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familiar estratégica ·.CJ ,lCloé Madanes .....&< Amorrortu editores Buenos Aires - Madrid ;-·1 BIBLIOTECA DE CIENCIAS 9 SOCIALES Y HUMANIDADES o

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Page 1: terapia familiar estrategica- Cloe Madanes.pdf

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Amorrortu editores Buenos Aires - Madrid

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Biblioteca de psicología y psicoanálisis DirectOres: Jorge Colapinto y David Maldavsky Strategic Famüy Therapy, Cloé Madanes <O Cloé Madanes, 1982 Traducción: Leandro Wolfson

Primera edición en castellano, 1984; primera reimpresión, 1989; segunda reimpresión,l993; tercera reimpresión, 2001; cuarta reimpresión, 2007

<O 'l1xlos los derechos de la edición en castellano reservados por Amorrortu editores S.A., Paraguay 1225, 7" piso· C1057 AAS Buenos Aires Amorrortu editores España S.L., C/San Andrés, 28 • 28004 Madrid

www.amorrortueditores.com

La reproducción total o parcial de este libro en forma idéntica o modificada por cualquier medio mecánico, electrónico o informático, incluyendo foto­copia, grabación, digitalización o cualquier sistema de almacenamiento y re­cuperación de información, no autorizada por los editores, viola derechos reservados.

Queda hecho el depósito que previene la ley n• 11.723

Industria argentina. Made in Argentina

ISBN 978-950-518-473-6

Madanes, Cloé Terapia familiar estratégica.· 1" ed., 4" reimp. ·Buenos Aires:

Amorrortu, 2007. 208 p. ; 23x14 cm.- (Biblioteca de psicología)

Traducción de: Leandro Wolfson

ISBN 978-950-518-473-6

l. Psicología. 2. Terapia Familiar. l. Wolfson, Leandro, trad. II. Título CDD 150.195

Impreso en los Talleres Gráficos Color Efe, Paso 192, Avellaneda, provincia de Buenos Aires, en enero de 2007.

Tirada de esta edición: 1.500 ejemplares

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Con amor, a la memoria de mi padre, Víctor Madanes.

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\ i Indice general

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11 Palabras prelirninares,Jay Haley 15 Palabras preliminares, Salvador Minuchin

17 Prólogo 21 l. Dimensiones de la terapia familiar 37 2. Elementos de la terapia familiar estratégica 45 3. Problemas conyugales: el equilibrio del poder 73 4. Problemas infantiles: tres estrategias paradójicas 97 S. Problemas de los padres: la modificación de las interaccio­

nes entre padres e hljos 119 6. Problemas graves de la adolescencia: cómo lograr que los

progenitores se hagan cargo 139 7. Terrores nocturnos: estudio de un caso 162 8. Un hombre deprimido: estudio de un caso 190 9. Resumen: metáfora y poder

201 Bibliografía

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Palabras preliminares

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En nuestros días, se espera que los terapeutas resuelvan los pro­blemas de la amplia diversidad de personas que acuden a verlos. La expectativa es que el clínico, sea que se dedique a la práctica privada o que trabaje en una institución de la comunidad, tratará a nifios, adolescentes y adultos, y manejará además problemas fami­liares, conflictos conyugales y formas extremas de comportamiento sintomático. El psicótico, el que abusa de la gente, de las drogas o ~1 alcohol, y el delincuente, han pasado a formar parte de la jornada diaria de cualquier terapeuta. La enseñanza universitaria no prepara al clínico en forma adecuada para este banquete de psicopatología. En la universidad es posible obtener un título habilitante y la con­cepción de la terapia que está de moda en un determinado departa­mento, pero no se aprende el enfoque teórico ni la gama de técnicas terapéuticas que permitirían abordar una variedad tan grande de problemas. Este libro brinda al clínico un amplio espectro de inter­venciones terapéuticas, una visión teórica de la organización familiar que pennite entender los problemas d~ un cliente, y ejemplos prácticos como guía para la solución de estos problemas .

. Clínicos y teóricos han tenido siempre dificultades para describir el contexto social de la gente con problemas. Hace unos años parti­cipé con Gregory Bateson en un proyecto de investigación en el que intentamos describir a las personas -en particular, a las que presen­tan síntomas- en función de su relación con otras personas. Bateson propuso que la comunicación entre seres humanos puede describirse en términos de niveles, y sugirió que entre estos niveles puede haber conflictos de tipo paradójico. Un griego de la Antigüedad (según Epiménides) podía decir "Yo estoy mintiendo", y si estaba mintien­do decía la verdad, o (como observó Harnlet) es posible sonreír y sonreír y matar al mismo tiempo. Durante diez años el proyecto de Bateson se ocupó en indagar cómo en el juego, la terapia y el ritual, los mensajes "encuadran" a otros mensajes de manera conflictiva. Para designar estos mensajes duales que contienen un antagonismo paradójico se creó la expresión "doble vínculo". En 1962, cuando fmalizó ese proyecto, habíamos logrado dejar de describir la locura y otros síntomas como fenómenos individuales, pasando a descri­birlos como conducta comunicativa entre las personas. Pero aún no se había descripto el contexto organizacional en que tiene lugar la comunicación. Una madre le diría a su hijo, de alguna manera:

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"Quiero que hagas espóntaneamente lo que yo te digo". Frente a este conjunto peculiar de mensajes, el niño respondería de un modo peculiar. La razón por la cual la madte se comunicaba con su hijo en esta forma conflictiva sólo era explicable por referencia a la naturaleza de la madre, o a su necesidad de responder a un hijo que se comunicaba en forma extraña. Ya se tratase de describir a un niño problema o al síntoma de una pareja matrimonial, lo que faltaba era un procedimiento para conceptualizar el contexto social más amplio al cual se adaptaban los miembros de la familia.

Durante las décadas de 1960 y 1970,los clínicos fueron cobrando creciente conciencia de que en la organización social del individuo puede hallarse una nueva explicación de la motivación humana. El foco se desplazó entonces del individuo o de un "sistema" generali· zado, a la organización del pequeño grupo de trabajo y a la familia nuclear y extensa. Por primera vez comenzaban a delinearse las estructuras de las familiasi por ejemplo, las coaliciones intergenera· cionales en las cuales uno de los cónyuges se une a un hijo contra el otro cónyuge; o en las que una abuela hace una alianza con su hieto contra los padres, o el caso de un hijo "en función parental" que queda atrapado entre sus progenitores y los demás hijos. Sin desesti· mar la importancia de mantener las fronteras generacionales, se fue colocando cada vez más el acento en el hecho de que toda organiza. ción es jerárquica.

.Más y más, se fue observando que las personas sintomáticas se or· ganizan en jerarquías incorrectas, como por ejemplo cuando los padres no ponen límites entre las generaciones, o cuando un nifio problema determina el acontecer de la familia.

La cuestión que así se planteaba era cómo describir tales jerar· quías problemáticas, y para el clínico, cómo pensar en cambiar una organización jerárquica. Se iba haciendo evidente que la conducta sintomática es adaptativa en alguna forma, y que al responder a estructuras sociales anormales, una persona debe conducirse de ma· nera anormal. La tarea consistía en describir el contexto social de una familia cuyos miembros presentaban problemas de modo tal que su conducta resultara explicable, y se pusieran más de manifiesto los procedimientos para modificar esa conducta.

Este libro dio ese paso. Cloé Madanes sugiere que las organiza. clones sociales de las personas con problemas presentan una jerar· quía dual, que requiere niveles conflictivos de comunicación, o sea, conducta sintomática. Sus técnicas terapéuticas son procedimientos para cambiar esas estructuras de organización a fm de que la conduc­ta anormal ya no resulte apropiada ni adaptativa. Bateson había propuesto que cuando los niveles duales de mensaje son incongruen­tes, se plantea un dilema humano; Madanes avanza un paso más, y propone que en una organización puede haber jerarquías duales

. incongruentes. Más aún, sugiere que los niveles duales de mensaje se­rán incongruentes si la organización posee jerarquías incongruentes.

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Esta concepción organizacional permite apreciar los niveles con­flictivos de mensaje dentro de su contexto: las jerarquías contlic­tivas en las organizaciones en las que se comunica la gente. La madre que le pide a su hijo que espontáneamente la obedezca puede formar parte de una organización en la cual: 1) ella está a cargo del niño pot el hecho de ser su madre, pero 2) el niño está a cargo de ella por el poder que deriva de su conducta sintomática o de coalicione~ con familiares de más alta posición. Así pues, por la índole misma de su posición como madre, esta se ve obligada a impartir directivas, pero sólo puede expresar, con impotencia, el deseo de que el niño pudiera hacer lo que ella le dice. Un observador diría que ella está expresando un doble vínculo, o un conjunto de niveles conflictivos de comunicación, ya que su conducta expresa la idea: "Haz espon­táneamente lo que te indico".

El concepto de que los niveles conflictivos de comunicación refle­jan las jerarquías conflictivas que existen dentro de una organización tiene numerosas ramificaciones. Para el clínico, una cuestión funda· mental es la oportunidad que así se le presenta de poner en práctica nuevas modalidades de intervención terapéutica. A medida que se aclara el problema estructural, la intervención puede ser planeada con mayor precisión. Madanes expone una variedad de nuevos e D_tu~es procedimientos de intervención para cambiar la penosa Situación de las personas con problemas. Uno de los más interesantes es el uso de técnicas de "imaginación" • en las que se solicita a los familiares, de diversos modos, que fmjan o simulen su interacción.

Una técnica de imaginación pertenece a la categoría de las inter­venciones paradójicas, en la medida en que puede consistir en fomentar ~n el cliente la conducta que él quiere cambiar, para lo CU;al, precisamente, acudió a la terapia; pero esta técnica es en sí ffilSffia una categoría especial, que atraerá la atención de muchos clínicos. En su mayoría, las intervenciones paradójicas tienden a establecer confrontaciones, y dependen de que el cliente se rebele

.contra la defmicíón de la relación implícita en la directiva que se le imparte. A muchos terapeutas les incomodan estas confrontacio­nes drásticas, en que deben instar al cliente, por ejemplo, a que desarrolle el síntoma del cual quiere recuperarse. En ese sentido, las técnicas de imaginación no generan confrontaciones ni se basan e~ una respuesta de rebeldía. Es posible pedir a una persona que Slffiule un síntoma, o a una familia que fmja comportarse en la forma desafortunada que le es habitual, sin que tal directiva inter­fiera en la relación terapéutica.

Uno de los méritos de la técnica de "imaginación" es que se amolda a una tradición "lúdica" en la terapia. Cuando la gente es

• "Pretending techniquer"; esta versión fue sugerida por la autora. (N. .delT.]

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·irracionalmente pesimista, una conducta lúdica puede ser novedosa y generar alternativas válidas. La poderosa influencia del juego y la imaginación no debe ser subestimada. Estas intervenciones tal vez parezcan falsamente triviales a quien no comprenda que la reclasifi­cación del comportamiento humano es un potente instrumento de cambio. Es probable que el factor más trascendente de la vida humana sea la manera en que la gente clasifica, o encuadra, la con­ducta al comunicarse entre sí. Que algo sea "fmgido" o "real" puede parecer una trivialidad lúdica, pero no lo es. Una de las cuestiones capitales de la terapia ha sido siempre si la relación entre cliente y terapeuta es "realmente" íntima, o "realmente" autoritaria, o sólo es una respuesta metafórica a figuras autoritarias del pasado. Análo­gamente, el meollo de la comprensión de la locura ha sido saber si el paciente piensa que es "realmente" otra persona, o que los demás "realmente" lo persiguen. La cuestión del juego y de la imagina­ción no sólo ocupa un lugar central en el arte y las obras de ficción, sino también en las polémicas sobre los rituales y ceremonias en todas las religiones. Si en la misa cristiana el vino y la hostia ·son "realmente" la sangre y el cuerpo de Cristo, o si sólo lo son "sim­bólicamente", "en la imaginación", es un tema de controversias heréticas que quemaron a más de uno. Así también, cuando una esposa interactúa con un marido deprimido y ante una intervención terapéutica n.o sabe con certeza si él "imagina" estar deprimido o en verdad lo está, no se 'trata de un juego divertido sino de un cambio serio e importante en el mundo real.

Tanto al ocuparse de la situación social global como del proble­ma conyugal específico, este libro elucida cuestiones que fascinan a los terapeutas desde hace varios años, vinculadas con la paradoja, la metáfora y la jerarquía. Las técnicas terapéuticas expuestas abarcan toda la gama que va desde la desautorización de alguien mediante el uso lúdico de la paradoja y de las técnicas de imagina­ción, hasta el otro extremo, requiriendo que los familiares perma­nentemente cumplan normas y resuelvan discrepancias.

El lector aprenderá nuevas e interesantes maneras de hacer tera­pia, que hallará ilustradas con ejemplos tomados de la casuística y con detalladas trascripciones de sesiones. Pero el aporte de esta obra va más lejos aún. Su enfoque teórico ha sido expuesto con una claridad y una lógica que alentará a los lectores, no sólo a poner en práctica las intervenciones sugeridas, sino también a captar el punto de vista estratégico y a descubrir y desarrollar por sí mismos sus propias innovaciones terapéuticas.

Jay Haley Director del Instituto de Terapia Familiar de Washington Noviembre de 1980

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Palabras preliminares

Jay Haley ha dado una amplia visión, en lo que antecede, de los alcances de este libro. Yo quisiera agregar específicamente algunas palabras sobre las técnicas de imaginación de Cloé Madanes, que son su singular y magistral aporte.

Como en el mundo pictórico de Jerónimo Bosch, el campo de la salud mental está habitado por monstruos, que se vuelven tanto más complejos e interesantes cuanto más alerta está el terapeuta de su presencia. La pintura de Madanes, en cambio, no se ocupa de monstruos sino que está contenida en un marco de esperanza. Por más que los integrantes de una familia se dañen unos a otros en el proceso de vivir dentro de un limitado espacio interpersonal -viene a decirnos-, su motivación básica es ayudarse entre sí. Y probable­mente no puedan hacer otra cosa en verdad, ya que como partes de un organismo más amplio, la familia, ellos reaccionan frente a las sefiales de dolor que se presentan' en cualquier lugar de ese organismo.

Cada familia trae a la terapia su propio y peculiar problema, en­vuelto en la única respuesta que es posible darle. Ante ello, Madanes desarrolla una alternativa hecha a la medida de cada caso, plena de la creatividad que caracteriza el juego libre de los nifios antes que las reglas del juego estipuladas hayan prescripto cuál es la res­puesta acertada. Las estrategias de cambio que emplea Madanes, una aguda observadora de nifios, participan de uno de los rasgos más idiosincrásicos del aprendizaje infantil: ella recurre a la fantasía y a la ficción imaginativa a fin de crear otras realidades. · Desaf1a11do la restringida visión de la realidad que los sistemas familiares cristalizados imponen a sus miembros, Madanes les sugiere, con una sonrisa: "Imaginemos que el mundo es diferente". Crea entonces una terapia del "como si", donde los dragones son simples mariposas observadas con una lente de aumento. En esta terapia, un cónyuge deprimido debe fmgir depresión para que la eficacia comu­nicativa que ese síntoma tiene para el otro cónyuge pierda signifi­catividad. Un nifio con pesadillas fmgirá consolar a su madre, teme­rosa de los ladrones, para así poder superar esas pesadillas, que surgieron para consolar a su madre en su temor de los ladrones. O tal vez sea la madre la que fmja para consolar a su hijo ... En el cam­po imaginario del ordenamiento de las realidades, en efecto, los miembros de la familia se desprenden de las amarras que los man­tenían sujetos a una "única" .manera de ser.

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--''. El arte de este· enfoque estratégico consiste e~ el uso de. ~glas muy claramente organizadas con vistas a ~na terap~ de la creat.lVld~_d. Se aborda un campo limitado de transacción familiar, la orgaruzac10n de los parientes en tomo de un síntoma, para establecer con ello una terapia de expansión.

Dos posibles trampas acechan al lector. Una es el peligro de tras-formar la claridad de esta exposición y el orden lógico de las estra­tegias en una injerencia mecánica en la vida de las familias. El otro peligro es que al poner el acento en la ben~~olente dedicación ~el núembro sintomático, se llegue a ver a la familia desde la perspectiva de un solo participante en la transacción. Madanes es bien conciente de esto cuando sefiala que "tal vez el nifio se forje la ilusión de que actúa deliberadamente y de que de él depende dejar de hacerlo, pero de hecho puede ser parte de un sistema dotado de un propósito propio". Los miembros de la fanúlia, organismo pluricorpóreo com­puesto por varios individuos, funcionan con la ilusión de poseer una realidad independiente; por ello, el uso del lenguaje de la ayuda benevolente armoniza con la realidad que sienten las partes indivi­duales y tiene la ventaja terapéutica de poner en tela de juicio la noción de acto independiente. En tal se11tido, la idea de que el individuo controla el sistema al cual pertenece se convierte, paradó­jicamente, en una interpretación sistémica.

Uno de los aspectos más nítidos de la labor de Madanes es su capacidad para trasfomtar creativamente las actividades rutinarias y habituales de la vida en nuevos caminos donde la gente encuentra formas poco comunes de ser. Su.terapia con familias crea un contex­to en que tanto los integrantes de las familias como los propios tera­peutas recuperan el ejercicio de la curiosidad y de su capacidad de exploración. Con esta obra, Madanes hace avanzar la terapia estra­tégica convirtiéndola en una nueva totalidad conceptual.

Salvador Minuchin Profesor de Psiquiatría Infantil y Pediatría Universidad de Pennsylvania Noviembre de 1980

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· Prólogo

La terapia fanúliar estratégica surgió a partir del examen del poder en las relaciones entre terapeuta y cliente, y entre los integran­tes de una familia. Las diversas estrategias de psicoterapia fueron cre~das con el objeto de utilizar este poder para producir cambios. En este libro se avanza un paso más, ampliando la defutición de poder Y exponiendo nuevas estrategias paradójicas que colocan el acento en la metáfora y la ficción imaginativa.

Suele pensarse que el poder implica dominación, opresión y mo­tivaciones desagradables en quienes lo ejercen; pero esta obra no versa sobre los aspectos de explotación del poder, sino más bien

· · sobre sus aspectos positivos o benévolos. Tener poder sobre otra persona no significa únicamente tener la posibilidad de explotarla, sino, además, la posibilidad de cuidar de ella, de consolarla, guiarla y reformarla. Es de esta clase de poder que aquí nos ocuparemos: el poder que tienen los padres sobre sus hijos, los hijos sobre sus padres y los cónyuges entre sí.

En el capítulo 1 se sitúa la terapia familiar estratégica en el con­texto de otros enfoques de terapia fanúliar, destacando los proble­~as significativ~s ~ue son comunes a la mayoría de las terapias e mcluyendo las SigUlentes cuestiones: si el acento se coloca en el pa­sado o en el presente, si el terapeuta recurre a interpretaciones o a directivas, si el objetivo que se persigue es el crecimiento personal o la S? lució~ de problemas concretos, si se toma en cuenta la jerarquía, Y Sl la urudad tratada es el individuo, una díada, una tríada o una red más amplia. A continuación, se pasa revista a las diversas escuelas de psicoterapia, examinando específicamente la clase de informa­ción que interesaría a los terapeutas de cada escuela y la clase de acciones que adoptarían para generar un cambio.

En el capítulo 2 se ofrece un panorama de los elementos básicos que componen la terapia fanúliar estratégica, en el entendimiento de que este libro representa un aporte a esa escuela de terapia.

En el capítulo 3 se analizan los problemas conyugales, mostrando de qué manera pueden producirse incongruencias jerárquicas en un matrimonio cuando uno de los esposos desarrolla un síntoma a fm de tratar de equilibrar la división de poder que se da en la pareja. Describimos un ciclo en que el predominio de un cónyuge sobre el otro es manejado por la pareja centrándose alternadamente en una

. cuestión matrimonial, en el síntoma de uno de los esposos o en el

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problema de un hijo. La tarea del terapeuta consiste en organizar de tal modo a la pareja que la división de poder se equilibre y la pareja constituya una jerarquía congruente. En los cuatro ejemplos clínicos presentados, se utilizan técnicas terapéuticas directas y paradójicas.

El capítulo 4 versa sobre problemas infantiles y cómo resolverlos. Aunque los progenitores, por el solo hecho de serlo, se hallan en una posición superior a la del hijo, el niño problema asume una posición superior a la de sus padres protegiéndolos mediante su conducta sintomática, que a menudo expresa metafóricamente las dificultades de aquellos. Se exponen tres estrategias paradójicas destinadas a que los progenitores resuelvan tanto el problema que presenta el hijo como la incongruencia de la jerarquía familiar. las técnicas descrip­tas se caracterizan por el empleo de modalidades de comunicación como la dramatización, las técnicas de imaginación y el "como si", que son propias de los niños. Se introduce un enfoque paradójico en el cual un progenitor pedirá al hijo que fmja tener el problema que en efecto tiene, o que finja ayudar al progenitor. Esta técrii.ca guarda un paralelismo con las observaciones efectuadas por Bateson {1 972) acerca del juego en los animales, y ha sido influida por las técnicas hipnóticas de Milton Erickson (Haley, 1967a). Para ilustrar las diversas estrategias se presentan seis casos clínicos.

En el capítulo 5 se analiza la relación entre la comunicación metafórica y la jerarquía, desarrollando la idea de que la conducta perturbada de un niño es una analogía de las dificultades de sus padres, así como un intento de solucionarlas. La conducta perturba­da del niño se convierte en el eje de un sistema de interacción que es una metáfora del sistema de interacción que gira en torno de las dificultades de los padres, y lo sustituye. Esta manera de conceptua­lizar el problema tiene sus raíces en la descripción que hicieron Bateson y Jackson {1968) de la comunicación analógica como un signo de un cierto tipo de conducta y a la vez como una parte o muestra de esa conducta. La tarea del terapeuta consiste en lograr que el niño renuncie a la conducta perturbada con que protege a sus padres, y en motivar a estos para que renuncien a un sistema de interacción que, aunque es desafortunado, cumple una función útil en la familia. Se exponen tres estrategias terapéuticas y cuatro ejemplos clínicos.

En el capítulo 6 se abordan los problemas de adolescentes y de adultos jóvenes con diagnóstico de esquizofrenia, psicosis maníaco­depresiva, alcoholismo y drogadicción. El dilema de la familia se plantea en términos de las incongruencias evidentes en su organiza­ción jerárquica. Con esta conceptualización se deja atrás la teoría de la comunicación, para penetrar en el marco más amplio de las organi­zaciones en que tiene lugar la comunicación. La terapia tiene como premisa básica poner en acción una jerarquía congruente, a fm de que los padres se hagan cargo de los jóvenes en forma conjunta.

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Este abordaje_ es un desarrollo ulterior del mét d d · ''J.' 8)· 1 t

· · . 0 0 e Haley (1Y8 para e ratailllento de familias con adultos J·óvenes rt ' 1 al bl . , pe urbados segun e cu se esta ~ce una JerarqUia en la que los progenítore~ se hacen cargo del hijo, y también toma elementos del traba"o lle_vado a, c~bo po! M~uchin con familias que presentan trastorn~s pSicosomaticos (Mmuchin, Rosman y Baker, 1978).

A lo largo de la obra se exponen en total quince ejemplos clíni­co~, dos de los cuales se presentan con trascripciones directas de sesmne_s, acompañadas de. ~omenta~os (capítulos 7 y 8). En todos estos eJempl~s se ha modifiCado la mformación que podría identifi­~ a _los Illlembros de la familia, con el objeto de resguardar su pnvactdad.

En el capítulo 9 se pasa revista a los elementos fundamentales de es~e. enfoque y se ofrece un resumen, con algunos comentarios adicionales.

Este lib~o se ba~ ~n ocho años de experiencia enseñando terapia desde detras del VIdno de visión unidireccional. En algunos de los caso~ presentados, yo fui la principal terapeuta, pero en su mayoría actue c~~o su~rvisora de programas de capacitación, observando ~d~ seston detras del vidrio, planeando el método a seguir, comu­rnc~dome . c?n los terapeutas-alumnos por teléfono durante las sesto~es, p1d1éndoles a veces que dejaran la sesión para discutir conm1g~ la estrategia, y guiándolos de esta manera a lo largo de la terapia.

Reconocimientos

Los ~ro~ramas. de capacitación donde enseñé se llevaron a cabo e~ las Siguientes mstituciones: Clínica de Orientación del Niño de Filadelfi~; Centro I~fantil Hillcrest y Hospital de Niños de la ciudad de Washt~gton; Instituto de Psiquiatría y Comportamiento Humano del ~?spttal de _la Universidad de Maryland; e Instituto de Terapia Familiar de la ctudad de Washington. En los casos presentados en el h~ro_ actuaron. como terapeutas diversos profesionales -psiquiatras, pSlcologos, aSistentes sociales y enfermeras psiquiátricas- que esta_ban aprendiendo est~ particular enfoque. Estos terapeutas fue­ron. Judy B_ankhead, Richard Belson, Michael Fox, Diane Gimber Anne González, Tobías López,_ Virginia López, Thanna Schmmel~ Mascaro, Eug~ne Schwartz, Joan Shapiro y Thomas C. Todd. Ato­dos ellos, ast como a mis demás alumnos que contribuyeron al desarroll~- de las ideas expuestas en esta obra, les estoy agradecida.

Ta_~bten _estoy en deuda con Salvador Minuchin, quien me ofrec1o el _pnmer empleo que tuve en Estados Unidos· él fomentó en la Clím~a de Orientación del Niño de Filadelfia u~a atmósfera donde pudteron florecer nuevas concepcíones y enfoques creativos

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en terapia, y me alentó a escribii este libro. Aprecio la ayuda que me brindaron Richard Belson, Henry Harbin, Nidia Madanes y Braulio Montalvo, quienes tuvieron la amabilidad de leer el manus­crito y de sugerirme diversas formas de mejorarlo. Guardo particular gratitud a mi esposo, Jay Haley, sin cuyas provocaciones, influencia, aliento, desaliento, e inestimable ayuda, este libro no hubiera sido escrito.

Cuatro de los capítulos que integran el volumen fueron publica­dos previamente en versiones algo diferentes. El capítulo 1, "Dimen­siones de la terapia familiar", que redactamos en colaboración con Jay Haley, apareció en Joumal o{ Nervous and Mental Disease, voL 165, no 2, 1977, y se reprodujo con el título "Terapias familiares" en el volumen compilado por George U. Balis, Psychiatric Founda­tions o{ Medicine. El capítulo 3, "Problemas conyugales: el equili­brio del poder", fue publicado en otra versión, con el título "Tera­pia matrimonial cuando un síntoma es presentado por un cónyuge", en lntemational Joumal of Family Therapy, vol. 2, n° 3, 1980. El capítulo 4, "Problemas infantiles: tres estrategias paradójicas", apareció en una versión distinta en Family Process, vol. 19, marzo de 1980. El capítulo 6, "Problemas graves de la adolescencia: cómo lograr que los progenitores se hagan cargo", se publicó en forma diferente, con el título "Prevención de la rehospitalización de adolescentes y adultos jóvenes", en Family Process, vol. 20, junio de 1980.

Cloé Madanes Chevy Chase, Maryland Noviembre de 1980

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1 l. Dimensiones de la terapia fatniJiAr•.

~n trascurrido veinte años desde que se dio el paso revolucio­nano de hacer que familias íntegras se sometieran a la observación diiecta en terapia. Desde entonces se han vuelto más notorias las dimensiones propias de las diferentes escuelas de terapia familiar. Hasta hace poco, las cuestiones que separaban entre sí a las distintas terapias de familia no eran tan claras como las que diferenciaban una ~rie~~c~ó~ f~r de otra individual. Hoy es evidente que la terapm mdlV!dual es una de las maneras de intervenii en una familia, consistente en atender a uno solo de sus integrantes y no al ,r~sto. También e~ ~ada vez más patente que la terapia opera al maxuno de sus poSibilidades cuando la persona se encuentra en su situación natural cotidiana, en la comunidad de parientes íntimos con qui~nes ~?nvive, y que tiene menos éxito si se saca a la persona de esa Sltua~ton y se.la trata de manera aislada. Estas nuevas premi­~ h~ . tratd~ const~o novedoS:U explicaciones de los problemas pSlcologtcos e mnovac10nes terapeuticas. . Hoy ~xiste mayor acuerdo que antes en cuanto a que es la situa­

etón social, y no la persona, el problema que la terapia debe resol­ver; pero todavía no hay coincidencias acerca de la manera de abordar dicho problema. Ciertos terapeutas de orientación familiar siguen usando un modelo médico aplicable al paciente individual mientras que otros han abandonado por entero ese marco de refe: rencia. Algunos basan su enfoque en la teoría del aprertdizaje, -o~~os no. Muchos emplean como técnica primordial la interpreta­Clon, otros las diiectivas. Un ejemplo ilustrará estas diferencias.

Un hombre de mediana edad, contador público de profesión, se presenta .an~e el ter~p~uta con el problema de que se halla grave­mente depnnudo y apatlco. Ha descuidado su empresa y ni siquiera ha abonado sus impuestos durante cinco años. Vive continuamente ~r,eocupado por su trabajo: le gustaría verlo realizado, pero la depre­SJ.on que padece se lo impide. Terapeutas de distintas escuelas conceptualizarán este problema de variadas maneras y también adoptarán un enfoque terapéutico diferente. Algunos diián que el

~ Este capítulo es una versión ampliada y revisada de un trabajo escrito ori­ginalmente en colaboración con Jay Haley (Joumal of Nervous and Mental DiftllSe, 1977, vol. 165, n• 2), con cuya autorización se publica aquí.

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1

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hombre tiéne un problema orgánico o una depresión interior, basada en sus experiencias infantiles frente a las figuras dotadas de autori­dad, y que ese es el motivo por el cual, pese a la tremenda presión que ejercen sobre él sus colegas y clientes, no ha hecho sus decla· raciones de rigor ante la Dirección General Impositiva. Otros ar· güirán que lo fundamental es si, en caso de que él cumpliera satis· factoriamente su trabajo, ello podría tener alguna consecuencia para su esposa u otros familiares cercanos. Estos puntos de vista contrastantes representan la diferencia entre concebir que el proble· ma es la persona o que lo es la situación. ·

Expondremos aquí las dimensiones en tomo a las cuales discrepan los diversos terapeutas, así como los variados enfoques de la terapia familiar que provienen de tales discrepancias. Esas dimensiones reflejan, no tanto la naturaleza de los problemas, como los aspectos de la terapia que son significativos para una teoría del cambio.

Pasado o presente

Una de las dimensiones en que principalmente discrepan los tera­peutas es si debe ponerse el acento en el pasado o en el presente. En la teoría psicodinámica se ha producido una transición, desde la idea de que un trauma específico del pasado era la causa de un sín· toma actual, a una teoría más compleja, que abarca los objétos inte­riores y los procesos de proyección e introyección. Una transición semejante han atravesado los terapeutas conductistas: si antes

·suponían que el problema de conducta presente había sido provoca· do por un determinado trauma del pasado del sujeto, ahora presu­ponen que los refuerzos actuales son importantes para que perdure esa conducta. Si uno parte de la idea de que la situación actual tiene un efecto causal en el problema, el pasado deja de ser impres· cindible como explicación significativa para la terapia. La posición extrema en esta dimensión sería que la situación actual es la causa del problema, y que el pasado es irrelevante.

Interpretación o acción

Sea cual fuere la causa de un problema, desde el punto de vista terapéutico la ~estión es qué se hace con él. Los terapeutas que ponen máximo énfasis en una causa del pasado tienden también a presumir que la exploración e interpretación del pasado producirán un cambio. Por ejemplo, si un individuo rememora y comprende la relación que tuvo en el pasado con su padre, se conducirá de un modo diferente hacia su empleador actual. Los terapeutas que hacen hincapié en el presente como causa, sin dejar de pensar que la auto· conciencia genera cambios, le interpretarán la forma en que se com·

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porta actualmente, señalándole, por ejemplo, que su conducta para con el empleador es provocadora y origina dificultades. Otros terapeutas, que piensan que la situación actual es la causa del proble· ma, no suponen que la comprensión de la situación lleva al cambio, y por ende se abstienen de formular interpretaciones. Los expe· riencialistas someterán al sujeto a una experiencia nueva para él, como la de ensayar dentro de un grupo de qué manera debe co,ndu· cirse con sus empleadores. Otros terapeutas más directivistas (p. ej., ciertos terapeutas conductistas y terapeutas familiares estratégicos) sugerirán de qué modo tiene que conducirse el sujeto con su emplea­dor real, y no con un empleador simulado. Los experiencialistas tienden a suministrar experiencias novedosas dentro de la entrevista familiar, en tanto que los directivistas tienden a requerir del sujeto que se comporte de una manera nueva·. en su vida real, fuera de la entrevista.

O'ecimiento personal o problema presentado

También discrepan los terapeutas en su concepción de los objeti· vos de la terapia. Hay quienes creen que la terapia debe resolver el problema que trae el cliente y que la terapia ha fracasado si no se resuelve este problema, por más que se produzcan otros cambios. A otros terapeutas, si bien los complace la resolución del problema presentado, no les parece que este sea el objetivo básico e insisten, en vez de ello, en que lo esencial es el crecimiento y desarrollo de la persona. Los terapeutas familiares están divididos en torno a esta cuestión: algunos se centran en el problema presentado, otros hacen hiiÍcapié en el crecimiento y desarrollo de la familia íntegra. Los conductistas se hallan entre los primeros, los psicodinámicos y experiencialistas, entre los segundos.

Método general o plan específico para cada problema

Cuando una terapia cristaliza en una escuela, suele establecer un método formal de trabajo, aplicando el mismo conjunto de procedi· mientas y técnicas a todos los casos, no importa de qué problema se trate. Así, las terapias psicodinámicas ofrecen interpretaciones, y las experiencialistas, ejercicios específicos para individuos o grupos. Otros terapeutas no recurren siempre al mismo método estándar, sino que diseñan un procedimiento especial para cada persona Y cada problema. Parten de la premisa de que no todas las personas enfren­tan la misma situación, y que no es posible clasificar a la gente en diferentes tipos, usando luego un método específico para cada tipo de persona. Por ejemplo, ante un adolescente que comete repetidos

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hurtos, un terapeuta adscripto a un "método" particular lo aplicará siempre -ya se trate de examinar el problema con el adolescente en forma individual, o en un grupo, o junto a su familia-. Un terapeuta orientado hacia la resolución del problema se reunirá con la familia íntegra del adolescente, o únicamente con sus hermanos, o a solas con él, o en ciertos casos intervendrá en la escuela. El primero empleará el mismo método aun cuando este fracase; el segundo tenderá a cambiarlo si no logra éxito. Es decir, el primero seguirá, por ejemplo, utilizando interpretaciones o entrevistándose sólo con el adolescente y sus padres por más que haya aplicado este método durante meses sin resultado. El terapeuta orientado hacia el problema, si ve que con las interpretaciones, por ejemplo, no tiene éxito, las abandonará y establecerá un programa de refuerzos positivos; o bien, si antes se reunía con la familia nuclear, pasará a reunirse con el adolescente a solas, o con la familia extensa.

La unidad problemática: una, dos, tres o más personas

Lo que tiende a diferenciar al terapeuta individual del familiar es su concepción de la unidad problemática: el hecho de que esta sea una persona, o dos, o tres, o más. Por defmición, la terapia psicodinárnica, que se ocupa de la psique individual, toma como unidad problemática a una sola persona, centrándose en sus per­cepciones, ideas, sentimientos y conducta. La terapia familiar puede también operar con este foco, poniendo el acento en los sentimien­tos mutuos de los familiares y la conciencia que cada cual tiene de su trato con los demás.

Si la unidad es de dos o más personas, el énfasis se desplaza a la relación entre ellas. Un problema psiquiátrico es entendido entonces en términos de un contrato entre por lo menos dos personas. Por ejemplo, si un hombre está deprimido y no puede trabajar, el tera­peuta que toma como unidad a la persona procurará comprenderlo y ayudarlo en función de sus percepciones, sentimientos y conducta. El terapeuta que toma como unidad a la díada presumirá que su apatía para el trabajo se relaciona con su esposa: su unidad será la constituida por marido y mujer, ya que parte de la base de que el problema es un elemento de la situación conyugal.

Hay terapeutas que conciben unidades de tres o más personas, en lugar de una o dos. Si la unidad es de tres personas, es posible pensar en términos de coaliciones, y de la estructura jerárquica de estas coaliciones. Por ejemplo, al individuo deprimido que no puede trabajar tal vez se lo conciba envuelto en una coalición con su ma­dre en contra de su esposa.

Aquí la cuestión no radica en la cantidad de personas verdadera­mente involucradas en un problema, ni en la cantidad de personas presentes en las entrevistas, sino en la cantidad que abarca el terapeu-

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' . ta por su manera de concebir el problema. Una familia de ocho inte­grantes puede concebirse como compuesta de ocho individuos, o de cuatro diadas, o de un variado número de relaciones triangulares.

lgualdad o jerarqu.fa

Si el énfasis está puesto en el individuo y en grupos de personas que no mantienen una relación permanente entre sí, se considera que los participantes poseen igual status; pero si se trata de una familia o de algún otro grupo natural, inevitablemente se plantea una cuestión de jerarquía, ya que los partícipes no tienen todos Ja misma posición. Sus diferencias de status se basan en cuestiones como la edad, el manejo del dinero, así como la autoridad y respon­sabilidad con que los inviste la comunidad. Los terapeutas que conciben unidades unipersonales suelen tratar a la familia como un grupo de individuos de igual status. Padres e hijos están autorizados a criticarse mutuamente en un pie de igualdad, y todos los miembros de la familia tienen el derecho de fijar reglas. Los terapeutas que piensan en términos de tres personas tienden a preocuparse por las cuestiones de status y poder en la familia; respetan los límites gene· racionales, y no conceden iguales derechos o responsabilidades a los abuelos, los padres y los hijos.

Comunicación digital o analógica

La comunicación puede dividirse en dos categorías: digital o analógica. En la comunicación digital, cada mensaje tiene un solo referente, pertenece a un único tipo lógico y consiste en signos ar­bitrarios (Bateson y Jackson, 1968). La palabra "silla", por ejemplo, no guarda semejanza alguna con el objeto que designa, y no tiene

. otro significado que el de un signo utilizado para referirse a cierta pieza del moblaje. Desde el punto de vista de esta clase de comu· nicación, un dolor de estómago, por ejemplo, no es otra cosa que un dolor de estómago. La comunicación analógica tiene más de un referente, y un mensaje analógico se asemeja al objeto que designa. Un pufio cerrado y apretado es tanto un signo de cierto tipo de conducta, como una parte o muestra de esa conducta (op. cit.). A diferencia de la comunicación digital, la analógica puede expresar distintas magnitudes. Por ejemplo, dentro de una cierta cultura, los actos de llorar, desgarrarse las vestiduras, mesarse los cabellos o golpearse con la cabeza contra la pared expresan, analógicamente, diferentes magnitudes de desesperación. A un mensaje analógico sólo es posible asignarle significado si se toma en cuenta un contexto de otros mensajes. Desde el punto de vista de la comunicación analógica, un dolor de estómago no es sólo un dolor en el estómago

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sino que también puede ser' por ejemplo, una manifestación de desagrado, una manera de rehusarse a cumplir una tarea o una soli­citud de cariño. El significado que se le asigne al dolor de estómago, como mensaje analógico, dependerá de la situación y del conterüo de otros mensajes dentro del cual se emite aquel.

La conducta sintomática puede ser conceptualizada como comu­nicación digital o analógica. Por ejemplo, los dolores de cabeza de un individuo pueden ser descriptos como un acontecer sin otro referente que un dolor en la cabeza. Esta es una descripción de tipo digital. Otra manera de describir la conducta humana es suponer que todo acto tiene más de un referente. Por ejemplo, al hablar con el terapeuta sobre sus dolores de cabeza, el hombre está hablando de más de una clase de dolor. Desde este punto de vista, la conduc­ta es siempre comunicación en múltiples niveles. Cuando se piensa que la comunicación tiene más de un referente, surgen también sus aspectos informativos y exhortativos. Por ejemplo, "me duele la cabeza .. puede ser una información sobre un estado interno, pero también puede ser una manera de evitar las relaciones sexuales o de conseguir que un marido ayude con los nifíos.

Ciertas escuelas de terapia se fundan en la teoría de que, sea cual fuere la conducta perturbada (temores, afecciones psicosomáticas, actos antisociales), ella es una expresión metafórica de las dificul­tades en la situación de vida de una persona. Otras escuelas sef!.alan que lo mejor es concebir al síntoma como una conducta que no tiene otro referente que el estímulo que la precede o la respuesta que la sigue. Los terapeutas conductistas, que piensan que el sín­toma tiene un solo referente, difieren en este aspecto de aquellos que consideran que el síntoma es una comunicación sobre la situa­ción de vida de la persona, y por ende tiene como referente alguna otra cosa.

Intervenciones directas o deliberadamente paradójicas

Algunos terapeutas realizan intervenciones directas, que esperan sean aceptadas o acatadas. Otros realizan intervenciones paradójicas destinadas a provocar a la familia para que cambie rebelándose contra el terapeuta. La comunicación es paradójica cuando incluye dos mensajes que se califican mutuamente de manera conflictiva. Los mensajes "Sé espontáneo", "No seas tan obediente", "Quiero que me domines", son paradojas comunes en las relaciones humanas (Haley, 1963). Su carácter paradójico reside en que si el receptor del mensaje acata el requerimiento, no está acatando el requeri­miento. La paradoja ocurre porque una directiva es calificada por otra, en un diverso plano de abstracción, de un modo conflictivo.

Haley (op. cit.) ha sostenido que toda terapia contiene una pa-

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radoja, y que es esta la que produce el cambio. El método psicoana­lítico, por ejemplo, es paradójico por cuanto el terapeuta trata de influii en el paciente lo menos posible, dentro del marco de una re­lación cuya única fmalidad es influir en el paciente. Pero si bien hay un elemento paradójico en todas las terapias, puede distinguirse a las distintas escuelas según que recurran. o no deliberadamente a técnicas paradójicas.

Los terapeutas que utilizan directivas paradójicas en forma deli­berada fundamentan de diversas maneras lo que hacen y ofrecen distintas explicaciones sobre la génesis de lo que lleva al cambio, pero todos usan, básicamente, esta técnica paradójica: dentro de un contexto en que el paciente asiste a la terapia a fm de cam­biar, el terapeuta lo insta a producir más de la misma conducta que el paciente quiere cambiar, y dentro de un contexto en que se acepta la naturaleza involuntaria de esa conducta, el terapeuta le pide al paciente que la produzca voluntariamente.

Escuelas de terapia

Un terapeuta que pide al paciente que se acueste en un diván y asocie libremente no parece tener mucho en común con otro que reúne a la familia entera en su consultorio para que se conduelan de la muerte de un abuelo. Un terapeuta que requiere de su cliente que visite a sus parientes lejanos no parece asemejarse a otro que indica a los padres de una criatura que deben darle caramelos cada vez que realiza cierta acción. Pero cuán parecidos o cuán diferentes son depende de las dimensiones sobre cuya base se los compara. Dos terapeutas pueden tener dos enfoques muy diferentes y sin embargo ambos pueden considerar al individuo como unidad; o pueden abordar de distintas maneras las situaciones del pasado, pero

· ocuparse ambos sólo del pasado. A veces se piensa que los terapeutas de familia se diferencian de los terapeutas individuales por la canti­dad de gente que reúnen en su consultorio, ya que tienden a ver en forma conjunta a grupos íntimos de personas. Sin embargo, idénticos presupuestos terapéuticos pueden guiar una terapia de familia y una terapia individual.

Se pueden comparar los distintos tipos de terapia de acuerdo con las dimensiones antes descriptas. El cuadro 1 resume lo que a continuación expondremos.

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Una terapia de base psicodinámica tiene corno foco al individuo, sea que se atienda a una persona sola o junto con el grupo familiar. Al terapeuta le interesan los recuerdos y motivaciones de cada miembro de la familia, sus sentimientos respecto de personas signi­

':ficativas, etc. Más específicamente, las dimensiones características de · Ja terapia de esta escuela son las siguientes. Se hace hincapié en el 'pasado, tanto para hallar las causas del síntoma corno los medios para cambiarlo. Se presume que los síntomas de una persona pro­ceden de un conjunto de experiencias pasadas. Estas experiencias han sido reprimidas y están fuera de la conciencia. El terapeuta se , centra en el pasado y en traer a la conciencia esas ideas y expe­riencias. El método de terapia es mayormente interpretativo, ya sea que se entreviste a una persona sola o a toda una familia; los co­

. mentarios del terapeuta tienen como fm ayúdar a que el sujeto torne ~conciencia de sus conductas pasadas y presentes, y de la conexión '·entre ellas {Sigal, Barrs y Doubilet, 1976). El terapeuta no ofrece 'directivas ni se hace responsable de lo que sucede fuera de la sesión. ~ampoco realiza intervenciones paradójicas deliberadas. Se pone :·énfasis en un proceso terapéutico a largo plazo con el objetivo de 1'ayudar al individuo a crecer y desarrollarse, en vez de simplemente 'tesolver el problema presentado a la terapia. Generalmente se enfati­.'ia el método y se trabaja con todas las familias en forma similar, no 1Jmporta cuál sea el problema. Lo típico es que se trabaje con un cotera­_peuta, y se reúna a la familia íntegra en sesiones semanales de una 'hora de duración. La teoría, centrada en la unidad de uno, describe 'habitualmente a las familias como un conjunto discreto de indivi­:duos, con ideación y emociones reprimidas. No se le da importan­:aá a la jerarquía. La terapia es básicamente analógica, ya que al 'terapeuta le interesan las metáforas y las enunciaciones acerca del tignificado de las experiencias para las personas (Ackerman, 1966; 18oszom;¡enyi-Nagy y Spark, 1973; Dicks, 1967; Frarno, 1970; \lac Gregor et al., 1964; Rubinstein, 1964; Sigal, Barrs y Doubilet, 1976).

Este enfoque de la terapia familiar es el que sienten más afín los terapeutas que han trabajado con individuos según el método psicodinámico tradicional. El terapeuta necesita cambiar poco su teoría, ya que puede continuar con la idea de la represión y con interpretaciones y comentarios de tipo pedagógico. El objetivo

· es producir insight y comprensión, y expresar emociones. En el caso del contador deprimido mencionado anteriormente,

. . este enfoque presumiría que la depresión se basa en experiencias .... pasadas con figuras de autoridad. Si la terapia es individual, el tera­:f peu~a lo ayud~á a trasferir su depresión desde las figuras originale~ ~cta la relac1on con el terapeuta, y a comprender sus causas. S1 ~. Ita terapia es de familia, lo ayudará a entender cómo trasfiere su ·(: . . f( ;:í ~.)~

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depresión con relación a figuras autoritarias originales, no sólo al terapeuta, sino también a su esposa y otros parientes.

Escuela experiencial

El aporte básico de esta escuela, y el que la diferencia del enfoque psicodinámico, es su mayor énfasis en el presente y la introducción de nuevas experiencias en la sesión como instrumento terapéutico. El foco en la expresión de emociones sugiere que se trabaja con la unidad individual, pero el foco en las nuevas experiencias actuales hace que a menudo se involucre a otras personas.

Se pensará que el contador deprimido no sólo está reprimiendo su furia contra la autoridad, pero además se considerará su enojo contra una persona determinada del presente, por ejemplo su esposa. Los terapeutas experienciales de orientación individual colocarían a este hombre en un grupo artificial a fm de ayudarlo a vencer sus inhibiciones expresando sus sentimientos respecto de los integrantes del grupo. Los de orientación familiar entrevistarán al hombre junto con su esposa, para ayudarlo a expresar sus sentimientos hacia ella y para ensefíar a la pareja a pelear en forma constructiva. En vez de interpretar las causas pasadas, un terapeuta familiar experiencia} tenderá a esclarecer a sus clientes con respecto a sus sentimientos y sus relaciones mutuas. Esta escuela es la que más subraya el valor de la sinc~ri~~ en la manifestación de opiniones y sentimientos, y de la comurucaeton clara para resolver dificultades interaccionales.

. Como los psicodinámicos, los terapeutas experienciales tienden a utilizar interpretaciones, a 'veces en la forma de confrontaciones o enfrentamientos. Ponen el acento en el crecimiento personal más que en el problema presentado, y no les preocupan las cuestiones de jerarquía. No recurren a intervenciones paradójicas deliberadas. Se cen~ran en un método, y utilizan un coQjunto preestablecido' y están~ru: de procedimientos. Son analógicos, ya que les interesan los .Significados de la experiencia más que los actos individuales. A diferencia de otros tipos de terapeutas familiares, no sólo reúnen a grupos naturales sin~ que también hacen terapia con· grupos de extranos que no mantienen relaciones permanentes. En cuanto a la. clase de experiencias a que someten a los clientes, hay una am­plia gama de procedimientos utilizados, desde los más conservadores hasta los más extremistas (Duhl, Ka.ntor y Duhl, 1973; Gehrke y Kirschenbaum, 1967; Kempler, 1973; Satir, 1972).

Terapia de la conducta

La escuela de terapia de la conducta difiere de las anteriores en que tanto su doctrina como su práctica proceden de la teoría del

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l ;

aprendizaje y no de la psicología freudiana. Una dimensión común es que la unidad es una persona. Comparte con la escuela experien­cial el énfasis en el presente y en nuevas experiencias; pero en tanto que para esta escuela tales experiencias son un medio de expresión de las emociones, para los conductistas el objetivo es la modifica­ción de una conducta específica. En el caso del contador deprimido, un terapeuta experiencial quizás lo haría dramatizar la situación de cumplir con su trabajo a fm de expresar sus emociones. El terapeuta conductista quizás lo haría dramatizar la situación de cumplir con su trabajo con el objeto de que aprenda a desempefíarse correcta­ment~ y por lo tanto desarrolle confianza en sí mismo. Lo que sin­gulanza. a esta escuela, con respecto a las dos anteriores, es que se centra mtensamente en el problema presentado, y que pone el acento en el cambio deseado por el cliente más que en su creci­miento y desarrollo.

En vez de emplear un método estándar, muchos terapeutas de la conducta disefían un procedimiento especial para cada problema presentado. No formulan interpretaciones sino que fijan directivas a cumplir dentro de la entrevista y fuera de ella. No consideran pertinente la cuestión de la jerarquía, y se ocupan fundamental­mente de actos individuales y no del significado analógico de tales actos. Recientemente, algunos terapeutas conductistas comenzaron a emplear en forma deliberac;la intervenciones paradójicas con individuos (Ascher, 1979; Ascher y Efran, 1978).

Entre los terapeutas de familia, los conductistas constituyen una minoría (Hawkins et al., 1971; Patterson, 1971 ; Patterson, Ray y Shaw, 1969; Stuart, 1969). En vez de la orientación hacia unidades de tres personas de muchos terapeutas de familia 'tienden a orientar­se hacia unidades de dos personas. En el caso det'hombre deprimido, el terapeuta conductista tal vez instará a la esposa a que recompense positivamente cada uno de los pasos que puedan llevarlo a una vida cotidiana más intensa. Esto incrementaría su actividad en el hogar ·Y en ~~ trabajo .Y disminuiría su depresión. Si la madre del paciente pareciera estar mvolucrada, quizás se instará a esta, y no a la esposa a que le suministre esas recompensas. Pero como el terapeuta con: ductista no piensa en unidades de tres personas, no se le ocurrirá concebir la situación como la de un hombre atrapado entre una

. esposa que quiere que trabaje y una madre que no se lo permite ni tomará en consideración que la depresión es consecuencia de e~ circunstancia.

Sistemas de famüiJJ exte1lSil

. En las escuelas hasta ahora consideradas, la terapia de la familia se desarrolló a partir de una terapia individual previa. En cambio,

. otras terapias familiares adoptaron ideas procedentes de diversos

e BIBliOTECA DE CIENCIAS SOCIALES Y HUMANIDADES

~

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tipos de terapias individuales, pero les af[adieron novedosos adelan­tos, de modo tal que no es posible decir que procedan de una escue~a particular de terapia individual. Uno de esos grupos es el que podna denominarse "terapeutas de la familia extensa"· , .

La principal característica de este grupo es su enfas1s en la estruc­tura amplia de parentesco (Bell, 1962). Los terapeutas de este grupo conceptualizarán la situación en términos de una unidad de uno, dos o tres, pero congregarán en la terapia a muchos parientes. La tendencia es que la terapia tome uno de dos enfoques: o bien el terapeuta reúne en las sesiones a todas las personas significativas en la vida del cliente, o bien envía al cliente a visitar a todas esas personas.

La terapia del grupo grande o "terapia de la red familiar" suele asemejarse a la terapia experiencial por su acento en el crecimiento y desarrollo de los integrantes de la familia y, a veces, por ofrecer una experiencia de confrontación (Attneave, 1969; Speck y Attneave, 1973). El foco recae en el presente y no en el pasado, y en un método general más que en un plan específico para cada problema. La conducta sintomática se concibe en términos analógicos. Se modifica una serie de relaciones dentro de la red familiar a fm de generar un cambio en otra serie de relaciones. En el enfoque que requiere que el cliente tome contacto con las personas significativas de su vida, se considera que las relaciones son analógicas, en el sen­tido de que cambiando un conjunto de relaciones en la red familiar se producirán cambios en otro conjunto de relaciones. Por ejemplo, si un individuo presenta un problema de depresión, se piensa que habrá de cambiar activando a su amplia red de parentesco e iniciando un trato diferente con sus progenitores y sus demás familiares. Según esta escuela, los problemas familiares presentes en una gene­ración se reproducen en la siguiente, repetición que puede evitarse si el terapeuta instruye o dirige al paciente a fm de que logre una mayor diferenciación respecto de los demás conduciéndose de manera distinta con su familia extensa.

Al igual que las escuelas psicoanalítica y experiencia}, este enfo­que enfatiza el crecimiento personal y el método; a diferencia de aquellas, pone el acento en las directivas, los procesos intergene­racionales y la jerarquía. En contraste con la escuela experiencia}, en que se alienta a las familias a expresar sus emociones en las sesiones, aquí se eluden los intercambios emocionales y se abordan preferen­temente los procesos racionales. Se utilizan intervenciones para­dójicas deliberadas.

En gran parte de la bibliografía correspondiente a esta escuela (Bowen, 1971, 1975, 1978; y el artículo titulado "Hacia la diferen­ciación del sí-mismo en la propia familia", incluido en la compila­ción de Framo, 1972) se recurre con frecuencia a la terminología de la terapia individual (masa yoica indiferenciada, diferenciación de la escala del sí-mismo, sistema emocional), no obstante lo cual

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el foco está puesto en la tríada. La teoría postula la inestabilidad de la díada, en el sentido de que dos personas envueltas en una relación emocional intensa tenderán a involucrar a una tercera persona. Al asistir a una pareja, el terapeuta debe cuidar de no quedar emocionalmente envuelto en ese triángulo.

Un tipo de terapia familiar que aquí no se considera, por cuanto su teoría es semejante a la de otras escuelas, es la que reúne a dife­rentes familias en un gran grupo, con énfasis en el proceso grupal; se la ha denominado ''terapia multifamiliar" (Lacqueur, Laburt y Morong, 1964). En la terapia de familia extensa o de red, tam­bién se reúne a veces a grupos de parejas, en vez de familias en­teras; pero, a diferencia de los enfoques multifamiliares, no se promueven procesos grupales entre las parejas: el terapeuta trabaja con una de ellas, y a continuación con otra, mientras las demás asis­ten en calidad de observadores.

Comunicación

Más que una escuela terapéutica, este enfoque constituye un cuerpo de teoría adoptado por otras escuelas. Fue el primer tipo de terapia familiar que no tuvo sus orígenes en alguna variante de terapia individual, sino que surgió más bien de las ciencias bioló­gicas y sociales.

Si la teoría psicodinámica tuvo sus raíces a principios de este siglo, la teoría de la comunicación se desarrolló casi cinco décadas después. En 1948, Norbert Wiener publicó su Obemética, y a lo largo del decenio de 1950 todas las ciencias comenzaron a estudiar los sistemas homeostáticos dotados de procesos de realimentación que les perrniti:m autocorregirse. En el campo terapéutico, este enfo­que fue parte del movimiento de terapia familiar. En varios tipos de terapias salieron a la luz estas ideas; la difusión del enfoque de la co­municación cobró auge princi{'almente por el proyecto de investiga­ción que dirigió Gregory Bateson entre 1952 y 1962 (Bateson, 1972; Haley, 1963, 1976a; Jackson, 1968a, 1968b; Jackson y Weak­land, 1961; Weakland, 1962). El concepto de "doble vínculo", cuya publicación original data de 1956 (Bateson et al.), estimuló a mu­chos terapeutas, que comenzaron a adoptar una perspectiva comu­nicacional. Sostenía. este enfoque que el intercambio de mensajes entre las personas defme relaciones que son estabilizadas por pro­cesos homeostáticos, bajo la forma de acciones que los individuos llevan a cabo dentro del marco de la familia. Se consideraba que la unidad mínima era de dos: el emisor y el receptor de los mensajes. Esta concepción generó un tipo de terapia que ponía el acento en cambiar el sistema familiar organizando a los integrantes de la familia para que se condujeran o comunicaran de otro modo entre sí. No era una terapia que tuviera en cuenta el levantamiento de las

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..,

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comprensión de sí mismo; tampoco represiones ni el logro ~e una ndicionamiento. Como el foco de se fundaba en una teona de\ ~ente se comunicaba en el momento atención era la fo~~ en '¿~~s~tuir una cuestión cardinal. A lo largo actual, el pasado deJO de d'd que se fue concibiendo a la de la década del cincuenta, a me a:u:ación Y de una estructura, la familia como dotada de_ una org , ser la compuesta por tres o unidad dejó de ser la ~ada ~~a:~ :elación con dos adultos, o un más personas; en gener ' un d na generación anterior' etc. Se adulto en relación con otro. e. ~n analóaica más que en la digital

• 1 • f · en la comurucac1o 1:>" poma e en aslS . f descriptos por Bateson como una (aunque estos térmmos ueron. " manera de clasificar toda co~u:::~ue emplearon este enfoque

Los primeros terapeutas ba. fruto de una toma de con cien-. do que el caro 10 era

seguian pensan . b tilizando interpretaciones, ya que no cía, Y por ende continu~ ~ u péuticas amoldadas a esta nueva habían surgido nuevas te~~c~s ~:~sesenta el terapeuta que aplicara manera de pensar·. En .la al e; ~. defende~e si empleaba irlter'preta­el enfoque comurucacion m~J:d no era educar a la familia. o.entr.o clones Y asegurar queds~ fi r sentado que toda nueva expenencm de este enfoque, se a a po 1 sistema familiar- es generadora -o sea, una nueva condu·c!a e~ :mpleaban directivas con el objeto de cambios. En las entreVIs as s . . • (p ej tal vez se re-de alterar las vías habituales ~~ com:~:~~~e do~lmente no lo quiriera que ciW:laran entr:: le~~~uera de la entrevista, en partí­hacían), Y tamblénd se dlasl . p fluencia que tuvo en este enfoque la cular com.o re~ulta 0 ~ a m Erickson (Haley, 1967 a, 1973). Se terapia directiVa _de Mil:d ''icas deliberadas. En los primeros usaban irltervenc¡ones l . kcia el crecimiento personal, por la tiempos, hubo una ten enCia ás aro lia de conductas comuni­inquietud de foment~r una~~· más ~arde algunos adherentes cativas dentro del SISte:doa a E:ickson, fue~on apuntando más de este enfoque • emu e incluso en esos casos lo que hacia el problema presentado, ~unqu lejidad del sistema. Pero el se perseguía era incrementar co;:ba como "un mero síntoma", problema presentado nun~a se d~sc ta sintomática era una respuesta ya que _se estirnab~ ¿ue alaco~::ucta comunicativa que la había necesaria Y apropia a a . t oco se prestó mucha provoc:ado. E~ los P.~ero~e~~~;o:,lo~embros de las famili~s atencion a la JerarqUla: sed . ldad En algunos casos, lo que mas

· carse en un p1e e tgua · " · 1964) a comuru . la 'd d de la comunicaclon (Sattr, . interesaba era la mayor e n ~ erés el status de cada integrante Más adelante fue. co~~ando ~~ Jackson (1968a, 1968b; Jackson · dentro de la orgaruzactOndfa;nm rlncipales innovadores de este enfo­y Weakland, 1961), uno ~ os P talar la autoridad de los padres que, destacó 1~ n;tport~nc:o d~eaf:Sn hijos como psicótico. Padres e cuando se defm1a a gu las entrevistas como lo hijos no eran considerados como pares en ,

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habrían sido en una terapia basada en la asociación libre 0 en Ja autoexpresión individual.

El enfoque de la comunicación tendió a integrarse a otros enfo­ques. Satir (1972), luego de participar en grupos experiencialistas de Esalen, desarrolló un enfoque comunicacional más "experiencia!". También las teorías relativas al tratamiento de familias extensas fueron influidas por el enfoque de la comunicación. Pero, básica­mente, este dio origen a dos ramas de terapia: una, estructural, ponía el acento en la organización jerárquica de la familia y en la descripción de sus distintas estructuras comunicacionales, y la otra, estratégica, si bien destacaba asimismo la estructura organizativa, se centraba en mayor medida en las secuencias reiteradas sobre las cuales se basan aquellas estructuras.

Comunicación: enfoque estructural

El enfoque estructural adoptó muchas ideas comunicacionales para la terapia de familias de clase baja, con las cuales no había resultado útil la terapia tradicional (Minuchin, 1974; Minuchin y Montalvo, 1967; Minuchin et al., 1967). Se puso el acento en la jerarquía, partiendo de la . premisa de que la familia no es una organización entre iguales y de que los padres deben hacerse cargo de sus hijos. Se concibió a la familia como compuesta de subsistemas: marido y mujer, madre e hijo, hennanos. Con un enfoque analógico, se consideró que la patología aparece. en aquellas familias que se hallan demasiado enredadas (donde existe escasa o nula diferencia­ción de subsistemas) o desconectadas (donde cada persona constituye un subsistema independiente). Centrando la atención en el presente y no en el pasado, tendía a concebirse a la tríada com9 unidad. Una pauta transaccional en la familia puede ser la siguente: la madre alienta a la hija para que desobedezca al padre, quien ataca a la hija cuando está enojado con la madre. En este caso, el conflicto entre los progenitores da un rodeo y pasa por la hija.

Un objetivo primordial de la terapia es la diferenciación de Jos subsistemas. Por ejemplo, se alienta a los progenitores a dialogar entre sí sin ser interrumpidos por los hijos, o se les prohíbe a los padres interrumpir a los hermanos cuando estos dialogan entre sí. En las familias desconectadas, el terapeuta procura intensificar el flujo comunicativo entre los subsistemas para que los familiares se relacionen y apoyen mutuamente.

En nuestro ejemplo anterior del hombre deprimido, este enfoque partiría del supuesto de que su depresión se vincula con los demás integrantes de la familia, y los reuniría a todos ellos. Si tanto la esposa como la madre del sujeto deprimido estuvieran irlvolucradas, el terapeuta se centraría en la diferenciación del subsistema de la pareja conyugal, de modo que el marido, más confiado en esa rela-

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ción, pudiera desarrollar temporariamente sus actividades extrahoga­refias, por ejemplo su trabajo.

La principal técnica terapéutica aplicada en Jas sesiones consiste en modificar las relaciones entre las personas disponiendo quiénes habrán de dialogar, sobre qué temas y de qué manera. Esto se funda en la convicción de que los cambios introducidos en las vías de co­municación conducen a importantes cambios estructurales en la familia. El terapeuta asigna tareas fuera de las sesiones con el objeto de que esos cambios prosigan; puede, por ejemplo, solicitar al padre que destine un rato todos los días a charlar con su hijo acerca de un tema determinado.

En esta forma de terapia, se aplican interpretaciones "pedagó­gicas" de un modo particular. De ordinario, las interpretaciones se apoyan en la creencia de que las personas cambian una vez que comprenden cómo se tratan mutuamente. Aquí, se las formula para definir una situación que tal vez no sea un cuadro preciso de lo que realmente acontece, pero que es una situación que el terapeuta puede cambiar. Por ejemplo, señalará a los padres que la hija los gobierna y los divide; quizás esta "interpretación" sólo sea una ver­dad a medias, pero a los padres les disgustará que se piense así de ellos y se unirán para hacerse cargo de la hija.

Esta escuela pone el acento más en los problemas estructurales de la familia que en el problema presentado, salvo en situaciones que ponen en peligro la vida de alguien, como en los casos de anorexia y de coma diabético (Berger, 1974; Liebman, Minuchin y Baker, 1974a, 1974b; Minuchin, Rosman y Baker, 1978). La terapia se orienta hacia el crecimiento personal y no recurre a intervenciones paradójicas deliberadas. Tampoco emplea un método preestablecido sino que lo varía de acuerdo con la estructura familiar.

Siendo este libro un aporte a la escuela de terapia estratégica, se presenta en el próximo capítulo una descripción más detallada de las principales características de esta escuela.

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2. Elementos de la terapia familiar estratégica

La terapia familiar estratégica se desarrolló a partir de la terapia estratégica de Milton Erickson (Haley, 1967a, 1973). Incluye diver­sos enfoques, todos los cuales poseen ciertos denominadores co­munes. Un rasgo primordial de todos ellos es que el terapeuta asume Ja responsabilidad de planear una estrategia a fin de resolver los pro­blemas del cliente (Haley, 1963, 1967a, l961b; Herr y Weakland, 1979; Montalvo, 1973; Montalvo y Haley, 1973; Palazzoli et al., 1978; Papp, 1980; Rabkin, 1977; Watzlawick, Weakland y Fisch, 1974). El terapeuta establece objetivos claros que siempre-entrañan Ja solución del problema presentado. No aplica un mismo método a todos los casos sino que diseña una estrategia específica para cada problema. Como la terapia se centra en el contexto social de los dilemas humanos, la tarea del terapeuta reside en programar una intervención en la situación social en que se halla el cliente.

Entre la serie de objetivos que se propone alcanzar la terapia familiar estratégica se encuentra el de ayudar a las personas a sobre­llevar las crisis que enfrentan en determinadas etapas de la vida familiar, a fm de pasar a Ja etapa siguiente. Tales etapas han sido enunciadas por Haley (1973) como sigue: l) período del noviazgo; 2) primeros tiempos del matrimonio; 3) nacimiento de los hijos y trato con ellos; 4) período intermedio del matrimonio; 5) "destete" de Jos padres respecto de sus hijos; 6) retiro deJa vida activa y vejez.

Particular interés tiene para este enfoque el período en que los jóvenes "sueltan amarras" y abandonan el hogar (Haley, 1980). Li grave patología que suele aparecer entonces (v.gr., esquizofrenia, delincuencia juvenil, drogadicción) se entiende como una dificultad para atravesar esta etapa del ciclo de vida. Y de hecho, todas las categorías diagnósticas tradicionales son concebidas, en el contexto de la situación familiar del individuo, como dificultades para avanzar de una etapa a Ja siguiente del ciclo de vida.

"Se defme a un problema como un tipo de conducta que forma parte de una secuencia de actos entre varias personas" (Haley, 1916b, pág. 2). Síntomas como las "depresiones" o las "fobias" son entendidos como contratos entre seres humanos, y, por consi­guiente, como adaptados a las relaciones que ellos mantienen. El terapeuta está incluido en tales relaciones, puesto que él es quien defme el problema: rotular a alguien como "esquizofrénico", "delincuente" o "maníaco-depresivo" es participar en Ja creación

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del problema que la terapia debe resolver. A veces, el rótulo mismo puede pedir a un paciente ue . origina el problema, tomando más difícil su solución: eliminar una realidad no tiene (un dolor a ~a padecer un d e ..... "depresión,. es más difícil que eliminar un problema de "pereza"; que la verbalización cumple el ~~stomago, por~) 4éí,4 curar una "esquizofrenia" no es asunto sencillo, mientras que toma, eximiéndolo del dolor SeJS_~o propósito metafórko del di:-resolver la "dificultad para mantener un empleo" se aviene mucho pueden decir "Tú me produ~s ~l~r.!Jale~o que algünas personas mejor a un posible cambio. Así pues, este enfoque destaca la dife- tanto qu~ otras deben desarrollar el d { padecer el dolor, en rencia entre: l) identificar un problema presentado en la terapia, y clarar su Situación. 0 or como un modo de de-2) crear un problema mediante la aplicación de un diagnóstico o Los obj~tivos de la terapia son ante todo . . una determinada caracterización de un individuo o familia. Rara de secuencms e introducir mayo; com .. • llilped1r la repetición vez se utilizan en este enfoque los criterios diagnósticos de la psiquia- ejemplo, una secuencia típica es a

11 pleJ:dad Y alternativas. Por

tría y la psicología, y la primera misión del terapeuta consiste en ~ el hijo de una pareja cuando ::n~en a cual surgen problemas definir de tal modo el problema presentado que sea posible solucio- ciden permanecer juntos a fm d a separarse, los padres de-nario. cuando el chico empieza a come :uparse del_niño problema y,

El enfoque es sensible a la red social más amplia que la familia y padres vuelven a amenazar con se po ese con mas normalidad, los la incluye, en particular a los profesionales que tienen poder sobre problemas en el chico. La labor d~r~arse, lo cual n~evamente genera la persona que presenta el problema (Laing, 1967, 1969). Si se esta secuencia de modo tal ue 1 :ra~eutaconSJste en modificar trata de un adolescente internado en un hospital, la unidad social .Jada de si los padres se separ!

0 :o meJona del niño quede desvincu-

será, para el terapeuta, no sólo el joven y su familia, sino además Para alcanzar los objetivos · los profesionales que deciden su medicación, internación y alta etapas en la terapia. Se defme a ~ropuestos, se programan varias (Haley, 1980). Análogamente, si el caso en cuestión es el de una no menos de dos personas y h b'tadala problema como abarcando a

lib d di · 1 1 d b · debe dis · a 1 u mente tres Lo · persona en erta con c10na , e po er que so re esa persona ttene cernir el terapeuta es uiéne • . · pnmero que el magistrado a cargo de la causa y los tribunales es tal, que no puede bJ.~ma presentado, y de qué r!ner s {stan Involucrados en el pro-menos que incluírselos en los planes terapéuticos. Tratándose de un intervenir a fin de modificar la or~an _ueg?; r7:olverá cómo ha de niño, se supone que el terapeuta gravitará con su opinión en los problema presentado ya no sea nec ~a~on iuniliar para que el maestros y el personal de la escuela a que asiste, quienes a veces le planea en etapas· de manera esano. ?r lo común, el cambio cumplen un papel determinante por su forma de identificar y rotular Wl conjunto de rel~ciones prov¿ue : 1 cambto en una situación o en al niño. En ocasiones, es preciso focalizar la terapia en las discre- Y luego otro más hasta que tod cal ra. otro cambio en otra relación

· ' a a sttuació b' ' pancias que existen entre diversos profesionales. ClOnes están programadas para · 1 n caro te. Las interven-Por su manera de conceptualizar un problema, el enfoque estra- 0 desconectar a varios nu·e b mvo ucrar 0 desinvolucrar, conectar

em . m ros entre sí A m d 1 tégico hace hincapié en lo analógico. Se presume que el problema pteza por crear un nuevo problema · enu o e terapeuta de un niño o el síntoma de un adulto son modos que ellos tienen tal que el cambio lleve a la 8 1 . . d Y por resolverlo de modo de comunicarse con los demás. Si se trata de un hombre deprimido tado la familia origínahnente.

0 UCion el problema que había presen-

que no quiere trabajar, se supondrá que esa es la· forma en que él se En este enfoque interesa la jerar uía f: .. comunica con su esposa (y/o su madre, padre, hijos, etc.) respecto eap~ que se hagan cargo de sus hi\s amiliar. De los padres se de ciertas cuestiones específicas -p. ej., si la esposa aprecia al COalictones intergeneracionale ~ ' al par que se bloquean las marido y la labor que desempeña, o si este debe hacer lo que quieren ~ se alía con un hijo contr!' ~o~~ cuando ~no de los progenito. su esposa o su madre, etc.-. Quizá la pareja se vuelva inestable CUidado en el lugar en que se s"t' 1° progerutor. Se pone especial con relación al problema presentado, y entonces un hijo desarrolle que no forme inadvertidament~ ~~~ t_erapeuta en la jerarquía, para un síntoma que exija al padre prodigarle activos cuidados en vez de OCUp~ los escalones inferiores en e CI~nes deo~ los miembros que deprimirse y comportarse incompetentemente. Se da por sentado IUpenores. on ra e os que ocupan los que analógica o metafóricamente un síntoma es expresión de un Según Haley (1976b), los sistem t .. problema y también una solución (aunque a menudo insatisfactoria) ;:: en términos de una jerarquía asu~a f:olor.:cos ~ pueden descri­para todos los que tienen que ver con él. braya este autor que una de las q unciOna mcorrectamente.

El foco de la terapia está puesto con frecuencia en la modifi· ea SUstituir el sistema que prese ~~eras d~_planear una estrategia cación de analogías y metáforas. Erickson, por ejemplo, cambia las ;:;;:~al, antes de pasar a reorga~ a 1 a /amilia por o!ro diferente, analogías del paciente narrándole historias que guardan similitud ¿tonal. llustra este· concepto e a~ a _ent_ro de ~na Jerarquía más con su problema (Haley, 1967a). Haley (1963) sugiere que se le ~.122-23): on osstgutentese.~emplos(op. cit

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1/

1¡1

''En el.,.,. de uno madre que ocupa una posición ~xcesi~men;e esto lo oliriaci de su depresión, pero de hecho lo que el tempeuto central con relación a sus hijos, de modo que no hay Jerarquia en ~ está haciendo es modificar la relación entre marido y mujer -p. ej., familia y todos los niños funcionan en torno de la ma.dre como s~ contribuyendo a que la esposa aprecie mejor los esfuerzos de su fuera el cubo de una rueda, tal vez convenga crear un sistema en e marido en el trabajo,. o haciendo que la tarea sea una .empresa ue un hijo mayor releve a la madre, haciéndo~ cargo des~~ hennaj conjunta de marido y mujer, de la que otras personas (v. gr., las ~os. En esencia, este cambio crea ~-na jera~~Ula con un runo e~: amistades y parientes de la esposa) están excluidas-. 1 arental [o sea una organizacmn familiar en la que un J_ Al focalizarse en la solución del problema presentado, esta terapia

ro p f · co:no adulto, tomando bajo su cuidado a los mas no está orientada al crecimiento personal ni se preocupa por el mayor unciOna d al será posible pasar a una ñ ] De este nuevo esta o anonn pasado: el acento está puesto en la comunicación en el presente. Si

peque ~s; miliar más razonable en la que todos los niños puedan bien es cierto que, siguiendo las directivas del terapeuta, las fr-:l:-s JerarqUia ta ' . . d .... uws

articipar con diferentes responsabilida es. . - JObreflevan nuevas experiencias, estas no representan una meta en p "A lo lnvusa, ,¡ lo frunilio está o<ganizada okededo< de ":;runo o{ uúsmas. Tampoco se insiste en la <eelabornción de olgún tema o en rol parental una posible alternativa es convertir a la· ma re ~n en tomar conciencia de la fonna en que se produce la comunicación;

rsona'e dem~iado central como primera e~~pa de la terapia. si la familia puede superar el problema sin enterarse de cómo o por :te ,!bio hben ol nifio P""nta~izo<!o. pudiendose luego pas" qw! lo lo..-6, e.w se conside<a sufiCiente y satisfactorio, teniendo de esta nueva jerarquía anonnal a otra mas nonnal. • . en cuenta que forzosamente muchas cosas quedan fuera de la con-

"Si la secuencia involucra a una abuela que se alta ~on su meto ciencia (Montalvo, 1976). t a la madre cruzando los límites entre las generacmnes, pued~ Las directivas impartidas pueden ser directas o paradójicas;

con' ,¡ nifio baio la total "'pon01bilidad de la abuelo. Se pasam ....ma., involucrnndo a sólo una o dos penonas, o compleias, ponerse • rnial en que toda la res- J

lue 0

de esta etapa a otra igualmente ano ' euglobando a toda la familia. Las directivas directas se planean con :sol>ilidad """á en lo madre, prolubiéndosele ~solutamente ...., a modifica< ciertas secuencias de intemcción familia<. Las

:;"la abuela disciplliw ol niHo, Y po• último podrn """'"' a un lntemnclones del tempeuta tienen como propósito involu"'' a estado más nonnal. . • . d . integrantes de la familia que pennanecían desligados, promover

"Si madre e hijo mantienen una relacmn mtensa e? . emasta, con el acuerdo mutuo y los buenos sentimientos hacia los demás, aumen­un padre periférico, la primera etapa puede consistrr en ~r al tar los interca.inbios positivos, suministrar inforrilación a la familia padre el control absoluto del niño, excluyendo a la mat.~· stst~~a Y ayudarla a organizarse de modos más funcionales mediante la anonnal del que es posible pasar a otro más nonnal. ~am ten po ~Ia fijación de reglas, la defmición de las fronteras generacionales y el darse un rol parental a un hennano mayor para des~r a la ma re establecimiento de objetivos individuales y de planes destinados a del niílo introduciendo así como primera etapa un ststema con ~n · · alcanzar dicho~ objetivos. niño en función parental, o bien hacer intervenir a la abuela crean ° El primer paso al impartir una directiva es motivar a la familia la respectiva jerarquía". pan. que la acate. El terapeuta abordará esta instigación de la fa.

mWa de acuerdo con la naturaleza de la tarea por realizar, la índole Las intervenciones suelen cobrar la fonna de d~ectivas sobre de- la familia y la clase de relaciones que sus integrantes mantienen

al 0 ue los miembros de la familia tien~n que .realizar, den~ro Y con él. Debe impartir directivas precisas, para que surtan el efecto fu~ra ~e la entrevista. Estas directivas estan desttnadas a modifi~r deseado. Si la tarea que se solicita ha de tener lugar fuera de la se-1 en que las personas de la familia se relacionan en.tr~ st Y sión, por lo general todos los integrantes de la familia intervendrán ,~ "':;'~:':.peuta. También " usan las directivas pam_ """"~f.,. ea olla, y a menudo ,. la ensayaní previamente durnnte la sesión. mación observando cómo responde cada cual ~ las ~st~cctones. Sostiene Haley (1976b, pág. 80) que "impartir directivas que vayan

El enfoque parte de la base de que toda teraplll es directiVa~ que derecho al grano {v. gr., llevar al niño a la escuela) es una manera le es imposible al terapeuta evitarlo, ya que hasta en las cuestiOne~ de abordar la cuestión. Con aquellas familias en que el enfoque

ue eli e comentar y en su tono de voz hay directivida~. Pero aqul directo es ineficaz, el terapeuta recurrirá a un plan alternativo ~ W:ctivas son planificadas dehbemdamente, _constltuFdot ~ '~!"' motive a suo integnmtes hacia el objetivo; si esto tampoco principal técnica terapéutica. ~o se hac: hincapié en el mszgh diera resultado, echará mano de otro plan". Cuanto más clara-la comprensión, ni se fonnulan mterpretac10nes. . 'd mente conceptualizados estén el problema y el objetivo de la te-

Tomemos nuevamente como ejemplo el del contador de~rlffil 0~ ~· más sencillo será planear las directivas. He aquí algunos ex uesto en el capítulo anterior. Tal vez el terapeuta ptda ~ 1 eJemplos de directivas impartidas por este autor (op. cit., págs. es:osa que controle el trabajo de su marido; en el plano ostenSible, 60-63):

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li'! ~; ,:

mr

"[l.] Se les pide a padre e hijo q~e hagan algun~ e~~ ~o muy .im· rtante que la madre no aprobana; a ella le sera ~if1cil organiZar k que van a hacer su esposo y su hijo si lo que ellos tienen que hacer

va a disgustada. "[2.] Al padre que se alía con su hijita pequeña contra su es?osa

puede hacérsele lavar las sábanas de la niñ~. cuando e~ta moJa l.a cama; la tarea tenderá a alejar al padre de la hija, o curara la enurests

de esta. 1 hi' "[3.] Una madre que se sentía in_capaz de co~tro ar a su ~o

varón de doce años dijo que lo pondna como pupilo en un c~le~o de tipo militar; afirmó que no le agradaba la idea, pero era lo u~co que podía hacer. El terapeuta le sugirió ~ue, pu~st~ que el niño ignoraba en realidad cómo eran esos coleg¡os,, sena JUSto que ~lla lo instruyera al respecto antes de enviarlo alh. La m~dre con_vmo en hacerlo y, bajo la dirección del terapeuta, comenzo a ensenarle a1 hijo a pararse en posición de flfiDes, a ser cortés, a l~vantarse temprano y tender enseguida su cama; la tarea se trasformo en una especie de juego entre madre e hijo en :1 que e~a er~ el sargento Y él el soldado raso. En dos semanas, el niño habta me~orado s~ con­ducta lo suficiente como para que su madre creyera mnecesano en· viarlo a un colegio de tipo militar. La madre había hallado un~ ~o~~ de tratar a su hijo, y este, una manera de hacer lo que ella le ptdiera .

En ocasiones el terapeuta imparte las directivas metafóricamente, sin explicitar ~ué quiere que suceda. Como sugiere Eri~kso~, ~ gente se muestra a menudo más dispuesta a acatar una directiVa SI

no sabe que se la han impartido (Haley, 1967a, l97~b).. , En este enfoque, se planean deliberadamente directlvas parado·

jicas. Su carácter paradójico radica en que el terapeuta ~e ha asegu~a­do a la familia que desea que cambie, pero al mismo t!empo le ~~~e que no cambie. Esta técnica se basa en la idea de que ctertas familias acuden en busca de ayuda pero se resisten a ser ayudadas; por ende, el terapeuta procurará provocar la resistencia de los miembros _de la familia para que puedan cambiar. Haley (1963, 1976b) descnbe

varias estrategias a tal fin:

"1. El terapeuta se esfuerza en refrenar a los miembro~ de la farni· lía de una posible mejoría, discutiendo con ellos las poSibles conse· cuencias de resolver el problema presentado, y en cada una de las sucesivas entrevistas no habla de otra cosa. .

"2. A una pareja que se trenza regularmente en reyertas tmpro· ductivas se le pide que tengan una reyerta. . .

"3. Se le pide a uno de los cónyuges que se que.Je sobre un smto· ma en momentos en que este no se produce, de modo tal que el otro cónyuge no sepa si la sintomatología de su esposo ~s re~ente una sintomatología, o sólo su acatamijmto de las mstrucctones impartidas por el terapeuta.

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"4. Se le indica a uno de los cónyuges que aliente al otro para que tenga el síntoma que este presenta habitualmente".

Palazzoli y sus colegas (1978) utilizan sistemáticamente una es­trategia paradójica con las familias de esquizofrénicos. Se prescriben a. todo~ _los miembros de la familia las conductas que perpetúan la disfunciOn; Cuando el terapeuta recomienda benévolamente que se pe~tuen las reglas que gobiernan el sistema, la familia puede ser moVIda a modificar tales reglas. ~pp (1980~ distingue las directivas directas o basadas en el aca­

tamiento, refendas a la expectativa del terapeuta de que la familia habrá de acatarlas, y las directivas paradójicas o basadas en el desa­fío, referidas a la expectativa del terapeuta de que la familia habrá de resistirse a ellas. Entre las primeras (que pueden adoptar la forma de consejos, explicaciones o sugerencias) están el fomento de una comunicación franca, el aleccionamiento de los padres acerca del m?do ~e controlar _a sus hijos, la redistribución de tareas y de pnvileg¡os entre los mtegrantes de la familia, la fijación de normas disciplinarias, la regulación de la privacidad y el suministro de in­fomación de la que c_arecen los miembros. Las directivas paradójicas o bas:"das e~ el de~10 dependen, para lograr éxito, de que la familia desafte las mstrucctones del terapeuta o bien las siga hasta un extre~ mo a?surdo, negándose a partir de ahí a continuar acatándolas. Descnbe_ Papp_ tres pasos para impartir una directiva paradójica: 1) defintr el smtoma como motivado por la intención benévola de preservar la estabilidad familiar; 2) prescribir el ciclo de interaccio­nes gener~dor del síntoma, y 3) coartar a la familia toda vez que muestre Slgllos de querer cambiar. C~o en la terapia familiar estratégica se establece un plan

espectfico para cada problema, no existen contraindicaciones en CWI"to a la selección de los pacientes a los que resulta aplicable. El enfoque ha sido utilizado con pacientes de las más variadas e~des Y_ clases socioeconómicas, que presentaban problemas de dive~. mdole: psicosis, lesión cerebral, dificultades conyugales, senttmtentos de soledad, temores, comportamiento delictivo sínto­mas psicosomáticos, etc. En cada caso, el terapeuta diseña ~na es­~tegia, y si des!més de algunas semanas no logra con ella los obje­tivos de la terapia, formula una estrategia diferente. En este enfoque el_terapeuta no continúa ofreciendo más de lo mismo si no tiene éXlto. A la vez, el enfoque lo habilita a tomar elementos de todos los modelos Y técnicas terapéuticas que podrían ser útiles para solucio­nar el problema presentado. Es un método pragmático; y se espera que_los tera~eu_tas lleven un registro de los progresos terapéuticos y realicen s~gutmtentos con regularidad una vez finalizada la terapia. ti Este libro agrega a la terapia estratégica lo siguiente: 1) u.n en­oque .en ~?s niveles de organización, en lugar de los niveles de

comurucacton; 2) una preocupación por las incongruencias jerárqui-

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en las que dos estructuras incompatibles d: poder se de~men e~ ultáneamente en la familia; 3) una preocupaCión por la metáfora sll11 resada por un síntoma y por la interacción f~r; Y 4) una ;~~ocupación por entender la especl?cidad de cada stntorna, vale decir, las razones por las cuales es eleg¡d?. . , . .

En lo tocante a las estrategias y tecmcas terapeutlcas, el libro aporta: 1) un nuevo enfoque del uso de la par~~oja, que no se funda en el desafío o resistencia opuesta por la familia; 2) nuev~s estrate­gias para la resolución de problemas presentados ~r ~areJas Y ~ara lo ar una relación más igualitaria en ellas; 3) el enfaSis en técmcas es~ciales para modificar las metáforas expresadas por la conducta sintomática. y 4) técnicas para persuadir a los padres a que asuman la responsabilidad que tienen hacia sus hijos y resuelvan sus problemas.

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3. Problemas conyugales: el equilibrio del poder

Toda pareja se debate con el problema que representa com­partir el poder y organizar una jerarquía tal que las esferas de control y de responsabilidad estén divididas entre los esposos. Este poder no sólo se refiere a la posibilidad de dominar al cónyuge, sino también de reconfortarlo, cuidarlo, reformarlo y asumir responsabilidad por él. Las parejas se dividen el poder de muy diversas maneras. En algunas, uno de los cónyuges toma, por ejemplo, todas las decisiones vinculadas al hogar y los hijos, en tanto que el otro torna todas las referentes al contexto social extrafamiliar. En otras parejas, uno de los cónyuges puede tener poder de decisión sobre todo lo atinente al dinero, en tanto que el otro lo tiene en lo atinente a los familiares y amigos. A veces la pareja resuelve la lucha por el poder extra­yéndolo de una situación de desvalimiento. Por ejemplo, puede ocurrir que los progenitores capitulen ante un hijo adolescente que, colocándose en una posición su~rior a ambos en la jerarquía, los sitúa en un pie de igualdad. O bien uno de los cónyuges tomará la mayor parte de las decisiones mientras el otro se alía en su impoten­cia con los hijos, de un modo que socava la autoridad del primero. Hay parejas que escogen como fuente de poder un síntoma en vez de un hijo. Este capítulo trata de las parejas que eligen un síntoma para equilibrar el poder en su relación. Síntomas como la depresión, el alcoholismo, temores, ansiedad o afecciones psicosomáticas pueden cumplir este propósito. (Para otro análisis del poder de los síntomas en el orden interpersonal, véase Haley, 1963.)

Una manera de describir a un matrimonio con un cónyuge sinto­mático es en términos de una incongruencia jerárquica en la pareja. Lo típico es que el cónyuge sintomático se halle en una posición inferior al otro, que trata de ayudarlo y de hacerlo cambiar; pero a la vez el cónyuge sintomático se halla en una posición superior, por cuanto se rehúsa a ser ayudado y a cambiar. Si bien solicita consejo Y ayuda, el cónyuge sintomático se niega a dejarse influir. De esta manera, quedan defmidas en la pareja dos jerarquías incongruentes. En una, la persona que presenta el problema se encuentra en posi­ción inferior porque necesita ayuda, y el cónyuge no sintomático se encuentra en la posición superior propia del que puede brindar a~da. En la otra, al no admitir la influencia y la ayuda del esposo, el conyuge sintomático se sitúa en una posición superior al no sinto­mático, quien se afana en vano por influir en él y modificarlo. Si se

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J

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abandona la conducta sintomática, el esposo que presenta el pro· blema pierde su posición superior respecto del otro, quien no se afanará más por influir en él y cambiarlo. Si el esposo ''normal" logra influir exitosamente en el otro para que abandone su síntoma, él 0 ella pierde la posición superior de ser el miembro no sintomático de la pareja.

La conducta sintomática de uno de los cónyuges puede deter­minar la conducta del otro cónyuge de diferentes maneras. La forma de pasar el tiempo libre, de usar el dinero, de vincularse con la familia extensa, son algunos ejemplos de esferas que pueden ser dominadas por el desvalimiento del esposo sintomático. Hasta la forma en que el esposo no sintomático debe prestar ayuda, y el he­cho de que siga intentándolo a pesar de sus permanentes fracasos, son a menudo instrumentados por el esposo sintomático. La páreja está atrapada en una interacción que defme simultáneamente el po­der y la debilidad de cada cual respecto del otro.

Importa subrayar el concepto de una posición que es simultánea­mente superior e inferior. En un matrimonio, cada cónyuge puede hallarse respecto del otro en una posición superior o inferior alter­nadamente y en diferentes áreas de su vida. Por ejemplo, uno de ellos puede ser más carifioso y el otro más intelectual; uno puede admi· nistrar bien el dinero y el otro tener habilidad para las reparaciones de la casa. Esta pericia en distintas esferas puede llevar a una división del poder y a un ordenamiento jerárquico satisfactorios para ambos; pero a veces la división del poder resulta insatisfactoria para uno de los dos, y la pareja no halla un modo de equilibrar el poder que los deje a ambos satisfechos. Entonces puede aparecer una conducta sintomática (el umbral de insatisfacción para el desarrollo de un síntoma es peculiar de cada pareja). Uno de los cónyuges puede desarrollar un síntoma en su intento de cambiar el ordenamiento jerárquico y la división del poder en la díada. Pero la conducta sintomática de un cónyuge es una solución desafortunada, ya que en vez de equilibrar el poder en la relación produce una incongruencia jerárquica en el matrimonio. La pareja queda confmada a una situación en la que una conducta defme simultáneamente para cada esposo una posición superior y una inferior respecto del otro. Si el síntoma mejora, marido y mujer perderán poder en su relación recíproca, pues lo que mantiene la igualdad es la defmición simul­tánea de la superioridad e inferioridad respectivas de ambos. En caso de desaparecer la conducta sintomática, los esposos recaerán en la lucha por la división del poder que dio origen a la conducta sinto­mática. Tal vez se debatan con esta cuestión durante un tiempo, hasta que surja un sfutoma que será, una vez más, un intento de cambiar el ordenamiento jerárquico y equilibrar el poder. Este ciclo puede mantenerse sin cambios durante muchos años. Es posible que el cónyuge sintomático no empeore progresivamente ni tampoco mejore. Su conducta -aunque útil, en cuanto genera una cierta

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equidad entre ambos esposos, suscitando con frecuencia una interac­ción más benevolente e impidiendo una separación- no ayuda a los cónyuges a abordar y resolver las cuestiones que los preocupan, y, en verdad, impide la resolución de estas cuestiones.

El sistema como metáfora

En torno del síntoma de uno de los esposos se desarrolla un sistema de interacción que se convierte en una analogía de la lucha conyugal, que la pareja no puede resolver. Vale decir, el síntoma es en sí mismo una metáfora (v.gr., una esposa que vomita compulsiva­mente puede estar expresando su desagrado por el marido), y la forma en que la pareja aborda el síntoma es una metáfora sistémica de otros tipos de interaccion que mantienen en diversas esferas de su vida en común. Supongamos que A y B, marido y mujer, discuten permanentemente si B debe obedecer a A en cuanto al manejo del dinero, o si los problemas de trabajo de B son más importantes que cualesquiera otras cuestiones. Si la lucha mutua es tan grave que el matrimonio corre peligro de disolverse, o si la desigualdad en la división del poder se torna disfuncional o intolerable, uno de los esposos puede desarrollar un síntoma. Si B se deprime, por ejemplo, o produce un síntoma psicosomático, entonces A y B pueden centrar sus ·reyertas en el síntoma en lugar de hacerlo en sus otros problemas irresueltos. En vez de discutir si B debe seguir las indica­ciones de A en cuanto al manejo del dinero, pongamos por caso, discutirán si B debe o no obedecer a A en cuanto a cómo proceder con respecto al síntoma. En vez de discutir los problemas de tra­bajo de B, discutirán la conducta sintomática inapropiada de B. El sistema de interacción en tomo del síntoma es una analogía de otros sistemas de interacción en el matrimonio; permite a los cónyuges sa­ber dónde se encuentra situado cada uno en relación al otro, con res­pecto a ciertos problemas, sin tener que discutir expresamente esos problemas y así poner en peligro el matrimonio.

La secuencia de acontecimientos sería la siguiente. En la pareja de A y B, A ocupa la posición dominante; su carrera profesional es considerada más importante que la actividad de B, y A toma las decisiones relativas a la manera de gastar el dinero, dónde vivir, etc. En cierto momento, B desarrolla un síntoma, con el cual se subordina en la relación y confiere poder a A, quien, en contraste con B, parece cada vez más idóneo y competente y aconseja a B qué debe hacer para librarse del síntoma. Está implícito que A debería resolver el problema, que la propia existencia del síntoma es, de alguna manera, asunto de su responsabilidad; pese a lo cual, A fracasa repetidamente en sus intentos de ayudar a B y de resolver el problema de B. Además, ahora A tiene una cantidad de cosas que

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hacer por B, o en lugar de B, y a su vez el estado de B priva a A de hacer una serie de cosas. Por esta vía, el síntoma conr:ere poder a B sobre A. y este sistema de interaccíón en tomo del smtoma de B es análogo al que existe en tomo de otras cuestiones de la vida de ambos. Es decir, A y B interactúan, respecto del síntoma de B, de una manera análoga a como lo hacen respecto de otros asuntos: A le dice a B qué tiene que hacer con el síntoma y se queja porque B no lo hace, o no lo hace como debería hacerlo; B se queja de que lo que A le manda hacer no es apropiado, y que A le ofrecería mejores soluciones si se interesara más por ella (o él), o si fuera más sensible, comprensivo o atento. Al discutir sobre el síntoma, están discutiendo sobre la posición dominante de A y la infelicidad que esta situación le provoca a B. Por intermedio de la conducta sintomática, B manifiesta tanto su propósito de no dejarse dominar como el desvalimiento en que se halla. La posición de esposo de una persona sintomática confiere a A poder e impotencia al mismo tiempo. Si B abandonara su conducta sintomática, volverían a discutir sobre la carrera profesional de A o sobre si A debe ser quien decida el uso que se dará al dinero; y en la medida en que estas cuestiones no se resuelvan, B volverá a producir un síntoma y el ciclo se repetirá. Puede ocurrir que un hijo de ambos desarrolle un síntoma y salve a B de tenerlo, ya que ambos cónyuges se cen­trarán entonces en el síntoma del hijo así como antes lo hicieran en el síntoma de B. Por ejemplo, el niño puede comenzar a robar o a fracasar en la escuela. La interacción de los esposos en torno del problema de su hijo se convertirá en una metáfora de su interac­ción en torno de otros problemas. Así pues, puede haber una varia­ción cíclica del foco de la interacción (a veces será la carrera de A, otras veces el manejo del dinero, los síntomas de B o el problema de un niño), pero el ddo se reproducirá igual.

Los casos clínicos que siguen ejemplifican cómo se puede resolver el problema que presenta uno de los cónyuges cuando se resuelve la incongruencia jerárquica en la pareja.1

Caso 1: Un hombre deprimido 1

Un hombre de 60 años de edad había sufrido una grave depresión durante varios años. La terapia individual y de grupo había fraca­sado. Se levantaba de madrugada preocupado por sus serias dificul­tades de trabajo, que eran el resultado de haber descuidado sus

1 Los terapeutas fueron Richard Belson, Eugene Schwartz, Joan Shapiro y

la autora. 2 En el capítulo 8 del presente volumen se encontrará una trascripción tex-

tual de algunos fragmentos de esta terapia, acompañada de comentarios.

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negocios d_urante cinco anos a causa de la depresión. La esposa era u~a ps1cotera~euta que, al crecer los hijos, había retomado sus estudios c~n el aliento Y apoyo del marido y estaba ahora exitosa­mente dedicada a su carrera. La presunta "depresión .. del marido se había constituido en el foco de un sistema de interacción que defmía la existencia de una jerarquía incongruente en la pareja.

Aparentemente las cosas ocurrieron así. En los primeros años de su matrimonio, el marido había ocupado una posición dominante. Luego la esposa desarrolló intereses fuera del matrimonio y comenzó a dedicarse a su carrera de terapeuta. Cuanto mejor le iba a ella en su trabajo, peor le iba al marido en el suyo. A medida que aumenta­ban las dificultades de él, ella era defmida cada vez más como la profesional competente de la pareja. El comenzó a "deprimirse" -problema que estaba dentro de la especialidad de su mujer como terapeuta-. Para el marido, la depresión era tanto una fuente de poder sobre su esposa como una fuente de debilidad en relación con ella. La mujer estaba en una posición superior, competente, apoyan­do y aconsejando a su marido; pero también estaba en una posición inferior porque fracasaba en ayudarlo. La interacción en tomo de la depresión del marido era una analogía de la interacción de la pareja en torno de la reacción del marido frente al creciente éxito de su esposa y su progresivo apartamiento del hogar. La depresión era una metáfora de las dificultades conyugales y a la vez una solución para tales dificultades, al mantener a la esposa preocupada por el marido.

El marido acudió solo a la primera entrevista, diciendo que su esposa había tenido imprevistamente un compromiso en su trabajo. Tras escuchar el relato· del problema, el terapeuta le dijo al hombre que se trataba de un caso de diagnóstico erróneo: él no era un caso de depresión, era simplemente irresponsable. Había sido irresponsa­ble al descuidar durante cinco años su trabajo, y su problema consis­tía en hacerse responsable nuevamente. El hombre quedó sorprendi­do, pero aceptó el diagnóstico de irresponsabilidad en vez de depre­sión, y así aceptó que su conducta era voluntaria y podía ser volun­tariamente modificada.

Al redefinir el problema como irresponsabilidad, se restaba en parte el poder que la "depresión", como síntoma, había conferido al marido, y también se sacaba el problema de la esfera de respon­

y competencia de la esposa. La interacción en torno de la irresponsabilidad del marido no podía ser utilizada como la misma analogía que la interacción en torno de la depresión. En el pasado, al interactuar en torno de la depresión, el marido había sido el des­valido y ella la persona competente, comprensiva, encargada de reanimarlo, por exasperada que se sintiera con él. Si el terapeuta hubiera aceptado el diagnóstico de depresión, le habría sido difícil no entablar con el hombre la misma relación que su esposa; y así como esta había fracasado en sus intentos de ayuda, también hubiera

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l,¡i 1

fracasado él. Al aceptar el marido el diagnóstico de "irresponsabi­lidad" en vez de "depresión", el terapeuta podía exigirle acción (ocuparse de su trabajo en forma responsable) en lugar de emo­ciones (estar contento); además, podía disponer que la esposa se vinculara con su marido como lo hacía el terapeuta. El marido ya no podría derivar poder del desvalimiento de su síntoma, y ambos cónyuges tendrían que tratarse mutuamente de otro modo.

En la primera sesión, el terapeuta le indicó al marido que la próxima semana tendría que poner el despertador todas las noches para levantarse a las tres y media de la madrugada y, durante media hora, preocuparse por su situación. No debía preocuparse por su situación en ninguna otra hora del día. También le demandó po­nerse al día con su trabajo atrasado, pues de lo contrario la se­mana subsiguiente iba a tener que prolongar el tiempo dedicado a preocuparse.3

En la segunda sesión, el hombre comentó que había puesto el despertador a las tres y media en una sola oportunidad y que se negaba rotundamente a volver a hacerlo, porque era una tontería. Sin embargo, esa semana había dormido bien. (No volvió a traer este problema en toda la terapia.) Tampoco se había entregado a preocuparse demasiado, y había empezado a reordenar su oficina.

A esta segunda entrevista concurrió su mujer. El terapeuta le explicó que el problema de su esposo no era depresión sino irres­ponsabilidad, y pidió su ayuda para hacer que él recobrara su respon­sabilidad. La esposa, una mujer agradable y que obviamente quería mucho a su marido, en apariencia había sido informada por este del nuevo diagnóstico y aftrmó que probablemente el terapeuta estu­viera en lo cierto. Dijo que cada vez la exasperaba más la conducta de su marido, ya que la situación económica de ambos se veía seriamente amenazada por su negativa a trabajar. El terapeuta compartió los sentimientos de la mujer y le pidió que hiciera un plan, fijando ciertas obligaciones en materia de trabajo que el marido debería cumplir. Si en determinado período él no las cumplía, iba a tener que hacerlo ella, aunque eso implicara para ambos una con­siderable pérdida de dinero, ya que el marido era experto en esa tarea y ella no. Ella también debía telefonear al marido a la oficina en forma regular a fm de asegurarse de que estuviera trabajando. Con estas directivas, el terapeuta exageraba un aspecto de la jerarquía in­congruente, según el cual la mujer se hallaba en posición superior a su incompetente marido. Se presumía que la pareja habría de respon­der reorganizándose en una jerarquía más razonable y congruente.

Dos semanas más tarde, el marido había mejorado en el desem­peño de su trabajo. El terapeuta le dijo a la esposa que ella había

3 Haley (1963) y Erickson (Haley, 1967a) han descripto la aplicación de sacrificadas tareas paradójicas para producir un cambio.

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descuidado a su marido durante muchos años, desde que se dedicó a su propia carrera. Le encargó que la semana siguiente destinara dos veladas a su marido y dedicara media hora por día a examinar con él su vida en común.

Al. indagar acerca ~e la vida. sexual de la pareja, el terapeuta se entero de que el mando era Siempre quien :Í(liciaba las relaciones sexuales. Solicitó entonces a la esposa que, en la próxima semana, ella lo buscara a él en alguna oportunidad para tener relaciones. El terapeuta explicó que el marido había tratado de proteger hasta tal punto a su esposa que no dio a esta nunca la oportunidad de tomar _la iniciativa sexual. Al defmir al marido como protector de su muJer en esta esfera, se lo situaba en una posición superior a ella.

Dos semanas después, la mujer informó que al marido le iba mucho mejor en su trabajo, que había estado animado e incluso había hecho un aporte importante dentro de su especialidad. El mari~o ~inimizó este logro, y se lamentó diciendo que las cosas se~1~ Igual que antes. El terapeuta afirmó que era evidente que eXJSha un desacuerdo entre ambos al respecto, y que necesitaban una nueva manera de verificar la comunicación entre ambos. Indicó al marido que durante la próxima semana él debería fmgir en tres ocasiones, ser irresponsable e inepto, y la esposa debía trata; de des­cubrir si realmente se sentía así. El marido se quejó de que eso era una tontería, pero fmalmente aceptó hacerlo. De este modo, el terapeuta dispuso las cosas de tal suerte que si el marido se mostraba irresponsable e inepto, la mujer no sabría si se sentía verdaderamente así o si estaba acatando las instrucciones del terapeuta. Por consi­guiente, ella no reaccionaría en su forma acostumbrada.

En la sesión siguiente, sin embargo, el terapeuta se enteró de que el ~arido no había seguido sus directivas. Le pidió entonces que fmg~era irresponsabilidad e ineptitud en la sesión misma; el marido lo hizo, con gran diftcultad y bajo una andanada de críticas de la esposa y del terapeuta, que encontraban muy poco verosímil su conducta irresponsable e inepta. En el pasado, lo habitual en la interacción entre marido y mujer había sido que él se lamentara de sus problemas y que ella le brindara apoyo y consuelo. Ahora el marido fmgía lamentarse y ella lo criticaba por no fmgir co~ suficiente realismo. En esta nueva interacción estaba implícito ~ue al marido le era difícil mostrarse irresponsable e inepto. Como e! ya no estaba deprimido sino que estaba trabajando duro y ha­et~ndo grandes progresos, el terapeuta sugirió que, en vez de concu­mr a la próxima sesión planearan un almuerzo los dos juntos. Así, el. terapeuta comenzaba a separarse de la pareja antes de poner tér­mmo al tratamiento.

Dos semanas más tarde, tanto el marido como la esposa informa­ron que to~o iba mejor. El terapeuta les propuso terminar la terapia. Ellos ~stuv1eron de acuerdo, y convinieron en reunirse para una entreVIsta de seguimiento unos meses después. El trabajo del marido

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Los vómitos eran la expresión del desvalimiento de la esposa, pero también de su poder. Ella era la madre y ama de_ casa perf~cta, excepto que mientras realizaba sus quehaceres, vormtaba. El st~:o­ma era una 'metáfora tanto de su sumisión como ~e su rebehon. El sistema de interacción de la pareja en torno d~l smtoma era una metáfora de su interacción en torno de otras ~uesttones, e~ las cuales la esposa se presentaba ostensiblemente sumtsa y dependiente, ~ro en fonna encubierta desaprobaba a su marido, socavaba su autondad y se rebelaba contra él. . ,

Se planeó una directiva· tal que el poder en~ubierto ~el smtoma fuera remplazado por un acto de abierto de~afto al_ ~ando, aun~u~ este desafío habría de manifestarse en acciones ludt<_:as que -~I­mizarían la disrupción en el matrimonio. La estrategta terapeutica se fundó en el concepto de que el síntoma confería a la esposa .un beneficio interpersonal: era una manera de veng~rse. del mando por dominarla. Si era posible mantene_r este benefi':Io_ mterpersona~ por alguna otra vía que no fuera el smtoma, este ultuno des~p:Ue

- Vale decir si el síntoma era un modo de vengarse del marido, cena. ..., , f · t y si se le podía proveer de _algún otro. modo tanto o mas e teten e de hacerlo, la esposa dejana de vomitar. Pa~a que esa ~on.ducta sustitutiva resultara más eficaz tenía que_ser sunple, constlturr una especie de juego, y estar vinculada c~n ~1 smtoma. . .

Se le dijo a la pareja que los vomitos de la muJer no eran mas que una manera de tirar comida a la basura haci~ndola .pasar primero por el estómago. ¿Por qué entonces no arroJarla drrectame.nte ; evitar el desagrado y los efectos destruc!ivos sobre su, orga?Ismo. La pareja concordó en que, de ser postble, esto sena, meJor. La terapeuta pidió, pues, a la mujer q~e arrojara todos los dias al ta~ho de la basura comida por valor de cmco dolares; cada vez que t~vtera ganas de vomitar, tenía que ir a la cocina y en lugar ~e ~llo tira~ la comida. Si no le venían ganas, de todas maneras deb.ta tirar comt~a por ese valor, a razón de tres veces por día. El mando colaborana en esta empresa encargándose esa seman~ de to~as las co~pras Y asegurándose de que hubiera todos los dtas sufi:tente ~o~tda para tirar sin que los niños pasaran hambre. Ademas, revisana por ~a noche el tacho de la basura a fin de verificar que su ~sposa _habta arro"ado la cantidad indicada de comida por valor de cmco dolares. Mie~tras permaneciera en el hogar, vigila:ía cuidad~samente ~ su esposa para ver si vomitaba; si ella lo hacta, la llevana a la cocma, la haría sentar, y tomando cariñosamente la mano de ella entr~ las suyas la obligaría a darse un atracón. En caso de qu~ ella_ vomit~ra cuando él no estaba en casa, ella debería contarle que habta COI_Iudo antes de vomitar, y él la obligaría a que volviera a comer eso mismo hasta el hartazgo.

De esta manera, el vómito fue remplazado. por otra c~nduct.a que cumplía el mismo fm de vengarse del mando, .Y~ que el debta ir de compras, escudriñar en el tacho de la basura, VIgilarla a ella por

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la casa, y, lo peor de todo, desperdiciarían treinta y cinco ·AJ~,J<~r·~~ por semana. Antes, los vómitos habían apartado a la pareja; ehora contribuirían a mantenerla unida. Si la mujer vomitaba, el marido iba a obligarla, con cariño y ternura, a que se llenara de welta. Antes, la mujer vomitaba porque se había dado un atracón; ahora, tendría que darse un atracón porque había vomitado. , El marido respondió a la directiva sonrojándose y dijo, riendo:

tt¡Pero yo soy escocés! El dinero es muy importante para mí". Bn un momento posterior de la terapia la pareja contó que habían pasado toda su vida de casados en la pobreza, a causa de que él invertía en propiedades todo lo que ganaban. Aunque poseían ahora una fortuna considerable, continuaban viviendo igual e invirtiendo todas las ganancias. Este estilo de vida había· sido sugerido por el marido y a su esposa le complacían los resultados, aunque a lo largo de los años había pasado muchas penurias para criar a sus hijos con tan poco dinero. Arrojar a la basura cinco dólares por día era infligir una gran ofensa al marido.

Con esta directiva, la terapeuta exageraba, en forma paradójica, la incongruencia de la jerarquía marital. Por su sfutoma y su desvali­miento, la esposa tendría que tirar treinta y cinco dólares semanales en comida; y el marido debería participar en ello pese a que contra­riaba todos sus valores. O sea que la directiva colocaba a la mujer en una posición de mayor desvalimiento pero a la vez de mayor poder sobre el marido.

La pareja obró como se le indicó, y cuando regresaron, dos sema­nas más tarde, la mujer no había vomitado. En esa sesión, la tera­peuta predijo que la semana siguiente la pareja tendría una seria disputa -previniendo por vía paradójica la discordia que siempre ~e a la rápida mejoría de un síntoma en uno de los cónyuges-. Si el terapeut~ predi~e que habrá una pelea entre los cónyuges, estos se afanaran parttcularmente para mantener una relación armo­niosa y así probar que aquel estaba equivocado. La pareja no tuvo una disputa luego de esa sesión, ni tampoco luego de la siguiente, dos semanas después, en la que también se les hizo idéntica predicción. ~ misma directiva de arrojar comida les fue impartida durante

vanas semanas, en cuyo lapso la terapeuta expresó su preocupación de que la esposa pudiera volverse obesa (en realidad era sumamen­te delgada). Fue necesario abordar el problema del control del peso, ya _que los atracones y vómitos autoprovocados {bulimia) están habttualmente asociados con una preocupación extrema por en­gordar. De hecho, al comienzo de la terapia la mujer había comenta­do que durante muchos años creyó padecer una anorexia nerviosa. La terapeuta esperaba que la mujer pudiera controlar su peso de ~~e;a más_ apropiada que con los vómitos·. El marido dijo que tam­bten el temta que ella se pusiera demasiado gorda. La terapeuta pidió a.t~ esposa que anotara su peso todos los días y practicara ejercicios ftstcos y deportes. Ella decidió incorporarse a un equipo de fútbol.

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marchaba bien, aunque todavía tenía mucho que_ hacer, ya ~~e,~? al b as "debía resolver cinco años de total Irresponsabilidad . sus p a r , d · · d

En la entrevista de seguimiento cuatro :neses esp~es, man o Y mujer estaban contentos. El marido h~bia conseguido ~ecuperar en su trabajo cuatro afios de tiempo perdido;_su ma?re hab1a muerto

ese lapso y también había nacido el primer meto de ambos, Y en ambas o~siones la pareja se apoyó mutuamente. Ahora se dab_a ~:enta, dijo él, que tenía que asumir sus responsabilidades y_cump~ con su trabajo, y coincidió con el terapeuta en que no deb1a segurr desperdiciando su tiempo en la terapia. . . .

Las intervenciones terapéuticas en este caso fueron las siguientes.

1. El terapeuta se negó a aceptar la def~ición que df~ del proble­ma la pareja, cambiándola de depresión a rrresponsabili~ad. Co~~e­cuentemente, también debió modificarse el sistema de mteracc10n en torno del síntoma.

2 Se utilizó con éxito una consigna paradójica, la de levantarse en ~edio de la noche para preocuparse, a fm de resolver la pertur-bación del dormir. .

3. La esposa fue puesta a cargo de ayudar a su mando~ volve~e más responsable, con lo cual se exageró un aspecto ~e. ~a Jerarq_uia incongruente, según el cual la mujer estaba en un~ ~oSICion sup~nor, de poder, y el marido en una inferior, de desvalimíent~. Esta mter­vención paradójica estaba destinada_ a pr~vocar ~ mando para que se rebelase contra esta situación, y el lo hizo hac1endose cargo de su trabajo. .

4. Se impartió al marido la conSigna paradójica de que fmgiera tener la conducta sintomática.

La interacción entre marido y mujer mejoró; come_nzaron _a pasar más tiempo juntos y sus relaciones se~uales se volv1er~n mas variadas. Al mejorar su relación, ya no neceSitaron ~pelar al ~~tema de interacción en tomo del síntoma como analog1a y solucton de sus dificultades. . .

En este caso, un marido que antes era el_do~nant: en la ~areJa desarrolló un síntoma de depresión, y quedo ast defiruda una Jerar­quía incongruente. La depresión era una fuen~e __ de po~er s~br~ su esposa y, simultáneamente, lo situaba en posicmn de mfenondad con respecto a ella. Por su parte, la esposa se encontraba en una po­sición inferior por su incapacidad de ayudarlo, pese a que ~yudar a los demás era su oficio. El terapeuta comenzo por organt_Z~J.r a la pareja de modo tal que el poder y la debilidad no. ~stuv1eran. ya centrados en la conducta sintomática, y luego cambto la orgaruza­ción del matrimonio.

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Caso 2: Atracones y vómitos

Una atractiva enfermera de 35 años de edad, madre de tres hijos, consultó a causa de un problema de vómitos compulsivos que una anterior terapia individual y de pareja no había logrado resolver. Desde hacía trece años, pocos meses antes de contraer matrimonio, vomitaba todos los días, en ocasiones hasta cinco veces en una misma jornada. Sólo había dejado de vomitar en semanas aisladas a

. Jo largo de esos años, y en sus períodos de embarazo, por temor ,;' a dañar a la criatura.

Su marido había completado el doctorado de dos carreras univer­sitarias y se desempeñaba en un campo complejo como prestigioso ejecutivo. La mujer mantenía impecable el hogar (diciendo de sí misma que era obsesiva con la limpieza), cuidaba bien de los niños (que no presentaban problemas) y trabajaba unas horas todas las noches como enfermera temporaria. Varias veces al día, en especial mientras limpiaba la casa o preparaba la cena, se daba un atracón de comida y después vomitaba. Comentó que los quehaceres domés­ticos la ponían particulannente ansiosa debido a su obsesividad por la limpieza. Cuando la pareja salía a cenar afuera, a menudo ella sentía que había comido en exceso y vomitaba en el restaurante, volviendo a hacerlo cuando regresaban a la casa. Acostumbraba visitar de vez en cuando a su madre y también allí vomitaba. A menudo lo hacía antes de acostarse, por la noche. Interrogados sobre su vida sexual, el marido admitió que no era muy buena, ya que su esposa estaba habitualmente demasiado cansada por los vómitos como para querer tener relaciones sexuales, y él mismo estaba per­diendo interés, por el disgusto que los vómitos de su mujer le provo­caban. Poco tiempo atrás había tenido un "affaire" con la muchacha que venía a cuidar a los niños, pero eso había terminado. El marido explicó con enojo que él sabía cuándo vomitaba su mujer porque cerraba la puerta del baño (de lo contrario dejaba la puerta abierta). La mujer apuntó que su marido procuraba que ella dejase de vomi­tar, y que días antes de iniciar la terapia él le había dicho: "Ahora que me voy de la ciudad por unos días, puedes vomitar todo lo que se te antoje".

Observando a la pareja, la terapeuta notó que el marido se pre­sentaba como el profesional de prestigio que proveía al bienestar de la familia, y la mujer como la clásica ama de casa y madre, cuyo trabajo de enfermera era secundario comparado con el trabajo de él como ejecutivo. En su comunicación mutua y con la terapeuta, el marido mostraba una gran estabilidad y suma precisión en sus expre­siones; ella, por el contrario, se veía emocional y ansiosa, y se reía juvenilmente por cualquier cosa. Ella solicitaba de continuo la apro­bación y acuerdo de su marido, que en cambio no se la pedía a ella. En todos los aspectos, salvo sus vómitos, ella era la esposa sometida Y dependiente.

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_En la sexta sesión, la esposa se quejó de que, aunque no vomitaba mas y tampoco había aumentado de peso, seguía ansiosa, en especial los lunes, cuando tenía tanta tarea en la casa que se se sentía abru­n;ada por. el desorden y temía volver a vomitar. La terapeuta solici­to al mando que se encargara de planear la actividad de su mujer los días lunes. Al poner al marido expresamente a cargo de la esposa una vez a la semana, la batalla conyugal se tornó menos encubierta. La mujer debía o bien obedecer abiertamente al marido, o bien rebelarse contra él más abiertamente que antes. Por su parte, el mari­do . de~ía o bien requerirle explícitamente que cumpliera con sus obligaciOnes hogareñas, o bien orientarla explícitamente hacia otra clase de actividades. Se le dijo a la mujer que, cuando se sintiera abrumada y ansiosa, telefoneara a su marido a la oficina, le pre­guntara qué debía hacer y siguiera su consejo, ya que él la conocía Y comprendía mejor que nadie. La mujer llamó al marido el lunes siguie~te, Y él le pn~guntó qué es lo que más le gustaría hacer, supomendo qu~. pudiera hacer _cu~quier cosa que se le antojase. Ella le respondm que le gustarla rr a la biblioteca a efectuar una investigación relacionada con su trabajo, pero eso era imposible por lo atrasa~as que estaban _las tareas de la casa. Elle dijo que dejara todo lo demas y pasara el d1a entero en la biblioteca· así lo hizo ella Y su ansiedad desapareció. Marido y mujer estaban ahora más unidos' En ~sa s~s~ón y en varias de las que siguieron, la terapeuta alabó aÍ mando d1~1endo que era un h?mbre particularmente "comprensivo", con el obJ~to. de to~~rlo ~s atractivo ante los ojos de su mujer.

. ~n la septlma seSion, se mstruyó a la mujer para que arrojara diariamente comida por valor de un dólar en lugar de cinco, y se c~mprara para ella alguna frivolidad innecesaria por treinta y cinco dolar~s. La esposa ins!stió en que le era imposible hacer eso, y afrrmo. que no entendm la idea de "frivolidad". La terapeuta pidió al mand~ que le ~iera los treinta y cinco dólares allí mismo, ya que era e~ _dinero de el el que la esposa debía gastar de ese modo. El p:rrec1.o sorprenderse de la dificultad de su mujer para aceptar esa directiva.

La semana siguiente la mujer vino a la sesión con dos faldas dos ~l~sas, un par de zapatos, un mantón y un repasador, que habí~ adqumdo con los treinta y cinco dólares en un negocio de artículos de segund~ mano. Se le comunicó a la pareja que, visto que la esposa obviamente no entendía el concepto de "frivolidad innece­saria", !a. sesión terminaría temprano. Así tendrían tiempo para concurrrr J~ntos a alguna tienda de prendas fmas, donde el marido le comprana una bata frívola e innecesaria que costase no menos de treinta Y c~c~ dólar;es. Por este medio él le enseñaría qué signi­ficaba un.a fnvohdad_ mne~esaria. La sesión siguiente trajeron la bata de_ lujo que ese dta habtan comprado juntos.

E! smt~ma de la mujer había estado relacionado con la ideología de VIda miSerable que sustentaba el marido; ahora el marido se mos-

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traba extravagante. La conducta sintomática fue remplazada pri­mero por el acto de tirar la comida -la metáfora expresada en los vómitos-, y luego por el dispendio de dinero en cosas superfluas ~tra metáfora, aunque este era un acto más normal-.

La pareja comunicó que iba a salir de vacaciones. Se le mandó a la mujer practicar ejercicios físicos durantf< media hora diaria y registrar su peso; y al marido, que llevara una balanza en el viaje para que ella pudiera pesarse, y que la obligase a darse un atracón si vomitaba. También se le indicó a ella que tirara un dólar de comi­da por día y que se comprara alguna frivolidad de treinta y cirtco dólares. En el viaje siguieron todas esas indicaciones. En una sola oportunidad, ella se sintió mal del estómago y vomitó, y el marido le hizo darse un atracón. La primera sesión después del viaje, el marido comentó que deseaba pasar más tiempo junto a su mujer, y programaron para los quince días siguientes salir dos noches y cenar juntos otras dos en su casa.

Durante la terapia se había hablado con la mujer respecto de su carrera, con la idea de que se aplicara más a ella como fuente de for­taleza extrahogareña. Pero ella sentía que había progresado en su carrera tanto como quería, y que en cambio deseaba dedicarse más a los deportes. La terapeuta planeó junto con ella este tipo de actividad.

Hacia el fm de la terapia, marido y mujer pasaban más tiempo juntos y disfrutaban de su mutua compafiía. La mujer había llegado incluso a comer y beber en exceso sin vomitar. No había tenido vómitos en cuatro meses. Semanas más tarde se puso fm a la terapia estableciendo un programa de seguimiento. En la última sesión el marido declaró que había resuelto no trabajar más de cuarenta horas semanales, para así poder pasar más tiempo en su casa. Ambos coincidieron en que su vida matrimonial había mejorado.

Cuando volvieron a reunirse con la terapeuta cinco meses después, la esposa confesó que había vomitado en algunas ocasiones. Se decidió retomar la terapia, pero sin días ni horarios preestablecidos. La terapeuta repitió una serie de directivas que ya habían demostra­do su eficacia para unir a la pareja y a la vez impedir los vómitos.

Tres meses más adelante, la pareja informó que su matrimonio iba mejor, en el plano sexual y en otros, pero que en los cuatro últimos días la esposa había vomitado a razón de cuatro veces diarias. Se le mandó entonces al marido que en las dos semanas siguientes llevara a su esposa tres veces por día al baño y la hiciera vomitar. Ella debería colaborar y hacer lo posible por vomitar cuando su esposo se lo indicase. Era esta una directiva paradójica, y se esperaba que la esposa se rebelara contra su marido y se rehu­sase a vomitar.

No obstante, dos semanas después se comprobó que habían seguido la directiva y que la esposa había vomitado efectivamente todas las veces que su marido se lo requirió, y no en otras oportu-

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"d d s Estos vómitos fueron más desagradables que lo habitual, ru a e . .d d · d ue comúnmente ella vomitaba ensegUI a espues e comer, ~:roq su marido la hacía vomitar cuando la comida ya estaba ~~r­cialrnente digerida. La terapeuta les pidió ~ue simular~n en la ses10~ que el marido la llevaba al baño y le dec_Ia que vo~ut_e; ella deb~a representar todos los movimiento~ propios _del_ vorruto_ P~.ro Sll1

vomitar realmente. La mujer lo hiZo a reganad1e~tes, ~~tiendose muy mortificada. Se les indicó que repitieran esta sunulaciOn du_ran­te cinco minutos diarios en el baño, y luego pasar~ otros cmc_o minutos tranquilos juntos. Como la directiva de vo~tar no h~~Ia surtido efecto paradójico, se la sustituyó por la directiva para~OJ~Ca de fmgir el vómito. Si lo que unía a marido y mujer er~ el vorruto fmgido, no necesitarían el vómito real para m~teners~ urudos. ,

Tres semanas más tarde, la mujer no hab1a vorrutado Y hab1an seguido la instrucción de simularlo .. La terapeuta les pidió en esa sesión que confeccionaran un horano de tareas y un presupuesto de gastos entre ambos. Luego les encomendó que continuaran simulando los vómitos en el baño. ·

Dos meses después la mujer no había tenido vómitos. E~a _tele­foneó a la terapeuta y le preguntó si le parecía bien que partiCipas~ en una "experiencia de crecimiento personal". La terapeut~ contesto que no veía nada malo en ello. Esto fue un error: tendna qu~ ha­berle respondido que no había nada malo en ~llo en ta?to mando~ mujer estuvieran de acuerdo. Pocos días _des pues el man~? telefoneo y dijo que se sentía muy mal '! ~uena ten_er una ses10n, porque había encontrado un charco de vorruto en el sotano. . . ,

En la sesión se vio al marido trastornado, deprun1do; confeso que se le habían atravesado ideas de suicidio. Su mujer había estado sumamente dedicada a su propio desarrollo, leyendo mucho Y ha­ciendo cursos. El se sentía celoso por su participación en el grupo de crecimiento personal, ya que ella no le había hablado de sus planes ni quiso tampoco discutir la experiencia con él. Lo perturbaba que su esposa no mostrara suficiente interés por él, y le retaceara el afecto el apoyo y el sexo. A lo largo de toda la sesión el marido estuvo ~uy perturbado, al par que ella permanec~a indiferente. La terapeuta les pidió que se tomaran la mano_ m1entr~s hablaban. Al término de la sesión prometieron hacer mas co~as JUntos Y no

·adoptar decisiones por separado. El_charc~ en el ~otano no era de la mujer; tal vez del gato. Ella no hab1a vorruta~o mas. . ,

En la sesión siguiente, tres semanas despues, la pareJa conto_ sus dificultades y los esfuerzos que ambos, y en particul~r el man~o, estaban haciendo por cambiar. La terapeuta subrayo que hab~an superado muchos problemas juntos y que probable~ente tendna~ que superar otros tantos en el futuro, ya que u~a VIda normal es~a llena de dificultades. El marido dijo que estaba mtentando ser mas afectuoso y menos despótico, y la esposa confrrmó que lo estaba logrando.

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Se dio término a la terapia. Seis meses más tarde volvieron a tener unas pocas sesiones, porque en los últimos tres meses la esposa había estado vomitando a razón de cinco días cada mes y medio aproxima­damente. Ambos atribuyeron esto al distanciamiento que se había producido entre ellos a causa de las largas jornadas de trabajo del marido. La terapia volvir; a unirlos y cesaron los vómitos.

El tratamiento abarcó veintidós sesiones, en un lapso de veintitrés meses. Durante dieciocho de esos meses, por lo menos, la esposa no vomitó. Al empezar la terapia lo hacía cinco veces por día. A su tér­mino, había vomitado unas treinta y seis veces en veintitrés meses.

La secuencia de intervenciones terapéuticas fue la siguiente:

1. La metáfora expresada por la conducta sintomática fue defini­da como "arrojar comida", utilizando con éxito la directiva paradó­jica de hacer más de eso mismo (arrojar comida) que el síntoma expresaba metafóricamente.

2. Se requirió del marido la penosa experiencia de obligar a su mujer a darse un atracón si aparecía el síntoma, trocando de este modo la conducta sintomática de vomitar como consecuencia de un atracón, por la de atracarse como consecuencia de los vómitos.

3. Se recurrió con éxito a la directiva de remplazar la conducta sintomática del vómito y el arrojar la comida, por la de gastar dinero en cosas superfluas.

4. La terapeuta cuidó que el peso de la mujer estuviera bajo con­trol, para que dejar de vomitar no tuviera efectos infortunados.

5. Al hacer que el marido estuviera más a cargo de la esposa, la terapeuta exageró uno de los aspectos de la jerarquía incongruente, y provocó a la mujer a rebelarse contra el marido, y a este, a abando­nar el exagerado control que ejercía sobre ella. Más adelante, se res­ponsabilizó al marido por el hecho de que su esposa se volviera más independiente de él.

6. Se utilizó con éxito la directiva paradójica de que el marido .forzara a la mujer a simular el vómito en su presencia (cuando la directiva paradójica de que vomitara de veras no impidió que lo hiciera).

7. Se estimuló a la pareja para que se pusieran de acuerdo en cuestiones financieras, que sólo debían decidirse con participación de la esposa.

8. La interacción entre marido y mujer mejoró, de modo tal que pasaban más tiempo juntos, y la jerarquía fue reordenada estable­ciendo una relación mutua más igualitaria, en la que la esposa era más independiente del marido.

9. A medida que la mujer fue ganando independencia, el marido se fue deprimiendo; la terapeuta los ayudó entonces a reorganizarse de manera tal que el marido no empezara a utilizar una conducta sintomática como fuente de poder y de debilidad.

10. Para prevenir la posibilidad de que la mujer vomitase con el

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j

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fm de seguir viendo a la terapeuta, se puso como condición de cual­quier sesión futura que ella no hubiese vomitado.

En este caso, los vómitos de una esposa sometida defmieron, a lo largo de trece años de matrimonio, una _jerarquía inc~ngru~nte; Ese síntoma le dio a ella poder sobre el martdo y a la vez mtenStfico su debilidad con respecto a él. El marido se encontraba en una posi­ción superior a causa de los vómitos de ella, pero en una posici?n inferior por no ser capaz de controlarlos, y porque sus consecuenctas e implicaciones lo humillaban. La. terapeuta utilizó directivas paradó­jicas para solucionar el síntoma y reorganizó a la pareja _a fm de que la esposa quedase en una posición de menor so~etimtento, de modo que la conducta sintomática no fuera ya el eJe en tomo del cual giraban el poder y la debilidad.

Caso 3: Ebriedad

Un hombre de 30 afios de edad fue llevado por su esposa a la sala de emergencia. de un hospital debido a que había vuelto a su casa en estado. de ebriedad, diciéndole a ella que había tenido una pelea en un bar y un accidente con el automóvil, aunque según su esposa este no había sufrido daño alg~no. El hombre af~aba que la gente lo perseguía y se construr_o en la casa un~ harneada para protegerse. Bebía mucho y ocaStona~ente castlgab~ .a su mujer, perdía el conocimiento y se conducta. de maner~ erratil. Se quejaba de pérdida de la memoria. La. pareJa fue denvada a una terapia conyugal. .

llevaban casados siete años, no tenían hijos Y declararon que tenían serios problemas matrimoniales. En una oportunidad se ha­bían separado, asistieron a unas sesiones de asesoramiento psico­lógico para parejas, pero las interrumpieron .al p~co. tiempo. La. _es­posa trabajaba como supervisora en una oficma publica, y el mando como ordenanza en una escuela. Ella era más instruida que él, que no había terminado la escuela secundaria; además, el empleo de ella era superior y mejoi remunerado, era una persona más compe­tente y responsable, tenía más amigos, parecía más inteligente Y era más locuaz y atractiva que su marido. En todos los aspectos ella estaba en una posición superior al marido, excepto que él se embriagaba, y esto, si bien por un lado lo tomaba más desvalido en relación con ella, por otro le confería más poder, pues ella debía soportar su conducta errátil e impredecible y su violencia.

La. interacción de la pareja en tomo de la ebriedad del marido era una metáfora de su interacción en tomo de otros ejes de su vida. La. mujer se debatía permanentemente para que su esposo se co~­dujera de un modo más competente y responsable, y cuanto mas

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presionaba en ese sentido, más bajo caía él en la jerarquía marital y más a menudo recurría al desvalimiento como una manera de adquirir poder. Cuanto más ebrio, incompetente y falto de respon­sabilidad estaba él, menos seguía las directivas de su esposa y más poder cobraba sobre ella. Su hábito de beber era una solución des­graciada, que defmía tanto su debilidad como su poder en relación con la esposa.

En este caso había dos problemas presentados por resolver: uno era el de la ebriedad, y el otro las dificultades conyugales vinculadas con aquella. La. pareja estaba envuelta en un ciclo en el que pasaban de centrarse en la ebriedad del marido a centrarse en sus problemas conyugales, y luego volvían a centrarse en la ebriedad del marido.

En la primera sesión, el marido se entregó a una larga diatriba Ílobre la forma en que sus superiores habían abusado de él durante Ja guerra y cómo había sido forzado a beber. El terapeuta desestimó estas historias diciéndole que muchos hombres debieron sobrellevar experiencias penosas en la guerra y no por ello se convirtieron en alcohólicos. La. cuestión no era el pasado sino el futuro, y que él realmente quisiera cambiar. Respondió que por cierto lo quería, ya que el últinio episodio y sus experiencias de pérdida del conocimien­to y la memoria lo tenían asustado.

La. terapia se inició con una directiva paradójica. El marido acos­tumbraba encontrarse con un amigo a la salida del trabajo e ir juntos en automóvil hasta alguna playa de estacionamiento, donde bebía hasta ponerse borracho. Luego volvía a su casa ebrio y, por lo general, perdía el conocimiento. El terapeuta dedicó primero cierto tiempo a motivar a la pareja en cuanto a que debían seguir sus directivas cualesquiera fuesen estas. A continuación les asignó esta tarea: la mujer compraría con su propio dinero una buena cantidad de ron (que era la bebida que él tomaba habitualmente, mezclada con una gaseosa); todos los días de esa semana, él volvería del trabajo directamente a su casa y ella le serviría la bebida cariñosa­mente, hasta que él se emborrachara y se quedara dormido.

La. semana siguiente la pareja informó que, si bien la esposa había cumplido con lo indicado, su marido se había negado a emborra­charse dos de las cinco noches. Se le preguntó entonces a la esposa hasta qué punto era capaz de tolerar a su marido, cuáles eran sus límites. Dijo que toleraría cualquier cosa y jamás lo abandonaría. Se les impartió idéntica directiva para la semana siguiente, con el agregado de que la esposa iba a tener que hacerlo beber también durante el fm de semana, y que todos los días, antes de darle de beber, debería hacer el amor con él durante cuarenta y cinco mi­nutos. La. mujer protestó, pero finalmente aceptó hacerlo.

Así, en vez de regañar al marido para que dejase de beber, ella lo iba a tener que estimular a que bebiera. Antes, el marido adquiría poder sobre su esposa bebiendo; ahora, para rehusarse a obedecer 1U8 órdenes, iba a tener que dejar de beber. La. directiva de que

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hicieran el amor era un intento de deslindar su vida sexual de sus otros problemas y crear mayor proximidad entre ambos.

La siguiente semana se comprobó que la mujer había hecho su parte pero el marido no quiso beber, ni respondió a sus acerca­mientos sexuales. Se les asignó la misma tarea para la semana siguien­te, agregan_do !a ?_irectiva de que el domingo fueran al cine juntos.

La pareJa stgmo todas las directivas durante cinco días. El mari­do sólo había aceptado una o dos copas cada noche. Al sexto día ~uviero~ una d~puta debido a que la mujer estaba celosa, porqu: el quena estudiar con una compañera de un curso que él estaba haciendo.

Con posterioridad a esto la bebida dejó de constituir un pro­ble~a, salvo en dos episodios, en sendas semanas, a lo largo de un penodo de nueve meses. Fueron dos ocasiones en las que el marido si bien bebió mucho en su casa, no tuvo una conducta errátil ni perdió el c?nocimiento o la memoria, como ocurriera al principio de la terapia. Tampoco golpeó a su mujer ni le volvieron las ideas paranoides.

. Esos dos episodios de alcoholismo fueron manejados de la si­gmente manera. En el primero se realizaron sesiones con cada uno por separa_do. El marido habló de cuán menospreciado se sentía por _su muJer, pero sostuvo que no quería abandonarla. Dijo que se habta ~c~cado mucho por ella. Por su parte, la esposa contó todos los sacnfic10s que había hecho por él. Luego se reunió a ambos Y e~ t~rapeuta les reveló que ambos pensaban que habían hecho ~c~fic10s. en su matrimonio. Se le indicó a la esposa que la semana stg,mente ~ba a tener que cuidar aún más de su marido y sacrificarse mas por e~. Ella montó en cólera y replicó que no haría tal cosa. Era . una directiva paradójica destinada a incitar a la mujer a que se sacrificara menos y no fuera tan tolerante.

Dos semanas después, la pareja platicó acerca de los sacrificios que ha~ía h~cho realmente ~ada uno en el pasado, descubriendo que n~ habtan sido tantos. Analizaron los cambios que podría traer a su VId~ el hecho de sacrificarse menos por el otro, y hablaron sobre sus amistades y la posibilidad de tener hijos. Una semana más tarde estaban planeando tener un bebé, visitar a los amigos y organizar una fiesta para festejar que se habían mudado a una nueva casa.

El segundo episodio de alcoholismo comenzó cuando el marido tuvo. problemas en el t!abajo con uno de sus supervisores. Dijo que las dificultades se deb1an a que a su supervisor no le gustaban los hombres de color como él, y que ya había despedido a siete. El tera­peuta examinó con él qué podía hacer en cuanto a su situación la?o~al, Y le dij~ que, com?. había vuelto a beber, iban a tener que asistir a la terapia sus famtliares. Acudieron a la siguiente sesión el padre d~l- marido y 1~ abuela, que había criado a su nieto y que ahora. VIVIa en otra cmdad. El marido les dijo que, desde que lo sometieron a un examen psiquiátrico cuando era chico, siempre

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había pensado que estaba loco. El padre y la abuela le aclararon que había sido una evaluación psicológica por un problema de aprendizaje, y que nunca había habido motivos para pensar que estaba loco. El padre añadió que su hijo se le parecía mucho: era tímido como él, con dificultad para hacer amigos, y siempre renuen­te a salir de la casa. No obstante, gracias a su empeño, había tenido éxito en su trabajo y en su vida social, y pensaba que el hijo podía hacer lo mismo.

La semana siguiente la pareja informó que el marido había estado bebiendo mucho. El terapeuta dijo que probablemente él los había presionado demasiado, que necesitaban avanzar mucho más despa­cio, y que deberían postergar toda decisión relati~a a ~~e el mand? bebiera menos o progresara en su trabajo. El marido diJO que habta resuelto no beber nunca más. El terapeuta subrayó que era muy im­portante obrar gradualmente y no tomar resoluciones drásticas. Su intención era incitar a la pareja a mejorar en contra de los deseos del terapeuta.

Dos semanas después informaron que el marido sólo había toma­do una cerveza en todo ese lapso. El terapeuta simuló sorprenderse y desconcertarse, y expresó su admirac!ón p~r el rápido_ progreso del marido. Después de comentar cuanto tiempo habta pasado desde que marido y mujer se divirtieran juntos, resolvier~n _hacer una fiesta e invitar a ella al terapeuta. En las semanas que stgmeron, el marido remplazó temporariamente a su supervisor, y continuó absteniéndose de beber.

Los problemas conyugales fueron más difíciles de resolver que la ebriedad del marido, ya que algunos eran de origen externo y rela­cionados al empleo del esposo. No se los podía resolver si no mejo­raba la situación laboral del hombre, ya que esa situación de inferio­ridad lo definía también como inferior frente a su esposa, de un modo que a él no le satisfacía y derivaba en sus intentos de balanc~ar la distribución de poder en la pareja mediante su conducta desvalid~ y sintomática. Cuando dejó de beber, por un breve lapso el foco paso a los celos de su mujer, pero rápidamente ·se desplazó a los intensos celos que él sentía hacia ella -otra esfera en la cual el marido estaba en posición de inferioridad-. Durante unos meses, se concertaron varios contratos y acuerdos entre marido y mujer para. abordar este problema de celos. Como el marido acusaba de contmuo a su mujer de serie infiel pero nunca presenta~a-~guna prueb~ o toma­ba ninguna iniciativa al respecto, se le p1d1o que, ~ volvta a tener sospechas, empacara de inmediato sus pe'!ene~ctas, _abandonara el hogar y pusiera fm al matrimonio. Llevo varias sesiones lograr que el marido se comprometiera a cumplir este plan, pero una v~z que lo hizo sus sospechas desaparecieron. N_o obs~ante, ~ pa~eJa siguió sihtiéndose mutuamente infeliz: _Se 1~ lffi_partteron drrecti~as paradójicas a fin de que cada uno lo htctera mfeliz ~1 otro, Y re~ccto­naron pasando buenos momentos juntos. El mando fue denvado

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a orientación vocacional, como consecuencia de lo cual se inscribió en un curso que le penrutiría rendir equivalencias para obtener su título de enseñanza secundaria y así estar mejor calificado para aspirar a una situación de trabajo mejor. Un año más tarde, fue nom-brado supervisor en su trabajo.

En el trascurso de la terapia, a medida que mejoró el problema de la ebriedad y la relación de la pareja, esta fue centrando más y más su interacción en pasar buenos momentos juntos y en hacer

planes para su futuro. Las intervenciones terapéuticas en este caso fueron las siguientes:

l. Las presiones externas y la violencia fuerón descartadas como causa de ebriedad, defmiendo a esta como un acto voluntario en

vez de involuntario. 2. Se utilizó con éxito una directiva paradójica para que la esposa

alentara al marido a beber, con el resultado de que la ebriedad del marido dejó de ser el eje de las peleas conyugales y él empezó a beber con más moderación.

3. En lugar de la ebriedad, los celos del marido fueron entonces usados por la pareja como fuente de poder y de debilidad. A estos celos se los abordó de diversos modos durante un lapso de varios meses, mediante directivas francas y paradójicas.

4. Se mejoró la posición del marido derivándolo a orientación vocacional, discutiendo con él proyectos de trabajo y aclarando su situación respecto del padre y la abuela, con la consecuencia de que un año más tarde fue promovido a supervisor.

5. La pareja quedó uruda en una relación más igualitaria, de tal modo que ya no recurrió a una conducta sintomática para defmir

una jerarquía incongruente. 6. La posición del marido en la jerarquía mejoró. más aún cuando

el terapeuta restringió su ritmo de progreso y luego le atribuyó el

mérito de su mejoría.

cesaron y la pareja pudo reorganizarse en una jerarquía más con­gruente. y equitativa. En este lapso, se contuvieron dos episodios de ebriedad, 1) estimulando a la esposa para que se sacrificara aún más por su marido, como modo de instarla a sacrificarse menos y a volverse menos tolerante de su ebriedad, y 2) reuruendo a la fami­lia de origen del marido, a fm de aclarar cuestiones vinculadas con su sentimiento de inferioridad y su fracaso en la vida. Para mejo­rar la posición del marido en el matrimonio, se le indicó que no debía progresar demasiado rápido y luego se le atribuyó todo el mé­rito de sus progresos.

Caso 4: Parálisis histérica

Un médico que estaba haciendo su residencia en psiquiatría JJamó para una consulta, diciendo que quería someter sus casos a control, y a la vez tener un tratamiento de pareja con su esposa. La terapeuta le explicó que tenía planeado un viaje al exterior dentro de tres semanas, y que no había tiempo suficiente ru,para el control ni para la terapia. Pero como el joven insistió en tener una entrevista junto con su mujer, se estableció día y hora.

Cuando concurrieron a la entrevista, el marido traía bajo el brazo el libro Estrategias en psicoterapia, de Haley (1963). Presentó a su esposa, una psicóloga que estaba haciendo el internado. Eran una pareja atractiva: ella, de ojos claros e inocentes y cabello rubio, Jugo y lacio; él, un muchacho elegante de tez oscura. Explicaron que tenían un serio problema, cuyo tratamiento por otras terapias había fracasado: la esposa padecía una parálisis histérica de la lengua, que se le ponía rígida y apenas le permitía hablar; sólo mascullaba algunas palabras y emitía sonidos extraños en su afán de hacerse entender. El síntoma sólo desaparecía si tomaba V alium Y luego descansaba durante una hora. Hacía un año y medio que le

En este caso, quedó definida una jerarq~ía inc~ngrue~te P?r el sucedía esto con frecuencia; pero ahora debía empezar a trabajar abuso de alcohol de un marido cuya posición s?cial era mfenor a con pacientes y presentar casos clínicos en reuruones científicas, la de su esposa. El hábito de la bebida le ~?nfena poder sobre esta, Y temía que la parálisis no le permitiera hablar y todos se enterasen y simultáneamente, incrementaba su debilida~ respecto de ell~. -~ de su problema. La terapeuta comentó cuán interesante y exótico ~ujer aunque estaba en una posición supenor por ~~, co~dtci~n eza ese síntoma; podría tratarse de la .última parálisis histérica social' y por la ebriedad del marido, estaba en una po~clOn mfenor f~udiana en el mundo occidental. Marido y mujer se sonrieron, y

or su permanente y fracasado afán de hacer_ que dejara de beber, COincidieron, no sin cierto orgullo, con este comentario. p or aceptar de él abusos y violencias sin línute. El terapeut~ recu· El marido explicó que no habían logrado éxito ni una terapia de Y-~ a directivas paradójicas para resolver el problema de la ebnedadi orientación psicoanalítica ni un psicoanálisis clásico. La lectura del n:anteándose entonces como problema los ~~los extre~os de libro d: Haley le infundió la certeza de que la terapia conyugal ~arido. Estos celos defmían, como antes lo hictera la be~I?a, una ~té.gtca, con el uso de paradojas, podría resolver el problema. ·erarquía incongruente, y eran una fuente de _poder ~ debilid~d e~ l sabta que el síntoma tenía relación con el matrimonio. Jel matrimonio. El terapeuta los abordó impartt_endo diversas drrecti . La terapeuta preguntó qué había ocurrido con las terapias ante­vas francas y paradójicas en el curso de vanos meses, hasta que nores Y se le respondió que el último terapeuta había sido el supe-

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·or del marido en su trabajo, quien se había interesado en el sín- trataba de un caso de parálisis histérica sino de un espasmo psico-~oma y había atendido a la mujer. Esta e~p~có que, según ese somático en ~n sect~r del apa:ato digestivo, la len?ua, provocado psiquiatra, el síntoma se vinculaba con sentm:uentos de culpa _P~~ por la angusha. Mando y muJer declararon, con cierta reticencia, fantasías en tomo de relaciones sexuales de tipo oral. ~lla dec~dio estar de acuerdo.

oner fm al tratamiento cuando el psiquiatra intento seducirla. Un espasmo psicosomático es menos interesante e inusual que ~stuvo a punto de ceder a s~s propuestas_, cuando se dio cuenta U?a parálisis histérica. La, terapeuta_ formuló_ e'sta redefmición del de que, por más que él le dec1a que se hab ta. e?amorado, se estaba s~t,oma al par que eludta ~oda dtscrepanct~ o, enfrentamiento, a rovechando de ella. Entonces se fue precipitadamente ~el con- uruendose a la esp~~, al dectrle que ella tema smtomas similares s~ltorio y no volvió más. Este episodio hizo que el ~a~tdo, que y apelando a la condic10n de experto en medicina del marido. debió seguir trabajando en la misma sala con ese pstqmatra que La terapeuta dijo a continuación que necesitaba ubicar al síntoma lo supervisaba, quedara en una situacióR sumamente molesta Y dentro de la perspectiva general de todas las cosas horribles que embarazosa. , podían ocurrirle a un terapeuta mientras hacía terapia; por eje m-

La terapeuta inquirió cuándo se había presentado el smto~a plo, vomitar, desmayarse, tener que salir corriendo al baño. La por primera vez. Ambos lo recordaban_ ~laramente. No se habtan rigide_z ~e la lengua era una espantosa posibilid~d, p:ro podían casado todavía; un día que estaban de VISita en la casa de los padres ocurrrr sm duda muchas otras cosas horribles, y aun mas horribles de él, la madre les comunicó que había resuel_t? ab~donar a s~ que las que ella había mencionado. Marido y mujer coincidieron esposo, y que dentro de una hora partía en av10n ~~-ta o~ro pats en esto. con su hija. Quería despedirse de ellos, pero les ptdto que no le El síntoma había sido definido ahora, no sólo como una afee­dijeran nada a su esposo hasta que el avión h~biera des.~egado, ción psicosomática en vez de una exótica parálisis histérica, sino para que le fuera imposibl~. ~ete~er}a: La pareJa obedeciO, Y la como u~ f~nómeno orgán_ico molesto dentro de una serie de fenó­joven tuvo su primera paralists histenca cuan~o su sue~a hubo menos similares que podtan acontecerle a cualquier terapeuta. El partido. Se sintió aterrada, y su ~1arido le dto un V~um para énfasis estaba puesto en la mujer c?mo terapeuta. calmarla; después de una hora, aproxunadamente, se rec~bro:, La terapeuta entonces pregunto acerca de la carrera de la esposa.

La terapeuta dijo que seguramente habí~ sido una sit?aciOn ~uy Ella habló de su inseguridad, de la rivalidad con su marido y de su penosa para ambos, en especial para el mando, Y ?estaco lo senstbl~ incertidumbre en cuanto a si alguna vez sería una buena terapeuta, que parecía ser la muchacha a las dillculta~es de el. La_ esposa exp~· teniendo problemas emocionales tan serios. có entonces que la relación con sus propios padres stempre habta La terapeuta pidió a la pareja que describiera su vida en común sido mala, y que su padre había sido un ~co_holista. . y las dificultades en su matrimonio. Explicaron que el marido no

El síntoma de la mujer parecía constiturr un aspecto, Importa~te sólo estaba más envuelto que ella en su carrera, sino que además de la carrera profesional de su marido, ya que le ~aba a el un motivo desarrollaba más vida social y pasaba los fmes de semana en el para entrar en contacto con profesores que le mteres~ban. En su club, jugando al tenis y otros deportes, mientras ella se quedaba primera llamada telefónica a la terapeuta, no f~e claro stlo que bus· e? casa, sola y resentida. La esposa padecía ansiedad con frecuen­caba era un control de sus casos o una terapia. Er~ un experto e~ eta, y a veces no podía dormir, levantándose en medio de la noche el problema de su mujer, e indicó a la t~rapeuta q~e enfoque debta con un ataque de angustia. Despertaba entonces al marido pidiéndole utilizar en la terapia. Aunque no habta consegUido ayudar a su ayuda, aunque no había nada que él pudiera hacer para calmarla. esposa, su fracaso no era un fracaso corriente, ya ~ue el _prob~e~a Uoraba y se ponía regresiva, hablando en forma infantil; a veces mismo nada tenía de ordinario. Para que la teraprn tuviera extto la lengua se le ponía rígida. Por lo general se dormía después de había que modificar el carácter exótico del síntoma. , , tomar un Valium, pero esta solución no agradaba a ninguno de los

La terapeuta dijo que para tratar de entender el smtoma, tema dos, ya que temían que la esposa estuviera volviéndose adicta. La que compararlo con síntomas propi~s. Cuando ella, 1~ terapeuta, pareja pensaba que había entre ellos problemas de comunicación, estaba angustiada o perturbada, tema dolores de estomago~ que Y que debían empeñarse en mejorar su comunicación mutua. eran el resultado de una contracción del músculo correspondiente, La terapeuta dijo que pensaría si podía ayudarlos de algún modo un espasmo. El estómago se volvía rígido Y le provocaba dolor. en el breve tiempo que quedaba antes de su viaje, y concertó una ¿Aceptaría el marido, como médico, que dado que la leng~a e; cita con ambos para unos días después. también un músculo, su rigidez era un espasmo mus~ular seme~an~~ En la segunda entrevista, les dijo que había estado reflexionando al del estómago? El marido concordó en que podta _c~n~ebuse mucho acerca del significado del síntoma porque a su entender la de ese modo. La terapeuta dijo entonces que, a su JUICIO, no ~ explicación relacionada con la sexualidad 'oral no era satisfactoria.

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La pareja coincidió en que no lo era. La terapeuta afrrrnó que había llegado a la conclusión de que la rigidez en la lengua se vincu­laba con una dificultad para guardar secretos. Dijo que probable­mente la esposa siempre había sido muy abierta y sincera, Y había tenido dificultades en guardar secretos. Estas dificultades habían al­canzado un grado extremo cuando su suegra le pidió que conser­vara ese horrible secreto. La lengua se le había puesto rígida, impi­diéndole hablar y revelar un secreto que tanto conflicto le causaba mantener. En relación con esto, creía la terapeuta que el problema de comunicación entre marido y mujer no era falta de comunica­ción, sino demasiada comunicación. Esas largas noches de los ataques de angustia de ella, en que ambos hablaban y hablaban y se revelaban todo uno al otro eran evidencia de demasiada comunicación. La terapeuta estaba segura de que la esposa nunca había mantenido un secreto, ni siquiera de su marido. La esposa dijo que eso era

verdad. Por consiguiente, continuó diciendo la terapeuta, era imJ?ortante

poner cierta distancia entre marido y mujer y bloquear en parte esa comunicación. A su juicio, el síntoma era un problema com­pletamente individual de la esposa, vinculado con su dificultad para guardar secretos, y no tenía nada que ver con la vida matrimonial. Así pues, la terapeuta dijo que tendría que trabajar con la esposa individualmente, sin el marido, y todo cuanto sucediera en latera· pia sería un secreto entre la terapeuta y ella. Creía que de ese modo podría proporcionar algún alivio a la esposa con una U:t~~~nció_n muy breve. Levantándose de su asiento, la terapeuta_se dmgto h~cta la puerta y, abriéndola, le pidió al estupefacto mando que tuviera a bien salir del consultorio.

El sistema de interacción entre marido y mujer en torno del síntoma era una metáfora de su interacción en torno de la posición inferior y desvalida de la mujer con respecto al marido, así corno del poder que ella extraía de esa posición. El era el experto com· petente e idóneo, que debía ayudarla pero había fracasado en ha­cerlo· además el síntoma gravitaba negativamente sobre él Y sobre el rn~trimonio, insumiendo gran parte de su tiempo y energías. Al vincular el síntoma con el primer episodio en que surgió y defi· nido como una dificultad para guardar secretos, la terapeuta pudo cambiar la metáfora que el síntoma expresaba, de modo tal que en lugar de representar el problema de falta de comunicación entre los esposos viniera a representar demasiada comunicación entre ellos. Antes, la metáfora expresada por el sistema de interacción en torno del síntoma había sido del poder y desvalimiento del marido, en sus repetidos fracasos al tratar de comprender y ayudar a su m~~er, Y del desvalimiento y poder de su esposa, quien buscaba el auxilio del marido pero se aseguraba de que este fracasase. El sistema de intera~· ción alrededor del síntoma era una metáfora de la incongruenc1a jerárquica del matrimonio, donde marido y mujer estaban simultá·

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' noamente en un• posición superio< e inferio< """"o del otro. Esto ; incongruencia era una manera poco feliz de alcanzar una relación ; más igualitaria y contrarrestar la superioridad del marido en su · carrera y en su vida social. Al defmir el problema como de cornuni­. cación excesiva y excluir al marido de la terapia, e incluso mantener a esta ;n secreto para él, la terapeuta rnodificó'la jerarquía. La espo· sa P?so a gozar de mayor poder y de menor desvalimiento, por tres .nu~ti~os: porque el síntoma era sólo suyo, porque se le bloquéo el B?lic~tar el soc~r~o 'del marido, y porque sólo ella gozaría del pri­vilegiO de participar en esta "terapia paradójica estratégica". El marido tenía ahora menos poder, porque le estaba vedado socorrer a su mujer, pero también quedaba menos desvalido, ya que dejaba de formar parte del problema o de ser responsable por su solución. Cu~do quedó a solas con la esposa, la terapeuta le dijo que lo

aproptado era una intervención paradójica. Abrió Estrategias en psicoterapia en la página en que se explica la intención paradójica de ~r~ y le pidió a la mujer que leyese. Una vez que lo hizo, le ~IdiO ;I~e se :m~eñase lo más ~osible por que la lengua se le puSiera ng¡da alli rrusmo, en la sesion. La mujer trató y trató pero no lo consiguió. Le impartió entonces la directiva de esforzarse deli· ~radarnente en tener el síntoma tres veces al día, a razón de quince rnm~tos cada vez,. durante toda la semana próxima. La terapeuta hablo luego con la JOVen esposa acerca de su carrera y los ámbitos en que necesitaba desarrollarse; ella dijo que precisaba una supervisión más intensa, y aprender más sobre la práctica de la terapia.

En la siguiente sesión la joven sostuvo que había seguido la direc­tiva _Y no tuvo el síntoma; no le había contado nada al esposo sobre la directiva. La terapeuta le dijo entonces que algo tenían que hacer Rspecto de sus ataques nocturnos de ansiedad, y le dio las siguientes instrucciones. Colocaría cerca de la cama un escritorio con hojas ~ papel y lápices, las anotaciones que hacía en las sesiones terapéu­~ y los textos sobre terapia que le hab!an resultado más útiles. Si -estaba ansiosa y no podía dormir, si se dormía pero se despertaba con angustia, o si se le ponía la lengua rígida, no despertaría alma­rido, ni le diría a este una sola palabra. En vez, se levantaría de la ~· iría al escritorio y dedicaría una hora a escribir una descrip­CIÓn de alguna de·las sesiones que hubiera tenido esa semana con u_no de SljS pacientes. Debía registrar lo dicho por el paciente, o, li se trataba de un niño en terapia de juego,lo que el niño había he­~o en la sesión. También debería explicar y fundamentar sus llltervenciones terapéuticas. Podía recurrir a los textos para explicar lilao que había hecho o para dar la fuente de su comprensión de un ~- Tra~currida una hora, volvería a la cama; si pasaban quince :autos_ sm que pudier_a dormirse, se levanta~ía otra vez y repetí-

la rrusma tarea. Hana esto aun cuando tuviera que pasarse la no­t!laD .entera escribiendo. Traería a la próxima sesión lo que hubiera tllaito, la terapeuta lo leería y lo analizaría junto con ella, a fm de

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ayudarla a mejorar en su trabajo. Si en vez de tener el ataque de angustia durante la noche lo tenía de día, pondría el despertador para que sonase a las tres de la madrugada, ~e levantad~ a esa hora y redactaría un caso por una hora. Su mando no deb1a saber una palabra de todo esto, ni siquiera que estaba relacionado con la terapia. La joven protestó; dijo que así no dormiría lo suficiente, y que tendría grandes dificultades para escribir en medio de su angustia; no obstante, aceptó con reticencia hacer todo lo indicado.

El síntoma de la rigidez de la lengua fue bloqueado de este modo mediante una intervención paradójica que prescribía ese mismo síntoma. El segundo síntoma, los ataques de ansiedad, fue bloquea­do imponiendo una penosa tarea en caso de que ~e presentase. Esta tarea había sido planeada de modo tal que, o bien la joven mejoraba y sus ataques se tornaban menos frecuentes, o de lo contrario pro­gresaría en su carrera de tanto escribir y recibir supervisión sobre sus casos. Antes, su angustia había impuesto un penoso sacrificio al marido; ahora, la consecuencia sería un penoso sacrificio pat;a ella misma.

En la sesión siguiente, la muchacha relató que no había tenido rigidez en la lengua pero sí un ataque de angustia. Trajo consigo unas pocas hojas escritas sobre uno de sus casos; después de escribir durante una hora, había vuelto a dormirse. Sus anotaciones conte­nían diversos comentarios insidiosos sobre la terapeuta, mezclados con otros confusos comentarios acerca de la sesión terapéutica de un niflo. Dijo que al escribir eso había sentido una enorme furia y odio hacia la terapeuta por obligarla a ese arduo sacrificio. La

.terapeuta le respondió que eso era muy comprensible, y pasó a analizar su escrito, explicándole cómo podía aclarar mejor sus ideas sobre el caso, perfeccionar su descripción, etc. Le impartió las mismas instrucciones para la sesión sigui en te.

Esa semana la joven no tuvo síntoma alguno, y como la tera­peuta estaba por viajar, fue su última sesión. La terapeuta le dijo que continuara siguiendo la directiva referente a sus ataques de ansiedad, y de sobrevenirle alguno, llevara sus escritos a otra tera· peuta, con quien ya se había puesto en contacto para que la supe;· visara. A fm de desalentar sus ataques, esta terapeuta le cobrana el doble de lo habitual por cada hora de supervisión.

En una entrevista de seguimiento realizada dos aflos más tarde, la joven ratificó que la rigidez de la lengua no había vuelto a presentar· se más. Había asistido a unas pocas sesiones de supervisión con la otra terapeuta, pero decidió interrumpirlas porque, si bien estaba ansiosa en ocasiones, nunca había vuelto a tener ataques de·angustia en mitad de la noche. Maridq y mujer seg~ían unidos y participaban juntos en diversas actividades propias de su profesión. Se debatían con la decisión de tener o no un hijo, y pensaban que aunque su relación había mejorado, había cabida aún para mayores avances Y para su crecimiento.

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Las intervenciones terapéuticas fueron en este caso las siguientes:

l .. La terapeuta modificó el sistema de interacción en torno del smtoma ~ambia~d~ el síntoma de parálisis histérica por el de espasmos, psicosomaticos, y cambiando la metáfora expresada por aqu~l, de fantasías sexuales y falta de comunicación conyu­gal, a dificultad para guardar secretos y excesiva comunicación conyugal.

2. El marido fue excluido de la terapia y se le solicitó a la mujer que . no le revelara nada sobre el proceso terapéutico para que la pareJa .Y.a no pudiera recurrir al síntoma como fuent~ de poder y de debilidad.

_3. Se utiliz? .con éxito la consigna paradójica de producir volun­tariamente la ng¡dez de la lengua.

.. 4. El síntoma de la ansiedad fue abordado mediante la prescrip­ClOn d: un penoso sacrificio que debía realizarse cada vez que aquel aparec1a, de modo tal que, o bien la mujer quedara menos desvalida al no !ener l?s at~ques de ansiedad, o incrementara su competencfu profeSion~ s1 tema que cumplir con el sacrificio. • S. ~hizo frente a la necesidad de terminar prontamente latera­

pm de~lVando el caso a otra terapeuta, quien se desempeñaba como ~pervtsora: a :m de a~gurar que fuera cumplida durante algún tiempo la directiva de realizar el sacrificio penoso.

E~ est~ caso, quedó definida una jerarquía incongruente en el ma~oruo cuando la esposa, dependiente e insegura desarrolló un smtoma "histérico". Su "parálisis histérica" era un~ fuente de ~der d sobre ~~ marido, Y simultáneamente la situaba a ella en posi­CJ.On . e debilidad frente a él. El marido se hallaba en posición ::fe:~r a causa. de 1~ .'•!ñsteria" de su esposa, pero en posición sist' por su 11Iiposibllidad de ayudarla, aunque su oficio con-

la en ayudar a la gente. La terapeuta organizó a la pareja para ~ el _P?der Y la d~~ilidad -y_a no giraran en tomo de la conducta ~tomat1ca, Y recumo a una mstrucción paradójica y a la prescrip­c:aon de una tarea penosa a fin de resolver los síntomas.

Resumen y conclusiones

to!emos p~opuesto aquí que un cónyuge puede desarrollar un sin­librar ~m~ ~.t:nto de modificar el ordenamiento jerárquico y equi­defJn _diviSIOn de poder de la pareja. La conducta sintomática que ~·.Sin embargo, una jer~rquía incongruente, en el sentido de Oniénd Iguald~d d~ ambos miembros de la díada es mantenida de­ltl ot olos Simultaneamente a cada uno como inferior Y superior

ro. Para el terapeuta, el problema radica en organizar a la

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pareja de modo tal que el poder y la debilidad ~o giren en tomo de la conducta sintomática, en cuyo caso el smtoma puede ser resuelto.

Un síntoma es una metáfora sobre la situación en que se encuen­tra una persona, y la man~ra en_ q?e la pareja ~teractúa e~ torno del síntoma es una analogia sistenuca de otros Slstemas de mt~rac­ción en el matrimonio. Puede generarse un ciclo en que cada nuem­bro de la pareja ejerce dominio sobre el otro al cen:rarse alte~ada­mente en un problema conyugal (el dinero, los panentes pohticos, la carrera profesional), en el sfutoma de uno de los esposos o. e~ .el problema de un hijo. Vale decir. _que p~fe~e haber una ~anac10n cíclica en el foco de la interacc10n pero sm que se m??-ifique ~1 ciclo, y la interacción es una analogía del poder y debihdad reCi· procos de los cónyuges., . ,

La conducta sintomatica es una soluc10n, aunque desafortunada, para las dificultades de la pareja, por cuant~. equilibra el. ~oder de ambos y proporciona un foco de interacc10n que estabiliza la vida matrimonial. .

En los casos expuestos se siguieron ciertos pasos a fm de modi­ficar este ciclo de interacción y resolver el problema presentado:

1. El terapeuta se negó a ser colocado en una c~e~a posición dentro de la relación de la pareja aceptando la defiruczon que esta hizo del problema.

2. En lugar de eUo, el terapeuta modificó la definición del sfuto­ma o la metáfora expresada por él, o ambas cosas, y consecuente­me~te modificó el sistema de interacción centrado en el síntoma.

3. Impartió instrucciones paradójicas con el objeto d_e producir la conducta sintomática, o la conducta expresada metafoncamente por el síntoma. . , .

4. Le prescribió directamente al esposo. s~t?matico una ta~ea penosa vinculada con el síntoma, o bien le mdico al esposo no sm­tomático que se ocupara del cumplimiento de esa .tar~a pen~sa.

5. Exageró paradójicamente la incongruencia Jerarqmca de la pareja mediante directivas destinadas a instar a los esposos a reor-ganizarse en una jerarquía más congruente. . . . ,

6. Fomentó la unión de la pareja y el meJoranuento d~, su relac10n mutua, para que ya no recurrieran al sistema~~ interaccio~ centrado en el síntoma como una analogía y una soluc10n de sus dificultades.

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4. Problemas infantiles: tres estrategias paradójicas

Si un nifi.o presenta una conducta problemática, queda singulari­zado dentro de la familia como una fuente especial de preocupación para los padres, que se ven envueltos en una lucha por modificarlo. El nifi.o puede tener un síntoma cualquiera dentro de una amplia variedad (terrores nocturnos, dolores de cabeza, piromanía, enu­resis), pero sean cuales fueran sus dificultades, su conducta pertur­bada mantiene a los progenitores involucrados en el intento de ayudarlo y de cambiar su comportamiento.

Un progenitor puede tener problemas en su trabajo, roces con sus parientes o enfrentar una amenaza de separación de su cónyuge, pero la pareja dejará de lado sus propios problemas, al menos tempora­riamente, para asistir a su hijo o controlarlo. Procurarán superar sus propias fallas y mantenerse unidos con el objeto de ayudar al chico. En tal sentido, la conducta perturbada de este último es beneficiosa para sus padres, ya que les da un respiro en sus tribula­ciones y una razón para vencer sus dificultades. Ya sea que la con­ducta del nifío genere la solicitud, protección o castigo de sus proge­nitores, hace que la inquietud de estos se centre en él y que se vean a sí mismos como padres de un nifío que los necesita, en lugar de verse, como individuos abrumados por dificultades personales, econornicas o sociales. En este sentido, el nifío cumple en su familia el papel de benefactor o protector solícito de los demás.

Este punto de vista difiere del que adoptan otros enfoques estra­tégicos y estructurales de la terapia familiar. En estos, si bien se comprende la función protectora del síntoma (Hale y, 1967 b, 1976b; Minuchin, 1974), lo típico es que se conciba al nifío envuel­to en una coalición con uno de los padres contra el otro, o con un abuelo u otro pariente contra uno de los padres, o envuelto en un conflicto entre los progenitores, donde el nifío proporciona el lazo que mantiene unidos a estos. Tales enfoques sostienen que el ni­ño es utilizado por sus padres en el conflicto que libran, el cual se desvía pasando por el nifío, de modo tal que, por ejemplo, la madre alienta a su hija para que desobedezca al padre, que ataca a la hija cuando está enojado con la madre (Minuchin, 1974). La involucra­ción del nifío en un conflicto familiar ha sido considerada también corno una réplica de problemas familiares de una generación anterior (Bowen, 1978). A primera vista, desde un ángulo teórico las diferen­cias tal vez no parezcan importantes, pero lo son por las irnplicacio-

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nes que estos diferentes puntos de vista tienen para la elección de la estrategia terapéutica. En nuestro enfoque, en lugar de que el terapeuta aborde a la familia pronto a ver conflictos, coaliciones y adversarios, puede contemplarla en términos de ayuda benévola y de cuidado. No se considera al niño un partícipe pasivo en los conflictos de los padres, sino un iniciador activo de secuencias de interacción protectoras. A menudo los terapeutas encuentran en una familia lo que buscan en ella, y las posturas teóricas pueden conver­tirse en profecías que provocan su propio cumplimiento. En este sentido, es mejor buscar la ayuda benevolente y el cuidado solícito que buscar el conflicto y la desavenencia.

La conducta problemática de los niños puede servirles a los padres de maneras muy específicas. Por ejemplo, un niño puede desarrollar un problema que obligue a su madre a permanecer en su casa para cuidarlo, con la consecuencia de que la madre no deberá enfrentarse con la búsqueda de un trabajo. El problema del niño ofrece al proge­nitor una excusa conveniente para eludir situaciones desagradables. Si cuando el padre vuelve a su casa turbado y preocupado el hijo se porta mal, en vez de seguir preocupado por su trabajo el padre puede descargar su enojo contra el chico; el mal comportamiento del niño es útil para él. Además, haciendo que su padre se enoje con él, le ahorra a su madre tener que ayudar a su marido, ya sea compadeciéndose de sus problemas o discutiendo con él. De este modo, pues, el niño ayuda a sus dos progenitores.

La conducta con que el niño protege a sus padres es función del sistema de interacción familiar. Esto no significa que el niño planee deliberadamente proteger a los padres suscitando su preocupación -aunque a veces así ocurre-. No es mi intención afmnar que para entender todos los síntomas de los niños lo mejor es considerarlos desde el punto de vista de su función protectora. A veces un proble­ma presentado es resultado de la negligencia o de un padecimiento físico. A veces el elemento protector se pierde en la tiranía que el niño impone a sus padres (nos ocuparemos de esta tiranía en el capí­tulo 6). En ciertas ocasiones, la conducta perturbada del niño se entiende mejor como un pedido de poder a través del desvalimiento o la disrupción. Pero ya sea que se vea en el niño sintomático a un protector o a un tirano, lo cierto es que su conducta perturbada cumple en la familia una función útil, aunque infortunada.

En toda organización existe una jerarquía, en el sentido de que una persona posee más responsabilidad que otra para determinar lo que sucede.1 En la organización familiar, los padres están situados

1 Minuchin (1974) y Haley (1967 b, 1976b) han destacado la importancia de la organización jerárquica de la familia. El primero de ellos pone el acento en la definición de los subsistemas familiares mediante claras fronteras generacio­nales, en tanto que para Haley la patología de un niño involucra una coalición que trasciende los límites generacionales.

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dentro de la jerarquía en una posición su · 1 """ • d b d .. penor a os '"Jos. S1la con-ucta pertur a a del hiJo es protectora de los pad ha 1 f:'-_,1, • • , • , res, y en a anuua una organ1Zac10n Jerarquica incongruente. Vale dec;r . b' 1 d l ~. que :U , ten. os pa r~s, por e ~echo de serlo, se hallan en una posición

Jerarqu~ca supenor ~ su hiJo, de quien son legalmente responsables Y a qmen deben cmdar y proveer, el hijo, con su conducta pertur­bada, protege a los padres ayudándolos a esquivar sus dificultades Y a pasar por encima de sus defectos. En este sentido, por el hecho de ayu~ar a sus padre~, el niño se halla en una posición superior a ellos. St su comportatruento fuera normal, el hijo perdería el poder que s~ conduc:a. ~erturbada le otorga sobre sus padres, y, en conse­cuencta, la postbilidad de ayudarlos. Para conseguir modificar la con­ducta del rufío, los padres deben abordar sus propias dificultades de manera t~ que la protección del hijo ya no les sea indispensable. Cuanto :nas tratan lo.~ padres de cambiar la conducta de su hijo, más se mantiene la func10n cumplida por la protección de este. Esta protección quizás ayude temporariamente a los padres a eludir sus problem~, pero no los ayuda en absoluto a enfrentar y resolver las cuesttones que les conciernen, y aun puede ·llegar a impedir que las resuelvan.

Para el terapeuta, el problema radica en hacer que el niño renun­cie a la conducta perturbada que es la base de su poder. El terapeuta no puede lograr esto en forma directa. El niñP" tiene poder sobre sus padres, y son estos quienes deben quitárselo.' Ahora bien: el dilema es que cuanto más se afanan los padres por cambiar al niño más se mantiene la función del síntoma. Ante este dilema, los tera~utas han optado por seguir diversos caminos. Uno consiste en alentar a los padres a que ignoren el síntoma del hijo. Otro es hacer que los

. padres presten atención al nifio y lo recompensen sólo cuando no presenta el síntoma. Hay otras maneras de abordar el problema entre la~ cuales están las que describiremos aquí, y que consisten e~ c~n~guu que la conducta perturbada del hijo. no cumpla ya el pro­posito de ayudar a los padres, y en ofrecer una manera más apropia­da en que el nifío puede series útil.

Para alcanzar el objetivo de la terapia, el terapeuta debe reinstau­rar en la familia una ?~~anizació? jerárq~ica única, en la cual los pa­dr.es ocupen una poStcton supenor al hijo; o sea, en la cual lo pro­te~an Y lo ayu~en, en _vez de ser protegidos por él. Si se pretende r~~staurar ~na Jera~~ula familiar en que los padres se hallen en po­SlClon supenor al hiJO, son los propios progenitores los que deben resolver el problema del hijo. Ellos, y no el terapeuta por sí solo, deben estar involucrados en el cambio que se pretende lograr en la conducta del hijo.

En los enfoques terapéuticos que aquí expondremos, el terapeuta planea una estrategia para resolver el problema del niño. El objetivo está siempre claramente establecido, y consiste en resolver el proble­ma presentado.

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l. El terapeuta supone que un síntoma expresa analógica o meta­fóricamente un problema y es también una solución, aunque por lo general insatisfactoria, para las personas en cuestión. Por ejemplo, si un nifio habla sobre sus dolores de cabeza, está hablando acerca de más de una clase de dolor. Vale decir que la conducta es siempre una comunicación en muchos niveles. El mensaje "Tengo dolor de cabeza" es un informe acerca de un estado interior, pero también podría ser una manera de negarse a hacer las tareas domésticas o de conseguir que el padre lo ayude con los deberes escolares.

2. El terapeuta comienza por determinar quién es el foco de la preocupación del nifio, a quién protege este y de qué manera. Luego, resuelve intervenir de un modo que modifique la organización fa­miliar, convirtiéndola en una organización con una jerarquía única en la que los padres están en una posición superior. Habitualmente, la intervención del terapeuta adopta la forma de una directiva sobre algo que la familia debe hacer dentro y fuéra de la sesión. Las directivas pueden ser directas o paradójicas, e involucrar a una o dos 'personas o a toda la familia. Su fmalidad es modificar la interaccióR de los miembros de la familia entre sí y con el terapeuta.

3. Al terapeuta no le preocupa que los miembros de la familia cobren conciencia de la manera en que se produce la comunicación; si un problema puede resolverse sin que la familia sepa cómo o por qué, eso es satisfactorio.

4. La terapia se planea en etapas, y se supone que por lo general el problema presentado no puede resolverse en una sola etapa.

5. En cada familia las relaciones son idiosincrásicas, y aun cuando los problemas presentados por diversas famllias sean similares, pue­den requerir ~ferentes planes terapéuticos.

Una manera de reinstaurar en la familia una organización jerárqui­ca única en la que los padres estén en una posición superior al hijo, es que el terapeuta consiga que los padres resuelvan el problema del hijo. A continuación expondremos con ejemplos algunas técni­cas paradójicas para lograr esto.

Estrategias y ejemplos de casos clínicos

Estrategia 1: El progenitor pide al niño que tenga el problema

A veces el síntoma de un nifio expresa analógicamente el proble­ma de uno de sus progenitores. Por ejemplo, si el trabajo del padre es un "dolor de cabeza", tal vez el chico sufra dolores de cabeza. El síntoma del nifio expresa el problema del progenitor y es a la

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vez un intento de solucionarlo, ya que el padre se olvidará de sus propios "dolores de cabeza" mientras procura ayudar al hijo con los suyos. Cuanto más se empefian los padres en cambiar al hijo, más se mantiene la función del síntoma. La relación entre padre e hijo se basa en la ayuda benevolente; o sea, el nifio, con su síntoma, ayuda al progenitor, y este intenta infructuosamente ayudar al nifio para que supere el síntoma. Un modo de resolver el problema es lograr que el progenitor estimule al nifio a tener el síntoma; así, quedan bloqueadas la ayuda benevolente tanto del nifio como de su proge­nitor. El síntoma ya no cumplirá la función de ayudar a los padres ni de suscitar la ayuda de estos, y será abandonado.2

COso 5: Enuresis

Un nifio de 12 afios fue traído a terapia porque se orinaba casi todas las noches; habían sido excluidas las causas orgánicas. Su madre había estado internada en una oportunidad por depresión. El padre trabajaba muchas horas por día, y la madre se quejaba de que no tenía interés en ella y le atraían otras mujeres.

El terapeuta y la supervisora partieron de la hipótesis de que la enuresis era una expresión metafórica del inadecuado comporta­miento del marido en la cama y, al mismo tiempo, un intento de ayudar Ji los padres solicitando su atención y distrayéndolos de sus otros problemas. El síntoma del chico hacía que la madre pudiera centrarse en los problemas de él más que en su propia depresión, y que sus regafios hacia el marido estuvieran dirigidos a que este pasara más tiempo con su hijo y no a que pasará más tiempo con ella. El padre podía así discutir con la madre en tomo de las moja­duras nocturnas del nifio, en vez 'de discutir su inapropiada conducta en la cama con su esposa y las dificultades conyugales de ambos. Madre y padre podían juzgar qué pensaba cada uno del otro mien­tras debatían el problema del nifio, quien de este modo ayudaba a sus dos progenitores.

La terapia comenzó con ciertos procedimientos de rutina para lograr que el padre resolviera el problema del hijo. Si este mojaba la cama, era el padre, y no la madre, quien debía lavar las sábanas. Las mojaduras del nifio serían un inconveniente para el padre más que para la madre. Además, el padre debió comprar un reloj desper­tador para que el chico pudiera despertarse en medio de la noche e ir al bafio, y le tenía que dar alguna recompensa si no se mojaba. El padre nunca hizo lo que se le pidió, aunque se excusaba por ello y prometía siempre que lo haría la semana siguiente.

2 En los casos que siguen, los terapeutas fueron Judy Bankhead, Michael Fox, Tobías López, Virginia López y Thomas Todd.

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Trascurridas algunas semanas, el terapeuta le_ dijo al padre qu~, como no había cumplido con lo que promette:a, ahora ~~ndna que realizar una tarea más difícil, que asegurana la curac10n del síntoma del hijo. Sin embargo, el terapeuta no revel~ría en qué, con­sistía esta curación hasta que el padre se compromet1e~ ~ segurr sus instrucciones. El padre aceptó. El terapeuta le comuruco entonces que todas las noches le daría a su hijo un gran vaso con agua, lo lleva­ría a su cuarto y le exigiría que orinase adrede en la cama, y l~ego se acostara a dormir sobre las sábanas húmedas. 3 El padre _debta que­darse junto al nifio en la habitación hasta que e~e onn_ase en la cama y se metiese en ella para dormir. Y esto deb1a repetrrse todas las noches durante una semana.

A la semana siguiente, cuando la familia vino a sesión, el padre informó que se había sentido torturado por el dilema de imponer o no esta ordalía a su hijo. Comentó que se sentía igual que Abraham cuando Dios le exigió el sacrificio de su hijo. No lo había puesto en práctica; lo intentó un par de veces, pero el ~o se puso a llorar implorándole que no !e hiciera mojar la cama. Dt~o ent?nces el padre · que ahora comprendta que el terapeuta no habta tem~o verdader~­mente la intención de que él cumpliera esa tarea; solo prete~dta hacerlo recapacitar y mostrarle que si él no ponía su parte, la_ Situa­ción no habría de cambiar. Esa semana habta pasado mucho tlempo charlando con su hijo, incluso había dejado un día de ir a trabajar. Las últimas cuatro noches el chico no se había mojado, Y como recompensa, según se había planeado antes, se le permitió ~altar a la sesión y en lugar de ello participar de un certamen deportivo que iba a tener lugar en la escuela. El padre manifestó que quería ayud~ a su hijo a su modo, dedicando más tiempo a conversar con el. Como el chico había mejorado, el terapeuta estuvo de acuerd?. . ,

Las instrucciones paradójicas del terapeuta crearon una Sltuacton tal que el niño había d~ado de ayudar a su padre a través de ~u conducta sintomática ya que esta provocaba ahora gran angustia al padre. El padre se hlzo cargo de 1~ relación con _su ~jo Y p~só más tiempo charlando con él y aconsejandolo. Quedo ast. ~~fimda u_na jerarquía única, en la que el padre ocupaba una poSlcton supenor y el hijo ya no lo protegía con sus síntomas. . . .

El chico no volvió a mojarse en la cama, y en las ses10nes stguten­tes la pareja examinó sus relaciones. conyugal;s. El padre explicó que en sus relaciones con otras muJe~s habta actuado e~ forma irresponsable y compulsiva, y que era 'un gato so~r~ un tejado de zinc caliente" [aludiendo a la obra de Tennessee W~ams que lleva ese título]. Los cónyuges comenzaron a tener relac10nes sexw:tes con regularidad y están satisfechos con ellas, dado que el martdo

3 Esta estrategia se funda en un procedi~i~nto. u~lizado por Milton ~rickso,n (véase el capítulo titulado "Terapia hlpnotica mdirecta de una pareJa enure­tica", en Haley, 1973).

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no se había interesado por su mujer durante un año y medio. La terapia concluyó con una mejor relación mutua entre ambos.

En su trascurso la madre había dejado de fumar, y al hijo se le suprimió el Ritalin, que había estado tomando durante años por su híperactividad. Su comportamiento mejoró, y los padres ya no lo consideraban híperactivo.

Estrategia 2: El progenitor pide al niño que simule tener el problema

En vez de alentar el síntoma, el terapeuta puede alentar al niño a que simule o imagine tenerlo. También puede alentarse al progenitor para que simule ayudar al niño cuanao este simula tener el problema. En esta situación, el niño ya no necesita tener efectivamente el síntoma para proteger a su progenitor: para pasar a ser el foco de la preocupación de este, basta con que simule tenerlo. Pero como la propia preocupación del progenitor será fmgida, la situación se habrá convertido en un juego de imaginación y fmgimiento. Bateson (1972, pág. 180) describe este proceso en el juego de los animales: "El mordisco juguetón denota la mordedura efectiva, pero no denota lo que sería denotado por la mordedura". O sea, la simula­ción del síntoma lo representa a este, pero no representa aquello que el síntoma representa. Por ejemplo, los dolores de cabeza de un nifio pueden denotar las dificultades de su padre en el trabajo, mientras que los dolores de cabeza fmgidos por el niño, si bien denotan sus dolores de cabeza ''reales", no denotan las dificultades laborales de su padre.

La directiva de simular tener el síntoma es menos limitativa y restrictiva que la directiva de tenerlo efectivamente. Ofrece la opor­tunidad de responder de maneras menos estructuradas. Frente a la directiva paradójica de tener efectivamente el síntoma, la respuesta es o bien tenerlo o bien no tenerlo. Frente a la directiva de simular tener el síntoma, la respuesta es más impredecible, pero también más creativa y espontánea. Un ejemplo sobre una adolescente y su familia aclarará esto.

Qzso 6: Ataques epilépticos

Una muchacha de 15 años fue derivada a terapia porque padecía de frecuentes ataques epilépticos y no respondía a la medicación. Habitualmente tenía los ataques durante la noche, y sus quejidos y lamentos despertaban a sus padres y hermanos, quienes se reunían en torno de ella sumamente preocupados, tratando de ayudarla. A ve­ces los ataques le sobrevenían durante el día, y los demás miembros

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de la familia estaban aterrorizados por el dafio que esto podiía causarle. Fue internada, y uno de los médicos del hospital asistió a uno de sus ataques nocturnos; quedó así documentado, fuera de toda duda, que se trataba de ataques de "gran mal" con los usuales fenómenos postictéricos. Se le dio el alta y su pediatra la derivó a terapia. Teniendo en cuenta que los ataques epilépticos son una reac­ción fisiológica que puede ser desencadenada por factores emocio­nales, el médico que la derivó confiaba en que con la terapia la frecuencia de los ataques podría disminuir.

En la primera sesión, los progenitores -particulannente el padre­se mostraron muy inquietos y perturbados por la chica. Describieron sus síntomas y su historia con lujo de detalles. También los herma­nos de la chica se mostraron interesados y dispuestos a participar y a suministrar información. En cuanto a la muchacha, permaneció la mayor parte del tiempo envuelta en un tímido silencio. El te­rapeuta suponía que su síntoma cumplía una función protectora en la familia, pero no había indicio alguno de cuál pudiera ser esa función . . . excepto que su misteriosa enfermedad confería a la vida de todos ellos una cierta animación. En esa primera sesión, el terapeuta le pidió a la chica que tratara de tener un ataque allí mismo, en el consultorio, y a sus parientes (madre, padre y varios hermanos) que actuaran como habitualmente lo hacían en su casa en tales ocasiones. La muchacha se tiró en el piso rodeada por la familia y comenzó a emitir ruidos y a agitarse, procurando tener el ataque. La familia, cernida sobre ella, en particular el preocupado padre, la alentaba y le daba indicaciones. La chica no consiguió tener el ataque y el terapeuta le solicitó entonces que simulara tenerlo, y a su familia, que simulara hacer lo que hacía habitual­mente en esas circunstancias. La chica comenzó a sacudirse con un poco más de entusiasmo, y la familia se cemió aún más sobre ella, en especial el padre, tocándola y sosteniéndola.

Junto con estas directivas, se le explicó a la familia que si la chica podía primero controlar voluntariamente el tener los ataques (produciéndolos de manera deliberada), luego ella podría controlar voluntariamente no tenerlos. Como no pudo producir voluntaria­mente el ataque, el próximo paso consistió en que simulara tenerlo, lo cual le daría la práctica que necesitaba para dicho control. La familia debía ayudarla mediante indicaciones e instrucciones a fm de que su ataque fuese lo más auténtico posible.

Se les dijo a los padres que debían realizar esta dramatización en su casa todas las noches, con la familia entera. Si durante la noche la chica tenía un ataque "real", los padres despertarían a los demás nifios y la chica simularía el ataque en presencia de todos. Esto debía hacerse en cualquier momento de la noche y sin importar lo cansados que estuvieran. Esta ordalía estaba destinada a alentar a los miembros de la familia a modificar la manera en que se protegían unos a otros.

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Después de la primera sesión los ataques desaparecieron. La mu­chacha, antes tan dócil y tímida, dos semanas más tarde empezó a salir sin permiso y a incurrir en distintos tipos de inconductas. Se pidió a los padres que fijaran normas específicas y las consecuencias a que ella debería atenerse si las desobedecía. La muchacha comenzó a ser tratada igual que los demás nifios de fa familia.

A esta altura el terapeuta se tomó una semana de vacaciones, y cuando regresó encontró a la familia en medio de una crisis. Una noche la chica había tenido una alucinación acerca de un hombre rubio de ojos verdes que, según ella, la había atacado matando a su hermano y hermana. Comenzó a correr fuera de sí por toda la casa, y el padre tuvo que contenerla. Su conducta tenía similitud con la que desarrollaba cuando le daba un ataque, y también la res­puesta de los padres era similar. Los progenitores la llevaron a una

. sala de guardia, donde el residente que la atendió no la rotuló de esquizofrénica, aunque pensaba que lo era, y la remitió otra vez al terapeuta.

En días posteriores la chica continuó hablando de su temor a un rubio de ojos verdes que, dijo, la perseguía y había tratado de violarla. Por algunos días la familia hizo que todo el vecindario buscara a este individuo, a quien la chica dijo haber visto repetidas veces. Como vivían en un barrio de personas de color, el hombre habría sido fácilmente identificable; esto llevó a los padres a con­cluir que su hija estaba mintiendo. Súbitamente, aterrorizada por este hombre rubio, la muchacha huía de su familia, fuera de todo control. Estos episodios eran como berrinches y acontecían cuando ella no quería hacer algo que sus padres querían que hiciese.

El terapeuta hizo que la familia representara la escena de la noche aquella en que los hermanos habían sido asesinados por el hombre rubio y el padre de la muchacha tuvo que sofrenarla. Les pidió que reprodujeran una vez en su casa los sucesos de esa dramática noche, siguiendo el mismo programa que les había dado para los ataques: si la chica se despertaba en medio de la noche, tendrían que levanta­se todos y volver a simular.

El terapeuta reformuló el proceder de la muchacha como incon­ducta y rebeldía, y estimuló a los padres para que le fijaran reglas estrictas y se hicieran cargo de ella. Cada vez que huyera de la casa la obligarían a .permanecer en ella todo el día si.,guiente. Pocos días después estos episodios desaparecieron, y a medida que la muchacha se iba haciendo más madura y responsable su inconducta disminuyó.

En este período, el terapeuta debió brindar especial apoyo al padre, quien había estado tan ligado a su hija y tan deseoso de ayudarla en sus padecimientos, y que a medida que ella mejoró, comenzó a perturbarse y deprimirse, peleándose con su esposa y saliendo más a menudo fuera del hogar.

Pocos meses después de terminada la terapia, los padres llamaron para decir que nuevamente la chica había tenido ataques nocturnos.

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Se hizo una sesión familiar, repitiendo la dramatización. Se instruyó a los miembros de la familia para que pusieran en práctica el mismo procedimiento anterior: la chica debió simular un ataque en la sesión, y la familia repetir la dramatización en la casa. Al fmal de la sesión, los padres solicitaron al terapeuta que les extendiera una carta donde certificase que el delicado estado de la hija estaba empeorando a causa de las condiciones en que vivía la familia, y requiriese de las autoridades correspondientes que esta fuera tras­ladada a una vivienda más adecuada. El terapeuta se avino a ello (aunque en la carta hizo referencia a la nerviosidad y los temores de todos los hijos). Hasta ese momento, él había supuesto simple­mente que el síntoma de la muchacha cumplía cierta especie de función protectora en la familia; ahora quedaba en claro que su enfermedad conllevaba además un beneficio económico. El terapeuta manifestó a la chica, sus padres y hermanos que en el futuro se alegraría mucho de poder ayudarlos en todo lo posible, tuviera la chica ataques o no. De ese modo, esta no tendría que padecer ata: ques para obtener la ayuda de su familia.

Dos años más tarde, la chica no había tenido ningún nuevo ataque, pese a estar sin medicación, ni se había comportado de maneras extrañas.

Estrategia 3: El progenitor pide al niño que simule ayudar al progenitor

Un niño que protege a sus padres mediante una conducta sinto­mática los está ayudando en forma encubierta. Si la situación se toma explícita y se dispone que el niño los proteja manifiestamente, su conducta sintomática deja de ser necesaria. En el caso típico, cuando un niño presenta un problema, los padres están, manifiesta­mente, en una posición superior a él en la jerarquía; pero encubierta­mente están en una posición inferior, a causa del poder de su sín­toma. Si el terapeuta alienta a los padres a colocarse manifiesta­mente en posición inferior al niño, tanto los padres como el hijo se resistirán ante la incongruencia de esta organización jerárquica, y la familia se reorganizará de modo que los padres recuperen su posición superior.

Un enfoque semejante consiste en alentar a los padres a simular hallarse en posición inferior, Ungiendo necesitar la ayuda y protec­ción del niño. Puede entonces alentarse a este para que simule ayu­dar a sus padres cuando los padres simulan necesitar su ayuda. En tal caso, para proteger a sus padres el niño ya no necesitará recurrir a su conducta sintomática, dado que los padres le pedirán expresa­mente su ayuda y él los ayudará manifiestamente. Puesto que tanto la necesidad de ayuda de los padres como la benevolente ayuda del hijo serán fmgidas, en este marco padres e hijo quedarán envueltos

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en una especie de juego. Un aspecto de la jerarquía incongruente, aquel en que el hijo se encuentra en posición superior, será un "como si", un juego imaginario, y la incongruencia quedará resuelta. Algunos ejemplos aclararán este enfoque.

Caso 7: Te"ores nocturnos4

Una madre acudió a terapia porque su hijo de diez años sufría terrores nocturnos. La mujer era portorriqueña y hablaba poco el inglés. Tenía otras dos hijas mayores y un varoncito. Sus tres hijos mayores eran fruto de un primer matrimonio que terminó en di­vorcio. Su segundo marido había muerto. Obviamente, hubo un tercer hombre en su vida, ya que el varoncito tenía apenas unos meses de edad, pero al comienzo de la terapia la madre negó que viviera otro hombre con la familia. Más tarde se comprobó que temía perder los beneficios sociales si admitía que un hombre contribuía a su sustento.

El hijo de 10 años se mostraba taciturno y preocupado. La tera­peuta y la supervisora sospecharon que le inquietaba la situación de su madre, quien había perdido a sus dos maridos, era pobre, no hablaba inglés y estaba ligada a un hombre en una relación que debía mantenerse en secreto, pese a ser el padre de su hijo.

Como el chico tenía terrores nocturnos, la terapeuta pidió a cada miembro de la familia que le contase sus sueños. Sólo la madre y el hijo tenían pesadillas. Ella solía soñar que alguien irrumpía con vio­lencia en la casa, y el chico describió una recurrente pesadilla en la que era atacado por una bruja. La terapeuta preguntó qué ocurría cuando el chico tenía pesadillas. La madre replicó que lo llevaba con ella a la cama y le decía que pensara en Dios y rezara, haciéndole la señal de la cruz en la frente para protegerlo del demonio. Explicó que, a su juicio, el problema de su hijo se debía a la influencia del demonio.

Se partió de la hipótesis de que los terrores nocturnos del hijo eran tanto una expresión metafqrica de los temores de la madre como una tentativa de ayudarla. Si era el chico el temeroso, la madre tenía que ser fuerte y cobrar ánimo para reconfortarlo y proteger­lo; consiguientemente, ella no podía tener miedo. Pero al protegerlo, lo aterrorizaba más aún, hablándole de Dios y del demonio. Madre e hijo estaban atrapados en una situación en la que su ayuda mutua era desafortunada.

En la primera sesión, se solicitó a los miembros de la familia que

4 En el capítulo 7 se presentan fragmentos textuales de esta terapia con comentarios.

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simularan estar en casa y que la madre se hallaba muy asustada por· que escuchaba ruidos, como si un ladrón estuviera tratando de e~trar por la fuerza. Una de las hermanas representó el p_apel del ladro~, y se le pidió al hijo que protegiera a su madre. ~1, se le requena ~ la madre que simulara necesitar la ayuda de su hiJO, en vez de neceSl· tarla efectivamente. s Se instó al chico para que fingiera ayudar a la madre atacando al presunto ladrón. De este modo, la necesidad de ayuda de la madre y la ayuda benevolente que le brindaba el hijo se habían convertido en un juego.

Hubo dificultades con la dramatización, porque la madre atacaba al ladrón antes de que su hijo pudiera acudir en su auxilio. Latera· peuta debió pedirles que lo intentaran una y otra vez. De esta imposibilidad de representar la escena correctamente derivó el siguiente mensaje: la madre era una mujer capaz de defenderse que no precisaba el socorro de su hijo. Esto ejemplifica hasta qué pun­to pueden ser impredecibles las consecuencias de la directiva de simular. La madre pudo haber respondido de muy diversas mane­ras, pero escogió esta. Si la terapeuta hubiera querido planear una. intervención que hiciera aparecer a la madre como una mujer fuet!e, no necesitada de protección, no lo podría haber hecho mejor.

Una vez que la dramatización se llevó a cabo correctamente y el hijo pudo atacar al ladrón, todo el mundo se sentó para analizarla. La terapeuta criticó a la madre su dificultad para expresar su temor y para refrenarse de modo que el hijo tuviera la posibilidad de atacar al ladrón. A esto ella replicó que era una persona competente, capaz de defenderse bien, y que por eso le era tan difícil representar ese papel. Era un mensaje espontáneo en el que le decía al hijo que no precisaba su protección.

La terapeuta pidió a la familia que, durante la semana siguiente, se reunieran todas las noches en la casa y repitieran la dramatización. Por la noche, si la madre oía al chico gritar en sueños, debía levantar­se, despertarlo, despertar a las hermanas, y llevar a cabo la misma dramatización. Esto tenía que hacerse a cualquier hora de la noche y por cansados que estuvieran. Esta ordalía estaba destinada a que madre e hijo se vieran instados a modificar la manera infortunada en que se protegían uno al otro.

El niño no volvió a sufrir terrores nocturnos. La familia siguió en terapia varias semanas, y se resolvieron por diversas vías otras cuestiones. La terapeuta ayudó a madre e hijo a abordar el desem­pefio de este en la escuela, y tanto la conducta como las calificacio· nes del chico mejoraron. El padre del bebé acudió a una sesión y / fue instado, aunque sin mucho éxito, a que se relacionara más con el hijo sintomático. ·La madre arregló las cosas de modo que el

s Este enfoque se inspiró en lln procedimiento similar empleado por Mariano Barragán en la Clínica de Orientación Infantil de Filadelfia con una madre y su hija, la cual sentía temor de entrar de noche en un garaje.

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chico participara en actividades con sus pares (una banda de rock, un equipo de fútbol), y fue alentada por la terapeuta en lo tocante a su trabajo como profesora de danzas, y apoyada en sus dificultades con el padre de la criatura.

Un afio después, una entrevista de seguimiento permitió compro· bar que las calificaciones del chico en la escuela habían sido tan buenas que su madre, como premio, le compró una bicicleta. Ella había empezado a trabajar como asistente comunitaria en un centro de salud mental.

Esta terapia tuvo dos etapas. En la primera, se bloqueó merced a una intervención paradójica las formas desafortunadas en que madre e hijo se protegían mutuamente; en 1~. segunda, .se estimuló a la madre para que se hiciera cargo de su hiJO en lo atm:r:te a sus estu­dios y las actividades con sus pares, y para que se hic1era cargo de su trabajo y de la organización de su familia.

Caso 8: Dolores de cabeza

Una pareja consultó porque su hijo de 7 afios sufría frecuentes dolores de cabeza. Describieron con tanta vaguedad el problema del chico, que fue imposible determinar la verdadera ~recuencia de los dolores de cabeza, y si habían empeorado o meJorado en los últimos tiempos. También mencionaron problemas de conducta en la escuela, aunque no quedó claro en qué consistían; aparent~­mente se los había resuelto cambiando de escuela. La madre dio a ent~nder que el chico estaba celoso de su hermanita de 5 afias porque ella era más brillante que él; el padre coincidió. En varias oportunidades la madre y el padre hablaron acerca del hijo de un modo tal que al terapeuta se le hacía difícil determinar si se estaban refiriendo al hijo o al padre.

La vaguedad y confusión en la maner~ de pre~ntar el proble~, las palabras escogidas por los padres, mas aprop~das ~a~ descnb~ a un adulto que a un niño, y la dificultad para discenur Slla pareJa se refería al hijo o~~ padre, todo ello llevó a formular la hipó~esis de que el padre tenía problemas que a la pareja le era penoso dis~u­tir, y que esta había adoptado la pauta de h~blar acere~ ~e las difi­cultades del hijo como una manera de refenrse metafoncamente a las tribulaciones. del padre. Más adelante se confirmó que el padre tenía de hecho serios problemas. Estaba recuperándose de su alcoho­lismo existía la posibilidad de que perdiera su trabajo y había escri­to un'a novela que no consiguió publicar. E! objetivo de la terap~a consistió en liberar al niño de ser una metafora a la que la pareJa podía recurrir para discutir los problemas del padre.

De ordinario al chico le comenzaban los dolores de cabeza cuan­do volvía de la' escuela y cuando el padre volvía de su trabajo sin·

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tiéndose a la miseria. En la primera sesión, el terapeuta pidió a la familia que representase una escena en la que el padre simularía volver a su casa por la tarde con un terrible dolor de cabeza. El chlco debía tratar de reanimarlo jugando con él a diversos juegos, a la vez que trataba de descubrir si e1 dolor de cabeza del padre era real preguntándole cómo se sentía y cómo había pasado el día en su trabajo. El padre le respondería reftriéndole problemas imaginarios de su trabajo, y evitando hablar de los verdaderos problemas. Mien­tras padre e hljo interactuaban de este modo en la sesión, la madre y la hlja debían simular que estaban preparando la cena. (Cuando se imparte una directiva de simulación, todos los integrantes de la familia deben participar.)

Se solicitó a los padres que representaran esta escena en la casa todas las noches, durante una semana. El padre simularía llegar al hogar con dolor de cabeza, el hljo lo reanimaría, el padre no confe­saría si su malestar era real o fingido. Madre e hlja, entretanto, prepararían la cena.

La familia siguió la directiva y la semana siguiente informó que· el hljo estaba mucho mejor. Continuaron dramatizando la escena tres semanas más, y los dolores de cabeza desaparecieron.

La hlpótesis en que se sustentó la intervención fue que el hljo estaba protegiendo al padre al tener un síntoma que despertaba la preocupación de este, y por ende lo ayudaba a recobrarse para asis­tir a su hljo en vez de sentirse avasallado por sus propies problemas. Asimismo, el chlco proporcionaba una metáfora que los progenitores podían emplear para discutir los problemas del padre, y que de ese modo les ahorraba tener que hablar directamente de cuestiones demasiado penosas como para ser charladas explícitamente.

Al pedir al padre que fmgiera tener dolores de cabeza todos los días y justificarlo reftriéndose a los problemas imaginarios en su trabajo, el terapeuta creaba una situación en la que el hljo ya no sabía a ciencia cierta si el padre estaba o no perturbado, y por lo tanto no podía ayudarlo a su manera habitual. Se dispuso que prote­giera al padre de otro modo: jugando y charlando con él. Ya no era preciso que el chlco tuviera dolores de cabeza para ayudarlo. Las cefaleas imaginarias del padre se trasformaron en una metáfora de sus verdaderos problemas y fueron discutidas por la familia en tono lúdico. El hljo dejó de ser utilizado como metáfora.

El problema de los dolores de cabeza había sido solucionado, pero la madre se quejó entonces de que el hljo importunaba y moles­taba a su hermana. La pequeña acudía, dando chlllidos, a su madre, y esta debía reprender al varón constantemente. El teupeuta pidió a la madre que simulara ser la hlja, y al chlco, que la molestara e importunara como solía hacerlo con su hermana. La madre debía salir corriendo entonces entre chillidos hacia su hlja, quien represen­tando el papel de madre le diría: "No me molestes. Es un problema tuyo, no mío". Esta escena fue ensayada varias veces en la sesión,

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para gran algazara de toda la familia. También se instruyó al hljo para que cada vez que tuviera ganas de molestar a su hermana, en lugar de ello molestase a su madre, quien saldría chillando en busca de la pequeña, la cual, por su parte, le contestaría que se arreglase por su cuenta. Madre e hljos cumplieron estas instrucciones en su casa durante dos semanas, y la relación entre los hermanos mejoró tanto que para la madre dejó de ser, según lo confesó ella misma, un problema. El hljo, que debía inciar la secuencia, lo hizo varias veces la primera semana, pero de ahí en más sólo de tanto en tanto.

Con esta secuencia, el terapeuta prescribió uno de los aspectos de la jerarquía incongruente, aquel en el cual los niños estaban, res­pecto de la madre, en posición superior. Esta directiva paradó~ica estaba destinada a provocar a la madre de modo que respondiera actuando más idóneamente y trazando una línea demarcatoria entre su generación y la de sus hijos. Asimismo, el terapeuta quitaba poder al hljo al asumir control del síntoma e indicarle a quién debía dirigir sus impertinencias y de qué manera. La familia respondió resolviendo el problema para que los hermanos no estuvieran ya en una posición superior a la madre acosándola con sus reyertas, y esta dejara de quejarse de su incompetencia para manejar las dificultades de sus hljos.

La familia acudió para su sesión final antes de irse de vacaciones. El padre, que estaba a menudo deprimido, parecía en ese momento particularmente triste. El terapeuta resolvió actuar sobre su depre­sión para que la familia se fuera en un estado de ánimo más alegre. Se le pidió al padre que simulara estar muy deprimido, considerándo­se un fracasado en la vida, y que les trasmitiera esto a los suyos; pero debía aducir buenas razones que justificaran sus sentirnient?s. Tan pronto el padre comenzó a hacer esto, el terapeuta empezo a criticarlo, diciéndole que no simulaba suficientemente bien su depresión y sobre todo no daba buenos motivos acerca de esta. Mientras lanzaba estas críticas, la esposa acudió en apoyo de su marido manifestando cuán difícil era para él estar deprimido. Final­mente, el terapeuta aceptó como motivo válido de la ~epresión el sentimiento de fracaso del marido por no haber podtdo reparar adecuadamente la pileta del lavadero de su casa. Al término de la sesión, el padre manifestó que resulta muy difícil simt)lar una depresión cuando en verdad uno ~stá de b?~m tal~te. .

Se instó a los cónyuges a modificar su mteraccton habttual, en la que el esposo se deprimía y la esposa trataba de reconfortado. Cuando el terapeuta criticó al marido por no fmgir bien su depre­sión, la esposa lo apoyó diciendo que él no podía deprimirse, en vez de hacerlo como de costumbre, porque él estaba deprimido. De esta mane:a lúdica e imaginativa se había generado entre marido y mujer una nueva secuencia de interacción.

Cuando la familia acudió a terapia, el hijo era una metáfora de las dificultades del padre y sus síntomas protegían a este. Las reyer-

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tas entre los hermanos eran una analogía de las desavenencias entre los padres, siendo el mensaje implícito que el marido estaba celoso de la inteligencia de su esposa. De hecho, la mujer había abandonado su carrera dedicándose a apoyarlo a él en su depresión. Al final de la terapia, los niños ya no protegían a sus padres, los síntomas habían desaparecido y los padres debatían más abiertamente sus problemas y les hallaban solución.

Meses después de la fmalización del tratamiento, el marido escribió al terapeuta que a todos les iba muy bien. El hijo se estaba comportando apropiadamente, tenía un buen desempeño escolar y participaba en actividades con sus pares. La madre había retomado los estudios para obtener un título superior y al padre sus cosas le estaban yendo mejor. La pequeña, como antes, no tenía dificultades.

Olso 9: El incendiario

Una madre consultó con motivo de que el mayor de sus cinco hijos, un chico de 1 O años que tenía un hermano gemelo, era un incendiario. La familia tenía muchos otros problemas: el padre los había abandonado poco tiempo atrás mudándose a otra ciu­dad, y no ayudaba económicamente a la madre, una portorriqueña que no hablaba inglés y no sabía cómo hacer para obtener el auxilio que necesitaba. La madre no se animaba a dejar a su hijo ni un minuto solo, por temor a que prendiera fuego a la casa.

En la primera entrevista, la terapeuta le dio al chico algunos fós­foros y le dijo que encendiera uno, solicitándole luego a la madre que actuara como de ordinario lo hacía cuando descubría al niño encendiendo una cerilla. A continuación, la terapeuta dejó la habi­tación y pasó a observar desde detrás del vidrio de visión unidi­reccional. El chico encendió un fósforo a regañadientes, y la madre se lo sacó, quemando al chico al hacerlo.

Al ofrecer a la ira de la madre un blanco apropiado, el niño la estaba ayudando: de ese modo ella podía culparlo y castigarlo. El chico la hacía montar en cólera en vez de deprimida, contribuyendo a que ella sacara fuerzas de flaquezas frente a todas sus tribulaciones.

La terapeuta dijo al chico que le iba a enseñar a prender bien los fósforos. Le explicó que hay que cerrar la cajita que los contiene antes de encender uno, y que cuando el fósforo termina de arder hay que depositarlo con cuidado en el cenicero. Pidió luego a la madre que hiciera una fogata con algunos papeles dentro de un cenicero y simulara prenderse fuego a sí misma; el chico debía socorrerla apagando las llamas con un poco de agua que la terapeuta hizo traer al consultorio a ese fin. El hijo debía demostrar a la madre que sabía perfectamente cómo extinguir un incendio. Mientras sucedía esto, a los otros hijos se les permitió asistir como espectadores pero

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sin intervenir en absoluto. Una vez apagada la fogata, la terapeuta le dijo al chico que ahora sabía encender y apagar el fuego correcta­mente, señalándole con énfasis a la madre que podía confiar en su hijo porque este sabía todo lo que había que hacer. Luego le indicó que, durante una semana, se hiciera un tiempo todas las noches para reunirse con su hijo, encender una fogata y ·simular que se autoinci· neraba, mientras él la ayudaba a apagar el incendio. Los demás niños sólo debían asistir como espectadores.

La interacción entre madre e hijo fue modificada de modo tal que, en vez de ayudar a su madre ofreciéndole un blanco para su ira, el chico la ayudaba de una manera lúdica cuando ella fmgía auto­incinerarse. Antes, el chico la ayudaba amenazándola con provocar incendios; ahora la ayudaba por haberse convertido en un experto en fogatas. Mientras el niño encendía fogatas en forma imprevisible, se hallaba en una posición superior a su madre; cuando comenzó a hacerlo bajo la dirección de su madre, quedó situado debajo de ella en la jerarquía.

Una semana después la familia retomó al consultorio e informó que el chico no había provocado incendios; repitieron el mismo procedimiento de prender una fogata y apagarla, pero esta vez fue de mayores proporciones, dentro de un canasto de desperdicios. La terapeuta instruyó al niño acerca de diversos métodos para extinguir incendios; luego le dijo a la madre que, dado que él se había conver­tido en un experto, tenían que concedérsele ciertos privilegios de que sus hermanos no gozaban, como prender la cocina en el hogar. La madre aceptó esto y manifestó que estaba segura de que el chico no volvería a provocar incendios nunca más.

En los dos meses siguientes, la terapeuta procedió a auxiliar a la madre en sus otros problemas. El hijo no volvió a originar incendios. Con la ayuda prestada a la madre frente a sus demás dificultades, la propia terapeuta la estaba protegiendo, y por consiguiente el chico ya no precisaba hacerlo.

COso JO: E/ Increíble Hulk

Profesionales del departamento de psiquiatría infantil de un hospital universitario recomendaron hospitalización para un niño de 5 años que tenía rabietas y cuya madre se declaraba incapaz de controlarlo; Cuando la madre ya había iniciado todos los trámites para su internación, el padrastro del chico, que lo había adoptado legalmente, se negó a ello y manifestó su airado disgusto con los profesionales por haberlo sugerido. El niño tenía una pequeña her­manastra de dos años, hija de la madre y del padrastro.

La madre recurrió entonces a la atención ambulatoria del hospi­tal, y el caso fue derivado a terapia familiar. Se estimó necesaria

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la intervención de un terapeuta que supiera manejar con habilidad al padre, considerándose que este estaba socavando los intentos de los profesionales por ayudar a la criatura.

A la primera sesión asistieron la madre con sus dos hijos. El padre no lo hizo porque no obtuvo el correspondiente permiso en su trabajo. La madre era una mujer joven, atractiva e infantil. Cuando el chico golpeaba sistemáticamente a su hermanita cada vez que esta intentaba sacarle algún juguete, la madre observaba impotente. La terapeuta dijo al chico que no estaba permitido golpear a los demás en la sesión, y él dejó de hacerlo. Los niños eran dos criaturas hermosas y traviesas; su madre los contemplaba con una especie de maravillado estupor, como si no terminara de convencerse de que ella los había gestado y no supiera qué hacer con ellos. Trabajaba parte de la jornada como camarera, por las noches, para contribuir al sustento de la familia. Mientras ella estaba en su trabajo, los niños se quedaban un tiempo con una niñera y el resto con el padre; ni la niñera ni el padre se habían quejado de la conducta del varón. No obstante, según la madre, la maestra del chico sí se había quejado· de su comportamiento en clase.

La terapeuta pidió al chico que dramatizara en la sesión una de sus rabietas a fm de mostrar cómo eran. El chico replicó: "Muy bien, voy a ser el Increible Hulk" .6 Infló el pecho, curvó sus brazos, hizo un gesto horrendo y empezó a vociferar y a patear los muebles. Se solicitó a la madre que hiciera lo que acostumbraba en esas circuns­tancias. Ella procuró detenerlo, diciéndole en tono débil y poco persuasivo que debía calmarse. Quiso simular que lo llevaba a otro cuarto, como lo intentaba hacer en su casa, fracasando casi siempre porque el chico se ponía a gritar y a golpear las puertas y ella temía que los vecinos la acusaran de maltratar a la criatura. Se le preguntó si juzgaba que el chico estaba dramatizando su rabieta correcta­mente, y si en verdad esa era la forma en que él se comportaba en su casa cuando tenía tales berrinches. Ella respondió que la dramati· zación era correcta; la terapeuta pidió al chico que lo hiciera una vez más. El chico dijo entonces: "Voy a ser Frankenstein", e inició su rabieta, esta vez con el cuerpo más rígido y el rostro adecuado a la fisonom~a del monstruo Frankenstein.

La terapeuta charló más tarde con el chico acerca de Frankenstein y el Increible Hulk, interrogándolo sobre sus programas de televisión predilectos, y felicitando a la madre por haber criado un hijo tan inteligente e imaginativo.

Se solicitó luego a madre e hijo que simularan en la sesión que el chico tenía una rabieta y la madre se lo llevaba al otro cuarto, tras lo

6 Se refiere a la popular serie televisiva en la que el personaje central, un mé­dico buen mozo, se convierte en un monstruo de fuerza sobrehumana cada vez que se comete una injusticia, y emplea su poderío para enderezar entuertos.

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cual cerrarían la presunta puerta de ese cuarto y comenzarían a abra· zarse y besarse. Se alentó al chico para que se condujera como el Increible Hulk, con gran despliegue de ruido y de acción. Lo hicie­ron en dos oportunidades; a continuación, la terapeuta pidió a la madre que fmgiera tener ella una rabieta; el chico debía abrazarla, besarla y apaciguarla. Ambas dramatizaciones fueron b.~en realizada~, deparando placer a madre e hijo. La terapeuta les diJO que quena que practicaran esas escenas todas las mafianas en su casa, antes de que el chico se fuera a la escuela. o sea, el chic? rm~ía una rabie~a, y la madre lo consolaría; luego, la madre !a ~mgma y ella con_sola.r_Ia, tal cual habían hecho en la sesión. Al termmo de la dramatizaciOn, irían ambos a la cocina a tomar la leche y comer bizcochos. Por las tardes cuando el niño regresara del colegio, volverían a representar las rabietas, terminando también con leche y bizcochos. Además, la madre llevaría registro del comportamiento del chico, mostrándole un semblante feliz cada vez que él tuviera un día bueno Y frunciendo el ceño cada vez que él tuviera un día malo.

A la semana siguiente la madre telefoneó para decir que no necesi­taban venir a sesión, ya que el chico se había comportado ~u y bien y no había tenido más berrinches. Habían. ~ulado las rabietas t_al como se lo indicara la terapeuta. Esta replico que eso la complacm, y que no había necesidad de que vinieran. También en las siguientes semanas la terapeuta pudo saber, a través de llamadas telefónicas, que el niño seguía comportándose bien. La maestra informó, asirnis· mo que su conducta en la escuela había mejorado. Esta mejoría codtinuó pese a que la madre sufrió un accidente automovilístico Y debió dejar su trabajo y permanecer en su casa n:ucho tiem.~o. En u? seguimiento varios meses después, se comprobo que el runo seguia con su buena conducta y no tuvo rabietas.

Explicitemos las hipótesis que sustentaron la intervención tera­péutica en este caso. Si bien la madre se encon~raba, apa~entement~, en una posición superior a su hijo, porque cUidab.a.~e ~1 Y ~rove1a a su sustento encubiertamente se hallaba en posicton mfenor por su incapacidad de gobernarlo. Al pedírsele a la madre q?e fmgiera una rabieta y al chico que la consolara, la terapeuta coloco el acento en uno de los aspectos de la jera quía incongruente: aque_l en :~cual la madre se hallaba en posición inferior al hijo. Pero la s1tuac10n en su totalidad -las rabietas fmgidas del chico, las rabietas fmgidas de la madre y su desvalimiento, y la ayuda solícita que, el chico ~~ prestaba- era una simulación imaginaria y lúdica; y asi se res~lv10 la incongruencia. Además, los besos y abrazos, la leche y los bizco­chos, acercaron a madre e hijo, sin incluir a la hija menor (evidente objeto de celos).

Otra hipótesis formulada en este caso fue que la madre actuaba d~ manera incompetente y desvalida como una forma de elevar la p~si­ción del padrastro en la familia, en particular :~n res~ecto al hiJO. Cuanto más se lamentaba la madre de que su hiJO era mgobernable,

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má~ co"?pe~ente y eficaz parecía el padre frente a este, ya que no tema nmgun problema para controlarlo. Esta es una maniobra común de las madres que procuran dotar a un padrastro de poder y autoridad sobre sus hijos, y lograr que se haga respetar por ellos. La negativa del padrastro a internar al chico y su enfrentamiento con el personal del hospital robustecieron aún más su condición de jefe de la familia. En este sentido, la madre había triunfado. El problema ahora era resolver el "síntoma" del chico manteniendo la posición superior del padre y suscitando una conducta más idónea de la madre. Para resolver este problema, no era menester ver al padre. En lugar de ello, la terapeuta brindó a la madre un foco cari­ñoso y lúdico en tomo del cual relacionarse con su hijo. Como re­sultado de esto, ella pudo desenvolverse en una nueva esfera de interac~ión (con s_us simulaciones, sus besos y abrazos, y la leche Y los ?~_cochos) sm entrar en competencia con el padre ni minar SU pOSIClOn.

Resumen y conclusiones

Se ha_ propuesto aquí que la conducta perturbada o perturbadora ?e _los ~Iños es resultado de una incongruencia en la organización J~rarqmc~ de la familia. Los padres se hallan en una posición supe­nor al milo por el hecho de ser padres, pero el hijo se halla en una po_si~ión superior a ellos porque los protege con su conducta sinto­matica, que a menudo expresa metafóricamente las dificultades de los cónyuges. Se expusieron tres enfoques terapéuticos para pro­curar que los padres resuelvan el problema que presenta el niño al par que se soluciona la incongruencia en la jerarquía fantiliar.

La ventaja que el niño deriva de su conducta sintomática es que p~otege a los padres suministrándoles un foco de inquietud que con­tnbuye a que esquiven sus propias dificultades y pasen por alto sus fallas; Esta ven~aj~ es la gananc~ interpersonal que el niño extrae ~e~ smtoma -similar a la ganancia secundaria de la teoría psicoana­htica, que en este enfoque pasa a ser la ganancia primaria-. En las tres estra~:gias terapé~ticas aquí presentadas, la ganancia interperso­nal_del nmo se mantiene en tanto que el síntoma desaparece. Vale dec.rr, en los ejem~los ofrecidos, el terapeuta logró que el niño man­tuVIera la ganancia interpersonal organizando una manera distinta en que él podía proteger a los padres, y/o brindando otras soluciones para las dificultades de estos.

Al llevar a cabo esta terapia, el terapeuta sigue ciertos pasos:

, l. Defme con claridad el problema y establece objetivos espe­Cificos.

2. Conceptualiza el problema (para sí solamente) considerando

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que el niño, a través de sus síntomas, está protegiendo a uno o am­bos progenitores, o a algún otro familiar.

3. Planea una intervención en la forma de una directiva que el o Jos progenitores tienen que impartir al niño. Los otros miembros de la familia participan con funciones auxiliares. La directiva incluye una prescripción de: a) tener el problema, o b) simular tener el pro­blema, o e) simular ayudar a los padres.

4. Por lo general, la directiva es practicada primero en la sesión y luego cumplida en el hogar.

5. En la sesión siguiente, se requiere un informe sobre el cumpli­miento de la directiva, y el terapeuta continúa prescribiendo la mis­ma directiva.

6. A medida que sobreviene un cambio y desaparece la conducta problemática, el terapeuta abandona la cuestión del síntoma y em­pieza a abordar otros problemas de la misma o de otra manera, o bien pone término a la terapia, cuidando siempre de que la mejoría del niño le sea atribuida a los padres.

Las técnicas terapéuticas descriptas se caracterizan por el uso de modalidades de comunicación apropiadas a los niños, como drama­tizaciones, simulaciones y juegos de imaginación. Estas directivas "imaginarias" han sido empleadas con éxito en todas las clases socioeconómicas y en familias de diversos antecedentes étnicos. Son útiles para superar las resistencias, a causa del goce que extraen las familias del carácter lúdico de esas directivas. En una terapia directiva hay necesidad de intervenciones flexibles, del tipo de estas directivas "imaginarias", para dar cabida a la flexibilidad en el cam­bio y a la espontaneidad en la reestructuración de las relaciones. Estas técnicas obran con máxima eficacia cuando hay entre padres e hijo un vínculo básico de amor y solicitud benévola. En cambio, cuando entran en juego la violencia y el abuso, debe utilizárselas con precaución, ya que el juego, si es forzado, puede convertirse en una ordalía o en un castigo.

Las directivas paradójicas de simulación presentadas en este capítulo y en el anterior incluyen dos estrategias: 1) La persona sintomática es alentada a que simule tener el síntoma; en el caso de un adulto, se insta a su cónyuge a que critique el cumplimiento de la directiva; en el caso de un niño, puede instarse a un progenitor a que simule ayudar al niño cuando este simula tener el problema. 2) Los padres de un niño sintomático son alentados a simular que están necesitados de la ayuda y protección del niño, y a este se lo alienta a simular que ayuda a sus padres cuando ellos simulan nece­sitar su ayuda.

En una y otra estrategia, la segunda etapa de la terapia, luego de haber solucionado el síntoma, consiste en intervenir en la organiza­ción jerárquica de la familia. Si se trata de una pareja, el terapeuta se afana por establecer una relación más igualitaria entre ellos, de

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modo que un esposo no recurra al poder que le confiere el desvali· miento provocado por el síntoma. Si el problema se presenta en un ~o, _se estimul~ a los padres para que se hagan cargo de sus hijos bnndandoles gUia. y apoyo, y también de sí mismos -específica­mente, de su trabaJO y de la organización de la familia-.

Las dos estrategias expuestas -las directivas de simular tener el síntoma y de simular ayudar a los padres (mientras estos simulan que tienen un problema)- son semejantes, pero no iguales, a las de o~ros e~foques paradójicos. Veamos cuáles son sus semejanzas y diferencias.

l. Cuando a una persona con un problema se le pide que simule tenerlo, no se la supone incapaz de esa simulación (como ocurre cuando s~ prescribe el síntoma). Por el contrario, se la ayuda e ins· t~ye cmdadosan:ente para que simule lo mejor posible, ya que sí snnula tener el smtoma no puede tenerlo "realmente" -de no ser así, no estaría simulando-. Si alguien simula tener un dolor de cabeza, no puede sufrir un "verdadero" dolor de cabeza. La simula: ción impide que sobrevenga el fenómeno mismo que la simulación representa.

2. La directiva paradójica de prescribir el síntoma ha sido com­prendi~a en términos de la !esistencía de los pacientes. Vale decir, e~ paciente acude a la terapia porque no puede dejar de actuar de cierto modo, aunque preferiría no actuar así, y ni sus familiares ni sus amigos han sido capaces de ayudarlo. Es previsible que se resista a la tentativa del terapeuta de influir en él para que cambie. Pero si en lug~r de influir en él para que cambie, el terapeuta le requiere esa n:1s~~ cond~cta que se. supone que debe impedir, el paciente se resistua cambiando y dejando de actuar de manera sintomática. ~n la directiva par~dójica de simular el síntoma, se espera del pa­Ciente, no que se reSista, sino que coopere en la simulación.

3. Cuando una persona sintomática simula tener el síntoma se solicita a sus familiares que critiquen la manera en que lo hace: para que la persona realice una simulación más realista. Así, se intro­duce un cambio en la conducta de la familia, que es parte intrínseca de !a conducta sintomática y habitualmente consiste en ayudar benevolamente a la persona para que supere el síntoma. En vez de pedir a lo~ dem~s. miembros de la familia que brinden apoyo y con­suelo .al smtomatlco, se les pide que lo critiquen; en vez de instar al pacient~ a q~: deje el síntoma, se lo insta a que lo realice mejor. Cuanto mas cnbcos se muestran los familiares, más se infiere de esto que la conducta sintomática del paciente no es algo natural en él, 0 sea, que es una clase de persona diferente de lo que aparenta. , 4. A veces, en vez de pedir al niño sintomático que simule tener el

smtoma, el terapeuta le pide al progenitor que simule tener un sín­toma parecido al del niño. Cuando el síntoma de un niño es analógi­co con respecto al problema de un progenitor, y se pide a este simu-

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lar un problema analógico con respecto al síntoma del niño dicho síntoma se vuelve una metáfora del problema "simulado" del' proge­nitor: se ha convertido en una metáfora de una metáfora y ha dejado de expresar lo que denotaba originalmente. Si los terrores nocturnos de una criatura son una metáfora de los temores de su madre, y se pide a esta, en el contexto de auxiliar a su hijo para que supere sus terrores nocturnos, que simule tener miedo, queda implícito que a la madre se le pide que tenga miedo como lo tiene el niño. Los terro­res nocturnos de este, metafóricos con respecto a los "reales" temo­res de la madre, son ahora metafóricos respecto de los temores ''fmgidos" de la madre, que a su vez son una metáfora de los terro­res nocturnos del niño. El síntoma, como metáfora, ya no representa un problema ''real", sino un problema metafórico. De la misma ma­nera, si los dolores de cabeza de un niño son metafóricos respecto de los "dolores de cabeza" de su padre, y se pide al padre, en el con­texto de la terapia destinada a curar a su hijo los dolores de cabeza, que simule tener dolores de cabeza -siendo que, de heého, el padre los tiene habitualmente-, el síntoma del niño deja de ser una analo­gía de los dolores de cabeza "reales" del padre y se convierte en una analogía de sus dolores de cabeza "fmgidos", que a su vez son una analogía de los "reales". El síntoma del niño deja, pues, de expresar un problema "real".

5. Un síntoma infantil no sólo expresa un problema parental, sino que es además un intento de resolverlo, ofreciendo un foco para la inquietud del progenitor y suscitando atención benévola o ira puni­tiva, al par que orienta a los padres respecto de su situación como tales y así los aparta de cualquier otra situación turbadora que pudie­ran estar vivenciando. La directiva de que el progenitor simule tener el problema y el rtiño simule ayudarlo remplaza la situación "real", en la que el padre de veras tiene el problema y el niño de veras lo ayuda, por un "como si". Como el padre fmge necesitar la ayuda del niño, con ello está indicando que no necesita "realmente" esa ayuda y que el niño no está ayudándolo "realmente". Cuando este mensaje es claro, el niño abandona su comportamiento sintomático y la simulación deja de ser necesaria.

6. Este enfoque se asemeja al de la prescripción de las reglas del sistema {Palazzoli y otros, 1978). Pero aquí lo que se prescribe es

..._una nueva puesta en práctica de esas reglas a modo de un juego; las reglas son "imaginarias", no "reales". No se supone que la familia va a resistirse cambiando las reglas; se supone que va a simular. Como consecuencia, las reglas dejan de ser "reales" y se trasforman en un "como si".

7. Al impartir la directiva de.simular, la metáfora deja de repre­sentar a la realidad: se convierte en la representación de una realidad "fmgida" o en una realidad metafórica, y, por ende, en una metáfora de un orden diferente: una metáfora de una metáfora. La realidad ha desaparecido. Ya no puede discernirse la metáfora de primer

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orden de la de segundo orden, y no puede expresarse con ella una realidad o empleársela para intentar cambiar la realidad. Si la "de­presión" de un marido es una metáfora de la situación de rechazo en que se encuentra así como una tentativa de involucrar a su esposa, y se pide al marido que simule estar deprimido para que su esposa no sepa si está fmgiendo o si "realmente" está deprimido, la "simu­lación" de la depresión es una metáfora de la "depresión", que a su vez es una metáfora de la situación del marido. La depresión "real" ya no se distingue de la "fmgida" y por consiguiente no puede ex­presar la realidad de una situación o ser utilizada para modificar dicha realidad.

8. Cuando a una secuencia de interacción se la rotula "Esto es imaginario", les resulta difícil a los participantes volver a un marco rotulado como "Esto es real". El terapeuta puede usar esta dificul­tad para confundir y eliminar la realidad de un síntoma, y para cambiar el sistema de interacción en que dicha realidad se basa. En el capítulo 3 vimos que rrúentras un marido deprimido fmgía es­tar deprimido, su esposa y el terapeuta criticaban su dramatización. · Luego de varias tentativas para parecer deprimido, el hombre dijo, exasperado: " ¡Cómo puedo simular estar deprimido si me siento en el mejor de los mundos!". A lo cual su esposa replicó: "¿Real­mente te sientes así?". El sistema de interacción entre los cónyuges ha ca111biado, y la esposa ya no sabe si la depresión o el optimismo de su marido son fmgidos.

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5. Problemas de los padres: la modificación de las interacciones entre padres e hijos

La conducta perturbadora de un niño ayuda a sus padres al ge­nerar un sistema de interacción que es analógico de otro sistema de interacción farrúliar. La secuencia de acontecirrúentos sería la siguiente. El progenitor A se conduce en una forma perturbada o perturbadora, como parte del Sistema de Interacción A de la familia. En deterrrúnado momento, un hijo se conduce de una similar manera perturbada o perturbadora, como parte del Sistema de Interacción B (que es similar al Sistema de Interacción A). El Sistema de Interac­ción B remplaza en la familia al Sistema de Interacción A. Si el Sistema B es abandonado, la farrúlia podría retornar al Sistema A, que a la postre llevará a que se reinstaure el Sistema B. El rrúsmo sistema de interacción puede reiterarse varias veces, con variaciones cíclicas en el foco de la interacción (1. Sojit, comunicación per­sonal, 1979).

En ciertas familias, no es preciso que un niño tenga efectivamente un "síntoma" para servir de foco a la preocupación de sus padres: la misma función puede cumplirla un rasgo de personalidad (tirrúdez extrema, retrairrúento, sarcasmo, crueldad, egoísmo o frivolidad). Los rasgos de personalidad observados en los llamados "problemas caracterológicos" cumplen en la familia idéntica función que los síntomas aquí descriptos, y les es aplicable el rrúsmo enfoque tera­péutico (N. Madanes, comunicación personal, 1979). El terapeuta debe abordar estos casos pensando que el rasgo del niño es una metáfora de la situación en que se encuentra alguna otra persona de la familia.

El problema del terapeuta consiste en conseguir que el niño renuncie a su conducta sintomática, provechosa para los padres, Y en conseguir que estos renuncien a un sistema de interacción que cumple una función útil pero desafortunada en la familia. Para resol­ver este problema, se expusieron en el capítulo 4 varias estrategias paradójicas. Aquí presentaremos otra perspectiva.

Estrategias y ejemplos de casos

En lo que sigue se describen tres enfoques para modificar el sistema de intefcción y resolver los problemas del hijo: I) el cambio

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de la acción metafórica; 2) el suministro de una metáfora para el éxito en lugar del fracaso; 3) el cambio de la solución metafórica.

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Estrategia 1: El cambio de la acción metafórica

El terapeuta puede modificar la conducta perturbada de un hijo remplazando su síntoma por otra acción, de modo tal que la nueva acción metafórica cumpla una función positiva en la familia sin las consecuencias infortunadas del comportamiento sintomático. Los

ejemplos que siguen ilustran este enfoque.

Caso JI: La herida autoinfligida

Un niño de 8 años fue derivado a terapia porque tenía en la parte media del cuerpo, en la zona del estómago, una herida de alrededor de cinco centímetros de largo y dos de ancho, que no cicatrizaba y estaba continuamente infectada. Era el resultado del hábito que tenía el niño de clavarse alfileres, hábito en el que persistía para

consternación de sus pediatras. La madre, una mujer corpulenta y obesa, estaba abrumada por

las dificultades sociales y económicas y padecía serias dolencias físicas vinculadas con su obesidad. Tenía tres hijos varones, todos los cuales escapaban a su control. Ella trabajaba como mucama y los chicos se quedaban muchas horas solos en el departamento cuando regresaban de la escuela, dedicándose a destruir el mobiliario.

No vivía con ellos ningún hombre adulto. El chico de marras no sólo se insertaba alfileres en su propio

cuerpo sino que también lo hacía en el de su madre y en el de otras personas que estuvieran junto a él. Ya en la escuela se habían que­jado de que pinchaba a otros niños. La madre había intentado casti­garlo de diversas maneras, pero sin lograr modificar su conducta.

A la primera entrevista acudieron la madre y los tres hijos. La terapeuta explicó a la madre que el problema del chico consistía en que no insertaba los alfileres en el lugar adecuado: su vientre no era un buen lugar, ya que le provocaba esa horrible herida y que, como todo el mundo sabe, hace mal meterse alfileres o metérselos a otros. Pidió a la madre que la ayudase y se comprometiera a trabajar con el niño para que este aprendiera dónde y cómo debía meter los alf:tleres. La madre prometió cooperar. La terapeuta le dio una muñeca de goma con aspecto de duende y le dijo que únicamen­te la utilizaría con ese hijo y no con los otros dos. Le encargó que

1 Los terapeutas en los casos que ilustran estos enfoques fueron Michael Fox, Anne González y Virginia López.

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comprara, u_na caja con cien alf1leres y la llevara a casa; esa tarde se sentarla Junto a su hijo mientras este introducía todos los alfileres en la muñeca, uno por uno, contándolos a medida que lo hacía. De esta manera, practicaría la inserción de los alfileres en el lugar y la forma apropiados, y a la vez ejercitaría su aritmética, lo cual sin duda alguna lo beneficiaría en sus tareas escolares. Una vez que hubiera puesto todos los alfileres a la muñeca, se los retiraría uno por uno y los volvería a colocar en la caja.2 Madre e hijo harían esto juntos todas las noches en un cuarto a solas, con las puertas cerradas, para que los otros hermanos no interfirieran. Era un asunto entre ellos dos.

La familia volvió a sesión la semana siguiente. Habían hecho todo lo indicado, y el chico no se había clavado alfileres en ese lapso ni se los había clavado a otros.

Tras eso, el síntoma no apareció más. El próximo paso de la terapeuta era auxiliar a la madre con sus problemas de salud y sus dificultades económicas y laborales, orientándola hacia los organis­mos de asistencia médica y social que podrían ayudarla. También dedicó cierto tiempo a organizar actividades para el chico y sus hermanos, de modo que no quedaran tantas horas solos en el de­partamento. Planeó junto con la madre las actividades de esta, tendiendo a que pasara más tiempo con sus hijos y por lo menos una vez a la semana hiciera algo especial con ellos. Se dispuso que los niños fueran directamente de la escuela a un centro recreativo a practicar deportes. Mientras se iban desarrollando estos planes, se aproximó el verano, y se hicieron nuevos planes para todos los chicos, adecuados a la temporada. Madre e hijo continuaron cla­vando y desclavando agujas en la muñeca durante dos o tres sema­nas, y luego la terapeuta abandonó el tema.

Al comienzo de la terapia, la conducta perturbada del chico era una metáfora de las dolencias de la madre. El hijo se insertaba alfileres en el vientre causándose una herida; la madre comía dema­siado y se enfermaba. El sistema· de interacción entre el hijo, la madre y los médicos era una metáfora de la interacción entre la ma­dre y los médicos. El hijo se clavaba alfileres; la madre le decía que no lo hiciera; el hijo lo hacía de todos modos; la madre lo llevaba al médico, y el médico le decía que no lo hiciera. La madre comía en exceso aunque sabía que no debía hacerlo; entonces se enferma­ba e iba al médico, quien le decía que no debía comer en exceso.

2 La estrategia terapéutica empleada en este caso tiene alguna similitud con la utilizada por Mil ton Erickson (cf. Haley, 1973, pág. 209) con un chico que no dejaba de hurgarse una llaga que tenía en su frente. Erickson sustituyó esa lamentable compulsión por la de escribir sin errores de ortografía, dando así al niño la oportunidad de responder a las exigencias estrictas de su padre. Aquí. la compulsión a clavarse alfileres en el vientre es sustituida por la com­pulsión de clavárselos a una muñeca, permitiendo que este niño solitario esta­blezca una relación más estrecha, afectuosa y positiva con su madre.

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El síntoma del hijo era beneficioso para su madre porque centra­ba su atención en él más que en sus propias dificultades físicas o sociales La madre luchaba contra la conducta autodestructiva del nifio e~ vez de luchar contra su propia conducta autodestructiva, y se ponía en contacto con médicos que procurab~ camb~ar ~hijo.

El primer paso de la terapia consistio en cambiar el Sig~~ado de la acción metafórica, de modo tal que clavar alfileres .no sign~fica­ra ya infligir una herida, sino que fuera una conducta mapropiada, con respecto al lugar en que debían ser clavados los alfileres.

El segundo paso consistió en cambiar la acción del niño, par~ que en vez de clavarse alfileres a sí mismo se los clavara a una muneca. Además ese acto dejaría de tener la característica solitaria y hostil que tuv~ en el pasado, ya que tendría lug~r en p;esencia de la ma­dre, quien tomaría la iniciativa y colaborana con el._ Antes, la madre se dirigía a su hijo fundamentalmente para reganarlo; ahora, se estableció entre ambos, en tomo del clavar alf:tleres a la muñeca, un lazo emocional positivo. El chico seguía ayudando a su madre al mantener la atención de ella centrada en él, pero ahora podía ha· cerio a través de una acción metafórica diferente. La. conduc~a del nifio -clavar alfileres a una muñeca cien veces por dia- segu_1a siendo anormal, pero ya no se dañaba a sí mismo ni a _Jos demas.

En el tercer paso, la terapeuta ayudó a la madre de '!Jversas. ~­neras a mejorar su situación. Al modificarse en un sentido poSitivo la situación de la familia y al abordar la madre sus problemas en forma directa, el sistema metafórico de interacción que incluía al hijo dejaba de ser necesario.

Cilso 12: El mal de ojo

Una pareja portorriqueña llevó al hospital a su hija de 15 años porque tenía frecuentes ataques. Se la sometió a examen, Y el. pe­diatra recomendó un electroencefalograma (EEG) para detenrunar si eran de origen epiléptico. Los padres se negaron a que se le hici~­ra esa prueba. Se pidió la intervención de una terapeuta portom· queña para que se comunicara con la familia en español Y la conv~~­ciera de la necesidad de practicar el EEG, por la preocupante posibi­lidad de que hubiera epilepsia.

la terapeuta conversó con la familia y pudo enterarse de que la chica faltaba permanentemente a la escuela por el temor de sufrir un ataque allí. También el padre estaba siempre enfermo, con dolencias no del todo claras, y no trabajaba. la madre salía a tra­bajar mientras padre e hija permanecían en el hogar.

Los padres afirmaron que no querían que se practicase el EEG porque estaban convencidos de que no se trataba de un problema médico: lo que estaba afectando a la familia era la influencia de un

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mal de ojo. La terapeuta procuró persuadir de muchos modos a la pareja de que su hija tenía que someterse a ese examen, pero ellos se mantuvieron firmes en su posición: estaban bajo la influen­cia del mal de ojo, y la medicina nada podía hacer.

la terapeuta consultó con su supervisora y planeó una interven­ción estratégica. Dijo a la familia que esa semana había pasado mu­cho tiempo reflexionando sobre ellos, llegando a la conclusión de que en efecto estaban bajo el influjo de un mal de ojo. Sólo esto podía explicar el hecho de que tanto el padre como la hija estuvie­sen enfermos. Les dijo que había consultado a su supervisora, una argentina más experimentada que ella, quien le contó que en su país existía para el mal de ojo una cura infalible. ¿Les interesaría conocerla? Ellos respondieron que por cierto les interesaba, y que harían todo lo posible para librarse de esa influencia maligna.

la terapeuta dijo que la madre debía ir de inmediato a la tienda y comprar algunos metros de cinta roja, con la cual confeccionaría unos lazos para cada integrante (padre, madre, hija y hermanos), que cosería por dentro en su ropa interior. Todos tenían que usar estas cintas rojas cosidas a su ropa permanentemente, en particular cuando salían de la casa. Con esto el mal de ojo sería neutralizado.

la familia volvió a sesión la próxima semana. La madre había hecho lo que se le dijo, y la hija no había tenido ataques. El padre se sentía mejor. Conversando con la familia, la terapeuta comprobó que padre e hija estaban siempre juntos, ya que por sus dolencias tenían que quedarse en casa, en tanto que la madre, por su trabajo, estaba muy apartada de ellos y en gran medida había renunciado a su posición como esposa y como madre. La terapeuta puso de relieve que los padres tenían que ponerse de acuerdo en las deci­siones acerca de su hija y del hogar, y comenzó a orientarlos hacia una función ejecutiva conjunta, en vez de la abdicación de la madre en favor de su hija quinceañera.

Una semana más tarde, la chica seguía sin ataques y se había reintegrado a la escuela, al par que el padre estaba tomando los recaudos para volver a trabajar. la terapeuta dijo que tal vez ahora fuera posible sacarse las cintas rojas, dado que la familia no parecía seguir.,.¡.stando bajo la influencia del mal de ojo. la familia aceptó. Volvieron la próxima semana y comentaron que habían eliminado las cintas pero que la hija había tenido un ataque. la terapeuta re· plicó que evidentemente había sido un error sacar las cintas, y que debían continuar usándolas, ya que a todas luces eran esenciales para preservarlos del mal de ojo.

la familia volvió a usar las cintas rojas y los ataques cesaron. la chica retomó sus estudios y el padre su trabajo. la terapeuta se reunió con la familia unas semanas más, procurando restaurar la apropiada posición de la hija en la jerarquía y la posición superior del padre, que parcialmente había perdido por quedarse enfermo en casa mientras la mujer trabajaba.

101 _,_.," ~ BIBLIOTECA DE CIENCIAS iff SOCIALES Y HUMANIDADES

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En este caso los síntomas de la hija y la negativa de los padres a avenirse al pedido del médico eran una metáfora del desafío a la cultura norteamericana por la familia. Vale decir que el ~roblema presentado, que no eran sólo los ataques de la mucha~ha, smo tam· bién la renuencia de los padres frente al EEG, constituta un acto metafórico de desafío a la cultura: el mal de ojo era más ~deroso que la medicina estadounidense, qu_e l.a escuela e~tadourudense a la que se quería enviarla y que la fa~nca estad~?rudense donde_ ~1 padre debía trabajar. Al aceptar la mterpretacton _que la f~ hacía de su propia situación, la terapeuta se les sumo en su desafto. No obstante, el hecho mismo de aliarse con ellos contra el mal de ojo cambió la metáfora expresada por su c.o~ducta perturbada. Antes de la terapia, la !amilia desafiaba metaf?n~amente la cultu.ra representada por los medicos, la escuela y la fabnca. Con la terapta, la familia, junto con la terapeuta, desaftaron metafóricamente el mal de ojo y lo derrotaron.

El síntoma de la hija había sido útil a los padres al prove~rlos .d_e una metáfora mediante la cual podían desafiar a la cultura sm sufnr las consecuencias que podría haber acarreado un cuestion~ento más directo. Su síntoma era, particularmente, una proteccton para el padre, ya que lo eximía hasta cierto punto de ser _el eje de ~se desafío a la cultura, por su enfermedad y su renuencta a .~~baJar. la afección de la chica también ayudaba a la madre, perrruttendole acudir a su trabajo en la certeza de que su hija le haría compañía al padre y lo atendería. ,

El primer paso de la terapia consistió en aceptar la metafora de la familia, según la cual ellos eran víctimas de un poder más gran~e que el de la medicina norteamericana. El segundo paso fue cambt~r la acción metafórica de la familia de modo tal que, aunque contt· nuaban desafiando la cultura circundante, no lo hacían mediante ataques o misteriosas enfermedades sino venciendo al mal de ojo X tornándolo inocuo. Esto se logró cuando la terapeuta les ofrecto una cura "infalible" proveniente de una cultura latina como la de ellos, pero aún más distante de la cultura norteamericana que la de Puerto Rico. Además, al encargar a la madre que comprara y cosiera las cintas, la terapeuta puso bajo s_u control la acción qu~ condujo a la cura, y de este modo comenz?. a restau~arla en l_a poSI­ción que le correspondía dentro de la familia. la chica seguta ayu­dando a los padres atrayendo sobre sí su atenci~n, pero a través. ~e una diversa acción metafórica. El comportamiento de la familia continuaba siendo anormal -no es normal tener que usar cintas rojas en las prendas íntimas para evitar ataques y dolencias-; n~ obstante el intento de cambiarlo por parte del terapeuta resulto prematu;o, ya que provocó un ataque. Así, las cintas debieron ser colocadas de nuevo, y padre e hija mantuvieron ~u buena ~ud.

En el tercer paso de la terapia, la terapeuta junto a la pareJa en su doble condición de progenitores y de marido y mujer. Al ayudar-

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los a superar su situación hogareña y laboral, ellos se fueron adaptan­do mejor a la cultura, y el sistema metafórico de interacción que involucraba a la hija dejó de ser necesario.

Estrategia 2: El suministro de una metáfora para el éxito en lugar del fracaso

Si un hijo ayuda a los padres en formas desafortunadas, el tera­peuta puede procurar otras formas, más positivas, en que brinde esa ayuda. Un hijo sintomático expresa metafóricamente los fraca­sos de un progenitor. El terapeuta puede organizar las cosas de modo que se acredite por adelantado a ese progenitor la mejoría de su hijo. Esta mejoría debe definirse, antes de que suceda efectivamente, como un índice de que el progenitor tiene éxito y es una persona idónea, que ha superado las dificultades de su vida y puede auxiliar a su hijo para que haga lo mismo. las nuevas conductas apropiadas del hijo pueden entonces convertirse en metáforas de los éxitos, y no de los fracasos, del padre o de la madre. Si el progenitor triunfa, la conducta problemática del niño pierde su función, ya que deja de ser una analogía de los fracasos del progenitor.

Caso 13: Un niño deprimido

Se trajo a consulta al departamento de psiquiatría a un niño de 13 años a quien se le había diagnosticado una depresión infantil grave en una agencia de servicios asistenciales para la familia. En el examen psiquiátrico en el hospital se averiguó que también su madre y uno de sus primos habían estado gravemente deprimidos. Los miembros del personal inclinados a una terapia biológica considera­ron interesante esta información, pero se aconsejó someter el caso a la evaluación de un terapeuta de familias.

El chico tenía accesos de llanto, pasaba la mayor parte del día sentado sin hacer nada, los dos últimos meses se había negado a concurrir a clase, y amenazó con suicidarse. Había estado en trata­miento individual con una terapeuta que mantenía la firme opinión de ·que no debía sometérselo a tensiones, y que pidió la consulta porque le preocupaba que el chico empeorase. Corno parte del plan de tratamiento, su madre también había sido atendida individual­mente en la misma agencia.

Como el personal del hospital había barajado la posibilidad de internar al niño y someterlo a una terapia individual de largo plazo -con la posible consecuencia de que iniciara una "carrera" de enfer­mo mental-, antes de la primera entrevista se resolvió que el tera­peuta aconsejaría a los padres que lo obligasen a ir a la escuela

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cuanto antes, para retomar así la vida normal de un chico de 13 afios. Se presumía que, por las depresiones que sufriera la madre en el pasado, la "depresión" de su hijo era una metáfora de la de ella, y que el nifio permanecía en la casa haciéndole compafiía a la madre y suscitando su inquietud y protección porque de ese modo la madre quedaba centrada en los problemas de su hijo en lugar de ocuparse de los suyos propios. Se ignoraba qué sistema de interacción podía haberse desarrollado en tomo de los síntomas del niño.

Se planeó que al comienzo de la sesión el terapeuta redefmiría el problema como una negativa a asistir a la escuela, y la depresión, como una consecuencia de quedarse en casa sin hacer nada. El terapeuta apelaría entonces a la madre en su condición de experta en superar depresiones, definiéndola como una persona competente que, en vez de seguir deprimida, había logrado s~perar su depresión. Basándose en este éxito, la madre tendría la responsabilidad de hacer que su hijo fuera a clase. Así, si el chico se quedaba en la casa, su conducta era una metáfora de la depresión de la madre, pero si iba a la escuela, era el resultado del éxito y la competencia de la madni.3

Al comenzar la primera sesión el terapeuta dijo que, según él lo entendía, el problema por el cual lo consultaban giraba en tomo de la negativa del hijo a concurrir a la escuela. La madre lo corrigió de inmediato, replicando que lo consultaban por la grave depresión del hijo, cuya consecuencia era que no iba a la escuela. Sin embargo, el padre afirmó que él pensaba que los llantos y trastornos del chico eran problemas normales en un adolescente, y que había que obli­garlo a ir a clase. El terapeuta aprovechó esta oportunidad para definir el problema: el chico solía estar normalmente triste, pero se deprimía cuando dejaba de asistir a la escuela. Presentó así la depresión como la consecuencia, y no la causa, de su negativa a ir a la escuela.

En el pasado, cuando el padre proponía que obligasen al chico a ir a la escuela, o bien la madre planteaba objeciones, o bien interve­nía algún profesional (su terapeuta o su pediatra) para impedir que los padres iniciaran cualquier acción. El sistema de interacción era este: el chico se ponía a llorar y decía sentirse apesadumbrado, de­primido, y que no quería ira a la escuela; el padre afirmaba que debía ir; y la madre vacilaba y al fm impugnaba esa decisión, agregando que tal vez ellos no debían presionarlo. Es problable que este sistema de interacción fuera la analogía de otro sistema de interacción: el que se producía en el pasado cuando se deprimía la madre. Probable-

3 Si en este caso se hubiera tomado como foco las coaliciones trasgeneracio­nales (Haley, 1976b), se hubiera visto a madre e hijo como ex_cesivamen:e involucrados entre sí, y al padre como marginal; en consecuencia, se habna hecho responsable al padre de cuidar que su hijo asistiera a la escuela. Esto podría haber incrementado el sentimiento de inferioridad de la madre Y su depresión, dando por resultado dificultades conyugales.

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mente el padre insistiera entonces en que ella debía mostrase activa y cuidar de sus hijos y del hogar, y probablemente la madre repli­caba que no podía hacer eso porque estaba deprimida y no toleraba el stress. El sistema de interacción en tomo de la depresión del chico era idéntico al que tenía como eje la depresión de la madre. Ambos desembocaban, probablemente, en que el padre retiraba sus deman­das y hacía alguna cosa especial para la madre, tan abrumada por su propia depresión o la de su hijo. Si el chico estaba deprimido, la madre no necesitaba deprimirse para que se produjera el mismo sistema de interacción.

Es probable que la participación de los profesi<vtales fuera idénti­ca en ambos sistemas de interacción. Cuando el padre afirmaba que debía forzarse el chico para que asistiera a clase, los profesionales lo sofrenaban. Cuando la madre se deprimía, quizás el padre era tam­bién refrenado de plantear mayores demandas a la madre por el médico de esta, que preocupado por su depresión la tenía bajo · medicación. El sistema de interacción que abarcaba a madre, padre, hijo y profesionales era una metáfora del que abarcaba a madre, padre y médico, y lo sustituía.

Los padres describieron la posición del pediatra, la asistente so­cial y la psicóloga que intervino en el caso, cuyo consejo era que no se presionara al chico para volver a la escuela. El terapeuta explicó que él tenía otro punto de vista. Creía que si el chico se quedaba en su casa sentado sin hacer nada no podía sino intensiflcarse su tris­teza, y que debía hacer lo que hacen todos los chicos normales de su edad: ir al colegio.

El plan consistió en utilizar la analogía entre el comportamiento de la madre y el del hijo, para que pudieran igualarse no sólo en su depresión sino también en su éxito en vencerla. Por esta razón el terapeuta preguntó a los padres si alguno de ellos había tenido ~ro­blemas semejantes a los del hijo. La madre contó que, luego de haber dado a luz a mellizos, que eran unos afios menores que este chico, se había puesto muy deprimida y se le dio medicación. Los mellizos estuvieron enfermos en su primera infancia, y debieron ser atendidos en forma ambulatoria y con internación; y ella había tenido que hacer frente a todo esto cuando acababan de mudarse a otra ciudad y estaba lejos de sus parientes, que la habían ayudado a cría~ a sus hijos mayores. El terapeuta se condolió de ella y le dijo que sm duda alguna era una experta en superar depresiones. y, por 1<? tant<?, nadie mejor que ella podía ayudar a su hijo. Ella sabía muy bten lo Importante que es mantenerse activo y cumplir con las propias obligaciones, y que en verdad esa es la única manera de salir de una depresión. Ella coincidió.

Los padres parecían suficientemente motivados, y el terapeuta procedió a fijar un plan para que el chico volviera al colegio. La madre lo interrumpió diciendo que traía un mensaje de la terapeuta del chico, que debía trasmitirle en privado; el terapeuta pidió al

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chico que abandonara el cuarto. Entonces la madre volvió a plantear las objeciones de los otros profesionales acerca de presionar al chico. El terapeuta insistió en que su posición era diferente, y que ellos debían optar. Agregó que no tenía inconvenientes en hablar con la otra terapeuta, pero que la terapia debía entrar en receso hasta que el chico concurriera normalmente a clase. Los padres aceptaron este plan, y el terapeuta fue a buscar al chico para que ingresara a la sesión. Les dio a los padres estas consignas: al día siguiente, los padres pondrían al chico en el auto y lo llevarían a la escuela; si el chico no ponía objeciones en ir a clase, los padres lo dejarían allí; en caso contrario, la madre lo acompañaría a todas las clases sentándose junto a él y tomándolo de la mano todo el tiempo para infundirle coraje. Se hizo hincapié en que la madre estaba en condiciones de comprenderlo y reconfortarlo porque ya había atravesado dificultades similares. El terapeuta pidió luego que los padres explicaran al hijo este plan para el día siguiente.

Hacia el final de la sesión, mientras los padres hablaban, el chico, que había permanecido quieto y sólo habló cuando se le preguntó algo, empezó a sollozar. El terapeuta dijo que, si bien es incómodo para los padres ver llorar a sus hijos, hoy en día se considera normal que los varones expresen sus sentimientos y lloren al par de las niñas; de modo que era natural que llorara, y los padres no tenían por qué turbarse por sus lágrimas. El énfasis en la diferencia entre varones y niñas redujo el impacto dramático de la conducta del chico. De súbito, lanzó un grito con todos sus pulmones de que no quería

· ir a la escuela. El terapeuta seiialó que esa era una típica conducta adolescente y un buen signo de desarrollo y madurez.

Esa tarde el chico se escapó de la casa y un par de horas después telefoneó a su madre diciéndole que sólo regresaría si ella le pro­metía que no lo obligaría a ir a la escuela. La madre así se lo prome· tió, y él volvió. La madre llamó al terapeuta y le preguntó qué debía hacer, ya que ahora había prometido no llevar al niño a la escuela. El terapeuta le dijo que simplemente le informara al chico que a veces las madres mienten, y que debía ir. Esa noche el chico lloró y vomitó, pero a la mañana siguiente concurrió a la escuela sin ofrecer resistencia y la madre no debió quedarse junto a él.

El chico siguió asistiendo a clase normalmente y se dedicó mucho a practicar patinaje. Se reunió con el terapeuta un par de veces para ver de qué manera podía mejorar sus hábitos de estudio, pues que­ría hacer sus deberes lo antes posible a fm de poder ir al parque.

El padre resultó ser un hombre muy exigente. Quería que su hijo se incorporara a un grupo de niños exploradores, y pidió al terapeuta que aplicara para ello el mismo procedimiento mediante el cual había logrado que volviera a la escuela. A1 chico no le gusta­ban los niños exploradores y no tenía ninguna gana de realizar esas actividades. El padre pretendía también que asistiera regularmente a la iglesia. El terapeuta pudo negociar la decisión del niño de no

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s~r boy scout argun;entando que ello no era necesario, pero en cam­bJ~ no ~u~o. negociar. 1~ cuestión de la iglesia, y se resolvió que el chico aSJstina. al semeJo religioso cada vez que fuera su familia.

Estas cuest10nes ocuparon cuatro o cinco sesiones tras las cuales se interrumpió la terapia. A1 comienzo del próxim~ ciclo lectivo el chico llamó al terapeuta y le dijo que no quería seguir yendo ~ la escuela, Y que le gustaría tener una charla con él sobre esto. El ter.apeuta le respo~dió que mejor sería que hablara con sus padres, qwenes ya lo hab1an ayudado antes y lo volverían a hacer ahora En un seguimiento hecho un año y medio después de la primer~ entrevista, se averiguó que el chico concurría a clase 'regularmente tenía amigos y practicaba deportes. '

A1 principio de la terapia, la depresión del chico había sido una metáfora de la depresión de la madre. A su término, el éxito del niño en su concurrencia a la escuela era una metáfora del éxito de la ma~e en la s~peració~. de su depresión. A1 principio de la terapia~ el .. s1stema ~e mteracc10n -donde el padre se quejaba de que su hiJo no hac1a lo que se esperaba de él, el chico estaba triste y la madre ~stenía qu.e no podía hacer nada por sí mismo y que había que deJar de presiOnarlo- era una analogía de las quejas del padre acer~a de la madre y de sus argumentos en cuanto a que ella no pod1a hacer nada por sí misma y no debía presionársela. A1 término <;fe. la terapia, el é~to de la madre con el chico era una analogía del eXIto que ella habta logrado en su propia vida, y el padre se sentía orgulloso de la capacidad de su mujer.

Estrategia 3: El cambio de la solución metafórica

La co~~ucta perturbada de un niño es a la vez una metáfora y una sol~cto~ del problema de un progenitor. A veces la solución que da ~1 niño t1ene que ver con las consecuencias que le traería al pro­gemtor la conducta perturbada del hijo, Si el terapeuta puede cam­biar estas consecuencias, de modo que se conviertan en un sacrificio para el progenitor o en una solución desagradable para el hijo, su conducta perturbada ya no cumplirá su función y será desechada. Un ejemplo ilustrará este enfoque.

Ozso 14: Negativa a ir a la escuela

Mary, una muchacha de 14 años, la menor de seis hermanos se negaba a ir al colegio. Su madre había muerto cuando ella tenÍa 5 años, y el padre la había criado con ayuda de una-hermana mayor de Mary. Esta hermana asistía ahora a una universidad en una ciudad cercana, y no se hablaba con su padre, desde. que este había descu-

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bierto que cohabitaba con un joven. El padre, obrero de la construc· ción, quería mucho a Mary y tenía un gran apego por ella.

La terapeuta dispuso que el padre llevara a Mary a una reunión a celebrarse en la escuela, en la que la terapeuta estaría presente; luego de la reunión, el padre la acompañaría a su curso y se senta­ría junto a ella si fuese necesario. No obstante, tan pronto Mary llegó con su padre a la escuela se desprendió de él y echó a correr. La reu­nión se hizo sin ella; el padre estaba sumamente perturbado. Nadie entendía en la escuela por qué motivo la chica no quería asistir, ya que tenía buenas calificaciones y era apreciada. El psicopedagogo comentó, empero, que Mary le había confesado que no quería que su padre se casase de nuevo. El pensaba que tal vez esto guardara alguna relación con el problema.

La terapeuta reunió a la familia (padre, hija y hermana mayor) para una consulta con su supervisora, quien observó la sesión detrás del vidrio de visión unidireccional. Supervisora y terapeuta exami­naron el caso antes de la sesión, y decidieron partir del supuesto de que la conducta de Mary era una metáfora, que ella quería ser la esposa de su padre. Si no iba a la escuela, podía quedarse en casa y hacer los quehaceres domésticos para el padre como los haría una esposa. La analogía parecía particularmente oportuna por la disputa que mantenía el padre con la hermana mayor de Mary, quien había estado en posición de esposa y madre y había ayudado a criarla.

Se planeó una estrategia según la cual la terapeuta seguiría varias etapas. En primer lugar, debía alabar al padre por haber criado con éxito tantos hijos. Luego le preguntaría por qué motivo nunca se ha­bía vuelto a casar, comentándole que realmente se merecía la compa· ñ.ía de una mujer. Luego, volviendo otra vez al tema anterior, le repetiría qué airoso había sido como padre, señalándole que todos sus hijos, a excepción de Mary, trabajaban o estudiaban. Examina­ría junto con el padre y con la hermana de Mary qué posibilidades de trabajo tenía esta dado que no había completado siquiera el ciclo básico secundario; consideraría la posibilidad de que trabajase como camarera o como niñera. A continuación, la terapeuta mencionaría . la infortunada posibilidad de que se le impusiera al padre una multa de cincuenta dólares diarios mientras Mary no asistiese a clase, ya que ella, la terapeuta, no podía testimoniar que sufría una pertur­bación emocional, puesto que no era cierto, y esa era la multa habitual por faltar injustificadamente a clase en el distrito en que vivía la familia. (Padre e hija estaban enterados de esto desde tiempo atrás.) Por último, la terapeuta retomaría el tema del posible matri· monio del padre, y diría que como Mary no iba a la escuela, lo mejor que podía hacer su padre era casarse, ya que de ese modo habría en la casa una persona que cuidara de Mary y esta, a su vez, le haría compañía a la nueva esposa, que por las largas jornadas de trabajo del padre pasaría tantas horas sola. Además, la nueva esposa

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podría dividirse con Mary los quehaceres hogareños, y así no se sentiría tan avasallada al ingresar en un hogar donde había varios hijos crecidos. La terapeuta insistiría en que para el padre, el mejor curso de acción era casarse. Si la hija hasta ese momento se había conducido de manera díscola para impedir que su padre se volviera a casar, ahora esa conducta suya tendría ·la consecuencia exacta­mente opuesta: que contrajera matrimonio.

Se siguió este plan, y la idea del nuevo matrimonio del padre originó murmullos y risas en la entrevista. El padre contó que había tenido citas a menudo, pero que nunca trajo una mujer a la casa. Mary manifestó que no le importaba que se casara o no, pero, a medida que iba avanzando la sesión, dio vuelta la espalda a los demás y permaneció así un largo rato.

En un momento, mientras conversaban sobre la hermana que se había mudado a otra ciudad, Mary comentó que le gustaría verla. La terapeuta inquirió al padre si Mary podía visitar a su hermana en caso de que esa semana fuera todos los días a la escuela. El padre respondió que sí, y que la llevaría él mismo en su automóvil. Al término de la entrevista, la terapeuta hizo hincapié en que el padre debía pensar en la idea de casarse.

Al día siguiente Mary fue a la escuela por propia voluntad y continuó asistiendo luego regularmente y con buen talante. Ese fin de semana visitó a su hermana. Un año más tarde, un seguimiento permitió averiguar que Mary siguió asistiendo a clase y le iba bien en su tarea, y que el padre se había reconciliado con la hermana de Mary y no se había vuelto a casar.

Al principio de la terapia, la conducta perturbada de Mary era una metáfora de su condición. de esposa del padre. En vez de ir a la es­cuela, como todas las chicas normales de su edad, se quedaba en el hogar y hacía de ama de casa como una esposa. Hasta cierto punto, también estaba sustituyendo a la hermana que había abandonado el hogar y con la cual el padre estaba peleado. La terapeuta invirtió la situación, de modo tal que la conducta perturbada de Mary, su negativa a ir a la escuela, se convirtió en una razón por la cual el padre debía contraer matrimonio. La conducta de Mary no sólo había dejado de ser una metáfora de su condición de esposa del padre, sino que daba lugar a lo opuesto, el casamiento del padre. La terapeuta también consiguió que Mary retomara una situación familiar previa que había sido mejor para ella, al sugerirle que, si asistía a la escuela, podría visitar a su hermana. Eso permitió que Mary instara a su padre a reconciliarse con su otra hija, y, de ese modo, que recobrara en parte la situación vivida por ella de chica, cuando su hermana había ayudado a criarla.

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La comprensión de la metáfora

El problema del terapeuta radica en lograr que el niño renuncie a su conducta perturbada y que los padres renuncien a un sistema de interacción que cumple una función útil en la familia, pero desafortunada. Para ello, el terapeuta debe descubrir la metáfora implícita en la conducta perturbada del nifio y en la interacción familiar en tomo de dicha conducta.

Las pistas que orientan al terapeuta son indicios de que hay similitud entre el progenitor y el hijo en cuanto al problema de uno y otro su situación sus comportamientos respectivos, sus fracasos o tem~res. El terap~uta debe atender a lo que los padres se dicen entre sí o le dicen al terapeuta con referencia al niño en un plano literal, pero suena como si pudiera estar referido a uno de los padres en un plano metafórico. , , .

Por ejemplo: Una madre pidio una consulta en una chmca de orientación infantil a causa de que su hijo le pegaba a las niñas o a los varones más pequeños que él, mientras que con sus pares se mostraba en cambio inseguro y temeroso. Resultó que el padre le había pegado a la madre en varias oportunidades, y era un homb:e inseguro de sí mismo y temeroso, que acababa de perder su trabaJO y todo su capital. El comportamiento agresivo del hijo hac~ !as niñas y niños más chicos permitió a la madre consultar en una chmca de orientación infantil en vez de tener que sufrir la humillación de buscar auxilio como esposa· maltratada. A veces la pista la da el contenido de lo que el progenitor dice, como en este caso, y otras veces las palabras que escoge, su tono de voz y su comportamiento no verbal. Por ejemplo, una madre declaró: "Mi hijo tiene más dolores de cabeza de los que creo que debería tener un chico de su edad", al par que hacía un vago ademán en dirección al lugar donde estaban padre e hijo. La comunicación metafórica es como la visión doble, en el sentido de que lo visible en un canal lo es también en el otro canal. Es como si uno pudiera mirar cierto lugar y obtener una imagen de lo que acontece en otro lugar. Las secuencias de interac­ción se repiten a sí mismas en distintos niveles, y cada uno de estos niveles lleva al otro.

Por lo general, las analogías entre la situación del progenitor y la del niño son bastante evidentes. Una madre obesa tiene un hijo que se clava alftleres en el vientre; un padre con "dolores de cabeza" en su trabajo tiene un hijo con dolores de cabeza; una madre depri­mida tiene un hijo "deprimido"; el hijo de una madre temerosa tiene miedo de ir a la escuela. La interacción familiar en tomo de la situación del progenitor es remplazada por la interacción en tomo del problema del hijo. El foco en las analogías entre la situación del progenitor y del nifio explica la especificidad de un síntoma -tema este que otros enfoques de terapia familiar estructural y estratégica no destacan suficientemente (Haley, 1976b; Minuchin, 1974)-.

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Cuando el terapeuta cree haber encontrado la clave de la metáfora implícita en la conducta perturbada del niño, puede obtener ulterior información inquiriendo acerca de la salud de los miembros de la familia y sus relaciones con otros parientes cercanos. También es útil indagar si alguno de los progenitores o algún pariente tiene o ha tenido problemas similares a los del nifio. ·

Una vez que el terapeuta ha formulado una hipótesis acerca de la analogía inplícita en el problema del niño, su acción metafórica puede ser modificada, ofreciéndole una metáfora de éxito en vez de una de fracaso, o bien puede cambiarse la solución que brinda la acción metafórica del niño.

Redefinición del problema

En dos de los casos expuestos en este capítulo, el terapeuta redefmió el problema del nifio antes de proceder con una estrategia de cambio. En el caso del niño que se clavaba alftleres en el vientre, se cambió el problema, que ya no fue el de infligirse una herida, sino el de clavar los alfileres en un sitio equivocado. En el caso del chico deprimido, su negativa a ir a la escuela dejó de ser la conse­cuencia de su depresión para pasar a ser su causa. En ambos ejem­plos, el problema no fue tan drásticamente redefmido como se lo hizo en dos casos de adultos presentados en el capítulo 3: la mujer con parálisis histérica, cuyo síntoma fue re-rotulado como espasmo muscular, y el hombre deprimido, a quien se le dijo que no estaba deprimido sino que era un irresponsable.

-En casos en que está envuelto un nifio sintomático, los padres pueden estar apegados a una cierta defmición de un problema, en cuyo caso el cuestionamiento de esa defmición por el terapeuta debilita la posición de los padres y es contrario al objetivo que persigue el terapeuta: reorganizar la jeraquía para que los padres se hagan cargo de sus hijos. Esto no significa que no deba recurrirse nunca a la redefmición del problema, pero sí que debe usársela con cautela y en circunstancias especiales; por ejemplo, cuando el rótulo que debe cambiarse no ha s~do puesto por los padres sino por otros profesionales, y cuando la redefmición implica cambiar la relación entre causa y efecto, pero sin entrar a una redefmición completa del problema. También puede utilizársela cuando los padres parecen dispuestos a aceptar la redefmición sin ofenderse.

El defecto que tiene la redefmición del problema es que si el terapeuta no procede con tacto, respeto y persuasión, puede colo­carse en la posición de un adversario de la familia, y no de alguien que coopera con ella. En este enfoque rara vez se apela a la confron­tación, y la actitud del terapeuta ante las demás pe-rsonas tiene que ser de respeto. Este respeto explica, asimismo, por qué los padres

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¡ ' . ,

no se resisten a esta terapia tanto como podría preverse, y por qué no surgen grandes luchas por el poder entre los padres y el terapeuta. Tampoco se hacen interpretaciones que susciten resistencias. Las trascripciones incluidas en los capítulos 7 y 8 ejemplifican el tono y estilo en que debe conducirse la terapia.

Tal como se la emplea en este enfoque, la redefmición del pro· blema no implica forzosamente una connotación positiva o una re-rotulación positiva de la conducta de alguien. Su meta es cambiar la defmición de un problema para que se lo pueda solucionar. La irresponsabilidad es, quizás, algo más negativo que la. depres}ón, pero más fácil de resolver. Un espasmo muscular se av1ene mas al cambio que una parálisis histérica. A un niño que se niega a ir a la escuela se lo puede manejar con más facilidad que a un niño de­primido. Así pues, el propósito de la redefmición debe ser el de defmir un problema resoluble, no subestimar el problema ni inter­pretar la conducta de manera positiva.

Resumen y conclusiones

Se ha propuesto aquí que la conducta perturbada de l~s niños e~ una analogía de las dificultades de alguno de sus progerutores, as1 como una tentativa de resolver esas dificultades. La interacción familiar en tomo de los síntomas del niño se convierte en una metáfora de la interacción en tomo de los problemas de los padres, y sustituye a esta interacción. Cuando el niño se conduce en forma perturbada, el sistema de interacción en tomo de las dificultades de los padres es remplazado por el sistema de interacción en tomo del problema del chico.

En tales casos, el problema del terapeuta radica en cambiar la conducta perturbada del niño y modificar la participación de los padres, dentro de un sistema de interacción que cumpla una .fun­ción útil en la familia. Para ello, el terapeuta debe descubnr la analogía en la conducta perturbada del niño. Se han descripto en este capítulo tres estrategias para resolver el problema que presenta el niño.

La ventaja que el niño y su familia extraen de la conducta per· turbada de aquel es que el niño se vuelve el foco de un sistema de interacción que es una metáfora del que gira en tomo de las difi. cultades de los padres, y toma innecesario a este último. Pueden así tener lugar ciertas interacciones entre los familiares con menos peligro de que les acarreen severas consecuencias. Esta ventaja es la ganancia interpersonal que el niño y sus padres derivan de la conducta sintomática del primero. En las tres estrategias presentadas aquí, se mantuvo esa ganancia interpersonal de la familia, al par que desapareció el comportamiento sintomático. O sea que el tera-

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peuta logró la preservación de la ganancia interpersonal organizando las cosas de modo que el niño o el terapeuta pudieran ayudar de otro modo a los padres con sus dificultades.

Para realizar esta terapia, se siguen ciertos pasos:

l. El terapeuta parte de la base de que un síntoma expresa ana· lógica o metafóricamente un problema de los padres y es también una solución, aunque desafortunada, para ellos.

2. El terapeuta determina qué metáfora expresa la conducta perturbada del niño, y a quién está el niño ayudando.

3. El terapeuta determina cuál es el sistema de interacción que gira en tomo de los síntomas del niño, y de qué otro sistema de interacción es aquel una metáfora.

4. El terapeuta planea una intervención que modificará la acción metafórica, o suministrará una metáfora alternativa, o cambiará las consecuencias que tiene la metáfora para los padres. Por lo ~neral, su intervención adopta la forma de una explicación de las causas del problema, una descripción de sus consecuencias, y una directiva acerca de algo que la familia debe hacer -en particular el progenitor con el que se vincula la conducta metafórica del hijo-.

Aunque hay ciertos criterios generales sobre los planes terapéuti· cos que pueden aplicarse a una variedad de familias, no existen dos familias iguales entre sí, y para cada familia es preciso establecer un plan terapéutico específico .

Especulaciones

Según el modelo propuesto, un síntoma del hijo genera en la familia un sistema de interacción que es una analogía del sistema de interacción en tomo de los problemas de un progenitor, y sus­tituye a este último sistema. De ello se infiere lógicamente -aunque no hay datos que avalen esta hipótesis- que también lo inverso puede ser válido: que la conducta perturbada de un padre o de una madre puede generar en la familia un sistema de interacción que sea una metáfora de la interacción en tomo de la conducta per· turbada del niño, y la sustituya. Vale decir que así como el padre puede ser una metáfora para el niño, el niño puede ser una metáfora para el padre. Y puede variar cíclicamente el foco de interacción, pasando, verbigracia, del hijo a un progenitor, de este al hijo, del hijo a un problema conyugal, para volver después al hijo. No obs­tante, el ciclo seguirá siendo siempre el mismo, en el sentido de que los miembros de la familia se ayudarán unos a otros mediante conductas que son metafóricas entre sí.

Si bien estas ideas no están basadas en observaciones de familias normales, es razonable formular la hipótesis de que los individuos

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crecen y se desarrollan dentro de una familia ayudándose unos a otros mediante acciones que son metafóricas de sus conductas respectivas. O sea que una variación cíclica del foco de interacción puede ser característica no sólo de la patología sino también del crecimiento y el desarrollo normales. Por ejemplo, una joven puede luchar con su incertidumbre vocacional hasta determinado momen­to, en que a su madre comienza a carcomerla la duda acerca de su propia carrera. El foco de inquietud de la familia se traslada entonces de las cuitas de la hija a las de su madre. Cuando esta logra resolver su dilema y, por ejemplo, cambia de trabajo o retoma sus estudios, la joven puede resolver el suyo y tomar decisiones acerca de su fu­turo. Madre e hija habrán, pues, superado sus dificultades y pasado a enfrentar otros obstáculos u oportunidades en su vida. Tal vez la principal diferencia entre la normalidad y la patología radique en que las familias normales pasan en este ciclo en tomo de un atributo positivo, mientras que las perturbadas pasan en tomo de uno negativo.

Desde el punto de vista aquí expuesto, la terapia puede ser dañi~ na si impide estas variaciones cíclicas. La intervención de profesio­nales de la asistencia pueden fijar el ciclo en un cierto punto (con una internación o una terapia de largo plazo), impidiendo el cambio espontáneo o bloqueando la variación cíclica en el foco. Asimismo, la terapia puede a veces promover un más rápido cambio de foco del hijo al progenitor, o de este al hijo, o del hijo a un problema con­yugal, haciéndole creer ilusoriamente al terapeuta que está aconte­ciendo un cambio efectivo. Si el objetivo perseguido es poner fm a este ciclo repetitivo, el terapeuta debe disponer las cosas de modo que padres e hijo se ayuden mutuamente a superar sus dificultades por otras vías, y no mediante un comportamiento trastrocado.

LA postura del terapeuta

Hasta ahora hemos hecho hincapié en la comprensión y solución de los problemas presentados en la terapia. Una síntesis contribuirá a aclarar cuál debe ser la postura del terapeuta al enfrentarse con estos problemas. ¿Qué preguntas le permitirán obtener información para formular una hipótesis sobre el problema? ¿Qué debe pregun­tarse a sí mismo el terapeuta con el objeto de aclarar sus ideas acer­ca de la situación de una familia? Es raro que la gente presente el problema al terapeuta de un modo tal que la estrategia que esta ha de seguir sea evidente. El terapeuta debe descubrir los elementos de la situación capaces de conducirlo a enunciar el problema de una manera solucionable.

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Preguntas que el terapeuta debe hacer a la familia

Para empezar, el terapeuta debe formular una hipótesis sobre el problema. Y para ello, debe recoger cierta información de la familia. ¿Cuándo se produce el síntoma, de qué manera, dónde y con quién? ¿Qué hace cada integrante de la familia cuando se produce el sín­toma? ¿Cómo desaparece este último? ¿Quién se siente trastornado, preocupado, triste, colérico, molesto por el problema? ¿Qué otro miembro de la familia tiene o ha tenido un problema semejante? ¿Qué miembros de la familia se parecen entre sí? ¿Cómo se desem­peñan cada uno de ellos en su trabajo o en sus estudios? ¿Hay algo que los inquieta o atribula, o están envueltos en alguna circunstancia especial? ¿Con qué parientes tiene cada uno más relación, y cómo es esta? ¿La persona que presenta el problema se asemeja a alguno de esos parientes, o su problema es parecido al de ellos? ¿A q'ftiénes une y a quiénes aleja el problema dentro de la familia? ¿Qué cosas cambiarían si el problema desapareciese?

Al responder a estos interrogantes (ya sea en forma directa o a través de su interacción), la familia responde, asimismo, a otros: quién es protegido por la persona sintomática, quién extrae una ga­nancia interpersonal de la existencia del síntoma, y cuál es la índole de esa ganancia. A medida que estas cuestiones se ponen de mani­fiesto, también se patentiza la interacción de los familiares en tomo del problema presentado y se va aclarando de qué otra interacción de la familia es esta una metáfora.

Preguntas que el terapeuta debe hacerse a sí mismo

Al reflexionar sobre el problema presentado, el terapeuta debe hacerse las siguientes preguntas: 1) ¿Cuál es la metáfora expresada por el síntoma? 2) ¿Cuál es el pedido o la orden implícitos en la conducta sintomática? 3) ¿Quién es el foco de preocupación de la persona sintomática? Vale decir, ¿a quién ayuda o protege la perso­na que presenta el problema, y de qué es protegida esa otra persona? 4) ¿Cuál es la ganancia interpersonal que la conducta sintomática brinda a la persona que presenta el síntoma y a la familia? 5) ¿Cómo puede mantenerse la conducta de ayuda benevolente o la ganancia interpersonal prescindiendo de la conducta sintomática? 6) ¿De qué manera es dable organizar a los miembros de la familia para que se ayuden de otro modo unos a otros? 7) ¿Cómo es posible restaurar en una familia con hijos una jerarquía única, en la que los padres se hagan cargo de sus hijos? 8) ¿Cómo puede promoverse un vínculo más igualitario en la pareja de cónyuges?

A medida que el terapeuta va respondiendo a cada uno de estos interrogantes se va formulando otros, hasta formarse un cuadro de la situación. Si bien este esquema es una versión harto simplificada

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de la compleja interacción de la familia, suministra una perspectiva a partir de la cual es posible desarrollar una estrategia terapéutica.

Preguntas que llevan a la fonnulación de una jerarquía

Para formular el ordenamiento jerárquico de la familia, el tera­peuta debe formular también ciertas preguntas apropiadas: ¿Quién está a cargo de quién en la familia? ¿Quién tiene que pedir permiso a quién, y en qué casos? ¿Cuáles son las reglas que imperan en e~ hogar? ¿Qué consecuencias trae que se las desobedezca? ¿Que expectativas abrigan los padres con respecto a sus hijos adolescentes o jóvenes?

Conviene asimismo inquirir el grado de poder que tienen sobre la familia otros profesionales o agentes sociales. El terapeuta necesita planear de qué manera habrá de influir en estas fuentes de poder para que colaboren con él en vez de oponerse a sus empeños. Necesi­ta determinar quién tiene poder sobre quién en las siguientes esferas: 1) el manejo del dinero; 2) el empleo del tiempo (quién decide, ya sea directamente o mediante exigencias o interferencias, de qué modo ha de utilizar otra persona su tiempo; o bien, dentro de la pareja, quién decide cómo pasarán el tiempo juntos); 3) el intercam­bio de información (quién comunica información y quién guarda secretos; quién determina la información que será intercambiada).

Si uno de los cónyuges toma las decisiones económicas, determi· na qué tiempo pasará junta la pareja, y no es una persona comunica· tiva, ese cónyuge tiene un poder considerablemente mayor que el otro, quien tal vez deba apelar en su impotencia a una conducta sintomática para equilibrar la jerarquía matrimonial. Pero si el cónyuge poderoso pierde su posición superior, quizá busque poder en un comportamiento sintomático. En casos de adolescentes y jóvenes con perturbaciones graves, la incongruencia o inversión jerárquica se vuelve patente cuando el terapeuta descubre de qué manera gravita el joven en el uso del tiempo y del dinero por sus padres, comunicándose en formas que estos no pueden entender y manteniéndoles ciertas cosas en secreto.

A medida que se van elucidando las relaciones, suele notarse que es posible aproximarse a las jerarquías incongruentes desde diversos ángulos; por ejemplo, centrándose en el uso del tiempo, o en el dinero, o en el síntoma presentado. Para planear una estrategia, el terapeuta debe aguzar su visión, descartar información valiosa y elegir, entre varias hipótesis posibles, la que parezca más práctica y económica.

El problema presentado al terapeuta sólo habrá sido compren­dido cuando se lo resuelva. Hasta entonces, la respuesta de la familia ante la estrategia terapéutica forma parte de la información que contribuye a dicha comprensión.

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Fonnulación del problema

La manera en que el terapeuta formula el problema no tiene por qué coincidir necesariamente con la manera en que lo enuncia a la familia. A veces a esta el problema no le es reformulado en absoluto: simplemente se le indica lo que tiene que hacer. Una de las razones para que el terapeuta no comunique su formulación del problema es evitar polémicas inútiles. Cuando se ofrece a la familia una expli­cación o redefmición del problema, ella será siempre al menos parcialmente verdadera. La intención no es engafiar a la familia sino proporcionarle una defmición del problema y una explicación acerca de él que permita a la familia actuar al respecto, y al tera­peuta, promover un cambio.

Planificación de una estrategia

Mientras el terapeuta va entendiendo el problema y se lo formula para sí, desarrolla una estrategia tendiente a resolverlo, la que habi­tualmente consiste en directivas impartidas a la familia que hagan innecesaria la presencia del síntoma. El número de estrategias terapéuticas posibles es igual o mayor que las posibilidades de reformular los problemas presentados.

Una vez que el terapeuta se ha trazado una estrategia, debe traducirla en acciones concretas que le permitan ponerla en Rráctica. Estas acciones son las directivas y las explicaciones que da a la familia.

Instrumentación de la estrategia

Una vez diseñada una estrategia terapéutica, hay que instrumen­tarla. Deben anticiparse y responderse las objeciones de los miem­bros de la familia, redefmiendo y reformulando la situación e impar­tiendo nuevas directivas. Estas se basarán en reformulaciones del problema que el terapeuta planeará con todo cuidado, dedicando su tiempo y esfuerzo a motivar a la familia para que haga lo que él sugiere.

Una directiva puede ser una ordalía destinada a disuadir a la per­sona sintomática de que continúe con su síntoma. Las directivas pueden ser directas o paradójicas, y ser prescriptas a la persona sintomática para su cumplimiento o bien a un progenitor o cónyuge. Por lo común en una estrategia terapéutica se combinan varias intervenciones; cuando una de ellas no tiene éxito, se intenta otra. La particular combinación de intervenciones necesarias para produ­cir el cambio es distinta para cada familia.

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Terminación de la terapia

Si una vez resuelto el problema presentado, existen otros, el tera­peuta decidirá si quiere abordarlos de la misma manera o de una manera distinta. Desaparecidos los síntomas, a veces el terapeuta debe intervenir ulteriormente en la organización jerárquica de la familia. En el caso de una pareja, se afanará por establecer entre ellos una relación más igualitaria, para que ninguno de los cónyuges recurra al desvalimiento que le procura un síntoma a fm de extraer poder. Si el problema lo presenta un niño, alentará a los padres a que se hagan cargo de él y de los demás hijos, ofreciéndoles guía y apoyo y asumiendo la organización de la familia. Con frecuencia, al resolver el problema presentado, se reorganiza la jerarquía y no se vuelve menester una intervención separada.

Resueltos los problemas presentados, el terapeuta procurará desengancharse rápidamente, con la idea de mantenerse en contacto ocasional con la familia y de ponerse a su disposición si vuelven a surgir dificultades. Se presume que la terapia introducirá ciertos cambios, y que luego la familia continuará cambiando por su cuenta. Es importante acreditar el éxito a la familia y no esperar de ella ninguna expresión de elogio. Muy a menudo, en una terapia breve e intensiva, los cambios sobrevienen con tanta rapidez que a la familia le resulta inconcebible atribuirlos al terapeuta. También es impor­tante interrumpir la terapia cuando esta ya no es necesaria, ya que lo mejor es que la gente se halle en situación de resolver sus propios problemas y de hacer frente a las dificultades de la vida como personas independientes y no como pacientes.

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6. Problemas graves de la adolescencia: cómo lograr que los progenitores se h~gan cargo

En los capítulos anteriores se conceptualizaron de diversas mane­ras los problemas de niños y adolescentes, exponiendo varias estra­tegias terapéuticas (algunas bastante diferentes de las otras). En este nos ocuparemos de problemas más graves de adolescentes y adultos jóvenes, problemas que implican actos agresivos y autodestructivos, abuso de drogas o de alcohol, comunicación extravagante y apatía o depresión extremas. La incongruencia de la jerarquía familiar suele ser en estos casos de larga data, mantenida mediante interacciones cíclicas repetitivas. Por ello se recomienda un enfoque terapéutico coherente, más rígido y menos propenso a la variación que los otros enfoques expuestos en este libro. Una cierta rigidez en el método impide que el terapeuta sea avasallado por las cuestiones relativas a la internación, el control social o el peligro de cronicidad.

En estos casos, las dificultades por las que atraviesa el joven, los trastornos que provoca y su fracaso en la vida se convierten en tema predominante en la vida de sus padres. Por más que un progenitor tenga problemas con sus propios padres o tropiezos en su trabajo, se enferme o se deprima, o su esposo lo amenace con la separación, todas estas cuestiones pasan a segundo plano en comparación con la tragedia de la vida de su joven hijo. El foco en el joven y la nece­sidad de estar a su disposición suministra a los progenitores un obje­tivo primordial: deben superar sus propias fallas y mantenerse unidos a fm de ayudarlo. En este sentido, el desquiciante comportamiento del joven ejerce una influencia positiva sobre los padres, aunque los tiranice, los asuste o los incapacite. Tal vez el joven los amenace pasivamente con que si lo presionan habrá de enloquecer, o tomará drogas, o se dañará de algún otro modo; o tal vez agreda a sus padres físicamente. Los padres quedan imposibilitados de tratar de cambiar la conducta de su hijo porque temen causarle algún perjuicio, o ser dañados por él.

Dos jerarquías incongruentes son defmidas simultáneamente en la familia. En una de ellas, el joven es inepto, deficiente, y depende para su protección, sustento y abrigo de sus padres, quienes se hallan en una posición superior, proveen a sus necesidades y cuidan de él; pero al mismo tiempo queda defmida otra jerarquía en la cual los padres son dominados por el joven a causa de su desvalimiento, sus amenazas o su peligrosa conducta. Si los padres quieren ser idóneos como tales, deben demandar del hijo un comportamiento apropiado

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a su edad, pero esto puede desencadenar acciones extremas y peli­grosas en el joven. Si este se conduce de manera normal, pierde el poder que sus amenazas de esa conducta extrema le confieren sobre sus padres. ·

Las dos jerarquías son incongruentes o están en un conflicto paradójico; en una, el joven es dominado y queda impotente; en la otra, él domina o gobierna a sus progenitores. Estar a cargo de controlar a alguien y a la vez ser dominado por este es paradójico. Una jerarquía incongruente es la coexistencia de dos jerarquías conflictivas dentro del marco de una misma organización jerárquica, donde una de las jerarquías encuadra a la otra y donde idénticas personas están envueltas en ambas.

Puede formularse la hlpótesis de que este poder del joven sobre los padres cumple la función de protegerlos o de mantenerlos uni­dos.1 En muchas fatnilias, un niño ejerce una dominación benévola mediante un síntoma que lo deja desvalido. Pero si un adolescente, por ejemplo, vuelca gasolina en el piso de la casa y luego se dedica a jugar con fósforos, o cuando golpea a sus padres o profiere amena­zas para sacarles dinero, poca duda cabe sobre quién tiene poder en la familia, y cuesta concebir este poder como un acto de benevo­lencia. Más bien cabe presumir que la única función de la conducta perturbadora del joven es el poder de explotación que deriva de ella. Originalmente, esa conducta tal vez tuvo una función protectora; pero cuando las jerarquías incongruentes se estabilizan y el sistema de interacción se toma crónico, la conducta perturbada persiste como una función del sistema, con independencia de lo que la desencadenó. Quizás en cierto momento ya no haya una incon­gruencia jerárquica sino meramente una inversión jerárquica, ocupan­do el joven una posición de poder superior a la de sus padres y con pocas o nirtguna situación en que suceda lo contrario. (Esto es lo que muy seguido ocurre en casos de conducta violenta, delincuen­cia y adicción, pero a veces también llega a suceder en casos de psicosis.)

Cuando el joven cobra poder sobre sus padres, estos tratan de recuperar su posición en la jerarquía recurriendo a agentes de control social (la policía o el hospital para enfermos mentales). El joven es recluido, y en consecuencia se conduce en una forma aún más desvalida y fuera de control, lo cual incrementa el poder que tiene sobre sus padres, pues estos deben centrarse cada vez más en él en sus intentos de ayudarlo. Pero esta ayuda benevolente de los padres defme al joven como una persona más desvalida todavía (o más in­controlable), y contribuye al poder que puede extraer de dicha

1 Haley (1 980) propone que la conducta desquiciadora del joven tiene como función impedir la separación de los padres, y expone en detalle las etapas de esta terapia.

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situación. De este modo, puede instaurarse un sistema de interacción que se autoperpetúa, en particular si hay algún estigma adscripto a la situación del joven y si la sociedad, por intermedio de los organismos correspondientes, contribuye a mantener dicho estigma. Poco importa que en sus orígenes la conducta. del joven cumpliera una función protectora, que tuviera como propósito impedir la separa­ción de los padres o que sólo se vinculara con una pugna por el poder. La cuestión es que para resolver el problema debe modificarse la jerarquía, reinstaurando una en la que el joven no domine a sus progenitores con su desvalimiento y sus abusos.

En estos casos, suele haber sitnilitud entre el comportamiento del joven y el de uno de sus padres. Tal vez aquel se muestre apático e inactivo, e igualmente deprimido esté un progenitor; tal vez el joven se haya dado a consumir drogas, y este a la bebida; tal vez el joven escuche "voces", y uno de sus progenitores hable solo; o el joven incurra en actos de violencia, y su padre someta a malos tratos a la madre. Esta semejanza indica que la conducta perturbada del joven constituye una metáfora de la conducta perturbada de su progenitor.

En capítulos previos expusimos varias maneras de modificar la conducta perturbadora de un bfo para que dejara de expresar simbólicamente el problema de uno de sus padres. En esos enfoques, el terapeuta operaba sobre la comunicación simbólica de la fantília, cambiando metáforas y analogías. En el caso de los adolescentes gravemente perturbados se recomienda un enfoque distinto, simple y directo. El terapeuta se centrará en resolver la incongruencia de la jerarquía fatniliar de modo tal que los progenitores estén perm~­nentemente en una posición superior al hljo. Al cobrar ellos mas poder, podrán abordar con más éxito sus propios problemas, Y el joven ya no precisará expresar metafóricamente las dificultades de sus padres. En este enfoque, el terapeuta sólo toma en cuenta el significado literal de los mensajes. Si la patología es grave, no es difícil que el terapeuta se pierda en una maraña de significados metafóricos. Una manera sencilla de evitar quedar atrapado en niveles conflictivos de mensajes por los miembros de la fantília consiste en ser muy literal y concreto, y en ocuparse únicamente de las cuestiones más básicas y munlanas. En este enfoque, el terapeuta adopta la postura de que el joven debe trabajar o ir al colegio, ayudar en los quehaceres domésticos, evitar las drogas o la violencia y tener un par de amigos. El proceso terapéutico con­siste en organizar a la fantílía para que ello ocurra. En gran parte: se hace caso omiso de metáforas y analogías, en el sentido de que si bien el terapeuta puede entender la analogía que se ~esprende de la interacción fantílíar, su estrategia no apunta a modtficar esa analogía sino sólo a tratar las cuestiones literales.

La teoría del "doble vínculo" o de la "doble ligadura" [double­bind] (Bateson et al., 1956) describe los niveles conflictivos de men-

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sajes en familias de esquizofrénicos. 2 Influidos por esta teoría, los terapeutas comunicacionales han procurado durante afios lograr que los integrantes de la familia se comuniquen entre sí de mane­ra clara y congruente. No se advertía que los mensajes incongruen­tes son acordes con posiciones incongruentes en una jerarquía -vale decir, que para que los padres hablen consistentemente como padres, deben estar consistentemente en esa posición-. La teoría de la doble ligadura está referida al marco de la comunicación; el concepto de incongruencia jerárquica está referido a un marco más amplio, el de las organizaciones en que tiene lugar la comunicación. Si se define a un progenitor, simultáneamente, como una persona a cargo de su familia y como una persona tiranizada y explotada por su propio hijo, los miembros de la familia envueltos en esta situación se comunicarán en formas incongruentes, que reflejan su posición incongruente dentro de la jerarquía.

El enfoque terapéutico aquí expuesto se funda en la idea de que el terapeuta solamente debe responder a una de estas defmiciones, aquella según la cual los padres están a cargo del joven, y debe desalentar y bloquear la otra definición de la jerarquía familiar. O sea, debe ignorar la forma en que la familia presenta su organiza­ción, en la que es el joven quien está a cargo, y tomar en cuenta y alentar solamente aquella otra jerarquía en la que son los padres los que están a cargo.

El terapeuta debe obtener de los padres mensajes que los definan como personas idóneas y adultos responsables, y desestimar toda comunicación que implique que son débiles, incompetentes o des­validos. Con respecto a su joven hijo, desalentará los mensajes según los cuales él está a cargo de los padres, alentándolo en cambio a que defma su posición como integrante de una generación más joven e inexperta. En este enfoque, sólo se permiten y estimulan ciertos mensajes de ciertos miembros de la familia, en contraste con el enfoque comunicacional que estimula la clara expresión de toda clase de mensajes. El foco no está puesto en nuestro caso en la con­gruencia de los mensajes per se, sino en la congruencia de las rela-

2 la situación de "doble vínculo" o "doble ligadura" ha sido descripta del siguiente modo: "1) El individuo está envuelto en una relación intensa es decir, una relación en la que siente que tiene para él vital importancia discrlmi­nar con precisión qué clase de mensajes le son comunicados, a fm de responder adecuadamente. 2) El individuo está atrapado en una situación en la cual el otro participante expresa mensajes de dos órdenes distintos, uno de los cuales niega al otro. 3) El individuo está imposibilitado de comentar los mensajes que se trasmiten, para corregir su discriminación del orden de mensaje al que debe responder; o sea, no puede formular un enunciado metacomunicativo" (Bate­son et al., 1956, pág. 257). Se postula que, en tal situación, la persona confun­de dos niveles de comunicación, el literal y el metafórico, siendo incapaz de discriminar entre ambos. Según la teoría, esta confusión -la imposibilidad de discernir de qué clase es un mensaje- origina graves patologías.

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ciones. Si se resuelve la inversión que existe en la organizaci jerárquica y comunicacional de la familia, el joven se conduc normalmente.

Estas inversiones jerárquicas postuladas en estas familias3 podr: no constituir los únicos factores relevantes en la etiología y er reconstrucción del pasado. No obstante, la hipótesis es releva con respecto a los factores más poderosos que operan en el preser Es una perspectiva emanada de la necesidad de seleccionar, d~ multiplicidad de datos presentados por jóvenes perturbados y familias, aquellos sucesos que componen una pauta _inteligibl· útil al terapeuta para modificar al joven y su situación. Otras teo etiológicas más complejas pueden tornar más· dificultosa su op cionalización con vistas a promover el cambio.

Cabe concebir que la conducta del joven protege a los padrf mantenerlos unidos, impidiendo su separación o divorcio (cf. fu 1980); también cabe concebir que el desquicio del joven im que sus padres lleguen a un acuerdo o establezcan una alía A mi juicio, si el caso implica una primera trasgresión o delit unos pocos episodios de consumo de drogas, el terapeuta i

sopesar con cuidado si estas conductas desempeñan una fun protectora en la familia: ¿Está expresando el joven metafóricarn un problema de uno de sus padres? ¿Constituyen sus actos un 1

sacrificio? En los casos más crónicos, cuándo ya ha habido rei naciones o varios enfrentamientos del joven con los organismo! velan por el cumplimiento de l;;.ley, el terapeuta debe pen~r bien en términos de la inversión jerárquica -el poder que t1e joven sobre sus padres-, y entender el ~roblema desde el ~ del mantenimiento de dicho poder por vta de la conducta di! dora del joven.

En esta exposición, hemos puesto el acento en las incongruE jerárquicas de la organización familiar y en. las manio?ra~ comt cionales que utilizan los_ padres. para descalific~rse a st,mtsmos, ocupantes de una posición de autoridad en la Jerar~.JUl~: Este e ha sido el fruto de investigaciones sobre la comumcacmn de 1

3 Para datos procedentes de investigaciones que. ~ienen e!l apoyo hipótesis de las inversiones jerá~quicas en estas familia~, ~onsultese M; Dukes y Harbin (1980). Tambien ;:>s resultados terapeuttcos co_n:~ enfoque. En programas de capacita!ión de terapeutas, con super:-lSI?n ~ realizados por la autora y Jay Haléy en el Departame.nto de .~siqUiatrl Universidad de Maryland y en el Instituto de Terapia Familiar de la de Washington, se practicaron seguimientos de_ 28 jó~enes de muy diagnóstico (grupo etario: desde la adolescenCia tardta hasta ,cer~ treinta años) atendidos en terapia familiar, todos los cuales h~btan Sld nados una o más veces antes del tratamiento. Seis de ellos debieron ser. nados luego del tratamiento, o sea que el índice de fracasos_fue del_l tiempo trascurrido desde la finalización de la terapia ~asta la mdag_actj ba entre seis meses y dos años y medio, con una mediana de un ano 1

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de esquizofrélílicos, drogadictos y delincuentes (Sojít Madanes, 1969, 1971; Madanes, Dukes y Harbin, 1980; Singer, 1967). Si un terapeuta es capaz de anticiparse a las maniobras comunicacionales de padres e hijo que procuran mantener el statu quo, puede lograr que esas maniobras resulten ineficaces.

Cómo lograr que los progenitores se hagan cargo

La mayor parte de la tarea en la terapia de estas familias consiste en organizar una jerarquía en la que los padres se encuentren en una posición superior a sus hijos. Los padres deben explicitar lo que pre­tenden que haga el joven. ¿Quieren que vaya a la escuela o que se busque un empleo? ¿Cómo suponen que debe comportarse en el hogar? ¿A qué hora debe levantarse por la mañana? ¿A qué hora debe regresar por la noche? Los padres tienen que llegar a un acuer­do acerca de estas expectativas, que serán formuladas como reglas para el joven. Tales reglas han de ser lo más concretas y prácticas que se pueda, estableciéndose las consecuencias de su incumpli­miento. La discusión de estas reglas y de sus consecuencias consti­tuye el trabajo básico de la terapia.

Cada semana, el terapeuta repasará con los padres si han seguido las reglas y aplicado las con·secuencias. A medida que los progenito­res demanden del joven un comportamiento más adecuado, se fijarán nuevas reglas y consecuencias. Puede preverse que el joven pondrá a prueba a sus padres, y el terapeuta se empeñará en mante­ner la posición superior de estos.

Una jerarquía se defme mediante secuencias de comunicación. O sea, si A le dice a B lo que tiene que hacer, A está defmiendo para sí una posición superior a B en la jerarquía. Si A y B concuer­dan acerca de lo· que C debe hacer, A y B se defmen como iguales entre sí y superiores a C en la jerarquía. Mientras el terapeuta se afana por defmir una jerarquía en que los padres se hagari cargo mancomunadamente del joven, procura establecer entre los miem­bros de la familia secuencias de comunicación que definan la situa­ción de esta manera. Vale decir, pretende que la madre y el padre conversen acerca del joven y se pongan de acuerdo en lo que este tiene que hacer, y pretende que el joven escuche a sus padres y obedezca sus reglas.

En lugar de ello, lo típico es que los padres apelen a una serie de maniobras comunicacionales para eludir una defmición de la jerarquía según la cual ellos tendrían poder sobre sus vástagos. Y obran así porque están perdiendo, o ya han perdido, su posición superior en ella, porque el joven es más poderoso que ellos, porque la sociedad ha intervenido quitándoles poder, porque temen equi­vocarse y peijudícar a su hijo, porque temen ser culpados y no

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desean hacerle más daño, o porque temen perderlo. Ahora bien, para evitar que l¡¡ jerarquía quede así definida, un progenitor comunica lo siguiente: 1) que el joven no está calificado para participar en la terapia, pues no puede ocupar una posición ejecutiva en la jerar­quía; o bien 2) que es el otro progenitor quien no está calificado; o bien 3) que el terapeuta no está calificado para hacerse cargo del trata­miento. Son estas las maniobras que el terapeuta debe contrarrestar par<~ que se defina una jerarquía adecuada.

Progenitor que se descalifica a sí mismo

Al comienzo de la terapia, con frecuencia los padres se descalifi­carán para ocupar una posición de autoridad invocando la autoridad de otras personas, confiriéndosela al joven problemático o a otros familiares, definiéndose a sí mismos como ineptos o amenazando con quebrantar la unidad parental.

Autoridad conferida a los expertos

Los padres invocarán la autoridad de los expertos diciendo, ver­bigracia, que es el terapeuta o el jefe de la sala quien tiene que tomar las decisiones relativas al joven trastornado. El terapeuta debe abs­tenerse de otorgar poder a los especialistas profesionales, entre los cuales se cuenta, y en cambio debe otorgarlo a los padres. Para ello tiene que re-rotular el problema del joven, de modo que deje de ser un problema médico o psicológico y pase a la esfera en que los padres son expertos. Si en vez de usar expresiones cc!no enfer­medad mental, esquizofrenia, problemas emocionales y conflictos psicológicos, el terapeuta se refiere al joven diciendo que tiene un mal comportamiento, está confundido, es infantil, es rebelde o tiene necesidad de orientación, los padres, renuentes a hacerse cargo, protestarán sosteniendo que no es esa la forma en que han descripto al joven otros expertos, quienes les mencionaron una terapia intensiva de varios años de duración o recomendaron evitar cualquier situación de tensión. El terapeuta debe aplicar toda su autoridad y el respaldo de la institución a la que pertenece para contrarrestar esas declaraciones (hayan sido o no efectuadas real­mente por otros profesionales), pues de lo contrario le sería imposi­ble alcanzar las metas de la terapia.

Cada conducta inapropiada del joven debe ser, pues, cuidadosa­mente reformulada para que en vez de un síntoma psiquiátrico, sea un comportamiento que los padres pueden cambiar. Importa que el terapeuta re-rotule aun la conducta más extravagan,te como una comunicación descortés en el sentido de que los demas no pueden comprenderla o los pert~rba. Luego es posible pedir a los padres que

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exijan al joven com~nicarse en fonna más clara y considerada. Si el problema radica en un comportamiento apático, puede refonnu­lárselo como pereza, instando a los padres a que demanden del jov.en .u~a. actividad regular. Si el caso es de drogadicción, el terapeu­ta mSisttra en que no se trata de una dependencia fisiológica insupe­rable .. Debe convencer a los padres de que están capacitados para maneJar el problema del joven fijando claras reglas y estipulando las graves consecuencias que puede acarrear su incumplimiento. Si el ~oven recibe medicación, el terapeuta aseverará que reducirá ~a dosis Y, tan P!onto pueda la interrumpirá. En la medida en que el JOVen esta medicado, es un paciente mental al cuidado de psiquia­tras, en vez de un hijo cuya inconducta debe ser modificada por los padres. Suele plantearse una cuestión similar con respecto a si el JOVen debe o no a~ogerse a los subsidios por invalidez; si el terapeuta acepta esto, estara defmiendo al joven como un enfenno mental incapaz de ganarse la vida como cualquier persona nonnal.

Los. padres se .descalifican con respecto a las tareas de la terapia ~omumcando ~u tgnorancia de las expectativas y reglas que deben Imponerse al JOVen, o de las consecuencias que debería tener su desobediencia. Característicamente, expresarán dicha ignorancia como re~puest~ a preguntas generales del terapeuta (p. ej., "¿Qué expectatlva_s ~Ienen con respecto a su hijo?") o en relación con asunto~ ~ractico~ y concretos (p. ej., "¿Penniten a su hijo usar el ?utomov~ los sabados a la noche?"). Los mensajes que trasmiten Ignorancia son de este tipo: "No lo sé", "Eso hay que pensarlo mucho", "Esa es una pregunta difícil", "No sé cómo empezar" "~pende de muchísimos factores", "No me considero capaz d~ fiJar reglas que contemplen todas las eventualidades", "¿Cómo voy a saber yo lo que es bueno para él?". A fin de contrarrestar estos mensajes,. el terapeuta puede enunciar o reenunciar los objeti­vos de la terapia o de esa sesión en particular, y emplear su autori­dad para que ese objetivo sea el foco. También puede repetir un requerimi~n.t~, fundamentándolo de tal manera que a los padres les sea dificil _presentar objeciones. Por ejemplo, si manifiestan ~es_conocer ~u?. re~as pueden fijar a su hijo, el terapeuta dirá: Se que es diftcil fiJar reglas para él, pero su hijo fue hospitalizado

porque estaba confundido. Para que él tenga las cosas claras en su mente, ustedes, sus padres, tienen que ser muy claros con él en cuanto a las reglas que gobernarán su comportamiento en la casa cuando regrese del hospital". Sería un error del terapeuta suponer que. los pad~es de veras ignoran todas esas cosas. Sus manifestaciones de tgnorancta cum¡~len la fmalidad de que otros se hagan cargo. El terapeuta debe partu de la base de que los padres están comprometi­dos en unas secuencias comunicacionales que defmen una jerarquía en-la que ellos no se hacen cargo.

El t~~apeuta debería comenzar requiriendo de los padres una declarac10n sobre su posición, lo suficientemente general como

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para encarar los asuntos que ellos estiman importantes; pero si ante este requerimiento responden con una manifestación de ignorancia, debe reducirse la amplitud de la pregunta, a fm de que los padres puedan ponerse de acuerdo sobre una cuestión clara. Por ejemplo, tal vez el terapeuta empiece pidiéndoles que establezcan de común acuerdo qué expectativas tendrán para cuando su hijo vuelva a casa, y qué reglas le fijarán; no obstante, si los padres no parecen capaces de fonnular nirlguna regla, el terapeuta les dirá algo por este estilo: "Apunto a ciertas pautas muy simples y concretas para orientar a su hijo; por ejemplo, ¿se le pennitirá que rompa los muebles de la casa, se le fijará una hora para que se levante a la mañana?". Preguntas como estas, que se responden con un sí o un no, son útiles porque fuerzan a los padres a tomar una posición y a ponerse de acuerdo, con lo cual comienza a modificarse la jerarquía.

Con frecuencia, los progenitores harán declaraciones abstractas en las que aparentemente están manifestando una opinión, pero en verdad lo que hacen es expresar de nuevo su ignorancia; ejemplo: "Quiero que sea una persona decente". El terapeuta dirá que es una expectativa razonable, pero ... ¿significa acaso que puede volver a su casa todos los días a medianoche, o que no se le pennitirá golpear a sus padres? La idea general es que el terapeuta lleve siempre el diálogo hacia las cuestiones y conductas concretas. A los padres les será entonces más difícil no hacerse cargo.

El terapeuta evitará la tentación de asulf)ir la tarea de los padres fijando él mismo las reglas y consecuencias para el hijo. Ya que quie­re que los padres ocupen una posición superior en la jerarquía, no puede rebajarlos ante su hijo adoptando él una posición parental. Unicamente si tiene la fuerte impresión de que las decisiones adop­tadas por los padres sobre el joven son sumamente erróneas, deberá minar su autoridad sugiriendo una alternativa; pero en estos casos no debe hacerlo en presencia del joven sino a solas con los padres.

Autoridad conferida al joven problemático

A veces los padres trasladarán su autoridad al joven perturbado. Por ejemplo, si se les pide que tomen una decisión que le concierne, tal vez se vuelvan a él para solicitar su consejo, o dirán que todo depende de lo que su hijo quiera para sí y lo único que ellos quieren es hacer lo mejor por él y que sea feliz. El terapeuta insistirá en que el joven necesita la guía de sus padres, y que sólo cuando se conduz­ca corre_ctamente podrá hacerse cargo de sí mismo .. si el joven pre­senta objeciones, el terapeuta podrá explicarle_ que le ~frece este enfoque; le señalará que vivirá en un mundo mas predeCible, cono­ciendo bien cuáles son sus derechos y obligaciones1 y por ende no se verá envuelto en situaciones en que podría ser castigado o maltra­tado arbitraria o inopinadamente.

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. Cuando los pfldres empiezan a dialogar entre sí y existe la posibi­lidad de q~e esta~lezcan una alianza mutua, lo cual les dará poder sobre su hiJo, el JOven adoptará conductas extravagantes y disocia­doras. La amenaza de alianza parental se terminará cuando los padres se centren en el joven. Es importante para el terapeuta estar adver­tido de que al comienzo es probable que el joven intervenga tratando d~ atraer la atención sobre sí cada vez que los padres empiezan a dialogar. El terapeuta debe calmarlo o pedir a los padres que lo hagan.

Al describir estas secuencias de interacción, Haley (1980) ha puesto de relieve que los jóvenes se conducen de esta manera diso­ciadora para impedir una desavenencia entre sus padres. Hay dos formas de conceb~ la _función de esta conducta del joven: puede pensarse que ella unpide la desavenencia y el conflicto

0 bien

que interfiere ~n 1~ posibilidad de alcanzar un acuerdo. A ~juicio, la conducta . disociadora del joven tiene como función impedir el acuerdo o alianza entre los padres. Si estos dialogan en un contexto en que el ter~peuta pro.~ura mancomunados para que se hagan carg~ de su hiJo, y el hiJO estalla, lo que su estallido evita es el comun acuerdo de los padres de asumir la autoridad, no su desa­cuerdo. Aunque la conversación empiece con un desacuerdo en la medida en que los padres puedan conversar y cuenten con la ~yuda del terapeuta, existe la posibilidad de que expresen sus discrepancias hablen a~erca ~~ ellas ~ se pongan de acuerdo. Es esta posibilidad 1~ que la dis~pcion del JOven bloquea. Esta diferente interpretación de la funcwn de la conducta disociadora del joven da origen a diferentes intervenciones terapéuticas.

Si una familia con un joven gravemente perturbado acude a la terapia, sin duda existe entre los padres una división, pero probable­mente. esta será el resultado y no la causa de los pesares, altercados, acusacwnes y culpas que rodean inevitablemente esta clase de problemas .. La_ conducta. perturbadora del joven perpetúa este pro­blema; y SI bien suele un pedir una separación o divorcio de los pa~res -ya que estos deben permanecer juntos para cuidar de su fallido ~astago-, también impide que los padres puedan gozar y compartrr buenos momentos en su vida en común. Puede ocurrir que el joven se dé a esa conducta tanto cuando los padres se hallan muy distantes entre sí (p. ej., si amenazan con separarse o divorciar­se) como cuando están demasiado juntos (en común acuerdo) porque en ambos casos el joven pierde poder frente a ellos. '

A ve.ces los padres conferirán autoridad al joven problemático a~enazandol~ ~?n echarlo de la casa; con esto insinúan que renun­c~~n a su posiciOn en la jerarquía como padres responsables de su hiJO que se hac_en. cru:go de él. Esta amenaza debe ser bloqueada. E_l terape~ta deJara bien en claro que dicha separación del hogar solo podra tener lugar cuando el joven se conduzca apropiadamente· Y los padres sepan y aprueben dónde y cómo va a vivir. La amenaz~

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de expulsión muy rara vez se pone en práctica; ~e todos modos, cuando ello sucede, lo más probable es que al poco tiempo los padres y el hijo estén otra vez trenzados, y el ciclo se re~ita.

A menudo los padres discrepan en cuanto a SI hay que echar o no al hijo de la casa como consecuencia de su inconducta. Lo más frecuente es que el padre amenace con echarlo, mientras ~a madre se alía con el joven para protegerlo y le esconda al padre mforma. ción acerca de las actividades de su hijo, por temor de que la expul­sión se concrete. A veces la madre amenazará al padre con separarse 0 divorciarse si él echa al joven. Otras veces, el padre insistirá dicien­do que o el joven se va, o se va él. En tales casos, la ~ena~a de expulsión del hogar es utilizada, a todas luces, para unpedir un acuerdo entre los padres y que se hagan cargo conjunt~ente del hijo. El joven está entonces en una posición superior en la Jerarquía, ya que tiene el poder de dividirlos. El terapeuta debe apelar a toda su autoridad y al respaldo de su institución para bloquear esta amenaza, de manera que el abandono del hogar se posponga ha_sta tanto se lo pueda planear adecuadamente y ya no sea u~ castigo para el joven sino un paso adelante de este, con anuencia de sus pn;>genitores. . .

A veces el joven hace una fuerte apuesta para adqulflf poder amenazando con suicidarse. Se le plantean entonces al tera~euta dos opciones: 1) hospitalizarlo, lo que significa que la terapia se reanudará cuando le den el alta, o 2) hacer que los padres se _hagan cargo del hijo y ayudarlos a organizarse de man~ra de evitar el suicidio. Esta es una decisión difícil, que dependera de la graved~d de la amenaza de suicidio, de que haya habido o no intentos ante~o­res, de la evaluación del interés de los padres por conservar ~on VI~a al hijo y de su capacidad para trabajar de con~uno_ a fm de ~pedir que el acto se concrete. Si el terapeuta no quiere ~temar al Joven, debe planear con cuidado la forma en que colaborara con los ~adres, quienes deberán vigilarlo durante las veinticuatro horas tumandose para que nunca quede solo. Por lo comú~, esto pone a pr:ueba la paciencia de los padres y los lleva a adoptar una postura mas firme ante el joven, exigiéndole que se comporte en forma normal. . ..

Si el joven hace amenazas extremas y hasta amagos de s~ICidi?, el terapeuta puede a su vez plantear una amenaza al mat~oruo vinculada con esta conducta disociadora, de modo tal que SI esta continúa los padres se verán perjudicados. Así, el terapeuta exagera paradójicamente una de las dos jerarquías incongru~~tes, aq~ella en la que el joven tiene poder sobre sus padres. La familia reacciOna­rá reorganizándose de manera más congruente, para que los padres se hagan cargo. 4

· · • f e Diane Gimber 4 La terapeuta del caso que se expone a continuaciOn u • supervisada por la autora.

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Caso 15: Una muchachil autodestructiva

Una muchacha de 15 años había tenido una conducta extravagan­te y varios intentos de suicidio, c1avándose agujas en los brazos, cortándose las muñecas con hojas de afeitar e infligiéndose otras diversas heridas. Decía oír voces que proferían palabras obscenas y la impulsaban a dañarse. La terapia se llevó a cabo con ella, su madre y su padrastro. Este último era un hombre bien parecido, diez años menor que la madre y otros tantos mayor que la hija. La chica era muy bonita y se mostraba muy interesada por el matri­monio de su madre. En cierta oportunidad le dijo en privado a la terapeuta que el padre leía novelas sobre relaciones sexuales entre adolescentes, y que esto preocupaba a la madre. Resultaba claro que con su loco comportamiento la chica ponía en peligro la estabilidad del matrimonio, ya que el padrastro debía aguantar a una hija de­masiado grande para ser suya, que actuaba constantemente en forma insensata y suicida. La madre y el padrastro sentían temor ante la peligrosa conducta de la hija, quien estaba a cargo de la situación.

Tras varias sesiones durante las cuales se logró que los padres se hicieran cargo de la hija, el comportamiento de esta mejoró, pero comenzó a faltar a la escuela y a emborracharse. Se le dijo a la familia que si bien la chica había mejorado, no estaba aún del todo bien, y como el terapeuta pensaba que las dificultades conyu­gales podrían estar de algún modo vinculadas a los problemas de la muchacha, la pareja tendría que traer esas dificultades a la terapia para su análisis. La madre respondió que no quería hacerlo, porque temía que eso pusiera en peligro la relación con su marido. El padrastro, que era un hombre tranquilo, musitó que concordaba con su mujer. La hija declaró enfáticamente que sus problemas nada tenían que ver con el matrimonio de sus padres. La terapeuta insistió, arguyendo que, por m:ú; que eso fuera desagradable, debían discutirse abiertamente las dificultades conyugales, y que ese era un sacrificio que debía hacer la madre en aras de su hija. La madre soltó el llanto y dijo que ya había sufrido un divorcio y sabía que también este matrimonio se quebrantaría si se trajesen esas cuestiones. La hija se puso a llorar también y afmnó que el matrimonio de su madre era irrelevante con respecto a sus problemas, y que de todos modos ella no tenía ningún problema ni causaría ningún trastorno. El padrastro permaneció en silencio. La terapeuta puntualizó que la muchacha ya había hecho esa promesa antes y por lo tanto mal se podía creer en sus palabras, y volvió a insistir en que los padres hablaran acerca de su vida matrimonial. Así siguió la sesión durante hora y media, cada uno aferrado a su posición. La intervención de la terapeuta magnificó el poder de la conducta disociadora de la muchacha sobre el matrimonio de sus padres. La familia abandonó la sesión sin haber llegado a ninguna solución.

A partir de ese día la chica se condujo correctamente. En el curso

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de la siguiente semana se puso en cont~cto c?n su pa~re verdader~, que vivía a unos pocos kilómetros de _distancia, y le ~IJO que ne_c~Sl- . taba verlo -hacía años que no lo hacta- y que quena que se vtstta­ran en forma regular. El padre se sintió com~lacid?, fue a ~:r a su hija y prometió repetir las visitas. Restablectda ast la relac10n co~ su padre, la chica siguió conduciéndose nor;nalm~nte y aband~~o la posición de poder disociadora que habta terudo con relac10n al matrimonio de su madre.

Autoridad conferida a otros parientes

Cuanto más perturbado se halle el joven al comienzo de la t.era~~a, mayores son las probabilidades de que, tan pronto la organtZacton jerárquica de la familia nuclear empiez~ a tomarse c_ong~ente, se sume un pariente que influya sobre el JOVen y ~ alte a el, con. ~o cual se corre el peligro de que vuelvan a defmtrse en la familia dos jerarquías incongruentes. El ~erapeuta debe lograr que en vez de aliarse con el joven, esos panentes apoyen a los padres en su empeño por orientarlo.

La autodefinición como inepto

Al afanarse por ofrecer orientación al. joven, ~s p.osible que un progenitor se percate mejor de sus propias defict~noias y. fallas, Y, en consecuencia, se trastorne o deprima. En oc~stones, dtcho tr~s­tomo se relaciona con una lucha librada por _el con sus ~~optos padres, a quienes trata de impedirle que se alten con los JOVenes saltando las barreras generacionales. . .

A medida que el joven mejora, las relaciones entre los fan;iliares pueden cambiar en formas a veces penosas para las personas mvolu­cradas. Tal vez sea entonces el propio progenitor quien ~enace con suicidarse 0 con un colapso psíquico, y sea necesarno. tener algunas sesiones a solas con él, o con la pareja de progerutores, para ayudarlos a soportar este mal trance.

La amenaza de quiebra de la unidad parental

Al modificarse las relaciones, las dificultades de los padres pued:n exacerbarse. Estos empiezan a ponerse más exigentes con su hiJO y quizá también entre sí, lo cual quizás origine una amenaza de divorcio. En tales circunstancias, a veces es útil exage~ar el pod<;~ que tiene el joven al unir a sus padres para que lo cutden, a rat de su conducta incompetente y extrema. Si se pres~nt~ este fúder como benévolo, destacando la inquietud y autosacnficto del JOVen,

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• la familia no se sentirá hostigada, ya que nadie será acusado de abrigar malas intenciones; y reaccionará reorganizándose de manera más apropiada.

Esta clase de intervención es similar a la descripta por Palazzoli y sus colegas (1978). Lo cierto es que el comportamiento extremo del jove.n de hecho fuerza a los padres a unirse para cuidar de él, y que ~1 ttpo de. poder que el joven tiene sobre sus padres requiere una mvolucracton extrema, al precio de abandonar otros vínculos. Pero si bien la conducta del joven impide que los padres se separen causa tanto desquicio y dolor en la familia que también impid~ que vivan unidos y felices.

Progenitor que descalifica a otro progenitor

A veces un progenitor defmirá al otro como incompetente o de­ficiente. Si uno de ellos es así incapacitado y descalificado para ha­cerse cargo del hijo, no podrán alcanzar entre ambos un acuerdo· Y aliarse para hacerse cargo conjuntamente de aquel. Para contra­rrestar esta maniobra de los padres, el terapeuta .puede recurrir a una serie de tácticas. Puede decir que no está en discusión la con­ducta del progenitor en el pasado; poco importa que haya sido una persona_ demasiado_ dura o débil con su hijo, o demasiado deprimida o retra1da. ~ e~ta ahora ante una nueva situación en que ambos deben trabaJar JUnto con el terapeuta, qujen los ayudará a que mancomunen sus fuerzas frente 31 hijo. El terapeuta puede también reformular la descalificación de un progenitor por el otro de modo que su debilidad se troque en sensibilidad, su dureza y brutalidad en un desesperado intento por ofrecer una clara orientación a un joven que no la tiene, su depresión e inestabilidad emocional en preocupación solícita. Una vez que su incompetencia· ha sido reformulada, puede desestimársela.

Los padres sostendrán en ocasiones que es imposible que se pon­gan de acuerdo, porque sus puntos de vista sobre la manera de trat_ar al joven son_ muy diferentes. En tales casos, el terapeuta recal­~ara que, esta sera u~a nueva experiencia en ese sentido, ya que el actuara como mediador y los ayudará a encontrar un común acuerdo. A veces los padres iniciarán una reyerta en la sesión· el

. t~r~peuta puede impedir que la pelea se le escape de las rna~s p1~endo_ a cada_ uno que en Jug_ar de dirigirse al otro se dirija a él, qmen as1 actuara a modo de mterprete entre ambos. Habitualmente esta táctica hace que los padres se muestren más corteses entre sí e impide una escalada que podría terminar con el abandono de la sesión por uno de ellos. ,

~stas descalificaciones de un progenitor por otro se evitan 0 comgen a veces reformulando la conducta de quien la realiza. Esta reformulación tal vez sea inexacta, acercándose más a lo que el tera-

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peuta quiere que haga el progenitor, que a lo que hace realmente. Si redefme a un progenitor crítico diciendo que le está ofreciendo apoyo al otro, ese progenitor brindará en lo sucesivo más apoyo al otro.

Un ejemplo ilustrará este enfoque.5 Los padres de una joven de 17 años habituada al consumo de un alucinógeno sintético, el hidrocloruro de fenciclidina (PCP), la trajeron a regañadientes a terapia familiar. En la primera entrevista, la madre se opuso al uso de videocintas y a la presencia de un asesor detrás del vidrio de visión unidireccional. También rechazó el enfoque de que su hija necesitaba orientación y que se le fijaran claros límites a su comportamiento. Quería investigar el motivo de que ella estuviera tan deprimida como para recurrir a las drogas. Cuestionó rotunda­mente los méritos de la terapeuta y los resultados de su método, aun cuando la derivación había sido recomendada en un seguimiento por la clínica donde la chica había estado internada. Al fmal de dicha sesión, el padre, que concordaba con el enfoque, le propuso a la madre una serie de reglas que le fijarían a la hija, junto con las consecuencias que le traería desobedecerlas. La madre vaciló; temía ser demasiado dura con la chica y que no se tomasen en cuenta los sentimientos de esta. No obstante, en la segunda sesión los padres ya habían llegado a algún acuerdo, pero la madre seguía descalificando permanentemente al padre; decía que no comprendía a su hija, que no se comunicaba con ella, que pretendía instaurar un control dictatorial, etc. Cuando esta segunda sesión se aproximaba a su fm, el padre propuso que la muchacha elevara todas las semanas un resumen de sus gastos, ya que en el pasado había utilizado el dinero para comprar drogas. La terapeuta dijo que era una buena idea, y antes de que la madre planteara sus objeciones agregó: "Y su esposa está muy dispuesta a apoyarlo; va a acompañarlo en esto". El diálogo prosiguió así:

Madre: Oh, sí, lo apoyo mucho. Terapeuta: Así lo ha hecho hasta ahora. Madre: Sí, casi siempre coincidimos y nos apoyamos uno al otro. Ese, al menos, no es uno de nuestros problemas.

La madre decía esto conmovida, con lágrimas en los ojos, mien­tras el padre la miraba con carifio. Concordaron en que debían vigilar el uso del dinero y la sesión concluyó en una atmósfera cordial.

Si un progenitor descalifica al otro en cuanto a su posición superior en la jerarquía, el terapeuta puede hacer caso omiso de esta descalificación y proseguir como si nada hubiera pasado. Trasmitirá así un fuerte mensaje acerca de lo irlapropiado de tales declaraciones.

5 La terapeuta fue Thanna Schmmel-Mascaro.

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A veces un progenitolinsinuará que hay en la vida del otro proge­nitor ciertos hechos secretos y desagradables que lo inhabilitan para ocupar una posición superior en la jerarquía. Por ejemplo, puede dar a entender que su cónyuge mantiene relaciones extramatrimo­niales; o bien el padre dirá, como al pasar, que la madre tiene el mismo temperamento violento que su joven y trastornada hija; o la madre deslizará que el padre está envuelto en negocios turbios y, en consecuencia, no está en condiciones de dar a su hijo normas morales. Frente a estos mensajes, el terapeuta actuará más o menos de la misma manera que ante las acusaciones de un progenitor sobre la falta de competencia o de idoneidad del otro; o sea, pun­tualizará que esta es una situación distinta, en la que el pasado poco importa, o reformulará la descalificación de modo de trocar un defecto en una virtud, o simplemente ignorará el mensaje des­calificador.

Suele ocurrir que la insinuación de que hay en la vida de uno de los cónyuges hechos secretos o desagradables se haga con el pro­pósito de despertar la curiosidad del terapeuta, para que llevado poi su interés se centre en las dificultades conyugales más que en la cuestión de que los padres se hagan cargo conjuntamente de su hijo. El terapeuta debe evitar estas cuestiones que lo distraen de su meta. Puede ser oportuno que afrrme que se interesará por examinar esas dificultades conyugales si así lo desea la pareja, pero sólo después de que el joven perturbado comience a llevar una vida normal. La prioridad actual es el joven, que necesita que sus padres se encar­guen de él y lo guíen. Este mensaje implica que, sea cual fuere el secreto o el hecho desagradable de la vida de uno de los progenitores, tendrá que hacerse cargo del joven y proporcionarle la indispensable orientación. Asimismo, de este modo el terapeuta sólo pospone,

. sin rechazar, el pedido de atención de los padres. Esta posposición es imprescindible, pues de lo contrario el terapeuta se encontraría al poco tiempo tratando de ayudar al progenitor con sus cuitas sin resolver, en definitiva, ni las dificultades de este ni las del hijo.

Progenitores que descalifican al terapeuta

Los progenitores pueden desestimar los requerimientos que les formula el terapeuta para que se hagan cargo de su hijo, mediante el ardid de descalificar al terapeuta para hacerse cargo de la terapia. Si los padres menoscaban al terapeuta, a este le será difícil ayudarlos a que alcancen una posición superior en la familia, ya que no se sentirán obligados a seguir las directivas de alguien a quien no respetan.

Los padres pueden descalificar al terapeuta insinuando que es incompetente y no sabe lo que hace; pueden impugnarlo por su edad, su sexo o su título profesional; pueden citar la opinión de

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otros profesionales que tienen una posición diferente, o asegurar que va a fracasar como han fracasado otros terapeutas en el pasado. Para contrarrestar con eficacia estas maniobras, el terapeuta debe reparar en que a menudo los padres hacen estos cuestionamientos para no tener que enfrentarse con la difícil tarea de hacerse cargo de su familia. Sin embargo, los padres tienen derecho a informarse acerca de los antecedentes y títulos del terapeuta. Por consiguiente, si así se lo solicitan, el terapeuta les describirá brevemente sus calificaciones sin decirles que han traído a colación ese asunto para eludir ocuparse de otros.

Cuando se trae a la palestra la cuestión de las opiniones divergen­tes de otros profesionales, el terapeuta debe declarar que sabe que hay en este campo posiciones discrepantes, y que no concuerda con algunas de ellas. Al vaticinio de que fracasará como han fracasa­do otros, responderá que este enfoque es diferente y que la familia debería darle la oportunidad de cumplir su tarea. Puede sugerir que prueben durante un lapso limitado, por ejemplo tres meses, en cuyo trascurso comprenderán esta modalidad terapéutica y podrán deci­dir si quieren continuar o no. Además, en tres meses puede ocurrir que el joven se halle ya bien plantado sobre sus pies y la terapia no siga siendo necesaria.

A veces los padres, como manera de descalificar que el terapeuta se haga cargo del tratamiento, se negarán a cumplir con sus requeri­mientos. Tal vez el terapeuta pida al padre que le hable a su esposa, y en vez de ello el padre se ponga a hablar con su hija; o bien los miembros de la familia discutirán acaloradamente ignorando los em­pefíos del terapeuta por que hablen de a uno por vez y escuchen lo que dicen los demás; o los progenitores se rehusarán a abordar cuestiones que el terapeuta estima importantes, charlando en cambio sobre otros temas que nada tienen que ver con la terapia; o un miembro de la familia no querrá participar en la conversación Y abandonará el cuarto abruptamente; o no se acatarán las simples directivas impartidas por el terapeuta para el hogar, y semana tras semana la familia informará que el padre, por ejemplo, no quiso ponerse a revisar el periódico todas las mafíanas con el hijo para encontrarle un empleo, o que la madre no dio cuenta a su marido por la noche de las actividades realizadas por el hijo durante la jornada. . .

El terapeuta necesita recurrir a ciertas tácticas para asegurarse de que sus directivas sean cump~das. J?eberá fo~~lar ~ reformular el objetivo de la terapia, que es tmpedrr la hospttalizaciOn o encarc~la· miento del hijo y organizar para este una vida normal. Puede explicar que, si no se resuelven los problemas, se instaurará un ciclo d_e internación, alta y nueva internación. A veces la conducta que el demanda se desestimará diciendo que ya se la llevó a cabo muchas veces en el pasado. A esto el terapeuta replicará que ahora la situa­ción es distinta, ya que él está involucrado con la familia. Repetirá

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• su demanda tantas veces como sea necesario hasta lograr éxito. Muchas de las tácticas aplicadas en este enfoque exigen que la demanda sea tenaz y repetitiva.

Si el comportamiento del joven es extremadamente extravagante, quizá los padres amenacen con hospitalizado. Aparte de otros efec­tos negativos, la hospitalización suele significar que el terapeuta pierda control del caso y lo asuman otros profesionales. Además, constituye un error, porque invalida todos los empefios del tera­peuta para que los padres se hagan cargo del problema. Ante una amenaza de esta índole, el terapeuta debe declarar que esa opción ha dejado de ser válida, porque los padres coincidieron con él en que el objetivo de la terapia es mantener al joven fuera del hospital. En ocasiones, para impedir una reinternación, es menester medicar al joven durante un breve período a fm de reducir su sintomatolo­gía aguda y calmar la angustia parental. El terapeuta puede sugerir otras medidas si el joven continúa comportándoSe mal: no darle dinero o comida, recluirlo en su cuarto. Si hay violencia o amena­zas de violencia, sugerirá que los padres llamen a la policía; si hubo internaciones anteriores, es probable que la policía vuelva a confmar al joven en el hospital; pero es mejor esto y no que los propios padres deban reinternar al hijo. Lo ideal es que el terapeuta goce de poder suficiente dentro de un establecimiento hospitalario como para afirmar que en caso de que el joven sea llevado allí, no será admitido; no obstante, los padres siempre podrán llevarlo a otro hospital. Por ello es tan importante que el terapeuta comprometa a los padres para que no internen al joven. Otra posible medida que puede sugerirles es que lo confmen en su cuarto, encerrándolo con llave si es menester; puede presentar esto como una ayuda benevo­lente, tendiente a proporcionar al joven una experiencia semejante a la que "tendría si fuera encarcelado. Otra posibilidad es encerrar al joven durante una noche entera fuera de su casa, en especial cuando aquel no vuelve al hogar a la hora que le ha sido estipulada.

A veces el propio joven pide que lo internen en un hospital psiquiátrico. El terapeuta se anticipará a esta posibilidad indicando a los padres que, en caso de que ello ocurra, se rehúsen a hacerle caso: si el joven desea ir al hospital, que vaya por sus propios medios. Si se produce la internación, la terapia debe comenzar otra vez desde cero y seguir los mismos pasos que se dieron antes.

En resumen: en el curso de la terapia, el terapeuta debe operar simultáneamente a fm de modificar la organización para que en vez de jerarquías incongruentes haya una sola y clara jerarquía, en la cual son los padres los que se hacen cargo. Debe cambiar la conducta incompetente y conflictiva de los padres de modo que se hagan cargo conjuntamente del hijo, rechazando sus empefios por adquirir poder.

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La madre soltera

En los casos en que hay una madre soltera, lo mejor es obtener la cooperación de un pariente -una abuela, una tía, el amante de la madre-, que sea en la vida del joven el sustituto parental más significativo. La terapia se desarrollará de la misma manera, salvo que en vez de dos progenitores habrá un progenitor y un sustituto parental. Aun cuando no pueda hacerse participar en la terapia a ningún pariente o persona cercana, las etapas y el plan del trata­miento no se modifican; la única diferencia radica en que en vez de hacer que los padres tomen decisiones conjuntas, el terapeuta tendrá que intervenir más en la discusión de las soluciones con el único progenitor que asiste, vale decir, tendrá que empefiarse más en alentarlo a que tome las decisiones necesarias en el curso de la terapia.

Organicidad

Para esta terapia no tiene mayor importancia que ciertas clases de patologías típicas de los jóvenes, como la esquizofrenia o los cuadros maníaco-depresivos, tengan una base orgánica o gené­tica. Por más que la tengan, las medicaciones conocidas hoy sólo hart probado ser útiles en la fase aguda, para reduciJ: la sintomato­logía, pero han fracasado rotundamente en la rehabilitación psico­social de los pacientes, y debe usárselas con parsimonia y precau­ci{;ln a causa de sus peligrosos efectos colaterales. La meta del tera­peuta" seguirá siendo organizar para el joven la vida más normal posible, manteniéndolo fuera del hospital psiquiátrico. En verdad, el mismo enfoque ha sido utilizado con jóvenes que padecían retardo mental, dafio neurológico irreversible como consecuencia del consu­mo de PCP, y epilépticos.

Resumen de la estrategia terapéutica

En casos de jóvenes gravemente perturbados, lo característico es que el terapeuta se encuentre ante una situación de incongruencia en la jerarquía familiar: basándose en su comportamiento trastor­nado y desvalido, el joven se halla en una posición de poder superior a la de sus padres.

La jerarquía se defme dentro de una familia por secuencias r:­petitivas de quién comunica a quién lo que se debe hacer. Es mas habitual que los padres digan a sus hijos lo que tienen qu~ _hacer • y no que los hijos se lo digan a sus padres. En las familias con jovenes

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gravemente perturbados, el joven sigue dependiendo, económica y emocionalmente, de sus progenitores; sin embargo, las secuencias más frecuentes son aquellas en que los padres le dicen al joven lo que debe hacer pero él no lo hace, o en que los padres no le dicen lo que debe hacer sino que se quejan acerca de lo que hace, o en que el joven les dice a los padres lo que deben hacer y estos lo hacen.

El terapeuta debe intervenir de modo de modificar estas secuen­cias, trocándolas por otras en la que los padres les digan a su hijo lo. que tiene que hacer y él obedezca. Mediante la repetición de estas secuencias, queda definida una jerarquía en la que los padres se hallan en posición superior al joven. El contenido de las secuencias comunicacionales debe ser tal que los padres fJjen las expectativas que abrigan con respecto al hijo y las reglas que este debe seguir, y establezcan las consecuencias que acarreará su incumplimiento. Como al comienzo del tratamiento los padres se hallan en desventaja en esta situación de poder, el terapeuta debe influir en ellos para que establezcan reglas y consecuencias lo bastante rigurosas como para incrementar su poder frente al hijo. Cuando el joven pierde el poder que detenta sobre sus progenitores, se conducirá normalmente y a la larga se volverá independiente.

La estrategia -empleada en este enfoque terapéutico se basa en la manipulación del poder, que el terapeuta redistribuye entre los miembros de la familia. Para ponerla en práctica, el proceso consiste en generar en los familiares las secuencias .comunicacionales que defmen la jerarquía apropiada, y en contrarrestar las maniobras comunicacionales que descalifican dicha jerarquía.

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7. Terrores nocturnos: estudio de un caso

En este capítulo se trascriben fragmentos, re.visa~os y con comer~: tarios de una terapia completa. El caso fue smtetizado en el capi­tulo 4. Actuó como terapeuta Virginia López, quien a la sazón se es­taba capacitando en la Clínica de Orientación Infantil d~ Filad:lfl~. La supervisión estuvo a cargo de la autora, desde detras .d<:l Vldn_o de visión unidireccional; ella planeó el enfoque, se comuruco telefo­nicamente con la terapeuta durante las sesiones o le pidió que saliera de la sesión para comentar juntas algunas intervenciones, y de este modo la guió a lo largo de la terapia. La finalidad de presentar esta trascripción y la que figura en el capítulo 8 es familiarizar la lector con el proceso efectivo de conducción del tratamiento.

Una mujer acudió a terapia porque su hijo de 1 O años padecía terrores nocturnos. La mujer tenía otros tres hijos: dos niñas de 12 y 14 años, y un varoncito de 7 meses. Con excepción. ~el bebé, toda la familia había nacido en Puerto Rico, y estaban VIVIendo en Estados Unidos desde hacía ocho años. La mujer, de 29 años de edad, profesora de danzas, se había casado en dos oportunidades; divorciada de su primer marido, se separó del segundo poco antes del fallecimiento de este el año anterior a la consulta.

A la primera entrevista acudieron la madre y sus cuatro hijos; eran chicos delgados, de cabello lacio y oscuro y aspecto muy español. El de 10 años, Raúl, tenía una expresión melancólica Y el largo cabello a menudo le cubría el rostro. La madre .era algo obe~a y representaba más edad. Al comienzo de la entrevista. s~ la ve1a ansiosa mascando goma. La familia se sentó en sermc!fculo; la madre ~cupó uno de los extremos, Raúl el otro, y !María Y ~Jara se ubicaron en el medio. María, la hija mayor, sostema al bebe en sus brazos. La terapia se realizó en español porque era el único idioma que hablaba la madre, aunque los hijos hablaban bien ~1 inglés. .

Antes de esta entrevista, la terapeuta y la superviSora mantuvie­ron una reunión en la que esta última sugirió el siguiente plan:

1. Comenzar pidiendo a la madre información acerca del proble­ma de Raúl.

2. Averiguar de qué manera se distribu~~ p~ra d?rmir en _el ho~r · 3. Inquirir a cada miembro de la familia s1 tema o hab1a temdo

un problema similar al de Raúl, como un modo de buscar la clave de la metáfora expresada por el síntoma.

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4. Pedir al chico que dramatizara el síntoma en la sesión, a fm de incorporarlo y ponerlo bajo el control de la terapeuta.

S. Averiguar qué ocurría inmediatamente antes y después del síntoma, con el objeto de reunir información en tomo de la o las personas involucradas con el síntoma del chico.

6. Averiguar de qué manera había intentado la madre resolver el problema y qué teoría Úmía ella en cuanto a su causa (pero sin con­tradecirla o discutir con ella).

Primera sesión

López: Usted me dio un poquito de información por teléfono. ¿Podría hacer un poco más específica la información que me dio? ¿Cuál es el problema? Madre: Bueno, el problema es que a veces él de noche se desvela hasta tarde de la noche, y dice que oye voces que lo llaman, que · oye gente gritando. López: ¿Y desde cuándo tiene esto? Madre: Desde hace un mes y medio, más o menos. López: Y antes de empezarle eso, él no ... Madre: Nunca, nunca se quejó ni me habló sobre eso, nunca me dijo nada. María: ~ami, eso le empezó cuando nos mudamos a la casa nueva y tú lo pusiste en un cuarto a él solo. Madre: Sí, porque antes teníamos un apartamento bastante incómo­do, ¿sabe?, y yo los tenía a los tres en un mismo cuarto. Entonces, cuando nos mudamos a la casa nueva, le di un cuarto para él, porque es varón y tiene que estar solo en su cuarto, ¿no? Fue entonces. López: ¿Y tú Clara, duermes sola? Madre: No, duermen las dos juntas. López: En el mismo cuarto. ¿Y usted? Madre {apuntando en dirección al bebé): Yo duermo con el nene.

La supeiVisora telefoneó a la terapeuta y le dijo que averiguara acerca de los temores y sueños de los demás miembros de la familia. Esta indagación tenía dos fmalidades. En primer lugar, era una manera de llevar a una redefmición del problema como un suceso más normal (temores y sueños vinculados con fantasías infantiles), en vez del "oír voces", con su connotación de locura. En segundo lugar, la respuesta de la madre y las hermanas podría proporcionar una clave sobre quién estaba involucrado en el problema presentado por el nifio. Si la madre tenía temores semejantes, era razonable formular la hipótesis de que el síntoma del nifio era una metáfora de los problemas de su madre y cumplía una función protectora respecto de esta.

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López: ¿Y usted no tiene miedo? Madre (con una risita): Yo no. López: ¿Duerme bien toda la noche? Madre: Ajá. López: ¿No sueña ni nada? Madre: Bueno, sí, sueño, pero no le hago caso a nada de eso.(Sofoca la risa.) López: ¿Qué clase de sueños tiene? Madre: Bueno, a veces sueño que alguien se mete en la casa, esa clase de cosas. López: Ajá. Madre: Tengo esa tendencia, ¿ve?, tengo cierta tendencia ... como a veces estoy sola, pues ... oigo cualquier cosa y pienso que alguien se me va a meter. Son cosas que uno pasa, es natural, ¿no? López: ¿Discute sus sueños con los niños? Madre: A veces. Y a veces ellos discuten los suyos conmigo.

Esta información acerca de los temores de la madre bastó para formular la hipótesis de que el problema del chico era metafórico de los temores de la madre, y también para ella tenía utilidad. No obstante, para poder diseñar una estrategia era menester conocer un poco más sobre la función que cumplía el síntoma y la involucra­cíón de los hermanos.

López: Aja. ¿Tú sueñas, Clara? ¿Qué sueñas tú a veces? Clara: A veces sueño que encontré unos chavos [dinero] . López: ¿Que encontraste unos chavos? (Risas.) Qara: Siempre encuentro unos chavos. (Risa general.) López: ¿Y dónde los encuentras? Clilra: En la calle. López: ¿De veras? Madre: Ajá. López: ¡Mira qué bonito! (A María:) ¿Cómo me dijiste que te lla-mabas? · Maria: María. López: María. No sé por qué se me olvida, si yo tengo una hija que también se llama María. Madre: Ajá. López: ¿Y tú, María, no sueñas? María: Sí. López: ¿Sí? ¿Y qué clase de sueños tú sueñas? María: Yo no ... recuerdo lo que sueño.

Las hermanas no tenían pesadillas como la madre, y no parecían envueltas en el comportamiento sintomático de RaúL Se mostraban amables y solícitas, y se pensó que sería posible granjearse su cola-. boración en un plan terapéutico.

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A continuación, la terapeuta indagó a Raúl sobre sus síntomas. El chico describió una pesadilla recurrente en la que era atacado por una bruja, y el subsiguiente terror que lo invadía.

López: ¿Y con qué cosas sueñas? 1 Raúl: Con gente mala.

López: ¿Cómo es esa gente mala? (Silencio.) ¿Con qué sueñas? Cuéntame uno de los sueños que has sofíado. Raúl: Un día soñé con brujas y ... López: Ajá. (Silencio.) ¿Qué te hacían? Raúl: ¿Eh? López: ¿Qué te hicieron? Raúl: Querían meterse en la casa. López: ¿Querían meterse en la casa? Raúl: En la casa donde vivíamos antes, en la calle Catorce. López: ¿Y tú de qué tienes miedo? (Silencio.) Cuando te acuestas de noche, ¿te da miedo? Raúl: Algunas veces. López: ¿Y de qué tienes miedo? Raúl: A veces oigo gritar. López: ¿Oyes gritar? Raúl: A veces. López: ¿Y qué oyes? ¿Un hombre, una mujer, o un nene? Raúl: Una mujer. López: ¿Eh? Raúl: Una mujer. López: ¿Una mujer gritando? (Silencio.) ¿Lo oyés muchas veces? (Raúl asiente con la cabeza.) ¿Cuántas veces sueñas tú cada noche? Raúl: Sueño siempre. A veces, como tres veces, no soné. Lúpez: ¿Cómo tres veces no sonaste? ¿Desde que te mudaste a esta casa? Raúl: No, siempre sueño. En la otra casa también. López: ¡Ah, sonabas! ¿Y qué suenos tenías allí? Raúl: El que le conté. López: ¿El de la bruja? ¿Siempre sueñas con la bruja? Raúl: No.· López: ¿Qué más sueñas? Raúl: A veces no he sonado, en esta casa ... hace como tres noches que no he sonado.

La familia acudió a consulta presentando el problema de que Raúl oía voces de noche que lo aterrorizaban. En este punto de la sesión, casi inadvertidamente la terapeuta ha reformulado el proble­ma a la familia como uno de pesadillas. La cuestión ya no era que el chico oía voces sino que tenía pesadillas, una experiencia normal para cualquiera. La supervisora telefoneó a la terapeuta y le sugirió que madre e hijo dramatizaran el sueño de la bruja: la madre sería

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la bruja y atacaría al hijo rhientras este dormía. El síntoma dejaría de ser así algo de lo cual sólo se hablaba en la terapia, pero que suce­día en la casa, fuera del control de la terapeuta. Traer un síntoma al consultorio es el primer paso para cambiarlo.

Raúl: Una bruja ... Una bruja ... Madre: Viene con un cuchillo por encima de él. López: Muy bien. ¿Crees que nosotros podríamos dramatizar uno de tus sueños? (Silencio.) ¿Eh? (Silencio.) ¿Una mujer que grita y va a matarte? ¿Una bruja? Bien, supongamos que mami es la bruja que viene a matarte. Tú estás soñando. ¿De acuerdo? Raúl: Yo no puedo hacer así. López: ¿Por qué? Raúl: Porque la ... bruja era más alta. López: Bueno, pero supongamos que es ella, ¿sí? Raúl: Era más grande que ella; era una mujer completa. López: ¿Y qué piensas que es tu madre? Raúl: Quiero decir, una mujer bien alta.(La madre se ríe.) López: ¿Una mujer bien alta? Maria: El dice que se dio cuenta, que vio ... que cuando vio cómo le venía a meter el cuchillo ... él no se pudo mover, y se quedó ... Madre: Ajá, se quedó inerte, y .. . López (al mismo tiempo que Raúl): De acuerdo. Raúl (muy excitado): No, era ... Me desperté y estaba así (aprieta los brazos rlgidamente contra el cuerpo). Después, cuando todavía estaba quieto así, no pude ... no podía ... no podía dormirme ... des ... des ... después me desperté pero no me podía mover. Madre: Ajá. López: Muy bien, ese es el que vamos a dramatizar, ¿de acuerdo? Tú ... Marni será la bruja, y tú te vas a figurar que ella es bien grande, ¿sí? De modo que tú ... tú nos vas a contar el sueno y luego

· lo vamos a dramatizar. Raúl: Pero ... pero yo me desperté cuando ella me habló,después ... López: Bien, entonces, cuando ella venga parada encima de tí, tú te despiertas.{ Risas.) Madre: Póngala a ella (señala a una de las hijas), póngala a ella, a ver ... López: No, quiero que sea usted, ¿de acuerdo? (Risas.) Madre: Ella sabe que yo soy artista. (Risas.) López: Bien. Entonces, usted será la bruja, él está durmiendo. Usted coja esto (le entrega un IQ.piz) como si fuera el cuchillo. ¿Sí? Y él duerme. (Raúl permanece sentado con los ojos ce"ados y los brazos cruzados sobre el pecho. La madre se incorpora lentamente de la silla con el lápiz en la mano como un cuchillo, camina hacia el hijo Y se detiene frente a él, sosteniendo el lápiz con las dos manos sobre su cabeza. Raúl/a mira y se sobresalta visiblemente.)

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La terapeuta averiguó luego qué sucedía en la casa cuando Raúl tenía pesadillas. La madre explicó que ella lo llevaba a su cama y le decía que pensara en Dios y rezara, haciéndole la señal de la cruz sobre la frente para protegerlo del demonio. Ella creía que el problema de Raúl se debía a la influencia del demonio.

López: ¿Así fue que tú te despertaste? Raúl: Sí. López: ¿Y estabas muy asustado? (Raúl hace Untl señal afirmativa.) ¿Y luego qué pasó? Raúl: Se lo dije a mami. Ella me hizo una cruz en la cabeza y des-pués yo me quedé para atrás dormido. López: Ajá.¿ Y dormiste más tranquilo? Raúl: Estaba así ... Estaba así ... todavía ... este ... después, no me podía mover, ¿sabe? López: ¿No te podías mover? Raúl: No podía mover las manos. López: ¿No podías mover las manos? Raúl: No, ninguna. López: ¿Estabas así (hace un ademán con sus manos)? Raúl: Como en un shock. López: Ajá. Veamos cómo estabas. Pon las manos como estabas. Raúl: Estaba así (lo demuestra poniendo el cuerpo rígido). López: Ajá. ¿Y qué pasó después? Raúl: Tampoco podía hablar. López: No podías hablar. ¿Y después de eso, qué pasó? Raúl: Después de eso, cuando volví a acostanne, me pasó otra vez. López: ¿Te pasó dos veces en la misma noche?

· Raúl: No, como tres veces. López: Como tres veces en la misma noche. ¿Las tres veces era la bruja que te iba a matar? Raúl: No, este ... Las tres veces fue que yo ... que yo no me podía ... mover. López: Pasó tres veces que tú no te podías mover. ¿Y qué te hizo tu mamá? Madre: Lo acosté conmigo. ¿No fue así, que te acosté conmigo? (Llora el bebé y la madre se lo da a Clara mientras prepara una mamadera. Qara se pasea por la habitación con el bebé en brazos.) López: ¿Después que tú sueñas y viene tu mamá, ella habla contigo y se va, y eso se te quita? Raúl: Sí, me lo quita. I..ópez: ¿Después que ella te habla? Raúl: Sí, algunos sneños. López: Entonces tú te acuestas a donnir. Raúl: Ajá. López: ¿Qué habla usted con él, señora? Madre: Le digo que rece.

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López: Que rece. Madre: Le hablo del pecado y la tristeza, y le digo que piense en Dios, que le pida a Dios ... porque encima de Dios no va nadie que le pida a Dios, encima de Dios no ... no va lo malo . . . ' López: Ajá. Madre: Son cosas del diablo. López: ¿Usted cree que estas son cosas del diablo? Madre: Claro.

La terapeuta no discutió con la madre respecto de las ideas que esta tenía sobre el diablo, ni procuró modificar su punto de vista. Ahora era posible terminar de fonnular la hipótesis sobre el pro­blema. Los terrores nocturnos de Raúl eran una expresión metafórica de los temores de la madre y, a la vez, un intento de ayudarla. Si era él el que tenía miedo, la madre debía ser fuerte y recobrarse para poder tranquilizarlo y protegerlo. No era posible que también ella tuviese miedo. Ahora bien: cuando la madre procuraba ayudar y proteger a Raúl, lo amedrentaba aún más. Madre e hijo estaban atrapados en una situación en la cual se ayudaban de una manera infortunada.

La primera intervención terapéutica apuntó a bloquear la forma especial en que Raúl protegía a su madre y ella lo protegía a éL La supervisora llamó a la terapeuta fuera del consultorio y le indicó que pidiera a la familia simular que estaban en la casa y que la madre sentía un gran temor porque oía ruidos y pensaba que alguien estaba tratando de entrar. Una de las hennanas haría el papel de un ladrón que quería entrar, y el hijo protegería a la madre atacando al ladrón. De este modo, se le solicitaba a la madre que fmgiera necesitar la ayuda de Raúl, en vez de necesitarla efectivamente; y al hijo, que fmgiera ayudar a su madre. Entonces estaría en juego la necesidad de ayuda de la madre y la necesidad del hijo de ayudar. Veamos la primera tentativa de dramatizar esta escena.

López: Ahora vamos a dramatizar que tú (a Maria) eras un ladrón que iba a entrar aquí. María: ¿Un qué? López: Un ladrón. (Se lo explica en inglés.) Alguien que entra a robar en la casa. María: ¡Oh! (María ha termintldo de dar el biberón al bebé, y Clara lo pasea por la habitación.) López (a la madre): Usted va a estar muy asustada, muy nerviosa, ¿de acuerdo? (Los hijos se ríen.) Bien. (A María:) Tú vas a entrar como si quisieras robar en la casa, ¿sí? Y luego ... Madre: No tengo la impresión de que van a robar. López: No, pero eso es lo que quiero ver, ¿comprende? Usted se va a asustar, se va a asustar mucho. Entonces tú, Raúl, tratarás de ayu­dar a tu madre, ¿de acuerdo?

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Maria: Veamos qué pasa. Si alguien entra en casa, ¿qué harás? ¿Te vas así (hace un ademán de esconderse)? Madre: Sale corriendo.(Risas.) López: Bien, veremos qué pasa. ¿Está bien? (Los niños hablan todos al mismo tiempo. Maria se levanta de la silla y va a pararse cerca de la puerta de la habitad/m.) Raúl, tú vas a ayudar a tu mamá, ¿st'? Ella está muy asustada, le vienen a robar. Maria: Mamá, párate porque ... López: No tiene necesariamente que estar parada. Maria: Y o sólo decía ... López: Sal al pasillo y entra como si fueras a robar. (Maria sale.) Raúl: ¿Y yo qué voy a hacer? López: Bien, ve lo que puedes hacer. (Raúl busca algo en sus bolsillos; Maria entra en puntas de pie; nadie se mueve. La madre le dice algo en voz baja a Raúl. Después de unos segundos, Maria y la madre se miran y sonríen. María se acomoda el pelo, y Raúl se levanta y va a buscar algo en los bolsillos de su abrigo, que está sobre una silla. María se ríe.) ·

Varios ensayos de la escena fracasaron, porque la madre atacaba al ladrón antes de que su hijo pudiera auxiliada. De esta imposibili­dad de dramatizar. correctamente la escena se extrajo el mensaje de que la madre era una persona capaz de defenderse sola, que no necesitaba la protección de su hijo. . · Finalmente, cuándo la terapeuta avisó que observarla la escena desde el cuarto contiguo, la pudieron dramatizar bien.

López: Los voy a dejar solos, y volverán a actuar. 'fo. los estaré mirando desde aquí atrás. Pero quiero que usted le de VIda, ¿se da cuenta? ... Si usted quiere gritar, grite; siéntese como en su casa, como si fuera verdad. Raúl, ¿qué harás tú? Raúl: No lo sé. López: Te estaré observando, para ver qué haces. . . (La terapeuta sale del consultorio y la madre le d1ce a Mana que salga también. María sale y vuelve a entrar. La madre alza Urlf! silla por sobre la cabeza de María con un gesto amenazador. Raul permanece sentado.) Raúl: Pero ella tiene que co~er algo, mami. Madre (parada en medio del cuarto, con la silla en una mano, le grita a su hijo): Oye, tú tienes que hacer algo. ¿Qué harías si algo me pasaamf? Raúl (en inglés): Muy bien, muy bien, empiecen, empiecen. Madre: Yo ya hice todo lo que podía. (La madre pone la silla en su Jugar mientras María vuelve a salir. La madre permanece de pie y Raúl camina hacia la puerta. Cuando Maria entra, la madre co"e para coger la silla, pero Raúl le gana de mano y empuja a María fuera del cuarto pegándole en el brazo.)

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Mientras la terapeuta observaba la escena desde detrás del vidrio, la supervisora le propuso el siguiente plan: 1) La terapeuta discutiría la dramatización con la familia, criticando a la madre por su dificul­tad para expresar su temor y por contenerse de tal manera de dar al hijo la posibilidad de atacar al ladrón. 2) Alabaría a la madre por su empefio en ayudar a Raúl, y la comprometería a acatar las instruc­ciones que le diese. 3) Le daría a la madre las siguientes instruccio­nes: a) Raúl dormiría en su cuarto permanentemente; b) todas las noches la familia simularía, durante unos minutos, que la madre estaba aterrada porque alguien estaba entrando a la casa, y Raúl acudiría en su auxilio; e) la semana siguiente, si Raúl se despertaba gritando, la madre despertaría a toda la familia para simular la misma escena que habían practicado todas las noches.

La terapeuta volvió al consultorio, discutió la dramatización con la familia y criticó a la madre por su dificultad para expresar su te­mor y por contenerse. Lo que sigue mostrará de qué manera reac­cionó la madre a estas críticas. Comentó que ella era una persona capaz de defenderse sola, y que por ese motivo le resultaba tan difí­cil dramatizar su papel: ella no precisaba la protección de Raúl.

Madre: Pero es que yo no soy ... naturalmente no soy así. Cuando yo ... si veo algo, busco con qué defenderme y defenderlos·a ellos. Naturalmente, yo no me asusto de ese modo. López: ¿Cómo se asusta usted? Madre: Trato de atacar al que llega. López: Ajá. Madre: ¿Comprende? Si oigo algo, me paro y salgo a buscar alguna .cosa, siempre soy así. López: ¿Y des pues que busca alguna cosa? Madre: Voy a ver qué pasa, para atacar, ¿me entiende? López: Pero ... Madre: O sea, yo no ... mi idea es que no tengo que darle chance de hablarme ni de nada. ¿Comprende? Hijos al unísono: ¡ Uy, u y, uy! Madre: Mi idea es atacar, porque desde chica estaba acostumbrada a pelear. López: ¡Ah!, ¿usted peleaba? Madre: Sí. (López se ríe.) Madre: Yo tenía esa cosa de atacar, ¿se da cuenta? López: Ajá. Madre: Porque yo soy una persona que me he criado casi sola, y tuve que defenderme, ¿sabe?, y hasta he defendido a otras personas amigas, y tengo esa cosa. López: Ajá. Madre: ¿Comprende? Hago naturalmente lo que creo que debo· hacer si ... López: Ajá.

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Madre: Otras personas ... otras personas hasta pierden el conoci­miento y gritan y todo, pero yo no.

Luego de comentar la dramatización durante, unos minutos, .la terapeuta felicitó a la madre por todo lo ~ue habta he_cho para aYl!­dar a Raúl, y le dijo que si quería verlo libre de los stntomas tema que seguir las instrucciones que iba a darle.

· López: Usted me decía que le estaba enseñando a Raúl a ser respon-sable, ¿no es cierto? . . . . . Madre: Ajá. Lo que quiero es que tenga mtctativa propta, ¿me entiende? Que no bien se levanta a la mañana deje su cuarto reco­gido. Siempre le digo que cuelgue la ropa que se s~ca; que lo que usa para la escuela no lo use para estar en casa o para Jugar. López: Bueno, es una idea formidable, y si usted quiere ayudar a su hijo para que sea un hombre . . . . Madre: Porque quiero que sea una persona completamente mdepen­diente, ¿se da cuenta? ... Yo sé que otros chicos a su edad hasta· se lavan las medias y demás cosas. El todavía no, porque yo en casa

. meto la ropa en la máquina ... y lavo sus cosas. Yo hago todo. López: Bien, pero hay otras formas de hacer a los hijos responsables. Madre: Ajá. López: Si usted quiere ayudarlo a que sea un hombre. Madre: Sí. López: En ese caso, vamos a tener que hacer tres cosas durante una semana.

En primer término, Raúl debía dormir en su habitación, y no volver a hacerlo en la de su madre por motivo alguno. En segundo término, la familia se reuniría todas las noches para simular, como lo hicieron en sesión, que alguien quiere entrar a la casa, que la madre tiene miedo y Raúl la protege. En tercer término, en la se­mana que transcurriría hasta la próxima sesión, cada vez que lama­dre. oyera desde su habitación que Raúl estaba gritando en sueños, debería levantarse, despertarlo a él y a las hermanas, y entre todos escenificar lo mismo que practicaron noche tras noche. Esto ten­drían que hacerlo a cualquier hora de la noche y por más que estu­vieran sumamente cansados. Este sacrificio estaba destinado a alentar a madre e hijo para que modificasen la manera infortunada en que se estaban protegiendo uno al otro. Se le solicitó a Mari~ ~ue to~ nota de las oportunidades y maneras en que la familia cumplta estas tareas. Se los citó para una segunda sesión cinco días después.

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Segunda sesión

López: ¿Y oué tal, cómo les fue? Madre: Bien.

María: Más o menos. A ver ... El sábado lo hicimos ... hicimos el dr~ma, nos fuimos a dormir, y este no se despertó. Lopez: ¿No se despertó? ,

María: El domi.n~o lo hicimos, pero estaba el programa en español. El lunes no lo hicimos. López: ¿Por qué?

M~ría: Porque nos fuimos ... El lunes yo ... yo quería ir a dormir ~a~ tarde, .Y este .se fue a dormir más temprano. El tniércoles lo hicimos, qUiero dectr el martes. López: ¿Y tú Raúl, tuviste sueños? Madre: Soñó, pe;o no se levantó. Soñó, a la mañana me lo contó, pero no se levanto como otras veces. LóP_eZ: Ajá. Dime, Raúl, entonces, ¿no tuviste ningún sueño? Raul: Tuve, pero no me acuerdo. López: ¿Eh? Raúl: No me acuerdo .

López: _¿No te ac~erdas?. !Mira_ qué bien! ¿Y dormiste solo? (Raúl hace senas afirmativas.) AJa. ¿Nt una sola noche tuviste que dortnir con marni? ¡Magnífico!

Madre: Anoche se levantó diciéndome ... ¿qué era lo que me decías an_oche? ¡Ah! Que se había olvidado una parte del "Padre Nuestro". Lopez: ¡Oh!

Raúl no ha?ía_ presentado sus síntomas. El próximo paso de la terapeuta constsha en alentar y aconsejar a la madre con relación a su trabajo como profesora de danzas. Si la madre se convertía en una pers?na más idónea y con éxito profesional, el hijo tendría menos necestdad de protegerla. .

López: Me parece formidable que usted pueda enseñar ... Madre: Sí, doy clases de ballet, de flamenco, de batuta ... ¿sabe lo que es la batuta? (Se refiere a la batuta que emplean las personas que encabezan ciertas bandas o comparsas.) López: Sí, sí.

Madre: : bailes orientales, bailes latinos, el tango, y otras cosas por el estilo. López: Ajá.

M?dre: Me he especializado en nífíos, adolescentes y adultos. Lopez: ¡Estupendo! Madre: Ese es el campo mío. López: Ajá.

Madre: Porque siempre anduve en esto, desde que tenía nueve años de edad.

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López: ¿Y encontró usted ... habló con alguna persona que pudie­ra ayudarla? Madre: Bueno ... ellos ya me dieron un lugar. Me dijeron: "Puede

. hacer allí lo que quiera", y usted sabe ... necesitamos un lugar, para dar lecciones, poder hacer lo que uno quiera, hasta que uno "se haga", como dice la gente. López: Sí. Madre: Y si tengo alguna vez un grupo grande, bueno, les doy parte a ellos. López: Ya veo. ¿Tiene usted un grupo grande? ¿Cuántas personas tiene? Madre: Bueno, por ahora ... es mi segunda lección, la tercera va a ser hoy mismo, esta noche. En la clase de batuta de esta noche ten­go ocho. López: Ajá. Madre: En flamenco tengo cuatro, y en ballet tres. López: ¿Son todas puertorriqueftas? Madre: Ajá, son todas puertorriqueftas. Porque me interesa fonilar un gran grupo de batuteras puertorriqueftas.

Al término de la sesión, la terapeuta pidió a la madre que en las próximas dos semanas consiguiera algo especial dentro de su pro­fesión y para la sesión siguiente le trajera alguna sorpresa vinculada con su trabajo. Luego repitió las mismas consignas que había dado en la primera sesión.

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Tercera sesión

La familia no concurrió a la tercera cita. La madre telefoneó. diciendo que el chico ya no tenía problemas y que ella juzgaba innecesario venir. Se les pidió que vinieran de todos modos. Entre­tanto, la psicóloga de la escuela a la que asistía Raúl llamó a la clíni­ca para derivar el caso, diciendo que estaba preocupada por las pesadillas de Raúl y porque no le iba bien en la escuela. Como se había producido una demora entre el momento en que la psicóloga conoció el problema de Raúl y el momento en que llamó a la clínica, ella no sabía que la familia ya estaba en tratamiento. Se le solicitó a la psicóloga que viniera a una sesión con la familia, con la idea de facilitar su comunicación con la madre, ya que aquella hablaba sólo inglés y esta sólo castellano.

En esta tercera sesión, mantenida tres semanas después de la anterior, se notó claramente que Raúl compartía sus temores y· fantasías con la psicóloga, quien estaba muy interesada y preocú­pada por él. Al quedar envuelto con una especialista ajena a la fa~ milla, quien alentaba su conducta sintomática mediante el interés

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Y ~reocu~ación qu_e mostraba, restándole así poder a la madre, =lvta a defuur una jerarquía incongruente dentro del grupo

Psicóloga: _Raúl me dijo que le resulta difícil estar en la escu~ia porque está pensando en otras cosas. López: Ajá. h_icóloga: Y sé que ese suefto lo perturbaba, y me parece que toda­vta lo perturba. López: Ajá. Psicóloga: Raúl ...

López fa. la madre): Dice que Raúl le contó que cuando está en la escuela ptensa en otras cosas. Madre: ¿En qué cosas? Lóf?ez: Raúl, ¿quieres contarle a tu madre? Raúl: ¿Eh? López: ¿Quieres contarle a tu madre?

· Madre: ¿En qué piensas? Raúl: En los sueños que tuve.

: PsicÓ~()ga: Soí'ió con un hombre ... Madre: i Uno sueña tantas cosas! ¡Eso de hacerle tanto caso a los sueños ... ! (La psicóloga le dice algo a aara.) . para: Oh, ella me dijo que él tuvo sueños, bueno ... de un hombre

. JU~to a un palo, con ... una capa ... una capa ...

. López: Negra. Clara: Una capa negra. f ~ psicóloga sigue expresando su inquietud por Raúl durante unos mzm~t~s. La terapeu~a la tranqtJfliza asegurándole que ella y la madre se.haf'an ~argo de_l chzco, y la pszcóloga deja el consultorio.) ~pez:. Bten, ¿como andan las cosas ... de la fantilia? ·Se despertó Rául grttando alguna vez? ¿

M/!dre: No. López: Raúl, ¿te despertaste gritando alguna vez? (Raúl sacude la cabe~a en seffal negativa.) ¿Y por qué piensa usted que no se despier­ta grttando?

· Porque no lo oigo. ¿N~ lo ha oído? Clara, ¿por qué piensas tti que Raúl no se

'rle.llniP.rtll grttando?

• . No sé, debe ser porque no tiene más sueftos malos ... porque umco qu~ me cuenta es que sueña con superhombres o muñequi-

cosas ast. ' ·Ajá. Siempre suefia con eso.

Este ... a veces oigo genté, como siempre. · Oyes gente c~I?o siempre; ¿y qué pasa cuandg oyes gente?

(tose): Veo tambten. (Carraspea mucho.)

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López: ¿Qué ves? (Raúl sigue carraspeando.) Madre: Dile, dile lo que ves. Raúl: Gente. López: ¿Cómo las ves'? Raúl: La misma gente que veía en ese suefio. , López: Pero me dices que no has tenido más ese suefio, ¿no es as1'? Raúl: Sí, pero el sueño que la sefiora Violeta (la psicóloga) ... ese que ... usted sabe. López: Ajá. ¿Cuándo tuviste ese suefio, Raúl'? Raúl: No tuve un suefio, pero lo vi cuando ... usted sabe. López: ¿No era un suefio'? Raúl: No. López: ¿Qué era entonces'? , . . Raúl: Como cuando la sefiora Violeta dec1a que yo c1erre los OJOS, bueno, lo vi. Se lo dije a ella. _ López: Cuando la sefiora Violeta ... ¿estabas hablando con la seno-

ra Violeta'? Raúl: Sí. López: ¿Viste eso? ¿Qué fue lo que vis.te? , . Raúl: Sí. Ella me dijo que cerrara los OJOS y despues lo VI.

López: ¿Lo viste ... cuando cerraste los ojos? ¿Y qué fue lo que

viste, Raúl? Raúl: Un hombre, todo prieto, con la cara prieta. López: ¿Con la cara prieta? , . Raúl: Ajá. Yo podía ver bien todo, pero el estaba e~cuna de un .~alo (se pone muy agitado) para estar ~to ... y de_spues _se esc?ndio y, este ... después vi ... No lo vi a el, y despues abn los OJOS Y los volví a cerrar, y vi mucha gente ~nto al palo tornando una foto con un hombre o alguien. López: Ajá. ¿Y viste eso estando despierto, mientras charlabas con la sefiora Violeta'? Raúl: No, estaba pensando. López: ¡Ah, estabas pensando, lo estabas imaginando! Pero no lo

viste. Raúl: ¿Eh? López: ¿No lo viste? Raúl: Este ... Yo ... usted sabe, cuando ella ... cuando ella me dijo que cerrase los ojos ... López: ¿Ypensases? . , Raúl: y después me dijo ... sí ... que hab1a estado pensando. López: Ajá. Entonces, pensaste en un hombre negro con una capa

negra. .. "d · Raúl: No, no pensé en un hombre, ella me diJO que ... que eJara vagar mi mente", ¿no? López: Ajá. Raúl: Y después eso es lo que vi. López: Ajá.

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r 1

La supervisora aconsejó a la terapeuta que bloqueara esta relación solicitándole a la psicóloga, en privado, que hablase con el chico únicamente sobre cuestiones vinculadas a su tarea escolar, y evitara todo comentario acerca de sus sueños y temores; esto le incumbía a la terapeuta.

Al fmal de la sesión, esta pidió a la familia que volviera a represen­tar la escena en que Raúl protegía a su madre de un ladrón, y les dijo que si Raúl volvía a tener pesadillas, al día siguiente tenían que representar dicha escena. La madre, que no parecía haber olvidado las consignas que se le habían impartido semanas atrás, en la segun­da sesión, invitó a la terapeuta a concurrir a un espectáculo en el que ella iba a bailar.

Cuarta sesión

Una semana más tarde tuvo lugar la cuarta sesión, a la cual con­currió el hombre que en ese momento vivía con la familia. La madre había hecho referencia a él por primera vez en el· mencionado espectáculo; hasta entonces, había negado que viviera algún hombre en la casa. Aparentemente, temía perder sus beneficios sociales si admitía que alguien contribuía a mantenerla. La terapeuta debió insistir mucho para que esa persona concurriera a la sesión.

Este individuo, separado de su esposa, con la que había tenido cuatro hijos, era el padre del hermanito menor de Raúl; tenía dos empleos y rara vez se encontraba en la casa. Cuando fmalmente la madre aludió a él, se quejó de la forma en que trataba a los hijos de ella. En esta sesión, la terapeuta procuró mejorar la relación entre Raúl y su padrastro, y trató de afmnar una jerarquía congruen­te y estable haciendo que tanto el padre como la madre cumplieran su función parental con Raúl. El padrastro prometió colaborar, pero a regafiadientes; dijo que tenía poco tiempo. La tentativa resultó infructuosa.

Quinta sesión

La supervisora instruyó luego a la terapeuta para que se centrara directamente en el chico y tuviera una sesión individual con él, a fm de ayudarlo a controlar mejor sus fantasías y así liberarlo para que buscara relaciones con las cuales compartir otras cosas aparte de sus miedos. La terapeuta le indicaría al niño que se formara deliberadamente la habitual imagen aterradora de un hombre, sugiriéndole luego, en forma repetida y paciente, que modificara esa imagen cambiándole la ropa, la postura y ademanes, etc., hasta

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convertirlo en un personaje atractivo, del tipo de "Supennan" o "Bugs Bunny". La terapeuta le explicaría que su mente era como un aparato de televisión~ y que él podía cambiar lo que pensaba e imaginaba de la misma manera en que uno cambia de canal. Lo que sigue es un fragmento de la sesión individual con el chico.

López: Raúl, me dijiste que no habías tenido más pesadillas ni más sueftos. (Raúl hace una señal afirmativa.) Ahora quiero que hagas algo para mí. Quiero que cierres los ojos (Raúl cie"a los ojos.) y que imagines ... al seftor ese. A ese con el que sueflas, según dices. Que lo veas ... ¿Lo estás viendo? (Raúl hace una señal negativa.) Dime cómo lo ves. ¿De qué color tiene la cara? Raúl: Color durazno. López: Color durazno. Muy bien. (Larga pausa. Raúl se toma la ca­beza entre las manos mientras pennanece con los ojos ce"ados.) ¿Le viste la cara? ¿La cara color durazno? Quiero ... quiero que veas un cuerpo (pausa) con una capa negra. (Raúl baja la cabeza, tro.­tando a todas luces de concentrarse.) Con una capa negra ... con una capa negra. ¿Lo ves así, y con un gran sombrero? ¿Cómo lo ves? ¿Lo estás viendo, Raúl? ¿El hombre no se ríe? (Raúl mueve la ca­beza en señal negativa.) Tal vez tú lo puedas hacer reír, RaúL ¿No quiere reírse? ¿Tiene. sombrero, Raúl? A ver si puedes ponerle un som­brero, RaúL ¿Cómo luce con sombrero? (Pausa.) Ponle un gabán en vez de la capa; veamos si con el gabán luce mejor. ¿Luce un poco me­jor con el gabán? ¿Eh? ¿Luce mejor? ¿Lo estás viendo ahora con el gabán? ¿Tiene sombrero Raúl? Pongámosle un sombrero a ver cómo le queda. ¿Cómo le queda? ¿Tiene puesta una chalina, Raúl? ¿Está bien vestido? (Raúl hace una señal afinnativa.) ¿Cómo para salir? Muy bien, saquémosle el sombrero, ¿le acuerdo? ¿Le sacaste el som­brero? ¿Le sacaste la chalina? ¿Le sacaste el gabán? Y le vamos a poner un traje de Supennan, ¿sí? ¿Le pusiste el traje de Supennán? ¿Con la capa de Supennán? (Raúl hace una señal afinnativa.) Ahora va a volar. (Raúl hace una señal afinnativa.) Vas a imaginar que vuela, ~sí? Imagina que tienes un televisor. ¿Ves el televisor? ¿Ves los botones? ¿Y Supennán está volando, no es cierto? (Raúl hace una señal afinnatíva.) Veamos qué puedes hacer moviendo alguno de los botones del televisor. Lo tenemos a Supennán en un lado, ¿sí? Está volando. ¿Ves los botones? Mueve uno, vamos a cambiar a otro canal. ¿Quién está allí, el Ratón Mickey? (Raúl hace una señal negativa.) ¿No? ¿Quién está? (Larga pausa.) ¿A quién ves ahora? ¿A Supennán? ¿A nadie? (Raúl hace una señal negativa.) Cuando cambiaste de canal, Supennán desapareció, ¿no? Eso quiere decir que tú puedes cambiar lo que estás pensando, ¿no es verdad? (Raúl hace una señal aFum.ativa.) Muy bien. Ahora vamos a imaginar otra cosa, ¿de acuerdo? (Raúl hace una señal afinnativa.) Pero levanta la cabeza, porque así no te puedo ver. Ahora vamos a imagi­namos a Bugs Bunny. (Larga pausa.) ¿Lo ves? Bueno, piensa que

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lo ~stás viendo, ¿sí? ¿Puedes pensar que lo estás viendo Ra '1? (Ra~l hace una señal afinnativa.) ¿Sí, de acuerdo? Ahor~ vie~~ co:nendo, ¿n_o? ¿Está parado sobre un palo? ¿Sí? (Raúl hace una seiúf afinnanva.). Y va brincando por el suelo. ¿Está brincando Raul? ¿Eh? ¿Esta por empezar a correr? Está empezando a correr: ¿Está t~epa~o en el palo? ¿No? (Raúl hace una señal afirmativa.) Ahora _tmagma q~e se baJa del palo y se va corriendo. (Raúl hace una sena/ afinnanva.)

f""!inutos ~ tarde, la terapeuta le dice a Raúl que abra los ojos.) 0pez: QUie~o que en la escuela, por ejemplo, cuando te vengan esas I~eas, que dices que ves hombres, recuerdes lo que te he dicho: tú tiene~ un t:levisor, y la mente es como un televisor y se puede cambiru:. Tu pu~des hacerlo. ¿Entiendes? (Raúl hace una señal afinnanva.) ¿Que te acabo de decir? Raúl: Que si en la escuela ... López: Ajá.

Raúl: ... pienso en un hombre, recuerde que la mente es como un televisor. Y lo cambie. L_ópez: ~í, tú puedes hacer eso. Puedes hacerlo, porque aquí lo hi­Ciste; asi que en la escuela, cuando pienses que tienes una idea como esa ... bueno, te dirás a ti mismo: "Cambiemos a ver qué hay en el otro canal". ¿De acuerdo?

Sexta sesión

López: Dime, ¿has soñado? Madre: Esta maftana soñó. Me dijo que softó que se había trepado por un palo. (Se ríe.) L~pez: ¿Soñaste, Raúl? (Sacude la cabeza en señal negativa.) López: ¿Tu~ste pesa~illas, Raúl? ¿No te levantaste gritando? (Raúl hace una sena/ negativa.) ¿No? ¿Y no volviste a imaginar a ese hombre feo? (Raúl hace una señal negativa.) ¿Y has podido imaginar cosas lindas? (Raúl hace una señal negativa.) ¿No? ·Pero puedes hacer el cambio, no? Cuando piensas que estás viendo¿ una persona fea, ¿puedes cambiarla po.r una linda, no es verdad? (Raúl asiente.) Y usted (a la madre), ¿como se siente ahora que Raúl no se des­pierta gritando? Madre: Me siento I?ejor, porque estaba preocupada, estaba ... por­que se levantaba Siempre con la misma idea fija en la cabeza. Veo que está más contento. López (a Qara): Y tú, ¿cómo J.o ves? Oara: ¿Eh? López: ¿Cómo lo ves a Raúl ahora que no tiene sueños ni nada de eso? Oara: Bien, mejor.

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López: ¿Lo ves mejor? Clara: Ajá. López: ¿Y por qué crees que no tiene esos sueños? Qara: No sé. Lo único que sé es que no los tiene. López (a María): ¿Por qué piensas que Raúl no tiene más sueños? María: Porque ya no se levanta como antes por la noche para contar­le a mamá. Madre: Antes se levantaba ... María: Andaba por toda la casa. Madre: Hace tiempo que no se levanta.

Raúl estaba participando en nuevas actividades con grupos de niños. En la cuarta sesión la terapeuta le había explicado.al padras­tro que Raúl necesitaba tener amigos; la madre permaneció en silencio, escuchando. Ahora fue ella la que comentó con gran orgullo cómo consiguió que Raúl se integrase a una banda de rock y a un equipo de fútbol. Raúl estaba, pues, más relacionado con chicos de su edad, al par que la madre continuaba interesada en su pro­pio trabajo.

López: Sí. Se ve que usted tiene mucho interés en ayudar a su familia, y con Raúl nos ha ayudado muchísimo. · Madre: Sí, hice todo lo posible, ¿no? Ahora me encontré con un señor amigo, un señor que es amigo de él y que toca con él el trom­bón chato. López: ¡Ah, sí! Madre: Y le dijo que alguna vez lo va a llevar a la orquesta. López: ¿Sí? Madre: Para empezar, el sábado ... López: ¿Te gusta eso, Raúl? Raúl: Sí. • Madre: El sábado, cuando fuimos, tuvimos un espectáculo,.porque estaba la orquesta de los chicos, y él estuvo todo el tiempo en el escenario con ellos. (Se ríe.) Tuve que sacarlo porque la música estaba tan fuerte que ... López: ¿Te gusta eso, Raúl? ¿Y cómo te sientes ahora que tienes un amigo? (Raúl se sonríe.) Madre: Después otro señor americano de por allí se lo llevó ... López: ¿Este señor es hispano? Madre: Uno es español y el otro es [norte]americano. Vive en la cuadra de casa, y se lleva a todos los chicos de la cuadra ... al béisbol. Allá les dan camiseta, bates, todo eso. Y Raúl va. Le doy dinero, inedio peso, y algo para que coma. Se lo doy todos los domingos, y él se va. Esas cosas, él antes no las tenía. López: ¿Cómo te sientes, Raúl, ahora que vas a jugar a la pelota y a tocar ... ? Raúl: Bien. (Se sonríe.)

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Madr~; Ajá. ~uy co?tento. (Raúl hace una señal afirmativ(l.) y yo tambten me stento mas contenta, porque sé que él está bien.

El_ ~atamiento e_staba tocando a su fm. Como el objetivo era estab~ar el cambto y facilitar la separación, tenía importancia acreditar a la madre todo el mérito por lo que se había conseguido. La terapeuta agradeció, asimismo, a Raúl y a sus hermanas por la colaboración que prestaron.

López: Usted lo trajo a tiempo, de modo que fue posible tratar sus miedos, sus fantasías y sueños. Madre: Ajá. López: Y con su ayuda ... porque su ayuda fue enorme ... Madre: ¿De veras? López: ... para el muchacho. Madre: ¿De veras? López: Seguro. Yo no hice nada, todo lo hizo usted. Madre: Gracias. López: Con su ayuda y la de las chicas, bueno, Raúl pudo salir adelante con sus sueños. Madre: Ajá. López: Ya no se despierta gritando, ni tiene pesadillas ni nada de eso, y se lo debe a usted. Porque usted hizo todo. Madre: Ajá, todo lo que se pudo, sí.

(Más adelante, en la misma sesión.)

Madre: Y por eso le digo que puede estar en el béisbol, en la música, p\lede hacer todo ... estudiar y todo, un poco de cada cosa. López: ¿Y tú qué dices, Raúl? Raúl (en inglés): Yo quiero ser científico y músico.­López: ¿Quieres ser científico y músico? Raúl (en inglés): Músico. Y cantor, y actor. López.: ¿Y quieres ser cantor y actor? Raúl:. Y quiero jugar al béisbol ... y quiero ... López: ¡Oh, Dios mío! Madre: Cierto. López: Bueno, tienes mucho tiempo para pensar en esas cosas. Madre: Seguro.

(Más adelante, en la misma sesión.)

Madre: Te daré una peseta cuando llegues a casa si lo haces bien (un baile flamenco). ¡V amos! Raúl: ¿Lo dices en serio? Madre: ¡Lo juro por Dios! Pues mira, tengo aquí algunos chavos, los cambiaremos y te daré una peseta.

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Raúl (en inglés): ¿Me lo prometes? Madre: ¡Seguro! Raúl (en inglés): De acuerdo. López: V amos a ver, vamos a ver. (Raúl baila una danza flamenca.) Madre: ¡Vean, vean cómo lo hace! López: ¡Sí, sí! (Aplaude.) ¡Muy bien! Es muy bonito. ¡Mira todo lo que puedes hacer! Qara: Siempre está practicándolo. López: Sí. ¡Eh, usted tiene una familia de artistas! (La madre serie.)

Séptima sesión

Fue esta la última sesión. Estuvieron presentes la madre, Clara, María y Raúl, quien no había tenido ningún síntoma en el ínterin. La terapeuta conversó primero con toda la familia y después se quedó a solas con la madre.

López: ¿Hace cuánto tiempo, me dijo usted, que vive con su marido? Madre: Unos ... le dije un año y medio, un año y ocho meses, a ver. López: Porque yo estaba pensando que usted es una persona muy responsable y respetuosa, y ... ha conseguido tanto con sus hijos, ha habido un cambio tan grande. Tal vez ... podría usted intentar, si le parece que este señor es la persona que le conviene ... Madre: En parte me conviene, en parte me conviene. López: Como usted tiene un hijo ... Madre: El ... en otros aspectos es también muy irresponsable. López: Tal vez usted quisiera intentar ... quisiera intentar, si es posible conversar o sugerir alguna idea, ¿me entiende? Madre: Ajá. • López: Intentar, a ver si a usted se le arregla su situación ... Madre: Yo, este ... por mí, tengo la mejor disposición para luchar, ¿no?, mi idea es Juchar, ¿me comprende? Yo nunca ... cuando yo ... pienso en romper, pero me digo que mientras pueda Juchar, voy a Juchar.

(Mas adelante, en la misma sesión.)

López: A Raúl se lo ve bastante ... cambiado, ¿no? Madre: Sí, el cambio es notable. López: Sí. ¿Usted también notó que cambió mucho? Madre: Sí, para mí es un cambio notable. López: Ajá. ¿Qué cambio notó usted? Madre: Se Jo ve más tranquilo, más seguro de sí mismo. Se acuesta tranquilo y se levanta tranquilo, no como antes. Se lo ve más con-

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tento. Antes él estaba siempre, no sé ... se iba a ·Ja cama con ese temor, y se la pasaba de un lado para otro antes de acostarse porque no quería meterse solo en su cuarto, y todas esas cosas. López: Ajá. Madre: No dormía tranquilo, y todas esas cosas. López: Y ahora sí. Madre: Ajá. López: ¿Y usted cómo se siente? Madre: ¿Eh? López: ¿Usted cómo se siente? Madre: Mire, me siento muy agradecida ... López: Ajá. Madre: De que usted se haya tomado un ... un real interés, que haya trabajado de corazón, porque aquí, si vamos a ver, yo he notado que aquí los puertorriqueños no se interesan por otros puertorriqueños, ¿me entiende? Cuando consiguen ciertos puestos, se tiran para atrás y les da lo mismo una cosa que la otra. (Traga saliva, emocio­nada.) Y esas cosas, yo ... yo las aprecio.

En un seguimiento un año más tarde se comprobó que Raúl no había vuelto a tener síntomas. Seguía en la banda y jugando al béisbol. Había obtenido las mayores calificaciones en algunas ma­terias escolares y su madre le compró una bicicleta -como se lo ha­bía prometido durante el tratamiento si mejoraba en sus estudios-. El padre del bebé continuaba viviendo con ellos. La madre parecía más contenta, y estaba trabajando como asistente comunitaria en un hospital de la zona.

Resumen

Los elementos fundamentales de esta terapia fueron los siguientes:

l. Comprensión del problema

La madre presentó como problema que el hijo escuchaba voces de noche. El hijo presentó como problema que tenía pesadillas, particularmente una recurrente en la que una bruja lo atacaba, y que de noche escuchaba voces de mujeres gritando. La madre era, de todos los demás miembros de la familia, la única que dijo tener sueños desagradables y sentir miedo a veces. Se consideró que los síntomas del chico eran una metáfora de los temores de su madre. Cuando el hijo tenía miedo, la madre lo tranquilizaba y protegía, al par que definía el problema como proveniente de la infuencia del demonio, lo cual hacía que el chico se sintiera aún más desamparado.

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La hipótesis que se fonnuló fue que el hijo ayudaba a su madre a través de su conducta sintomática, suscitando en ella una conducta maternal idónea. Cuando confortaba a su hijo, la madre no sentía miedo; para tranquilizarlo, debía recobrar el árumo ella misma. Sin embargo, la ayuda que el hijo prestaba a la madre la pert~rbaba a esta, y la que la madre le prestaba al hijo lo p~rturbaba a -~1. Era preciso ordenar las cosas para que la madre b_nndara al hijo una ayuda eficaz, y para que el hijo la hiciera sentrr a ella una madre competente en otra forma.

2. Las intervenciones

a. Definición del problema. La terapeuta se interesó p~r ~as pesa­dillas e hizo caso omiso de las "voces" escuchadas. Exanuno con la familia sus sueños y pidió a madre e hijo que actuaran de nuevo ~na de las pesadillas del chico. De esta manera, el problema fue defirudo como pesadillas, problema situado dentro de la gama de las conduc­tas normales, en mucho mayor medida que ~-1 escuchar voc~s. . .

b. Incorporación del problema a la ses!o~. La dr~n:abzac10n de la pesadilla incorporó el problema a. la sesion, pe~tlendo que la terapeuta tuviera sobre él mucho mas control que S1 se tratara de algo referido verbalmente por la familia. . . . .

c. Pedido de que la madre simulara tener mzedo y :t hqo szmulara ayudarla. Se le pidió a la madre que simulara necesitar 1~ ayuda Y protección de su hijo, y a este, qu_e la ~~dara. El chico ya no necesitaba recurrir a su conducta smtomatlca para proteger a la madre, ya que ella le pedía ayuda expresamente y el la ayud~ba abiertamente. Pero la necesidad de ayuda de la madre e~a fmg¡da. y también lo era la ayuda prestada por el hijo. Ma~e _e hijo estaban involucrados en forma lúdica en un marco de fmgume~to. Cuando el hijo presentaba el síntoma, la madre se hallaba marufiesta~e~}e en posición superior a él; pero encubiertamente estaba en p~lCion inferior, ya que él era quien en verdad 1~ estab~ ay_udando. Quedaban defmidas así en forma simultánea dos Jerarqu1as 1~cong~entes. Con la directiva de simular, uno de los aspectos de esa Jerarqu¡a, aquel e.n el cual el hijo estaba en posición superior ~ la madre,. se convertta en un juego de imaginación, y la_ incon~;uenc1a se resolv1a. . .

d. Impartir la directiva de szmulacwn_ pa':~ el hogar. Se mstruyo a la familia para que repitiera la dramatiZaciOn en su casa to~as las noches, y para que en caso de que el chico se despertara gnt~do lo hicieran otra vez, aunque fuera en mitad de la noche. As1, !~s terrores nocturnos del chico generaron un sacrificio para la familia entera, y se le enseñó a la madre a responder de otro m<l?o ante l?s temores de su hijo. Su respuesta habitual se bloqueo, ademas, indicando que el chico sólo debería dormir en su propia cama.

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3. Los obstáculos

a. La psicóloga de la escuela. La psicóloga de la escuela fomentó la conducta sintomática del chico con su benevolente interés y preocupación por e1. Era una especialista ajena que, al intervenir, restaba poder a la madre. Su intervención fue bloqueada y se esta­bleció una clara jerarquía, en la cual la encargada del caso era la terapeuta, en tanto que la psicóloga se haría cargo de las cuestiones escolares. Pero como el chico, como respuesta a la preocupación de. esta psicóloga, había comenzado a decir que al cerrar los ojos ve1a personas aterradoras, se mantuvo con él una sesión a solas enseñándole a imaginar a voluntad diferentes cosas y a cambiar a voluntad lo que veía.

b. El amante de la madre. Al hombre que funcionaba como padrastro en el hogar se le pidió su colaboración, tratando de bus­car para el chico actividades que estuvieran más de acuerdo con su edad. Este intento de conseguir su participación no tuvo éxito.

4. La reorganización

La relación entre madre e hijo fue reorganizada en una jerarquía congruente. Ambos comenzaron a tomar parte en actividades apro­piadas para su edad y su situación. La madre estaba en una posición superior al hijo, no sólo porque lo ayudaba a conseguir cosas inte­resantes para hacer, sino además porque lo ayudaba a superar su problema.

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8. Un hombre deprimido: estudio de un caso

En este capítulo presentaremos fragmentos de una terapia com­pleta, revisados y con comentarios. Un resumen de este caso se dio en el capítulo 3. El terapeuta fue Richard Belson, quien a la sazón se estaba capacitando bajo la supervisión "en vivo" de la autora. El cliente, un contador de 60 años de edad, había sido derivado a terapia de pareja luego del fracaso de ún tratamiento anterior; se le había diagnosticado depresión. Su esposa, una tera­peuta, no acudió a la primera sesión de la terapia de pareja.

En esa primera sesión el sujeto se quejó de su estado de depresión, diciendo que era un hombre ineficiente, que había descuidado su empresa durante muchos años perdiendo a toda su clientela, y que no había pagado su impuesto a los réditos en los últimos cinco años. Estas quejas fueron hechas en un tono de molestia e irritación. También se refirió a su esposa, que se había recibido recientemente de terapeuta; a su madre, cuyos impuestos tampoco había pagado él; y a sus dos hijas, quien según dijo se preocupaban mucho por él. Una de las hijas estaba esperando un bebé, y la otra, que pronto se­ría también terapeuta, había mantenido largas charlas telefónicas con él tratando de ayudarlo a que superase su depresión.

Hubiera sido posible y razonable formular el problema y planear una estrategia, no sólo en tomo del vínculo conyugal, sino incluyen­do también a la madre y las dos hijas, ya que el hombre estaba evi­dentemente encariñado con ellas y parecían apoyarlo de manera similar. No obstante, el terapeuta y la supervisora decidieron que iba a ser más práctico y eficaz intervenir únicamente eh ll matri­monio. Pensaban que una vez que se modificase la situación con­yugal, habría también cambios positivos en las otras relaciones.

En la primera entrevista, el terapeuta redefmió el problema diciéndole al individuo que estaba deprimido porque se había conducido de manera irresponsable, descuidando su trabajo; lo defmió como un caso de irresponsabilidad y no de depresión. El problema consistía en que reasumiera su irresponsabilidad. En la segunda entrevista, se encargó a la esposa velar por que su marido cumpliera con su trabajo.

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Tercera entrevista

Be/son: ¿Qué pasó desde que estuvieron aquí la última vez? Esposa: Finalmente, en la última semana antes de que venciera el contrato, David se ocupó de una serie de asuntos de sus clientes a los que se había comprometido. Be/son: ¿Lo llamó usted por teléfono a su trabajo y lo controló? Esposa: Lo llamé todos los días y lo controlé, y lo estaba haciendo muy bien. Marido: Eso no me pone muy feliz. Belson {a la esposa): Bueno, usted hizo lo que había aceptado hacer. ¿Cuidó él de sus negocios? Esposa: Por cierto. Belson: Muy bien. Esposa: Y luego se ocupó de organizar los asuntos de su madre du­rante la primera semana, y se metió en un montón de problemas; le llevó mucho más tiempo del que había previsto, de modo que no pudo ocuparse del otro negocio; lo hizo esta semana pasada, así que se sacó todo de encima. En relación con los asuntos de su madre el trabajo está totalmente terminado.

La esposa había seguido las directivas del terapeuta telefoneando a su marido a la oficina todos los días para vigilar que cumpliera con su trabajo. El marido se estaba haciendo cargo de sus negocios y había empezado a ponerse al día con el trabajo atrasado. Al hacer que la esposa tomara a su cargo el trabajo de su marido, el terapeuta estaba exagerando su posición superior, con la expectativa de que el marido reaccionara haciéndose cargo él mismo de la tarea. En el pasado, la esposa se había condolido de la depresión de su marido y lo había apoyado en su estado; ahora lo estaba empujando a cumplir con su trabajo.

Se partió de la premisa de que la depresión del marido debió coincidir con un cambio en la relación conyugal. La esposa había retomado sus estudios cuando los hijos ya estuvieron crecidos, y

~ se había convertido en terapeuta. En los primeros años del matri· monio, el esposo había tenido una posición predominante, pero a medida que la mujer se interesaba más y más por su carrera las dificultades de él fueron en aumento; y cuantas más dificultades tenía él, más competente parecía ella y más centrada en el desva­limiento y los problemas de su marido. El se convirtió en un indi­viduo "deprimido", problema que pertenecía a la especialidad de su mujer. La depresión del marido era para él una fuente de debili­dad y de poder a la vez: debilidad, por cuanto su mujer tenía que apoyarlo y asesorarlo; poder, porque ella no lograba ayudarlo por más que se esforzaba. La jerarquía conyugal era incongruente, dado que marido y mujer eran simultáneamente poderósos y débiles uno con respecto al otro. Al exagerar paradójicamente la posición supe-

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rior de la esposa, el terapeuta instó a la pareja a reorganizarse en la dirección de una mayor igualdad.

Esposa (dirigiéndose a su marido}: Hubo varios días en que empe­zaste otra vez con tus viejas. patrañas, ya sabes a qué me refiero, "lo haré", "lo voy a lograr", "no puedo lograrlo" ... toda la mis­ma fraseología que usaste en el pasado. Belson: ¿Quiere usted decir irresponsabilidad? Esposa: Exacto; y entonces le dije: "Mira, no volvamos a ese viejo asunto; quiero que me hagas una lista de todos los compromisos que tienes con tus clientes para el día 15 de este mes, y voy a lla­marte todos los días, etc.". Prometió traer la lista a casa, pero no lo hizo. Marido: Sí, la llevé, pero la dejé en el bolsillo del saco. Esposa: En ese punto yo le dije: "Mejor te aseguras de que tienes la lista para la sesión de hoy a la mañana, así no tenemos que perder la hora entera proclamando cuáles son tus irresponsabilidades". Belson (a la esposa}: Ten.emos que hablar acerca de cuándo se. pondrá usted a trabajar en sus propios asuntos financieros.

En la entrevista anterior, el terapeuta había amenazado a la es­posa con que debería llenar ella núsma su declaración del impuesto a los réditos, ante la gran consternación del marido.

Esposa: Bueno, yo podría empezar ya mismo, pero él no me va a permitir que haga nada al respecto. Dice que eso va a costamos mucho dinero. Be/son: Lo sé, pero lo que estamos haciendo es abrir un nuevo atajo para salir del estancanúento. Esposa: Eso creo. Be/son: Pienso que lo que ustedes hicieron fue realmente positivo, ¿concuerdan connúgo? (No hay respuesta.} No están obligados a concordar. (Marido y mujer ríen.}

El estilo ambiguo y humorístico del terapeuta cont,¡aatacaba al estilo obsesivo y deprimido del marido.

Belson: Lo cierto es que se está haciendo, y eso es lo que importa. Dicho sea de paso, ¿le agradeció a ella, le agradeció a su esposa por su ayuda? Marido: No, yo ... Esposa (riendo}: ¿Por portarme como una canalla? Marido: Me molesta. Esposa: Primero le molestaba. Yo me sentía como una manúta que tuviera que decirle: "¿Hiciste los deberes?".

· Belson: Yo no lo veo así. Para mí es una pareja que se ayuda mu­tuamente.

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Es importante que el terapeuta ponga de relieve el aspecto bene­volente de la injerencia de la esposa en el trabajo de su marido, ya que el objetivo no es que el marido se pelee amargamente con su mujer sino que haga su trabajo.

(Más adelante, en la misma sesión.}

Be/son: A ver, vamos a repasar los hechos. El hecho es que usted (a la esposa} en efecto se ocupó de él durante la semana, y el otro hecho es que si usted (al marido} se volviera más responsable, ella no tendría que hacer esto. De modo que esto es una medida sólo temporaria, hasta que vuelvan al buen camino. Es evidente que usted necesita que ella haga esto, así que lo único que quiero que comprenda es que sólo es temporario. Marido: Me doy cuenta perfectamente, pero no creo que eso vaya realmente al fondo del asunto. Be/son: Exacto, el fondo del asunto es que cuando usted empiece a cuidar de sus cosas, esto va a terminar. Marido: Bueno, eso ya lo sé, pero a Roma no la construyeron en un día, y no puedo corregir en una semana cuatro o cinco años de descuido. Belson: Aunque le sorprenda, eso es posible. Marido: Bueno, yo no puedo hacerlo. Esposa: En una semana lo hemos corregido en un grado enorme. Marido: Sí, está bien, pero no puedo hacerlo todo. Be/son: De paso, por lo que usted dice parecería que le molesta muchísimo atribuirse el mérito de lo que hizo. Esposa: Seguro. Hizo una barbaridad. Marido: Bueno, no me siento inclinado a atribuirme el mérito de lo que hice, ante todo porque no lo hice en su mon;ento, hace mucho. tiempo, y lo que ahora estoy haciendo no es mas que lo que deb1 hacer entonces. Be/son: En ese caso, no debe atribuirse ningún mérito. No se atribu­ya el mérito, hágalo simplemente.

Hábilmente, el terapeuta cambió el blanco de las obj~cione~ d~l marido: ya no se trataba de si haría o no la tarea, sino SI se atnbui­ría el mérito por ello.

Marido: Bueno, eso es lo que estoy tratando de hacer. . , Belson: Porque tal vez usted sea esa clase de personas que no qm:ren atribuirse méritos por lo que han hecho, y en tal caso no tiene ninguna obligación. Marido: Simplemente quiero hacerlo. Be/son: Correcto. Marido: Correcto. Estoy encantado de haberme sacado eso de- en-cima.

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Belson (a la esposa): No le atribuya el mérito. Manao: No lo hice como quería. Belson: Sí. Marido: Pero lo hice. Me lo saqué de la cabeza, y me aplicaré a ello. Be/son: Muy bien. Entonces, ¿qué hay que hacer ahora?

(Más adelante, en la misma sesión.)

Belson (a la esposa): Me pregunto si no tendría que llenar usted la declaración de impuestos, por más que sea costoso, como una lec­ción para el futuro. Marido: Me mandarán a la cárcel también. Belson: De otra manera, seguiríamos en lo mismo de antes. Creo que usted debe vigilarlo y llamarlo con regularidad. ¿Con qué inter­valos están trabajando? Esposa: Una vez por día, y lo llamo todas las tardes. Be/son (a la esposa): ¿En cuántos días y en qué momentos podrá preparar la declaración de impuestos? Creo que usted debe asumir las pérdidas, ya que eso renovará las cosas para el futuro. Esposa: Pienso que en la medida en que David siga progresando, haciendo un poco cada día, o al menos dedicándole cierto tiempo un

. par de días por semana, verá que podemos conseguirlo.

La pareja empezaba a reorganizarse y el marido se estaba condu­ciendo con más idoneidad. El terapeuta siguió encargando a la mujer que planeara las actividades de él, mientras este protestaba diciendo que estaba cumpliendo con su trabajo y que lo seguiría haciendo. Era hora de alentar a la pareja para que se reorganizara en una jerarquía congruente, en un mayor pie de igualdad. Como el tera­peuta había menoscabado antes al marido llamándolo irresponsable, ahora se volvió hacia la mujer y la acusó de ser negligente con él. Hizo que esto pareciera una grave ofensa disculpándose por haberla insultado. El marido habló entonces acerca de su soledad y el cambio sobrevenido en la relación entre ambos desde que su mujer había reiniciado su carrera.

(Más adelante, en la misma sesión.)

Belson: La idea es que él debe volverse más responsable, y que esto lo llevará en esa dirección. Y una vez que lo logre, el proceso se autoperpetuará, ya que en el fondo de su alma él lo prefiere así. Quisiera pasar a otro asunto. Quisiera decir algo, pero sé que no va a resultar agradable. Así pues, ¿podrá usted aceptar lo que yo le diga? (mirando al marido). ¿Sí? Marido: Sí. Belson: Creo que ella ha sido negligente con usted. Y no ... (a la esposa) no es mi intención insultarla.

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Esposa: Está bien. Marido: ¿Quiere usted decir que me ha descuidado? Belson: Sí. Marido: Que me ha descuidado ... ¿qué quiere decir eso? Be/son: Lo dicho. Marido: Que me ha descuidado ... Belson: Sí, y pienso que esto ocurre porque ambos son personas con muchas inquietudes culturales, y a menudo en una relación así las personas no se brindan una a la otra el tiempo que necesitan para actividades más sociales. De modo que (a la esposa) creo que usted debería dedicar por lo menos dos noches a la semana a hacer con él más vida social.

(Más adelante, en la misma sesión.)

Belson (al marido): De algún modo, siento que ella no participa lo suficiente en su vida. Marido: Bueno, ella no se dedica a las cosas que solía dedicarse, pero eso es porque yo le contaba más que ahora sobre lo que me sucedía. Pero ahora tiene su propia profesión. Be/son: Me gustaría conocer más detalles. ¿Podría usted informar· me un poco? Man"do: Bueno, durante muchos, muchos años yo tuve la costumbre de volver a casa y desembuchar todo lo que me sucedía en la oficina, lo que sucedía y lo que dejaba de suceder, y ella no hacía más que escucharme. Yo me preguntaba si me comprendía o no; me parecía que sí. Creía que ella se condolía un poco de mí, y eso ayudaba a que yo me despachase. Pero era ... me doy cuenta de que debía ser muy aburridp para ella, porque había un montón de cuestiones que no entendía. Yo me entusiasmaba mucho con algún problema técnico y trataba de explicárselo. Después, en los últimos cuatro o cinco años, ella se convirtió en psicoterapeuta y desarrolló un montón de intereses propios, y su trabajo parecía infinitamente más inte­resante -desde un punto de vista humanístico, quiero decir- que el mío, que es muy técnico y muy soso. En consecuencia, ahora ya no hablo de mi trabajo como antes. Además, me avergüenza un poco quejarme siempre sobre las mismas cuestiones. Me remito a algunas cartas. Por ejemplo, estaba le~endo unas ca:tas q~e le escribí a mi hermana un par de años atras, y son las mtsmas Ideas que tengo ahora: me siento acosado, no puedo ~acarme el trabajo de encima, debo disculparme por no llegar a ;1empo . . . No he cambiado nada en lugar de mejorar empeoré. Ast que ya no comen­to con ella ca~os o asuntos, salvo que sea algo muy fascinante, extraordinario, fuera de serie. Y estoy muy interesado por 1? que ella hace pero tampoco ella me comenta mucho sobre ello. Piensa que habl~r sobre los casos terapéuticos es trasgredir la reserva, Y creo

que tiene razón.

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1

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(Más adelante, en la misma sesión.)

Marido: En otras palabras, no veo nada negativo en todo esto. Obviamente, ella no está tan íntimamente mezclada con mi vida como yo ... Belson: ¿Como usted qué? ¿Ella no está tan íntimamente mezclada con su vida como usted qué? Marido: Iba a decir como yo quisiera que estuviese, pero no sé si yo querría que estuviese. Belson: Bueno, creo que debemos probar. Marido: Porque desde un punto de vista intelectual, me agrada que ella tenga su propia esfera de interés ... su empleo, su tarea, su práctica profesional ... Belson: Totalmente de acuerdo. Marido: ... sus amigos. Eso es magnífico. Yo no he podido ... no he podido llenar ese vacío. Belson: ¿Uenar ese vacío? Marido: El vacío de no tenerla a ella sumamente interesada por mis asuntos. Belson: Completamente de acuerdo. Marido: Por ejemplo, la granja que compramos hace algunos años. Una escuela dentro de una granja, que nos dedicamos a amueblar y acondicionar casi todos los fmes de semana, a expensas de nuestra vida social aquí en Nueva York. Ella no se ha interesado tanto por eso. Be/son: Ajá. Marido: No parece interesarte para nada hacer cosas allí. Be/son: Ajá. Marido: A menos que yo la empuje a hacer algo.

La descripción que hizo el marido del cambio en la relación conyugal desde que su esposa se dedicó a su carrera confirmó hi presunción sobre la cual se basó la estrategia terapéutica. En el pasado, ambos habían tenido un común interés por el trabajo del marido, la vida social que los dos desarrollaban y su granja; luego la esposa se interesó por otras cosas, tuvo nuevos amigos y su vida se fue apartando de la de su marido. Este se deprimió, y ~u depre­sión lo llevó a ingresar en la nueva esfera de intereses de su esposa como terapeuta. El derivaba poder de su conducta sintomática y mantenía a su mujer apegada a él. El terapeuta comenzó a reunir de otro modo a la pareja, indicándoles que dedicaran algún tiempo a charlar juntos.

Belson: Me gustaría hacerles una recomendación para la próxima semana. Comprendo que están ocupados, etcétera, pero quiero que se hagan un tiempo, media hora cada noche, no como una cosa mecánica; usted (al marido) empleará esa media hora en conversar

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con ella acerca de su trabajo, pero sin quejarse por todo lo que le pasa. Y en cuanto a usted (a la esposa), quiero que use ese tiempo para examinar sus casos con él. Veamos en qué momento lo harán. Marido: Bueno, eso es imposible. Be/son: Media hora no es imposible. En verdad, les dará a ambos un renovado impulso vital, porque llenará un .vacío de energía. Es muy necesario.

Marido y mujer plantearon diversas objeciones, pero. el terapeuta insistió. La dificultad de la pareja para encontrar media hora de tiempo para pasar juntos indicaba hasta qué punto se hallaban dis­tantes uno del otro.

Be/son: Sé que usted es un poco renuente a hacerle esta demanda a ella, pero creo que deberíamos llevar esto adelante. Esposa: Bueno, creo que yo podría a las diez y media de la noche. Be/son: Muy bien, empecemos entonces; ¿hoy es martes? ¿Esta noche a qué hora? Esposa: A las diez y media o a las once. Be/son: ¿Diez y media u once?

(Más adelante, en la misma sesión.)

Be/son: Le da miedo hacer esta demanda. Marido: Así es. Belson: Porque quiere mostrarse amable. Marido: No, no es porque quiera mostrarme amable. No veo la razón, no veo la utilidad de esto. Belson: La tiene, de todos modos. Marido: ¿Sabe lo que pienso?, me estoy sometiendo a un montón de locuras ... Creo que son unas pavadas, estas sugerencias. No me parece que vayan al corazón del asunto. Be/son: Son locuras. Marido: Sin duda. Esposa: ¿Y bien, cuál es el corazón del asunto? Marido: Bueno, el corazón del asunto es mi incapacidad para orga-nizar mi tiempo. Be/son: No me interesa examinar el corazón; lo que quiero es exa-minar. .. Esposa (riendo): Los pulmones. Be/son: ¿Los pulmones? Quiero examinar la boca, cuando ustedes dos van a hablar. ¿De acuerdo? Esposa: De acuerdo. Belson: Más tarde pasaremos al corazón. Esposa: Está bien. Be/son: Bien. ¿El miércoles a qué hora? Esposa: A las once.

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Marido: A las once todas las veces. Be/son: Eso es organización. Marido: Así es como viven los ingleses. El lunes voy al club el miér­coles .voy al club, el jueves tengo una entrevista, y el jueves~ viernes practlcamos el coito. (La esposa y Be/son r(en.) Esposa: Así es. Belson: ¿Tienen relaciones sexuales? Marido: De vez en cuando. Be/son: ¿Qué quiere decir de vez en cuando? Marido: Cada quince días. Esposa: No bromees. (El marido r{e.) Esposa: Deja de hacerte el gracioso. Be/son: Parece haber cierta discrepancia. (Pausa.) Esposa: Dijiste cada quince días. Marido: Está bien, una vez por semana. Esposa: Dos veces por semana. Marido: ¿Dos veces por semana? Esposa: Sí. Marido: ¿En tu pensamiento es dos veces por semana? Esp~sa: ¿En mi pensamiento? ¿Y qué pasa con mi calendario? Mando: ¿Lo anotas allf? Esposa: No, pero te diría, ¿no te parece que es así? Marido: Aproximadamente. Pienso que no ha sido tan malo Be/son: ¿Qué pasa? ¿No es suficiente para usted, o es qu.e el sexo no es lo bastante excitante? Marido: Pienso que es un p~co ·de ambas cosas.

(Más adelante, en la misma sesión:)

Marfdo: Siempre me he lamentado de que, al parecer, no logro e~cttarla. Tengo que afanarme para ello, aunque hubo alguna mejo­na en ~~ pasado. ~o _encue~tro que ella sea acometedora, con alguna e~cepc10n en los ulttmos tiempos. Si yo inicio el juego sexual pre­vto, antes de que vayamos a la cama o cuando ya estamos en la cama ella parece estar ya satisfecha, y a veces es agresiva. Esposa (riendo): A veces. Marido: Y a veces eres agresiva, como anoche; creo que estabas mostrando un poco de agresividad. Y yo, por una u otra razón no tenía particular interés. ' Esposa: Sí. Marido: Renuncias. Esposa: ¿Y eso qué tiene de malo? Marido: Cuando yo quiero acometer, nunca renuncio. Esposa: Ese es tu estilo.

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(Más adelante, en la misma sesión.)

Marido: Sí, la he estado excitando durante treinta años. (La esposa rr'e.) Belson (a la esposa): Es en este sentido que usted ha sido, perdóne-me por decírselo, descuidada. ¿Puede usted escribir a continuación, en la lista de las órdenes ... ? (Belson se refiere a Úl lista, que lleva la esposa, de kls cosas que tienen que hacer ambos en reklción con la terapia.) Marido: Estoy cansado de tener que jugar a excitarla todo el tiempo. Belson: Eso es verdad, realmente es algo muy anticuado. Esposa: Lo es. Be/son (a kl esposa): Quiero que una vez, durante esta semana, no importa lo que él esté haciendo, que esté trabajando o leyendo su novela, consiga por cualquier medio provocarle un intenso clímax, aunque él la evite a toda costa. Una vez durante la próxima semana. (El marido ríe.) Esposa: Voy a anotar: ser persistente. Belson: Persistente. En otras palabras, aunque él se escape de usted y corra por toda la habitación, tiene que acostarlo. Esposa: No, él no va a hacer eso, no va a protestar tanto. Belson: ·Bueno, tal vez lo haga, como una manera de tratar de echarla. Pero entiendo que esta ha sido una cuestión de descuido (al marido) de sus necesidades sexuales, a las que creo que usted tiene absoluto derecho. Marido: De eso no hay duda, pero, ¿debo tratar de averiguar qué es lo que ella quiere? Be/son: Eso lo decide usted. Pienso que realmente ha sido algo unilateral, para ser francos, y diría que usted no tiene que hacer nada con respecto a ella; ya está haciendo bastante, ¿no? Esta debe ser tarea de ella. Esposa: Estoy de acuerdo. Belson: Muy bien.

(Más adelante, en kl misma sesión.)

Belson: Ella ha sido descuidada en una serie de cosas, pero usted le permitió que lo fuera. En otros términos, incluso en relación con el sexo, usted ha cargado tantas cosas sobre sus hombros que no le da a ella la oportunidad de hacer lo que se supone que debe hacer. Así que tiene que darle una oportunidad. Marido: A mí no me ha parecido así. No creo que ... Belson: Sí, de algún modo usted la alentó a que fuera descuidada, y ya es hora de que ella se haga cargo un poco más de l~s. cosas importantes. Sea como fuere, sigamos adelante y permttamosle . que se haga cargo del sexo por lo menos una vez, ¿de acuerdo? Marido: Estás invitada. (Risas.)

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Esta redefmición del marido como persona responsable y protec· tora, y de la esposa como negligente en cuestiones sexuales, así como la directiva impartida a esta para que tomase la iniciativa en la relación sexual la semana siguiente, estimuló una división más equitativa del poder.Ostensíblemente, la esposa se encontraría en una posición superior, la de perseguidora, pero el hecho de ser perseguido convertiría al marido en un hombre deseado e impor­tante. Se modificaría así la vida sexual rutinaria de los cónyuges, que iniciarían un nuevo tipo de intimidad.

La esposa no asistió a la sesión siguiente por un imprevisto compromiso profesional. El marido informó acerca de los esfuerzos que ella había. hecho.

Cuarta sesión

Be/son: ¿Cómo lo persiguió ella sexualmente? ¿Cómo anduvo eso? Marido: Ah, lo hizo bastante bien, muy bien. Be/son: ¿Qué hizo ella? Marido: Bueno, la última vez tuvimos relaciones un par de veces, ella estuvo muy acometedora. Be/son: ¿Lo persiguió hasta el fm'! Marido: Sí, sí, ella mostró una gran acometividad, a la que yo no estaba acostumbrado. Be/son: Ajá. Marido: Y por lo que a mí respecta, fue agradable.

(Más adelante, en la misma sesión:}

Be/son: ¿No le importa si digo algo que puede sonar un poco crítico? Marido: No. Be/son: Creo que usted es demasiado clemente con ella. Marido: Bueno, sí, yo ... yo ... ¿Qué otro remedio me queda? En otras palabras, ¿tengo alguna otra alternativa? Tengo que per­donarla y ser clemente con ella para poder disfrutar de la vida. Be/son: Creo que la semana pasada usted adoptó una posición distinta. Y aunque esto suene un poco fuerte, la puso más en su lugar, sexualmente hablando, demandándole lo que es natural que usted le demande.

(Más adelante, en la misma sesión.}

Marido: Bueno, estoy empezando a apreciar el valor de la naturaleza de esta terapia, o como se llame. Usted está proponiendo cosas ... Be/son: Bueno, pienso que lo que sucede es que usted está dándose cuenta ...

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1 l

El terapeuta estaba instando al marido a que le planteara más demandas manifiestas a -su mujer, en vez de requerirle encubierta­mente que se ligara a él, como lo hizo en el pasado con su depresión.

Quinta sesión

En esta sesión la esposa comentó que al marido le iba mucho mejor en su trabajo; había estado contento y hasta hizo una impor­tante contribución dentro de su especialidad. El marido subestimó esto y se lamentó de que las cosas anduvieran igual que antes. El terapeuta afirmó que sin duda existía un desentendimiento entre ambos, y necesitaban establecer un nuevo modo de verificar su comunicación. Instruyó al marido para que en la semana siguiente fmgiera, en tres oportunidades, ser un inepto y un irresponsable, mientras su mujer se esforzaría por averiguar si realmente se sentía así. El marido dijo que eso era una tontería, pero al fmal aceptó. El propósito del terapeuta era que, si el marido parecía inepto e irresponsable, la esposa no sabría si en verdad se sentía así o si estaba siguiendo las directivas del terapeuta; por consiguiente, ella no respondería según su costumbre.

Sexta sesión

Esposa: Por lo que recuerdo, él no se quejó ni una sola vez en toda la semana. Be/son: ¿En toda la semana? Esposa: Exactamente. Ni siquiera tres de cada seis veces. (Risas.} Marido: Bueno, llegué a la conclusión ... francamente, tuve una especie de percepción interior de que nadie podría hac~rlo por mí. Tengo que ir y trabajar, trabajar, trabajar, pagar el precto, ~ta que termine ese maldito asunto. Quiero decir que no hay terapm en el mundo que me pueda ayudar, tengo que hacerlo. Anoche estuve trabajando en la oficina hasta las doce o doce y media. . . .. Be/son: ¿Quiere usted decir que en toda la semana el no se quejo de tener que ocuparse de sus negocios, ni anduvo trastornado, Y toda esa clase de cosas? (La esposa hace un gesto negativo con la cabeza. Pausa.} Be/son: Eso me decepciona un poco. Tengo que hablar con ellos. (Se levanta y deja la habitación para consultar con la supervisora que está detrás del vidrio de visión unidireccional El marido Y la esposa lanzan una carcajada.} Esposa (al marido): Está decepcionado. Las cosas no están saliendo como él quiere.

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El terapeuta simulaba estar decepcionado porque el marido no había acatado su directiva de fmgir. De hecho, se sentía complacido de que se estuvieran alcanzando los objetivos de la terapia: el marido no se había quejado ni había estado perturbado, y en cambio traba­jó ~uy duro. A~más, dijo _que tuvo la "percepción interior" de que tenta que cumplir su trabaJo. Suele ocurrir que a la directiva de si­mular tener la conducta sintomática le siga algún tipo de insight sobre lo que "realmente" hay que hacer. En este caso, lo que real­mente había que hacer era trabajar. A esta altura, hubiera sido prematuro que el terapeuta se mostrase complacido y no prosiguiera con la directiva de simular.

El .t~~apeuta consultó con la supervisora detrás del vidrio, y esta le ~ugmo que: _dado que el marido no había simulado su ineptitud e trresponsabilidad durante la semana, tendría que hacerlo allí mis~o, en _l_a sesión. El terapeuta debía criticar su desempeño en esa srrnulac10n y alentar a la esposa para que lo criticara también d!ciendo que s~ actua~~ón inepta e irresponsable no era muy con~ ~ncente. En la mteraccton habitual en la pareja, el marido se quejaba siempre de ~us p~oblerr:as y ~a esposa lo confortaba y apoyaba; ahora el mando srrnulana queJarse, y la esposa le objetaría no ha­~erlo. ~on suficiente ~ealismo. En. esta nueva interacción quedaría Imphctto que el mando no podta parecer inepto e irresponsable porque no lo era.

Be/son: ¿Qué ha hecho él, en cuanto a su trabajo? ¿Se hizo cargo de este? Esposa: Considerablemente. Terminó de catalogar. y archivar todo lo ~ue h_abía hasta ayer a la noche. Llegó a casa pasadas las doce. Esta haciendo esta tarea de catalogación por la noche, así que por lo menos una cosa ... una cosa importanto ya está solucionada. Belson: En otros términos, fmalmente el se está volviendo más responsable como profesional, ¿no es así? Esposa (riendo): Sí, creo que puedo decir eso. Belson: Pienso que el verdadero error fue que no hicieron lo que se suponía que tenían que hacer tres veces. (Se refiere a la directiva de simular.) Esposa: ¿Qué cosa tres veces? Be/son: Que ustedes supuestamente no ... que no sabían. Esposa: ¡Ah! Sí ... Be/son: Me gustaría hacer algo ... Sé qué ustedes son dos p&rsonas a las que les gusta un poco jugar, así que quisiera hacerlo con ustedes. Marido: ¿Que nos gusta jugar? (La esposa se ríe.) Be~son: Sí, así es. Me equivoqué con ustedes; pensé que eran siempre senos, pero ahor~ veo que ambos tiene sentido del humor. Así que ah?ra voy a pedirles que lo hagan aquí mismo, en el consultorio; qUiero que lo hagan.

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(El marido se ríe.) Be/son: Quiero que usted (al marido) le hable a ella, como no lo hizo la semana pasada. Es evidente que usted no fue lo bastante convin­cente porque ... se suponía que esas tres veces tenía que ser lo bas­tante convincente como para que ella no supiese si realmente se preocupaba o no por su trabajo, si estaba tra~tornado o no estaba trastornado. Se esperaba que usted ... Me gustaría que ahora, durante algunos minutos, le hable a ella acerca de su oficina y su trabajo como si esto realmente lo trastornara, aunque no sea real. Pero tiene que ser convincente. Marido: Que le diga a ella que esto me trastorna ... Be/son: Sí, pero quiero que lo haga en forma convincente. Marido: Bueno. (Pausa.) Estoy verdaderamente disgustado con mi selección de secretaria, teniendo en cuenta el sueldo que resolví pagar ... y le ofrecí ese sueldo sobre la base de que era inteligente y podía aprender ... Creo que podría haber conseguido alguien con experiencia, a quien no tuviera que entrenar. Estoy rabioso conmigo mismo por haber hecho eso, por haber querido entrenar a alguien. Es una chica totalmente inexperta en cuestiones jurídicas y fmancieras ... Be/son: No, no. Tiene que ser algo que podría ser cierto, aunque tal vez no lo sea, pero usted tiene que encararlo como si fuera cierto. Su esposa ya sabe que lo que usted dice sobre su secretaria es cierto, y usted también lo sabe. ¿Me entiende lo que quiero decir? Marido: Bueno, me han pasado tantas cosas que son ciertas, que tengo muchas cosas de las que quejarme. Be/son: Hablemos de algo que puede ser cierto o puede no ser cierto, para que ella no sepa a qué atenerse. Esposa: Bueno, de todos modos yo no lo voy a creer, por las direc· tivas. Sé que él está inventando. Marido: ¿Cómo sabes que estoy inventando? Esposa: Estás inventando tu trastorno. Marido: Eso es verdad, porque no estoy tan trastornado. Realmente no estoy tan trastornado.

La directiva de simular el síntoma tenía precisamente como propósito provocar esa clase de declaración del marido: "Realmente no estoy tan trastornado".

Esposa: Esto es algo supuesto ... él no se siente así, pero lo está inventando para parecer que se siente así. Be/son: Sí, de acuerdo. Sí. De manera que cuando durante la semana él habla así, usted nunca está del todo segura de que realmente se sienta tan así. Marido: Me parece imposible. Yo ... Yo ... Me parece imposible. Be/son: ¿Ve? Acaba de sonreír, lo cual quiere decir que lo puede hacer.

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Marido: Sí, pero no sé qué diablos hacer. Belson: Probemos a ver cómo nos sienta, y después veremos. Marido: ¿Probar como nos sienta qué? ¿Probar qué? Ni siquiera sé cómo empezar. Belson: Eso es porque yo quiero que usted empiece y vea. Quiero que usted hable ac~rca de lo disgustado que está consigo mismo por no hacer tal cosa o tal otra. Ya sabe. Marido: Bueno, yo ... pero el asunto es que, como usted sabe, yo ... yo ... Belson: Recuerde que usted debe mostrarse disgustado, pero lo único que quiero es que fmja. Marido: Está bien. Belson: Porque en el fondo de su corazón, no lo está. Eso es lo que quiero decir. Marido: Tal vez lo esté en mi cabeza, pero no en mi corazón. Be/son: Exacto. Marido: A eso se refiere usted. Belson: Exacto.

El plan consistía en que el marido intentara como mínimo cuatro veces parecer inepto e irresponsable, mientras la esposa y el tera­peuta criticaban su actuación. Sólo entonces dejaría de insistir el terapeuta en que continuase fmgiendo.

Marido: El domingo fuimos a esa comida y volví sintiéndome, bue­no, me sentí verdaderamente mal, muy pesado y un poco mareado por el champaña; tenía planeado ir a trabajar a la oficina, pero el día estaba tan hermoso y había tanto que hacer en el jardín, que pensé: "Bueno, me quedaré aquí una hora, y luego ... luego me vestiré e iré a la oficina". Después de una hora habia avanzado poco y nada, el jardín está hecho un desastre ... Belson: Use las palabras inepto e i"esponsable. Marido: Yo estaba ... ese arbusto para la piorrea o como se lla­me ... Esposa (riendo): Mi piorrea (se señala la boca con el dedo). Marido: Ese arbusto de bayas, me olvidé el nombre. Esposa: Piracanta. Marido: Píracanta ... estaba enorme y lo corté, estaba tapando el aparato de aire acondicionado. Pensé: "Carajo, tengo que deshacer­me de esto porque me temo que cuando queramos usv el aire acondicionado, no vamos a poder usarlo". Y era un trabajo enorme. De pronto miré el reloj y había pasado casi una hora, y pensé: "Maldición, soy un irresponsable. Me estoy preocupando por el piracanta cuando podría sacudirlo a un costado y dejarlo ahí, y marchar a la oficina como prometí y hacer mi tarea. Pero está tan lindo aquí, está hermoso, y merezco trabajar en el jardín, porque lo disfruto y necesito el ejercicio. Oh, al diablo con la oficina".

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Be/son: No se presenta lo bastante irresponsable. No convencería a nadie. Marido: Bueno, yo nunca soy del todo irresponsable, porque cuando no hago algo que se supone que debo hacer, es que estoy haciendo alguna otra cosa. Yo siempre ...

Nuevamente, esta es la clase de declaraciones que el terapeuta quiere obtener.

Be/son: Pero no la está convenciendo a ella en cuanto a lo irrespon­sable que usted fue. Marido: Ella lo sabe, porque volvió a casa a las cinco. Belson: La semana próxima ella volverá a pensar que usted ... Marido: Volvió a casa a las cinco, y se enojó mucho de verme en casa y no en la oficina. Be!so.n: Vuelva atrás y cuéntele a ella cómo fue, pero tiene que ser mas mesponsable, porque de lo contrario no le va a creer. Lo que digo suena demasiado crítico, pero lo único que quiero es que usted haga bien las cosas, nada más. Marido: No sé qué más hacer; Yo ... esto es ... Te digo que ... no estoy inventando. Te estoy diciendo con mi cabeza lo que pasó. Cómo me sentí. Y no es invento. Y no sé cómo inventar estas cosas. Soy incapaz de inventar. Belson: Usted es tan capaz como cualquiera de actuar algunas veces en su vida. (A la esposa:) No me importa que él no actúe nunca más en su vida. Lo que pretendo es que haga esto como corresponde, para que la semana próxima resulte eficaz. ¿Se le ocurre algo para que él resulte más eficaz? Esposa {al marido): Sigue pensando en lo inepto que te sentiste. Y cuéntame hasta qué punto te sentiste inepto.

El terapeuta estaba esperando esta clase de declaraciones de la esposa. En lugar de reconfortarlo y decirle que no es inepto, ella le pide que piense y exprese su sentimiento de ineptitud.

Be/son: ¿Podría dar un ejemplo? Porque él parece desconcertado. Esposa: No sé. Podría pensar en la pila de papeles que tiene en la oficina. Mo.rido: Ahí está el asunto. Esposa: Bueno, mientras trabajabas con el piracanta, ¿pensabas en todas esas horribles pilas de la oficina? Marido: Seguro, pero también pensaba en el piracanta, y a quién diablos podría conseguir para que lo sacara. No e:c ,,k :-:xtra'lar que ese tipo pidiera ciento cincuenta dólares para limpiar el Jardín, ¿no? Es un montón de trabajo. Por un piojoso arbusto y otros pocos ár­boles, eran cuatro horas de trabajo. Esposa: Entonces, concéntrate en la parte tuya que sentía ...

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Marido: Sí, pero eso no es un invento, a eso voy. Esposa: Bueno, entonces no sé qué quiere él que hagas. Marido: El quiere que fmja estar disg4stado y sentirme un inepto, cuando no es así, me siento en el mejor de los mundos. Es muy difícil para mí inventar eso, a eso voy. Esposa: ¿De modo que en verdad te sientes así?

La esposa parecía percatarse en este momento de cuál era el propósito del ejercicio. Se sorprendía de que en vez de sentirse "disgustado e inepto" su marido se sintiera "en el mejor de los mundos". Las críticas del terapeuta y la esposa llevaban implícito que el marido no era muy convincente como persona irresponsable e inepta. ~La esposa se estaba conduciendo ahora en forma inusual. En lugar de apoyar y reconfortar al marido, lo criticaba por no fmgir con realismo su irresponsabilidad e ineptitud. El marido hizo una tercera tentativa.

Marido: El domingo a la noche estábamos en ese asunto sexual. Y después miré a mi alrededor' después que dejamos o .•. cuando fuimos a ese lugar. Yo tenía sumo interés en estar con alguna de esas mujeres. Parecía que no podía pegarme a ninguna linda chica, y me sentía viejo y rechoncho. Tenía una rubia encantadora ...

Be/son: No, no. Se está sonriendo. No es un buen trabajo. (El marido se ríe.} Belson: No, no. Encontramos un buen ejemplo. En el fondo de su corazón, usted sabe que no es cierto, pero quiero que ponga cara larga y convenza a su esposa de que las mujeres no se interesan por usted, que debe estar poniéndose viejo. Encontramos un hermoso ejemplo. Marido: Y bien, estuve charlando con unas chicas basronte jóvenes. Había una rubia, en particular, entramos en conversación, y yo pensaba qué interesante sería ir a la cama con ella, pero ni siquiera me miraba. Se la pasaba mirando a todos lados como buscando a otro; .. Be/son (a la esposa): ¿Le parece convincente? Esposa (riendo}: Sus labios están curvados hacia arriba, no hacia abajo. No tiene cara larga.

Ahora la esposa había asumido una actitud más crítica todavía hacia el marido, en lugar de apoyarlo. El hecho de simul:!t ineptitud para el trabajo y para lo sexual tenía que ver con las cuestiones antes examinadas en la terapia. Cuanto más infructuosamente intentase el marido fmgir su ineptitud en estas esferas, más apto sería.

Be/son: No está haciendo un buen trabajo. Marido: Bueno, me estoy riendo, pero no porque tenga sentido del

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h.~mor. Me estoy riendo de mí mismo. Quiero decir que es la situa­ct~n .lo que me hace reír. Esta situación, aquí. Pero, como cosa practica ... Be/son: ¿Qué quiere usted decir con "esta situación, aquí"? Este es un asunto serio. ~

Marido: Ya sé que es serio, pero me resulta raro, en el sentido de que no lo entiendo, y estoy jugando con una especie de indicación para decir que significa algo, pero no sé qué. Be/son (a la esposa}: ¿Podría hacerlo empezar de vuelta con esa cuestión de las mujeres? Esposa (riendo): Cuéntame de esa chica tan bonita, la rubia. Marid~: Bueno, ella no andaba muy seguido por ahí, porque ese otro tipo con el que me vis~; estaba buscando levantarse a alguna, Y ella aparentemente tamb1en estaba interesada en levantarse a alguno, p:ro a mí no me interesaba, y no sabía cómo zafarme de eso. Cuando tu llegaste yo te presenté, así que ella se dio cuenta de que no era soltero; y en la primera oportunidad que tuvo, se fue. Be/son (a la esposa}: A usted no la convence. Esposa: No es ... Belson (al marido}: No es convincente en cuanto a lo inepto que es usted con las mujeres. No es convincente. Esposa: Dijiste que no te gustaba, que pensabas que no era tan bue­na, y que querías sacártela de encima.

. La esposa prosiguió criticando al marido, quien hizo un nuevo mtento.

Marido: Tú estabas fuera ... Yo estaba charlando con una señora joven que es clienta, y el1a me presentó a una cosita amorosa, que era profesora. de sexualidad. Y si bien era monísima y todo lo de~as, _me dt c~enta _de que me miraba como a un viejo, y que ~as alla de la stmpatta no tenía ningún otro interés. Yo pensé:

Ya estoy acabado, ya no tengo ningún atractivo para las chicas jóvenes". Be/son: ¿Le pareció convincente? Esposa: Bueno, no, en realidad no. Be/son: Estuvo mejor que antes, pero no lo suficiente. Esposa: Estuvo mejor, aunque no fue tan ... Be/son: Estuvo decididamente mejor. Debo decirle que usted se está esfo~ando en esto, pero esta vez le salió mejor. Mando: ¿De veras? ¿Esta última parte? Be/son: Estuvo casi convincente. Pero no parece poder hacerlo bien. Esposa: Tu tono de voz no era lo bastante desanimado, y los labios se te curvaban hacia arriba.

El objetivo se había logrado. La esposa criticaba al marido por no parecer lo bastante deprimido, en vez de apoyarlo en su depresión.

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El marido falló una y otra vez en simular su depresión e ineptitu~. A continuación el terapeuta inquirió a la pareja sobre sus otras di­rectivas y averiguó que la mujer había perseguido sexualmente

a su marido.

Be/son: ¿Pasaron la media hora como se dij~ que lo harían? Esposa: Sí, lo Júcimos, la mayor parte de~ ttempo. . . ? Belson: ¿Y en cuanto al sexo? ¿Asumio ella su agrestvtdad sexual.

Marido: Sí, muy bien. Be/son: ¿Cuántas veces por semana? Marido: Bueno, esta semana una sola vez. Esposa (riendo): ¿Qué? Dos veces. Marido: ¿Dos veces? Ah, sí. Esposa: Una de las veces se la olvida, él simplemente ...

Marido: Sí, sí. (La esposa se ríe.) Be/son: ¿Saben una cosa? Hay algo que ... en medio de to?a la discusión entre ustedes ... Ustedes se quieren mucho. ¿Se dieron

cuenta de eso? Marido: ¿En medio de qué? . . Belson: A veces estoy tan metido en toda~ las discusiOnes ~ntre ustedes que me olvido de que ustedes dos evtdentemente se quteren

mucho. , Marido: Sí. No sé muy bien qué quiere decir "quererse , pero .... Be/son: Parecen tener la capacidad de hacerse felices en un senttdo

muy profundo ... Marido: Sí, yo estoy, yo estoy . . . · Be/son: Yo quise simplemente ... Por lo general no hago. observa­ciones sobre lo que hace la gente, pero en este caso resolvt hacerlo. Marido: Esta semana le dije, una vez ... Belson: ¿Qué le dijo? , Marido: Incluso le dije a Raquel esta semana ... no recuerdo en que ocasión ... cómo disfrutaba de su compañía como amiga, no sol~­mente como esposa y como amante, sino como amiga. Me hacia bien tenerla cerca y compartir cosas con ella, ¿sabe? Esposa: Y eso es algo que yo aprecio mucho. . Belson: Todo el tiempo sospeché que ella llenaba una gran necesidad suya. Por eso, cuando al comienzo le dije a_ ~sted (a la espo~a! que era negligente, más que una verdadera cnttca_, le ~staba di?tendo hasta qué punto él necesitaba que usted estuvt~ra JUnto a el. Hay algo de lo que quiero asegurarme, y se lo ~olvere a pregul},!ar. Pued? equivocarme, pero mi impresión fue que el se estaba volvtendo m~s responsable y se estaba dando cuenta, f~almente; de qu.e p~dta arreglarse sin la terapia. Esa fue mi impresion: que el se esta hacten-do cargo del asunto. ¿Es cor:ecto? , • . Esposa: Así parece. Parecena que el esta hactendo lo que se supone

que debe hacer.

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Belson: Que él se da cuenta de que la terapia es una pérdida de tiem­po, y que probablemente podría cuidarse por sí mismo. ¿Le entendí correctamente? Esposa: Eso es lo que le oí decir, sí. Marido: En realidad, yo estuve pensando seriamente, y más de una vez ~e vino a la mente, para qué diablos estaba perdiendo el tiempo aqut. Belson: Ajá. Marido: No me ayuda a hacer mi trabajo. ~/son: Bueno, cr~o que al fm dijo algo cierto; y pienso que debe­namos hacer que el se atenga a eso. Sugiero que no tengamos sesión la próxima semana, y que nos volvamos a ver dentro de dos semanas.

Los cónyuges han expresado bien a las claras que cuando están juntos se sienten más felices y que el marido cumple con su trabajo. El terapeuta comienza a desligarlos de la terapia. Sí se pretende que el marido ocupe una posición más igualitaria en relación con su mujer, no puede definírselo como un paciente necesitado de terapia.

Be/son: Creo que deberían tener relaciones sexuales tres veces por semana en vez de dos. Marido: ¿No me diga? ¿De dónde saco yo la fuerza? Be/son: No depende de usted, sino de ella. Marido: Oh. Esposa: Yo no sé si tengo la fuerza. Be/son: Bueno ... Esposa: Lo intentaremos. Veremos qué se puede hacer. Be/son: Respecto del sexo puedo hablarles con toda claridad: cuanto más se lo practica, más ganas se tienen de practicarlo. Para la salud física de ambos, es muy importante que lo hagan tres veces por semana. (Marido y mujer se ríen.) Y también (a la esposa) me gus­taría que usted volviera a tomar la posición acometedora. Marido: Quiero que tú ... Be/son: No quiero escuchar lamentaciones acerca de que no tuvieron suficiente vida sexual. Marido: Yo no me lamento de no tener suficiente vida sexual. Be/son: Me gustaría que fueran tres veces como mínimo. Y que usted adopte la posición acometedora, porque aparentemente eso es algo que los excita a ambos. Punto tercero: es muy importante la charla de media hora sobre lo que deben compartir. Ahora, punto cuarto: todo es muy importante, decisivo, todo esto tendría que estar marcado con doble asterisco; pero como la última vez usted no lo hizo, y yo no voy a verlos durante durante dos semanas, tiene suprema importancia, decisiva importancia, todos los adjetivos que quieran ponerle, tiene que ser tres veces por semana, y lo importan­tísimo es esto: que usted se queje de su ineptitud y de su irrespon­sabilidad. Pero ella no ...

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· Marido: Nos acercamos a un punto en que yo no me siento inepto e irresponsable, y usted pretende que me queje de eso. No logro

entenderlo. Be/son: Pero habrá tres veces en que usted lo hará, pero ella no se enterará si usted está o no está. En otros momentos, usted puede realmente estar, pero en ese. nido de tiempo tienen que haber tres

· pájaros de los que ella no sepa nada. Pero usted tendrá que actuar como lo hizo aquí cuando terminamos. Haga un gran aspaviento para que ella no sepa. Usted sabrá, pero ella no tiene que saber. Lamentablemente, hay una cosa más; estoy tan ocupado que la estaba olvidando. Me educaron con mentalidad jurídica, quiero

decir, y a veces ... Marido: ¿Siguió la carrera de abogado? Be/son: Seguí una carrera parecida, que tenía muchísimo que ver con las leyes. Así que tiendo a ser un poco más razonable. Pero él ... He descubierto algo. A veces, soy tan antipsicológico que paso por alto cosas evidentes. (A la esposa.) Ocurre que él tiene una vena poética, me di cuenta cuando estuvo hablando de la jardinería. Quiero que usted haga lo siguiente: la próxima semana, en el horario en que tendrían que venir aquí, quiero que escoja un sitio que a él le parezca romántico y vayan a almorzar en vez de venir aquí.

¿De acuerdo? Esposa: Clarísimo. Fantástico. Be/son: Bien, pero debe hacer algo que no decepcione a los instintos de él, en relación con el talante. Esposa: Eso está muy bien. Be/son: Le debo una pequefía disculpa por haberla subestimado en

este sentido. Marido (riendo): ¿Qué tiene de poético el trabajo en el jardín? Be/son: Bueno, hay unas cuantas cosas más. Usted es muy sensible también para otras cosas. Y esto no es hipocresía, no es hacerle un falso elogio que no tiene mayor importancia porque yo no los veré muchas veces más. Pienso que yo había subestimado esto .. .'A ve­ces, cuando la gente viene y hablan y hablan sobre sus cosas, ¿no?, sus problemas y todo eso, a veces uno pasa por alto ciertas partes de su personalidad que tienden a ... Esposa: Así es. Be/son: De modo que usted sabe lo que quiero decir. Marido: No sé lo que quiere decir. Be/son: Oh, creo que sí lo sabe. Marido: No lo sé. Be/son: No quiero que terminemos en tono tan serio, pe~o creo, me parece que ... me parece que era una falta mía. Y realmente me siento mal por eso. Esposa (riendo): Se nota. Be/son: No, lo digo de veras. (La esposa se rie.)

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Marido: No sé de qué diablos están hablando. Bel!o~: Bueno; algunas de las mujeres de nuestro grupo sefíalaron que lín?a pareJa ~ue hacen ustedes. y yo estaba pensando que no eran mas que un duo de qu~osos. Marido: Oh, ¿de veras? Be/son: Así es. Marido: Ya que nos .. estamos arrojando flores, quisiera comentar que ... anoche le diJe a Raquel: .. Si no obtenemos ningún otro resultado de todo esto, al menos habremos tenido una buena mejor' en nuestra vida sexual". Raquel estuvo anoche tremendamen~: acometedora. Yo estaba listo para ir a dormir era la una de 1 fí ll . . • ama a-na,. Y e a me estaba mcitando a la una de la mafíana. Fue fabul (Rrsas.) oso.

Bels?n:. Lo importante es que usted ponga cuidado en no desalentada. Marjdo. No, no creo que ella se desaliente. Creo que ella misma se esta dand~ cuenta de lo bueno que es ser acometedora. Esposa: St, es divertido.

Úl; s~gerencia_ de que la pareja saliera a almorzar afuera en vez de asiStir a la proxima sesión fue un paso más en direcci·o' n ha · d li · t · cta su e~ ~arruen ~ previo a la terminación de la terapia. En la séptima

Y ulttma seswn, trajeron consigo a su perrita faldera blanca y comen­taron que las cosas iban mejorando.

Séptima sesión

Be/son: ¿Cómo les fue en las cosas que les pedimos hacer creo que hace un mes y medio? ' Marido: Anoche, por primera vez, realmente me senté delante de t~do el asun~o y lo analicé entero, y me puse a terminar con un ano .de trabaJO atrasado como mínimo; el resto será relativamente sencillo. Be/son: Creo que se merece una felicitación. Marido: Sí. Bels?n (al marido): Quiero decir que a usted hay que felicitarlo. Marido: A ella hay que felicitarla. Bels?n (al marido): A usted hay que felicitarlo. Mando: A los dos hay que felicitarnos. ~elson: No, no. No sé si el perro, no sé si es un presagio de algún ttpo, el hecho de que lo hayan traído hoy. Esposa (riendo): No la trajimos; vino por sí misma. Be/sor::: La perra quería sumarse a la sesión para felicitarlo a usted, tam~ten, pero creo que eso es fabuloso, realmente. Marido: B~eno, creo que anoche se produjo un giro radical, sin lugar a dudas. SI ella no me hubiera dicho: "No vuelvas a casa hasta que

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termines con un afio de trabajo atrasado, aun~ue sea la. una de la añana" creo que yo me habría vuelto a las diez y media, porque

:e habrÍa dicho a mí mismo que estaba dem,asiado .cansado, que merezco ir a casa; pero lo cierto es que me quede Y lo hice.

Be/son: Ajá. . d • · 1 Marido: Al menos hasta el punto en que sabia que po 1a termmar o. Be/son: Bueno, eso es realmente fabuloso. , Marido: Sí, creo que ya he avanzado hasta un punto en que lograre

terminarlo. d di n Belilm: Se nota más seriedad en lo que uste ce; parece u a persona más seria mientras habla. . Marido: Bueno, tengo más confianza en que pue?o te~arlo. Be/son (a la esposa}: Suena como que se esta haciendo cargo de sus negocios. Esposa: Sí. · ·, t Be/son: Esa es mi impresión, que él fmalmente conSiguto mon ar su caballo. Esposa: Así parece. Marido: Y si yo acabo conx y al mismo tiempo: .. Be/son: No tiene por qué pedir disculpas por hacerse cargo de su trabajo. ¿Piensa acaso que yo lo estaba acusando por hacerse cargo de eso? Marido: No, no. ¿Di a entender eso? Be/son: Dio a entender que se estaba defendiendo por hacer las cosas tan bien. No tiene por qué. Marido: Bueno, yo tengo ... yo tengo ... Be/son: Pienso que es fabuloso. . . . , Marido: Tengo una inclinación a ... no una mclinac10n, teng_o una renuencia a aceptar que me alaben por hacer algo que tendna que haber hecho mucho tiempo atrás. Be/son: Ajá. Bueno, usted podría tratar de acostumbrarse a eso. Marido: ¿Cómo dice? Be/son: Podría tratar de acostumbrarse a eso. . • Marido: Sí. Pero no soy de los que se dan palmad1tas en la espalda. Be/son: Bueno, usted no tiene que . . . , Marido: Me siento agradecido de estar superando esto. Be/son: Usted no tiene que darse palmadas en la es~alda. Marido: El sentimiento de la enfermedad que me di cuenta que tuve. Be/son: Pero tiene derecho a dejar que lo hagan otras personas ... Marido: Derecho a dejar ... ¿que hagan qué? ¡Ah!, que me febc1ten. Bflson: Sí. Quiero decir, es posible que no le ~ste :?e.~erse cum­plidos, pero puede dejar que se los haga~ otros. QUiero ecrr ... Marido: Eso me hace sentir como un chico. Be/son: Oh, en ese caso no lo haré. (El marido se ríe.} Be/son: Pero creo que debería permitir a las personas q~e lo hagan. Marido: De acuerdo.

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¡

l ;,

Be/son: Yo pienso exactamente lo contrario, ¿sabe? Pienso que su ... que cuando uno ha trabajado duro, merece una alabanza sincera. Marido: Concuerdo con eso. Be/son (a la esposa}: ¿Está contenta con lo que él hizo? Quiero decir, ¿yo estoy exagerando, o ... ? Esposa: No, no lo creo en absoluto. Creo que él está avanzando. Be/son: De acuerdo. Esposa: Y que está consiguiendo ... Be/son: Se está trasformando, ¿no?, como corresponde que lo haga. Esposa: Está tendiendo caminos para incursionar en ese pantano de ... Marido: Hay seis afios de irresponsabilidad allí. Be/son (a la esposa}: ¿Y qué pasa con usted? ¿Se ha ocupado de lo que supuestamente debe ocuparse, en lo que respecta a la vida de su marido? Esposa: Por cierto. Be/son: ¿Cuál ha sido su falta?

Esposa: ¿Cuál ha sido mi falta? Voy a tornar en cuenta lo que hice ... Be/son: De acuerdo. Esposa: ... no lo que dejé de hacer. Be/son: Muy bien.

Esposa: Lo he estado llamando todos los días, dos veces por día; ayer, ¿sabe?, realmente me enardecí. Be/son: ¿En serio? Esposa: Ajá. Be/son: Eso estuvo bueno. Esppsa: Sí.

Be/son: Muy bien, dado que él aceptó terminar el trabajo para el 30 de junio, creo que usted tiene que continuar enardecida y no des­cuidarlo, porque, como usted comprende, las llamadas telefónicas son simbólicas, pero necesarias; pero usted sabe que él necesita saber que cuenta con usted. Creo que eso es importante. Marido: Mire, curiosamente, yo no estoy reaccionando de ese modo. Estoy reaccionando de otras maneras. Anoche tenía un miedo terrible de volver a casa sin haber terminado una parte del trabajo. Be/son: Bueno, eso significa que usted está en el buen camino. Marido: Cuando digo miedo, quiero decir que no quiero disgustada. No me agrada cuando ella se muestra disgustada. Me gusta que las cosas anden bien y sin tropiezos. Be/son: Eso es magnífico. Significa que hemos trazado un derrotero correcto.

Marido (suspirando}: Sí, pero me molesta, me sigue molestando. No me gusta, me siento como un chico. Be/son: Esas cosas carecen de importancia. Esposa: Bueno, yo me sentí como una harpía. (Se ríe.}

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Be/son: No, no, usted no es una harpía, sino todo lo contrario. No, no lo contrario: usted es una esposa preocupada.

(Más adelante, en la misma sesión.)

Esposa (al marido): Pensé que tú tenías que ocuparte de tus cosas; nunca pensé que yo tuviera que presionarte. Be/son: No es presionar, sino interesarse seriamente. Esposa: Bueno, sin duda algo tenía que pasar, porque cuando uno se mete en esa clase de líos, es como rodar pendiente abajo. Be/son: ¿Saben una cosa?, la vida es demasiado solitaria si la gente es excesivamente autónoma. A veces tiene que existir cierta manco­munidad en los asuntos de las personas. Y aunque ustedes están en mundos laborales separados, es importante que cada uno se interese un poco por el mundo del otro, de alguna manera. Pienso que él necesitaba que usted hiciera eso, y que usted era algo ... algo descuidada al no interesarse en las cosas de él. Esposa: Bueno, en verdad yo no hice eso. Be/son: Correcto. Esposa: No hay ninguna duda de que, en la medida en que él trabaje, yo voy a seguir ocupándome. Be/son: Tengo que ser franco con ustedes: no creo que me necesi­ten más. Marido: ¿Cómo te cae eso? Esposa: Bueno, charlamos acerca de esto esta mañana. Be/son: Y cr.eo que es por eso que trajeron a la perrita. No, no, uste­des piensan que dejaron la puerta del auto abierta; pero yo creo que de algún modo, el hecho de que la perrita saliera del auto y viniera aquí, es como si ustedes se estuvieran despidiendo. Pero, ¿qué iba a decir usted? Esposa: Iba a decir que esta mañana David afirmó que para él era una pérdida de tiempo seguir viniertdo. Be/son: Sí, coincido. Esposa: En cuanto a mí, pienso que deberíamos seguir viniendo de vez en cuando, como para mantenemos en el buen camino. Be/son: Les diré lo que a mí me parece. Si ustedes no lo ven mal, yo coincido con su marido. Creo que tiene razón. Creo que quizá tendríamos que vernos una última vez. Tal vez podríamos vemos una semana más, para aseguramos de que todo marcha bien, y después, sí ustedes quieren, volver a encontramos en el otoño o en alguna otra fecha, simplemente para aseguramos de qfte todo anda bien, ¿no? Porque realmente creo que ustedes han actuado muy bien, y realmente saben qué es lo que hay que hacer, y lo están haciendo. Y no necesitan que yo se los siga diciendo. Así que pienso que podríamos seguir estas sugerencias ... Marido (a la esposa): El siempre sale con alguna novedad, ¿no? Usted es una permanente caja de sorpresas.

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Be/son:. Yo soy :1 sorprendido, porque usted ya lo sabe. Me sorpren­de que mcluso diga esto, porque ~sted mismo está llegando al mismo ~unt_o que. yo. Prefiere que lo diga yo y no decirlo usted, porque SI ast ocumera, se figura que yo pro~ablemente lo habría de felicitar: Y eso no le gusta. (La esposa se ne.) Es mejor que lo diga yo así ustedes me pueden felicitar a mí. Pero esta mañana usted 11 '· 1 · 1 " ego a a nusma conc us10n que yo. Marido: Sí, así es. Me esforcé por trasmitírselo a ella esta mañana. B~lson: De acuerdo. Tal vez usted no quiera que lo elogien Í>ero · nuentras tanto esa fue la conclusión. ' Marido: Sí, creo que usted ya no tiene nada más que hacer. A mí me t?ca sacar adelante el trabajo, eso es todo. Nadie puede hacerlo en nu lugar, salvo que contrate a alguien para que me ayude. Be/son: Correcto. Marido: Y ya es hora de que me decida a gastar algún dinero y con­tratar a alguien para ... Be/son: El dinero que usted ... Esposa: Exacto, a algún profesional. B~lsc:n:_ Correcto. No es un paso tan drástico, pero el paso que usted dio mdica que ahora ustedes trabajan en equipo, en lugar de ir cada cual por su lado. Esposa: Yo me siento mucho más Be/so~: Creo que ustedes están ~~~ho más ligados, de una manera muy linda. Esposa: Sí. ¿Sabe algo?, la última vez fuimos a almorzar afuera como usted dijo. Fue magnífico. Be/son: Buen?, yo no pretendo decirle a su esposa lo que tiene que hacer, pero ptenso que tal vez a ustedes les gustaría hacerlo espontá­neamente en forma regular. Yo aconsejaría que lo hicieran. Esposa: Seguro.

En esta séptima sesión terminó la terapia. En seguimientos efec­tuados cuatro y ocho meses después, marido y mujer se mostraban conte~tos, Y él se había puesto al día con el trabajo que había des~mdado. Un acontecimiento triste, la muerte de la madre del ~ando, Y otro que los llenó de júbilo, el nacimiento de su primer meto, _los encontró a ambos unidos y apoyándose mutuamente. El mando declaró que ahora estaba persuadido de que debía hacer frente a sus responsabilidades y a su trabajo, y coincidió con el terapeuta en que no debía perder más tiempo en la terapia.

Resumen

Los elementos principales de esta terapia fueron los que pasamos a enumerar:

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l. Comprensión del problema

El marido presentó como problema que estaba deprimido, y qu.; se había sentido así en los últimos cinco años, período durante el cual descuidó por entero su trabajo. En ese mismo período su esposa retomó sus. estudios y se convirtió en una terapeuta exitosa. En el pasado, había sido ama de casa y madre, apoyando emocional· mente a su marido y dándole una sensación de seguridad. La hipóte­sis formulada fue que antes de que la esposa retomara a la facultad y las hijas dejasen el hogar, la relación de pareja se había centrado en tomo de la carrera del marido y del crecimiento de las hijas, pero luego la pareja se quedó sin metas comunes, sin algún motivo que los mancomunara. Justamente 1~ depresión del marido vino a pro­porcionar ese motivo. Los preocupaba a ambos, sobre todo porque afectaba su situación económica. La depresión del marido correspon­día a la jurisdicción de la esposa como terapeuta, y a ella le interesa­ba más que el trabajo de contador que tenía él. Pero por más que la mujer era amable con su marido y lo apoyaba, no lograba ayudarlo. Su condición de auxiliadora la dotaba de poder, pero su imposibi· lidad de auxiliado en forma efectiva la colocaba en inferior posición con respecto a él, quien a su vez extraía poder de su desvalimiento. El síntoma del marido generaba una interacción benevolente pero desafortunada entre ambos, y estabilizaba a la pareja en la infelici­dad. Era menester organizarla de manera que la esposa ayudase a su marido a recobrar la idoneidad, y la relación mutua fuera más igualitaria.

2. Las intervenciones

a. Definición del problema

Se le dijo al marido que el diagnóstico que le habían hecho era equivocado. Su problema no era depresión, sino irresponsabilidad; y el objetivo de la terapia consistiría en hacerle recuperar su respon­sabilidad. Por varias razones fue preciso redefmir el problema: 1) La· depresión es un sentimiento interior menos accesible al cambio que la irresponsabilidad, que puede medirse por actos concretos; si el foco estaba en la depresión, el hombre quedaba orientado hacia sus estados interiores; si pasaba a la responsabilidad, se orientaría hacia la acción. 2) La esposa y el terapeuta anterior interferirían menos con el éxito de la terapia si este éxito Je obtenía en un problema diferente del que ellos no habían logrado resolver. 3) Si un profesional descuida su trabajo, es razonable que se deprima; para solucionar la depresión, antes hay que solucionar el descuido.

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b. Medidas para que la esposa se hiciera cargo

Al encomendársele a la esposa que vigilase el trabajo del marido se cumplían dos fmalidades: 1) Se le ofrecía a la esposa una vía para que pudiera ayudar efectivamente a su marido, por contraste con sus infructuosos intentos previos de reanimarlo. 2) Se exageraba la posición superior de la mujer hasta un punto en que el marido se rebelaría y se haría cargo de sus propios asuntos.

c. Pedido de simulación al marido

El terapeuta pidió al marido que simulara ser inepto e irresponsa­ble, y a la esposa, que criticara su desempeño en tal sentido. Las funciones de esta directiva eran: 1) Si el marido se mostraba inepto e irresponsable, sería porque el terapeuta se lo había requerido, y en consecuencia la esposa ya no podría responder de la manera habitual cuando el marido fuese espontáneamente inepto e irres­ponsable. 2) Si la esposa tenía que criticar el desempeño del marido ya no podría, como en el pasado, reconfortado y apoyarlo. 3) E~ esta interacción estaría tácito que el marido era poco convincente en su desempeño inepto e irresponsable porque no era un inepto y un irresponsable. 4) Con su síntoma, el marido quedaba maní· fiestamente en posición inferior a la esposa, pero encubiertamente en posición superior, ya que ella no lograba auxiliado. Quedaban así defmidas dos jerarquías incongruentes. Con la directiva de simu­lar, un aspecto de la jerarquía incongruente, aquel en el cual el marido era inferior a la esposa, se convertía en un juego de imagi-

. nación, y la incongruencia era resuelta.

3. La reorganización

La relación entre marido y mujer se reorganizó en una jerarquía congruente. A fm de establecer un mejor equilíbrío, se instruyó a la pareja para que pasase algún tiempo dialogando sobre sus respec· tivas tareas. Se defmió a la esposa como una mujer descuidada en lo sexual, y al marido, como responsable y protector en ese aspecto. Se le requirió a ella que tomase la iniciativa sexual y persiguiera a su marido -al ser perseguido, el marido quedaba en posición superior a ella, haciéndolo sentir deseado e importante-, y se alentó al marido para que expresara más abiertamente sus exigencias a la esposa. El éxito del marido en el trabajo se defmió como un éxito conjunto de marido y mujer mancomunados. En todo el trascurso de la terapia se hizo hincapié en los aspectos positivos y románticos del vínculo de pareja, particulannente con 1a directiva de que en vez de asistir a una sesión se fueran a almorzar juntos.

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9. Resumen: metáfora y poder

En este capítulo fmal repasaremos los :l:mentos fundamentales del enfoque de la terapia familiar estrateg¡.ca, y ofreceremos un resumen simplificado con algunos comentarios adicionales.

La unidad

El presente enfoque forma parte de la orienta~~ón f~ar de la terapia. Sólo en los últimos tiempos la concepc10n ~amiliar s~ ha conquistado un respetable lugar en el mundo profesto~al, Y stgue habiendo una desconcertante renuencia a aceptar una ulll:dad mayor que el individuo. Descubrir que este no es mas que una pteza de una organización más amplia parecería, de alguna ;nanera, menoscabar}~. La situación es quizá comparable a la moles~a que p~ovoca adv:rtir que somos criaturas semejantes a las horn_ugas, abeJas Y term1tas, partes componentes de sociedades colecti~s que se comportan como organismos. Al contemplar a su especte, e.l ser h~mano se !e· húsa a pensar que cada individuo, pes~ a ~~ smgulanda~, es .solo una parte, un componente de una orgaruzac10n dotada de mteligen· da propia (Thomas, 1979). . . . .

Freud señaló que a lo largo de la histona de la ctencm se habtan asestado tres grandes golpes al concepto que el hombr~ tiene de sí mismo: el primero fue el descubrimien~o de que la Tterra no es el centro del universo; el segundo, la teona de que el hombre des­ciende de los animales; el tercero, la de que es impulsado por poderes inconcientes que están en su interior y que él es inc~paz de gobe~~ · Haley (1967b) ha sugerido que un cuarto golpe ha ~d? 1~ afi~acton de que la "causa" de su comportamie~to no esta .slqutera s1t~ada en su interior sino en el contexto ex tenor; vale dectr, que la urudad es más amplia que el individuo.

Más desagradable aún que la idea de que el hombr~ .no ocupa .el punto focal es la que sostiene que la unidad es la f~milia -la. soc1e· dad colectiva de inteligencia autónoma-. ¿Por que no podnan ser el grupo de pares o de amigos la unidad social? ¡,0 el grupo de tra· bajo, el grupo de estudios, la comunidad en la que se vive; ~ muchos de nosotros estas organizaciones nos parecen tanto o mas Importan· tes que la familia. Sin embargo, cuando se desarrolla una conducta

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sintomática -del mismo modo que en el drama griego, cuando se expresa la tragedia-, la famiJia es el organismo habitualmente más significativo. Si es preciso intervenir en otras organizaciones, es a través de la familia que estas intervenciones operan con máxima eficacia.

Poder

Una vez que comenzó a aceptarse a la familia como unidad, empezaron a reconocerse asimismo las cuestiones de poder. Pero la idea de que la conducta de una persona está determinada por la influencia de otra ha provocado rechazo en muchos inteligentes pensadores. Hasta se llegó a afirmar que el poder puede ser un mito, una metáfora peligrosa de la que hay que desconfiar (Bateson, 1980). Es imposible ignorar, empero, la gravitación de una nación sobre otra o el poder que tienen los ricos sobre los pobres.

Todo debate acerca del poder hace surgir antagonismos en mucha gente, para quienes la idea de la manipulación del poder es más objetable aún en un campo tan ''benevolente" como la terapia. Pero el poder es un factor importante de las relaciones humanas, y si la tarea de uno consiste en reorganizar familias, constituye una preocupación fundamental. Cuesta imaginar que pueda desestimarse la relevancia del poder para las relaciones humanas, siendo que hay personas que encarcelan a otras personas, las asesinan o dedican su vida entera a servirlas. Por lo general, el poder es impugnado porque se piensa en él en términos del daño o la influencia recíproca que ejercen las personas movidas por razones egoístas; no obstante, este punto de vista deriva de una teoría de la motivación y no de una teoría del poder. El poder puede ser benigno o maligno, según cómo se lo use. Si se parte de la base de que la gente es hostil, agresjva y explotadora, el poder es un concepto negativo, pero si se piensa que está impulsada por motivaciones benevolentes, serviciales y cordiales, el poder pasa a ser un medio para alcanzar fmes positivos.

Influencia interpersonal

La cuestión del poder está relacionada con la influencia interper· sonal, que se produce en planos a veces difíciles de comprender. Tómese el ejémplo de la verruga que da Thomas (1980). Una ve­rruga es "el elaborado aparato de reproducción de un virus.,; es una dura excrecencia sobre la piel, en la que prosperan los virus, pero que puede suprimirse mediante una orden impartida bajo

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sugestión hlpnótica -aunque en la actualidad se cree que en la . supresión de las verrugas intervienen complejos mecanismos inmu­nológicos-. Thomas se maravilla de la capacidad del inconciente, que "manipula los mecanismos necesarios para eludir el virus y despliega en el orden apropiado las diversas células para el rechazo tisíológico". Apunta este autor que, aun cuando la inmunología no tenga nada que ver y todo lo que ocurra sea una interrupción local del aflujo sanguíneo, esta es una tarea gigantesca. Si comprendiéra­mos cabalmente lo que acontece cuando se suprime una verruga mediante hlpnosis, "comprobaríamos que existe en cada uno de nosotros una superinteligencia infinitamente más sagaz y dotada de mayor sapiencia técnica de lo que nuestras actuales intelecciones nos hacen suponer" (1980, pág. 63). Thomas parece presumir que es el propio poseedor de la verruga el que la elimina; que el hlpno­tizador le habla al "inconciente" del sujeto para que haga desapare­cer la verruga, y el inconciente lo hace. Sin embargo, quien elimina la verruga es el hlpnotizador tras establecer con el sujeto un contrato que le permite influir en el funcionamiento orgánico autónomo de este último. Sí llegáramos a entender de qué manera se establece ese contrato entre el hlpnotizador y el sujeto, nos encontraríamos con una clase de influencia interpersonal de extraordinario poder y precisión. Si comprendiéramos la interacción entre el hlpnotizador y el virus alojado en la piel de otro individuo, así como la relación entre hlpnotizador, sujeto y virus, sabríamos infinitamente más que ahora sobre el influjo de unas personas sobre otras. Si existe la posibilidad de que una persona haga valer de tal modo su influen­cia sobre otra para que operen los sutiles y complicados mecanismos que suprimen la verruga, ¿qué otras clases de influencia serían acaso posibles?

Ayuda benevolente

Hemos destacado en este libro los aspectos protectores y benevo­lentes de la influencia interpersonal. Se ha sugerido que los integran­tes de la familia influyen benévolamente uno en el otro de maneras que son a menudo desafortunadas: en vez de resolver un problema, apartan de él, impiden su resolución y crean un nuevo problema.

La conducta perturbada de un nifio ayuda a los padres a centrar en él su inquietud, les da respiro frente a sus propias dificultades y un motivo para dejarlas de lado. Por ejemplo, tal vez una madre se ajetree tras los problemas de su hlja en vez de empefiarse en mejorar las fallas de su marido, o en vez de dedicarse a su propia carrera profesional, lo cual puede ser perturbador para el marido. Las difi· cultades de un hljo pueden hacer que el padre se sienta necesario en momentos en que su esposa lo rechaza. El nifio protege a los

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l padres en formas que lo presentan como desvalido, a causa de su conducta pertuibada, pese a que en su carácter de auxiliador bene­volente es poderoso.

El comportamiento sintomático de un cónyuge puede proteger al otro al convertirlo en el auxiliador y defmirlo como la persona idónea en el matrimonio. También puede ayudar suscitandá una interacción benevolente e impidiendo una separación.

Son muchas las maneras en que la gente puede protegerse y auxiliarse. Si alguien es atacado, otra persona puede intervenir y atacar a su vez al atacante, o atraer sobre sí el ataque dirigido contra el otro, o desmayarse y hacer que la atención del atacante se aparte de la víctima y recaiga en ella, y hasta puede atacar a la víctima de un modo menos dafiino para esta, remplazando así al atacante original: La protección adopta muchas formas, y no siempre se manifiesta como un gesto amable y benevolente; hay formas de protección muy indirectas que de hecho implican dafiar a los demás. Por ejemplo, no es raro que se elimine un tipo de dolor infligiendo otro tipo de dolor. La ayuda brindada puede ser infortunada para la persona a quien va dirigida, y muy distinta de la que esta hubiese preferido. Ciertas variedades de protección no resuelven un problema sino que crean otro nuevo, a veces peor.

Se plantea el siguiente interrogante: ¿No es casi inimaginable que un nifio recurra a una conducta sintomática tan excesiva y extrema, en su intento de solucionar un problema parental que con frecuencia es, en comparación, leve? Quizá sea oportuno volver a dar aquí un ejemplo tomado de la biología. Bateson (1 980) y otros autores han destacado que la naturaleza es siempre excesiva. El hombre genera millones de espermatozoides para que sobreviva uno, los peces ponen millones de huevos de los cuales sólo unos pocos serán fecundados, para que crezca un solo árbol se esparcen millones de semillas. La naturaleza produce en demasía con el fm de asegurar que se cumplan sus objetivos. Tal vez la conducta sintomática tenga idéntica característica, y sea exagerada con el objeto de alcanzar una fmalidad comparativamente secundaria.

Thomas (1 980) ha sugerido que las cosas que andan mal en un sistema social complejo pueden ser el resultado de los esfuerzos de alguien por ayudar, y que la mejor intervención posible quizá fuera, no introducirse en el sistema y cambiar las cosas, sino "acercarse con cautela y eliminar simplemente al que intervino" (pág. 90). Este último, a quien Thomas denomina el "entrometido" [meddler], interviene en el sistema desde afuera. Uno de los ejemplos que da es el de la sífilis: todo lo que hay que hacer para curar esta enferme­dad es eliminar prontamente al "entrometido", el microorganismo que la provocó. Antes de saber que la espiroqueta es la causa de la sífilis, la entrometida era la medicina, que en sus vanos intentos de curación afiadía a la dolencia ya existente la agresión física. Otro ejemplo que da Thomas es el del profesor Calhoun, quien demostró

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que cuando las ratas viven en aglomeración se genera una patología social maligna. Sefialó Thomas que el problema no radicaba en la tendencia de las ratas a desviarse del buen camino, "sino en el cien­tífico que, sacándolas del mundo en que vivían, las introdujo en una pequefia caja" (1980, pág. 92).

Todo esto tiene dos consecuencias para el trabajo terapéutico. Una es que si bien el terapeuta debe entrometerse, tiene que hacerlo, al menos, con precaución. La segunda es que eliminar al entrometido puede constituir un tipo de injerencia sumamente desafortunada {v. gr., una hospitalización). Aquí la solución no es tan sencilla como en el caso de la sífilis o del profesor Calhoun.

Una alternativa propuesta en el presente libro consiste en identi­ficar al entrometido, al auxiliador benevolente de la familia, e intervenir de modo tal que la índole de su ayuda se modifique y resulte más provechosa para todos. No obstante, la tarea de identi­ficar esa ayuda benevolente es compleja. La ayuda benevolente se desarrolla en secuencias en las que están comprometidos varios miembros de la familia. Por ejemplo, un hijo tiene una conducta sintomática beneficiosa para sus padres, quienes se centran en él · para ayudarlo a superar-sus dificultades; esta solicitud benévola de los padres perp:túa la función de la conducta sintomática del hijo, y este queda mas desvaJ.ido que antes, de un modo que ayuda a los padres. Nunca hay un solo entrometido en una familia: la ayuda benevolente es una tarea conjunta.

Planificación del futuro

Quizá sea difícil aceptar que un niño puede ser tan inteligente como para planear un síntoma a fm de auxiliar a sus progenitores. Resulta poco concebible que al desarrollar el síntoma el nmo esté planificando la reacción de los demás ante su conducta. ¿Cómo sabe que su padre se recobrará de sus propias dificultades para venir en su auxilio? ¿Acaso se basa para ello en el ensayo y el error? ¿O es el padre quien provoca la conducta sintomática del hijo, para· luego poder ayudarlo y liberarse así de sus dificultades a la vez que se convierte en un padre idóneo?

Lo cierto es que, por improbable que parezca, a todas luces los niños poseen esa inteligencia para planear las interacciones humanas. Más aún: también la poseen las aves aéreas y las bestias terrestres. Véase, por ejemplo, la descripción que hace Thomas (Ferris, 1980) de una variedad de escarabajo, el "manducador de la mimosa":

"El motivo por el cual tanto me complace es que constituye un excelente ejemplo de planificación del futuro, de real previsión en un ser viviente que, como es obvio, carece de un sistema nervioso

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central desarrollado. Es atraído hacia la mimosa; no vive en ningún otro árbol. Trepa por el tronco de la mimosa; avanza por una rama y hace una hendidura longitudinal con su mandíbula; luego pone allí los huevos, tapando todo casi de inmediato para que no se note nada. Después retrocede por la rama y dedica un par de horas a hacer una incisión circular en tomo a ella. Es una obra de ebanis­tería, como la del castor. Hecho esto, ha concluido su tarea. La inci­sión es lo bastante profunda como para impedir la circulación de la savia por la rama. El escarabajo se aparta y la rama muere. Al primer viento que sople, se quiebra y cae; las larvas, que han quedado así sobre un leño seco, pueden entonces incubar, y el ciclo se reinicia. Ahora bien: ¿cómo ha logrado la evolución vincular entre sí estos dos actos separados que, si uno piensa en ellos -o si el escarabajo piensa en ellos- parecen tan desconectados? Todo ocurre como si se los hubiera planeado. El escarabajo quiere poner sus huevos en la mimosa porque este árbol lo atrae, por algún motivo. No puede sobrevivir en la madera viva, y el procedimiento más conveniente para matarla es rodearla de esa incisión circular" {1980, pág. 128).

Si este pequeño escarabajo planea las cosas con tanta sutileza, ¡con cuánta mayor complejidad y misterio lo harán los seres hu· manos!

El escarabajo tiene un plan, pero no puede no tenerlo: no puede dejar de seguir ese plan. Entre los humanos, bien puede suceder que el hijo que ayuda a sus padres no pueda dejar de ayudarlos. Tal vez se fmje la ilusión de que puede detener sus actos, de que procede de modo deliberado, pero forma parte en realidad de un sistema que tiene una fmalidad propia.

Jerarquía

Otro aspecto del poder sobre el cual se ha insistido en esta obra se refiere a la jerarquía y la organización. Así como el poder puede ser benigno o maligno según cuál sea la teoría sobre la motivación, así también la existencia de una jerarquía donde unas personas son superiores a otras puede considerarse deseable o indeseable. La visión que cada cual tenga sobre ello dependerá de la función y fmalidad que atribuya a los que ocupan las posiciones superiores. En un grupo de terapeutas en formación, un pastor bautista comentó en una· oportunidad que una de las ventajas de su religión era que

ha .. "nadie está por encima de mí para decirme lo que tengo que cer • Más tarde, uno de los profesores, que era católico, ~o la si~nte reflexión: "¡Qué solos que están estos pastores bauí!stas! No ~en a nadie por encima de ellos que los ayude": ~1 bautiSta Y e! catolico tenían diferentes concepciones sobre la functon de un supenor.

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En todas las organizaciones hay una jerarquía, en el sentido de que ciertas personas poseen más poder y responsabilidad que otras para determinar lo que se va a hacer. Los padres son legalmente responsables de proveer y cuidar a sus hijos. Se supone que cuando los nifíos se vuelven adolescentes, sus padres renunciarán a una parte de ese poder, para que aquellos se hagan poco a poco responsables de su propia vida. Y cuando los adolescentes llegan a la adultez, los padres dejan de ser legalmente responsables por ellos y la relación entre padres e hijos cambia, tomándose cada vez más igualitaria.

En un matrimonio, generalmente los cónyuges abordan esta cues­tión jerárquica dividiéndose esferas de poder y responsabilidad. Esta división puede hacerse de diversos modos. Por ejemplo, uno de ellos tomará quizá todas las decisiones relativas al manejo del dinero, y el otro las relativas a los parientes. En otra pareja, un cón­yuge puede decidir todo lo vinculado con los hijos y el otro todo lo vinculado con los amigos. Quedan así definidas varias jerarquías; en algunas esferas un cónyuge es superior al otro, e inferior en otras esferas.

La organización jerárquica de la familia comprende la dominación que unos miembros ejercen sobre otros, las responsabilidades que asumen y las decisiones que toman sobre ellos. También comprende la ayuda, protección, consuelo y cuidado que brindan a los demás, así como sus intentos de modificarlos. Dada la índole de la posición que ocupan los padres en la jerarquía, es más frecuente que ellos ayuden y protejan a sus hijos, y no a la inversa. En este sentido, los padres tienen más poder que -.sus hijos. Dentro de una pareja, cada cónyuge ayuda y protege al otro en diferentes momentos y situaciones.

Si un nifío presenta un síntoma o un problema de conducta, sus progenitores expresan su preocupación por él ayudándolo, protegiéndolo o castigánqolo. La conducta perturbada del hijo le confiere poder sobre sus padres, quienes pese a centrar en él sus inquietudes no logran ayudarlo ni cambiarlo. Así, el nífío goza de poder sobre sus padres y a menudo determina qué hará la familia, sobre qué conversará, en qué empleará su tiempo, etc. Pero como se trata deun hijo perturbado o sintomático, los padres tienen que cuidar aún más de él. Se establecen entonces dos ordenamientos jerárquicos conffictivos en la familia. Tanto los padres como el hijo están, simultáneamente, en una posición recíproca superior e infe­rior. Esta incongruencia jerárquica puede convertirse en una lisa y llana inversión si los padres pierden toda autoridad sobre un adolescente o un joven que los domina infundiéndoles terror con su conducta extravagante o violenta o sus actos delictivos.

Sí es un cónyuge el que desarrolla una conducta sintomática o problemática, quedan defmidas simultáneamente dos jerarquías incongruentes en la pareja. En una, dicho cónyuge se halla en posi­ción inferior por su desvalimiento y su conducta perturbada, en

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tanto que el otro se halla en la posición superior del auxiliador. Pero al mismo tiempo el esposo sintomático se halla en posición superior al no ser influido ni ayudado por el otro, y este se halla en posición inferior por fracasar en sus esfuerzos de ayuda y porque su vida pue~ de girar totalmente en tomo de las necesidades y problemas de su cónyuge.

Un síntoma es un mensaje incongruente, por cuanto la persona sintomática se conduce de una manera desafortunada e inapropiada y a la vez niega que pueda controlar su conducta, dado que esta es involuntaria. Citemos a Haley: "Desde el punto de vista de la comu­nicación la conducta sintomática representa una incongruencia entre un nivel' de mensaje y un nivel metacomunicativo. El paciente hace algo extremo, o elude hacer algo, y afirma que no es él el que ~? hace 0 no lo hace, porque no puede dejar de actuar de ese modo . Un síntoma es un mensaje incongruente, pero, dentro de un con­texto más amplio, puede considermelo adecuado a una P?sició~ incongruente en la jerarquía. Si a una persona ~ 1~ defme Slm~lta­neamente como poderosa y desvalida, se conducua en forma smto­mática reflejando esa posici~n jerárquíc~. incongruente. ~i una p~r­sona es poderosa pero desvalida en relacmn con las demas, estas tie­nen que ser consecuentemente poderosas pero desvalidas en relación con ella: el poder y el desvalimiento sólo pueden defmírse en rela­ción con los otros. Una jerarquía incongruente es una estructura orga­nízacional en la que se produce el comportamiento sintomático.

Metáfora

La gente se comunica en forma analógica: sólo puede atribu~ significado a sus mensajes dentro del contexto de otros mensajes. Por lo común un mensaje analógico tiene un segundo referente, distinto de aq~el que se expresa en forma e_xplí~í:a, Y tamb~én por­ta consigo un requerimiento o una orden unphcttos; por ejemplo: una esposa que le dice a su marido: "Tengo dolor de cabeza", esta explícitamente declarando algo sobre un estado interno de ella, pero a la vez puede estar expresando analógic~~~te su descontento con la situación que le toca vivir, y estar requmendole a su esposo que la ayude más con los nifíos. . . .

Todo comportamiento humano puede concebrrse como analog¡co y metafórico de diversas maneras y en distintos planos de abstrac­ción. Un comportamiento es analógico respecto de otro cuand~ ambos se asemejan en algún aspecto, aunque sean diferentes en to~o los demás. Un comportamiento es metafórico con resp;cto : 0 ~ cuando lo simboliza o cuando es utilizado en, l~gar e e~_!; .

• . d .d rse analog¡ca y me~.CUunca conducta sintomatica pue e const era en determinados aspectos específicos:

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1 . Un síntoma puede ser una declaración acerca de un estado interno y también una metáfora de otro estado interno del mismo individuo. Por ejemplo, el dolor de cabeza de un hijo puede estar expresando más de un tipo de dolor.

2. Un síntoma puede ser una declaración acerca de un estado in­temo y también una analogía y una metáfora de síntomas o estados internos de otra persona. Por ejemplo, el chico que se niega a ir a la escuela tal vez exprese, no sólo sus propios temores, sino los de su madre. Su temor es analógico respecto del temor de la madre (ambos temores son similares) y también metafórico (el temor del niño simboliza o representa el de la madre).

3. La interacción entre dos miembros de una familia puede ser una analogía y una metáfora, remplazando a la interacción de otra díada de la familia. Por ejemplo, si un marido vuelve a su hogar atribulado e inquieto, tal vez su esposa procure consolarlo y tran­quilizarlo. Si un hijo del matrimonio desarrolla un dolor recurrente cuando el padre vuelve al hogar intentará consolar y tranquiliza; al niño del mismo modo en que su esposa lo hizo antes con él. Esta ayuda benévola del padre hacia el hijo impedirá, al menos durante el tiempo en que se ocupa del niño, que se vincule con su esposa como un ser desvalido. La interacción entre padre e hijo habrá remplazado así la que se desarrollaba entre marido y mujer.

4. El sistema de interacción en tomo de un síntoma de uno de los miembros de la familia puede ser una metáfora sustitutiva de otro sistema de interacción en tomo de otra cuestión familiar. La madre, el padre y los hermanos de un chico pueden centrar su ayuda solícita en el problema de este, de un modo que guarda analogía con el que utilizaban con un problema del padre, antes de que surgiera el problema del chico. Al convertirse en foco, el problema del hijo impide la interacción en tomo del problema del padre.

5. Puede haber en las familias una variación cíclica del foco de interacción: a veces, estará centrada en un hijo sintomático, otras veces en el problema de uno de los progenitores o en una dificultad de la pareja; pero la interacción no se habrá modificado, en cuanto al desvalimiento y la incongruencia.

La distinción entre el nivel literal y el nivel metafórico de los mensajes es "tema de debate en la psicopatología contemporánea. El desarrollo del psicoanálisis, de las teorías sobre la esquizofrenia y de la psicología de la guestalt revela una preocupación por la metáfora. Estas teorías han estado plagadas de confusiones acerca de la comunicación y de las ideas sobre la comunicación. Korzybski (1941) y el movimiento de la semántica general brindaron algunos esclarecimientos al destacar que el mapa no es el territorio. El psicoanálisis es íntegramente una teoría de la metáfora que confunde mapa y territorio; por ejemplo, el drama edípico no se concibe en

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él como una metáfora o un mapa, sino que se lo toma como un acontecimiento literal. Se ha descript~ a la. esquizofrenia co.n:o una dificultad para discriminar entre el ruvel literal y el metafonc_:> de los mensajes, y generaciones enteras de_ tera~e~tas se han empe?ado en comprender las metáforas del esqmzofreruc~, e~ la creen~Ia ~e

esa comprensión los llevaría a resolver el nusteno de la psicosiS. que . · · · 'al f d 1 Todas las terapias psicodinanucas y expenenci es se . un ~ en . a comprensión de las metáforas del lenguaje adulto Y d~l JUe?o m~antil.

Si bien el aporte de este libro se sitúa dentro de d1ch~ m:eres por las ·metáforas, se han introducido en él ~uevas c?~phcacione_s, al describir las secuencias metafóricas de la mteracc10n. I:a metafora de un sistema y la metáfora de un sueño no son ~e~ nusmo. orden. El foco de la metáfora expresada por una secuencia mteraccional es de un orden distinto que el foco de la metáfor~ ex.~resada e~ _un mensaje 0 en un acto. Al concebir que la comumcac10n_ metafon~a no se expresa únicamente en mensajes individuales, smo ~demas en relaciones y en sistemas de interacción, se pasa a un mvel de

análisis diferente. . . . La terapia familiar estratégica comparte con la terapia psico-

dinámica individual y con la terapia experiencia! el hecho de tomar como foco la comprensión de la metáfora, ~ c~~parte con. ~as terapias familiares la preocupación por la organ:zacion ~e.la familia. Estas dos inquietudes confluye? en u.na tera~m estrateg¡ca basad~ en la modificación de las metaforas mteracciOnales y en la maru-pulación del poder d~ntro de las familias.

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