería viajar para olvidar. Le dije que no era una solución, pero conociendo a mi amigo sabía que no tomaría en cuenta mis palabras, y en esas cuestiones del amor yo no soy un ducho para dar consejos ni nada por el estilo. Le invité a que se quedara a vivir en mi casa de Huanchaco, pero no aceptó. Le dije que aguardara unos días, que pensara las cosas, de repente cambiaba de opinión, y sería mejor que ese cambio lo tome aquí y no perdido en algún lugar del mundo. No aceptó, y nos despedimos un día sin sol, y no lo volví a ver más. Recibía sus e–mails casi todos los días, me decía que andaba viajando por toda nuestra América, algo cerca pensaba yo, y que había decido quedarse en Colombia, ahora que aquel país estaba en una paz absoluta por así decirlo, y eso de absoluto no es más que una exageración mía. Algún tiempo después me dijo que se había casado con una venezolana que vivía allá, y después que ya tenía hijos, hasta que poco a poco se cansó de escribirme. Mi vida en Huanchaco era apacible. Me había dedicado unos años a la pesca artesanal, y buscando vida social me codeé con algunas personas respetables de aquella pequeña costa, cosa que me aburrió pronto y volví a refugiarme en mi estudio, leyendo y releyendo los pocos libros que tenía. El dinero me era escaso, debido a que no tenía un trabajo, ni lo buscaba tampoco; pronto me di cuenta, un día de aquellos, que no había envejecido. Estaba

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parado en un espejo y veía la misma imagen que transitaba las calles de Trujillo. Fue el momento en que descubrí que el tipo de la biblioteca había dejado algo maldito en mí. Claro que fue lo que pensé, por que era el año 200… y yo debería tener unos cincuenta años y no era de suponer nada, sucumbí a poner a prueba mi vida, y una noche de luna, me dirigí al muelle de Huanchaco y me lancé como un experto nadador de la punta. A sabiendas que podía morir, no hice el intento de nadar, y me quedé esperando la muerte, pero no llegó. Pasé horas y horas metido ahí en esa oscuridad insondable, donde los peces pasaban rozando mi cuerpo, haciendo que yo tenga una sensación de miedo y de asombro, porque llega el momento en el que te das cuenta que el miedo se transforma en fuerza cuando es necesario. No salía del agua, pero tampoco podía ver nada, ser inmortal no implica que tenga ojos de nictálope. Al cabo de un tiempo, salí por la orilla de Huanchaquito, y caminé directo a mi casa, con un aspecto de hombre marino, con algas que fui sacando mientras caminaba; entonces sonreí y después di carcajadas y algunas personas que pasaban se horrorizaron al verme de esa manera y eso me hizo sentir un hombre temible. Al llegar a casa, consciente ya de mi inmortalidad, decidí abandonar aquel lugar de vida solitaria, marcharme, a hacer de las mías por otros lugares. Se imaginan ese momento, podría hacer lo que yo quisiera, nadie podría detenerme, me dispararían y las balas traspasarían mi cuerpo como si fuera un fantasma, los venenos sólo serían aires olorosos para mis pulmones; yo sería el hombre indestructible, no me importaba qué me había vuelto así, sabía que tenía algo que ver con el tipo de la biblioteca, pero ya no me importaba nada, yo era invencible. Estaba en un estado de locura que no calculé los cosas más

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pequeñas, y mi ambición me llevó a cometer acciones de las cuales después me arrepentí. Al marcharme de Huanchaco, me instalé en Trujillo dispuesto a vivir unos años y jugar un rato con mi nueva vida. Primero pensé en ser alcalde de la ciudad, luego me dije que un cargo público, sería muy complicado para un inmortal, entonces caí en la cuenta que necesitaba dinero. No quise comprar una casa para no tener una residencia fija. Alquilé una habitación en un hotel que quedaba cerca de la avenida América sur, el nombre no lo recuerdo. Una noche salí a hacer de las mías y esto lo hice movido por la necesidad. Decidí extraer dinero de un cajero automático, me valí para ello de una luz autógena y algunos instrumentos que yo supuse necesarios, ustedes se imaginarán: martillos, taladros y otras cosas que no vienen ni al caso mencionarlos, pero sobre todo se imaginan la estupidez de mis actos para resolverlo todo, movido por el sentimiento de que nada me era imposible de lograr. Rompí con las manos los vidrios de la entrada, y nadie se percató de aquel ruido; sangré poco y luego, como es obvio, se me regeneraron las heridas en un abrir y cerrar de ojos. Entré, y con la luz autógena hice de las mías y extraje todo el dinero que había, guardándolo en mi mochila (¿ya dije que había llevado mochila, verdad?). Dejé todo en el lugar, y me fui campante por el centro de la ciudad con mi mochila directo al hotel. Al caminar un cuadra o más, encontré una camioneta de policía, habían dos, y uno me miró y encontró en mí cara de sospechoso; procedió a bajarse de la camioneta y me ordenó que me detenga, cosa que no hice y seguí caminando; el policía corrió y me ordenó otra vez con más

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fuerza que me detuviera, lo cual hice. Lo miré con una cara de experto malhechor que quiere amedrentar a la ley; me hizo una serie de preguntas que yo no respondí, entonces decidí usar mi infinita vida, y me acerqué a él en tono amenazante; el otro policía que permanecía dentro de la camioneta, era un simple espectador. Cuando estuve cerca de él, tan cerca que podía oler su miedo, me disparó sin que yo me diera cuenta; yo sonreía, la bala me había atravesado el abdomen sin que yo sintiera el mínimo cosquilleo. El policía quedó atónito; entonces me acerqué al vehículo, le quité el arma y lo maté. El espectador de la camioneta no se pudo mover, había visto todo, el disparo en mi abdomen y la fulminante muerte de su compañero. Me acerqué corriendo y le disparé. Desperté en mi habitación de hotel. La mochila estaba tirada en el suelo, me miré en el espejo y me sentí insuperable, invencible, inalcanzable, inmortal. Ahora qué me depara toda esta maldición. Podría tener miles de vidas, tener miles de hijos, miles de mujeres, podría ser el dueño del mundo, podría escapar a otras galaxias si lo quisiera, nada me detendría. Pensé en lo estúpido que había sido el tipo de la biblioteca al pasar su vida atendiendo gente que lee, y no hice más que reírme y pensar en los seres inferiores que caminaban afuera, por la ciudad. Yo era un dios, yo era todo, nada acabaría para mí, nada, nunca, nada.

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DE UN LIBRO O MÁS

Si escribo es para no volverme loco. (Un pata de mi cuadra)

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(Cerca de una iglesia) Miguel se desvivía acomodando los libros cerca a la iglesia de Luden, pero quién sabe si desviviéndose lograría que quedaran presentables. Pues no, pero igual siguió ataviando, tratando de contrastar los colores de las portadas; el frío de las tardes de invierno le iba anunciando que era hora de marcharse a casa. De regreso, estuvo pensando en su vida, en su edad, que era la edad media del promedio de los hombres del mundo, una edad normal, pero pensó también en su trabajo, comenzó a sacar cuentas y dio con que ganaba lo suficiente, no podía quejarse, hasta pensó que ganaba más que si en su momento hubiese seguido la universidad y todo lo que conlleva a ello, pero al mismo tiempo cayó en la cuenta que no dejaba de ser un ambulante, y la congoja lo tiró en su cama, y el insomnio lo dejó despierto toda la noche. Al día siguiente, la rutina: sacar los libros, echarlos al suelo, tratar de acomodarlos, hablar con los potenciales clientes, alumnos de la universidad, algunos profesores, y ciertamente Miguel conocía a casi todos ellos, había estado estudiando allí, pero pasaron muchas cosas de las que no se puede arrepentir ahora. Las cosas están mal, las cosas nunca me han ido bien, si bien no tengo problemas económicos ahora, no es lo que yo quiero para el resto de esta vida, no quiero pasármela

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todo lo que resta aquí, tendiendo libros, convenciendo a la gente para que los compre, pero qué hacer, no puedo dejar de trabajar, al menos es lo único que tengo por ahora; por otro lado esta mi hijo, mi hijo… sino fuera por él me iría, a su madre nunca la he querido, lo malo es tenerla que ver todos los fines de semana, horrenda, con sus greñas que se le escapan por todos los lados y pareciese que tuviera una medusa en la cabeza, y esos ojos redondos como dos canicas marrones, no sé por qué llegué a tener un hijo con ella; después se volvió un esperpento, empezó a engordar, se descuidó, y me echaba la culpa de nuestro hijo, como si alguien tuviera la culpa; un hijo no es una culpa, maldita sea; pero qué importa ella ahora; sí, es cierto, no la quise como debiera, pero tampoco no me era indiferente, quién sabe qué cosas no pasamos; después de todo eso, dejar la universidad, eso sí que me jodió, me jodió más por mis padres que estaban esperanzados en mí, su único hijo, pero esa historia va en otras hojas, mis padres murieron ya hace varios años; yo estoy vivo, o no; yo existo nada más, yo ya ni vivo, qué desgracia es la monotonía, qué aburridos son los días cuando todo se vuelve una misma cosa, cuando ves las mismas caras, las mismas calles, nada sucede y esta iglesia que me vio caminar es la única que me gusta de esta ciudad, lástima todo, todo o nada, creo que todo, porque la nada soy yo, y yo siento lástima de todo lo que me rodea. Pasaron muchos días imaginando las mismas cosas, planteándose las mismas interrogantes, quejándose, ya casi no atendía con cordialidad a los compradores, había dejado de venir diariamente, y sólo lo hacía tres veces por semana. Al cabo de un mes, Delia, un tanto preocupada, y movida por la necesidad, lo llamó. Él se notaba como

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abstraído y triste, le dijo que le daría el dinero, que no se preocupara por eso. Estaré en dos horas en tu casa, y colgó. Pasaron más de seis horas. El sol desaparecía dando paso a la noche. No llegó. Al otro día la mujer llamó otra vez, no contestó; se dispuso a ir a la casa de Miguel un tanto preocupada y otro tanto por necesidad, cosa que después desistió pensando que él iría a buscarla. Miguel no estaba en la plaza, no estaba en su casa, no estuvo en ninguna parte de la ciudad. Habían transcurrido varios días desde su desaparición. Sus antiguos recuerdos empezaron a llegarle poco a poco a Delia. Recordaba cuando iban a la playa, eran mucho más jóvenes por supuesto, nunca intercambiaban palabras, lo que hacían era besarse como cualquier pareja de enamorados, infinitamente sencillos, hasta que el sol otra vez se caía ruborizado por la luna. Pensó si alguna vez lo había amado de verdad, se acercó a un espejo, y notó que todo en ella había cambiado y pensó para sí misma que estaba fea; se imaginó muchas cosas sobre Miguel, de repente había huido de la ciudad con una mujer hermosa y joven, o se había marchado sin pensar en la familia que dejaba. Ella recordaba que él no la había querido, y todas las cosas hermosas que vivieron en aquella playa se fueron desdibujando y sólo caían lágrimas; todo se mezclaba entre recuerdos, lágrimas y frustración. Entonces, el recuerdo bueno fue cubierto por el recuerdo malo y se sentó a llorar en una silla casi toda la tarde como si fuera una muerta esperando por vida. Unos días antes, Miguel estaba sentado en su puesto de libros, imaginando mundos posibles como si no estuviera allí, cuando de pronto un comprador le espetó una grosería; estaba ebrio, había comprado unos libros la semana pasada, Miguel lo reconoció rápidamente, el

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borracho se desternillaba de risa ante la grosería, y se calmó para reclamarle sobre el libro; cuál es el problema, preguntó Miguel. El problema, señor librero, es que este libro que usted me vendió no me interesa, quiero que me devuelva mi dinero. Miguel dio una risita y pensó que era una broma, o que el borracho se marcharía, le pregunto por qué no le servía aquel libro, si su autor fue el más grande escritor de este continente y lo sigue siendo; el borracho se enervó y lo golpeó con el libro. Miguel reaccionó y lo tiró contra el suelo, era algo muy fácil golpear a un borracho; al final el mundo entero, como en el poema Masa, se aglomeró para ver el disturbio. Eso fue el problema fundamental de Miguel, porque no supo en qué momento una turba de colegiales le arrebató los libros del piso. Ahora sí estaba deshecho, no dijo nada y se marchó a pie a casa; estaba tan triste que se quedó dormido en el suelo sin reparar en la hora que era, y empezó a soñar. Y soñó con Dios. Él estaba ahí parado, en medio de la nada, en medio de todo, en medio del universo entero, encima del tiempo, del espacio, del presente, del pasado y del porvenir; vio y supo que era Dios, y Dios le dijo que podía hacerle una sola pregunta, que le respondería una sola, y después despertaría; Miguel pensó en cual podría ser la única pregunta que a él le interesaba, si hubiese sido geómetra, preguntaría sobre el punto y la recta, sobre el polígono de lados infinitos, qué llega a formar una circunferencia; o si hubiese sido algebrista, preguntaría sobre el teorema del absurdo; para alquimista, el cambio del plomo al oro. Poco a poco cayó en la cuenta de que se había estado haciendo preguntas sobre todo, pero para él mismo, pero en la vida real todas esa preguntas no solucionarían sus problemas, que tampoco lo llevarían a ninguna parte, a quién le importaba todas esas cosas, qué importaba si el espacio era infinitamente divisible, qué

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importa si no existe el presente, si sólo existe el pasado y el porvenir; qué diablos es el tiempo, Miguel sólo quería algo normal, algo que va con un hombre que ya no quiere filosofar; sólo le preguntó a Dios, por qué me has escogido a mí para aparecerte en mis sueños, si yo no he sufrido grandes desgracias, ciertamente me han robado los libros, pero puedo empezar de nuevo, tengo algún capital, tengo lo necesario, mis padres murieron por muerte natural, no me han pasado desgracias; entonces dime, por qué estás en este sueño Dios, si yo nunca en mi vida di una oración para ti, nunca hablé bien de ti, he renegado siempre de ti y de todas las religiones que adoran tu nombre, dime por qué. Dios ya sabía lo que iba a preguntar Miguel, lo sabía desde siempre, desde el inicio y desde el fin, porque Dios somos todos nosotros y todos nosotros somos una parte ínfima de Dios. Y le respondió: En realidad no lo sabes, no te imaginarías nunca lo que hago acá; todo lo que te ha pasado en la vida es gracias a mí, eres una suerte de novela que yo escribo y borro cuando me place, eres inmortal Miguel, inmortal en mis libros; mañana cuando despiertes ni siquiera te acordarás de este sueño, ni siquiera sabrás que te llamas Miguel; de repente se me ocurre, que seas rico, y serás rico; de repente se me ocurre que seas un mendigo y lo serás; estoy aquí para jugar un poco, estaba aburrido y decidí aparecer en tu sueño; que pasaría si te revelara los misterios del universo, que pasaría, mañana despertarías, escribirías un libro, te volverías famoso, pero sólo por haber escrito un libro de ficciones, esa es la verdad Miguel; estoy aquí para burlarme de ti, de todo lo que te pasa; recuerdo cuando escribí que tengas un hijo, cuando escribí que mueran tus padres, escribí que vaya ese borracho a molestarte, que te robaran los libros, y tú piensas que estoy aquí porque la has pasado mal, te equivocas Miguel, yo soy la maldad y la bondad, soy todo,

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no puede existir nada sin mí, y todo existe gracias a mí. Miguel, absorto de la burla de Dios, imaginó un mundo donde el hombre no era más que un personaje de novelas y cuentos. Sus problemas se hicieron tan pequeños, que no pensó en ellos y decidió que la muerte sería un camino muy bueno para él. Entonces le pidió a Dios que escribiera su fin, el fin de Miguel–personaje. Dios le contestó que a Él no le gustaba hablar con los muertos.

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1. Apogeo, unidad, amistad 2. Muerte—mental—dolor—felicidad 3. Soledad

Todo escribano se enfrenta a la hoja.

Tiempo, soledad 2, camino.

Camino viaje, vieja, viaje, viejo, nosotros fuimos éramos, soledad 3, amistad, alcohol, arcanos, solitaria manera de acariciar el sueño. Luego vuelven caminando.

Una flor nocturna, garabatea sus silencios, los de antes, los de ayer, los de ahora, en la mesa del viejo cíclope: No somos.

4 dadeloS; ojos féretros de tu luz sin voz, una voz rodea cada caída honda.

Nictálope y Luciérnaga —ya doliste lárgate Son sólo distracción de letras —era la princesa géminis Caminata de tu paso, ya no quiero —a la hora del alba, al cien por ciento Y, ¿el connubio? —son tus malditas alucinaciones Tonterías, tijeras en la cálida proa —no regreses OK.

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FIN Tigres lascivos, y en los ojos del universo: —años nombres en minutos —años camino sin fin —años amor diabético —sodomitas en verano: insectos de luz. Camino sin fin 2, el pez de madera ora de manos atadas, muelle solitario en el puerto, todas las personas y personajes zigzaguean en los muslos, todos entre todos, no hay porque temer, todos en todos.

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METABOLISMO

A Carol Dunlop

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Vete a la misma mierda había dicho la patita (idealizada por el lobo), cuando de pronto se encontraron abrazados a plena luz del día, medio escondidos en las sábanas ahora blanquirojas, porque ya estoy respondió casi a gritos el lobo-lobito, al aparecerle como caída del cielo una sonrisa de niño sombrío, ahora la manera en que la patita cerraba las cortinas era tan especial, y formaba unos locos movimientos en sus muslos, cosa resabida por el lobo, que esperaba cobijándose cerca de sus pies. Y por qué no te me das como cuando…, había sonado el timbre-gritador, que el mismo lobo había construido tiempo atrás cuando no conocía los placeres de la carne, era la manicurista —por antonomasia— que venía a buscar a la patita cada mañana, esta vez el lobo-lobezno no dejaría que abriera la puerta. Se había imaginado ya la cocina sumamente limpia, como la primera vez, y ese olor extrañísimo a pollo re-cocinado, sus mismas pieles quizá. Sí, pero eso fue hace mucho tiempo, sí, y va a volver a ser, dijo entonando y abriendo los ojos hasta parecerse a un caracol de tierra. La patita: Suéltame… que el timbre jode, la sujetó con más fuerza, casi le coloreaba las manos de púrpura, cuando los dos sumidos al sonido del timbre y la fea de la manicurista que esperaba afuera para hacerle todas esas tonterías que le gustaban tanto a las patitas, mani-pedi-ali-pico-CURE. Apareció una palabra que recorría la cama y el resto del lugar, la que era impronunciable entre ambos, por aquella teoría creada, no se sabe si por el peludo o por la

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amarilla, pensaban mucho en el común denominador y era que una de las acepciones de aquella palabra significaba querer, el simple hecho de querer no era importante, claro ¡que no!, jamás, y mientras ellos discutían el timbre daba una tocada de concierto Salvaje, a su propio estilo por supuesto. Primero de agosto, día justificado por la patita para tenerlo dentro, o adentro, o metabólicamente dentro, eso para una patita inocente era justificarse, él estuvo feliz de que fuera y llegara la hora y que sea la cuarta vez: El hecho era bien simple, o le freiría un muslo o le rebanaría un pedazo de pectoral, eso ya lo elegiría ella, la primera vez el lobo ya había disfrutado con locura desenfrenada un buen lomito saltado de uno de sus pechos. Lo bueno siempre fue que patita tenía libros por doquier de cocina, ah, pensaba, como no conozco a Gastón Acurio, el lobito algo adolorido por el corte en su muslo, retiróse a la sala a curarse la herida y a preparar algo de limonada, mientras que ya el timbre… silencio. Luego de aquel deleite, se entregaban en un horrendo y dulce desnudo, eran sus verdaderos cuerpos los que la manicurista una mañana vio y no le importó seguir yendo a hacerle sus bonitas uñas de acrílico.

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OTRA LLEGADA

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Después de tanto caminar por la ciudad, no encontró lugar alguno donde se sintiera a gusto, aunque decir a gusto no sea la palabra más adecuada, es la que se puede decir aquí. La noche pasada, en que llevó a abuela al lugar indicado, lo había dejado sin pensar en nada. Quizá abuela era una persona que no deja que pienses, pero el camino por donde tuvo que llevarla era algo que no podía olvidar. Al esperar el autobús que los llevaría, abuela tenía una sonrisa enorme como de satisfacción por algo que debía hacer y que era inevitable. El camino estaba decorado de tierra y árboles. El autobús pasaría a las 17 horas aproximadamente, hora en la cual el sol ya empieza a ruborizarse de tanto mirarse en el mar. Minutos después, el autobús (con gente desconocida) llegaba sin anunciarse con ruidos. Abuela subió ayudada por él, con la misma sonrisa de la espera. Y seguí caminando, sin encender aquel cigarrillo compañero, porque sabía que era el último, sabía que no lo fumaría, que lo miraría y admiraría aquella forma cilíndrica que tanto había odiado en las clases de geometría del espacio; hubiese calculado su volumen, claro si es que la fórmula aquella se hubiera dejado aprehender. Maldita sea, había dicho el chofer del autobús cuando sintió que unas espinas de huarango pincharon una de las llantas traseras. Abuela, con una sonrisa que me desconcertaba cada vez más, dijo que seguiríamos a pie aquel camino que ella casi me empujaba a recorrer. Bajamos como espectros en pleno limbo, espectros entre espectros, eso parecía, eso lo–la tenía así, caminando por aquellas calles, sin encender otra vez el cigarrillo que

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ahora se había escondido en un bolsillo de la camisa. Por qué abuela fue la que me llamó para acompañarla, eso ya no importaba. Abuela había sido siempre buena con él; cierto era que no habían vivido juntos, sin embargo existía algún espacio cristalino que cubría aquellos conectores; imposible descifrarlo, claro que sólo abuela sabía por qué. El sol se ponía más rojo, mientras que atrás quedaba el autobús con el chofer pateando un árbol que estaba al lado del camino, escupiendo todo tipo de improperios y maldiciendo a su dios por crear árboles como esos que sólo estorban la vida de la gente. Poco a poco dejamos de escuchar todas esas blasfemias, abuela me daba las gracias por estar ahí con ella, yo soy el que puede hacerlo y lo haré abuela, no digas esas cosas que ya pareces un condenador, eres un niño, y por eso te he traído, tendremos que ir a pie, el sol será nuestro amigo y aliado por estas horas, eso cómo lo sabes abuela, no digas nada y ayúdame, estoy tan vieja. Aquí empezaba a quejarse la abuela de todo lo que había acontecido en su vida. Recordaba que tuvo que alimentar a ocho hijos, que estaba cansada, que ahora su último nieto era el que estaba ahí, que algunos de sus hijos murieron en la última guerra del pacífico, y a los otros no los contaba; algunos cuantos tuvieron también sus hijos, y entre ellos estaba él, el menor de todos, quizá el más compresivo, o el más condescendiente con una vieja que estaba ya casi al borde de la muerte, o en la misma muerte. Nadie sabía a ciencia cierta la edad de aquella mujer. Se sabía que era de principios de siglo, pero de cual; la gente tejía historias fantásticas, eran puras habladurías tal vez, no se sabe. Sigamos, prosiguió abuela, a dónde vamos, no lo sé hijo, pero tenemos que llegar. Se dibujaba el sol en el rostro de la abuela, era un rostro decorado de arrugas y unos ojos brillantes que alegraban sus años; su estatura era

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pequeña y corva, no usaba bastón, decía que eso era para viejos; aquel vestido que llevaba ese día no lo puedo recordar, quizá fue floreado, o quizá de enterizo color, un color púrpura de repente. La abuela dijo que dobláramos por un camino que el sol había marcado, eran unos maizales donde, por azar de no sé qué, se habría un surco más grande que el de los demás. La abuela se sentía cansada y no me quedó otra cosa que llevarla entre los brazos. Se quejó de un dolor en el pecho, y su mutismo empezó a llenarme de miedo; me señaló con el brazo que debíamos seguir, avancé más rápido, de pronto me encontré corriendo con la abuela en brazos. En cada surco que cruzaba al lado de nuestro camino, se hallaban peces muertos en un pequeño charco circunscrito a una delicada planta de maíz, y así se iban repitiendo continuamente… Tropezó con el semáforo en verde y casi cae. Se decidió por encender el cigarrillo. Buscó en el bolsillo, pero ya no estaba. Se tomó la cabeza en señal de desesperación. Caminó más rápido, más rápido sin saber a dónde llegar, sin saber si por alguna razón desconocía que el correr lo llevaría a algún lugar seguro, como esa noche en la que estaba tan… Abuela seguía entre dormida y despierta, y me señalaba al final del camino. Los peces fueron alguna anticipación de su hogar: el mar crecía al final de todo, y ya el sol casi se ocultaba. Vi en la abuela una sonrisa pequeña y triste, pero no miraba al mar, sus ojos estaban dirigidos a otro lugar; yo estaba metido en aquel hermoso hallazgo, abuela me dijo que habíamos llegado, y de pronto el final, el final de la calle, él terminaba de correr, cansado se llevó unas manos a los ojos y empezó a llover de todos lados…

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RECONOCIMIENTO DEL PRÓJIMO

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Aquella conversación estaba escrita en jerga peruana y lisuras latinas. No podía ser reproducida porque en el tiempo se había olvidado, pero quedaba también en el infinito como un cuadro más de conversaciones normales y corrientes. Llega un momento en que dices nada se olvida ni se pierde (eso ya suena como Lavoisier), pero no importa. Fue así que la descubrió. Sin darse cuenta, tenía un cigarrillo en la boca y le daba unas caladas que hasta una garganta de fierro se hubiera quejado; claro que para llegar a aquella conversación habían pasado días y días, semanas tras semanas, quizá hasta años en los cuales el mundo prójimo se había convertido en nada más que seres níveos sin rostros, y las cosas, en inimaginables dibujos infantiles hechos con crayones de mil colores, una alteración o una visión perfecta de un ser humano de ojos saltones y a la vez escondidos. Quizás, pero nada puede ser correcto o mentira, sólo puede ser lo que ha visto o lo que quiso ver. Yo pienso, en esta parte, que él sí quería, entonces cómo llegaron a la conversación y después… Todo se había confabulado: la mañana, las horas, el viento, y estaban ahí, ambos con los cigarrillos encendidos, uno mirando y sintiendo un rostro, como no lo había sentido tiempo atrás. Pensó que se había curado y miró la calle asomándose a medias por la ventana, pero todo seguía igual. Entonces ella quién era, por qué podía leer su rostro humano y escuchar sus palabras. Nada podía explicarse, nada hay explicable en el mundo, se dijo así mismo, y encendía otro cigarrillo sin darse cuenta, todo maquinalmente. Luego se acercó otra vez a la ventana

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viendo pasar a dos autómatas de la mano, y ya estaban besándose con un sin sabor de tiempo, con un sabor de humano, con una mirada apagada y otra asustada por el redescubrimiento del mundo prójimo, del mundo sensual de un beso que se esconde como un ángel muerto en la mano de un gigante de mundo autómata. Estuvieron encendiendo cigarrillos hasta el final de la tarde, con un sudor que no había reconocido sino hasta que ella le dijo que el agua era lo mejor que podía haber creado Dios. Pensó en un dios y se sonrojó, porque había tenido problemas con el Big Bang de hace millones de años, un millón de millones es un billón, cuántos años tendrá Dios y por qué no me deja ver a los demás como los veía antes de empezar a quedarme solo, por qué ahora todo era nubarrones chispados de blanco, incognoscibles voces, que se asemejaban más a onomatopéyicas voces de animales muriéndose, pero qué era ella, por qué a ella sí podía reconocerla, por qué su rostro se había dibujado en mi iris, en mi corazón, si es que el corazón tiene algo que ver en todo esto. No lo sabía y no lo sabría nunca. Entonces yo estoy aquí, aquí para decirte que estoy viva, y para encontrarme con las hojas que dejé escondidas en ti, aquella mañana en que no volví a verte, hasta ahora; y como te encontré metido en uno de mis bolsillos, yo ya no pude contenerme más y te busqué… sabías que te busqué porque estoy muerta de amor por alguien que tampoco puedes ver… es alguien que yo sí puedo ver, porque yo si estoy sana, y estoy bien, y sé que sucede allá afuera. Se acerca a la ventana y mira: ve el sol azotando las aceras y a los transeúntes que pasaban caminando rápido como si el fin del mundo viniera detrás de ellos, pero de pronto se paran y nada, todo es normal, todo es común y normal. Así

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lo veo, yo lo veo, no entiendo porque tú no puedes ver nada, pero a mí sí me vez, yo qué soy, yo me iré pasadas las horas, y todo quedará otra vez en ti; no te quiero, pero te ayudo aquí para que me veas, ni yo sé por qué estoy aquí en toda mi realidad, no lo sé, pero tú debes saberlo, tú que no ves nada, tú que ves lo que es y lo que no es, o eso parece ser, yo sólo soy una mujer normal, y no me importa si me contagias aquel mal que tienes, porque para mí tampoco ya nada tiene sentido, nada en este momento, y si tuviera valor, saltaría por esta ventana y no te diría adiós, porque seguro me verás también en ese mundo que has creado o, en el cual, el mundo te ha creado a ti… de repente sabrás que son muertos los que ves, o de repente vivos muertos o muertos vivos, porque acá no hay vivos–vivos ni muertos–muertos, no hay de esas cosas, tú qué vas a saber si tampoco vives, pero sin embargo los ves, y yo sólo veo una tiendita azul al frente, una tiendita normal como en las que he comprado estos cigarrillos, y la señora que atendía tenía ojos y manos y todo lo normal, pero tú me dices que no es así, que ella era blanca como una sábana, cómo sabes que eso se ve así, ¿no has visto mis sábanas entonces?, no has visto nada y sin embargo te empiezo a tener consideración y un poquito de pena, pero me ves y estoy alegre por eso. Una muchedumbre pasaba trayendo encima una negra música. Era un muerto–vivo o un vivo–muerto, podría ser cualquiera, cualquiera de los dos, pero ella no lo sabía. Él miró y vio lo de siempre: blancas imágenes que se quejaban y unos sonidos como de banda fúnebre, que no reconoció hasta que ella dijo que era un entierro, un entierro no es nada, dijo él, mientras se le habían terminado los cigarrillos, y por una especie de milagro

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reconoció el ataúd, era muy oscuro, con bordes dorados casi plateados. No podía creer que aquellas cosas sí las distinguía. Miró hacia algunos lados y empezó a distinguir las aceras, los autos, los postes, y la calle se dibujó toda como en un cuadro, y pensó que se había curado. Se besaron nuevamente en un abrir y cerrar interminable de ojos y de labios, de movimientos incómodos y de sudor cayéndose por todo el mundo de las cosas que aparecían poco a poco. El cigarrillo se dibujó, se dibujó todo ahora, ya nada le era imposible de percibir. Saltó y fue a la ventana otra vez, vio los rostros, los rostros cansados de aquellas personas. Había olvidado también cómo se veía alguien cuando estaba triste y sintió una punzada en el corazón. Después una calma… Me tengo que ir, ¿pero volverás?, no lo sé. Lo tenía abrazado por la espalda y sin poder voltear. ¿Estás bien?, sí. No quería decir que todo podía percibirlo, no quería decirle nada: para qué, por qué. Entonces, en un momento, sintió que un amor de aquellos de infancia le recorría las sienes, las cejas se le caían; cerró los ojos, volteó muy rápido, ella suspiró, pero no quiso abrirlos. ¿Qué te pasa?, nada, qué te pasa, nada... me tengo que ir, por qué, me tengo que ir, y qué te pasa, nada, te quiero, qué dices, no me conoces, no sabes que pasa, te quiero, me tengo que ir, entonces vete, te quiero, me tengo que ir, abrió los ojos muy despacio…

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UNA PLAYA

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Todo se escuchaba entre sus cuerpos, una ola, un susurro de sol a los ojos, el mar, después se entregaban a las arenas como cangrejos que se esconden en hoyos de perfectas circunferencias y nada los separa ni los encuentra. Así parecía redescubrir aquel mundo nuevo, en donde una playa hacía el papel nada santo de espectador y colaborador, eso importaba poco, porque F solía llamarlo la encarnación de las cosas en una pasada mañana de verano, y el Godo sabía que era cierto o al menos entendía que era cierto, y no más, claro, no más, o nomáces, muchos nomáces se nacían ahí entre las manos hechas de arena y una llamada al silencio, una llamada de quién, de algo o de alguien, quizá una llamarada de ambos, una F sumada a un Godo, y con i need you y todo, una llamada de boca de estómago con ventriloquia incorporada, y también llamarada apagada con un descanso y un romper de silencio por el solo hecho de ver el sol, y de decir que tus ojos son como dos retazos de un ángel bello en mitad del cielo, como por ejemplo que se me cae la baba y estoy pegado a ti como siameses que se aman, sin saber que en realidad, y si es que la realidad tiene que ver algo con nosotros o contra nosotros, y el sonido repiqueteante de un cangrejo enamorado asomando las tenazas en el borde del orificio, y la llamada, otra vez las llamas apresuran la fusión de la F con la G, como si fueran elementos de tabla periódica, o peor aun, un compuesto, un Fg, un fegodio o un feag, qué es eso de un fierro de plata I, con toda y su nomenclatura stop, o como si vinieran a llevarse las letras del alfabeto y ya no tenga como escribir, y me borren tus

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recuerdos y los de la playa, y nada más que pantalla en blanco y ojos blancos, ni siquiera rojos, puro blanco nada más, nadamáces de otros nadamáces que se hunden en tus muslos cubiertos de tela azul y mis manos arrugando esa tela, y la canción de siempre, la misma canción que escuchas y que no paras de escuchar hasta que la entiendas al revés y al derecho, creyendo firmemente en la antropología (por iniciativa roja), y en la igualdad de “tus” clases sociales, mezcladas con una envidia sana y a veces con un recuerdo de falos caminantes y consanguíneos que rondan cuando estás triste y la playa ya no sirve de nada, yo ya no sirvo de nada, o servía, porque eso fue hace tiempo, y eran los dos, nada más que ellos, aclaro que también estaba el espectador, el único sitio del mundo para los dos, y un muelle de la guerra del pacífico que se mantenía en pie, más en pie que lo nuestro, o que lo suyo, da igual, da lo mismo que sea lo suyo o lo nuestro, porque todos somos, pero no los mismos, de repente estés ya en Québec (se iría sin el Godo, si es que éste fracasaba…), y yo, aquí en medio de la inmundicia, escribiendo algo que nunca leerás, y debes estar feliz, con tu gringo al lado, mientras yo no tengo ni para pagar la renta del mugroso cuarto que me cobija , claro que eso es ahora Michelle de los Beatles, mujer sensual de otra era, ronda de hermandad y de alguien que ama en tercera persona, o singular movida en la noche, cuando terminamos de irnos a otro lugar pasados unos años y estábamos viendo un televisor que sonaba a lo lejos y era en blanco y negro, y me dijiste que era mejor, porque no veías muy… pero que usabas lentes de contacto o usas, y yo ya no entendía nada, ni siquiera el televisor, y dónde quedó lo de la playa, quedó ahí en ese año, en donde nos conocimos y nos amamos como dicen los de la primera salida, pero no fue la primera, la segunda o la tercera, o quizá hasta la cuarta, claro que para ti importaba todo,

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hasta la manera de caminar, y ahí yéndonos agarrados de la cintura uno del otro, mirando hacia delante, y caminando por el viejo muelle de la guerra del pacífico, más viejo que hoy día, ese día estaba más viejo que ahora que ya no existe, que ya se lo llevaron a pedazos, que se pudrió más, que ya no puede ser más viejo, porque ya casi no existe, y cuando casi no existes, ya eres casi un inmortal (muchos casis), entonces el muelle también es inmortal como nosotros y nada más que un inmortal sin vida, y sin existencia, y avanzábamos y no veíamos más que nuestros pies uno al compás del otro, como si fuéramos un humano de cuatro piernas, como siameses, claro, así éramos, pero pegados de otra cosa, todo distinto de cuando huiste de mí en el muelle de Cerro Azul, huiste porque te traté mal, mal, mas pasaron muchos años, y este muelle que ahora se fue al diablo y nosotros también nos fuimos de alguna manera al diablo, como si al diablo le importaran nuestras cosas, como si el diablo fuera tan estúpido de amparar personas como nosotros, qué carajos le importa a él, a él le importa todo menos esto, le importa la paz y la guerra, los muertos y los vivos, no un par de imbéciles que se creen inmortales, nada de eso, nada de aquí hasta la Patagonia y sí, nadas tú porque tú fuiste la que me salvó cuando casi me ahogo por una maldita ola que estaba aterrorizada de nuestro amor, una ola que se quería vengar de mí, por enamorarme así como una vez ella se enamoró y seguro que quiera salvarme, pero de repente ya nadie sabía quién salvaba a quién, o tú o la ola, o la maldita manía de darte ese beso con sabor a gracias y a adiós de “para siempre”, se acabó, aquí termina todo porque ya no sé qué me pasa, porque sin inmortalidad yo no puedo enamorarme, y tú diciendo que también eres-somos inmortales, entonces los dos se van corriendo uno detrás de otro, uno alcanzando al otro como si fueran dos

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gatos en pleno desierto, y el primero sea el gato que, sin consentimiento de la gata, le hace el amor y corre, así parecía todo eso, y de pronto llegamos al final del muelle, y ya estábamos en plena calle, calle–playa también, porque de todos los lados se miraba el mar, el viejo hotel, otrora el mejor de todo el sur, claro que en los principios de 199…, y así y nada ya por la avenida principal, ya ahí era otra cosa, ya ahí nada acaba, ¿y si terminaba?, pero cuando estábamos en el centro del país, comiendo truchas fritas, ahí sí se terminaba todo, porque el hotel éste era cualquier cosa menos hotel, era una porquería con camas y ventanas, pero no importaba, estábamos juntos, otra vez en cualquier parte, y tú ya eras mayor, y claro que yo también y era otra cosa, nada que ver con los que cruzaban el muelle, ahora ya todo era distinto, eso decías cuando me escribías, y después ya estábamos hablando sobre lo que querías hacer por tu vida, mientras yo no te decía nada, es que no podía explicarlo y ahí sí que se armaba la de nunca acabar, porque yo llegué a la conclusión que mis problemas eran puramente existenciales, y tú querías tener hijos y tener un trabajo con tu casa, con tu auto, y así vivir, mientras yo quería irme del país contigo, y hacer dinero, para vivir la vida en cualquier parte del mundo sin que se acabe nada de nada, pero tú no, dale que dale con los hijos, y nada, ahí se acababa, cansados, mirándonos como si fuéramos a morir saliendo de la concepción del silencio, como si ya nada para nosotros empiece ni acabe, y ahí estaban los tres, con habitación de espectador, y unas conversaciones que nadie hubiese querido escuchar, y a la hora de entregarse, era todo calma, todo mirada y besos tibios como leche recién salida, sin movimientos bruscos, con mirada de ternura, llanto, con versos de poetas que quién sabe si han existido o no, pero que ahora estaban escribiendo sobre su orejita un arropamiento de sonetos,

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saliendo de unos labios casi color sangre que teñían el uno al otro, se amaban como yo no he podido ver nunca, con calidad, quizá con miedo, con asco, con dolor, con todo, con final feliz y con final amargo, con soledad, con recuerdos asquerosos, con recuerdos lindos, con pensamiento en otro lados, pero con mirada, y con inconclusa pero satisfactoria enumeración…, y se acabó la avenida principal, se miraron, se dijeron adiós o hasta mañana, el adiós se lo dijeron después, y se dieron su adiós y el hecho de darse era el mismo hecho de quitarse, quitarse uno de otro, al final del camino, del camino, qué camino, ya nada queda por aclarar, salvo que me da tristeza pensar que se separaron, me pongo a pensar en aquella playa, y ya no me importa, y si regreso en el tiempo, y si vivo para siempre en el recuerdo, o muero para siempre en el recuerdo, o las dos cosas juntas, las dos cosas, morir y vivir con los recuerdos, ya de nada serviría, o de nada importaría, ya de nada, a la gente sensata no le importaría, porque le quitaría tiempo para sus cosas reales, y ya mejor fin.

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ÍNDICE

9 / guerras y reloj

17 / puente palomino

21 / un tipo de una biblioteca

37 / de un libro o más

45 / 533

49 / metabolismo

53 / otra llegada

59 / reconocimiento del prójimo

65 / una playa

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