714 / ways to die

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    SIETE MANERAS DE MORIR

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     Juan Tazón 

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     Juan Tazón 

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    Que la vida te enseñe prontoque solo existe el presente.

    | RELATOS |

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    Siete maneras de morir   Juan Tazón

    © 2016 Juan Tazón© 2016 Editorial Sapere Aude (de la edición)

    EntreAcacias, S. L.[Sociedad editora]

    Mieres de Limanes, 1733199 Siero - AsturiasESPAÑATel.: (+34) 985 79 28 92

    [email protected]@editorialsapereaude.com

    1ª edición: marzo, 2016

    ISBN (edición impresa): 978-84-944883-8-2ISBN (edición digital): 978-84-944883-9-9

    Depósito Legal: AS 00341-2016

    Ilustraciones:

     Juan TazónImpreso en EspañaImpreso por Ulzama

    Reservados todos los derechos. Queda prohibida, salvo excep-ción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distri-bución, comunicación pública y transformación de esta obra sincontar con la autorización de los titulares de la propiedad inte-lectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser

    constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 yss. del Código Penal).

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    ÍNDICE

    La noche de la humanidad 13

    Here’s a Wishing Will 27Un cuento para Will 33

    Rocroi Blues 71

    Ahasuerus 79

    La última historia de Jimmy O’Rourke 107

    Un pequeño incidente en el campus 121

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    LA NOCHE DE LAHUMANIDAD

    IExtendió la mano una vez más hasta palpar la pared de

    piedra. La frialdad de la superficie penetró entonces ensu ser como lo había hecho el colmillo de Kruk hacía

    muchas lunas hasta hacerle temblar y castañetear losdientes. Había sentido algo parecido dos veces antes

    desde que se hubiera internado en la parte más profun-da de la caverna, pero no con tanta intensidad. Y eso

    solo podía significar que había hallado un lugar propi-cio en el oscuro y lóbrego vientre de la gran madre

    desde el que poder entender el mensaje que el vientohabía traído hacía dos soles. Nadie, salvo él, lo había

    comprendido. Ni siquiera Uuna. Y eso daba la razón a

    los espíritus: solo un hombre, elegido por ellos, podía

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    penetrar en el oscuro silencio, más allá de la gran ma-nada de bisontes. Era allí, estaba seguro; ese era el lu-gar, y eso le obligaba a dejar la huella de la palma de la

    mano sobre la húmeda superficie. Lo haría con delica-deza, extendiendo la grasienta arcilla entre sus dedos

    hasta que penetrara en la piedra. Esa masa llevaba susangre, que la gran madre reconocería al instante. Sería

    ella quien entonces despertaría a los cazadores que yano estaban entre el clan; los mismos que habrían de ha-

    blarle sobre los animales a acechar y a abatir cuyo ras-tro había traído la brisa.

    Cerró después los ojos para poder sentir una segundaoscuridad. Podía ahora incluso llegar a oír el bramido

    del gran agua, la que nunca dormía, a través de la pie-dra. Sí, había hallado un lugar propicio; uno que con

    anterioridad ningún guardián de la cueva, ningún ele-gido para llevar la gran piel, había encontrado. El hecho

    presagiaba lo mejor. Solo faltaba el fuego a su alrede-dor, que no llegaría a él hasta que hiciera hablar a la

    gran caracola desde la parte más inaccesible de aquel

    lugar. Entonces, cuando lo hiciera, cuando el gran au-llido se pudiera escuchar a lo largo del gran vientre,

    vendrían… aterrorizados en su desamparo: los cacho-

    rros llamados a unirse a los cazadores del clan cuando

    la gran luz del día volviera a estar en lo más alto de la

    gran bóveda exterior. Nunca antes habían penetrado enel oscuro secreto, obligados, como habían estado hasta

    ahora, a seguir a las hembras del grupo en sus tareas

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    cotidianas. Por eso mismo no habían visto jamás la granmanada. ¿Qué harían cuando las pequeñas lenguas defuego despertaran a los bisontes? Podía verse a sí mis-

    mo en el sueño de las lunas pasadas, cuando por pri-mera vez le había sido desvelado el gran secreto del la-

    berinto: había sido el único entonces que había ahogadoel grito; el único que había podido sostener la mirada

    frente al elegido por los espíritus en aquel entonces pa-ra cubrirse con la gran piel. Por esa razón… le habían

    apartado del resto. Por esa misma razón había hundidola hoja de sílex en el pecho del anterior guardián de la

    cueva: porque era diferente. Era eso lo que le había da-do el derecho a matar para poder ocupar luego aquel

    lugar. Siempre había sucedido así; y habría de volver aocurrir: un hecho tan inmutable como lo era la partida

    hacia el mundo de las sombras; algo de lo que nadiepodía huir. ¿Se encontraría entre el grupo de lobeznos

    humanos su sucesor, aquel a quien correspondiera lle-var a cabo su sacrificio? Habría de ser, cuando llegara,

    alguien especial. Como lo era él: nadie más en el grupo

    poseía su magia; una de un tipo que le permitía entre-ver el mañana en la bruma, siguiendo el eco de las vo-

    ces de los espíritus en su interior. Pero eso solo aconte-

    cía allí: en la pétrea oscuridad donde a los cazadores

    del ayer les era dado dejar oír su voz con claridad des-

    de su mundo.No siempre, sin embargo, esos hombres que habían

    visto otras lunas acudían a la llamada. Pero si esta vez

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    lo hacían, ¿qué dirían? ¿Le hablarían, como lo habíanhecho otras veces, para hacerle entender el lugar máspropicio para la matanza? Había ocurrido en muchas

    otras ocasiones, siempre cuando la gran luz en el exte-rior brillaba baja en el horizonte: la piedra, al ser toca-

    da, dejaba oír voces que susurraban líneas que él debíadibujar sobre la pared. Luego, cuando esas voces se

    desvanecían, quedaban solo esos rasgos sobre la super-ficie: una trama que solo él podía superponer sobre el

    paisaje que el clan habitaba. No eran otra cosa: trazosque explicaban hendiduras del terreno, elevaciones…

    cursos de agua… el exterior en el interior; una réplicaexacta, dictada desde las sombras, del mundo que el

    clan habitaba; de espacios que, en ocasiones, habían deser hallados más allá de los confines conocidos por la

    muta de cazadores y que él debía explorar con antela-ción a todos.

    Abrió los ojos para retornar al mundo al que todavíaestaba atado y repasó mentalmente las preguntas que

    nunca había hecho. Las mismas que había tenido que

    responder en un confuso ayer; en un tiempo en el queno había sentido, como solía ocurrirle en el presente, el

    agudo y lacerante dolor en sus piernas y dedos traído

    por la piel blanca que todo lo enfriaba ¿Por qué, pensó,

    sentía ese impulso a recordarlas? ¿Quién le inducía a

    hacerlo? ¿La gran madre de la noche? ¿Acaso le llama-ba a su seno? Se giró con lentitud para evitar un golpe

    fatal contra la piedra. Ansiaba ver la luz, respirar la bri-

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    Fue entonces cuando lo oyeron: un sonido ronco ycreciente, surgido de las entrañas de la tierra y que exi-gía decantarse por una de las dos opciones que los tres

    habían comprendido con antelación. O bien respondíana esa llamada, internándose en la noche del vientre pa-

    ra hacer frente a lo desconocido, o bien la rechazaban,en cuyo caso habrían de unirse de por vida al grupo de

    hembras y sufrir, como Atlac, el obligado aislamientodurante una luna cuando las noches fuesen cortas.

    De los tres fue el más pequeño, Ötz, el primero en de-cidirse a entrar, un hecho éste que le imponía la obliga-

    ción de portar el fuego. Miró a su alrededor, sin embar-go, antes de dar el primer paso: Özil y Muut mantenían

    la mirada hundida en el suelo a la vez que los cazado-res se perdían en la lejanía por la pequeña pendiente

    arbolada que daba acceso a la caverna.Caminó a continuación con precaución hasta el límite

    en que la luz del exterior se perdía, comida por las ti-nieblas. Sin volverse a mirar se dio cuenta entonces de

    que Özil le seguía y eso le dio nueva confianza: si hu-

    biera sido necesario se habría internado en solitario, pe-ro prefería hacerlo en compañía. Muut, como compren-

    dió al instante, había decidido quedarse atrás, y eso les

    debilitaba, pero con todo dos siempre serían más fuer-

    tes que uno, incluso a pesar de la dificultad que Özil

    tenía para no delatar su avance. Esa manera de arras-trar el pie desde que se hubiera herido en el cauce le

    traicionaba: nunca sería buen cazador, aunque sí quizá

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    un hábil pescador. Pudiera ser que la gran madre lehubiera señalado así para que se encargara de esa ta-rea.

    Instintivamente los dos cachorros se movieron a par-tir de ese instante pegados a la pared que podían tocar

    con la mano que indicaba el sentido del giro cuando elclan bailaba para celebrar la llegada de las noches cor-

    tas; la misma que utilizaban para llevar el primer boca-do a la boca. Las paredes de piedra se estrechaban en

    ese tramo y la pendiente era más marcada ¿Era eso loque debían entender: que estaban siendo engullidos por

    una gran garganta que, a su vez, se convertiría en elútero que los devolviera a la vida en su retorno?

    Se detuvieron cuando llegaron a la primera bifurca-ción. El paso a su derecha seguía siendo angosto, pero a

    su izquierda podían ahora entrever a la luz de su tenuellama una segunda boca hacia una parte de la cueva en

    la que el suelo se elevaba ligeramente haciendo posibleque el techo estuviera al alcance de la mano. Permane-

    cieron en absoluto silencio durante unos segundos in-

    tentando descifrar en la oscuridad sonidos u olores quedelataran otras presencias. Nadie en el grupo de caza-

    dores les había preparado para esto. Nadie había dado

    detalles del camino a seguir. Debían pues elegir por sí

    mismos. Pero ¿cómo hacerlo en ausencia de indicios

    que les guiaran?Fue entonces cuando lo oyeron procedente del inte-

    rior a su derecha: el aullido de Kruk en la noche. Y eso

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    bastaba, al menos para Özil, a quien Ötz tuvo que cederel fuego para poderse adentrar en la nueva boca a suizquierda: la salida que les alejaba por el momento de la

    amenaza del colmillo ¿Era Kruk, sin embargo, quienhabía hablado realmente? Ötz había cedido al impulso

    de su compañero, pero la voz del instinto le decía quela seguridad se encontraba en la dirección contraria. Si

    de verdad se trataba de Kruk, éste no cazaría solo. Elclan se lo había enseñado desde sus primeros pasos:

    mataba en manada ¿No podría estar guiándolos ese au-llido hacia la zona de mayor peligro?

    El grito de Özil, a quien ahora veía señalar hacia el te-cho de la nueva cavidad, le sacó al instante de su ensi-

    mismamiento. Estaban allí, vivos y, sin embargo, suje-tos a la piedra: bisontes. Era eso. Ahora lo entendían

    ambos con claridad: la gran garganta les había dado ac-ceso al mundo de las sombras que los cazadores de

    otras lunas habitaban. Era allí donde Kruk quería queestuvieran, hacia allí les había guiado su voz, porque

    era allí donde surgía la vida: la gran manada del ayer y

    del mañana volvía a ese mundo después de haber en-tregado su carne y su piel al clan. Allí retornaban; de

    allí saltaban al mundo de la gran bóveda exterior: ese

    era su eterno viaje, cuyo secreto ahora se les desvelaba.

    No cabía, pues, preguntarse a qué región emigraba el

    aliento del que ya no podía acompañar al clan. Ahora losabían: el secreto de sus vidas se basaba en el retorno al

    vientre de la gran madre, donde habrían de acompañar

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    a los cazadores de otras lunas ¿Estaban ellos tambiénsujetos al retorno, como la gran manada?Entonces surgió, a su espalda y fría como la oscura lo-

    breguez de la que nacía: la pregunta que heló su alientoante el gran bisonte macho del techo. Solo Ötz pudo en

    ese instante hacer acopio de valor para contestarla trasintentar en vano aplacar el loco batir de su corazón.

    —¿Quién rasga el silencio de la noche?—Es —contestó el cachorro tras un breve y profundo

    suspiro que no consiguió ahogar— el… aullido… deKruk.

    —¡Sígueme! —ordenó tajante la voz.De repente le vieron, plantado ante ellos de súbito,

    surgido de la noche pétrea: el espíritu de la gran piel,alargando su mano para coger el fuego que habían lle-

    vado al interior en su avance y señalar a Ötz la senda aseguir. Caminaba, al igual que ellos, sobre dos piernas,

    pero su cabeza mostraba la cornamenta del ciervo y sucuerpo la piel del bisonte. Y como ellos… hablaba ¿Le

    convertía eso en hombre?

    —¡Ötz, y solo Ötz, me seguirá! Será él quien respondaa las preguntas.

    Özil se dejó entonces caer para replegarse sobre sus

    piernas y ver, abatido, partir al hermano hacia la parte

    más profunda del laberinto siguiendo el rastro de una

    llama que no tardó en ser engullida por las tinieblas. Elmiedo le atenazaba. Se sabía rodeado de animales que

    habían cobrado vida con el fuego. Podía sentirlos, oler-

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    los. Era eso lo que el espíritu de la gran piel había traí-do: el rastro imperecedero de la bestia ¿A dónde habíaconducido a Ötz? ¿Volvería a verle? Su soledad acre-

    centaba por momentos su debilidad y sus dudas.Se arrastró con dificultad hasta la bifurcación en un

    último intento por escudriñar la cavidad en la que ha-bía perdido a su compañero de viaje en las entrañas del

    laberinto. Pero la negra boca a su frente no ofrecía nadanuevo, ni siquiera un leve ruido que pudiera indicarle

    que Ötz seguía respirando. Y, sin embargo, esa vida la-tía en el interior del vientre, haciendo frente ahora a las

    rápidas preguntas del guardián de la cueva.—¿A quién habla Kruk, Ötz?

    Solo cabía una respuesta: la que el lobezno había de-ducido de lo que sus mayores le habían enseñado en su

    corta existencia durante aquellos años.—A sus hermanos.

    —¿Para qué?—Para que recuerden la ley.

    —Una que hacemos nuestra ¡Grítala!

    Fueron las palabras de Ötz que siguieron, acompaña-das de un nuevo y agudo aullido, las que acabaron con

    el largo y desesperante intervalo en soledad que había

    puesto a prueba los nervios de Özil.

    —¡Todos matan. Todos comen!

    —¿Por qué —preguntó entonces el guardián de lacueva con voz que a Ötz le pareció súbita y extraña-

    mente débil— ha de ser así?

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    El cachorro bajó la mirada para descubrir el rostro desu madre. Lo que el espíritu anhelaba saber nacía de él:—Porque todos hemos de ser uno con la manada, si

    queremos que la manada esté con uno.El espíritu se giró a continuación, muy lentamente

    como Ötz pudo comprobar en la penumbra, para diri-gir su vista a la pared de piedra, contra la que apoyó las

    astas de ciervo que portaba en su cabeza.—Así ha de ser, Ötz. Kruk nos lo enseña.

    Tendió entonces su mano para que el cachorro hu-mano la cogiera. Cuando lo hizo, el espíritu hizo que

    palpara la piedra en el mismo lugar exactamente en elque había dejado la impresión de su palma.

    —Cierra los ojos… y escucha Ötz.Conocía su nombre. Lo había repetido varias veces

    ¿Era Möt, el viejo que leía la bóveda exterior para elclan y cuya voz Ötz creía haber reconocido desde sus

    primeras preguntas? Creía que sí, como creía, al igualque el resto del grupo, que era alguien muy especial.

    Ahora le parecía entender bien por qué: habitaba dos

    mundos; servía de guía a unos y a otros, tanto a los se-res que ahora respiraban bajo la gran bóveda como a

    los que habían conocido otras lunas. ¿Por qué le había

    elegido a él?

    —¿Puedes oír sus voces, Ötz?

    —Sí.—¿Estás seguro?

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    Ötz repitió la misma respuesta, esta vez acompañan-do su palabra con un gesto de asentimiento.—¡Entonces cumple su orden! No temas nada.

    El lobezno notó en ese instante la frialdad en sumano. La de una piedra cuyas cortantes aristas pudo al

    momento sentir. No necesitaba verla a la luz de la llamapara saber lo que era o lo que habría de hacer con ella.

    Los cazadores de otras lunas se lo acababan de decircuando había palpado la húmeda pared: era una hoja

    de sílex. Y, como todas, se regaba con sangre.

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    HERE’S A WISHING WILL

    En 1987, y como resultado de unas profundas obrasde remodelación en una antigua residencia campes- tre isabelina de Warwickshire, un peón de albañilencontró escondido en una de las vigas maestras deltecho este testamento sin firma, legado en origen,

    muy probablemente, por un padre a su hijo. La da- tación del Museo Británico le atribuyó una antigüe- dad muy cercana a los cuatro siglos.1 

    Que la vida te depare ser justo y feliz, las dos únicas

    obligaciones en tu existencia.

    Que la injusticia que cometas, sea resultado de la amis-

    tad; y que en tu infelicidad sepas ver el breve instanteen el paraíso que todo día alberga.

    Que paladees el agridulce sabor del amor.

    Que el amor que se cruce en tu camino no sea imposi-

    ble.

    1 Este texto es original del autor, no un documento antiguo en-

    contrado en Warwickshire, como expone la trama narrativa. (N.del E.)  

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    Que el imposible amor de tu vida no la acorte.Que no veas máscaras en la amistad.

    Que el descubrimiento de la falsedad en el amigo sea

    temprano.

    Que la enfermedad no visite tu lecho.

    Que cuando enfermo, veas de cerca la muerte, seas co-

    nocedor del dulce y rápido remedio que acorte laagonía.

    Que la sonrisa del hijo endulce tu madurez con el fresco

    recuerdo de tu propia juventud.

    Que la ingratitud del hijo no termine con el último resto

    de tu sonrisa.

    Que no conozcas ni padezcas la guerra.

    Que en el combate no te falte valor para escoger al ami-

    go antes que la propia salvación.

    Que en la desgracia encuentres consuelo donde no exis-te.

    Que el desconsuelo no te impida ver la desgracia de

    otros.

    Que la risa no huya de ti en el dolor.

    Que aun roto por el dolor encuentres fuerza para hacer

    reír a los que te rodean.

    Que la ignorancia quede desterrada de tu entorno.

    Que asumas tu incapacidad para encontrar respuestas,

    y que al hacerlo seas uno con quien dijo: «Solo sé que

    no sé nada y ni siquiera de eso estoy seguro».

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    Que te sean revelados principios éticos que puedas yquieras asumir, y que te marquen una línea de con-ducta a seguir, incluso cuando ésta sea ajena a la del

    mundo que te rodea.

    Que tu estrella de la mañana sea la más brillante.

    Que en las zonas más sombrías de tu existencia haya

    siempre una luz, aunque sea imaginaria o distante.

    Que tengas lo suficiente para compartir.

    Que en la pobreza no te falte el orgullo.

    Que tu palabra sea breve, justa, sincera y leal.

    Que en la brevedad de la vida, en su injusticia, en su

    mentira y en su falta de lealtad, no renuncies nunca aldon de la palabra con el amigo.

    Que en el juego de dados, el cinco doble se prodigue.

    Que en los pocos instantes supremos de tu vida no te

    falte la gallardía para jugártelo todo a una carta.

    Que nunca tengas que rezar para pedir.

    Que tu mendicidad no suene a rezo.

    Que el extraño no te amedrente.

    Que tu miedo no se lea en tu cara.

    Que la lealtad sea tu más preciado don.

    Que tu deslealtad te llene de vergüenza.

    Que el engreimiento no te haga ser odioso.

    Que engreído caigas para poder levantarte, una vez

    más, con humildad.

    Que tu nombre sea recitado por el mañana.

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    Que tu epitafio rece: «Aquí yace un buen hombre cuyonombre nadie recuerda».

    Que la vida te enseñe pronto que solo existe el presente.

    Que no ignores que el tiempo pasado, como el que ha-

    brá de venir, no existe.

    Que sepas reconocer la sabiduría ajena.

    Que sepas reconocer la ignorancia ajena.Que vivas mucho tiempo, hijo.

    Que mueras después de haber añadido o corregido este

    mi testamento, para así hacer de él un báculo para tupropio hijo.2 

    2 Mi agradecimiento a Cristina Valdés, en su calidad de decana,por haber dado a conocer este texto a los licenciados de la pro-

    moción de Filología 2004-2009, Universidad de Oviedo, en su ac-to de graduación.