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Linkillo (cosas mías) Les ruego, si alguien abre este escrito, formen en sus bocas las palabras que fueron nuestros nombres. Les diré lo que hemos aprendido, les diré todo. 0 Share More Next Blog» Create Blog Sign In domingo, 30 de agosto de 2009 El clamor del ser por Daniel Link para Ñ Cierta vez, la Sra. Borges contó que había ido a una premiere cinematográfica con su hijo, a la salida de la cual la gente aplaudía. Como ella empezó a responder a las felicitaciones destinadas al director, su hijo, preocupado por su salud mental, le murmuró “Qué agradecés, si vos no tenés nada que ver con esta película”. Extrañada, ella le contestó, con ese medio tono que hemos aprendido a amar a lo largo de los años: “¿Cómo que no tengo nada que ver?... Si yo... soy el cine argentino”. Uno estaría tentado de aplicar la abrumadora y justa sentencia a la figura de la más célebre bisabuela del universo televisivo, pero tal vez éste no admita, por su complejidad, una simplificación semejante. Hace unos años, publiqué en Clarín una comparación cuyo alcance no ha mermado con el tiempo y que se vio ratificada el domingo pasado, cuando la Sra. Giménez, candidata al Martín Fierro de platino que se entregó este año por primera vez, invitó a la ganadora de la estatuilla, la Sra. Legrand, a conversar a su programa sobre cosas de la vida y del trabajo (extrañamente imbricadas, porque ellas sólo conciben el trabajo únicamente como la reiterada exposición de sus dilatadas biografías). Mi hipótesis era que cada una de esas estrellas de la televisión representaba un universo y una temporalidad que se oponían de manera sistemática. La Sra. Legrand, con su dominio del francés (la grippe), los modales en la mesa, la agudeza, el mariposeo conversacional (irrespetuoso de la continuidad de los tópicos y de los turnos), la información de actualidad (“yo leo, y tengo memoria), y su desprecio por las marcas industriales de ropa, la política de izquierda (“se viene el zurdaje), y todo aquello que se salga de tono, representa a la burguesía católica de provincias de finales del siglo XIX. La Sra. Giménez, con su dominio del inglés, sus constantes fugas a Miami, su incapacidad para reproducir el más sencillo texto escrito que pongan ante sus ojos (en su programa, la Sra. Legrand tuvo que arrebatarle una supuesta carta escrita por su hermana Goldi, para leer de nuevo en alta voz el poema de la santafecina Silvia Ojeda con el que se cerraba la misiva y que la conductora había destrozado ante su audiencia), su desinformación sobre todos los tópicos posibles, su preocupación paranoica por la seguridad, su predilección por la ropa de marca, los perfumes de moda y los perritos lengüeteadores, representa a la pequeña burguesía latinoamericana y pop del siglo XX. La Sra. Legrand fue siempre una Doña (casada, luego viuda), devota de la Virgen María Rosa Mística, que supo desplegar con obsesión maniática el valor de su título, y que si no es más fina es sólo porque no puede serlo. La Sra. Giménez, au contraire, no tiene interés alguno en la fineza y mucho menos en señorío alguno (del que se alejó hace ya décadas gracias a una sucesión de escándalos sentimentales que no han cesado de reproducirse con el tiempo). La Sra. Legrand y la Sra. Giménez podrán competir en cualquiera de las declinaciones del trash: torneos de tintura, peluquería, maquillaje, iluminotecnia y operaciones faciales, celebridad... sin que ninguna de las dos pudiera declararse vencedora definitiva. Pero hay algo en lo que jamás (jamás) podría haber rivalidad alguna, y es la firmeza y la vitalidad de la mirada de la Sra. Legrand, lo único para lo que no hay milagro cosmético que valga y el rasgo más constante para dar cuenta de actividad cerebral (no importa cuan desbocada o desarticulada ésta sea). Lo que pone primera entre las primeras a la Sra. Legrand es esa intensidad escópica capaz de interrogar al poder soberano (“míreme a los ojos, Dr. Menem”), con la que la célebre ciudadana de Villa Cañás ha conseguido hipnotizar a sus menguadas audiencias durante cuatro décadas, al punto que ahora la reconocen con el primer Martín Fierro de platino y lo harán con el de adamantio que alguna vez será entregado. ¿Cuál es su secreto? En los últimos cuarenta años, la Sra. Legrand no ha hecho sino afirmar enfáticamente su propio ser: recibir, mostrar ropa, recordar, agradecer regalos, señalar una y otra vez su importancia en el mundo del espectáculo, llorar públicamente a sus muertos, opinar desenfadadamente, visitar a amigos, proclamar su importancia (abstracta) y deponer viejos enconos en aras de la sociabilidad ligera y ciertas rancias maneras que si ya no se cultivan no es porque ella haya renunciado a su predicamento. Ese Martín Fierro platinado quiere decir que, mientras ella viva, no habrá forma de que la televisión renuncie a una semejante celebración del si mismo (“Qué me importa a mí Honduras”) y a las tradiciones culturales que con él se asocian y de las que ya casi nadie participa. Es difícil saber qué vendrá una vez que el siglo XIX y sus maneras se conviertan en figuras ya remotas en el recuerdo de los más ancianos, pero entreví algo sobre el futuro durante una fiesta coolen una bella casona de Paternal a la que fui invitado, donde había por lo menos dos premiados por APTRA (no soy precisamente un connaisseur de ese mundillo), algunas celebridades menores del under porteño, personas distinguidas, me dijeron, en festivales internacionales de cine, djs de fama mundial, muchas chicas en minifalda y jóvenes impecablemente vestidos (no necesariamente bien) a los que, en todo caso, sólo se los podría reconocer por haber hecho tal o cual cosa, por haber sostenido tal o cual mirada, pero no por ser (esto o aquello): casi, en el borde, figuras sin nombre.

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Linkillo (cosas mías) Les ruego, si alguien abre este escrito, formen en sus bocas las palabras que fueron nuestros nombres. Les diré lo que hemos aprendido, les diré todo.

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domingo, 30 de agosto de 2009

El clamor del ser

por Daniel Link para Ñ

Cierta vez, la Sra. Borges contó que había ido a una premiere cinematográfica con su hijo, a la salida de la cual la gente aplaudía. Como ella empezó a responder a las felicitaciones destinadas al director, su hijo, preocupado por su salud mental, le murmuró “Qué agradecés, si vos no tenés nada que ver con esta película”. Extrañada, ella le contestó, con ese medio tono que hemos aprendido a amar a lo largo de los años: “¿Cómo que no tengo nada que ver?... Si yo... soy el cine argentino”.

Uno estaría tentado de aplicar la abrumadora y justa sentencia a la figura de la más célebre bisabuela del universo televisivo, pero tal vez éste no admita, por su complejidad, una simplificación semejante.

Hace unos años, publiqué en Clarín una comparación cuyo alcance no ha mermado con el tiempo y

que se vio ratificada el domingo pasado, cuando la Sra. Giménez, candidata al Martín Fierro de platino que se entregó este año por primera vez, invitó a la ganadora de la estatuilla, la Sra. Legrand, a conversar a su programa sobre cosas de la vida y del trabajo (extrañamente imbricadas, porque ellas sólo conciben el trabajo únicamente como la reiterada exposición de sus dilatadas biografías). Mi hipótesis era que cada una de esas estrellas de la televisión representaba un universo y una temporalidad que se oponían de manera sistemática. La Sra. Legrand, con su dominio del francés (la grippe), los modales en la mesa, la agudeza, el mariposeo conversacional (irrespetuoso de la

continuidad de los tópicos y de los turnos), la información de actualidad (“yo leo, y tengo

memoria”), y su desprecio por las marcas industriales de ropa, la política de izquierda (“se viene el

zurdaje”), y todo aquello que se salga de tono, representa a la burguesía católica de provincias de finales del siglo XIX.

La Sra. Giménez, con su dominio del inglés, sus constantes fugas a Miami, su incapacidad para reproducir el más sencillo texto escrito que pongan ante sus ojos (en su programa, la Sra. Legrand tuvo que arrebatarle una supuesta carta escrita por su hermana Goldi, para leer de nuevo en alta voz

el poema de la santafecina Silvia Ojeda con el que se cerraba la misiva y que la conductora había destrozado ante su audiencia), su desinformación sobre todos los tópicos posibles, su preocupación paranoica por la seguridad, su predilección por la ropa de marca, los perfumes de moda y los perritos lengüeteadores, representa a la pequeña burguesía latinoamericana y pop del siglo XX. La Sra. Legrand fue siempre una Doña (casada, luego viuda), devota de la Virgen María Rosa Mística, que supo desplegar con obsesión maniática el valor de su título, y que si no es más fina es sólo porque no puede serlo. La Sra. Giménez, au contraire, no tiene interés alguno en la fineza y mucho menos en señorío alguno (del que se alejó hace ya décadas gracias a una sucesión de escándalos sentimentales que no han cesado de reproducirse con el tiempo).

La Sra. Legrand y la Sra. Giménez podrán competir en cualquiera de las declinaciones del trash:

torneos de tintura, peluquería, maquillaje, iluminotecnia y operaciones faciales, celebridad... sin que ninguna de las dos pudiera declararse vencedora definitiva. Pero hay algo en lo que jamás (jamás) podría haber rivalidad alguna, y es la firmeza y la vitalidad de la mirada de la Sra. Legrand, lo único para lo que no hay milagro cosmético que valga y el rasgo más constante para dar cuenta de actividad cerebral (no importa cuan desbocada o desarticulada ésta sea). Lo que pone primera entre las primeras a la Sra. Legrand es esa intensidad escópica capaz de interrogar al poder soberano (“míreme a los ojos, Dr. Menem”), con la que la célebre ciudadana de Villa Cañás ha conseguido hipnotizar a sus menguadas audiencias durante cuatro décadas, al punto que ahora la reconocen con el primer Martín Fierro de platino y lo harán con el de adamantio que alguna vez será entregado. ¿Cuál es su secreto? En los últimos cuarenta años, la Sra. Legrand no ha hecho sino afirmar enfáticamente su propio ser: recibir, mostrar ropa, recordar, agradecer regalos, señalar una y otra vez su importancia en el mundo del espectáculo, llorar públicamente a sus muertos, opinar desenfadadamente, visitar a amigos, proclamar su importancia (abstracta) y deponer viejos enconos en aras de la sociabilidad ligera y

ciertas rancias maneras que si ya no se cultivan no es porque ella haya renunciado a su

predicamento.

Ese Martín Fierro platinado quiere decir que, mientras ella viva, no habrá forma de que la televisión renuncie a una semejante celebración del si mismo (“Qué me importa a mí Honduras”) y a las

tradiciones culturales que con él se asocian y de las que ya casi nadie participa. Es difícil saber qué vendrá una vez que el siglo XIX y sus maneras se conviertan en figuras ya remotas en el recuerdo de los más ancianos, pero entreví algo sobre el futuro durante una “fiesta cool” en

una bella casona de Paternal a la que fui invitado, donde había por lo menos dos premiados por APTRA (no soy precisamente un connaisseur de ese mundillo), algunas celebridades menores del

under porteño, personas distinguidas, me dijeron, en festivales internacionales de cine, djs de fama

mundial, muchas chicas en minifalda y jóvenes impecablemente vestidos (no necesariamente bien) a los que, en todo caso, sólo se los podría reconocer por haber hecho tal o cual cosa, por haber sostenido tal o cual mirada, pero no por ser (esto o aquello): casi, en el borde, figuras sin nombre.

En otras casas o salones, a la misma hora, se habrán desarrollado fiestas con un ramillete de invitados bien distinto y entre los que, es seguro, no habríamos estado cómodos del todo, porque nos es imposible sostener el ser en el mismo sentido que la Doña indiscutible del laberinto de las apariencias televisivo, es decir: de forma tan sacrificial y tan sin condiciones entregado a la

aterradoramente volátil predilección de las audiencias: “Yo a mi público le debo todo, pero también quiero que sepa que le he dado mi vida (seguido de un breve silencio con inclinación de cabeza)”.

(anterior)

Etiquetas: Mujeres argentinas Publicadas por Linkillo a las 1:59 a.m.

3 comentarios:

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Anónimo 10:26 p.m.

buena peli la ciénaga

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FeroH 1:15 p.m.

Me gustan las veces que se habla de Tinelli, Susana, Mirtha, Moria, Pergolini , y algunos más. Cuando se habla y sinceramente se dicen cosas. Cuadno se descubre qué hay en ellas/os. Qué es lo que pasó y pasa con ellos/as. Porque no siempre se descubre; porque la mayoría de la gente no lo sabe; porque yo no lo sé. Sólo me gstaría encontrar unos cuantos más escritos en dónde ellas (y también ellos) tomen la responsabilidad que les toca. En donde escuche que la responsabilidad de Susana es vendernos un modelo x, la de Mirtha hacernos sentir felices con la falsa exposisión de la Oligarquía (sí, con mayúsula), la de Tinelli mostrándonos nuestra propia humillación, la de Pergolini con la falsa exposisión de la trsgresión, y así y así... en fin, qué modelo el de la entrega ¿verdad? el sacrificio de Mirtha (no sabía que lo haía dicho) ! ! ! Mirtha se sacrificó por su público, y jesús (ahora sí con minúscula) por la humanidad. Y eso que nadie se los pidió, a ninguno de los dos... Supongo habría mucha ambición, o tal vez necesidad... en todo caso, yo no haré cargo 100% de esa responsabilidad. Sra. mirtha, si ud se sacrificó por mí ¿por mí?... nah, ud lo hizo por ud. Hallá ud, ojalá nadie más siga su ejemplo. Slds... PD.: creo que me cebé mucho :$

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Anónimo 8:14 p.m.

La anécdota de la Borges es de lo mejor que he leído en mucho tiempo! PL

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Anders als die Andern

Esperando la carroza

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Warhol y sus precursores

El lugar del muerto

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Todo ordenado

Cómo piensa un comisario

El futuro es hoy

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Cachar por atrás Pintura de izquierda

Miguel Ángel La eternidad

Arde San Pablo

Orfeo contra las sirenas

El regreso de la pintura

La museificación del gusto propio

El último museo

Reacción

Calamidad cósmica

Para el bronce

Silvina Bullrich: "Yo no leo, escribo"

María Moreno: "Estoy teniendo un accidente cerebrovascular"

Daniel Link: "La cultura de masas ha

terminado"

Martín Kohan: "Yo soy responsable sólo del texto"

Copi: "Una concha también tengo yo" Josefina Ludmer: "(N) es un escritor

finoli"

Edgardo Cozarinsky: "Pero cómo te iba a reconocer si estás idéntico"

Rodolfo Walsh: "Me gustaría ir a Bahía y ser un negro"

Santiago Llach/ Vega: "No vale

embambinarse al tallerista"

Arturo Carrera: "Cada pincelada tuya es

un regalo"

Alejandra Pizarnik/ Fernando

Noy: "Parecés una lesbiana berlinesa" Gabriela Bejerman: "A éste hay que

trabajarlo así" Andi Nachon: "Si hay dos..."

Fogwill: "¡No, che, el baúl no, que ahí tengo la droga!"

Alan Pauls: "Michelet, Bachelard, La

Marshall"

Edgardo Cozasinsky: "Veo que te sobran

algunos dientes. ¿Querés un alivio?" Sebastián Freire: "Uh, no llamé a las

travestis, ¡puta madre!" Alejandro Tantanian: "Tuve que

demostrar que soy culto e inteligente para

ponerme las plumas y el conchero"

Ariel Schettini: "Las flores son el lugar de

intercambio sexual en las plantas"

Raúl Escari: "Nadie me escucha" Néstor Perlongher: "Lamborghini, una

loca de tetera"

Abel Posse: "Los Kirchner impusieron la

visión troskoleninista" Olga Orozco: "Qué olor a papel roto"

Sylvia Molloy: "Es que ha habido tantas

Alejandras en mi vida..."

Paola Cortés Rocca: "No estoy contra la tecnología moderna, más bien tengo cierta

fascinación por lo anacrónico" Laura Estrín: "Mis personajes de ficción

favoritos son Jorge Panesi y Daniel Link"

Alejandra Laera: "Seguro que Tikal no

estaba descubierto todavía" Leónidas Barletta: "Vayan estos perros

por aquellas ratas"

María Moreno: "Pest es como Leandro Alem cuando vendían zuecos"

Bentivegna: "Obama es como un de la

Rúa negro" Tamara Kamenszain: "Soy una poeta

argentina"

Pepe Bianco: "Disculpe que venga

disfrazado de El Hombre Invisible"

Adolfo Bioy Casares. "Ha sido una

pesadilla de lo más grata" Roberto Jacoby. "Te reconocí por el

antifaz"

Pola Oloixarac. "Las cenizas volcánicas son re-exfoliantes y buenas para la piel"

Rafael Spregelburd. "Con el mar ahí, nadie puede hacer teatro"

Alan Pauls. "Me gustan viejas, inglesas,

rodado 26 mínimo, en buen estado" Martín Kohan. "Hay veces en que el

Estado sabe más que las propias personas, inclusive sobre ellas mismas, aun sobre sus

propios intereses"

Mujeres argentinas

Social & Familiar

Rêves de fortuna

Azucena Villaflor

Cuestión de piel Momento de decisión

Behring

Intimidad y política

Juvenilia

Sentido común

Mujeres argentinas

La Gran Dama

La cárcel del deseo

Lo que importa es la salud

Beatriz Sarlo

La Fontana

Save the old seeds

Ante la ley

Abrumadoras evidencias científicas Eva

B. B.

Comunidades imaginadas

Te quiere mucho tu hermana

Eterno retorno

Histeria

Cecilia Magadán

Gaby Bex

La mano en la trampa

Trash

Gatúbela

Últimos cartuchos Viuda negra

Salvo el Nombre

Argentinísima

Vìctima del viagra

Écue-Yamba-O

Lanza vieja

Al borde de un ataque de nervios

Be(a)titud

Psicosis 10

Descuartizadoras

Andá a lavar los platos La complicada

Toponimia

Lo queer del duelo

Cocoon 3

La avara

Graciela Alfano, librepensadora

Viuda Cristina

Elizabeth Vernaci

Celeste Cid

Matilde Sánchez

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