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14 pág. Viernes 13 de julio de 2012 Laberinto de ecos EL ODIO A LA MÚSICA Por Pascal Quignard El Cuenco de Plata Trad.: Margarita Martínez 189 páginas $ 95 A golpe de intuiciones poéticas y con un estilo derivativo, colmado de citas y datos, Pascal Quignard escribe sobre música en un libro que deslumbra por su sensibilidad a media voz E s curioso y congruente que se in- tente recuperar algo a través de la música, porque ella misma –en las so- natas de Scarlatti, por ejemplo– pare- ce estar recuperando algo perdido. Es lo que ha querido hacer Pascal Quig- nard (Verneuil-sur-Avre, 1948) en El odio a la música y otros trabajos de su autoría, en los que las materias obli- gatorias son la fragilidad de la voz, la palabra, el silencio, el sonido, sus con- trastes y reversos: “El deseo de escribir está ligado a una taciturnidad absolu- ta”. Quignard no olvida la voz que los hombres quebraron y abandonaron en la infancia y quiere creer –de ese hi- lo pende su vida– que los escritores son los únicos capaces de conservarla o restituirla. Acaso por eso es que para él “cuanto más se distancia el libro de la voz, peor resulta el estilo”. La dificultad de hablar de la músi- ca puede reconfirmarse con Quignard, que en el camino se siente impulsado a tocar otras cuestiones (lo cual no de- bilita el libro, al contrario). Como si se hiciera eco, por escrito, de esa sensa- ción que asalta a un oyente casual: que un piano es un piano y también otra cosa. El odio a la música se abre como un oído atento a notas de lo más diver- sas, y es cierto que en esos momentos sólo aparenta no estar ocupándose del asunto entre manos. Quignard propo- ne intuiciones poéticas: “La obsesión sonora no logra separar, en lo que es- cucha, aquello que anhela oír de lo que no puede haber oído”. Procura imáge- nes que son ideas y observaciones de una delicadeza tal que citarlas fuera de la secuencia original las volvería pre- tenciosas o directamente incompren- sibles. Sobran citas, minucias y datos preciosos; todo pautado por un leve delirio (casi un tic francés). La historia y la autobiografía se en- trecruzan y en Quignard el pasado tie- ne un modo muy particular de conmo- ver el presente. El autor de La barca silenciosa nos coloca en otro tiempo, otra dimensión. Con esta salvedad: “Las obras, por modernas que preten- dan ser, son siempre más inactuales que el tiempo que las recibe o las re- chaza”. Ya casi no se escribe como Pascal Quignard –o Pierre Michon o Patrick Modiano, si vamos al caso–, creyendo en lo que se escribe. Lo anacrónico es virtud en este calígrafo aficionado, de antepasados gramáticos y organistas. No por nada el latín sobrevuela todo lo que traza. Con Quignard estamos en el majestuoso reino de la etimología. Se trata menos de juegos de palabras que de resonancias, ecos sucesivos. Como los fragmentos que ordenan El Libros y autores POR MATÍAS SERRA BRADFORD Para La Nacion 15 pág. Viernes 13 de julio de 2012 odio a la música, que plantean elipsis imponderables y producen murmullo entre una entrada y la siguiente. ¿Es el montaje el estilo tardío de la literatu- ra? Al igual que en sus Pequeños trata- dos, aquí leemos anotaciones concisas, ligeramente enigmáticas, desestabili- zadas por arrebatos emotivos. No sor- prende que Quignard haya admitido que su maestro fue el monje Kenko, el de Ocurrencias de un ocioso. El desprecio al que alude el título de Quignard está dirigido en primer lugar a la manera en que el nazismo utilizó la música en los campos de concen- tración. El pianista y ensayista Charles Rosen asegura que la música es mucho más precisa para definir los sentimien- tos que el lenguaje. Habría que decir que es una precisión por demás extra- ña, ya que se da en un terreno inarti- culado, desprovisto de lenguaje. Ese aspecto inarticulado –esto lo subraya Alex Ross– permite que con impuni- dad se la apropie cualquier ideología. Y en lo inarticulado llegamos a lo otro que Quignard entiende por música: el sonido, que precede al nacimiento y cuyo primer ritmo es el corazón. Que- da consignado el incansable trabajo de la audición –“Las orejas no tienen pár- pados”– e insinuada la cualidad fan- tasmal, incluso irracional, del sonido. ¿O en la noche no intentamos oír hasta el sonido más tenue, y cuanto más te- nue, más amenazador? Quignard cita a Sei Shônagon, que tomaba debida no- ta de los sonidos que la apasionaban: “los ruidos de los carruajes de paseo en el camino seco, durante el verano, ha- cia el final del día”. Acaso por modes- tia, para no abrumar, Quignard omite referirse a las imágenes que evocan y provocan los sonidos o la música, o al uso del sonido en el cine; difícil olvi- dar los limpiaparabrisas de Las damas del bosque de Boulogne, los regadores y las bicicletas de Tati, la lluvia de Ku- rosawa. Y omite, por delicadeza, men- cionar lo más inquietante: no hay mo- do de comprobar que alguien nos esté escuchando. En una ocasión Quignard recordó que Cao Xueqin, autor del formidable El sueño del pabellón rojo, considera- ba que la presencia de una bibliote- ca incrementa el valor de una casa y que una casa y una familia pueden estimarse según se sienta en ellas “el perfume de los buenos libros”. Al igual que en un concierto, en una bibliote- ca pública o ante un libro como éste el lector baja la voz, como lo sabía ha- cer Friedrich Gulda en el piano, o co- mo aquellos que susurran para que el otro acerque el oído: un secreto será revelado. C onocí a Horacio Lutzky hace diez años, cuando entrevisté a los perio- distas que cuestionaban la historia ofi- cial del atentado a la AMIA. La mayo- ría eran judíos y habían trabajado para esa mutual o la DAIA en la investiga- ción y, luego de encontrar abundantes y sólidas pruebas que contradecían la historia oficial defendida a ultranza por la AMIA, la DAIA, el menemismo y el juez federal Juan José Galeano publi- caron sus hallazgos. Muchos sufrieron represalias de la dirigencia judía y al- gunos fueron querellados, como Mar- cos Doño. ¿Por qué nadie podía apartarse del dogma que erigía a Irán como único res- ponsable y excluía meticulosamente el papel de Siria y los sirios íntimos del menemismo? ¿Por qué era una herejía concebir la activa participación de ar- gentinos? ¿Por qué las dos mayores en- tidades judías defendieron la desastro- sa labor de Galeano y sus fiscales, hoy procesados, labor que incluyó apremios y amenazas a testigos y el pago de de- claraciones? Esta valiente y muy documentada in- vestigación de Lutzky trae las respues- tas en momentos en que se vive un inte- resado olvido de las peores carnicerías desde el retorno de la democracia. La justicia ha permitido la impunidad para los tres atentados ocurridos durante el menemismo. Las investigaciones de las voladuras de la embajada de Israel en 1992, de la AMIA en 1994 (el próximo miércoles 18 se cumplirán 18 años) y de Río Tercero en 1995 se encuentran téc- nicamente con vida, pero con una vida vegetativa en lo que hace a la búsqueda de la verdad real. Si bien Brindando sobre los escom- bros se centra en el papel de la DAIA y la AMIA (el subtítulo es La dirigencia judía y los atentados: entre la denuncia y el encubrimiento), va más allá y también se ocupa del contexto internacional de la década de 1990, cuando Estados Uni- dos e Israel procuraban no enfadar a Si- ria ni a Carlos Menem con la esperanza de que Damasco arribara a la paz con Tel Aviv y Buenos Aires permaneciera aliada a Washington, donde no impor- taba que el terrorista y traficante sirio de armas y drogas Monzer Al Kassar pudie- ra estar involucrado en los atentados, como lo estuvo en el contrabando de armas. ¿Por qué iba a importarles a los norteamericanos, si en aquel entonces usaban los servicios del terrorista y lo apañaban como lo apañaba Menem, cu- yo gobierno traficaba armas a Croacia y Bosnia –igual que Al Kassar– bajo el gui- ño norteamericano y con algunos per- sonajes que podrían no ser ajenos a la voladura de la AMIA? Es más que intere- sante el material que aporta Lutzky so- bre la posible intervención de Al Kassar en el atentado al avión de Pan Am en Lockerbie, a raíz del cual se realizó un juicio plagado de pruebas falsas. El título Brindando sobre los escom- bros se refiere a una fotografía que ilustra la increíble alianza del lideraz- go judeoargentino con encubridores del atentado. La foto de la agencia Télam del 16 de noviembre de 2001 muestra al comisario de la Policía Federal Jorge “Fino” Palacios en el homenaje de la DAIA por su “contribución en la inves- tigación”, copa en mano junto al enton- ces titular de la entidad, José Hercman, y a su actual presidente, Aldo Donzis. Se sabía ya que la Federal había liberado la zona de la embajada y la de la AMIA an- tes de los atentados y había permitido la desaparición de importantes pruebas de la causa. Después se conocería el po- sible papel encubridor de Palacios, por el cual se lo procesó con Galeano y otros ex funcionarios. Rubén Beraja, ex presi- dente de la DAIA, también se encuentra procesado en otro expediente conexo. Lutzky, periodista, abogado y ex di- rector del periódico Nueva Sión, desa- rrolla los lazos de Beraja con el mene- mismo y los préstamos de 298 millones de dólares del Banco Central a su Banco Mayo, que igual quebraría por fugar di- nero a paraísos fiscales. Presenta a sus hombres de confianza, como Hercman, quien entre noviembre de 1991 y media- dos de 1994 alquiló un departamento a un iraní posteriormente acusado de in- tegrar la trama terrorista de la voladura, y los negocios de un allegado al emba- jador israelí Yitzhak Avirán con dinero de los Aportes del Tesoro Nacional. “No son responsables del atentado. Sí son cómplices de la impunidad subsiguien- te”, dice Lutzky de esa dirigencia. Como contrapartida, hay que destacar las valiosas investigaciones de integran- tes de la comunidad judía. Entre otras, las de Diego Melamed, Guillermo Lipis, Doño y Gabriel Levinas, a las que ahora se suma el libro de Lutzky. Un caso irresuelto El periodista Horacio Lutzky investiga el papel de la dirigencia judía en relación con los atentados a la AMIA y a la embajada de Israel Jorge Urien Berri BRINDANDO SOBRE LOS ESCOMBROS Por Horacio Lutzky Sudamericana 340 páginas $ 99

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Page 1: SOBRE LOS - Amazon Simple Storage Service · EL ODIO A LA MÚSICA Por Pascal Quignard El Cuenco de Plata Trad.: Margarita Martínez 189 páginas $ 95 A golpe de intuiciones poéticas

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Laberinto de ecos

EL ODIO A LA MÚSICAPor Pascal Quignard

El Cuenco de PlataTrad.: Margarita Martínez189 páginas$ 95

A golpe de intuiciones poéticas y con un estilo derivativo, colmado de citas

y datos, Pascal Quignard escribe sobre música en un libro que deslumbra por

su sensibilidad a media voz

E s curioso y congruente que se in-tente recuperar algo a través de la

música, porque ella misma –en las so-natas de Scarlatti, por ejemplo– pare-ce estar recuperando algo perdido. Es lo que ha querido hacer Pascal Quig-nard (Verneuil-sur-Avre, 1948) en El odio a la música y otros trabajos de su autoría, en los que las materias obli-gatorias son la fragilidad de la voz, la palabra, el silencio, el sonido, sus con-trastes y reversos: “El deseo de escribir está ligado a una taciturnidad absolu-ta”. Quignard no olvida la voz que los hombres quebraron y abandonaron en la infancia y quiere creer –de ese hi-lo pende su vida– que los escritores son los únicos capaces de conservarla o restituirla. Acaso por eso es que para él “cuanto más se distancia el libro de la voz, peor resulta el estilo”.

La dificultad de hablar de la músi-ca puede reconfirmarse con Quignard, que en el camino se siente impulsado a tocar otras cuestiones (lo cual no de-bilita el libro, al contrario). Como si se hiciera eco, por escrito, de esa sensa-ción que asalta a un oyente casual: que un piano es un piano y también otra cosa. El odio a la música se abre como un oído atento a notas de lo más diver-sas, y es cierto que en esos momentos sólo aparenta no estar ocupándose del asunto entre manos. Quignard propo-ne intuiciones poéticas: “La obsesión sonora no logra separar, en lo que es-cucha, aquello que anhela oír de lo que no puede haber oído”. Procura imáge-nes que son ideas y observaciones de una delicadeza tal que citarlas fuera de la secuencia original las volvería pre-tenciosas o directamente incompren-sibles. Sobran citas, minucias y datos preciosos; todo pautado por un leve delirio (casi un tic francés).

La historia y la autobiografía se en-trecruzan y en Quignard el pasado tie-ne un modo muy particular de conmo-ver el presente. El autor de La barca silenciosa nos coloca en otro tiempo, otra dimensión. Con esta salvedad: “Las obras, por modernas que preten-dan ser, son siempre más inactuales que el tiempo que las recibe o las re-chaza”.

Ya casi no se escribe como Pascal Quignard –o Pierre Michon o Patrick Modiano, si vamos al caso–, creyendo en lo que se escribe. Lo anacrónico es virtud en este calígrafo aficionado, de antepasados gramáticos y organistas. No por nada el latín sobrevuela todo lo que traza. Con Quignard estamos en el majestuoso reino de la etimología. Se trata menos de juegos de palabras que de resonancias, ecos sucesivos. Como los fragmentos que ordenan El

Librosy autores

POR MATÍAS SERRA BRADFORDPara La Nacion

15pág.

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odio a la música, que plantean elipsis imponderables y producen murmullo entre una entrada y la siguiente. ¿Es el montaje el estilo tardío de la literatu-ra? Al igual que en sus Pequeños trata-dos, aquí leemos anotaciones concisas, ligeramente enigmáticas, desestabili-zadas por arrebatos emotivos. No sor-prende que Quignard haya admitido que su maestro fue el monje Kenko, el de Ocurrencias de un ocioso.

El desprecio al que alude el título de Quignard está dirigido en primer lugar a la manera en que el nazismo utilizó la música en los campos de concen-tración. El pianista y ensayista Charles Rosen asegura que la música es mucho más precisa para definir los sentimien-tos que el lenguaje. Habría que decir que es una precisión por demás extra-ña, ya que se da en un terreno inarti-culado, desprovisto de lenguaje. Ese aspecto inarticulado –esto lo subraya Alex Ross– permite que con impuni-dad se la apropie cualquier ideología. Y en lo inarticulado llegamos a lo otro que Quignard entiende por música: el sonido, que precede al nacimiento y cuyo primer ritmo es el corazón. Que-da consignado el incansable trabajo de la audición –“Las orejas no tienen pár-pados”– e insinuada la cualidad fan-tasmal, incluso irracional, del sonido. ¿O en la noche no intentamos oír hasta el sonido más tenue, y cuanto más te-nue, más amenazador? Quignard cita a Sei Shônagon, que tomaba debida no-ta de los sonidos que la apasionaban: “los ruidos de los carruajes de paseo en el camino seco, durante el verano, ha-cia el final del día”. Acaso por modes-tia, para no abrumar, Quignard omite referirse a las imágenes que evocan y provocan los sonidos o la música, o al uso del sonido en el cine; difícil olvi-dar los limpiaparabrisas de Las damas del bosque de Boulogne, los regadores y las bicicletas de Tati, la lluvia de Ku-rosawa. Y omite, por delicadeza, men-cionar lo más inquietante: no hay mo-do de comprobar que alguien nos esté escuchando.

En una ocasión Quignard recordó que Cao Xueqin, autor del formidable El sueño del pabellón rojo, considera-ba que la presencia de una bibliote-ca incrementa el valor de una casa y que una casa y una familia pueden estimarse según se sienta en ellas “el perfume de los buenos libros”. Al igual que en un concierto, en una bibliote-ca pública o ante un libro como éste el lector baja la voz, como lo sabía ha-cer Friedrich Gulda en el piano, o co-mo aquellos que susurran para que el otro acerque el oído: un secreto será revelado.

Conocí a Horacio Lutzky hace diez años, cuando entrevisté a los perio-

distas que cuestionaban la historia ofi-cial del atentado a la AMIA. La mayo-ría eran judíos y habían trabajado para esa mutual o la DAIA en la investiga-ción y, luego de encontrar abundantes y sólidas pruebas que contradecían la historia oficial defendida a ultranza por la AMIA, la DAIA, el menemismo y el juez federal Juan José Galeano publi-caron sus hallazgos. Muchos sufrieron represalias de la dirigencia judía y al-gunos fueron querellados, como Mar-cos Doño.

¿Por qué nadie podía apartarse del dogma que erigía a Irán como único res-ponsable y excluía meticulosamente el papel de Siria y los sirios íntimos del menemismo? ¿Por qué era una herejía concebir la activa participación de ar-gentinos? ¿Por qué las dos mayores en-tidades judías defendieron la desastro-sa labor de Galeano y sus fiscales, hoy procesados, labor que incluyó apremios y amenazas a testigos y el pago de de-claraciones?

Esta valiente y muy documentada in-vestigación de Lutzky trae las respues-tas en momentos en que se vive un inte-resado olvido de las peores carnicerías desde el retorno de la democracia. La justicia ha permitido la impunidad para los tres atentados ocurridos durante el menemismo. Las investigaciones de las voladuras de la embajada de Israel en 1992, de la AMIA en 1994 (el próximo miércoles 18 se cumplirán 18 años) y de Río Tercero en 1995 se encuentran téc-nicamente con vida, pero con una vida vegetativa en lo que hace a la búsqueda de la verdad real.

Si bien Brindando sobre los escom-bros se centra en el papel de la DAIA y la AMIA (el subtítulo es La dirigencia judía y los atentados: entre la denuncia y el encubrimiento), va más allá y también se ocupa del contexto internacional de

la década de 1990, cuando Estados Uni-dos e Israel procuraban no enfadar a Si-ria ni a Carlos Menem con la esperanza de que Damasco arribara a la paz con Tel Aviv y Buenos Aires permaneciera aliada a Washington, donde no impor-taba que el terrorista y traficante sirio de armas y drogas Monzer Al Kassar pudie-ra estar involucrado en los atentados, como lo estuvo en el contrabando de armas. ¿Por qué iba a importarles a los norteamericanos, si en aquel entonces usaban los servicios del terrorista y lo apañaban como lo apañaba Menem, cu-yo gobierno traficaba armas a Croacia y Bosnia –igual que Al Kassar– bajo el gui-ño norteamericano y con algunos per-sonajes que podrían no ser ajenos a la voladura de la AMIA? Es más que intere-sante el material que aporta Lutzky so-bre la posible intervención de Al Kassar en el atentado al avión de Pan Am en Lockerbie, a raíz del cual se realizó un juicio plagado de pruebas falsas.

El título Brindando sobre los escom-bros se refiere a una fotografía que ilustra la increíble alianza del lideraz-go judeoargentino con encubridores del atentado. La foto de la agencia Télam del 16 de noviembre de 2001 muestra al comisario de la Policía Federal Jorge “Fino” Palacios en el homenaje de la DAIA por su “contribución en la inves-tigación”, copa en mano junto al enton-ces titular de la entidad, José Hercman, y a su actual presidente, Aldo Donzis. Se sabía ya que la Federal había liberado la zona de la embajada y la de la AMIA an-tes de los atentados y había permitido la desaparición de importantes pruebas de la causa. Después se conocería el po-sible papel encubridor de Palacios, por el cual se lo procesó con Galeano y otros ex funcionarios. Rubén Beraja, ex presi-dente de la DAIA, también se encuentra procesado en otro expediente conexo.

Lutzky, periodista, abogado y ex di-rector del periódico Nueva Sión, desa-rrolla los lazos de Beraja con el mene-mismo y los préstamos de 298 millones de dólares del Banco Central a su Banco Mayo, que igual quebraría por fugar di-nero a paraísos fiscales. Presenta a sus hombres de confianza, como Hercman, quien entre noviembre de 1991 y media-dos de 1994 alquiló un departamento a un iraní posteriormente acusado de in-tegrar la trama terrorista de la voladura, y los negocios de un allegado al emba-jador israelí Yitzhak Avirán con dinero de los Aportes del Tesoro Nacional. “No son responsables del atentado. Sí son cómplices de la impunidad subsiguien-te”, dice Lutzky de esa dirigencia.

Como contrapartida, hay que destacar las valiosas investigaciones de integran-tes de la comunidad judía. Entre otras, las de Diego Melamed, Guillermo Lipis, Doño y Gabriel Levinas, a las que ahora se suma el libro de Lutzky.

Un caso irresuelto

El periodista Horacio Lutzky investiga el papel de la dirigencia judía en relación con los atentados a la AMIA y a la embajada de Israel

Jorge Urien Berri

BRINDANDO SOBRE LOS ESCOMBROSPor Horacio Lutzky

Sudamericana340 páginas$ 99