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    Jean Plaidy

    MadameSerpiente

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    Ttulo original: Madame SerpentEdicin original: Robert Hale

    Traduccin: Isabel UgarteDiseo de Cubierta: UNCIAL,ALMAGRO,I I -(MADRID)Ilustracin de Cubierta: Farr 1994 Mark Hamilton, Albacea Literario

    de la extinta E.A.B. Hibbert 1986 Javier Vergara Editor S.A.

    Paseo Coln 221 6 / Buenos Aires / Argentina.

    ISBN 950-15-1459-5

    Impreso en la Argentina / Printed in Argentine.Depositado de acuerdo a la Ley 11.723

    Esta edicin termin de imprimirse enVERLAP S.A. - Producciones GrficasVieytes 1534 - Buenos Aires - Argentinaen el mes de noviembre de 1994

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    En Amboise, la corte francesa estaba en fte, como era habitual, yaque el propio rey haba dicho que para vivir en paz con los franceses yhacerse amar por ellos deba mantenerlos entretenidos dos das porsemana para que no encontraran alguna otra diversin ms peligrosa.

    El castillo de Amboise era de los favoritos del rey. Pareca que, desdesu eminencia rocosa, vigilara imperiosamente y con cautela la onduladacomarca y la corriente plateada del Loira que la regaba. Sus gruesasmurallas almenadas, sus recios contrafuertes, las torres redondas y lasaltas ventanas le daban el aspecto de una fortaleza ms que de un castillo.

    Y por fuera era efectivamente fuerte y formidable, pero en el interior, lasbibliotecas, las grandes salas de banquetes, los techos decorados con lafleur de lys o la salamandra en medio de las llamas, lo convertan en unmarco magnfico para el monarca ms magnfico de Europa.

    Tras la fiesta de la corte, en el amplio vestbulo ornamentado con lasms esplndidas tapiceras y brocados de oro, la hermana del rey y sufavorita tenan un pasatiempo para ofrecerle. Sera un pasatiempoingenioso, pues ellas eran las dos mujeres ms alegres y chispeantes deuna corte ingeniosa y podran tal vez sacarlo de su nimo caviloso.

    El rey se recost en su silln: una figura suntuosa en sus ropas

    acolchadas, llenas de perlas y diamantes; sus pieles de marta eranmagnficas; brillantes y rubes destellaban en sus dedos y en su pecho, yen torno a l perduraba el aroma del cuero de Rusia de las arcas donde seguardaba su hermosa lencera de Flandes.

    El rey llevaba slo cuatro das en Amboise y estaba ya pensando culsera su prximo destino. Era raro que se quedara en algn lugar durantems de una o dos semanas; ni siquiera su amado Fontainebleau podaretenerlo durante ms de un mes. Entonces se iniciaba el gran cataclismode la mudanza de la corte, de transportar a otro palacio la regia cama ytodos los muebles artstica y cuidadosamente seleccionados sin los cuales

    el rey no poda estar. Para l haba un perverso deleite en esas mudanzas,

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    tan incmodas para todos excepto para el propio monarca. Estaba sentadoen su silln, con las piernas cruzadas, sonriendo amorosamente a unabonita muchacha, haciendo una observacin aguda, ofreciendo unaamistosa reprimenda. Habitualmente corts, siempre exigente, sardnico a

    menudo, era el hombre ms distinguido y encantador de Francia, nacidopara la admiracin y los halagos que aceptaba como un derecho;intelectual, no se negaba a la bondad siempre que el esfuerzo de hacerla nofuera demasiado grande; siempre dispuesto a emprender una aventura, yafuera en el amor o en la guerra; divertido y vido de que le divirtieran, tanamante de los artistas como de las mujeres, era el adorado, el sibarita, elmimado rey de Francia.

    Era demasiado inteligente para no saber qu era lo que le pasaba enese momento; estaba dejando atrs el glorioso perodo de la juventuddurante el cual todo lo que haba deseado hasta que le aconteci aquelgran desastre en su vida pareca llegar inmediatamente a sus manos.Desde aquella humillante derrota jams haba vuelto a ser el mismo; hastaentonces pareca que la Fortuna, al igual que las mujeres de Francia,hubiera hecho de l su elegido. No olvidara jams la batalla de Pava,cuando haba cado prisionero de Espaa. Slo su hermana Margarita, esaperla entre las perlas, le haba salvado la vida con sus tiernos cuidados,tras haberse enfrentado a la muerte y mil peligros en un azaroso viaje atravs de Francia, hasta llegar a Espaa despus de tantos das decomplicaciones y pesar.

    Ahora, en ese brillante saln de su amado castillo de Amboise, en vezde los ojos chispeantes de las damas que lo rodeaban, el rey vea los de lasmujeres espaolas que se haban amontonado en las calles de Madrid paraver al prisionero que su rey haba trado de la guerra. Haban venido paraburlarse, y en cambio haban llorado; su encanto era tal que, presa de laangustia, derrotado y humillado como estaba, esas extranjeras, al mirarlo,lo haban amado.

    Eso perteneca al pasado, pero como consecuencia estaba casado conuna espaola. Mir con cierto disgusto el rostro sin gracia de Leonor,demasiado piadosa para agradarle. Adems, haca ya casi diez aos que el

    rey estaba enamorado de Ana dHeilly. Eran centenares las mujeres quedespertaban en l un inters pasajero, pero a Ana segua sindole fiel... asu manera. Le gustaba verlas baarse en su piscina, rodeada de espejosdispuestos de manera que pudiera verlas desde todos los ngulos. El reyera un artista. La pequea pelirroja, deca. Nos agrada. Es encantadora.Recuerdo otra as, cuando haca la campaa de Provenza. Despusprocuraba recuperar los das de su juventud en Provenza, con la pequeapelirroja, pero de qu serva? Estaba hacindose viejo. Era un hombrecapaz de rerse de s mismo tan fcilmente como se rea de otros, de modoque ahora era el momento de rerse. Antao haba sido como un fauno,

    alegre y apuesto; ahora, quiz se pareciera ms a un stiro. Los reyes no

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    deberan envejecer; deberan ser eternamente jvenes. Entonces recordabaa un joven impaciente que haba suspirado porque la muerte se llevara aun viejo rey. Conque a esto hemos llegado!, pensaba. Yo, Francisco, notardar en ser como el viejo Luis, persiguiendo a las mujeres jvenes,

    comprando sus favores con esta alhaja, con aquella obra de arte. No es deasombrarse que un rey alegre termine siendo triste.

    Haban dado comienzo a la representacin. La pieza era divertida, s.El rey se rea, y la corte lo acompaaba en sus risas. Pero Francisco noprestaba total atencin. La morena era encantadora, envuelta en esalevsima tela: ms encantadora an se la vera sobre sbanas de satnnegro. Vamos, vamos! Si en realidad no le interesaba; estaba forzndose aamorosos empeos. En aquellos tiempos, qu hombre haba sido! Elmayor de los amantes, en un pas que idealizaba el amor. El mayor de losamantes... y no murmuraban, acaso, en todos los rincones, a susespaldas, el peor de los soldados?

    Empez a preguntarse si no tendra que planear algunas mejoras parael palacio de Amboise. Apasionado por la arquitectura, se complaca eninvitar artistas a su corte para que deleitaran sus ojos y sus odos,mientras l seduca a las mujeres para que deleitaran sus otros sentidos.Pens en los viejos amigos... signo seguro de la edad que avanza!Leonardo da Vinci! Pobre Leonardo! Yo lo honr con mi amistad, pensFrancisco, pero tal vez la posteridad diga que l me honr con la suya. Yoamaba a ese hombre. Yo podra hacer un rey; est mi hijo Francisco, que

    algn da ser rey. Pero slo Dios puede hacer un artista.Como Francisco lo comprenda, los artistas eran un tesoro para l.Escritores, pintores, escultores, los dibujantes de la piedra... todos ellosdeban saber que el rey de Francia era un protector para ellos; ms an,un amigo. Muchos de los cortesanos que en ese momento lo rodeaban sehaban retorcido ante los escritos de Rabelais, y no podan entender porqu a su rey le placa tanto ese monje de rpido ingenio, que en realidad nomostraba ms respeto por el rey que por los cortesanos. Pero el reyreplicaba que era muy divertido ver satirizar a otros, aunque debiera unopagar semejante placer soportando cierta socarronera a sus propias

    expensas.Y ahora que vea acercarse la vejez, quera demorarse en las glorias desu juventud. Vea que no tena an cuarenta aos, pero no era el mismomuchacho alocado que haba encerrado un toro y tres leones, para que sepelearan, en el foso de Amboise; ni el joven capaz de enfrentarse sin ayudaalguna a un jabal, rechazando la colaboracin de sus asistentes, mientrassu madre se retorca las manos, temerosa aunque resplandeciente deorgullo por su hijo amado, su rey, su Csar.

    Bueno, an segua siendo el rey, y cuando no le ganaba la melancolacomo ahora, era el hombre ms alegre de la corte. Ojal, pensaba, se

    pareciera ms a su viejo amigo y enemigo, el rey de Inglaterra... un hombre

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    dotado con el precioso don de verse tal como le gustaba verse. Grande ygloriosa condicin!, suspiraba Francisco. Un estmulo en la juventud, unconsuelo en la vejez.

    Se ri al pensar en Enrique y su encantadora nueva esposa, Ana, y en

    cmo el viejo pcaro de Clemente haba excomulgado a los dos.Al pensar en Enrique y en Clemente volvi a recordar algo que

    ltimamente le irritaba bastante. Ah estaba el objeto de su insatisfaccin,el muchacho, sentado en un rincn, solitario y triste como era de esperar.Qu zoquete! Qu palurdo sin gracia! Francisco estaba pensando enofrecer un cargo de caballerizo mayor y una pensin a cualquiera que fuesecapaz de hacer rer a carcajadas al joven Enrique. De dnde me habrsalido semejante hijo?, se preguntaba. Pero ya no tendr ms pacienciacon sus enfurruamientos y sus modales rsticos.

    Levant la vista y con un gesto llam a su lado a las dos personas aquienes amaba y admiraba ms que a nadie en la corte: Ana, su amante, ysu hermana (y amiga desde la infancia) Margarita, reina de Navarra. Qudistinguidas eran! Al mirarlas, uno se senta orgulloso de que fueranambas hijas de Francia, y en verdad, de qu otro pas podran serlo?Ambas eran bellas a su manera; Margarita espiritual, Ana voluptuosa. Yambas posean ese otro don que, adems de la belleza del rostro y de lasformas, buscaba Francisco en todas las mujeres de quienes le encantabarodearse. Eran de una inteligencia que igualaba, y tal vez excedieraincluso, la suya propia; con ellas poda hablar de sus problemas polticos;

    eran capaces de aconsejarlo con inteligencia y divertirlo con su ingenio.Amantes, Francisco tena en cantidad, pero su amor segua siendo Ana; encuanto a Margarita, entre los hermanos haba existido una apasionadadevocin desde que l aprendi a hablar. Las amantes iban y venan, peroel vnculo entre hermano y hermana slo podra romperlo la muerte.

    Yo te amaba desde antes de que nacieras le haba dichoMargarita. Mi marido y mi hijo nada fueron comparados con el amor quesiento por ti.

    Y lo deca en serio. Margarita haba odiado a su marido desde que steabandonara a su hermano en Pava y, tentando a la muerte, haba

    abandonado su hogar para ir a reunirse con l en Madrid. En esemomento, su hermana fue ms rpida que Ana para percibir el estado denimo del rey, pues ambos eran como gemelos: su contento jams eracompleto a menos que estuvieran juntos, prontos para percibir lamelancola, dispuestos siempre a compartir el regocijo.

    Mi muy querido, estis triste hoy? pregunt Margarita,sonriendo.

    l les indic con un gesto que se sentaran una a cada lado de l, seinclin hacia Margarita y, tomndole una mano, se la llev a los labios.Todos sus movimientos estaban llenos de cortesa y de encanto.

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    Triste? repiti. No! Pero estaba pensando en ese matrimoniocon la italiana.

    Eso no me gusta declar Ana. Qu familia es esa? Quinesson esos Mdicis, esos mercaderes, para unirse con la casa reinante de

    Francia?Mi amor, os hacis eco de las palabras de mis consejeros. La

    repeticin, ay!, puede ser tediosa, aun cuando venga de vuestros dulceslabios dijo el rey, e hizo una seal a los msicos. Tocad, tocad! lesorden, pues no deseaba que se llegara a or su conversacin.

    El Papa es un pcaro, sireinsisti Ana. Y si la verdad es tedio,pues hay que afrontar el tedio.

    Un pcaro! exclam Margarita. Es peor que un pcaro, es untonto.

    Estimadas seoras, os dir cul es el consejo que he recibido delpadrino del muchacho: piensa que es lamentable que el hijo de una casareal haya de casarse con la hija de unos comerciantes. Y agrega, coningenio tpicamente Tudor, que debera haber alguna gran ventaja paraque un rey considere semejante matrimonio, pero que en su sentir, si laventaja fuera suficiente, Dios bendecira la alianza.

    Los tres rieron.Si no hubierais advertido que tal era la opinin del padrino del joven

    Enrique apunt Margarita, me habra dado cuenta de que se tratabade los sentimientos de Enrique VIII de Inglaterra.

    A quien todos los santos guarden! asinti burlonamenteFrancisco. Y ojal se lleve su merecido con su encantadora y flamanteesposa. Le he escrito ya dicindole que eso es lo que deseo.

    Os lo agradecer desde el fondo de su corazn opin Margarita.Qu es exactamente lo que me merezco, si no riquezas, poder, xito ysatisfacciones?, se preguntar. Pues si alguna vez hubo un hombre quemereciera esas cosas, ese hombre es Enrique de Inglaterra!. Y pensarque slo esa era vuestra intencin al decirlo.

    Bien quisiera yo que el pobre Francisco pudiera ofrecer al rey deFrancia un dcimo de la devocin que Enrique Tudor pone a los pies del

    rey de Inglaterra suspir Francisco. Y fijaos bien que si yo amo al reyde Francia lo amo por sus fallos, en tanto que Enrique Tudor ama al rey deInglaterra por sus virtudes. El verdadero amor es ciego.

    Pero Enrique tiene razn al decir que debera haber ventajas seal Ana. Son realmente suficientes las ventajas?

    Estos Mdicis son ricos, y llenarn nuestras arcas, que vos, Anama, habis ayudado a dejar exhaustas. Regocijaos, pues, conmigo. Hayadems tres joyas muy brillantes que nos aportar la joven Mdicis:Gnova, Miln y Npoles.

    Engarzadas en las promesas de un Papa! se burl Margarita.

    Amada ma, no seis irrespetuosa al hablar del Santo Padre.

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    Un Santo Padre con la no tan santa costumbre de defraudar a loshijos que confan demasiado en l!

    Dejad que yo me las vea con Clemente, amor mo. Y ya basta depoltica. Estoy preocupado y deseo sincerarme con vosotras dos, prudentes

    amigas. Es por el muchacho, precisamente. A fe ma que, de no haber sidosu madre la mujer ms virtuosa de Francia, dira que no es hijo mo.

    Tal vez seis demasiado duro con el joven duque, rey mo sugiriAna. Todava no es ms que un nio.

    Tiene catorce aos. Cuando yo tena su edad...No se compara una vela con el sol, querido mo le record

    Margarita.Acaso los hijos del sol no han de brillar con luz propia? Me

    enferman los nios hoscos y estpidos, y parecera que con este hijo me heprocurado el ser ms hosco y estpido que haya visto en mi vida.

    Es porque el nio es hijo de alguien tan deslumbrante como vos,sire, por lo que esperis demasiado. Dadle una oportunidad, pues comodice vuestra graciosa hermana, todava es joven.

    Vosotras las mujeres sois en exceso blandas con l. Pidiera a Diosque supiera yo cmo poner alguna chispa de inteligencia en esa torpecabeza.

    Tengo la impresin, Francis, de que el muchacho es menos estpidocuando vos no estis presente dijo Margarita. Qu pensis vos, Ana?

    Estoy de acuerdo. Y si se le habla de caza, mi amor, ve uno en sus

    ojos vuestra misma vivacidad.De caza! Es bastante sano. Ojal el Delfn tambin lo fuera.No culpis a vuestros hijos, Francis; culpad al rey de Espaa.O a vos mismo seal con ligereza Ana.Durante un momento, los ojos del rey echaron fuego al mirarla, pero

    Ana le sostuvo orgullosamente la mirada. Era provocativa, muy segura des misma, atrayente... y, despus de casi diez aos, el rey segua anenamorado de ella. Ana se tomaba libertades, pero a Francisco le gustabanlas mujeres que se tomaban libertades. Para ella no era un dios, como paraMargarita. El rey se ri; no poda eludir esa capacidad de verse con

    demasiada claridad. Ana tena razn; Francisco haba sido un mal militar,demasiado temerario, y el resultado fue... Pava! La culpa era de l, y elhecho de que el joven Enrique y su hermano el Delfn hubieran debidoocupar el lugar de su padre en la prisin espaola, en condicin derehenes para garantizar su buena fe, no era culpa de los muchachos, sinode Francisco.

    Os tomis libertades, querida ma seal con una insinuacin defrialdad.

    Pero me temo que es cierto, amor mo respondi con desparpajoAna. Slo que, como yo os amo tanto por vuestras virtudes como por

    vuestros defectos, no me da miedo decir la verdad cuando hablo con vos.

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    Fue un triste destino se apresur a intervenir Margarita. El reydeba regresar y los prncipes tuvieron que ocupar su lugar. Peroconsideremos el verdadero problema. Los muchachos volvieron deEspaa...

    Donde el joven Enrique haba olvidado su lengua materna! clamFrancisco. Acaso yo, un francs, volvera balbuceando una lenguapagana, por ms tiempo que estuviera exiliado de Francia?

    Lo que el nio hablaba al regresar era espaol, sireprecis Ana,y tengo entendido que lo hablaba correctamente.

    Vaya si lo hablaba correctamente. No slo tiene el aspecto de unespaol; habla y acta como si lo fuera. Ms que hijo mo, parece que fuerahijo de mi enemigo.

    Verdad que es un muchacho hosco admiti Ana. Me preguntoqu pensar la italianita de su novio.

    Lo aceptar agradecidsima asegur Margarita. Acaso no eshijo del rey de Francia?

    Yo dudo seal Ana, con malignidad de que un muchacho tanhosco le parezca digno de esas tres joyas resplandecientes que son Gnova,Miln y Npoles.

    Sin duda reiter Margarita. Nadie regatea demasiado cuandocompra con dinero ajeno.

    Y menos cuando es posible que las cuentas jams sean pagadas!Ya basta! intervino Francisco, con un toque de aspereza.

    Clemente es un pcaro escurridizo, pero yo puedo hacer que cumpla suspromesas.Cmo llegar la nia? quiso saber Ana.Con no menos pompa y abundancia de ricos presentes que el propio

    Papa, que no slo la traer personalmente, sino que se quedar para laceremonia.

    Qu? se escandaliz Ana. Acaso no confa en que hagamos deella una mujer honesta?

    Sin duda piensa que nuestro Enrique le arrebatar su virginidad yla mandar de regreso intervino Margarita.

    Despus de quedarse con sus joyas y su dote!Francisco se rea.Es que no conoce a nuestro Enrique. Es capaz de privar de alegra a

    un banquete, pero jams a una doncella de su virginidad. Madre Santa!Ojal ese muchacho tuviera un poco ms de fuego. Y pese a toda la pompay perfidia de ese hombre, ojal se pareciera a su padrino, del otro lado delcanal.

    He odo decir que su Graciosa Majestad de Inglaterra era un hombrede esplndida figura y que lo sigue siendo, pese a que se acerca ya a lamadurez coment Ana.

    l y yo tenemos la misma edad gru Francisco.

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    Pero vos sois un dios, mi seor se burl Ana, y los dioses noenvejecen.

    Yo sigo pensando en el muchacho cavil Margarita. Ahora queva a comprometerse, habra que hacer algo. Tendra que tener un amigo,

    un buen amigo, que le enseara a perder el miedo a todos nosotros, yprincipalmente a su padre; alguien que pueda explicarle que su torpeza sedebe sobre todo a que le falta confianza en s mismo, que le explique que lanica manera de superar los efectos de esos desventurados aos enEspaa es desterrarlos de sus pensamientos, en vez de seguirregodendose en ellos.

    Como siempre, tenis razn, querida ma aprob Francisco. Unamigo... un joven animoso, dotado de encanto y belleza, alegre y conmuchas y bellas amigas.

    No es en eso precisamente en lo que yo pensaba. No hay en la corteun hombre en quien se pueda hallar la sutileza necesaria. Espaa estgrabada a fuego en el cerebro del muchacho, y ninguno de nosotros sabecon qu profundidad... pero me temo que sea mucha. Necesita de unamano suave que borre esos malos recuerdos. El muchacho debe recuperarsu dignidad gracias a una influencia persistente y sutil.

    La de una mujer, sin duda! exclam Ana.La de una mujer inteligente complet Margarita, no una joven

    de su edad, traviesa e inconstante. Una mujer... prudente, bella, y sobretodo, comprensiva.

    Vos misma! exclam Francisco.Margarita sacudi la cabeza.Con gran placer realizara este milagro...Vaya si sera un milagro! terci Francisco. Convertir a ese

    zoquete imbuido de la solemnidad espaola en un alegre cortesano deFrancia! S que sera un milagro!

    ... si pudiera continu Margarita. l no me lo permitira, porqueyo he sido testigo de sus humillaciones. He estado presente, Francis,mientras vos le reconvenais; he visto cmo le suba la sangre a la cara ycmo le resplandecan de clera los ojos; y sus labios tensos en el esfuerzo

    de decir palabras que igualaran en brillo a las vuestras. El pobre nio nose da cuenta de que el ingenio viene del cerebro antes que de la lengua.No! Enrique jams reaccionara a mi tratamiento. Yo puedo hacer el plan,pero es alguna otra quien debe llevarlo a la prctica.

    Tal vez Ana...Seor bien amado, las exigencias que me imponis son tan grandes

    que a ningn otro podra yo servir; y mi celo en serviros es tan intenso quenada ms que lnguida indiferencia puedo sentir por los asuntos de otros.

    Todos se rieron, y Margarita dijo rpidamente:Dejdmelo a m, que yo encontrar a la mujer.

    Francisco las rode a ambas con sus brazos.

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    Queridas mas dijo, besando primero a Margarita y despus aAna, qu sera de m sin vosotras? Ese hijo mo es como un grano en lanariz... una irritacin continua, que pasa y reaparece. La Virgen os bendigaa ambas. Ahora, vamos a bailar. Vamos a divertirnos. Msicos! Desplegad

    lo mejor de vuestro arte.El rey sali a bailar con Ana, encantado de que su amante y su

    hermana hubieran podido ponerlo de mejor nimo, y los cortesanos ycortesanas siguieron a la pareja. Pero en un rincn, procurandoesconderse entre tapices y cortinados, estaba el joven prncipe Enrique,hosco y desdeoso, pensando cundo podra escabullirse furtivamentehacia la paz de sus habitaciones. Le enfermaba todo lo que all haba: lasrisas, la alegra, los cortesanos y las mujeres; pero lo que ms le enfermabadel todo era su padre.

    El rey indic a sus asistentes que se retiraran, pues quera estar asolas con Diana, la bella viuda del senescal de Normanda. Al

    salir, loscortesanos sonrean entre s. Aj!Conque ahora es la Grande Snchale,no? Vaya rey! Vaya hombre! Pero, qu tendr que decir de esto laencantadora Ana dHeilly? Qu juego este del amor! Y qu deliciosamente,qu inagotablemente sabe jugarlo nuestro soberano!

    El rey autoriz a la viuda a que se pusiera de pie. Con los ojosentrecerrados estudi hasta el ltimo detalle de su apariencia; suapreciacin era la de un conocedor. Francisco estaba orgulloso de lasmujeres como Diana de Poitiers. Virgen santa!, pens. En Francia

    sabemos educar a las mujeres.Aunque ella le tema, no lo demostraba. Se la vea ruborizada y conlos ojos brillantes. Comprensible! No poda menos que conmoverse anteuna llamada del rey. Francisco se dijo que Diana apenas haba cambiadodesde su anterior encuentro. Cundo haba sido? Deban de haberpasado casi diez aos! Todava tena la piel tan tersa como la de unamuchacha; se haca difcil creer que tuviera treinta y tres aos. De rasgosregulares, tena abundante cabello de color negro azulado, brillantes ojososcuros y una figura perfecta. Para el rey, su presencia era un deleite, paranada disminuido por esa frialdad, esa falta de respuesta a la admiracin y

    al enorme atractivo fsico de l.Adems, era inteligente. Francisco se diverta dejndola conjeturar elmotivo de su llamada, o ms bien dejando que Diana sacara conclusionesque deban de estar haciendo que el corazn le palpitara con inquietud enese seno perfecto, aunque en exceso recatado.

    Mientras miraba a la mujer que se pona en pie ante l, el rey deFrancia tena todo el aspecto de un stiro.

    La haba visto con la reina y haba pensado: Ah! Esta es la mujer, laque puede hacer un hombre de mi Enrique. Ella le ensear todas lasartes y las habilidades que tan graciosamente despliega. Le ensear todo

    lo que le sea conveniente saber, y nada que lo dae. Le ensear a amar

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    las virtudes que la adornan, y a detestar los vicios de su padre; y despus,juntando yo la cabeza a la suya encantadora, entre los dos, leencontraremos una amante, una muchacha joven y seductora, a menos,por cierto y esto bien puede ser, porque a mi Enrique lo creo capaz de

    cualquier mediocridad, que quiera guardar fidelidad a su novia italiana.Hay un favor que quiero pediros dijo, acaricindola clidamente

    con los ojos.Diana se haba levantado. Mantuvo la cabeza alta, y cada lnea de su

    hermosa cabeza y de sus hombros era una declaracin de protesta.Francisco no habra sido Francisco si no hubiera cedido a la tentacin

    de fastidiarla.Os ruego que os sentis. No deseo veros actuar con ceremonia.

    Venid aqu... junto a m.Sire, sois muy afable conmigo.Y ms quisiera serlo, seora, si contara con vuestro consentimiento.

    Muchas veces pienso en aquel lejano encuentro que tuvimos. Es posibleque haga ya diez aos, Diana? Vamos, si sois la misma muchacha. Dicenque es una magia que tenis, dicen que habis descubierto la eternajuventud, y a fe de noble que dira yo al miraros que no les falta razn.

    Magia no tengo, sirerespondi ella. Y si me habis hecho llamarpara que pueda yo deciros mi magia, lo nico que puedo responder es queestoy desolada de que no os hayan dicho la verdad. Ninguna magia hay,sire,y si yo la tuviera, vuestra sera.

    Ah! Pero es que hay magia en vuestra belleza, hermosa Diana. Yesa es la magia que quiero pediros.Sirehay en vuestra corte muchas mujeres hermosas que suspiran

    por vuestras atenciones...No son los encantos de Venus, sino la castidad de Diana lo que

    busco.No, pensaba el rey, apenas si ha cambiado. Diez aos atrs, Diana no

    era viuda. Una belleza de veintitrs aos, casada con uno de los hombresms ricos y ms feos de Francia. Lamentable! Dar en matrimonio a unviudo, de edad ms que mediana, una deliciosa joven de quince aos! Pero

    Juan de Poitiers, con tres hijas casaderas, haba pensado que el gransenescal de Normanda era una buena pareja para la joven Diana. Ella,dcilmente, haba soportado al vejete... dos hijas tuvieron? Franciscocrea recordarlo. En aquella poca, Diana le haba interesado, peroentonces le interesaban todas las mujeres hermosas de su reino...duquesa, gran senescala o hija de tabernero, eso no importaba! Todaseran bienvenidas en su lecho, y difcilmente alguna se le negaba. PeroDiana haba sido una de las que se negaron.

    Al observar el rostro sosegado, mientras perciba la oculta alarmaante lo que ella consideraba un renovado ataque a su virtud, el rey volvi a

    verla: una mujer asustada, de rodillas ante l, rogndole que perdonara la

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    vida a su padre. El viejo tonto haba participado en la conspiracin delcondestable de Borbn, y en ese momento estaba en una mazmorra enLoches, esperando la pena capital. Y Diana haba venido a suplicar graciade su vida a un monarca que era siempre susceptible a las splicas de las

    mujeres hermosas. Haba llorado, pero la rapidez de su ingenio no la habaabandonado, y el rey supona que no se le haban escapado las burlonasinsinuaciones que se haban cruzado entre ellos. Superficialmente, comoera propio de l, Francisco se haba enamorado de la suplicante; le habadicho que como Diana se convertira en su gran amiga, l deba concederlelo que peda, porque nada le daba ms placer que conceder favores a susgrandes amigos.

    Y despus, a salvo ya la vida del anciano, cuando el rey hababuscado la retribucin de su generosidad, el espanto haba abiertodesmesuradamente esos grandes ojos oscuros, esas mejillas de damasco sehaban teido de escarlata; pero aun, Diana haba llorado. Tema habersido una estpida, declar, no haber comprendido al rey. Quera acasodecir que haba perdonado la vida al padre a cambio del honor de la hija?

    Esas amargas lgrimas! Esa repugnancia contenida! Diana era muylista, sin duda, y esa era la cualidad que l ms admiraba en una mujer,despus de la belleza. Qu poda hacer? Diana haba ganado, lo habaengaado. La autoriz a que se retirara.

    Vuestra belleza me encant, mi querida Diana le haba dicho,pero vuestro ingenio me ha superado. Volved con vuestro esposo, espero

    que sepa apreciar vuestro valor.Lo dijo sin malicia, porque no haba malicia en su naturaleza; detiempo en tiempo la vea, pues Diana era una de las damas de la reina, tanrecatada siempre con el atavo blanco y negro que usaba desde la muertede su marido.

    Pero Francisco no poda resistirse al placer de inquietarla. Le haraesperar lo peor... o lo mejor. La violacin de la casta Diana por el stiro, elrey de Francia! Y despus la desilusionara de pronto, para que tuviera queenojarse aunque fingiera sentirse aliviada.

    He pensado en vos desde aquel da en que fuisteis a anunciar a

    vuestro padre que le habamos perdonado la vida. Lo recordis?S, lo recuerdo, sire.Con qu alegra fuisteis! Dijisteis a vuestro noble padre que

    habais pagado su vida con... moneda falsa?Mi padre respondi claramente Diana no lo habra entendido

    aunque se lo hubiera dicho. Estaba semienloquecido despus de suencarcelamiento en esa oscura mazmorra de Loches. Cuatro paredes depiedra, con apenas una ventanita por donde le pasaban la comida, paradarle luz. Y despus... ya en el cadalso... que le anunciaran que le habanperdonado la vida, pero que deba vivir en un calabozo. Yo pens que vos

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    habais hablado de perdn. No entend que segua siendoencarcelamiento.

    Fue mucho lo que no entendimos... vos de m y yo de vos, mi castaDiana.

    Y all sigui, sire, prematuramente envejecido.Los traidores no pueden vivir como los leales respondi framente

    Francisco, aun cuando sean padres de hijas hermosas. Ylamentablemente, si las hijas son tan virtuosas como bellas, eso puede sermuy mala suerte para los traidores.

    Aunque Diana guardaba silencio, el rey saba que estaba muyasustada.

    Cmo est vuestro padre ahora? pregunt Francisco.Recordaris, seor, que hace algn tiempo lo dejaron en libertad.Me alegro. Si me hubierais dejado, yo habra aminorado vuestra

    angustia. Es verdad que soy el rey de Francia, pero soy esclavo de labelleza.

    Sire,vuestra bondad es conocida en Francia entera.Ahora nos entendemos. Necesito vuestros servicios.Diana retrocedi, pero el rey ya se haba cansado de la broma y aclar

    rpidamente:De quien quiero hablaros es del duque de Orlans.Del pequeo duque!Oh, no tan pequeo, no tan pequeo. Pronto ha de casarse. Qu

    pensis del muchacho?Es que, sire, no lo conozco. No lo he visto ms de una o dos veces.Habla con libertad. Decid que es un zoquete y un palurdo, que

    parece ms bien un campesino espaol que el hijo de un rey. Yo no he decontradeciros.

    Pienso que es un muchacho apuesto.El rey se ri.Ser posible, senescala, que esos brillantes ojos vuestros sean tan

    certeros para ver como para hechizar? Os digo que no hay necesidad deelegir con tanto cuidado vuestras palabras.

    Diana sonri.Pues entonces, sire, os dir que considero al pequeo duque unmuchacho tmido y de modales torpes.

    Un zoquete, en otras palabras.Bueno, todava es joven.La eterna respuesta de las mujeres! Es joven... todava. Y como es

    joven... todava, las mujeres se sienten enternecidas hacia l. Estentrando rpidamente en la virilidad y no tiene an nada de los modales deun hombre.

    He odo decir que con frecuencia encabeza la cacera.

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    Los perros tambin! Pues bien, he estado pensando cul es la mejormanera de nutrir a ese hijo mo, y os he elegido a vos como nodriza.

    Sire!

    La sonrisa del rey era burlona.

    Nada se os pide que pudiera ofender a la casta Diana. Se tratasimplemente de esto: mi hermana y Mademoiselle dHeilly sienten que elmuchacho merece ms compasin que reproche. Piensan que la manoflexible de una mujer puede ayudarlo en mucho a despojarse de esa speracota de malla espaola y vestir la armadura de un francs, y yo he decididoque vuestra mano colabore en ese cambio. Ni mi hermana ni MademoiselledHeilly estn an al tanto de mi eleccin y vos sois lo bastante despiertacomo para entender el porqu. Vos, senescala, sois elegida por m seencogi expresivamente de hombros. Mademoiselle dHeilly puedeponerse un poco celosa, comprendis? Alguna vez, la rosa voluptuosapuede suspirar por la gracia del lirio; Venus puede sentir envidia de Diana.Ella sabe cmo se me iluminan los ojos al or pronunciar vuestro nombre ycmo reverencio la virtud de una dama, aunque a veces me d causa paralamentarla. Tambin est mi hermana. Vos sois catlica devota, y mi perlade perlas coquetea con la nueva fe. Pero soy yo, vuestro rey, quien os elige.Os elijo por vuestra virtud, por vuestra honestidad y dignidad, por vuestroingenio, y porque sois una francesa de quien Francia puede estarorgullosa. Por todo ello os elijo tutora de mi hijo. Quisiera que le enseislos modales de la corte. Haced que emule las virtudes de su padre, si es

    que para vuestros despiertos ojos tiene alguna y sobre todo, enseadle a noimitar sus vicios.Diana sonrea ahora.Creo que os entiendo, sire. Ser amiga del pobre nio, necesita

    amigos. Har de l un autntico caballero. Me honra que mi noble rey mehaya considerado digna de tal misin. Yo no he tenido hijo varn, aunquemucho lo deseaba.

    Ah! suspir el rey. Mucho deseamos varones, sin jams soarque al crecer puedan parecerse a Enrique de Orlans. Confo en que hagisbien vuestro trabajo.

    La entrevista haba terminado. Con una profunda reverencia, Dianase retir, dejando a un rey un tanto melanclico que sigui pensando enella despus que se hubo ido.

    El joven Enrique estaba recostado en uno de los jardines interiores,mirando cmo se perseguan las nubes por el cielo de verano. All se sentaseguro. Si oa acercarse a alguien, se levantara rpidamente para escapar.Quera estar solo, siempre quera estar solo.

    Prefera estar en Amboise antes que en Pars. Odiaba el viejo palacio

    de Les Tournelles, cerca de la Bastilla, ya que para l estaba dominado por

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    la prisin y se converta, adems, en un recuerdo constante de los oscurosdas de su infancia. Su padre no quera vivir en el Louvre, demasiadooscuro, sombro y anticuado, y tena grandes proyectos para reformarlo.Siempre haba grandes proyectos para reformar edificios. Francisco estaba

    construyendo Fontainebleau, que sera realmente hermoso, pero all no sepodra tener paz. Su padre estaba siempre hablando de lo que haba quehacer y de quin debera hacerlo, y alardeando de lo inteligente que era,mientras todo el mundo le adoraba, porque l era el rey.

    Enrique aborreca a ese hombre brillante que era su padre, y el odioera tanto ms profundo cuanto que, si Enrique hubiera podido optar porparecerse a alguien sobre la tierra, habra elegido inmediatamente a supadre, el rey de Francia.

    Cmo hablaba! Cmo se le ocurran todas esas cosas tan brillantesque decir? Cmo saba todo lo que saba y le quedaba aun tiempo paraescribir y cazar y cantar y acostarse con mujeres? Enrique no lo entenda.Lo nico que saba era que ese hombre deslumbrante era estafador ymentiroso, y que los peores momentos que haban pasado en su vida l,Enrique, y su hermano Francisco, el delfn, se los deban a su padre.

    Les haban dicho que deban ir a Espaa, durante un tiempo cortosolamente. Iran como rehenes porque su padre haba sido vencido en unabatalla por el rey de Espaa y haba tenido que prometer que se casaracon Leonor, la hija del rey de Espaa, y que hara adems muchas otrascosas. Y para asegurarse de que esas cosas se hicieran, los pequeos

    prncipes deban ocupar el lugar de su padre, como prisioneros de Espaa.Durante un tiempo! Pero tan pronto como estuvo en libertad, su padre sehaba olvidado de sus promesas, se haba olvidado de sus hijos.

    Tras haber cruzado los Pirineos, haban entrado en Espaa, parapermanecer durante cuatro aos en aquel pas aborrecible, comoprisioneros del enemigo de su padre.

    El joven Enrique arranc una hoja de hierba y la mordi, colrico. Losojos se le llenaron de lgrimas. Qu horrible haba sido. Las cosas nohaban ido tan mal al principio, cuando los cuidaba Leonor, que amaba alos nios y les deca que iba a ser su nueva madre. Qu bondadosa haba

    sido, resuelta a hacer de ellos buenos catlicos, deseosa de que la amarancomo si fueran realmente sus hijos.Pero despus el rey de Espaa haba empezado a darse cuenta de que

    Francisco era un mentiroso y los dos nios fueron apartados de laafectuosa dama que deba ser su madrastra para dejarlos a cargo debellacos que se burlaban de ellos porque su padre eran un embustero.

    Enrique se senta profundamente humillado, y su hermano Franciscoestaba frecuentemente enfermo. Enrique sufra terriblemente pensandoque su hermano poda morirse y que l se quedara solo en Espaa.

    Cuando crecieron y la ropa les qued estrecha, les dieron gastadas

    prendas de terciopelo polvoriento.

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    Mirad a los pequeos prncipes, los hijos del mentiroso rey deFrancia! se burlaban los guardias. Y en espaol, adems! Norespondan siquiera a sus preguntas si los nios no las hacan en espaol,y aunque Enrique nunca era rpido para aprender, no le qued otro

    remedio que hacerlo. Y esa era una de las cosas que hacan que su padrelo despreciara, que al regresar a su pas hubiera olvidado su lenguamaterna.

    Con qu jbilo haban recibido los dos la noticia de que finalmenteregresaran a su patria. A Francia... despus de cuatro aos! Al salir deFrancia, Enrique tena cinco aos, y nueve cuando regresaron. Habaesperado que all la vida sera maravillosa, pero el hombre corpulento ydeslumbrante, ricamente ataviado, a quien todos adoraban y que a todoshaca rer y sentirse felices de estar junto a l, ese hombre mirconsternado a sus dos hijos, les dijo algo que Enrique no entendi siquiera,y Francisco no del todo, y despus los trat de sombros caballerosespaoles. Todos se haban redo. La risa era algo que Enrique, que no serea jams, aborreca; pero su tragedia era que habra querido poder rerse.

    Para el joven Francisco, las cosas eran ms fciles. Despus de todo,l era el delfn, y la gente trataba de complacerle porque algn da serarey. Al adusto Enrique le dejaban solo, su padre se encoga de hombros yapenas si lo miraba, y el muchacho no tena tampoco ningn amigo.

    Mientras segua tendido sobre la hierba, rumiando sus desdichas,una dama vestida de blanco y negro entr en el jardn. El muchacho se

    puso torpemente de pie, furioso con ella porque tendra que hacerle unareverencia y las reverencias nunca le salan bien. La gente se rea de sumanera de hacerlas, no en el gracioso estilo francs sino a la usanzaespaola, torpe y desmaada... como si fuera un campesino ms que unduque!

    La recin llegada sonri y el prncipe advirti que era hermosa.Tambin vio que la suya era una verdadera sonrisa, que hablaba deamistad y no de arrogante desprecio. Pero al volver a pensarlo, le pareciincreble y su desconfianza se mantuvo.

    Espero que me perdonis esta invasin de vuestra intimidad dijo

    la mujer.Me ir... me ir y os dejar sola en el jardn.Oh, no hagis eso, por favor.Enrique iba apartndose de ella, pensando que si poda acercarse a la

    abertura practicada en el seto, por all podra huir.Sentaos, por favorle rog ella. En la hierba... as, como estabais.

    De otro modo entender que os he ahuyentado, cosa que me hara muydesdichada. Y vos no desearais hacerme desdichada, no es verdad?

    Yo... eeh... no puedo ver que mi presencia aqu...

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    Os explicar. Os vi desde el palacio y me dije: Oh! Ah est sualteza el duque de Orlans, a quien quera yo pedir consejo. Quoportunidad!

    Consejo?repiti Enrique, sintiendo que la sangre se le suba a la

    cara.Con una informalidad impropia de una gran dama, ella se sent en la

    hierba junto al prncipe.Quiero comprar unos caballos y s que vos sabis mucho de eso. Y

    estaba pensando si tendrais la bondad de aconsejarme.El muchacho la miraba fijamente, todava con desconfianza, pero el

    corazn haba empezado a latirle con fuerza. De un momento a otro,pasaba de una felicidad esttica a su habitual desconfianza. Esa mujer,no estara mofndose de l? No ira a demostrarle en un momento que lno saba nada del nico tema en que realmente se senta seguro?

    Creo que... podrais encontrar... gente que... balbuce,preparndose para ponerse de pie y, tras un intento de reverencia, huircorriendo de los jardines.

    Pero ella le haba apoyado una mano en la manga.No dudo de que podra encontrar gente capaz de aparentar

    seriedad, pero lo que yo quiero es alguien en cuyo juicio pueda confiar.La boca de Enrique se puso tensa, esa mujer se estaba burlando de

    l.Os he observado se apresur a agregar ella cuando volvis de la

    cacera, y os he visto montar una yegua zaina... un hermoso animal.Las comisuras de la boca del prncipe se elevaron casiimperceptiblemente. Nadie poda burlarse de su yegua, que era realmenteperfecta.

    Me gustara tener una yegua as, si es posible conseguirla, porcierto. Dudo poder encontrar una tan perfecta.

    Ser difcil admiti l y, sin tartamudeo alguno, empez a hablardel esplndido animal, de su edad, de sus proezas, de sus costumbres.

    La dama lo escuchaba arrobada. Enrique jams haba mantenido connadie una conversacin tan larga, pero tan pronto como se dio cuenta de lo

    mucho que estaba hablando volvi a trabrsele la lengua y de nuevo sesinti deseoso de escapar.Decidme algo ms le rog ella. Ya veo que estuve acertada

    cuando decid pediros consejo.Enrique se encontr as hablndole de los mritos de sus otros

    caballos.Ella, a su vez, le habl de su hogar, el castillo de Anet, en el delicioso

    valle del Eure, y de los bosques que lo rodeaban. Era una comarcamaravillosa para la caza, pero tambin en ese aspecto, le dijo, tena ella lasensacin de que le faltaban los conocimientos adecuados y era mucho lo

    que deba hacerse.

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    Haba que talar los rboles, agreg l, y plantar otros nuevos. Y lpoda decirle muchas cosas sobre los cotos de caza. Ojal Enrique pudieraconocer su castillo.

    Confieso que me encantara escapar por un tiempo de la corte dijo

    el prncipe. Despus le pregunt quin era. No creo haberos visto antes.Estaba seguro de no haberla visto, porque de haber sido as,

    imposible que no la recordara.Estoy al servicio de la reina y le tengo gran afecto, pero a veces me

    siento muy sola. Sabris que soy viuda, hace dos aos que muri mimarido, pero si una ha sido feliz, no puede olvidar con sus manosblancas y delicadas arregl la rica tela blanca y negra de su vestido. Eracomo una estatua, pens el muchacho, la estatua de alguna bellsimasanta. Me temo que estoy fuera de lugar en esta alegre corte concluyella.

    Lo mismo que yo! asinti amargamente el muchacho, que ya nodeseaba escapar; ms an, quera seguir all sentado, hablando con ella, ytema que al jardn llegara alguien ms que, al solicitar la atencin de sucompaera, renovara en l la sensacin de ser un nio tmido, torpe ydesprovisto de inters.

    Vos no! objet ella. Vos sois el hijo del rey, y yo no soy ms queuna viuda solitaria.

    Mi padre... me odia! su tono era vehemente y, aunque Enrique nose atrevi a decir que odiaba a su padre, la afirmacin estaba implcita.

    Oh, no! Nadie podra odiaros y vuestro padre menos que nadie. Yotengo dos niitas, y lo s, los padres no pueden odiar a sus hijos.Mi padre s. Ama a mi hermanito Carlos y a mis dos hermanas,

    Magdalena y Margarita. Creo tambin, aunque a veces se enoja con l, queama al delfn, pero a m no. Yo soy el que ms lo encoleriza.

    No, no!Pero os aseguro que es as. Me lo dicen su aspecto y sus palabras.

    Uno puede equivocarse con el aspecto, pero no con las palabras. Franciscoes el delfn y algn da ser rey, y mi padre no lo olvida. Pero se burla de l,le dice que es demasiado solemne y que se viste como un espaol y que le

    gusta el agua ms que el vino. Francisco es ms despierto que yo, puedeaprender ms rpidamente que yo las usanzas francesas. Pero a quien msquiere mi padre es al pequeo Carlos. Afortunado de l! Era demasiadopequeo para que le enviaran a Espaa.

    Vos podrais ganaros tan fcilmente como Francisco el favor devuestro padre.

    Cmo? la ansiedad del muchacho era pattica.Necesitaris tiempo. Vuestro padre se ha rodeado siempre de gentes

    que ren y bromean y ni siquiera le importa que las bromas vayan dirigidascontra l, siempre que le hagan rer. Si podis conseguir que vuestro padre

    se ra, os habris ganado la mitad de su corazn.

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    Se re de m, pero con desprecio.l quiere rer por diversin. Tened en cuenta que su ingenio es muy

    agudo y no os ser fcil.Mi hermano pequeo puede hacerle rer.

    Oh, monsieur Carlos se parece muchsimo al rey. Mi seor duque, siestuvierais menos temeroso de ofender a vuestro padre, menos loofenderais.

    S, eso es asinti ansiosamente el muchacho. Estoy siemprepensando qu debo responderle, incluso antes de que me haya hablado.

    Eso es, entonces, lo primero que debis aprender, que no hay nadaque temer. Y cuando hacis una reverencia o besis la mano a una dama,no debis preguntaros si estaris hacindolo sin gracia. Eso no debepreocuparos. Manteneos erguido y con la cabeza alta. Muchas veces,cuando no os esforzis demasiado por agradar a la gente es cuando mejorlo consegus. Pero debis perdonarme, estoy hablando demasiado.

    Oh, no! Jams me ha hablado nadie tan bondadosamente.Me alegro de no haberos aburrido, pues iba a tomarme una gran

    libertad. Quera preguntaros si tendrais la bondad de hacer una visita ami casa para ver mis establos... y tal vez, dar una vuelta por mis tierras yaconsejarme al respecto.

    El rostro de Enrique se ilumin.Nada podra serme tan grato despus, su expresin volvi a

    ensombrecerse. Pero no me permitiran salir de la corte agreg

    rencorosamente, imaginando la escena con su padre. Conque deseisvisitar a una dama! Mi querido Enrique, es necesario mantener ciertodecoro en los asuntos del corazn... incluso aqu, en Francia.

    Algo as le dira, sin duda, con esa aspereza expresada siempre tangraciosamente, que mancillara el honor de esa hermosa dama. Y eso,Enrique no podra soportarlo.

    Podrais venir acompaado por algunas personas de vuestrarelacin, por que no?

    Me temo que mi padre jams lo permitira.Seor duque, tengo vuestra autorizacin para preguntar a vuestro

    noble padre si podra invitar a un pequeo grupo, en el cual vos estaraisincluido, a hacer una breve visita a mi casa?Con la manera que tena ella de decirlo, la cosa pareca menos

    inalcanzable. Era lo que pasaba con alguna gente, podan decir confacilidad lo que pensaban. No como l, que era tan torpe.

    Eso me dara gran placer respondi Enrique, pero me temo quepronto desearis volver a veros libre de m.

    Perdonadme si os digo que debis prescindir de semejante modestiarespondi ella, riendo. Recordad siempre que sois el duque de Orlans,el hijo del propio rey. Y olvidad esos aos desdichados en Espaa, que han

    pasado para nunca ms volver. Espero que seis vos quien no se aburra en

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    mi castillo; har lo posible por brindaros la hospitalidad adecuada para unhijo del rey. Ahora, tengo vuestra autorizacin, querido amigo, para hacermi peticin al rey? Decidme que s, os lo ruego.

    Estar desolado si no pudiera acudir, tanto anso ver vuestro

    castillo, vuestros caballos y vuestra tierra.Ella le tendi la mano y Enrique se la tom, ruborizndose

    intensamente.Nunca olvidis le dijo Diana, acercndose a l que sois el hijo

    del rey de Francia.Era verdad, pens el muchacho, era el hijo del rey. Jams, hasta ese

    momento, haba sentido tan ntidamente la importancia que eso tena.Se qued mirndola mientras ella sala del jardn, sonrindole por

    encima del hombro antes de desaparecer.Es tan bella como una diosa, pensaba l, y tan bondadosa adems!

    Los meses de verano fueron los ms felices que hubiera conocidojams Enrique. Milagrosamente, la dama haba conseguido elconsentimiento del rey para la maravillosa visita y el muchacho no era elmismo cuando hablaba, cenaba o cabalgaba con la gran senescala deNormanda.

    Os llamar Enrique le haba dicho, y vos me llamaris Diana,porque no somos amigos acaso, amigos para el resto de nuestras vidas?

    l haba balbuceado algo de que esperaba ser siempre digno desemejante amistad. Los dos cabalgaban juntos, aunque no tanto comoordinariamente sola hacerlo Enrique. A Diana no le gustaba la caza tantocomo a l, ni tena intencin de arriesgarse a un accidente que daara suhermoso cuerpo. La senescala se las estaba arreglando esplndidamentecon la misin que le haba confiado el rey. En su compaa, el muchachopareca liberarse de toda su torpeza, que lamentablemente reapareca tanpronto como otras personas estaban con l.

    Diana estaba tomndole afecto, el muchacho no careca de encanto yla devocin que empezaba a sentir por ella era halagadora, tanto ms

    cuanto que era desinteresada. Diana estaba acostumbrada a laadmiracin, pero la de Enrique era diferente de cualquier otra que hubierarecibido. Se senta llena de compasin hacia l; haba sido tan maltratadoque no era de asombrarse que respondiera con tanto fervor a un poco debondad.

    Muy poco tiempo despus de su primer encuentro, a Enrique lepareca que era imposible encontrar felicidad lejos de Diana. La encontrabaperfecta, la consideraba una diosa, sin pedirle otra cosa que dejarse servirpor l. Buscaba, sin encontrarlo, algo en que pudiera serle til. Estabaansioso de usar sus colores para defenderla en las justas, pero eran

    muchos los hombres que usaban los colores de una dama, nada ms que

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    para ganar sus favores. Y Enrique no quera que su devocin pudieraresultar equvoca; l no esperaba favores, en el sentido en que se losentenda de ordinario. Para l era favor suficiente poder sentarse junto aella, mirar su bello rostro y escuchar las prudentes palabras que salan de

    esos bien dibujados labios, solazndose en la bondad que slo ella leofreca.

    Cuando compr los caballos que l le haba elegido, Diana le habaregalado uno. Tras haberle preguntado cul era en su opinin el mejoranimal del lote, cuando Enrique, sin imaginar lo que ella se propona lehubo contestado, le dijo que ese era para l. Con lgrimas en los ojos, lhaba protestado, diciendo que no quera regalos, sino solamente que ellalo autorizara para servirla. Diana, riendo, le haba respondido:

    Qu son los regalos entre amigos?Ser mi posesin ms cara habale asegurado l, con toda

    seriedad.Todo lo que Diana haca era magnfico, nada era vulgar. Hasta cuando

    hablaron de cmo tena que vestirse Enrique y ella le indicaba qu ponerse,cmo hacer una reverencia, cmo saludar a los hombres y mujeres, lohaca con una gracia y un encanto tales que no pareca una leccin. Unacosa haba que no poda ensearle, a sonrer para otros. Enrique reservabasus sonrisas solamente para ella.

    Cuando supo que deba casarse con una muchacha italiana, elprncipe se alarm mucho y fue inmediatamente a contrselo a Diana.

    Ella se mostr dulcemente comprensiva. Le tom ambas manos comosi el muchacho fuera realmente su hijo y le cont cmo a ella, siendo unania de quince aos, la edad que Enrique tena en ese momento, la habancasado con un anciano. Le habl de sus propios temores.

    Pero Enrique, pronto aprend que no haba nada que temer. Mimarido era un anciano y esta italianita es de vuestra edad. No es propio devos tener miedo de una muchacha.

    No, Diana, claro que no debo tener miedo asinti l, peroquisiera no tener que casarme. No tengo ningn deseo de casarme.

    Pero, querido amigo, los seres de noble cuna deben casarse.

    Entonces, me gustara haber elegido yo a mi novia levant los ojosal rostro de Diana. Pero aquella a quien yo elegira estara muy porencima de m.

    Diana se qued sorprendida. Qu haba sucedido con el muchacho?Oh, vamos, seor ri, quin puede ser demasiado para el

    duque de Orlans?Enrique estaba a punto de balbucear algo cuando ella cambi

    rpidamente de tema.Era una suerte que estuviera a punto de casarse, pens, esperando

    que la joven italiana tuviera encantos suficientes para enamorarlo.

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    Con gran placer, Enrique se enter de que Diana deba integrar elgrupo que le acompaara a Marsella, donde deba encontrarse y casarsecon la pequea Mdicis.

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    En el valle se alzaba la ciudad ms noble de Europa. Sus cpulas yagujas, resplandecientes en el aire transparente, parecan desafiar a lassilenciosas colinas que se detenan a las puertas de la ciudad. De color grisplateado, el ro destellaba a la distancia y se desviaba hacia el oeste por elvalle del Arno, atravesando la Toscana en busca de Pisa y del mar. Lacomarca era frtil, rica en viedos y en olivares, y la ciudad ms rica an,sus banqueros y sus comerciantes en lanas le haban dado prosperidad,pero Florencia tena, para compartir con el mundo, una riqueza mayor dela que ellos podan darle. Leonardo da Vinci y Botticelli, Dante y Donatello

    la haban embellecido, y Miguel ngel, todava relativamente joven, estabaese da de verano trabajando dentro de sus murallas. Sus palacios y susiglesias estaban repletos de tesoros, pero en la ciudad haba una posesinmucho ms preciada que el arte y la erudicin, y esa posesin era lalibertad. Y los vecinos, al ver a la familia gobernante, recordaban laindependencia y el orgullo florentinos.

    El sol castigaba, ardiente, la Va Larga, recalentando las gruesasmurallas de piedra del Palacio Mdicis. El primero de los palaciosrenacentistas de Florencia impresionaba por su solidez para resistircualquier ataque, pues no era solamente un palacio sino una fortaleza,

    construido para hacer frente al resplandor del sol italiano, con deliciososcontrastes de luz y sombra, era llamativo, con la huraa estructura de suparte inferior, que haca casi pensar en una prisin y los diseosdecorativos de las plantas superiores. Era uno de los edificios msimpresionantes de esa ciudad de belleza.

    En una de las habitaciones superiores del palacio, la pequeaCatalina estudiaba sus lecciones. Le dola la cabeza y tena los ojoscansados, pero saba que no deba demostrarlo, que jams debamencionar una incomodidad fsica, jams deba olvidar su dignidad. Msan, deba recordar siempre que perteneca a la casa gobernante de

    Florencia. En eso insistan el cardenal Passerini, que por orden del Papa

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    gobernaba la ciudad, al mismo tiempo que supervisaba la educacin deCatalina, y la ta Clarissa, que le enseaba urbanidad, no menos que elpropio Padre Santo, a quien la nia vea con menos frecuencia. Catalinaera importante, porque en ella estaban puestas las esperanzas de todos.

    No os olvidis, Catalina Mara Rmula de Mdicis sola decirleClarissa Strozzi (pues la ta Clarissa siempre se diriga a ella por sunombre completo, para destacar que era necesario mantener la dignidad), no os olvidis de que sois hija de la casa de Mdicis. Os correspondemostrar siempre dignidad, valor y erudicin, jams pasin y desvaro.

    Terminadas esas lecciones, seguan otras: de comportamiento, debaile, de equitacin y de conversacin, con el cardenal, con la ta Clarissa ya veces con Filippo Strozzi, el banquero que estaba casado con la taClarissa. Adems del estudio de idiomas, la nia deba aprender la historiade su propia familia y la de las casas reinantes de otros pases. Ta Clarissainsista en que conociera todos los gloriosos incidentes de la vida de subisabuelo, Lorenzo el Magnfico, el hroe de la ta Clarissa, quefrecuentemente lo comparaba con Julio de Mdicis, el mismo que en esemomento, en su condicin de Clemente VII, Papa, era el jefe de la familia.Catalina se haba escandalizado al or hablar con irreverencia del SantoPadre, pero la leccin ms importante que haba tenido que aprender eraque deba ocultar sus sentimientos, de manera que escuchaba sin dar lamenor seal de sorpresa.

    Se apart de la carita el largo pelo rubio y cuando estaba a punto de

    volver a sus libros oy rascar la puerta. Momentneamente olvidada de sudignidad, se levant de un salto para dejar entrar a Guido, un spaniel dedulces ojos castaos. Catalina tena dos, Fedo y Guido, que eran los dosnicos seres vivientes que reconocan en ella a la niita a quien a veces legustaba retozar y rerse con ms bullicio de lo que habra parecidodecoroso a los ojos de cualquier otro espectador.

    Guido estaba asustado. Se acurruc contra ella y le lami la mano.Tena el aspecto de un perro que ha escapado de un destino terrible, y quesabe que su salvacin es temporal. Catalina adivin inmediatamente que elperseguidor era Alejandro, el muchacho que se haca llamar su hermano y

    a quien ella llamaba el Moro. Nada le gustaba ms que maltratar a losperros y a los jvenes mozos y mozas de servicio, a quienes poda torturarsin que eso le trajera ningn problema. Algn da, intua la nia, intentaradivertirse de la misma manera con adultos.

    Tendi una mano hacia el perro para acariciar el sedoso pelaje. Bienhabra querido arrodillarse junto a l para abrazarlo, pero era imposiblecontemplar siquiera la idea de que Catalina, de la casa de Mdicis, seinclinara a acariciar a un perro en una habitacin donde alguien pudieradescubrirla.

    No se haba equivocado. Era Alejandro, quien empuj la puerta y

    entr, el que vena persiguiendo al perro. Cerr la puerta y se recost

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    contra ella, mirando a Catalina mientras el animal intentaba ocultarseentre los pies de su ama. Sin dar seal alguna de la agitacin que laembargaba, Catalina levant los ojos para mirar a Alejandro.

    Y le llamaban un Mdicis! Catalina se preguntaba apasionadamente

    por qu su noble padre haba andado por el mundo derrochando susimiente en tan innobles terrenos. Cmo poda haber amado a la mseraesclava berberisca que deba haber sido la madre de Alejandro? Peroevidentemente as haba sido, aunque slo fuera por corto tiempo, puestoque Alejandro estaba all en el palacio con ella, y era su medio hermano. ElPapa insista en que viviera all, aunque ta Clarissa habra estadoencantada de arrojarlo a la calle. Un bastardo, por suerte, porque, sihubiera sido su hermano legtimo? Pero no! La nobleza de sangre jamspodra producir esa frente estrecha en la cual el pelo naca casi desde lascejas, esa nariz ancha y corta, esa boca maligna, esos ojos salientes ylascivos. Catalina se habra sentido aterrorizada ante Alejandro, si nohubiera sabido que estaba a salvo de su malignidad. l no se atreva alastimarla, por ms que la odiara. Catalina era la hija legtima, l, elbastardo; pero el Santo Padre, por ms que amara al muchacho, nopermitira que por su intermedio acaeciera dao alguno a la niita que erala esperanza de su casa.

    Alejandro entr lentamente en la habitacin. Tena en ese momentocatorce aos, ocho ms que Catalina y se vean ya en l muchos indiciosdel hombre que llegara a ser.

    El perro gimoteaba.Cllate, Guido orden Catalina, sin quitar los ojos del rostro de sumedio hermano.

    Esa bestia se me escap! dijo Alejandro.Me alegro de orlo replic Catalina.Ese perro no sabe lo que le conviene. Iba a darle de comer al rer,

    Alejandro mostr los dientes como una rata. Le haba preparado unbocado delicioso... para l, nada ms que para l.

    No hagas dao a mi perro pidi Catalina.Hacerle dao? He dicho que iba a darle de comer.

    T slo le dars algo que le haga dao! los ojos de Catalinaechaban chispas. Cuando estaba a solas con Alejandro, la nia no secuidaba de su dignidad, no se avena a sonrer si se senta herida, y a sussarcasmos responda con los suyos propios. A matar t le llamas juegose encar, y cuanto ms cruel es la muerte, tanto ms te divierte eljuego.

    En vez de responderle, Alejandro mostr los dientes al perro,murmurando:

    Ven, pequeo Guido, querido pequeo Guido. Te dar algo decomer, Guido.

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    Catalina se dej caer de rodillas; sus mejillas, habitualmente plidas,estaban arrebatadas. La nia estaba temerosa de perder su spaniel, uno desus mejores amigos.

    Guido le susurr, frentica, no debes acercarte a l, y si te

    atrapa, murdelo.Si me muerde afirm Alejandro, lo cortar en pedacitos, o tal

    vez lo ponga en un caldero y lo haga hervir lentamente. Yo no permito queun perro muerda a Alejandro de Mdicis, duchessina.

    T deja en paz a mis perros orden con dignidad la nia,ponindose en pie y sin dejar de mirarlo. Ve a divertirte con otros siquieres, pero deja en paz a mis perros.

    Cuando vea al Santo Padre amenaz Alejandro, le dir que laduchessina se ha convertido en una tunantuela que pierde el tiempojugando con perros. Entonces te los quitarn, y tal vez yo pida que me losden.

    La nia estaba temblando. El Santo Padre lo creera! Qu raro eraque el gran hombre, a quien tanto le importaba el poder y tan poco suprimita de seis aos, a quien trataba cortsmente de sobrina, estuviera tanbien dispuesto hacia ese horrible bastardo que era su medio hermano.

    Entonces replic, yo le dir a mi vez que o cmo una de lasdoncellas de servicio gritaba en tus habitaciones, y ya me ocupar de queno se reserve nada cuando la interroguen.

    Te olvidas de que yo s cmo hacerla callar. A esa muchacha no le

    gustar perder la lengua.Te odio! grit apasionadamente Catalina. Se lo contar a taClarissa.

    Aunque te creyera, no me considerara digno de castigo.Entonces, se lo dir al cardenal.l no pensar mal de alguien a quien el Santo Padre ama tanto

    como a m me ama.Pese a toda su educacin, Catalina sinti el impulso de correr hacia l

    para patearlo, araarlo, morderlo y tal vez lo habra hecho, pues elcreciente temor de lo que pudiera suceder a su perro iba minando

    rpidamente su control, si en ese momento no hubiera vuelto a abrirse lapuerta dejando paso a Hiplito, que entr en la habitacin.Qu contraste con el aire de perversidad de Alejandro! Hiplito era el

    joven ms apuesto de Florencia, haba heredado los mejores rasgos de lafamilia Mdicis y ninguna de sus debilidades ni su insidiosa crueldad.Aunque slo tena diecisis aos, era el amado de los florentinos, que pesea su condicin de ilegtimo lo consideraban como su futuro gobernante.Vean en l a su ilustre antepasado, Lorenzo el Magnfico, junto a su noblepadre, el duque de Nemours. El muchacho haba demostrado ya que era denaturaleza valiente y osada, pero al mismo tiempo bondadoso y amante de

    las artes. Tena las cualidades que ms apreciaban los florentinos en sus

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    gobernantes y se esperaba que estuviera prximo el momento en queHiplito tomara las riendas de manos de Passerini, que gobernaba laciudad bajo la gida de Clemente, el Papa cuya vacilante poltica europeahaba generado inquietud en toda Italia.

    Catalina se alegr al ver a Hiplito, a quien admiraba. El muchachojams se haba mostrado rudo con ella, aunque la verdad era que nodispona de mucho tiempo para dedicarlo a una nia tan pequea. Ellasaba que Alejandro tema a Hiplito, y que este ltimo no senta por elMoro ms que desprecio.

    Hiplito, Alejandro dice que har dao a mi perro se apresur adecir Catalina.

    No faltaba ms! exclam Hiplito, mientras se acercaba aAlejandro con una mirada desdeosa. Acaso no tiene sus perros parahacerlos vctimas de sus viles jugarretas?

    Te agradecer que recuerdes con quin hablas! grit Alejandro.No lo he olvidado respondi Hiplito.Ahora que haba perdido el control, Catalina ya no poda dominarse, y

    envalentonada por la presencia de Hiplito, que siempre tomaba partidopor los dbiles frente a los fuertes, exclam:

    No, Alejandro. Hiplito no se olvida de que est hablando con elhijo de una esclava berberisca!

    El rostro de Alejandro se ensombreci, el muchacho dio un paso haciala niita y la habra golpeado si Hiplito no se hubiera apresurado a

    interponerse entre ambos.Aprtate! gru Alejandro, cuyas cejas oscuras se haban unidosobre los ojos relampagueantes, y despus su voz se agudiz en unchillido. Si no te apartas, te matar. Te vaciar los ojos, te arrancar lalengua. Te...

    Te olvidas advirti Hiplito de que no ests hablando con unode tus desdichados esclavos.

    Contar esto a Su Santidad la prxima vez que me haga llamar a supresencia.

    S, dile que intentaste golpear a una niita. Dile que la asustaste y

    le hiciste tener mucho miedo por su pobrecito perro.Te matar! vocifer Alejandro.De pronto se apart de ellos, temeroso de su propia clera y de lo que

    podra verse llevado a hacer a Hiplito o a Catalina; si haca dao a alguiende su familia tendra graves problemas. Hara algo ms prudente.Necesitaba ver correr sangre, pero no deba ser sangre de un Mdicis.Hara azotar a alguno de sus sirvientes, y pensara alguna nueva torturapara hacerles padecer. Corriendo, sali de la habitacin.

    Hiplito solt la risa y Catalina se ri con l, despus levanttmidamente los ojos hacia el rostro del muchacho. Hiplito jams le haba

    parecido tan atractivo como ahora, cuando con la astucia de sus palabras

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    haba conseguido ahuyentar a Alejandro de la habitacin. Se le vea muyapuesto, con el suntuoso terciopelo morado que tan bien convena a su tezolivcea, con el pelo azulado de tan negro y los relampagueantes ojososcuros de los Mdicis, no muy diferentes de los de la propia Catalina. La

    nia senta que poda adorar a Hiplito como si fuera uno de los santos.l le sonri dulcemente.No te debes dejar asustar por l, Catalina.Le odio! exclam ella. Bastardo morisco! Ojal no tuviera que

    estar aqu. No creo que sea mi medio hermano tendi la mano hacia lamanga de terciopelo de l. No te vayas todava, Hiplito. Qudate aconversar un rato conmigo, que tengo miedo de que vuelva Alejandro.

    Qu esperanza! Ahora estar viendo cmo azotan a alguno de susesclavos. No puede perderse el espectculo de un derramamiento desangre.

    T le odias, Hiplito?Le desprecio.Catalina se sinti animada por el comn sentimiento hacia Alejandro.Cunto dara por saber que no es mi medio hermano suspir.

    Ay! S que tengo muchos hermanos y hermanas en Florencia, en Roma, entodas las ciudades de Italia por donde ha pasado mi padre. Y tambin enFrancia, me han dicho.

    Hiplito la miraba con una sonrisa traviesa. Cuando no se mostrabarecatada y silenciosa, Catalina era una niita encantadora, mientras no la

    haba visto exasperada por el Moro, el muchacho no haba pensado quepudiera enojarse tanto ni mostrarse tan deliciosamente amistosa. Queraagradarle, hacer que en esos hermosos ojos brillara la alegra.

    Hay algunos, Catalina le dijo confidencialmente, en voz baja,que dicen que Alejandro no es tu medio hermano.

    Pero si no lo fuera, por qu habra de estar viviendo aqu?Catalina, eres capaz de guardar un secreto?Oh, s respondi la nia, inundada de alegra ante la perspectiva

    de compartir algo con el apuesto muchacho.El Papa se interesa por Alejandro ms que por ti o por m. Por esa

    razn la gente dice que no es tu hermano, Catalina.Los ojos de ella se agrandaron de excitacin.Pero... por qu, Hiplito?El Papa te llama sobrina, pero su parentesco contigo no es tan

    cercano. La gente dice que el parentesco entre el Papa y Alejandro es muy,muy prximo.

    No querrs decir que...?Riendo, Hiplito le apoy ambas manos sobre los hombros, muy cerca

    su rostro del de ella, susurr:El negro es hijo del Santo Padre!

    Y su madre? susurr Catalina.

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    Alguna muchacha de servicio.Pero... el Papa!Los Papas son humanos.Pero se dice que son santos.

    Hiplito se ri alegremente.T y yo sabemos que no es para tanto, eh?Catalina se senta tan feliz que se despoj completamente de aos de

    restricciones. Era una noticia maravillosa la que le traa la persona msmaravillosa del mundo. Bail por toda la habitacin antes de dejarse caeren su taburete. Guido se le subi a la falda y empez a lamerle la cara.

    Hiplito se rea alegremente al verlos. Conque esta era la primita quehasta entonces le haba parecido tan rgida y solemne. El muchacho estabaencantado de que esa pequea habladura hubiera producido semejantetransformacin.

    Catalina descendi furtivamente hacia la cmara de misterios dondeBartolo, el astrlogo, pasaba la mayor parte de sus das y de sus noches.Rpida y silenciosamente baj la enorme escalera, temerosa de encontrarsecon alguien y de tener que explicar su presencia en esa parte del palacio.

    A esa hora del da, Bartolo haca sus ejercicios en los patios delpalacio; marchaba solitario, con su negra tnica flotante, el pelo blancoescapndosele bajo el casquete redondo. Sobre el casquete tena bordados

    los signos del zodaco, y de la persona del mago emanaba el mismo olorque reinaba en su cuarto: aroma de hierbas y de sangre de animales, dealmizcle, verdn, algalia y los ingredientes con que haca perfumes ylociones, potingues y venenos. Pocos eran los que osaban aproximarse aBartolo. Si alguno de los hombres o mujeres de servicio lo veanpasendose por el patio, se apresuraban a apartar los ojos, procurandoolvidarse de que lo haban visto.

    Pero Catalina senta que a esa hora iba sobre seguro. Bartolo noestara en la cmara mgica, pero otros s: los dos jvenes hermanos,Cosmo y Lorenzo Ruggieri, a quien Bartolo preparaba para que fueran

    videntes y astrlogos, como l. All estaran los muchachos, entre losmapas, los calderos, los esqueletos de diversos animales, los perfumes, lasbotellas y los polvos. Estaran esperando la llegada de su duchessina, ytendran preparado lo que ella les haba pedido que le prepararan.

    La escalera se hizo ms estrecha y dobl. Catalina se encontrabaahora en un corredor de piedra, donde se olfateaba ya el aroma dulce yenfermizo de las habitaciones del mago. Lleg a una puerta que se abrasobre un pasadizo, al final del cual otra puerta dejaba entrar en lahabitacin, y golpe.

    Adelante! respondi la aguda voz de Cosmo Ruggieri.

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    La nia entr en la habitacin abovedada de cuyas paredes pendanpergaminos decorados con caracteres misteriosos. Ech un vistazo a lagran carta celeste, a los calderos bullentes, al esqueleto de un gato puestosobre un banco.

    Los hermanos Ruggieri la saludaron con una reverencia. Fielesservidores de su duchessina, con frecuencia le haban proporcionadoencantos para protegerse de la ira de su ta y de la tristeza del cardenal,todo sin que lo supiera el viejo Bartolo. Catalina, cuyo respeto por lo ocultoera una de las grandes emociones de su vida, admiraba a los dosmuchachos que estaban aprendiendo a ser magos.

    La tenis? pregunt.La tenemos respondi Cosmo. Trela, Lorenzo.S, ddmela pronto, que no sera conveniente que me descubrieran

    aqu.Lorenzo sac del bolsillo de su tnica una figura de cera. Imposible no

    advertir a quin representaba. Los hermanos haban reproducidohbilmente el rostro desagradable y la figura maciza de Alejandro.

    Y morir dentro de los tres das? pregunt Catalina.S, duchessina, si a medianoche le perforis el corazn, diciendo:

    Muere, Alejandro, muere!Los bellos ojos oscuros se dilataron de horror.Cosmo... Lorenzo... es algo muy malo. Tengo miedo.En este palacio, seora duquesa, hay muchos que diran que es

    algo muy bueno de hacer.Es que l matar a mi perro... s que lo har, si no lo mato yo antes.Morir sin duda, si perforis el corazn de esta imagen de cera

    asegur Lorenzo.No estar mal que lo haga? la nia mir a uno y a otro.No estar mal le respondieron simultneamente.Entonces, lo har. Catalina tom la imagen y, envolvindola en un

    pauelo, se la guard en el bolsillo.Duchessina pidi Lorenzo, si alguien llegara a descubrir la

    figura, os ruego que no digis de dnde proviene.

    Pobre Lorenzo! No poda ocultar sus pensamientos. Senta terror delaborrecible Moro y se imaginaba lo que les sucedera, a l y a su hermano,si Alejandro descubra que ellos haban preparado la imagen.

    Cosmo estaba ms animado.Nadie la descubrir dijo.Os juro que no dir nada a nadie dnde la encontr prometi

    Catalina. Ahora debo irme. Jams olvidar lo que os debo.Presurosamente, volvi a subir a la parte alta del palacio.Ya en sus habitaciones, volvi a sacar la figura del bolsillo para

    observarla. A no ser por su tamao, podra haber pensado que tena al

    propio Alejandro en la palma de la mano.

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    Tena que hacerlo. Si no lo haca, el pobre Guido morira sin dudaalguna, de una muerte atroz, envenenado. Hiplito era su amigo querido,pero no poda estar siempre junto a ella para protegerla de la crueldad delMoro, ni ella poda tampoco estar siempre junto a Guido. Le pareca que la

    nica manera de salvar al perro, y al mismo tiempo de hacer un poco msfeliz la vida de esos pobres esclavos de Alejandro, era hacerle desaparecerde este mundo.

    No habra nada de malo en hacerlo, slo bien.Catalina estaba asustada. A medianoche, cuando abri el cajn donde

    haba escondido cuidadosamente la figura, se encontr con que ya noestaba. Alejandro tena espas por todas partes, que le obedecan porque nohacerlo significaba que tendran que sufrir las horribles torturas que lestaba siempre inventando.

    Ahora, Catalina esperaba la venganza de Alejandro, y saba que seraterrible, porque el Moro sabra por qu se haba procurado ella esa figura,sabra exactamente cules haban sido sus intenciones.

    Se sobresalt cuando una doncella lleg a su habitacin a decirle quesu primo Hiplito deseaba verla.

    Catalina se sorprendi, porque haba pensado que Hiplito estaba decacera. Tal vez hubiera regresado ms pronto que de costumbre. Se alegral pensar que podra contar a su primo lo que haba hecho y pedirleconsejo y proteccin.

    Cuando golpe a la puerta no hubo respuesta, de manera que la nia

    entr. Sobre la mesa haba algunos libros, pero a Hiplito no se le vea. Notardara en llegar, estaba segura, y se sinti en paz, no necesitaba tenermiedo de Alejandro mientras Hiplito estuviera en palacio.

    Entonces, de pronto sinti que se corra una cortina y, al darse lavuelta con una gozosa sonrisa de bienvenida en los labios, se encontr conel odioso rostro de Alejandro, espindola entre las cortinas que mantenaapartadas con ambas manos, dirigindole una sonrisa que era una mueca.

    Con un sobresalto, ella dej escapar un grito de horror, peroAlejandro no pareca enojado, estaba sonriendo y se llev un dedo a loslabios.

    Tengo una sorpresa para ti, duchessina.No... no esperaba verte aqu tartamude la nia.No? Esperabas encontrar al apuesto Hiplito. Pero en palacio,

    Catalina, hay quienes me consideran tan apuesto como Hiplito.Catalina se aferr a la mesa. Quera escapar, pero pareca que no le

    quedara fuerza en las piernas. En cambio, no pudo dominar su lengua, laslecciones que tanto se haban empeado en ensearle el cardenal y su tano estaban realmente aprendidas.

    Si te lo dicen grit, es porque no se animan a decirte otra cosa.T los obligas a mentir...

    Alejandro avanz lentamente hacia ella.

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    No te alegras de verme, Catalina coment burlonamente. Iba aser una sorpresa, una gratsima sorpresa. Tengo algo para mostrarte sac del bolsillo la figura de cera y la levant. Dnde conseguiste esto,Catalina?

    Ella se mantuvo tercamente en silencio.Contstame insisti Alejandro. Dnde lo conseguiste?Jams te lo dir respondi la nia, sbitamente sonriente.Alejandro tema a los magos, de manera que no se atrevera a valerse

    de sus tretas contra Bartolo ni contra los muchachos.Ya s continu l. Me tienes tanto afecto que quisiste tener una

    imagen ma para poder mirarla cuando yo estoy ausente. Pero no importa.Ven aqu y vers lo que tengo yo para mostrarte.

    Catalina supo con seguridad que ahora tendra que enfrentarse a lavenganza de Alejandro, lo saba porque Alejandro jams dejara devengarse. Apart la cortina y mientras la nia se aproximaba, seal alsuelo, donde estaba tendido el cuerpo de Fedo, ya ponindose rgido perocon las patas contradas. La nia comprendi que Alejandro habaenvenenado al perro de manera que el pobre animal sufriera todo loposible.

    Se dej caer de rodillas para tocar el cuerpo de Fedo. Las lgrimas lesubieron a los ojos y le resbalaron por las mejillas. Catalina sollozamargamente. Alejandro segua inmvil, mirndola.

    Qu impropiedad! murmur. Qu dira la ta Clarissa si viera

    en este momento a Catalina?Catalina levant los ojos enrojecidos hacia el rostro burln, ysbitamente perdi el control de una manera que nunca le haba sucedido.Se olvid de todo, salvo de que su querido perro haba sido muertocruelmente por el perverso muchacho.

    Se arroj sobre l para hacerle lo que durante tanto tiempo habaansiado hacer. Lo pate, lo mordi, le tir el spero pelo negro, mientrasgritaba:

    Te odio, te odio, te odio!Cegada por la furia, no adverta siquiera que Alejandro se rea

    tranquilamente de ella.Una mujer entr corriendo.Traed al cardenal o a la seora. La duchessina se ha vuelto loca.Y sigui all, tranquilo, aunque no estaba en su naturaleza mantener

    la calma, sonriendo al ver la sangre que le manaba de la herida que lehaban abierto en la mano los dientes de Catalina.

    Qu dientes afilados tiene esta salvaje duchessina!murmurcomo para sus adentros.

    Entonces, de pronto, Catalina cobr conciencia de la alta silueta delcardenal y vio junto a l a su ta, Clarissa Strozzi. Apartndose de

    Alejandro, los mir con horror. En el rostro cadavrico, los ojos cansados

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    del cardenal expresaban su incredulidad ante lo que vean, pero a ClarissaStrozzi no le faltaban jams las palabras.

    Catalina Mara Rmula de Mdicis! exclam. Jams habracredo, despus de todos nuestros desvelos, que pudierais conduciros as.

    Catalina vio en el rostro de Alejandro la misma expresinescandalizada que se lea en el de su ta y en el del cardenal y estall,colrica:

    Pero... l envenen a mi perro... a mi pobrecito Fedo. Lo envenen...cruelmente. Es demasiado cobarde para hacerme dao a m por eso se lohace a mi perrito... la voz se le quebr y empez a llorardesesperadamente.

    Silencio! orden Clarissa. Basta con esto. Idos inmediatamentea vuestra habitacin. All os quedaris hasta que os llamen.

    Catalina, feliz de poder huir, sali corriendo del cuarto. Confundida ydesesperada, corriendo lleg a sus habitaciones. Guido la recibi y la nialo abraz, llorando amargamente. El perro le lama la cara, la prdida deFedo lo afectaba tanto como a ella.

    Catalina fue convocada a las habitaciones del cardenal, donde lahicieron pasar a un cuarto que por su austeridad pareca una celda. No eraque el cardenal, personalmente, usara mucho esa habitacin, que sereservaba para ocasiones como esa, el resto de sus habitaciones estaban

    amuebladas con la suntuosidad que conviene a un hombre de su rango.En sillones que parecan tronos estaban sentados el cardenal, ClarissaStrozzi y Catalina. Los pies de la nia no llegaban al suelo, y su rostro erasolemne e inexpresivo. No se atreva a dar muestra alguna de emocin,pues los ojos de la ta Clarissa no se apartaran de ella mientras lasordalas no hubieran terminado. Tendido en el piso de la habitacin estabaGuido, que acababa de comerse lo que le haban dado para que su dueapudiera observar su agona. Ese era su castigo. Catalina amaba a susperros, los amaba tanto que se haba dejado ganar por un plebeyodespliegue de emociones violentas.

    Por eso ahora deba contemplar, imperturbable, el terrible sufrimientode su amigo querido.Catalina saba lo que pensaba la ta Clarissa, que esa era la leccin

    necesaria. Toda emocin deba ser suprimida, porque la emocin era algoinfantil. Catalina deba llegar a darse cuenta de que en su vida no habams que una cosa que importara realmente: la grandeza de una casa nobley magna. Alejandro era el responsable de todo eso, pero a los ojos deClarissa, Alejandro, bastardo de muy incierta filiacin, no tenaimportancia alguna. A l se le poda ignorar, pero Catalina deba aprendersus lecciones.

    Pobre Guido! Ya empezaba a sufrir cruelmente.

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    Basta, basta! quera gritar la nia. Matadlo pronto, no lo dejissufrir as. Castigadme a m... no a Guido. Qu es lo que ha hecho?

    Silencio!, se amonest, apretando firmemente los labios. No dejestraslucir nada. Oh, pequea y tonta Catalina, si no hubieras demostrado a

    Alejandro lo mucho que queras a tus perros no se le habra ocurridoherirte a travs de ellos; si hubieras ocultado tu dolor por la muerte deFedo, ahora Guido estara en tus brazos, no all, agonizando. EstpidaCatalina! Por lo menos, ahora aprende la leccin.

    Te estn mirando, la ta Clarissa, que no tiene sentimiento alguno,slo la determinacin de que una gran casa siga siendo grande; elcardenal, a quien no le importa otra cosa que conservar el favor de losMdicis.

    Si ahora demostraba alguna emocin, el prximo sera su caballofavorito. No deba llorar. Deba contemplar ese horror, aunque estuvieradesgarrada, con el corazn destrozado, sin demostrar nada.

    Se qued inmvil, con las manos crispadas; estaba plida y los labiosle temblaban un poco, pero los ojos que levantaba hasta el rostro de taClarissa estaban secos y vacos de expresin. La ta Clarissa quedsatisfecha.

    En compaa de sus servidores, Catalina, Alejandro e Hiplitohicieron el largo y tedioso viaje a Roma, a travs de la Toscana. Tal vez

    Florencia y Venecia fueran las ms bellas ciudades italianas, pero Romaera la ms orgullosa. La Ciudad Eterna! Qu grande pareca, qu nobleengastada sobre las siete colinas, rodeada de pendientes purpreas, losrocosos Apeninos a un lado y hacia el otro el Mediterrneo resplandeciente.

    El Santo Padre quera recibir en audiencia a los miembros msjvenes de su familia, le haban llegado informes de su conducta,provenientes de la rgida Clarissa Strozzi, quien se quejaba de que elcardenal Passerini era demasiado tolerante. Se necesitaba una palabra delSanto Padre, y Clemente jams poda negarse a una oportunidad de ver aAlejandro. A eso se deba la visita a Roma, al propio Vaticano, que

    complaca a Catalina, porque le encantaba viajar y pareca deseable uncambio que la arrancara de la monotona de la vida cotidiana en Florencia.Al entrar en la ciudad y ver a la gente que se congregaba para ver la

    ceremonia de su llegada, advirti que haba miradas hoscas en vez desonrisas, murmullos en vez de exclamaciones, pero la imponente belleza dela ciudad hizo que se olvidara de la gente. Ah estaba San Pedro, todavasin terminar, magnfica, elocuente casi en la leccin que ofreca. La enormeiglesia se levantaba en el mismo punto donde haba sido enterrado SanPedro despus de su martirio, en uno de los jardines que rodeaban el circode Nern. Sin duda haba sufrido, pero una gran iglesia llevaba su nombre,

    y jams sera olvidado. Y el emperador Nern, por orden del cual haban

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    torturado a San Pedro, se haba suicidado. De quin era el triunfo, delsanto o del tirano?

    El Papa los recibira al da siguiente a su llegada, y seran conducidosa travs de vestbulos y salones poblados de lacayos ataviados de damasco

    rojo, hasta la sala de audiencias, donde los recibira el Santo Padre.Catalina jams haba visto a su pariente de otra manera que rodeado portoda la pompa de su cargo. Ahora iran en procesin hasta la Ciudad delVaticano, subiran la colina la central de un grupo de tres que seelevaban sobre el Tber y pasaran de palacio en palacio, entrevislumbres del ro y de la Capilla Sixtina y de la antigua fortaleza delcastillo de Sant Angelo.

    Clemente se alegraba de que los nios estuvieran en Roma. Lehabragustado que se quedaran all, pero la situacin era de intranquilidad. Noera que eso le preocupase demasiado, tena una opinin demasiado elevadade su propio poder para dudar durante un momento siquiera de sucapacidad para sofocar el descontento del populacho. Saba que el pueblodesconfiaba de l y que consideraban que la inquietud imperante en Italiase deba a la poltica que haba seguido el Papa con los monarcas quedominaban a Europa, los tres hombres ms poderosos de una pocaturbulenta: Francisco de Francia, Carlos de Espaa y Enrique deInglaterra. Pero haba uno, crea Clemente (pues la vanidad no era elmenor de sus defectos), mayor que cualquiera de ellos, y ese hombre era elpropio Santo Padre, Julio de Mdicis, el Papa Clemente VII.

    Decidi que vera a los nios a solas y por separado, para poderabrazar a Alejandro sin que nadie lo viera ni pudiera encontrar extrao suafecto por el muchacho.

    Excelencia dijo al Jefe de la Casa Papal, cuyo deber era estar conel Papa dondequiera que este se hallara, quisiera estar a solas con losjvenes. Hacedlos pasar por separado.

    La digna figura de sotana negra y prpura hizo una profundareverencia y se dirigi a las habitaciones de Monsignor para tenerlo altanto de los deseos de Su Santidad.

    Como lo exiga la etiqueta, Catalina fue la primera. Reverente, se

    acerc a la silla gestatoria donde la esperaba Clemente, envuelto en susblancas vestiduras. Catalina se arrodill y el Papa le tendi la mano paradarle a besar el anillo del pescador.

    La nia lo roz levemente con los labios, aunque el anillo no leinspiraba gran reverencia. La educacin que le estaban dando la despojabapoco a poco de toda autntica emocin. Mientras reciba la sagradabendicin, miraba con los ojos entrecerrados el sello, sobre el cual se lea elnombre de su pariente y se vea la imagen de San Pedro, arrojando lasredes desde una barca.

    Clemente la dej seguir de rodillas.

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    Hija ma, he tenido tristes informes de vos. Habis sido culpable demuchos pecados, y eso me apena...

    Y as continu, aunque no estuviera pensando en los pecados deCatalina, sino en su matrimonio. Su mente volaba de una a otra de las

    nobles casas de Europa. Clemente quera para Catalina al hijo de un rey.S, pensaba el Santo Padre mientras daba fin a su homila, intentar

    conseguir el hijo de un rey para Catalina.Ahora podis retiraros, hija. Trabajad ms y entregaos a vuestros

    estudios. Recordad que un brillante futuro os espera. A vos oscorresponder preservar y glorificar el honor de la casa de Mdicis. Seddigna de esa confianza.

    Lo ser, Padre.Catalina volvi a besar el anillo y se retir.E