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“Proceso”, crisis y transición democrática / 1 Oscar Oszlak (compilador) Centro Editor de América Latina Este material se utiliza con fines exclusivamente didácticos

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  • Proceso, crisis ytransicin democrtica / 1

    Oscar Oszlak(compilador)

    Centro Editor de Amrica Latina

    Este material se utiliza con finesexclusivamente didcticos

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    NDICE

    Introduccin7Oscar Oszlak

    I. Democracia en la Argentina: micro y macro ....................................................................... 13Guillermo O'Donnell

    II. Privatizacin autoritaria y recreacin de la escena pblica ............................................... 31Oscar Oszlak

    III. Organizaciones corporativas y proceso democrtico .......................................................... 49Emilio J. Corbiere

    IV. El Proceso de Reorganizacin Nacional y el sistema jurdico ........................................ 61Enrique Groisman

    V. Independencia, autogobierno y asociacionismo de los jueces: por una prcticajudicial alternativa............................................................................................................................... 69Roberto Bergalli

    VI. Cultura y poltica en la transicin democrtica 102Oscar Landi

    VII. Algunos aspectos centrales de la cuestin universitaria en laArgentina de hoy................................................................................................................................ 124Enrique Oteiza

    VII. La concertacin social; una perspectiva sobre los instrumentos de regulacineconmico-social en procesos de democratizacin ......................................................................... 136Mara Grossi y Mario R. Dos Santos

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    CAPTULO IDEMOCRACIA EN LA ARGENTINA:MICRO Y MACRO

    Guillermo O'Donnell

    Advertencia

    Este ensayo es breve y provisorio anticipo de un libro que tal vez algn da escribir, acerca delcotidiano en Buenos Aires durante los aos ms represivos del rgimen que hoy se derrumba. En las pginasque siguen no oculto su carcter subjetivo y testimonial, a la vez que no renuncio cientista social al fin asugerir algunas relaciones que me parecen importantes, tanto prctica como tericamente. Tanto en unocomo en otro aspecto no ignoro, ni pretendo atenuar, polmicas implicaciones.

    Esto no se debe slo a las caractersticas del tema. Tambin surge como tema de reflexin que aquslo puedo dejar apuntado de la particular problematicidad del conocimiento de lo social bajo un rgimendecidido a suprimir, brutal y sistemticamente, buena parte de la informacin disponible, u obtenible, encondiciones de razonable libertad. Entre muchas otras consecuencias, en mi experiencia al menos, talescircunstancias plantean cruciales preguntas acerca de los modos y posible validez de los intentos de descubrirsituaciones y procesos para los cuales los modos habituales de investigacin han sido hecho impracticables.Asimismo, situaciones lmite como las vividas durante estos aos muestran a cualquier estudiorazonablemente atento y autocrtico, si no la inutilidad, la insuficiencia de los conceptos con que uno semaneja habitualmente en las ciencias sociales incluso, por cierto, los relacionados con la problemtica delautoritarismo. Por lo menos, en situaciones extremas como las vividas recientemente en la Argentina, enparte por imposibilidad de acceder a datos ms agregados, pero tambin, obedeciendo a una autnticanecesidad intelectual, no solo a m ha ocurrido prestar mucha ms atencin a los contextos micro de lavida social las texturas celulares del cotidiano para, a partir de ellos, intentar trazar sus relaciones con losgrandes escenarios de la poltica y el Estado. El presente ensayo es un primer esbozo en esa ardua pero meparece indispensable direccin.

    Otra consecuencia es que, tratando de trabajar en tales circunstancias uno no puede sino hacer, yhacerse a s mismo, mucho ms explcitos los valores en base a los cuales, y por los cuales, aun parecereivindicable (aunque por un tiempo solo pueda serlo en los pequeos crculos que de alguna formasobreviven a la represin) la legitimidad de una prctica intelectual como sta.

    En estos das de celebracin del derrumbe de ese rgimen maldito, tal vez no est de ms tambincompartir preguntas acerca de las marcas, no todas ellas fcilmente visibles, que han dejado aquellos aos, ylas consecuencias que ellas pueden tener para la consolidacin de la democracia en la Argentina. Con esaintencin publico estas pginas.

    I

    En estas notas discuto algunos aspectos de la vida cotidiana de la Argentina entre 1976 y 1980.Como ya seal, los que vivimos en esa Argentina lo hicimos de manera que la situacin imperante haca yme temo, hace imposible reconstruir globalmente de forma razonablemente fehaciente. Aunque por eso porque, por ejemplo, las encuestas que supongo se tomaron fueron y siguen siendo, como tanta otra cosa,SECRETO DE ESTADO no puede aducir datos suficientes como para corroborar mis impresiones1, creo que 1 Los que estbamos realmente en contra de lo que estaba ocurriendo (por realmente quiero decir incondicional yglobalmente, no slo descontentos por tal o cual aspecto de ese rgimen) adoptamos curiosas maneras de, primero,sobrevivir y, segundo, de no volvernos creo que literalmente locos frente al extremado aislamiento a que uno seautocondenaba con tal oposicin: una de esas formas fue la que adoptamos mi mujer Cecilia Galli y yo: hacer unaproto-investigacin sobre diversos aspectos del cotidiano en Buenos Aires. Digo que fue una proto investigacinporque realizamos entrevistas con personas de diversos sectores y actividades sociales que bajo las circunstanciassentimos que podamos entrevistar, sin pretensin de representatividad de esa muestra simplemente, entrevistamos aaquellos que no nos asustaba demasiado entrevistar. Hicimos adems otras cosas: nos asomamos, con debidadiscrecin, a diversas instituciones educativas y organizaciones profesionales; lemos (y, colmo del masoquismo, nosimpusimos ver y or por televisin) los discursos y gestos de los personajes del rgimen, y la autovisin de ste en supropaganda. Tambin condenados a una microfenomenologa del cotidiano, simplemente miramos, con la lupa de

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    vale la pena discutir algunos temas que pueden tener sutiles, pero probablemente importantes consecuenciaspara el futuro.

    Algunas caractersticas del perodo inaugurado en marzo de 1976 ya han sido sealadas y analizadas.Una, su fenomenal represividad, no slo en trminos de la cantidad de horrores que infligi sino tambin porsu carcter terrorista y clandestino. Otra, el sentido poltico, e histricamente vengativo, contra la Argentinaplebeya-populista e inmigrante de las ltimas dcadas, que tuvo la poltica econmica y social de esosaos2. Estas son, por cierto, caractersticas cruciales de los que hizo y se intent desde ese rgimen. Hay, porlo menos, una tercera que me parece no menos importante. Pero, tal vez porque transcurri en planos menosespectaculares que los anteriores, ha merecido menos atencin. Esta es el sistemtico, continuado y profundointento de penetrar capilarmente en la sociedad para tambin all, en todos los contextos a que la larga manode ese gobierno alcanzaba, implantar el ORDEN y la AUTORIDAD; ambos calcados de la visin radicalmenteautoritaria, vertical y paternalista con que el propio gobierno y el rgimen que se intent implantar en susmomentos ms triunfales se conceba a s mismo. Este intento, no menos que la particular destructividad dela poltica econmica, es lo que acerca la Argentina a Chile y Uruguay contemporneos, y lo que distinguenuestro pasado cercano con autoritarismos ms mitigados, como el de Brasil post-1964 e incluso Argentina1966-1972. La perversa combinacin entre lo que pas antes de marzo de 1976 y la furiosa paranoia de losentonces ganadores, llev al diagnstico de que era todo el cuerpo social, aun en sus tejidos msmicroscpicos, que haba sido infectado por la subversin (sospecho que pocas veces en la historia laextrema derecha ha machacado tanto como durante esos aos con sus tpicas metforas organicistas). Elcaos, la subversin y la disolucin de la autoridad no slo haban ocurrido en los grandes escenariosde la poltica y en las acciones de las organizaciones guerrilleras; esa enfermedad tambin exista, y desdeall haba alimentado aquellos sntomas ms visibles, en casi cada rincn de la sociedad. De esediagnstico naci un pathos microscpico, apuntado a penetrar capilarmente la sociedad para reorganizarlaen forma tal que quedara garantizada, para siempre, una meta central: que nunca ms sera subvertida laAUTORIDAD de aquellos que, a imagen y semejanza de los grandes mandones del rgimen, tenan en cadamicrocontexto, segn esta visin, el derecho y la obligacin de MANDAR. Si desde el aparato estatal se nosdespoj de nuestra condicin de ciudadanos y se nos quiso reducir, por los mecanismos del mercado, a lacondicin de obedientes y despolitizadas hormigas, en los contextos del cotidiano el de las relacionessociales y los patrones de autoridad que tejen la vida diaria se intent llevar a cabo una similar obra desometimiento e infantilizacin: los que tenan derecho a mandar, mandando despticamente en la escuela,el lugar de trabajo, la familia y la calle, los que deban obedecer, obedeciendo mansa y calladamente,uniformados en la aceptacin de que aun el mando ms desptico estaba hecho, igual que el del Estado, parabien de los que as obedecan porque si no era as, no se podra separar el trigo de los mansos de la cizaade los subversivos y porque, adems, haba quedado fehacientemente demostrado que la insolencia de losinferiores slo llevaba al caos. Esta visin de la autoridad no poda ser ms vertical, autoritaria y negadorade la autonoma de los que pretendi someter ni, a pesar del tono paternalista con que revesta susargumentos, poda ocultar la inmensa violencia no slo fsica en que se sustentaba. As casi perdimos elderecho de caminar por la calle si no vestamos el uniforme civil pelo corto, saco, corbata, coloresapagados que los mandones militares y civiles consideraban adecuado. As pas a ser altamenteaconsejable no ser diferente ni dar opiniones poco convencionales aun sobre los temas aparentemente mstriviales. As, tambin, fue anatema en las instituciones educativas preguntar, dudar y hasta reunirse por partede los que slo tenan que aprender pasivamente, y en muchos lugares de trabajo (incluso, por supuesto, perono slo en las fbricas), entre esa coaccin y la del creciente desempleo, fue perseguido todo lo que no fuera,

    nuestra preocupacin por encontrar all ciertos impactos de los horrores y terrores del rgimen, la calle y diversasactividades profesionales. Adems, Cecilia, con su condicin de mujer y con su obvio acento extranjero, se permitihacer preguntas inocentes sobre lo que haba pasado y estaba pasando en nuestro pas, a mozos de bar, taxistas,empleados de almacn, kiosqueros y esa mirada de pequeos-grandes personajes del cotidiano de Buenos Aires. Deesta masa de informacin que an no hemos logrado digerir, ni intelectual ni emocionalmente represivo. Estaexcepcionalidad no deriv slo de la violencia fsica ejercida por ese rgimen, sino tambin del propsito de modificarradicalmente, en direccin convergente con sus propios patrones, las relaciones de autoridad en la sociedad. El presentetexto est basado en algunos aspectos en que nos sensibiliz esa proto-investigacin; tal vez algn da podamos escribirel libro que destile mucho ms globalmente estas experiencias.2 Entre los trabajos publicados sobre el tema me parece particularmente iluminante el de Jorge Schvarzer, Martnez deHoz: la lgica poltica de la poltica econmica, Ensayos y Tesis CISEA, Buenos Aires, 1982. Un intento temprano dediscutir estos temas lo hicimos con Roberto Frenkel en Los Programas de estabilizacin convenidos con el FMI y susimpactos internos, Estudios CEDES, Buenos Aires, 1978; algunas de esas discusiones las retom en Fuerzas Armadasy Estado Autoritario, en Norbert Lechner, comp., Estado y Poltica en Amrica Latina, Siglo XXI, Mxico DF, 1981.

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    igual que en los otros contextos, la obediencia del sometido. Incluso en la familia: en parte porque, comoargumentar abajo, ese pathos autoritario encontr ecos importantes, en parte porque muchos padressintieron que retomando el mando para garantizar la despolitizacin de sus hijos los salvaran del destinode tantos otros jvenes, nuestras entrevistas con psicoanalistas y psiclogos sugieren que se acentuaronfuertemente los rasgos ms represivos e infantilizantes de muchas familias (modelo patriarcal sobre el cual,por otra parte, machacaron la propaganda oficial y la comercial3). No vale la pena siquiera mencionar lo quese hizo con todo lo que sonaba a hippie, a droga (comenzando por la marihuana, esa terrible arma de lasubversin contra la civilizacin occidental y cristiana) y a perversiones sexuales.

    II

    No quiero ni vale la pena hacer aqu un inventario particularmente horrible. El punto al que querallegar es que todo indica que en esos intentos el gobierno logr considerable xito. Ese xito no consistislo en que muchos nos sometimos, callamos, disfrazamos y disimulamos frente a esa enorme presin paraque pareciramos infantes obedientes, uniformados y callados, dispuestos a dejar a los que saban (en laeconoma y en la administracin terrorista de la violencia y tambin en la calle y en tantos microcontextos)ocuparse de lo que, a la larga, iba a ser el bien de todos y que tena que comenzar por colocar todo en sulugar, desde la mujer en la casa y los ex ciudadanos trabajando afuera, hasta militares y cadavricosoligarcas mandando. El problema y a esto apunta mi argumento fue que la presin para aceptar tamaainfantilizacin fuera tan enorme. Pero no bastaba, no hubiera bastado jams, con los militares o losfuncionarios de ese gobierno; ni aunque con fenomenal pathos autoritario stos hubieran llegado a controlartan capilar, prolija y detalladamente tantos comportamientos. Para que eso ocurriera hubo una sociedad quese patrull a s misma: ms precisamente, hubo numerosas personas no s cuntas pero con seguridad nofueron pocas que, sin necesidad oficial alguna, simplemente porque queran, porque les pareca bien,porque aceptaban la propuesta de ese orden que el rgimen victoriosamente les propona como nicaalternativa a la constantemente evocada imagen del caos pre-1976, se ocuparon activa y celosamente, deejercer su propio pathos autoritario. Fueron kapos4 a los que, asumiendo los valores de su (negado) agresor,no pocas veces lo vimos yendo ms all de lo que ese muy autoritario rgimen demandaba.

    No es fcil ni simptico plantear esta cuestin, pero me parece que la cuestin de la democracia enla Argentina, como en todo caso pasado y futuro donde semejantes atrocidades han sido cometidas tambinpasa por el doloroso momento de reconocer que no hubo slo un gobierno brutalmente desptico, sinotambin una sociedad que durante esos aos fue mucho ms autoritaria y represiva que nunca y que nofueron pocos los que determinaron que as fuera. Igual que con los muertos y los desaparecidos, estosmicrohorrores slo pueden ser ignorados pagando el precio individual y colectivo de toda negacin: nopoder mirarnos en el espejo de lo que somos y, por lo tanto, fugarnos de la posibilidad, dolorosa perocreativa, de reformular identidades y valores que eviten la repeticin de nuestros lados ms destructivos.

    Tal vez sea exageracin. Tal vez me haya callado demasiadas veces durante nuestras entrevistas, porobligacin metodolgica y por temor, y tal vez haya odiado demasiado el sadismo de los kapos que 3 Con Cecilia nos llam la atencin la frecuencia con que ambas publicaciones reproducan una escena tpica, que talvez destile mejor que ninguna otra la autoimagen preferida de ese despotismo. Esto es, un hombre perfectamentevestido segn los cnones que se impusieron en la poca, volviendo a su casa despus del trabajo, cansado, pero feliz,recibido tiernamente por su esposa, no menos feliz de haberse quedado en casa, limpiando, atendiendo a los nios ycocinando. Otro personaje de esa escena es algn anciano/a, abuelito/a, buensimo y reverenciado, portador de laimagen de un pasado ms antiguo que el reciente, y en el cual esa deliciosa familia entronca su sentido de continuidad.Y, hacia abajo, absolutamente ningn joven imagen subversiva cuidadosamente eliminada. Slo nios de corta edad,sonrientes, limpsimos y, por supuesto, totalmente obedientes.Suponiendo que la reiteracin de esa imagen prototpica en la publicidad comercial tena que obedecer a instruccionesdel gobierno, entrevistamos a algunos publicitarios. Mediante ellos, aparte de las prohibiciones moralizantesimpuestas a la televisin que no obligaban a restringirse a aquella imagen nos enteramos con profunda sorpresa, y aunms profunda preocupacin, que las propias empresas pedan es escena social y psicolgicamente regresiva; segn ellas,asistidas por sus investigaciones de mercado, era la situacin que ms ayudaba a vender sus productos. Irnicamente, lapublicidad que ms frecuentemente rompa ese esquema y hasta mostraba jvenes era la de algunas filiales deempresas multinacionales, que reproducan los paquetes publicitarios importados de sus matrices.4 Kapos fueron, en los campos de concentracin nazis, prisioneros que, en plena identificacin con el agresor, eranencargados de diversos aspectos de la disciplina del campo. Los estudios y memorias de sobrevivientes insisten queaqullos fuero no pocas veces aun ms crueles que los S.S., y aplicaban aun con ms rigor que stos los reglamentos delcampo.

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    encontramos en nuestra proto-investigacin y con los que tropezamos cada da, porque as era el cotidianodurante esos aos. Tal vez sea exageracin, pero sera aun ms exagerado y mucho peor que, proyectandotodo hacia ese rgimen maldito, nos excusramos de mirar, y tratar de entender, lo que sucedi en lasociedad argentina. Durante esos aos se me presentaba recurrentemente una metfora que creo sigue siendovlida: que la implantacin de aquel despiadado autoritarismo en la poltica soltaba los lobos en la sociedad;no era slo lo que el gobierno expresamente incitaba sino tambin ms sutil y poderosamente el permisoque daba para que no pocos ejercieran sus minidespotismos frente a los trabajadores, estudiantes y toda otraclase de subordinados incluso transentes e hijos, para no hablar de lo que ms tarde, siguiendo unalgica terrible, se mostr que poda hacerse con soldados. Los que no quisimos o no pudimos ejercer esetipo de poder aprendimos, por la ausencia de un contexto general razonablemente democrtico: quedar amerced de los lobos porque no tenamos ningn derecho, y si alguno tericamente nos quedaba, no tenamosante quin recurrir para hacerlo valer. A partir de eso, y del pathos mandn y omnipotente que exudaba elrgimen, nuestra sociedad, puntuada por kapos en sus contextos y por el patrullaje de comportamientos quemuchos voluntarios hicieron en los lugares pblicos, se someti al despotismo estatal, algunosasumindolo como propio y otros sufrindolo en rabioso silencio. Jams sabremos cuntos fueron unos yotros, pero seguramente no fueron pocos, ni unos ni otros.

    III

    Ahora que, finalmente, ese rgimen ha entrado en vertiginoso colapso, es que tantas veces calladasvuelven a orse, y que se recomienza a ejercer la libertad de ser diferente, es importante reconocer el nadadespreciable xito que el rgimen logr en este y, me temo, el grado tampoco despreciable en que esosxitos no han sido revertidos. No es slo ni tampoco que tantos kapos, esos microdspotas, continan en sulugar. Tampoco es slo que muchos se negaron absolutamente a saber lo que estaba pasando con larepresin, o de atribuirla a malevolentes rumores, o cuando no haba posibilidad de negar ciertos horroresde culpar a las vctimas de esa terrible condena implicada por el Algo habrn hecho que tantas veces sedijo durante esos aos ecos, todos stos, de cosas que uno se permite creer, hasta que una vez se llega aconfrontarlos, que no slo ocurren en otras partes del mundo. Tampoco se trata de que no pocos de aquelloskapos y esos negadores, con la apasionada sinceridad de quien necesita inconsciente no haber tenido nadaque ver con lo que ya nadie puede defender, hoy sumen su furia contra el rgimen por el desastre econmico,por las Malvinas y por la corrupcin de los militares como si slo eso hubiera ocurrido.

    Adems se trata, y para nuestro futuro creo que ms fundamentalmente, de la persistencia depatrones extremadamente autoritarios en nuestros microcontextos, de la actitud mandona, y omnipotente queen muchos de ellos se conserva, de la fuerte intolerancia subsistente respecto de la vestimenta, la sexualidady los gustos de otros, y hasta de la negacin del derecho de preguntar, exigiendo razonable fundamentacin,por el sentido de las rdenes del superior entre muchas otras cosas, y como cpsula de ellas cargada,adems, de consecuencias para el futuro, creo que no se advierte suficientemente el grado en que laconcepcin prevaleciente de la autoridad en la educacin es inslitamente represiva, disciplinaria y finalmente violenta contra los pobres educandos, desde la escuela primaria hasta la universidad.

    Lo dicho hasta ahora genera dos preguntas importantes, que aqu quedarn slo planteadas. Laprimera se refiere al por qu del no insignificante xito logrado en hacer tanto ms autoritaria nuestrasociedad. Sobre esto como en su momento lo fueron similares preguntas respecto de la desfascistizacin enEuropa nos cabe la responsabilidad de no lanzarnos a respuestas fciles; la respuesta ms obvia, y msescapista, sera proyectar toda la responsabilidad hacia los gobernantes de los ltimos aos (lo cual noimplica dejar de atribuirles la inmensa responsabilidad que tambin en este plano les cabe). Por otro lado, porunos cuantos aos la victoria ideolgica de ese rgimen fue encerrar a muchos en el dilema de aceptar elorden que ofreca, o el progreso al caos anterior al golpe de 19765. En la medida en que as fue, en un 5 Una abrumadora mayora de nuestros entrevistados (aproximadamente 90%) mostr claramente el gancho subjetivoen el cual el discurso estatal se apoy para, por varios aos, imponer ese falso pero eficiente dilema. Entrevistados delas ms diferentes posiciones y actividades sociales, as como opiniones polticas, escogieron espontneamente los aosinmediatamente precedentes a 1976 como el perodo que los invitbamos a establecer para compararlo con sussensaciones de cmo vivan, y cmo estaban las cosas en nuestro pas, en 1979 (ao en que condujimos la mayor partede esas entrevistas). La eleccin de aquel perodo fue hecha, en la mayora de los casos, como recuerdo de lo que esaspersonas consideraban haba sido un perodo de caos, violencia e incertidumbre insoportables, contra los cualescualquier alternativa de orden les pareca preferible. Esto no impeda que muchos de esos entrevistados estuvierandescontentos con diversos aspectos de la poltica gubernamental (la gran mayora de esas crticas estaban referidas a la

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    contexto en el que adems se haban suprimido todos los mecanismos de formulacin y reconocimiento deidentidades polticas alternativas, qued desarticulada en muchos la posibilidad de oponerse, y de reconocercon otros en su comn oposicin, a la lgica autoritaria con que desde el aparato estatal se intentaba penetrary reorganizar la sociedad. No parece quepa duda que, luego de los aos de gran movilizacin ehiperpolitizacin de la primera mitad de la dcada del 70, muchos estaban predispuestos a lo que la represiny la propaganda post-1976 tanto apuntaron a lograr: un fuerte viraje hacia la privatizacin de las vidas, unageneralizada aspiracin a la reduccin de incertidumbre en la vida diaria (para lo cual, por supuesto, quedclaro que haba que marcar el paso segn lo queran los gobernantes) y, tambin, la sensacin de que durantelos aos precedentes al golpe los patrones de autoridad no slo en la poltica sino tambin en innumerablesmicrocontextos haban llegado a un punto de personalmente intolerable y socialmente suicidaanarquizacin. De estas predisposiciones hay numerosas seales en lo que se dijo, y en lo que se call y sedecidi ignorar, a partir de 1976.

    La pregunta, entonces, acerca de por qu en no pocos sectores y contextos de la sociedad el rgimentuvo xitos importantes en su vocacin autoritaria, podra responderse desplazando buena parte del peso dela explicacin a esos violentos, y en no pocos sentidos realmente locos y caticos aos que precedieron algolpe de marzo de 1976. Mi impresin es que esos aos hicieron, efectivamente, una importantecontribucin a lo que pas despus, incluso en este plano micro, socialmente intersticial, que estoydiscutiendo. Esa contribucin no fue slo, me parece, la brutal violencia reaccionaria que engendr. Tambinpes ms sutilmente, pero con profundas consecuencias para que ms all del miedo que provocaba con surepresin, aquel rgimen hiciera lo que hizo con tan poca oposicin por unos cinco aos. Esto es parecehaber operado la tendencia psicolgica y polticamente represiva frecuentemente manifestada en nuestrasentrevistas pero que el ojo atento tambin poda detectar en innumerables signos de la vida diaria, despus deun perodos vivido como la suma del caos, la violencia y la incertidumbre, de aspirar a la emergencia de unpoder supremo que garantizara algn orden. Esta problemtica, que Hobbes y algunos analistas del fascismoentendieron bien, sugiere algunos de los costos menos visibles pero no menos graves que un perodo comoel anterior a 1976 puede generar.

    Con lo dicho hasta aqu la cuestin podra quedar centrada en discusiones acerca de si es el pre o alpost-1976 que debe ser atribuido el peso principal en relacin al problema que aqu planteo. No creo que taldiscusin tenga mayor sentido (aunque es fcil imaginar que el nfasis sobre uno u otro perodo estarafuertemente influido por las posiciones polticas de cada uno), no slo por la obvia razn de que nosabemos cmo adjudicar pesos relativos a fenmenos tan complejos, sino tambin porque todava la cuestinest insuficientemente planteada. As, afirmar que lo que parece haber avanzada el autoritarismo en lasociedad argentina estos ltimos aos fue directa consecuencia del rgimen post-1976, y que la ocasin y laspredisposiciones para ello haban sido en buena parte sembradas en los aos inmediatamente precedentes,aunque me parece cierto me parece no menos insuficiente.

    Sin pretender una infinita regresin, lo recin dicho plantea por qu nuestro pas lleg a infligirse losdaos, y los tremendos costos de mediano plazo, de esos aos pre-1976 que nuestros entrevistadosrecordaban como tan intolerables. Tenemos trabajos que permiten entender parte de esa cuestin, desde elngulo de lo que hicieron y dejaron de hacer los actores de la poltica y ciertos grandes agregados sociales.Pero, insistiendo en el nivel en que estoy colocado en este ensayo, falta plantear otro interrogante. Esto es elgrado y las posibles correspondencias temporales con que las concepciones y patrones de autoridad en loscontextos del cotidiano fueron influidos por, y a la vez puedan haber influido a, una ya larga historia que, en

    poltica econmica; las referencias a represin, censura y similares fueron bastante ms escasas). Pero esosdescontentos, en la medida que la visin de los sujetos continuaba atrapada en aquel dilema caos-orden (o, dicho enotras palabras, en la medida en que desde el rgimen se haba logrado suprimir alternativas que rompieran aquelladisyuntiva con una propuesta de orden sujeta a otra lgica poltica y valorativa), no llegaban a modificar la extremadaprivatizacin de la vida diaria (incluyendo una marcada cada en actividades asociativas alejadas de toda connotacinpoltica) en que encontramos a esos entrevistados. Esto llegaba frecuentemente al punto de declararnos que, hasta quenuestra entrevista los forzaba a hacerlo, haca mucho tiempo que no pensaban o se preocupaban por cuestiones pblicaso polticas; para discutirlo en otra oportunidad, cabe anotar que esto tambin era cierto y nada casualmente depersonas fuertemente politizadas antes de 1976.Por cierto, tal aprisionamiento de la visin general (correspondiente a la des-ciudadanizacin operada en todos losplanos) sonaba ya entonces precario y, efectivamente, todo indica que, como tantas otras cosas de ese perodo, comenza explotar con la transicin presidencial de Videla a Viola en 1981 y acab de hacerlo con las Malvinas. Mucho mesorprendera si para esos entrevistados el referente negativo organizador de su visin del presente y de sus expectativaspara el futuro (el predicado del cualquier cosa antes que volver a eso, que omos tantas veces) no fuera hoy el perodoposterior a marzo de 1976, no ya el anterior.

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    trminos de dichos actores polticos y grandes agregados sociales, es la de un reiterado fracaso en lograrformas ms democrticas y finalmente ms humanas de articulacin de la vida de la sociedad.

    IV

    Est lejos de las posibilidades de este ensayo (y de su autor) intentar respuesta a dicho interrogante.Pero aunque no sepamos cmo responderlo me parece que no podemos dejar de plantearlo. No es un tema dearqueologa cultural; al contrario, tal vez sea la pista para reconocer viejas tendencias escasamentedemocrticas en nuestra sociedad, que nos permitiran entender lo ocurrido recientemente como acentuacin(brutal, es cierto) de esas mismas tendencias, y no como novedad causada unilateralmente desde el nivelmacro por el pre y/o post-1976. Aun reconociendo nuestras ignorancias sobre los diversos niveles ytemporalidades implicados por una visin histrica ms larga e interactiva, las consecuencias de plantear ono esta cuestin no me parecen triviales. Por un lado si es cierto que en los ltimos aos parecen haberseextendido, y probablemente profundizado, numerosos microdespotismos en los ms variados contextossociales, y si las principales causas de ello pueden hallarse en la poltica y en el estado de los aosinmediatamente precedentes o posteriores al golpe de 1976, entonces el problema de la democracia en laArgentina puede ser resuelto exclusivamente desde una poltica y un Estado democratizados. En tal supuesto,las flechas causales iran desde lo macro a lo micro y, adems, slo abarcaran un estrecho perodo detiempo. Desgraciadamente el problema, como acabo de insinuar, me parece bastante ms complicado y delargo alcance.

    No pretende negar la crucial importancia de la gran poltica aquella que se hace en los grandesescenarios de la vida nacional por parte de actores, polticos o no, organizados para ello. Pero creo que lainterpretacin recin delineada implicara caer en un peligroso politicismo. Con esto quiero decir que, por unlado, se cargara demasiado a la cuenta de lo que la democratizacin de la poltica y el Estado puedenrealmente hacer y que, por el otro, se negara la posibilidad prctica y terica de explorar la mutuarealimentacin que la difusin de valores y prcticas democrticas en ambos niveles macro y micro podrageneral. Desde los ms antiguos clsicos hasta hoy, se podra llenar una biblioteca con textos relevantes parala problemtica de las relaciones entre diversos planos de accin social. A pesar de que tras ese esfuerzoseguramente concluiramos que no es mucho lo que podemos decir con razonable certidumbre, algunasproposiciones de inters para nuestro tema parecen arriesgables. Una es que esas relaciones micro-macro noson tan directas ni tan lineales como para que un grado significativo (que por otra parte no sabemos culsera) de democratizacin de la sociedad sea condicin necesaria o suficiente para la implantacin de unrgimen poltico democrtico. Una segunda proposicin es que, sin embargo, como la prctica de lademocracia, incluso al nivel estrictamente poltico, pasa por un largo aprendizaje entre actores envueltos encomplejas interacciones y esa prctica entraa una concepcin de ciudadana en la que el individuo aparececomo un sujeto portador de derechos que debe aprender a usar y a hacer valer. Por lo tanto, tal aprendizaje(aunque slo fuera que no lo es en vistas al reclutamiento del personal que habr de jugar el juego de lapoltica democrtica) slo puede darse, en la cantidad e intensidad intuitivamente necesarias, si diversos ynumerosos contextos del cotidiano, desde la niez hasta la vida adulta, no slo son congruentes sinotambin refuerzan positivamente dichas prcticas. Un corolario de esta proposicin sera que importantesavances en la democraticidad de la sociedad seran, si no condicin suficiente, probablemente condicinnecesaria para la consolidacin y, aun ms, para la expansin en direcciones ms participatorias ysocialmente justas de un rgimen de democracia poltica.

    Este es, precisamente, el punto que puede quedar bloqueado por la visin politicista e histricamentemiope que deline arriba. Para decirlo con todas las letras, creo primero que el problema de laconsolidacin y expansin de la democracia en la Argentina pasa tanto por el Estado y la poltica como porla sociedad, y segundo que los obstculos existentes en este ltimo plano, aunque brutalmente acentuadosen la dcada del 70, sobre todo a partir de 1970, vienen de mucho antes. Agrego, en tercer lugar, que todoparece indicar que los infortunios de la vida poltica argentina se han venido realimentando perversamentecon las fuertes tendencias autoritarias existentes en la sociedad incluso en la cultura de nuestro pas.

    Desgraciada (o felizmente) no hay en este plano ningn nudo gordiano que pueda ser cortado de untajo. Si el problema es real, slo puede ser encarado con una larga perspectiva de tiempo. Esta slo puedederivar de un proyecto de democratizacin que sepa reconocer que es necesario llegar a un rgimen dedemocracia poltica, pero que tambin sepa que las expectativas, esfuerzos y luchas en ello volcadas no sonsuficientes para resolver ese viejo enigma de la democracia en la Argentina.

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    Si, a pesar de sus limitaciones metodolgicas, hasta hace poco me apoy en nuestra proto-investigacin para sustentar la verosimilitud de algunos argumentos, es claro que en el actual punto de misrazonamientos ya ni siquiera a eso puedo recurrir. Slo, tal vez, puedan servir algunos indicios que paso aesbozar. Creo que uno de los problemas ha sido que muchos argentinos (entre los que me incluyo) hemoscometido un error en el que los clsicos (incluyendo cabezas tan diferentes como Hobbes y Torqueville) noincurrieron: no caer en cuenta que como la nuestra (al menos hasta 1976) una sociedad puede sercomparativamente bastante igualitaria (desde en el trato personal entre clases hasta en la distribucin delingreso) y, a la vez, ser sumamente autoritaria. Desde que la derecha se qued sin votos pero conserv elcontrol de la tierra pampeana, de numerosos circuitos financieros y de un notable (por su fuerza tanto por suextemporaneidad) prestigio cultural, nuestro pas sigui un agitado camino de igualacin social. Primero conel radicalismo y ms tarde con el peronismo, ambos acompaados por mil procesos sociales concomitantes,la Argentina haba llegado en la primera mitad de la dcada del 70 a un grado (comparativamente, al menos)notable de igualacin social6. Pero en la poltica, atrs de la sistemtica deslealtad con que desde entonces laderecha jug el juego democrtico (y con que a veces apel a la democracia por las razones msoportunistas), ninguna de las dems fuerzas polticas se salv de sufrir para decirlo suavemente agudosataques de escepticismo respecto de la democracia poltica. Para no repetir temas conocidos, hasta agregarque de all surgi una sociedad poltica particularmente dbil, recurrentemente arrasada por la lgicacorporativa de diversas fuerzas sociales, y fcilmente prescindible cada vez que aquellas fuerzas (y la otrafuerza, la armada) concordaron en que as fuera, o cuando llegaron a una impasse relativamente prolongada.

    Como resultado, nuestro sistema poltico se acab pareciendo mucho ms extrao invento a uncorporativismo anrquico que a otra cosa. Esos conflictos casi sin mediaciones propiamente polticasacabaron mostrando que quienes ms perdan eran los ms dbiles en esta sociedad de clases que seguimossiendo. Y antes de 1976 pareci que cada vez ms la principal mediacin entre actores sociales y polticosconsista en violentas confrontaciones que por su propia lgica tendan a que la violencia fuera re-monopolizada, aunque de la peor manera y por las peores razones posibles, por la ms armada de aquellasfuerzas. As se alcanz el lmite terrible de un (relativo) igualitarismo confrontacional poco controlado porvisiones algo ms convivenciales que slo podan derivar de lo mismo que ese juego haca cada vez menosposible; esto es, instancias generalizadoras de los intereses crudamente corporativos e institucionales quemonopolizaban, y hacan tan primitiva, esta forma de hacer poltica7. Pero lo que me interesa aqu es ver sipuedo reconocer ecos de ese estilo en los planos micros sobre los que vengo insistiendo.

    Para no dar vueltas alrededor de un tema ingrato, tengo la impresin que, junto con elcomparativamente notable igualitarismo en el trato personal y entre clases de nuestro pas, y junto tambincon la aguda conciencia de los derechos que a cada uno corresponden como miembro de tal o cual clase ocategora ocupacional (elementos stos que en otro contexto general seran muy positivos para establecer yprofundizar una polis democrtica), las relaciones sociales, los patrones de autoridad en diversosmicrocontextos y hasta los criterios de percepcin y evaluacin de ese -otro-que-no-es-como-uno, aunquemucho se acentuaron en los ltimos aos, hace ya tiempo que son sumamente autoritarios e intolerantes en laArgentina. El moralismo puritano e hipcrita de la derecha y, no pocas veces, de la izquierda; la siemprerenaciente visin maniquea y paranoide de nuestra historia y de sus fracasos; el racismo de no pocos, no sloen el antisemitismo sino tambin en el arrogante mito del pas blanco y europeo frente a una AmricaLatina india y mulata; la fenomenal represividad de costumbres e identidades sexuales; la interaccin(epitomizada en la siniestra figura de los celadores encargados de la disciplina en los colegios) entre unaautoridad educacional represiva e infantilizante, por un lado, y rebeliones de rabia anmica, por el otro; lareproduccin de un modelo duramente patriarcal de organizacin familiar en fin, la repeticin del gestoduro que pone por las dudas barreras a una actitud cooperativa, y se respalda en la presuncin que slo lostontos pueden pensar ms all de su persona, de su grupo o del segmento social al que pertenecen.

    La me parece difundida y antigua presencia de estos otros signos marca lo que tal vez sea la mscruel paradoja de nuestra historia, y a la vez, el ms importante enigma a descifrar en este nuevo intento de

    6 No fue accidental, por cierto, que desde 1976 rudos militares y elegantes economistas coincidieron en el propsito(que tuvo mucho que ver con los avances del autoritarismo en la sociedad) de poner, de una vez por todas, como alguienme dijo durante memorable pelea familiar, todo el mundo en su lugar. Es decir, aquellos arriba, sabiendo todo loque haba que hacer y mandando, los de abajo desde nios hasta obreros, abajo y obedeciendo sin chistar; y los delmedio, en su eterna esquizofrenia de mandar y obedecer, sabiendo clarito a quin obedecer y a quin mandar, y modernizacin econmica mediante deslumbrados con cuanto gadget se importaba y con la admiracin del estilo devida oligrquico suntuoso y fariseo que los medios de comunicacin se esmeraban en transmitir.7 Sobre el tema ver los excelentes trabajos recientes de Marcelo Cavarozzi, esp. Autoritarismo y Democracia en laArgentina, Centro Editor de Amrica Latina, Buenos Aires, 1983.

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    construir una democracia en la Argentina: el curso seguido por un pas que logr un alto grado deigualitarismo social pero que, por razones aqu slo aludidas, fracas repetidamente en encuadrar esos logrosen prcticas y valores que establecieran planes de generalizacin de identidades e intereses, en base a lascuales se podran haber elaborado visiones razonablemente compatibles del orden social. Al contrario, cadafracaso parece haber producido un aprendizaje perverso sectorializado y antagonstico que a su vez fuehaciendo cada vez ms catastrfico el siguiente fracaso.

    V

    Luego de haberlo credo no pocas veces, parece que esta vez en verdad hemos llevado al fondo delpozo que desde hace varias generaciones venan cavando. Que all no estaba la bolivianizacin sino la carallena de cicatrices de esta Argentina tan destruida, tan violenta y tan al costado de la historia, entraa laposibilidad de derivar, despus de un perodo tan terrible, un aprendizaje que por primera vez sutil peroinmensa novedad sea congruente con una articulacin societal para llamarla con el nombre mscontundente que se me ocurre ms civilizada.

    Que lo ms catastrfico incluye ese lado de esperanza que puede sentirse, no slo ni en el colapso delrgimen y en la condena ahora casi unnime de los horrores cometidos en tantos planos, sino ms aun en quenunca ha habido en la Argentina tantas voces tan sinceras proponiendo la conquista de la democracia que senos ha venido escapando en tantos meandros de la historia. Pero para ello, para que ese camino sea recorridodejando jalones que los eternos mandones no puedan arrancar, y para que con la consiguientedemocratizacin del poder se pueda gobernar haciendo pagar esta vieja crisis a los que demasiado y desdehace demasiado tiempo se vienen aprovechando de ella, para todo eso conviene que nos miremos a nosotrosmismos. Podemos fugarnos una vez ms, colocando en ellos toda la responsabilidad de lo que ha ocurridoy de lo que ahora hay que hacer. Esto no sera difcil porque, efectivamente, lo generalizado de la violenciapre-1976 tanto dao caus, y tanto prepar el terreno para lo de poco despus; porque, sin duda, nada podreximir jams al rgimen post-1976 y sus personeros de lo que hicieron; y, tambin, porque hoy es claro quecorresponde a los polticos la responsabilidad principal de navegar los remolinos que an faltan hasta lainauguracin de un gobierno democrticamente electo. Pero siendo todo esto cierto, insisto en mi argumento:desde hace tiempo somos, y ltimamente fuimos ms an, una sociedad fuertemente autoritaria,antagonstica, intolerante, llena de minidespotismo y particularmente propensa como podra volver aocurrir, si todo lo desplazamos hacia ellos a explicaciones paranoides de nuestros infortunios. En elcombate microscpico de esas tendencias, en la lucha tesonera de ciudadanos democrticos que lo sontambin en sus microcontextos, y en la recontextualizacin del inmenso potencial igualitario y autoconcientede la sociedad argentina incluso y principalmente de su sector popular se juego, no menos que en otrosplanos ms visibles, el inmenso desafo que hoy confrontamos.