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WP-1208 Noviembre de 2018 Copyright © 2018 IESE. Última edición: 21/11/18 Oeconomicae et Pecuniariae Quaestiones: una reflexión desde la economía 1 ANTONIO ARGANDOÑA Profesor emérito de Economía y Ética Empresarial, Cátedra CaixaBank de Responsabilidad Social Corporativa, IESE Resumen Análisis, desde las perspectivas económica y ética, del documento Oeconomicae et pecuniariae quaestiones, publicado por la Congregación para la Doctrina de la Fe y el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, de la Santa Sede. Palabras clave: Crisis financiera, Doctrina Social de la Iglesia, Economía, Ética, Finanzas 1 Publicación colectiva de AEDOS.

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WP-1208 Noviembre de 2018

Copyright © 2018 IESE. Última edición: 21/11/18

Oeconomicae et Pecuniariae Quaestiones: una reflexión desde la economía1

ANTONIO ARGANDOÑA Profesor emérito de Economía y Ética Empresarial, Cátedra CaixaBank

de Responsabilidad Social Corporativa, IESE

Resumen

Análisis, desde las perspectivas económica y ética, del documento Oeconomicae et pecuniariae quaestiones, publicado por la Congregación para la Doctrina de la Fe y el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, de la Santa Sede.

Palabras clave: Crisis financiera, Doctrina Social de la Iglesia, Economía, Ética, Finanzas

1 Publicación colectiva de AEDOS.

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WP-1208 Oeconomicae et Pecuniariae Quaestiones: una reflexión desde la economía

2 IESE Business School-University of Navarra

Índice

Introducción ............................................................................................................................ 3

Oeconomicae et pecuniariae quaestiones ................................................................................. 3

Los niveles del documento ............................................................................................................ 5

Sentido positivo de la actividad económica y financiera .............................................................. 7

La actividad financiera, al servicio de la economía real ................................................................ 8

La dimensión relacional de la persona y el objetivo de la actividad económica ............................... 8

Libertad y asimetrías de información .......................................................................................... 10

Diversidad y cooperación ............................................................................................................ 12

El papel del Estado ...................................................................................................................... 12

Las empresas y las entidades financieras ................................................................................... 14

Conclusiones ......................................................................................................................... 16

Referencias ........................................................................................................................... 18

Obras de la Doctrina Social de la Iglesia .................................................................................. 19

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IESE Business School-University of Navarra 3

Introducción

En el verano de 2007, los mercados financieros se vieron sacudidos por los primeros acontecimientos de lo que en poco tiempo llegó a ser una grave crisis financiera mundial2. Lo que empezó siendo una crisis de liquidez de unas pocas instituciones norteamericanas implicadas en el negocio de las hipotecas de alto riesgo o subprime se convirtió pronto en una grave crisis de solvencia de muchas entidades en todo el mundo, que se extendió a otras muchas instituciones y mercados financieros y acabó afectando a la economía real en forma de recesiones y depresiones, aumento del desempleo y deterioro del bienestar de millones de ciudadanos. Más de diez años después, grandes grupos de población de las economías de muchos países no han recuperado aún la normalidad de los primeros años 2000.

La literatura sobre las causas de la crisis es ya muy amplia, y contempla explicaciones muy diversas, incluyendo conductas imprudentes de familias y empresas, comportamientos inmorales y carentes de profesionalidad de muchos intermediarios financieros, fallos de regulación y supervisión, políticas demasiado laxas de las autoridades monetarias, y otras muchas.3 En la crisis confluyeron causas económicas, políticas, psicológicas, sociales y también éticas. Estas últimas se presentaron en la conducta de las personas, en la organización, la gestión y el gobierno de las instituciones implicadas (empresas, bancos, fondos de inversión, agencias de rating, bancos centrales, reguladores y supervisores, y Gobiernos) y en todo el ámbito de la sociedad.4

En todo caso, la crisis no fue algo súbito, sino que se vino gestando durante años de complacencia, irresponsabilidad, imprevisiones y acumulación de errores. Las autoridades, los actores en las instituciones y en los mercados financieros y los expertos se pusieron inmediatamente a la tarea de corregir las consecuencias de la crisis y de diseñar los cambios de fondo que hiciesen menos probables o, al menos, menos dolorosas, esas crisis. No obstante, en el ánimo de muchos expertos y agentes financieros está la conciencia de que queda mucha tarea por hacer.

Oeconomicae et pecuniariae quaestiones

Diez años después del comienzo de la crisis, dos organismos de la Santa Sede, la Congregación para la Doctrina de la Fe y el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, publicaron un documento elaborado conjuntamente, titulado Oeconomicae et pecuniariae quaestiones. Consideraciones para un discernimiento ético sobre algunos aspectos del actual sistema económico y financiero (en adelante, OPQ o «el documento»), fechado el 6 de enero de 2018 y publicado el 17 de mayo del mismo año.5 Como dice su subtítulo, se propone llevar a cabo «algunas consideraciones de fondo y puntualizaciones […] sobre ciertos aspectos de la intermediación

2 Una crisis financiera es una situación en la que se producen graves alteraciones en el valor de los activos de las instituciones financieras, en su acceso a la financiación o en la confianza de sus clientes, hasta el punto de que la propia sostenibilidad del sistema financiero está en peligro. 3 Hay muchos y excelentes análisis económicos, sociológicos y políticos de esta crisis; por ejemplo, Blundell-Wignall, Atkinson y Hoon Lee. (2008); Brunnermeier (2009); Eichengreen (2008); Financial Crisis Inquiry Commission (2011); Gross (2009); Hellwig (2008); Kolb (2010); Taylor (2009) y Tett (2009). 4 Sobre la dimensión ética de la crisis, cf. Argandoña (2009a; 2010a, b, c; 2016); Graafland y van de Ven (2011); Hawtrey y Johnson (2010); y Kane (2008), entre otras muchas publicaciones. 5 Por supuesto, la crisis financiera ha ocupado un lugar importante en los documentos de Benedicto XVI (por ejemplo, Caritas in veritate, CV) y Francisco (Evangelii gaudium, EG, Laudato si, LS) y en sus discursos, homilías, mensajes, audiencias, etc., así como en las de las Conferencias Episcopales y otros organismos, lo mismo que otras crisis anteriores estuvieron presentes desde antiguo en los documentos pontificios. Aquí centramos nuestra atención solo en OPQ. Las referencias a los documentos magisteriales se citan con sus iniciales, y figuran detalladas después de las referencias bibliográficas, al final.

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financiera» (n. 6). Y como en estos temas «no hay recetas económicas válidas universalmente y para siempre» (n. 7), es obvio que OPQ no pretende ofrecer nuevos principios ni criterios definitivos sobre las cuestiones que aquí se plantean –y me parece que conviene tener esto muy en cuenta, para no esperar del documento lo que este no se propuso dar–.

OPQ, poco ordenado en su presentación y en su estilo, parece redactado con la colaboración de expertos en economía y finanzas; no cita las fuentes de las tesis económicas que se vierten en él,6 que, por otro lado, son bien conocidas en la literatura económica y financiera, y en los medios de comunicación. Tampoco menciona las fuentes de los hechos que se mencionan, a veces de manera imprecisa. Esto ha permitido a algunos comentaristas desechar todo el documento, alegando que sus denuncias son infundadas, genéricas o sesgadas.

OPQ se dirige a un público muy amplio, incluyendo gobernantes y reguladores, académicos y expertos, directivos y empleados de instituciones financieras, clientes, inversores y ahorradores, y ciudadanos con cierta cultura económica, es decir, a las personas interesadas en el discernimiento ético sobre los temas financieros, sean o no cristianos. La cobertura de todos estos posibles destinatarios es desigual: se presta mucha atención, por ejemplo, a la banca, pero muy poco a los gestores de carteras y empresas de seguros.

La estructura del documento no está bien definida. La primera sección, «Introducción» (nn. 1 a 6) se ocupa principalmente algunas consideraciones éticas generales sobre los problemas creados en el ámbito financiero y la necesidad de una reflexión ética. La segunda parte, «Consideraciones básicas de fondo», se ocupa de los fundamentos antropológicos (nn. 8 a 12); a partir del n. 13, en el que se señala que el mercado no se autorregula, empiezan a presentarse algunos de los problemas que justifican el documento: asimetría, dominio, especulación, etc., que continúan en la tercera parte, «Algunas puntualizaciones en el contexto actual» (nn. 18 a 32); la n.33 enlaza con la parte final, «Conclusiones» (n. 34), que es una llamada a la acción perseverante de las personas de buena voluntad.

OPQ parte de algunas proposiciones centrales, más o menos explícitas, que conviene precisar para entender bien el documento:

1. Las cuestiones económicas y financieras necesitan «un fundamento ético claro» (n. 1) que refleje «el vínculo necesario entre el conocimiento técnico y la sabiduría humana [razón y fe] » (n. 1), es decir, que vaya más allá de los problemas técnicos.

2. La ética no puede ser un mero añadido a esos planteamientos técnicos, económicos o políticos, sino que debe estar presente desde su propio origen, porque en esa tarea está comprometida la misma concepción de la persona.

3. «Ningún espacio en el que el hombre actúa puede legítimamente pretender estar exento o permanecer impermeable a una ética basada en la libertad, la verdad, la justicia y la solidaridad» (n. 4).7 Esto se aplica también a «las áreas en las que valen las leyes de la política y la economía» (n. 4) y, concretamente, las finanzas.

4. Hay muchas teorías éticas, pero no todas son útiles para orientar la acción humana, sino «una ética amiga de la persona […], algo que implica la inviolable dignidad de la persona humana, así como el valor trascendente de las normas morales naturales. Una ética

6 Todas las referencias bibliográficas en OPQ se refieren a documentos del magisterio de la Iglesia o próximos al mismo. 7 Estos son los valores centrales de la Doctrina Social de la Iglesia DSI); cf. Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, CDSI, n. 197; el Compendio cita la caridad en vez de la solidaridad.

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económica que prescinda de estos dos pilares correría el peligro de perder inevitablemente su propio significado y prestarse así a ser instrumentalizada» (CV 45; cf. OPQ n. 8).

5. Eso no quiere decir que la ética contenida en OPQ sea una moral exclusivamente cristiana, porque «es la misma razón humana, cuya índole connota indeleblemente a cada persona, la que exige un discernimiento iluminante en este sentido» (n. 3). La Doctrina Social de la Iglesia (DSI) se elabora a partir de la Sagrada Escritura, pero con conceptos y supuestos que comparte con la filosofía y las ciencias sociales. Los cristianos que reflexionen sobre estos asuntos se podrán ayudar de otras concepciones antropológicas y éticas, y podrán dialogar con no cristianos y no creyentes sin especiales dificultades.8

6. «La reciente crisis financiera era una oportunidad para desarrollar una nueva economía más atenta a los principios éticos […] [pero] no ha habido ninguna reacción que haya llevado a repensar los criterios obsoletos que continúan gobernando el mundo» (n. 5). Este párrafo viene a ser la explicación de la oportunidad del documento: si la crisis también tuvo causas éticas, no se pueden proponer soluciones definitivas que sean exclusivamente técnicas. Pero OPQ se preocupa no solo por la crisis, sino, sobre todo, por la continuidad de los errores que llevaron a la misma.

Los niveles del documento

OPQ desarrolla sus argumentos en cuatro niveles de trabajo, que aparecen superpuestos en el texto: 1) el de los fundamentos antropológicos y sociales de la economía y las finanzas; 2) el de los principios éticos; 3) el de la descripción, interpretación y crítica de los problemas actuales, y 4) el de las recomendaciones para la acción.

1) La clarificación de los fundamentos antropológicos se justifica porque «sin una visión adecuada del hombre es imposible fundar ni una ética ni una praxis que estén a la altura de su dignidad y de un bien que sea realmente común» (n. 9). Esto recuerda unas palabras de Benedicto XVI: «la cuestión social se ha convertido radicalmente en una cuestión antropológica» (CV 75).

La DSI no ha elaborado un listado completo de los caracteres de la persona humana en la concepción cristiana, sino que los ha ido tomando de la Escritura, en diálogo con la filosofía y las ciencias sociales (cf. CA 55, CDSI 37). Tampoco OPQ intenta elaborar ese elenco, pero sí hace referencia a aspectos, positivos unos y negativos otros, de esa comprensión del agente económico, que pueden ser relevantes para la reflexión y el diálogo sobre la economía y las finanzas.

2) Los fundamentos antropológicos son imprescindibles, pero no suficientes, porque es probable que distintas escuelas de pensamiento discrepen sobre ellos, de modo que puede parecer imposible llegar a acuerdos, tanto acerca de cuestiones teóricas como de reglas prácticas. El documento hace notar, sin embargo, que «en todas las culturas hay muchas convergencias éticas, expresión de una sabiduría moral común» (n. 3): una ley natural «de carácter universal» (CDSI 140).9 De modo que los consensos se pueden basar

8 Las discrepancias se pueden presentar en algunos aspectos concretos, como la consideración del ser humano como creado por Dios a su imagen y semejanza, llamado a un encuentro con Dios en la vida eterna, amado por Dios y convocado a amar a Dios y a los demás. Pero es obvio que esto deja un gran margen a los acuerdos con otras antropologías. 9 OPQ no utiliza esta denominación, probablemente para facilitar el entendimiento con las corrientes de pensamiento modernas. Sobre la ley natural, cf. LN.

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«en la raíz sólida e indisponible de este orden, que proporciona principios comunes y claros, se fundan los derechos y deberes fundamentales del hombre» (n. 3).10

Puede llamar la atención que OPQ no mencione los principios tradicionales de la DSI (CDSI 160ss): dignidad de la persona, bien común, solidaridad, destino universal de los bienes y subsidiaridad.11 Ahora bien, esto no debe extrañarnos, porque el documento se ha redactado a partir de textos técnicos y económicos, en los que los principios de la DSI no suelen ser tenidos en cuenta. Y, como explicamos antes, OPQ utiliza argumentos de una ética más amplia que la cristiana: el mismo Compendio habla también de otros «principios», como los de justicia, colaboración, unidad, respeto, etc.

Al tratar los problemas específicos, el documento invoca tres niveles de ética:12 a) personal, por ejemplo cuando se refiere a la «calidad humana de relaciones» (n. 1); b) organizacional, para favorecer «una cultura empresarial y financiera que tenga en cuenta todos aquellos factores que constituyen el bien común» (n. 23); y c) social, para «difundir riqueza y eliminar las desigualdades» (n. 5), por ejemplo cuando denuncia que se lleven a cabo prácticas que detraigan capitales de «los circuitos virtuosos de la economía real» (n. 15) o que provoquen «la extrema volatilidad y movilidad de los capitales» (n. 21).

3) La descripción, interpretación y crítica de los problemas actuales recoge los supuestos, argumentos y puntos de vista de autores muy distintos, sin citarlos. No se trata de un tratamiento original, sino de una presentación de temas en los que la dimensión ética es particularmente relevante. El elenco es limitado, tiene omisiones importantes (por ejemplo, en lo referente al impacto de las nuevas tecnologías de la comunicación y la información en el ámbito financiero), y se trata, a menudo, de críticas válidas para prácticas anteriores a la crisis, que han sido ya corregidas, en el plano técnico, por las reformas regulatorias.

De los diagnósticos y críticas del documento se deduce que hay que hay prácticas inadecuadas, algunas muy arraigadas, y con graves repercusiones, pero no todo es censurable. Incluso algunas prácticas que OPQ critica abiertamente no pueden rechazarse totalmente desde el punto de vista moral, bien porque hay razones técnicas que hacen de ellas buenas prácticas en algunos supuestos, bien porque su aplicación está muy condicionada por las regulaciones en muchos países.

4) OPQ recoge algunas recomendaciones para la acción, con las que el lector puede estar o no de acuerdo, «más allá de cualquier teoría o escuela de pensamiento, en cuyas legítimas discusiones este documento no pretende intervenir» (n. 7). Como OPQ indica, «no hay recetas económicas válidas universalmente y para siempre» (n. 7), de modo que esas recomendaciones no pueden tomarse como propuestas del magisterio.

OPQ no hace referencia a las teorías y doctrinas económicas y financieras vigentes. Tal omisión es explicable porque el documento no pretende ser un tratado de finanzas, pero no por ello es irrelevante, porque las prácticas que el documento discute y critica se fundamentan en esas teorías, y no son meros desórdenes debidos a la falta de escrúpulos de personas concretas, de «minorías [que] explotan y reservan en su propio beneficio vastos recursos y riquezas» (n. 6), para «generar beneficios significativos a expensas de otros; lucrar explotando la propia posición dominante con desventaja injusta de los demás o enriquecerse creando perjuicio o perturbando el bienestar colectivo» (n. 17), «chantajeando a menudo desde una posición de fuerza también

10 «La Iglesia reconoce entre sus tareas primordiales recordar a todos, con humilde certeza, algunos principios éticos claros» (n. 3), los de esa ley natural. 11 A los que, en ocasiones, se añaden otros, como los de participación y autoridad. Cf. Melé (1999). 12 La ética como virtud es siempre personal, pero incluye también normas, principios o reglas, como los mencionados antes, y bienes, a los que también se refiere OPQ; todo ellos se presentan en esos tres niveles (cf. Polo, 1996, p. 112).

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al poder político de turno» (n. 21), y «con frecuencia no se duda en cometer un delito, cuando los beneficios esperados superan las sanciones previstas» (n. 23).

En efecto, algunos de los problemas éticos que el documento contempla tienen su base en teorías fundadas en una antropología no acorde con la de la DSI. Por ejemplo, OPQ apenas apunta brevemente la tesis, ampliamente difundida en la literatura económica y financiera, de la maximización del beneficio o del valor para el accionista como objetivo único de las entidades financieras.13 O la tesis de los mercados eficientes, que el documento no menciona, pero que está en la base de algunas conductas inadecuadas, como la desregulación masiva que OPQ denuncia (n. 21). O las prácticas de gestión del riesgo basadas en principios teóricos no suficientemente sólidos (nn. 25 y 26). O las teorías de cartera que llevan a la consideración del capital como un activo orientado exclusivamente a la optimización de la relación rendimiento-riesgo (n. 15). Todas estas cuestiones se basan, en el fondo, en la presunta autonomía de las finanzas respecto de la ética, en contra de lo que OPQ propone, por ejemplo, al tratar de «la gestión de los propios ahorros» (n. 33; cf. también nn. 22 y 24).

En lo que sigue desarrollaremos algunos comentarios sobre el documento, siempre teniendo en cuenta que nuestro objetivo es entender el papel de la ética en los problemas financieros y en sus posibles soluciones.

Sentido positivo de la actividad económica y financiera

OPQ parece recordar las palabras del Génesis: «y vio Dios que era bueno» todo lo que había creado (Gen 1:10, 12, 18, 21, 31), cuando afirma que «toda realidad y actividad humana, si se vive en el horizonte de una ética adecuada […] es positiva. Esto se aplica a todas las instituciones que genera la dimensión social humana y también a los mercados, a todos los niveles, incluyendo los financieros» (n. 8). Y amplía esa valoración: «En principio, todas las dotaciones y medios utilizados por los mercados para aumentar su capacidad de asignación, si no están dirigidos contra la dignidad de la persona y tienen en cuenta el bien común, son moralmente admisibles» (n. 13).14 «También el dinero es en sí mismo un instrumento bueno, como muchas de las cosas de las que el hombre dispone: es un medio a disposición de su libertad, y sirve para ampliar sus posibilidades» (n. 15).

La reflexión sobre las realidades económicas y financieras debe partir, pues, de una actitud positiva: son cosas buenas, aunque pueden usarse mal; toda descalificación masiva o apriorística es injusta y, además, no lleva a conclusiones útiles para mejorar la capacidad de bien de esos medios. Esto es importante porque el documento contiene numerosas críticas de estrategias, prácticas y actuaciones inmorales o, al menos, discutibles, que pueden crear la impresión de que todo el mundo de las finanzas está corrupto.15

13 Por ejemplo: «debe buscarse siempre el beneficio, pero nunca a toda costa, ni como referencia única de la acción económica» (n. 11); «el mero beneficio se sitúa en la cima de la cultura de una empresa financiera» (n. 23). 14 Esta es una postura rotunda: no hay instrumentos, medios y procedimientos en los mercados que sean inmorales por sí mismos. Por ejemplo, la especulación, la titulización o los derivados financieros no son inmorales per se, sino solo por su uso contra el bien integral de la persona y de la sociedad. 15 Esta impresión puede resultar de una lectura apresurada del documento. Por ejemplo, cuando afirma que la industria financiera «es un lugar donde los egoísmos y los abusos tienen un potencial sin igual para causar daño en la comunidad», aunque en las líneas anteriores afirma que «muchos de sus operadores [del sector] están animados individualmente por buenas y correctas intenciones» (n. 14). Otro ejemplo puede ser la afirmación de que «la finalidad especulativa, especialmente en el campo económico financiero, amenaza hoy con suplantar a todos los otros objetivos principales en los que se concreta la libertad humana» (n. 17), que debe matizarse con una definición explícita de lo que es especulación, que el documento parece identificar como manipulación de los precios de los activos (n. 17), depredadora (n. 29) u opaca (n. 30) (cf. Argandoña, 2018).

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La actividad financiera, al servicio de la economía real

Tratando de la función del crédito en la economía, OPQ señala que «aquí la actividad financiera revela su vocación primaria de servicio a la economía real, llamada a crear valor, por medios moralmente lícitos, y a favorecer una movilización de los capitales para generar una circularidad virtuosa de riqueza» (n. 16). Estas son, probablemente, las dos funciones principales de las finanzas: la canalización de los fondos de los ahorradores a los inversores, es decir, el servicio a la economía real; y la gestión de la riqueza de las familias y empresas.

OPQ considera que «son muy positivas y deben ser alentadas realidades como el crédito cooperativo, el microcrédito, así como el crédito público al servicio de las familias, las empresas, las comunidades locales y el crédito para la ayuda a los países en desarrollo» (n. 16). Pero estas y otras formas de empresa sin ánimo de lucro o instrumentos de contenido social no pueden ser la solución a los problemas que el documento contempla, porque serán necesariamente minoritarias y subsidiarias de las otras instituciones y mercados, ya que las conductas de las personas concretas que las dirigen o que trabajan en ella pueden ser también inmorales a pesar de los fines sociales de la institución, y porque lo que hay que conseguir es que las empresas, todas las empresas, actúen siempre con ética.16

La dimensión relacional de la persona y el objetivo de la actividad económica

El mundo fue creado por Dios para el hombre (cf. Gen 1:28-29; CDSI 108). La economía y las finanzas, que son medios, no fines, son buenas si se ordenan al bien de las personas y se usan de manera correcta. Es importante, por tanto, partir de una concepción de la persona humana que sea compatible con la DSI. Buena parte de los problemas éticos en las finanzas radican en una concepción equivocada sobre el agente, porque «nuestra época se ha revelado de cortas miras acerca del hombre entendido individualmente» (n. 9).

El documento pone especial atención en el carácter social, relacional, de la persona humana, «una visión del hombre entendido como sujeto constitutivamente incorporado en una trama de relaciones, que son en sí mismas un recurso positivo» (n. 10). Nos parece que hay dos razones para este énfasis en las relaciones. Una, por el agente mismo: porque el carácter social, relacional, de la persona «es también aquello que lo orienta naturalmente a la vida comunitaria, lugar fundamental de su completa realización» (n. 10).17 Y otra, por los demás, porque «sólo el reconocimiento de este carácter [relacional], como elemento originariamente constitutivo de nuestra identidad humana, permite mirar a los demás no principalmente como competidores potenciales, sino como posibles aliados en la construcción de un bien, que no es auténtico si no se refiere, al mismo tiempo, a todos y cada uno» (n. 10). OPQ está sugiriendo que muchos problemas en el mundo financiero arrancan de una visión individualista del agente, que lleva a relaciones de oposición, de conflicto, con el otro (cliente, accionista, empleado, competidor) como alguien a quien no se le debe nada (CV 43) o, peor, como un competidor (n. 10).

16 También hay que tener en cuenta que las instituciones financieras reciben fondos que, en definitiva, proceden del ahorro privado, que ese ahorro suele orientarse al futuro (cobertura de riesgos, financiación de gastos futuros, protección en la vejez) y que esto introduce un objetivo de rendimiento esperado que condiciona, en buena parte, las acciones de las entidades financieras. 17 Esta dimensión relacional de la persona ha sido desarrollada por algunos sociólogos y economistas católicos y, particularmente, en los escritos de Benedicto XVI (CV 2ss, 35ss), especialmente por su conexión con la idea de la Trinidad como «relacionalidad pura» (CV 54).

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Otra manera de minusvalorar al otro es afirmar o suponer que no contribuye al bienestar del agente más allá del mero intercambio de bienes materiales. Esto se puede justificar por la manera tradicional de entender las relaciones en el mercado como intercambios de bienes en los que la justicia se limita a entregar una cosa a cambio de un precio, y conduce a una concepción del sujeto económico como «prevalentemente consumidor, cuyo beneficio consistiría más que nada en optimizar sus ganancias pecuniarias» (n. 9). Por el contrario, «en la transmisión de bienes entre sujetos está en juego algo más que los meros bienes materiales, dado que estos a menudo vehiculan bienes inmateriales, cuya presencia o ausencia concreta determina, en modo decisivo, también la calidad de las mismas relaciones económicas (como confianza, imparcialidad, cooperación...) » (n. 9).

Aunque OPQ no lo cita, el énfasis en las relaciones humanas puede tener que ver con un deslizamiento que se ha producido, insensiblemente, en el ámbito financiero, de las «relaciones» a las «transacciones». Las relaciones, aunque tengan lugar en el mecanismo anónimo del mercado, son entre seres humanos, y llevan consigo una comprensión de las necesidades, motivaciones y circunstancias de la otra parte, o sea, hacen explícita su dimensión ética, mientras que las transacciones son impersonales, y no tienen en cuenta esa dimensión.18

O sea, la apertura al otro es un bien para ambos: las personas se desarrollan como tales en sus relaciones con los demás; la actividad económica no es un «juego de suma cero» en el que lo que uno gana lo pierde el otro. Esto también lo consideran la economía y las finanzas, cuando ven en los intercambios voluntarios oportunidades para mejorar el bienestar propio y suponen que esos intercambios benefician a ambos, aunque los agentes no busquen necesariamente ese beneficio recíproco. Pero OPQ va más lejos, porque considera que no solo se intercambian bienes económicos, sino que se implica todo el ser humano: el concepto de «bien» no es solo económico.19

La relacionalidad nos lleva más lejos, hasta el objetivo último de la actividad económica, que no es solo el bienestar material, sino «la promoción integral de cada individuo, de cada comunidad humana y de todas las personas» (n. 2): una propuesta de «integridad del bien» (n. 2) que recuerda el «desarrollo de todo el hombre y de todos los hombres» de otros documentos (PP 42, CV 8). OPQ propone revisar la valoración de las actividades financieras, porque «el bienestar debe evaluarse con criterios mucho más amplios que el producto interno bruto de un país, teniendo más bien en cuenta otros parámetros, como la seguridad, la salud, el crecimiento del ”capital humano”, la calidad de la vida social y del trabajo» (n. 11).20

El documento añade que «debe buscarse siempre el beneficio, pero nunca a toda costa, ni como referencia única de la acción económica» (n. 11), porque «ningún beneficio es legítimo […] cuando se pierde el horizonte de la promoción integral de la persona humana, el destino universal de los bienes y la opción preferencial por los pobres» (n. 10). Y esto, enunciado en

18 Cf. Dembinski (2009). Por ejemplo, desde antiguo una solicitud de crédito bancario (n. 16) se estudiaba de modo relacional, a través de entrevistas con el cliente; conocimiento directo de su entorno familiar; profesional y económico; análisis de sus antecedentes, etc., y continuaba con el seguimiento de esa relación mientras el crédito seguía vivo. Esto se ha sustituido en la actualidad por el análisis objetivo de datos impersonales, habitualmente mediante un algoritmo: la relación se ha convertido en transacción 19 Cf. Argandoña (2009b, 2015a). 20 OPQ (n. 6) concreta esto en los colectivos de «confinados cada vez más en los márgenes» y en los «excluidos y descartados» (cf. EG, n. 53), «mientras algunas minorías explotan y reservan en su propio beneficio vastos recursos y riquezas, permaneciendo indiferentes a la condición de la mayoría» (n. 6).

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términos empresariales, vale tanto para los sujetos individuales como para las organizaciones y las comunidades más amplias.21

Libertad y asimetrías de información

En el ámbito económico y financiero, la libertad suele ser considerada como libertad de elegir.22 OPQ pone de manifiesto la importancia de la libertad en general, porque «incluso aquellos sistemas que dan vida a los mercados, más que basarse en dinámicas anónimas, […] se sustentan en relaciones, que no podrían establecerse sin la participación de la libertad de los individuos» (n. 8). Y, más en concreto, de la libertad de iniciativa, ya que «ninguna actividad económica puede sostenerse por mucho tiempo si no se realiza en un clima de saludable libertad de iniciativa» (n. 12). Pero se fija también en otros aspectos, cuando afirma que «es asimismo evidente que la libertad de la que gozan, hoy en día, los agentes económicos, entendida en modo absoluto y separado de su intrínseca referencia a la verdad y al bien, tiende a generar centros de supremacía y a inclinarse hacia formas de oligarquía, que en última instancia perjudican la eficiencia misma del sistema económico» (n. 12).

O sea, la libertad debe entenderse en relación con la verdad (la verdad sobre el ser humano: sus capacidades y limitaciones, sus virtudes y sus errores, su bondad y su falibilidad) y con el bien (el del agente, el de los demás y el de toda la sociedad), porque «el derecho al ejercicio de la libertad es una exigencia inseparable de la dignidad de la persona humana» (CIC 1738, CDSI 199), pero no debe limitarse a «un ejercicio arbitrario e incontrolado de la propia autonomía personal […] ”la libertad existe verdaderamente solo cuando los lazos recíprocos, regulados por la verdad y la justicia, unen a las personas”» (CDSI 199).23

Pero hay otro argumento que, probablemente, en el caso de las finanzas, es más relevante: sin esa relación con la verdad y el bien, la libertad individualista será inestable, y acabará, tarde o temprano, en alguna forma de tiranía económica, social o política, en la que unos dominarán a otros. OPQ sugiere que ese abuso de los poderosos tiene lugar, a menudo, a través del control o la influencia sobre los agentes políticos (n. 12), de modo que, aunque «muchos de sus operadores [del mercado] están animados individualmente por buenas y correctas intenciones, […] la industria financiera, debido a su omnipresencia y a su inevitable capacidad de condicionar y –en cierto sentido– de dominar la economía real, es un lugar donde los egoísmos y los abusos tienen un potencial sin igual para causar daño a la comunidad» (n. 14).

En el ámbito financiero, es particularmente importante la asimetría de información, que se produce cuando un agente económico tiene una información relevante, que no posee la otra parte, y que puede causar daño a esta –una situación que se produce habitualmente, de modo casi inevitable, porque la misma existencia del mercado supone agentes con diferentes conocimientos, preferencias y motivaciones, que tienen interés en llevar a cabo alguna transacción con otro agente; por ejemplo, en una relación crediticia, el prestatario conoce mucho mejor que

21 OPQ señala también «la importancia de parámetros que humanicen, de formas culturales y mentalidades en las que la gratuidad –es decir, el descubrimiento y el ejercicio de lo verdadero y lo justo como bienes intrínsecos– se convierta en la norma de medida, y donde ganancia y solidaridad no sean antagónicas. […] en una perspectiva plenamente humana, se establece un círculo virtuoso entre ganancia y solidaridad, el cual, gracias al obrar libre del hombre, puede expandir todas las potencialidades positivas de los mercados» (n. 11). Esto representa un reto para las teorías económicas y financieras, que solo algunos autores han vislumbrado. 22 Habitualmente con limitaciones introducidas por la legislación sobre el derecho de propiedad, el deber de pagar impuestos, la responsabilidad por el daño causado a otros, etc. Cf.: Argandoña (2015b). 23 La cita es de LC, n. 26.

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el prestamista las posibilidades y dificultades con las que puede encontrarse para pagar su deuda. Esta situación es conocida desde muy antiguo, de modo que el prestamista suele protegerse mediante la exigencia de garantías, o buscando información sobre la situación personal y económica del prestatario y su actitud moral, antes de la concesión del crédito y mientras este se mantenga en vigor, etc.

El documento hace referencia repetidas veces a algunos problemas de asimetría de información que recibieron mucha atención con ocasión de la crisis financiera, por ejemplo, «comercializar algunos productos financieros, en sí mismos lícitos, en situación de asimetría, aprovechando las lagunas informativas o la debilidad contractual de una de las partes […] [porque, además] la complejidad de muchos productos financieros hace de esa asimetría un elemento intrínseco al sistema –que pone a los compradores en una posición de inferioridad en relación a quienes los comercializan» (n. 14), porque no tienen los conocimientos ni la experiencia para identificar ese riesgo, ni la capacidad para valorar sus consecuencias, ni el patrimonio o los ingresos suficientes para superar las consecuencias de una posible pérdida de valor de sus activos.

OPQ va más lejos de la simple denuncia y afirma que estas situaciones «constituyen […] casos de inmoralidad próxima, a saber, ocasiones en las cuales con mucha facilidad se generan abusos y fraudes, especialmente en perjuicio de la contraparte en desventaja [lo que] constituye de suyo una violación de la debida honestidad relacional y es una grave infracción desde el punto ético» (n. 14).24 El documento no dice que esas operaciones sean inmorales, sino que pueden degenerar fácilmente en actuaciones inmorales,25 si no se toman las precauciones que recomienda la ética, inspirada en la teoría y en la praxis financiera.26

Las llamadas a la transparencia de esas operaciones (nn. 21, 22, 26 y 32) son un recordatorio, usando términos hoy habituales en la literatura financiera, de los deberes de justicia, prudencia y honradez que deben tener los agentes financieros en estas operaciones, y cuyo incumplimiento está en la base de muchos de los problemas que el documento cita.27

24 Y, más adelante: «Es un fenómeno éticamente inaceptable, no la simple ganancia, sino el aprovecharse de una asimetría en favor propio para generar beneficios significativos a expensas de otros; lucrar explotando la propia posición dominante con desventaja injusta de los demás o enriquecerse creando perjuicio o perturbando el bienestar colectivo» (n. 17). 25 Esa degeneración puede ocurrir por causas muy diversas, que implican, habitualmente, no solo a las personas, sino a la misma organización: una mal entendida lealtad para con la entidad financiera; incentivos económicos o amenazas de represalias, si no se cumplen ciertos objetivos de venta; el mal ejemplo de otros colegas; argumentos como «si yo no lo hago, otros lo harán» o «si el cliente es tan tonto como para creerse que es posible obtener esa elevada rentabilidad sin un riesgo también alto, se merece perder su dinero», etc. (Argandoña, 2018). 26 Estas situaciones forman parte de lo que en la teología moral suele llamarse «ponerse en peligro de pecar», que los manuales resuelven a partir de tres principios básicos: «No es lícito exponerse voluntariamente y sin causa justificada en peligro de pecar […]. Con justa y proporcionada causa es lícito exponerse a peligro próximo de pecar, tomando las cautelas necesarias […]. No es obligatorio evitar todo peligro próximo de pecar levemente o todo peligro remoto de pecar gravemente» (cf. Royo, 1996, pp. 256-257). En el caso que se discute aquí, las cautelas que se deberían tomar incluirían dar al cliente toda la información relevante para que pueda tomar una decisión libre y responsable, incluyendo negarle la venta si la conducta del cliente es claramente imprudente o puede causar daño grave a otras personas. Y, en todo caso, la propuesta de facilitar «la mayor cantidad de información posible, para que cada sujeto pueda tutelar en plena y consciente libertad sus intereses» (n. 22) debe ser matizada: no se trata de la mayor cantidad de información, sino de la relevante para ese cliente en ese momento concreto, teniendo en cuentas todas las circunstancias. El exceso de información puede servir para ocultar la información que el cliente necesita. 27 Estos mismos o parecidos argumentos deben tenerse en cuenta al analizar otras partes del documento, como las referentes a la opacidad de muchos instrumentos financieros actuales y las operaciones de «alta frecuencia» (n. 15); la posible manipulación de precios en los mercados (n. 17); la introducción de instrumentos financieros no fiables por el riesgo sistémico que crean en otros agentes, intermediarios y mercados (nn. 19 y 21); el riesgo de connivencia entre los participantes en los mercados y los reguladores y supervisores (n. 21); los riesgos inherentes a los derivados (n. 25); los incentivos perversos creados por los credit default swaps o CDS (n. 26), etc.

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Diversidad y cooperación

OPQ relaciona las asimetrías de información y de poder en el ámbito financiero con dos temas especialmente relevantes hoy en día. Uno de ellos es el de la diversidad en el mercado: la salud del sistema económico mundial –dice el documento– «se nutre de una multiplicidad y diversidad de recursos que constituyen una especie de “biodiversidad” económica y financiera» que «representa un valor añadido para el sistema económico y debe ser favorecida y salvaguardada mediante adecuadas políticas económico-financieras, con el fin de asegurar a los mercados la presencia de una pluralidad de sujetos e instrumentos sanos, con riqueza y diversidad de caracteres; sea en positivo, sosteniendo su acción, sea en negativo, obstaculizando a todos aquellos que deterioran la funcionalidad del sistema que produce y difunde riqueza» (n. 20). Esto sitúa al documento muy lejos de una actitud pusilánime y temerosa acerca de la innovación financiera.

El otro elemento es «la cooperación [que] realiza una función singular en la tarea de producir en modo sano valor añadido en los mercados. Una leal e intensa sinergia de los agentes obtiene fácilmente ese valor añadido que busca toda actuación económica» (n. 20).

La conclusión que el documento saca de estas dos realidades –diversidad y cooperación– es que, tratándose de externalidades positivas, o una forma de bienes comunes creados entre todos, un agente «no puede apropiarse de los bienes de que dispone. Cuando se habitúa a la solidaridad, estos bienes son usados no sólo para sus propias necesidades, y así se multiplican, dando a menudo también frutos inesperados para los demás» (n. 20).

Es interesante analizar el tratamiento que OPQ da a algunas formas recientes de diversidad en el sistema financiero, como nuevos productos y operaciones (múltiples formas de crédito, derivados, titulización, títulos de alto riesgo: nn. 25 y 26) y nuevas instituciones financieras (shadow banks, finanzas offshore: nn. 29 y 30). No los rechaza, porque responden al principio de libertad de iniciativa y fomentan la diversidad que hemos señalado, pero señala algunas de las condiciones que deben cumplir: el adecuado tratamiento del riesgo (de producto, de entidad y sistémico) (nn. 19, 25 y 26), la transparencia (n. 21), la suficiente capitalización de las entidades financieras (n. 24), etc.

Más crítico es su tratamiento de los credit default swaps (CDS), «que permiten apostar sobre el riesgo de quiebra de un tercero, también a aquellos que no han asumido en precedencia un riesgo de crédito» (n. 26). No lo prohíbe, porque son un medio legítimo para que el acreedor transfiera, mediante el pago de una prima, el riesgo de mora a un tercero, habitualmente una compañía de seguros, que está en mejores condiciones para asumirlo. Pero OPQ señala que, fuera de esa situación legítima, la figura de los CDS «ha favorecido el crecimiento de una finanza de riesgo y de apuestas sobre la quiebra de terceros, lo que resulta inaceptable desde el punto de visto ético», porque «incluso pueden verse tentados a operar en este sentido», deseando y aun provocando esa quiebra, lo que «constituye un hecho particularmente reprobable desde el punto de vista moral, […] [y] socava la necesaria confianza básica, sin la cual el circuito económico terminaría bloqueando» (n. 26).

El papel del Estado

La DSI atribuye al Estado una amplia gama de responsabilidades en materias económicas y financieras, porque, aunque «el bien común es un deber de todos los miembros de la sociedad» (CDSI n. 167), esa responsabilidad compete «también al Estado, porque el bien común es la razón de ser de la autoridad política» (CDSI n. 168). Dado que «la persona concreta, la familia,

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los cuerpos intermedios [incluidas las empresas y los mercados] no están en condiciones de alcanzar por sí mismos su pleno desarrollo; de ahí deriva la necesidad de las instituciones políticas, cuya finalidad es hacer accesibles a las personas los bienes necesarios –materiales, culturales, morales, espirituales– para gozar de una vida auténticamente humana» (CDSI 168). Este es el fundamento último del papel del Estado en la sociedad, según la DSI.

Pero muchos académicos y gobernantes, y parte de la opinión pública, no entienden así la función del Estado. La mayoría de las teorías políticas actuales la fundamentan en el poder, no en el bien común; a lo sumo, invocan un interés general, y justifican su actividad legislativa con argumentos del positivismo jurídico. La distinción entre sociedad civil y sociedad política no se acepta por muchas escuelas. El principio de subsidiaridad no tiene cabida en la mayoría de teorías sobre el Estado, ni en la praxis política, más allá de algunas declaraciones convencionales. La subordinación de las actuaciones del Estado a la ética, que propone la DSI, no parece compatible con las teorías modernas, que consideran que la política es autónoma, o incluso identifican moralidad con legalidad y, por tanto, depositan en el Estado la función de creador de normas morales. A su vez, algunas teorías económicas hacen notar que es poco creíble que una persona que se dedica a la política vaya a cambiar sus motivaciones e intereses, para servir al bien común. Asimismo, la práctica habitual en muchos países está muy alejada de los principios morales.

Probablemente, León XIII era consciente de esto cuando, después de explicar lo que la Iglesia esperaba del Estado, aclaraba: «Entendemos aquí por Estado no el que de hecho tiene tal o cual pueblo, sino el que pide la recta razón de conformidad con la naturaleza, de un lado, y aprueban, por otro, las enseñanzas de la sabiduría divina, que Nos mismo hemos expuesto concretamente en la encíclica sobre la constitución cristiana de las naciones» (RN 23). O sea, la Iglesia es consciente de que la entidad encargada de la organización de la sociedad para el bien común dista mucho del ideal que ella propone (Argandoña, 2013).

Las funciones del Estado respecto de la economía y las finanzas las resumió san Juan Pablo II en Centesimus annus: crear un marco jurídico, institucional y político en el que la economía pueda desarrollarse;28 vigilar y encauzar el ejercicio de los derechos humanos en el ámbito económico (por ejemplo, promoviendo la competencia en los mercados); asumir funciones de suplencia, cuando el sector privado no cumpla sus deberes, y atender ciertas necesidades sociales de sus ciudadanos (estado de bienestar), pero de acuerdo con el principio de subsidiaridad (CA n. 48).

De acuerdo con esto, OPQ atribuye también un importante papel al Estado en relación con el sistema financiero, dado que «ese potente propulsor de la economía que son los mercados es incapaz de regularse por sí mismo» (n. 13). Y lo hace en dos frentes: 1) el marco legal e institucional, puesto que «estos [los mercados] no son capaces de generar los fundamentos que les permitan funcionar regularmente (cohesión social, honestidad, confianza, seguridad, leyes...)» (n. 13); y 2) la regulación, porque los mercados no son capaces «de corregir los efectos externos negativos (diseconomy) para la sociedad humana (desigualdades, asimetrías, degradación ambiental, inseguridad social, fraude...) » (n. 13).

OPQ señala también algunas de las condiciones que debe cumplir esa intervención estatal. Primera, la autonomía y la separación de intereses particulares: «los poderes políticos y económico-financieros deben siempre mantenerse distintos y autónomos y al mismo tiempo orientarse, más

28 Ese marco incluye componentes muy variados y cambiantes, desde los poderes legislativo, ejecutivo (y administrativo) y judicial hasta entes más o menos independientes, como el banco central; un conjunto de instituciones y normas, como las que regulan los derechos humanos, los derechos de propiedad, el cumplimiento de los contratos y otras muchas, así como la cultura de la sociedad en la que aparecen también componentes éticos como la cohesión social, la honestidad, la confianza o la seguridad (cf. n. 13).

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allá de toda complicidad nociva, a la realización de un bien que es tendencialmente común y no reservado a pocos sujetos privilegiados. […] Esas autoridades de regulación deben ser siempre independientes y estar vinculadas a las exigencias de la equidad y del bien común» (n. 21). Segunda, la prudencia, que incluye saber escuchar, para que sus orientaciones sean «lo más participadas y uniformes que sea posible» y se actualicen continuamente, «porque la realidad misma de los mercados está en continuo movimiento» (n. 21), de modo «que conjugue al mismo tiempo libertad y tutela de todos los sujetos que en ella operan en régimen de una sana y correcta interacción, especialmente de los más vulnerables» (n. 21): o sea, que se fundamente en unos criterios morales, técnicos y jurídicos sólidos.

OPQ no discute la capacidad del Estado para hacer frente a las funciones que le atribuye.29 Esto es lógico en un documento que trata de promover la reflexión y el diálogo, pero resulta más problemático cuando entra en las recomendaciones para la acción. Por ejemplo, cuando plantea «la exigencia […] de introducir una certificación de las autoridades públicas para todos los productos que provienen de la innovación financiera, con el fin de preservar la salud del sistema y prevenir efectos colaterales negativos» (n. 19). No cabe duda de que «favorecer la salud y evitar la contaminación, incluso desde el punto de vista económico, es un imperativo moral ineludible para todos los actores comprometidos en los mercados» (n. 19), pero la certificación que propone puede estar plagada de dificultades de todo tipo. Al final, es probable que se llegue a una solución subóptima, que pueda ayudar a identificar los riesgos de un producto financiero, que no dificulte demasiado la innovación financiera y cubra suficientemente la responsabilidad de la institución que lo vende y de la oficina pública que emitió la certificación, pero que pronto quedará superada por los desarrollos del mercado y los intereses de los participantes en el mismo.30

Tras estos argumentos, lo que queda es la necesidad de una autoridad independiente, prudente, orientada al bien común, que organice (y actualice continuamente) el marco en el que se desarrolla la actividad financiera y las regulaciones necesarias, y que elabore las políticas y supervise el funcionamiento de la vida financiera. Esto deja indeterminado el grado de intervencionismo permisible a ese Estado. Es probable que alguna de las propuestas del documento sea demasiado exigentes, como cuando afirma que las autoridades «deben garantizar un serio control de la fiabilidad y la calidad de todos los productos económicos y financieros, especialmente los más estructurados» (n. 21). La regulación, la supervisión y la transparencia pueden tratar de prever o remediar algunos de los problemas que entorpecen la labor de los mercados (efectos externos, bienes públicos, asimetrías de información y de poder, etc.), pero no puede hacer moralmente correctas las conductas de los agentes, si estos no tratan de serlo de verdad. Lo que nos devuelve, de nuevo, al objetivo del documento: contribuir a crear una cultura ética en las instituciones y los mercados financieros.

Las empresas y las entidades financieras31

OPQ dedica el n. 23 a la responsabilidad de las empresas en general, y de las entidades financieras en particular, recordando «la importancia de una responsabilidad social de la empresa, que se explicita ad extra y ad intra de la misma» (n. 23). Señala, en primer lugar, la confusión que crea la prioridad del beneficio, ya indicada, y la consideración de la ética como

29 Aunque reconoce el riesgo de «captura» del regulador por el regulado, ya mencionado (nn. 12 y 17). 30 Aquí puede ser oportuno recordar las observaciones acerca de las agencias de rating: cf. n. 25. 31 Véase un excelente comentario de Antonio Vives sobre este tema en el blog Cumpetere, con el título «La RSE en el documento del Vaticano Oeconomicae et Pecuniariae Quaestiones», en http://cumpetere.blogspot.com/2018/06/la-rse-en-el-documento-del-vaticano.html.

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una restricción externa a la actividad, supuestamente neutral, de la empresa: «donde el mero beneficio se sitúa en la cima de la cultura de una empresa financiera, ignorando las simultáneas necesidades del bien común […], toda instancia ética viene de hecho percibida como extrínseca y yuxtapuesta a la acción empresarial» (n. 23).

Luego, identifica los incentivos perversos que esto provoca, cuando «aquellos que no se adecuan a los objetivos empresariales de este tipo, son penalizados tanto a nivel retributivo como de reconocimiento profesional», lo que «a menudo favorece el ascenso a la cima empresarial de sujetos capaces pero codiciosos y sin escrúpulos» (n. 23), y da lugar a comportamientos corruptos, que se traducen en «políticas económicas encaminadas, no a impulsar la salud económica de las empresas a las que servían, sino a incrementar solo los beneficios de los accionistas (shareholders), perjudicando así los intereses legítimos de todos aquellos que, con su trabajo y servicio, operan en beneficio de la misma empresa, así como a los consumidores y a las varias comunidades locales (stakeholders)» (n. 23). Denuncia las «enormes remuneraciones proporcionales a los resultados inmediatos de la gestión […] [que pueden] propiciar la aceptación de riesgos excesivos y dejar a las empresas debilitadas y empobrecidas de las energías económicas que les habrían asegurado perspectivas adecuadas de futuro» (n. 23).

A continuación, acaba proponiendo la urgencia de «una autocrítica sincera […], favoreciendo en cambio una cultura empresarial y financiera que tenga en cuenta todos aquellos factores que constituyen el bien común. Esto significa, por ejemplo, que hay que colocar claramente a la persona y la calidad de las relaciones interpersonales en el centro de la cultura empresarial, de modo que cada empresa practique una forma de responsabilidad social que no sea meramente marginal u ocasional, sino que anime desde dentro todas sus acciones, orientándola socialmente» (n. 23).32

Más adelante (n. 28), el OPQ trata de otro tema importante para el papel de la ética en la gestión de las empresas: «Hoy en día, los principales actores del mundo financiero, y en especial los bancos, deben contar con órganos internos que garanticen el adecuado control de conformidad (compliance), o autocontrol de la legitimidad de los principales pasos del proceso de decisión y de los productos más importantes ofrecidos por la empresa. Sin embargo, cabe señalar que, al menos hasta un pasado muy reciente, la práctica del sistema económico-financiero se basa en gran parte en un juicio puramente negativo del control de conformidad, es decir, sobre un respeto meramente formal de los límites establecidos por las leyes vigentes. Desafortunadamente, de esto también deriva la frecuencia de una praxis de hecho elusiva de los controles normativos, es decir, de acciones destinadas a zafarse de los principios normativos vigentes, cuidándose bien, empero, de no contradecir explícitamente las normas que los expresan, para evitar sanciones. Para evitar todo ello, es necesario que el control de conformidad entre en lo específico de las diferentes transacciones también en positivo, verificando su cumplimiento efectivo de los principios que informan la normativa vigente» (n. 28).33

32 El documento recuerda también que las prácticas éticas no tienen por qué ir contra el beneficio, señalando «la circularidad natural que existe entre el beneficio –factor intrínsecamente necesario en todo sistema económico– y la responsabilidad social –elemento esencial para la supervivencia de toda forma de convivencia civil» de modo que «la creación de valor añadido, que es el propósito primordial del sistema económico-financiero, debe demostrar en última instancia su viabilidad dentro de un sistema ético sólido, precisamente porque se basa en una búsqueda sincera del bien común» (n. 23).

33 El documento recomienda la creación de «Comités éticos, que funcionasen junto a los Consejos de Administración y constituyeran el interlocutor natural de quienes deben garantizar, en el correcto operar de los bancos, la conformidad entre los comportamientos y las razones de las normas vigentes» (n. 28). Esta práctica, sin embargo, podría tener consecuencias negativas porque, de alguna manera, identifica un órgano dentro de las empresas encargado de dar el visto bueno sobre la moralidad de las decisiones, cuando esto debe ser, sin duda, un compromiso de todos y, principalmente, del Consejo de Administración y de la alta dirección.

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Conclusiones

OPQ es un documento lleno de ideas para llevar a cabo una reflexión ética sobre los problemas económicos y financieros, pero eso que no quiere decir que sea un documento de fácil aplicación para problemas concretos, como el de las asimetrías de información y la inmoralidad próxima mencionado anteriormente (n. 14). Los temas que OPQ presenta están desordenados; algunos son de índole académica; otros se aplican no solo al sistema financiero, sino al conjunto del sistema económico (por ejemplo, las desigualdades y la pobreza) (n. 5); otros son específicos de algunas instituciones o mercados; otros afectan a personas concretas, en diversas posiciones (directivos de entidades financieras, empleados, clientes, ahorradores); tampoco se trata de un elenco omnicomprensivo de las situaciones que se pueden presentar –que, por supuesto, los autores del documento no han intentado–. Sus fundamentos económicos y financieros no están desarrollados, y los principios que se aplican tampoco están ordenados, bien explicados y completos.34 Y no parece dirigido a los académicos que, como explicamos, tienen una gran responsabilidad en el establecimiento de las reglas del juego en el sector y en los supuestos en que se basan los mercados y el gobierno de las entidades.35

OPQ es una llamada de atención de dos organismos de la Santa Sede a la sociedad en general, a los gobernantes, a los expertos y a los gestores y empleados de entidades financieras, por los problemas morales de un sector importante de la vida de los pueblos, como es el de las finanzas. Cada uno de ellos puede sacar provecho del documento.

La sociedad, porque, como ya dijimos, los problemas que aquí se discuten no son fallos de personas aisladas, sino defectos importantes, estructurales, de la vida económica y financiera, y todos nos debemos sentir interpelados, al menos, a llevar a cabo «un ejercicio crítico y responsable del consumo y del ahorro […] [por ejemplo en] la gestión de los propios ahorros, dirigiéndolos, por ejemplo, hacia aquellas empresas que operan con criterios claros, inspirados en una ética respetuosa del hombre entero y de todos los hombres y en un horizonte de responsabilidad social» (n. 33). «Frente a la inmensidad y omnipresencia de los actuales sistemas económico-financieros, nos podemos sentir tentados a resignarnos al cinismo y a pensar que, con nuestras pobres fuerzas, no podemos hacer mucho. En realidad, cada uno de nosotros puede hacer mucho, especialmente si no se queda solo. [...] Hoy más que nunca, todos estamos llamados a vigilar como centinelas de la vida buena y a hacernos intérpretes de un nuevo protagonismo social, basando nuestra acción en la búsqueda del bien común y fundándola sobre sólidos principios de solidaridad y subsidiariedad» (n. 34).

Los gobernantes, porque a ellos corresponde, de manera destacada, promover el bien común de la sociedad y, concretamente, crear el marco legal e institucional en el que se desarrolla la actividad financiera, regular su funcionamiento, supervisarlo y corregir los fallos que se produzcan.

34 Por ejemplo, el documento no cita principios relevantes en las finanzas, como los de objetividad, veracidad, independencia, competencia, diligencia, respeto, confidencialidad, etc. El principio de justicia, que es probablemente el más importante en las relaciones entre una entidad financiera y sus clientes, o entre dos partes en una relación de mercado, no es presentado como tal, aunque está presente, de una manera o de otra, en muchos puntos. Y el de prudencia, «la virtud característica del banquero» (Termes 1995, p. 130), no aparece mencionado como tal principio. Sobre estos principios, cf. Argandoña y Torras (2018). 35 Aunque hay una llamada a «las universidades y las escuelas de economía» para que, «en sus programas de estudios, de manera no marginal o accesoria, sino fundamental, proporcionen cursos de capacitación que eduquen a entender la economía y las finanzas a la luz de una visión completa del hombre, no limitada a algunas de sus dimensiones, y de una ética que la exprese» (n. 10).

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Los expertos, porque queda por hacer una tarea de reelaboración de la teoría y de la praxis financiera, a partir de los fundamentos antropológicos correctos y los principios éticos adecuados.

Y los directivos y empleados de las instituciones financieras, a los que corresponde la revisión de los criterios, las prácticas, los procedimientos y las rutinas de sus entidades, para comprobar que son acordes con los principios éticos. Muchas empresas se rodean de medios para esto, como los códigos éticos o de buena conducta, las declaraciones de misión y valores, y ciertas estructuras directivas, como comités éticos, comités o directores de cumplimiento normativo (compliance), directores de responsabilidad social o de sostenibilidad, etc., que pueden participar activamente en la reflexión ética que OPQ propone. Pero, al final, es importante que todos los directivos y empleados de la empresa entiendan cuáles son los principios éticos, cómo se ponen en práctica y de qué manera se pueden resolver los conflictos y las dudas. Y, en esto, es imprescindible la actitud proactiva y comprometida de la alta dirección.

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