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REVISTA EUROPEA. NÚM. 200 23 DE DICIEMBRE DE 1 8 7 7 . AÑO IV. LA ORATORIA COMO ARTE BELLO. (Continuación.) * III. BOSQUEJO HISTÓB1CO DE LA ORATORIA. De buen grado intentaría, para satisfacer cumpli- damente lo que el tema pide, rapidísimo bosquejo de los caracteres artísticos, que ha revestido la ora- toria en su larga y gloriosa carrera. Tal habia sido mi intento desde los principios de este trabajo, para mejor demostrar lo que os llevo dicho, y tal vez lo hiciera á no extenderse el tema bajo mi pluma de tal modo, que temeroso ya por vuestra impaciencia, emprendo estas últimas brevísimas consideraciones. La discusión, si tengo la fortuna de que siga á esta Memoria, irá trayendo como por la mano todos esos, temas históricos de indisputable belleza y sobre los cuales debo pasar rápidamente, ciñéndo- me, para dar unidad á esle trabajo y responder á lo que su condición exige, á enunciar las leyes bajo las cuales nace, en mi sentir, y progresa y se des- envuelve la Oratoria. Son dos, y en realidad á una sola se reducen, de la cual arrancan las demás, y por la cual se explican: 1. a La Oratoria surge, como una necesidad, en la vida espiritual de los pueblos, reflejando sus há- bitos y sus aspiraciones. Y 2." La Oratoria, por participar de la condición de arte, y por sus fines sociales, cumple su desar- rollo en los dias de libertad de las naciones. Si tenéis presentes las condiciones artísticas de este género literario que os he expuesto, resolve- reis sin dificultad la duda propuesta á la discusión, afirmando que la Oratoria de nuestro siglo es supe- rior á la de las edades pasadas, y que es legítima y posible esta comparación, aun cuando no se resol- viera en el sentido que dejo indicado (1). * Véanse los números 198 y 199, pág-s. 141 y 774. (1) Suele afirmarse que es imposible resolver estos pa- - ralelos en la Oratoria, por las especiales condiciones de este Arte, en que tanto influyen los elementos todos de la pala- bra, la acción, el gesto, la entonación, etc., haciendo arbi- trario ó dificilísimo el juicio de todo orador que no hemos escuchado. Parece éste á primera vista uno de esos argu- mentos que demuestran de un modo concluyente una té- fiis; mas pensado con algún detenimiento, llega á conver- tirse «u uno de esos fuegos de artificio, que deslumhran. TOMO *X. Es tan íntima la relación entre la ciencia y la vida, entre la teoría y la práctica, que todo aquello que es cierto metafísicamente, resulta cierto también en la historia, en cuanto se disipan las oscuridades pero que, en cambio, no queman. Desde luego, y sin dar por cierta la que Cormenin llama elocuencia del folleto, hay que separar de esta objeción toda la Oratoria académica y la forense, reduciendo la dificultad á la política y la sa- grada, dirigidas á las muchedumbres, y en que influyen tanto esas condiciones materiales de la voz. Aun respecto á ellas no creo justa la apreciación que exa- mino. Es un hecho, comprobado por la experiencia de cada uno, que cuando leemos un discurso que no hemos oido, nuestro sentido artístico reproduce por sí mismo la pasión, la entonación, el gesto; en una palabra, al orador pronun- ciándolo, y que siendo, como casi siempre sucede, incapa- ces de pensar 6 decir lo que leemos, en tanto que lo leemos parece que somos nosotros miemos los que hablamos, y en nuestro interior renacemos en el foro de Roma ó en la plaza pública de Atenas. Este impulso, que es el mismo qu« en él drama nos coloca, sin pensarlo, en l<as luchas y su- frimientos del protagonista y hace que el discurso no esté para nuestro juicio sin vida, sino que, al contrario, tal vez idealmente le hagamos mejor de lo que en realidad fuera, se explica por la condición de la belleza, que ÜO atiende a una, sino á todas las facultades del hombre, y vivifica en él los ideales muertos, como las esperanzas más imposi- bles. Así, pues, la entonación, la pasión, que es el alma del discurso, la recreamos, por decirlo así, haciéndonos su- jeto de ella y lo que únicamente no podemos reunir y per- feccionar, por completo, es la prosodia, que no nace del espíritu, sino del uso, que á su vez es dirigido por el gusto de cada pueblo. Y respecto á ella, aun tiene razón de ser el paralelo; jujies no siendo esta parte la principal, ni mucho menos, del discurso, aplicamos la de nuestros dias y com- paramos, en igualdad de circunstancias, dado que tenemos todo lo que hay de espiritual y de bello en el discurso. Si hay error en esta apreciación, el hecho es que todos los críticos é historiadores han caido en él, y que desde Otfried Müller, historiando la literatura griega, hasta los Compen- dios de Perrou ó Constanzo, todos juzgan y comparan ora- dores que •no han oido, y su juicio es á su vez aplaudido ó censurado. Es, pues, discutible la afirmación que encabeza esta nota, y contra ella protesta el conaun sentir de los es- critores. En mi opinión, se revela en ella un peligro para la criti- ca literaria. No es sólo la Oratoria el arte en que influye el aparato externo. Más aún que en ella, es de notar este ele- mento exterior en la dramática. Sin representación no hay obra dramática, y, sin embargo, se juzgan por la lectura solamente la mayor parte de ellas, y afirmamos que Séneca es el primero de los trágicos latinos, á pesar de no haber sido representadas sus obras. Si del discurso no puede for- marse juicio sino por la audición, cuyos elementos todos dependen de un solo hombre, mucho menos puede hablarse de obras escénicas, que no hemos visto, y en cuyo efecto influyen, no sólo los elementos materiales de la voz, sino hasta artes que nada tienen de literarias. Yo creo que hay la misma razón para aplicar estas enseñanzas á la dramática, 51

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REVISTA EUROPEA.NÚM. 200 2 3 DE DICIEMBRE DE 1 8 7 7 . AÑO IV.

LA ORATORIA COMO ARTE BELLO.

(Continuación.) *

III.

BOSQUEJO HISTÓB1CO DE LA ORATORIA.

De buen grado intentaría, para satisfacer cumpli-damente lo que el tema pide, rapidísimo bosquejode los caracteres artísticos, que ha revestido la ora-toria en su larga y gloriosa carrera. Tal habia sidomi intento desde los principios de este trabajo,para mejor demostrar lo que os llevo dicho, y talvez lo hiciera á no extenderse el tema bajo mipluma de tal modo, que temeroso ya por vuestraimpaciencia, emprendo estas últimas brevísimasconsideraciones.

La discusión, si tengo la fortuna de que siga áesta Memoria, irá trayendo como por la mano todosesos, temas históricos de indisputable belleza ysobre los cuales debo pasar rápidamente, ciñéndo-me, para dar unidad á esle trabajo y responder á loque su condición exige, á enunciar las leyes bajolas cuales nace, en mi sentir, y progresa y se des-envuelve la Oratoria. Son dos, y en realidad á unasola se reducen, de la cual arrancan las demás, ypor la cual se explican:

1.a La Oratoria surge, como una necesidad, enla vida espiritual de los pueblos, reflejando sus há-bitos y sus aspiraciones.

Y 2." La Oratoria, por participar de la condiciónde arte, y por sus fines sociales, cumple su desar-rollo en los dias de libertad de las naciones.

Si tenéis presentes las condiciones artísticas deeste género literario que os he expuesto, resolve-reis sin dificultad la duda propuesta á la discusión,afirmando que la Oratoria de nuestro siglo es supe-rior á la de las edades pasadas, y que es legítima yposible esta comparación, aun cuando no se resol-viera en el sentido que dejo indicado (1).

* Véanse los números 198 y 199, pág-s. 141 y 774.(1) Suele afirmarse que es imposible resolver estos pa-

- ralelos en la Oratoria, por las especiales condiciones de esteArte, en que tanto influyen los elementos todos de la pala-bra, la acción, el gesto, la entonación, etc., haciendo arbi-trario ó dificilísimo el juicio de todo orador que no hemosescuchado. Parece éste á primera vista uno de esos argu-mentos que demuestran de un modo concluyente una té-fiis; mas pensado con algún detenimiento, llega á conver-tirse «u uno de esos fuegos de artificio, que deslumhran.

TOMO *X.

Es tan íntima la relación entre la ciencia y la vida,entre la teoría y la práctica, que todo aquello quees cierto metafísicamente, resulta cierto tambiénen la historia, en cuanto se disipan las oscuridades

pero que, en cambio, no queman. Desde luego, y sin dar porcierta la que Cormenin llama elocuencia del folleto, hayque separar de esta objeción toda la Oratoria académica yla forense, reduciendo la dificultad á la política y la sa-grada, dirigidas á las muchedumbres, y en que influyentanto esas condiciones materiales de la voz.

Aun respecto á ellas no creo justa la apreciación que exa-mino. Es un hecho, comprobado por la experiencia de cadauno, que cuando leemos un discurso que no hemos oido,nuestro sentido artístico reproduce por sí mismo la pasión,la entonación, el gesto; en una palabra, al orador pronun-ciándolo, y que siendo, como casi siempre sucede, incapa-ces de pensar 6 decir lo que leemos, en tanto que lo leemosparece que somos nosotros miemos los que hablamos, y ennuestro interior renacemos en el foro de Roma ó en la plazapública de Atenas. Este impulso, que es el mismo qu«en él drama nos coloca, sin pensarlo, en l<as luchas y su-frimientos del protagonista y hace que el discurso no estépara nuestro juicio sin vida, sino que, al contrario, tal vezidealmente le hagamos mejor de lo que en realidad fuera,se explica por la condición de la belleza, que ÜO atiende auna, sino á todas las facultades del hombre, y vivificaen él los ideales muertos, como las esperanzas más imposi-bles. Así, pues, la entonación, la pasión, que es el alma deldiscurso, la recreamos, por decirlo así, haciéndonos su-jeto de ella y lo que únicamente no podemos reunir y per-feccionar, por completo, es la prosodia, que no nace delespíritu, sino del uso, que á su vez es dirigido por el gustode cada pueblo. Y respecto á ella, aun tiene razón de ser elparalelo; jujies no siendo esta parte la principal, ni muchomenos, del discurso, aplicamos la de nuestros dias y com-paramos, en igualdad de circunstancias, dado que tenemostodo lo que hay de espiritual y de bello en el discurso.

Si hay error en esta apreciación, el hecho es que todos loscríticos é historiadores han caido en él, y que desde OtfriedMüller, historiando la literatura griega, hasta los Compen-dios de Perrou ó Constanzo, todos juzgan y comparan ora-dores que •no han oido, y su juicio es á su vez aplaudido ócensurado. Es, pues, discutible la afirmación que encabezaesta nota, y contra ella protesta el conaun sentir de los es-critores.

En mi opinión, se revela en ella un peligro para la criti-ca literaria. No es sólo la Oratoria el arte en que influyeel aparato externo. Más aún que en ella, es de notar este ele-mento exterior en la dramática. Sin representación no hayobra dramática, y, sin embargo, se juzgan por la lecturasolamente la mayor parte de ellas, y afirmamos que Sénecaes el primero de los trágicos latinos, á pesar de no habersido representadas sus obras. Si del discurso no puede for-marse juicio sino por la audición, cuyos elementos todosdependen de un solo hombre, mucho menos puede hablarsede obras escénicas, que no hemos visto, y en cuyo efectoinfluyen, no sólo los elementos materiales de la voz, sinohasta artes que nada tienen de literarias. Yo creo que hay lamisma razón para aplicar estas enseñanzas á la dramática,

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802 REVISTA EUROPEA. 2 3 DE DICIEMBRE DE 1 8 7 7 . N.° 200

que enturbian los Hechos, y los apasionamientosqtie oscurecen el ánimo. Si es ley de estética y decrítica la libertad del arte en sí, ley histórica habráde ser también la libertad artística, y su confirma-ción en la Oratoria es lo que debemos indagar enlos momentos presentes, después de haberlo demos-trado para la lírica y la poesía dramática. Sólo conestos intentos y con ánimo de que el debate ilustreestas materias apartándose al mismo tiempo de lacrítica personalísima á que pudiera llevarle una in-vestigación puramente histórica (no muy distantede la política), y en que habia de caberme gransuma de culpabilidad, me decido á tratar el últimoproblema que el examen de la Elocuencia pide y ádejar esta parte más incompteta aún que las otras;ya que, á decir verdad, pienso que ha de ser la másdiscutida.

Arma espiritual dirigida hacia el espíritu delhombre, verbo hecho carne en las profundidadesdel alma, la elocuencia debió nacer ruda, inquieta,poco hermosa todavía, con la primera necesidad,con la primera aspiración del hombre. En todos lospueblos, en todas las sociedades, donde haya podi-do resonar la voz del hombre, ha vibrado la elo-cuencia más ó menos grande, más ó ménos|viva, más6 menos ardiente; en todas las épocas, en todos lossiglos ha sido una necesidad santa del espíritu. Cadareforma religiosa ó política, cada descubrimiento,cada intuición, cada utopia, cada sacudimiento delos pueblos, ha sido expresado por la palabra; lafüeíza misma, la fuerza brutal, que ha marchitadotantas veces la libertad, ha obrado siempre por lapalabra ó contra la palabra, y de este modo, en sugloriosa historia, la elocuencia ha sido el rayo queanunciaba las revoluciones, la llama después queiluminaba su grandeza. Y la razón es clara. La pala-bra es lo único inmediato de quej)uede disponer elhombre, lo único eterno puesto á su alcance, y loque más mueve y encadena, y de la palabra se hanvalido reformadores, (utópicos, sabios y profetas, ycon la elocuencia han ido cumpliendo su propagan-da hasta que, extendido el incendio, la obra se haconsumado y la palabra ha sido su iniciadora y sumaestra. La elocuencia nace del alma y va al alma,refleja las pasiones y las enciende; la opinión es lareina del muido, ha dicho Pascal, y la palabra es lamadre de esta reina.

y ftun más para ésta que á la Oratoria, y, por tanto, piensoqne así como forjamos el efecto de una obra de Esquilo, po-demos imaginar un discurso de Demóstenes, cumpliendoeon todo lo que la Crítica exige. De otro modo, sería muyextraño que no hubieran advertido lo imposible de juzgarobras no escuchadas críticos como Lessing, Wolf, Schle-gel, Ticknor, Hegel y, en una palabra, cuantos se han ocu-pado dsl teatro griego, del oriental, del romano y aun delinglés 6 el español de la edad moderna, de que apenas he-mos Tinto, ao muy bien representadas, una docena de obras.

¿De dónde arranca la fuerza de la palabra? ¡Her-mosos misterios del espíritu que, sin embargo, seadivinan y se comprenden!

Cada filósofo produce su orador, cada escuelafilosófica engendra una escuela oratoria. Orientetendría sus oradores, buenos ó malos, que nos sondesconocidos: Anaxágoras produjo áPerícles; Platón,á Demóstenes; los estoicos, á Catón; el cristianismo,los SantosPadres; el enciclopedismo, la Convención;y siempre la elocuencia, agitándose como las aguasde los mares, ha ido sobre la "superficie de las so-ciedades mostrando las agitadas tempestades delpensamiento. Como esas plantas que nadie siembray que hermosamente florecen, la oratoria naceespontáneamente para anunciar las horas de angus-tia de las naciones, ó llevarlas al camino de la re-dención con la esperanza de su grandeza. No pare-ce sino que Dios está inspirándola siempre para quesea la Providencia de la historia.

Las discusiones de la plaza pública en Atenasdan fuerzas á Grecia para mantener vivo el espíritunacional y vencer á los persas, y un rasgo de elo-cuencia eterniza el sacrificio inmortal de las Ter-mopilas. El escepticismo habia engendrado á Gor-gias y & Prodicus de Ceos, y Sócrates acaba con lossofistas; necesita Atenas un gran ideal, y la inspira-ción elocuente de Platón lo revela á sus admi-rados discípulos; llegan los tristísimos dias de lainvasión macedónica, y Demóstenes, el orador másgrande de los griegos, levanta aún la dignidad desu patria y la despierta contra Filipo; y más tarde,cuando el recuerdo de Marathón se habia olvidado,y la antigua fiereza de los Dorios habíase converti-do en refinada molicie, aún Cimon, Licurgo y Athe-neo Litias inspiran á los escasos defensores de suindependencia," y la palabra es la última arma delpueblo de Müciades, de los vencedores de Sala-mina.

La filosofía estoica llega á su florecimiento enRoma é inspira su elocuencia política y sus orado-res forenses; Catón, los Gracos, Mario, los Scipio-nes, sus comicios y su Senado, todos hacen la gran-deza de Roma; y cuando la libertad cae extinta bajolas frías crueldades de Tiberio, la oratoria es elúnico consuelo de los romanos afeminados, y laoratoria se extingue en los siguientes emperadores,quedando como inútil aparato el artificio vacío dela retórica.

El proceso de la edad greco-latina confirma laprimera ley que os habia expuesto; la elocuenciasurge con el crecimiento espiritual de la razas; enGrecia, pueblo de políticos y de filósofos, nace laelocuencia de Platón y la de Perícles; en Roma,pueblo que vive en el foro y en el Senado, la deCicerón y los Gracos; la religión de Grecia se ex-

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presa en la poesía; la religión romana es una enti-dad más en el Estado, y ni en un país ni en otrobrota la oratoria sagrada. Tampoco debió alentaren Oriente, que es imposible el símbolo absolutopara la oratoria, y solo por símbolo se expresabansus gigantescos panteísmos; como sería imposiblela política en aquellos pueblos de castas, cuya uni-dad asombra y cuyos inmensos monumentos sonpequeños ante la inmensidad de su esclavitud y desu tiranía.

En un instante solemne se anuncia la redencióndel hombre, y en aquel mismo instante la palabra deJesús seduce á las muchedumbres de Palestina, yel mundo sigue por vez primera el impulso de unasideas, que hasta entonces no habia escuchado. Elsacrifloio del Gólgotha se consuma, la predicacióncomienza, y la oratoria sagrada nace animada poraquella altísima inspiración bíblica, por la severanarración del Génesis, por la gracia del libro deRuth, ó por las sublimes concepciones del de JHe-noch, que no deja de ser bello por no haber sidodeclarado canónico. Son aquellos dias sin noche enla historia del mundo, de grandeza sin ejemplo, desublimidad sin parecido; aquella misión evangélicase cumple en una elocuencia inimitable, y, desdeque las lenguas de fuego descienden á la cabeza delos Apóstoles, el porvenir del mundo es cristiano.¿Sabéis por qué? Porque la caridad ardiente y lapasión religiosa vivísima que anima el alma de losvarones evangélicos estalla en el lenguaje de lapasión y de la ternura, y sin ser retóricos llegan áser elocuentes. El mundo antiguo, separado de lareligión positiva, estaba unido á sus tradiciones porel arte: un libro ó una cátedra no hubieran realizadojamás trasformacion tan grande; la belleza de laoratoria cristiana consiguió hacer amable la cruzafrentosa del Calvario y llevar la buena nueva á una

•sociedad que habia perdido la fe en Júpiter, peroque adoraba los lienzos de Fidias y el cincel dePraxiteles. El cristianismo no tenía arte, porqueapenas habia tenido vida histórica, y lo grandioso desu palabra tuvo que suplir la plasticidad y la be-lleza de todo el arte clásico. A los tres siglos, lascátedras de Antioquía, Alejandría, Cesárea, reem-plazaban á las oscuras catacumbas; y San Clemente,kSan Justino, San Gregorio, Orígenes, Tertuliano,San Juan Crisóstomo y San Ambosio llevaban á susiglo de oro la primitiva elocuencia cristiana. Era lanecesidad nueva reemplazando á la necesidad anti-gua, y la elocuencia sirviendo como siempre deintérprete al progreso del pensamiento humano.

Las invasiones de los bárbaros sumergen en elolvido por unos siglos el arte y la civilización anti-gua. En el seno de aquella sociedad informe, goda,

franca, alana y romana se cumple un trabajo labo-rioso de depuración, del que no puede la oratoria es-perar sino una trasformacion, después de la cualresponda á las ideas nuevas. La briosa y enérgicasencillez del plaeitum germano debió brillar en lasfeudales asambleas de la Edad Media; y cuando éstascallan y se humillan, queda sólo en aquellos tiem-pos la voz de los heresiarcas al lado del renacer dela elocuencia cristiana. Rienzi, invocando las anti-guas grandezas de Roma; Arnaldo de Brescia y Sa-vonarola, protestando contra los abusos del papado;Esteban Marcel y tantos otros al lado de San Ber-nardo y de San Vicente Ferrer, representan las doscorrientes que se agitan en el mundo europeo. Cuan-do este antagonismo llegó á su último grado y sefecundó con la sangre de los mártires y con el ejem-plo de Juan Huss, Jerónimo de Praga, Wiclef, losValdenses y los Albijenses, la Reforma estalla enAlemania á la voz poderosa de Lulero, á la dulzuradel ilustre Melanchton, al áspero llamamiento deCalvino, al brioso de Ulrico do Hutten, ó á las ple-garias de Zwinglio, bellas como las flores de losAlpes y puras como el agua de sus hielos, segúnfrase preciosa de un historiador de la elocuencia.Era otra ¡dea que estallaba, y la palabra la sirvióuna vez más de anunciadora y de profeta.

Desde la Reforma, la historia entera se enlaza yteje con facilidad admirable; el problema religiosose aduna al político, y mientras en el continente seextinguen los últimos restos de la elocuencia polí-tica, la revolución de Cronwell despierta el espírituparlamentario de los ingleses, y á vueltas de la tira-nía de los Tudores y de algún Estuardo, la libertadpolítica sigue viviendo en Inglaterra hasta los diasque corren, y la oratoria revelando la historia delReino-Unidtfc

El despotismo académico y cortesano de los Bor-bones en Francia, fit impulso dado por la filosofíacartesiana, el desarrollo de los estudios clásicos yla creación do corporaciones ilustradas, significanel crecimiento científico de los siglos XVII y VIH, yson causa á que la elocuencia, atendiendo á estenuevo momento de la historia, adquiera la formaacadémica, aumentando así sus méritos, conformecrece la actividad espiritual de lo,s pueblos. El íin ytérmino de este desarrollo religioso y filosófico fuela revolución de 1789: una multitud de oradoresrespondía á cada tendencia de las doctrinas; Mira-beau, inspirado por Montesquieu y Turgot; Danton,siguiendo las máximas de Diderot; los unos apoya-dos en la tradición de Voltaire, los otros orgullososcon imitar á los Gracos y seguir el ejemplo deRousseau. En los demás movimientos de la historia,una doctrina sola se habia expresado; aquí era uni-versal la variedad, como era universal la ivvolu-

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cion. La elocuencia habia llegado á su plenitud enla política, y se esparció por el mundo. Washingtonacababa de hacer libre á América; Napoleón quisohacer ese-lava á Europa, llevando la espada de bru-mario en una mano y las declaraciones de 1789 enotra; poco después la espada rota en Moscou y Za-ragoza se enmohecía en Santa Elena, y en Bélgica,en España y en Italia brillaba la palabra de la revo-lución, que habia escarnecido, y los derechos delhombre, que habia destrozado.

Lo mismo que en Grecia, de igual manera que enRoma, la elocuencia habia revelado el progreso enla Revolución y en la Reforma. ¿A qué seguir másadelante y llegar á épocas tan próximas á nosotros,que unos las recordamos con amor y otros huyenante ellas con espanto? Probado queda, en mi sen-tir, lo que no creo que seriamente pueda ser puestoen duda: que la elocuencia no florece á capricho ysin interés ninguno, sino que va, de un dia á otrodia, creciendo en méritos y en esperanzas, segúnva el espíritu mostrando su inagotable esencia enla infinita serie de revelaciones é intuiciones conque mantiene y sigue desde los principios de la his-toria ese deseo vago y constante, que le lleva á lagrandeza del sacrificio y al olvido de los afectospropios en interés del porvenir de la humanidad.

| ^ en manera alguna puede admitirse, y no loadmitiréis vosotros, porque seria romper con todolo afirmado, es la opinión seguida comunmente des-pués de Aristóteles, que fija los orígenes de la elo-cuencia en Corax y lisias, retóricos de Sicilia; yexplica su aparición en Grecia por el viaje de Gor-gias. Imposible parece que, conocido el orgullosemi-divino de los griegos y su instinto artístico, secreyese nunca que la elocuencia fuesen á aprenderlade la viciosa Siracusa; más imposible todavía pen-sando que lo que inspiraba á Gorgias era la retórica,distinta y bien distinta de la elocuencia. No; laelocuencia no aparece con los sofistas; Cicerón yPetronio protestan contra el empeño de los retóri-cos, y la crítica moderna confirma lo que os llevodicho, sosteniendo que la oratoria, siempre latenteen el genio griego, florece y esparce sus galas conla'caida del último rey ateniense. «La persuasiónresidía en los labios de Pisistrato,» dice Cicerón enBrú%o; «Temístoclesparece destinado ¿gobernarloshombres y los sucesos,», dice Thucydides; y Arísti*des el Justo, y Solón, y Licurgo, y tantos otros hom-bres ilustres que engendró la libertad griega, erangrandes oradores formados por la naturaleza, yno por el arte de Gorgias ó Prolágoras. La pala-bra nace en Grecia como en todas partes, viva, co-loreada, espontánea, y, sin embargo, se ha pensadoque la oratoria virgen de Atenas venía de la pros-tituida Siracusa.

Realmente la historia presente excusa otra de-mostración en favor de la libertad artística; mas pa-rece moda ponerla en duda, y esto exige más deten-ción de la que quisiera. Valiéndose de la doctrinade que el arte es forma pura, entienden ó aparen-tan entender muchos, que nada importan los dere-chos individuales, ni el progreso en la industriapara su mayor belleza; y seguro que presentada lacuestión de este modo, pierde toda su seriedad,para convertirse en una de tantas ironías) que seemplean contra nuestro siglo.

No son los derechos individuales los que decidenlos progresos y crecimientos del arte, sino la liber-tad como fuerza y energía social: de que el arte seaforma pura se sigue que ha de revelar un contenidocualquiera, y claro está que cuando la ley ó la cos-tumbre impida la expresión de éste, el poeta, apri-sionado en un momento histórico y forzado á en-mudecerlo cantar algo que no le inspira, es un genioque declina ó desaparece. ¿Cómo bajo una culturaortodoxa pudiera expresarse la infinita.variedad ar-tística que va de Lessing á Lamartine,, deYíctorHugo á Leopardi, de Byron á Manzoni y de Shelley áEspronceda ó á Quintana? De ninguna manera.

Mucho más notable es esta influencia en la orato-ria. ¿Cómo ha de vibrar igual é independiente la voz

. de1 sabio, del sacerdote ó del tribuno en esos díasde la historia en que el espíritu se extiende y todopuede decirse y predicarse, que en esos otros deasfixia de los pueblos en que la sospecha es un de- ¡lito, y en que, en lugar de la'palabra, se escúchaselola voz del delator y la cadena del esclavo? ¿Cómo hade predicar Lutero, ante el cadáver apedreado deSavonarola, ni ha de hablar Herschell en la prisiónde Galileo, ó ha de inspirarse Miraheau en una cá-mara de los Tudores?

La elocuencia sagrada so inspira en la propaganda,y no hay propaganda donde no hay varias creencias, :ni creencias distintas donde la libertad no existe: ;la oratoria política nace con la revolución y muerepor ella; la académica solo vive cuando la discusiónes permitida y el choque de los sistemas la pro-mueve: hasta la forense tiene más vuelo en el fororomano, que en nuestros tribunales colegiados, aten-tos á la letra de ley, ante la cual se quiebra la ins-piración y plega sus alas el genio.

Y es que la libertad es en todo bendita y fecundaé ilumina hasta á los mismos que la niegan. DeMaistre, Donoso Cortés, Bonnald, Dupanloup, tantosotros vivos y muertos, son oradores de nuestro si-glo, y sin embargo, le maldicen á todas horas; atepsde la libertad, tan atdos como esos otros que re-niegan continuamente de Dios, llevando el sello de •su gloria en la conciencia! Toda voz que brota pi-diendo una reforma, exponiendo un sistema, en-doctrinando un mundo, es una prueba de libertad,

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no de esa bulliciosa del motin, que se mancha en ellodo de las calles, sino de la santa, de la inefable,que es ley eterna y revelación para el espíritu; sinella, la oratoria muere.

No es necesario penetrar muy hondamente en lossecretos del pasado, ni indagar ignotas leyes histó-ricas, para convencerse de cuan cierto es lo que heafirmado. Grecia, la tierra santa del arte y de la filo-sofía, la madre de Europa, ofrece con las gran-dezas de su República la elocuencia viril de sus ge-nerales y sus caudillos, hasta llegar á la fastuosa dePericles, que con el lenguaje de la libertad enseñael camino de la dictadura, después la hermosa deDemóstenes en que aun alienta la independenciahelénica, y al fin con el envilecimiento de la repú-blica la impúdica sofistería deCleon, tan fuertemen-te condenado por Aristófanes. Roma sigue el mismocamino que Grecia. Ruda, menos artística y másguerrera, su República tiene por oradores á Catón,Fabio Galba, Craso, los Gracos; llega un instante enque Julio César hace de Pericles ujn romano, y ense-ña á unir la espada á la palabraj'y1 Roma, con menoselementos de libertad que Grecia, cae ai punto enla decadencia y el despotismo de Tiberio. Cicerónvive esta edad de la oratoria romana, y expresa elgrado más perfecto de la oratoria antigua, los gér-menes de perdición de la nueva, que ha de ser lapalabra puesta al servicio de las más bastardas am-biciones y de la adulación más cobarde. MientrasRoma y Grecia conservan, como Vestales, el fuegode la libertad, tienen oradores; al acabarse su Repú-blica enmudeció el foro, y como la ola se retira ru-giente al chocar contra la peña que la resiste hu-millada, la oratoria buscó un refugio en los Analesde Tácito hasta la llegada del cristianismo. Y paraque veáis si en efecto la libertad impulsa la orato-ria, comparad su caida en Grecia y Roma; allí hayun período de Demóstenes á Cleon en que aún el pa-triotismo lucha y la palabra vive; en la-ciudad de losCésares parece que, con el asesinato de Cicerón, laoratoria cae degollada ante el hipócrita Augusto óel sombrío tirano que le sucede.

La empresa no igualada de la propagación delcristianismo, se cumple por medio de la palabra.Alejandría es entonces el asiento de todas las doc-trinas; ella recibe influencias de Asia y de Europa,de Platón y de los Santos Padres; en su senoviven San Clemente y Plotino, y de allí partela elocuencia que ha de irse extendiendo portodo el mundo. ¿Quién negará que aquellos tiem-pos heroicos del cristianismo han sido los de sugrandeza y los de su libertad? La ortodoxia, ape-nas bosquejada, la oposición por todas partes ma-nifiesta, dan á aquella edad un carácter de fusióny de confusión de dos mundos, en que la palabra

sirve de arma para decidir el triunfo de la idea cris-tiana. En el momento en que la alianza entre Cons-tantino y la Iglesia se consuma, comienza á apa-garse esta gloriosísima historia, las escuelas pa-ganas se cierran, y en el conflicto universal quesuscita la entrada á la civilización de los pueblosdel Norte, todo se oscurece para nosotros, pudién-dose entrever únicamente en medio de nieblas ydensísimos velos una lucha entre la tradición pa-gana y el cristianismo, que dura hasta el siglo VII;otra entre el espíritu y el idioma, que acaba enel XII con la aparición de los romances.

No os posible recordar sin pena aquellos dias quesiguen á los de los varones apostólicos. Llenos deesa familiaridad sublime que enlaza los grandes ora-dores con las muchedumbres (1), parecia que losSantos Padres, que venían á predicar una idea deigualdad, querían hasta en la forma renacer el anti-guo tribunado del pueblo. Con una idea más grandeque la que habia inspiradora los Gracos ó á Pericles,Gregorio do Nazianzo, Rasilio de Cesárea, Juan Cri-sóstomo tienen delante de sí, en un dogma sin for-mar, Dios, el Verbo, la eternidad del alma, la re-dención, todas aquellas ideas que habian de ir pre-cisando los Concilios y que entonces vagaban en elalma de los apologistas. No es ya cuestión de con-quistar un pueblo, como en el Senado romano; setrata de conquistar lo infinito: calculad hasta quépunto podia llegar la ardiente exaltación cristiana.Desde el atrevimiento respetuoso de Athenágoras,hasta la erudición de San Teófilo, la dulzura de SanJustino y las maravillosas audacias de los que llevocitados, todos los matices caben en la elocuencia delos Santos Padres.

Después de ellos, la elocuencia cristiana, agitan-do en los concilios en forma didáctica las más gra-ves cuest^mes, pasando por las controversias dedominicos y franciscanos y las brillantes declara-ciones de los heresiaress, vuelve á renacer en Es-paña con Juan de Avila y Luis de Granada y otrosmuchos, contra la opinión de Ticknor y de Maury,

(1) «En los primeros siglos, dice Fleury, nadie más quelos obispos predicaban. El prelado explica el Evangelio ócualquiera otra parte de la Escritura, cuyo libro tomabapara explicarlo seguido, ó escogiendo los puntos más im-portantes. Sus discursos son sencillos, sin arte, sin divisio-nes aparentes, sin razonamientos inútiles, sin erudición cu-riosa, algunos sin movimiento oratorio, la mayor parteconcisos. Verdaderamente esos obispos no pretendían ha-cer arengas ni discursos, sino hablar familiarmente comopadres á sus hijos ó maestros á sus discípulos. Por eso, susdiscursos se llamaban homilías en griego y sermones en la-tín. Explicaban la Escritura por la tradición de los Padrespara la confirmación de la fe y la corrección de las costum-bres. Intentaban conmover, no tanto por la vehemencia delas figuras, como por la magnitud de las verdades quepredicaban, por la autoridad de sus cargos, su santidadpersonal y su caridad. Ponían su estilo al alcance de susoyentes.» (Mosurs des Chretiens, núm. XI.)

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que estiman de escasa valía nuestra oratoria sa-grada (1); y en Francia con Bossuet, Bourda-loue, Rapin, Fenelon, y poco más tarde Poulle,Flechier y Masillon. Y, cosa extraña, y que lla-maba sobremanera la atención de Lammenais: elestudio de los Santos Padres, de los grandes mode-los se fue descuidando; Fenelon, Bossuet y Granadafueron quizá los que más lo atendieron, y aun así,no era ya con el mismo espíritu y con tendenciasiguales á las expresadas en Alejandría. Aquellas sín-tesis maravillosas, tocadas del espíritu platónico yde las sectas gnósticas, aquel espíritu de democra-cia y aquella representación social que adquirían,no estaban en el carácter del siglo XVII. Los Padresde la Iglesia habían escrito en un espíritu de liber-tad y se leian con un espíritu de servidumbre, con-tra la protesta nacida en la Reforma. Pascal penetrómás hondo que Lammenais cuáles eran las causaspor que se habia olvidado la tradición gloriosa delos Ciprianos y de los Clementes (2).

(1) No pueden dejarse pasar sin protesta las frases deeste último, que declara no conocer otro orador español dealguna importancia que Santo Tomás de Villanueva, pre-dicador del emperador Carlos V. Profundo desconocimientode nuestra historia literaria entrañan semejantes afirma-ciones. No entiendo, como Ticknor, que se opusieran al des-arrollo de la elocuencia sagrada los mismos_ obstáculos queal de la política, sino que estimo más bien que el movi-miento de los siglos XVI y XVII volvió la oratoria cris-tiana á su primitiva hermosura. Apenas si de todos nues-tros místicos hay alguno de quien no se haya dicho serun elocuente orador sagrado. Nieremberg1, Malón de Chai-de, Juan de Avila, Diego de Estella, Granada, Zarate,León, hicieron brillar su palabra en la cátedra del EspírituSanto, recordando aquellos tiempos en que los fieles seagrupaban alrededor de sus obispos para beber de sus la-bios la palabra sagrada: y es que entre la escolástica y lamística media un abismo, y en estos autores se reflejael puro esplritualismo de la segunda. A ellos hay queañadir todos los españoles que de Trento trajeron gustoy aficiones oratorias, como Pacheco, Guerrero, Pérez deAyala, Alfonso Salmerón, Pedro Soto, Diego Laynez y Gas-par Carrillo de Villalpando. Este desenvolvimiento de laelocuencia española, reconocido por el Sr. Bravo y Tudelaen su «Historia de la Elocuencia Cristiana,» viene en untiempo en que, según confiesa Mr. Juvenal de Carlencas,estaba de tal modo la francesa, que no bastaron á levan-tarla los esfuerzos de Senault y Lingendés, y fue precisoel movimiento español y la imitación de nuestros predica-dores, inspirados directamente en los Santos Padres, paraqne al siglo de León y de Granada sucediese el de Bossuet,Masillon, Flechier y Bourdaloue.

Confírmame en esta opinión mia, tan poco seguida ade-más de trabajos recientes del Sr. Garnica, la docta plumade Mayans y Sisear, que en su Oración sobré la Elocueneiaespañola (1727), y más tarde en su Orador Cristiano, susEnsayos oratorios y la oración puesta al frente de la "Re-pública literaria» de Saavedra cuando por segunda vez,bajo el nombre de su autor se imprimía, recomendábalanecesidad de volver á nuestras antiguas bellezas, olvidan-do los «afectados delirios» de la escuela de Paravicino:¿cómo decir tal cosa si nada hubiese valido en nuestro sueloesa elocuencia?

(2) Pascal.—Cartas provinciales.—Carta V.

También la tradición de los Gracos iba perdida,en el seno de la edad media. Aquellas decantadaslibertades, que no eran otra cosa que los privilegiosdel fuerte, no podían inspirar á la oratoria; y dejan-do como aislado el momentáneo triunfo de Rienzi ólas arengas de algún repúblico italiano, es lo ciertoque la elocuencia política no vuelve á tomar cuerpohasta la revolución inglesa. No fue muy largo niextremado por lo brillante este despertar de la tri-buna; Inglaterra no cuenta con más oradores ver-daderamente ilustres que los del siglo XIX en queha sido al fin una verdad continua y no desmentidael poderío de su Parlamento.

La independencia de los Estados-Unidos y la sa-cudida europea de 1789 hacen surgir la oratoriapolítica moderna. Pasad la vista por el Lihro de losOradores y por la historia de Francia en este perio-do: en aquel veréis las figuras más eminentes; enesta veréis latir la Constituyente, la Legislativa, laConvención, el Directorio, el Imperio, la Restaura-ción, esa epopeya de los últimos¡decenios, y á lasombra de tales sucesos id observando cómo pasay cómo decae la elocuencia. Todos conocéis lassombras augustas de aquellos grandes oradores, deaquellos inmortales tribunos. Desde que los Esta-dos generales se reúnen en Versalles y París, laagitación nacional demuestra lo imponente de aque-lla lucha; allí se daban duelo á muerte lo presentey lo pasado: del partido de la revolución, Duport,Lameth, Chapelier, Target, Barnave y Mirabeau; dellado de la antigua monarquía Mounier, Clermont-Tonnere, Lally-Tollendal, Cázales y Maury: jamásuna Asamblea ha deliberado tanto, ni sobre talesmaterias; jamás se ha penetrado tan hondo ni tanlejos para discutir las leyes, ni desde los tiemposde Moisés hubo un poder más universal y más ab-soluto. La tribuna de 1789 parecía una inmensafragua en que se trabajaban los intereses y los dere-chos de la humanidad; ora resonaba viva y brillantela improvisación en boca de oradores célebres; orauna voz grave se elevaba sobre todos los murmu-llos y todas las protestas; el pueblo intervenía alorador; la Montaña se agitaba impaciente; el debatecontinuaba entre la ansiedad de todos; los aplausoseran violentos las censuras crueles; á la desespe-ración de los vencidos, respondía el grito de alegríade los vencedores; el discurso, como la regenera-ción que se discutía, era de todos y para todos, ycuando vibraba el eco del dogmático Sieyes ó deMirabeau, del obispo de Clermont ó de Bureaude-Puzy, no eran ellos en realidad los que hablaban,era Francia entera, que rugia frenética y deliranteen aquella cuna del derecho, pidiendo con su liber-tad la de todos los pueblos y la de todas las razas.

Al 93 le falta la grandeza del 89; le falta tambiénsu espíritu de discusión, sus nobles instintos y su

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infinita tolerancia. Barnave, que se opuso á la muer-te de Luis XVI; Mirabeau, que parecía el único capazde sujetar las. turbas, ya no alientan; la Girondamuere asesinada por los jacobinos; la revolucióndevoraba sus hijos, como profetizó Vergniaud; y sinla libertad de la Constituyente, apenas Vaublanc,Pastoret, Becquey y otros, sin energía y sin vehe-mencia, intentan contener el terror que paraliza lasfuerzas de Francia, bajo Marat y Robespierre, y queacaba por entregarla prostituida y desangrada á laficción del Consulado, que se termina en la tiraníadel Imperio. En esta época azarosa, la palabra re-fleja las dos tendencias que aún luchan; la de losgirondinos, que buscan la República dentro de laley; la antigua Montaña, que busca la República en-tre el lodo y la sangre de la guillotina (1). Lamarti-ne ha trazado en páginas inmortales estos recuer-dos de la revolución francesa, en que la principaloratoria pasa de los clubs á la Convención, ofre-ciendo el gran espectáculo de una lucha á muertecon los girondinos. Hoy es Vergniaud que defiendeá Luis XVI; mañana Danton, que acusa á Vergniaudy á sus compañeros; poco después la sentencia deDanton, y al otro dia Tallien, Barriere y sus amigos,que condenan á Robespierre. La Convención es unaCámara extraña por la que pasan, hoy vencedores,los guillotinados de mañana; es el fiel reflejo delpueblo ciego y precipitado á la demagogia, y suoratoria es también brusca, enérgica, casi siempreincorrecta, dominada por las circunstancias en mu-chas ocasiones, pero todavía viva, porque aunquebrutal queda un resto de libertad que la alienta yque la sostiene. La palabra francesa del períodoconvencional aun tiene algo de gigante y de her-moso; sus violentísimas pasiones, su fogoso atrevi-miento, su trascendencia social: cuando la Conven-ción muere, la oratoria enmudece, para no reapare-cer hasta las Cámaras constitucionales de los Bor-bones con el diputado Manuel, el general Foy, elilustre Benj. Constant, Casimiro Perier y Royer Co-llard, en la izquierda; De Villele, de Martignac, La-bourdonnais y De Serré, en la derecha. ¿Y el Impe-

(1) «Parecía, dice Timón, que una espada suspendidapor algún hilo invisible se paseaba sobre la cabeza del pre-sidente, de cada orador, do cada diputado. La palidez es-taba en los rostros, la venganza bullía en el fondo de loscorazones. La imaginación andaba llena de funerales y decadáveres. Un estremecimiento de muerte corria por todoslos discursos. Solo se hablaba con palabras entrecortadas, ycomo involuntariamente, de crímenes, de conjuraciones, detraiciones, de complicidad, de cadalso.

»E1 orador se lanzaba ala tribuna, los ojos encendidos,el puño cerrado, anhelante el pecho, para acriminar ó paradefenderse. Se ofrecía por testimonio de inocencia la ca-beza. Se pedia la de los demás; se invocaba para todos loscrímenes sin distinción la pena capital. Solo faltaba en laAsamblea el verdug-o, que no estaba lejos.» (Libro délosoradores.)

rio? preguntareis sin duda. ¡Áh! señores, el Imperiohabia ahogado bajo su inmensa pesadumbre, habiahecho temblar bajo su omnipotencia cesarista, aque-lla eflorescencia de la palabra republicana; en vezdel tribuno se oian los clamores de la patria desgar-rada en Austerlitz y en Leipsick; y es que lo mis-mo que la primavera de las flores no se logra bajolos hielos-del invierno, tampoco la primavera de lapalabra puede lograrse bajo el despotismo ni la ti-ranía, que son el hielo que seca y mata tpdíjs lashermosuras del espíritu.

También estalla en América, favoreciendo el des-arrollo de la oratoria política, una conmoción, sino tan universal y profunda como la francesa,grande al menos, y fecunda para el triunfo de la de-mocracia. Las cuestiones nacidas, desde mediadosdel siglo XVII!, entre Inglaterra y sus colonias, ácausa de los impuestos, y contenidas apenas porla prudencia política de lord Chatham en 1766, pro-ducen agitación indescriptible cuando al año si-guiente, enfermo el ilustre Pitt, hace aprobar Tow-shend al Parlamento, á instigaciones del despecha-do lord Grenville, el bilí por el cual se establecíael supremo poder de las Cámaras inglesas para le-gislar sobre las contribuciones de Norte-América.Boston presencia los primeros motines contra lastropas y las autoridades británicas, y entonces seconstituye, sin precedentes todavía, una junta po-pular, modelo sin duda de aquellas que, según Hil-dreth, habían de ser más tarde el poder supremo dela Union americana.

Algún tiempo antes no hubiera sido esta excita-ción peligrosa; pero en 1767 habia fermentado yaen los Estados, como Massachussets, Virginia y Ca-rolina del Sur, aquel gormen de libertad que, segúnGuizot, aunque no siempre, llevaba Inglaterra á suscolonias; y en escritores y tribunos, en folletos, pe-riódicos y meetings comenzó á mostrarse pública-mente el descontento contra la política de la GranBretaña. La elocuencia surgió ardientísima y varia-da en aquellas horas que preparaban el nacimientode una gran república. Henry, persuasivo y vehe-mente; Pendleton, Bland, Jorge Wythe, Peyton,Randolph, Roberto H. Lee, el Cicerón de Virginia;Washington, popularísimo ya en aquella fecha, peronunca orador de grandes condiciones; Jefferson,elegante, impetuoso y ardiente; Otis, correcto ypersuasivo; Adams, Catón de aquella república na-ciente; Hancock, fastuoso en el trato y en el lenguaje,Cushing, Cooper y Roberto Treat Paine, abogadode fama y orador de irresistible lógica, son lasfiguras más importantes deMassachussetsy de Virgi-nia, de los dos Estados iniciadores de aquel movi-miento, y, uno de los cuales hizo públicas las sesio-nes de sus Cámaras para que el pueblo se enterara

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de las discusiones; en tanto que en la Carolina delSur, Rútledge, Rainsay y Gadsden, aconsejaban to-dos los medios para una solución, menes la renun-cia de los derechos legítimos.

Las ideas se tradujeron en hechos, y la guerra co-menzó en -1774 contra la madre patria, tratándoseprimero de peticiones al rey y avenimientos con laMetrópoli, para terminar, después de la victoria deLexinton y la unión de Georgia, por la influenciade "Washington y Jonshon, en la reunión del Con-greso y la declaración de independencia. En 1783se termina el tratado de paz con Inglaterra, y enaquella Convención federal de 1787 aparecen comograndes oradores los patricios ilustres de los últi-mos afios, Hamilton, Benjamín Franklin, Climer,Madison, G. Davie, Juan Rútledge, hermano deaquel orador de la Carolina, Jefferson, Knox y Fis-her Ames, que durante la administración de Was-hington van revelando cómo llegó á influir á través

• del Atlántico el espíritu inmortal de la revoluciónfrancesa.

El 14 de Diciembre de 1799 es una fecha tristísi-ma en la historia de los Estados-Unidos; gloriosaen la de su elocuencia; pues llególa mostrar, en lasfrases sentidas y enérgicas de Lee, en la oraciónfúnebre del Dr. Masón y en el apasionado y tierní-simo discurso de Marshall, cómo lloraba el puebloamericano ante los inanimados restos de aquel Pa-dre de la Patria, que, á no haber existido Lamar-tine, sería la figura más gigante del siglo XIX.

Bajo las presidencias de Jefferson, Madison, Mon-roe ó Juan Quincy Adams, sólo brillan además deéstos, distinguidos todos en el Parlamento antes deser elevados á jefes de la Union, Clinton y EduardoClay,fántes de la guerra de 1811; Webster y Ben-ton, hasta la presidencia de Jackson, en uno de cu-yos Congresos (1834) se promovió uno de los de-bates más notables desde muchos años (con motivode haber retirado el presidente los depósitos delBanco), en que además de los oradores indicadosse señalaron Pock y Calhoun. La Convención demo-crática de Baltimore, fundada en 1839, da vigorosoimpulso á la elocuencia popular, que sigue al ladode la parlamentaria, en que brillan Harrison, Taylory Francklin Pierce, reemplazando á Clay y Webster,que mueren poco antes de llegar Abraham Lincolná la presidencia de la República y de comenzar esaúltima serie de sucesos que están demasiado pró-ximos á estos dias para ser serenamente juzgados,y que además nos son á todos conocidos.

La elocuencia norte-americana se asemeja enpoco á la francesa, pero revela cada una de ellasun modo de ser y un arte diferente, y ambas poreso deben ser cuidadosamente estudiadas. Quizás niuna ni otra son modelo de oratoria política, y laria é inglesa serenidad de la una busque, á modo

de sangre nueva, algo de la irresistible impetuosi-dad de la otra, mientras ésta á su vez necesite al-gún hielo que temple sus fogosísimas exaltacionesy que separe á instantes la pasión de temas y nego-cios, á que, por su carácter, no se presta.

Mas se halla esta consideración en la concienciade todos, y no necesito insistir sobre ella.

Os dije antes que en mi sentir la elocuencia poli-tica moderna nace con la independencia de los Es-tados-Unidos y la revolución francesa; debia haberañadido que con el advenimiento de la democraciaarraiga también y florece bajo el cielo nebuloso deInglaterra. En 1832, con la elevación al trono de lareina Victoria, comienzan realmente las reformasque hoy constituyen la libertad política de la GranBretaña, y con ellas el predominio de la Cámara delos Comunes y del meeting, que es donde señalada-mente vive en aquel país la elocuencia política. Re-vístese ésta en Inglaterra de los mismos caracteresque en los Estados-Unidos, con muy contadas ex-cepciones. Después de Pitt y Canning, los dos másnotables de principios de este siglo, Rusell, Peel,Palmerston, Henry Addingtón, Evelyn Demisión,Derby, Disraely y Gladstone son los representantesmás acabados de aquella elocuencia parlamentaria,tan distinta de la nuestra, como son distintos suclima y nuestro clima, y tan serena, lógica y razo-nadora, como es la nuestra de apasionada y de ve-hemente. Aun los mismos tribunos del partido wightno abandonan estos rasgos generales de la elocuen-cia inglesa, y sólo de este modo se comprende eléxito asombroso y la profunda admiración que des-pertó el apasionado O'Connell moviendo con su pa-labra las muchedumbres de su patria. El conde deMontalembert ha referido con entusiasta aplauso elcarácter, las condiciones y hasta la causa misma deaquel orador irlandés, latino por sus creencias, porsu alma entera y por su estilo mismo.

No necesito para enaltecer la influencia de la li-bertad en la oratoria, descender al recuerdo deotros países, no de tan gloriosa historia como losque llevo citados; mucho menos llegar á tiempos decuyos sucesos hemos sido actores ó testigos, ó ha-blar de nuestro país para que la pasión política en-turbie los juicios y oscurezca famas y glorias queya no son de ningún partido, sino de la patria quelos alimentó en su seno, y de la humanidad entera,que honraron con su mágica palabra. Quédese estopara trabajos de otra índole, en que la verdad pue-de con ancho espacio y maduro examen quedar es-clarecida y depurada. ¿A qué buscar ahora demos-traciones siempre peligrosas, y traer al debate nom-bres que deben ser para todos sagrados? ¿A quéacudir otra vez á la vecina Francia, para referir susgrandezas desde 1830 y los desfallecimientos de su

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tribuna, y nombrar á esta discusión al lado de La-martine Berrier ó Thiers, oradores que aún viven,y que hoy están dando [al mundo el espectáculograndioso de la Constituyente, pero dentro de la le-galidad y de la justicia?

EMILIO RBUS Y BAHAMONDE.

(Concluirá.)

LA MOGOLIA Y LOS MOGOLES.

(Conclusión.) *

El mogol dista mucho de ser un modelo de hon-radez. El coronel Prejevalsky, el P. Huc y otros ex-ploradores que han recorrido la Mogolia, se lamen-tan del desenfado con que toma lo tuyo por lo mió,y se apropia, sin pensar mal, el bien ajeno, juzgán-dolo cosa muy natural.

Generalmente es muy curioso, pero su sagacidadnatural no es bastante cuando se trata para él detraspasar el límite acostumbrado de su experiencia:es de una estupidez irritante cuando se le explicaalguna cosa que no conoce.

A pesar de todos sus defectos, es buen padre defamilia y comparte con los suyos cuanto tiene debueno que ofrecerles. Es hospitalario y afable.

Respeta poco á los superiores: se somete á lossaludos y á las genuflexiones de rigor, pero aparte.de estas ceremonias se permite fumar delante de sujefe y charlar familiarmente con él. Estas libertadesson un resto de la independencia á que le hace ha-bituarse una prolongada estancia en el desierto.

Le gusta hablar; sus conversaciones favoritas sonlas que se refieren al ganado, á la medicina y á lareligión.

Se casa temprano. En general, el matrimonio searregla por los parientes ó por amigos oficiosos,pero rara vez por los interesados. Cuando so llega áun acuerdo y el casamiento se juzga conveniente, lasfamilias firman un contrato. El padre del novio llevaá la familia de la novia una cabeza de carnero coci-da, leche y una manteleta de seda blanca; despuésse da una comida á expensas de los parientes delnovio, durante la cual se distribuyen monedas á lafamilia de la novia: estas monedas se depositan enun vaso de vino, que bebe el padre de ella, el cualconserva el dinero. Este es un segundo contrato. Eldia del casamiento envía el novio una diputaciónpara acompañar á su futura. Los parientes y amigosde esta aparentan resistirse á entregarla, y se veri-fica un simulacro de lucha, que concluye siendorobada la novia; monta á caballo, pasa tres veces

' Veas* el número 198, pág. 787.

por delante de la casa paterna y se dirige después ála de su suegro, ocupando en ella una habitacióncontigua á la suya. Luego sigue el ritual, y la co-mida de boda pone fin á la ceremonia: á veces durasiete ú ocho dias, consumiéndose en ella muchascolas de carnero y mucho aguardiente y tabaco.

La mujer, por regla general, es laboriosa y des-empeña con celo las faenas de la casa. La poliga-mia es permitida, en el sentido de que si el maridono puede tener más que una mujer legítima, puedetener muchas concubinas, que se diferencian de laesposa en que ésta únicamente es la que gobiernala casa: los hijos de las concubinas no tienen dere-cho alguno á la herencia del padre, á menos quesean legitimados.

La mujer viene á ser una compra que hace el ma-rido. El precio se fija en los contratos. La mujer llevaen dote la yurta. Los padres dicen: «He vendido á mihija por tanto,» ó «he comprado tal mujer para mihijo.» Si los esposos no se convienen, se separan;pero los viajeros no están conformes en decir si losbienes comunes se dividen ó no. La religión y la leyno tienen intervención alguna en las separacionespor mutuo convenio. Una mujer que se separa así,puede volverse á casar, y el divorcio no constituyeuna deshonra: vuelve á casa de sus padres hastaque éstos hallan ocasión de colocarla nuevamen •te (1). El P. Huc refiere cómo tuvo lugar una de es-tas separaciones:—«Nos marchamos, dice el marido;tú quédate sentada tranquilamente en esta habita-ción.—Vete en paz, responde la esposa, y len cui-dado con la hinchazón de tus piernas.»

En ciertos casos derraman algunas lágrimas,pero solamente por fórmula. Las mujeres son bue-nas madres, pero poco fieles; el adulterio es cosahabitual. Cuando son guapas tienen una multitudde adoradores, porque el mogol es muy sensible álos atractivos del bollo sexo.

El número de las solteras es mayor que el de lossolteros, porque los lamas constituyen por sí solosla tercera parte de la población total de la Mo-golia.

Los mogoles no entierran generalmente más queá los muertos de elevado rango, los lamas y fun-cionarios; á las gentes del pueblo se las deja ex-puestas en determinados sitios para que sean de-voradas por los animales salvajes, los cuervos y losperros. Hay perros sagrados destinados á este ob-jeto.

A los soberanos se les encierra en mausoleos, enlos cuales se coloca una máquina infernal dispuestaá dispararse por medio de un mecanismo que se

(1) En el Thibet se puede tomar la, mujer del vecino,pero entendiéndose antes con él y pagándole. Algunas vo-cos el marido no exig-e dinero y cede á su mujer sin el me-nor escrúpulo.

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pone en movimiento á cualquiera tentativa úe pe-netrar en el recinto; con cuyo aparato se protege ála majestad difunta contra los sacrilegos que qui-sieran profanar su sepultura y turbar su últimosueño.

Entre los mogoles son desconocidas las expre-siones «derecha ó izquierda»; se sirven de las deEste y Oeste: es una particularidad que se observatambién en otros pueblos. La brújula para ellos in-dica el Sur y no el Norte; de aquí resulta una in-versión completa de los puntos cardinales-. Las dis-tancias las aprecian ó miden por li (medida chinaque equivale próximamente á un hectómetro), ópor el tiempo que se tarda en recorrerlas á caballoó en camello. Los di as no se dividen en horas. Elaño se compone de doce lunas ó meses; estos sonde 29 ó de 30 dias. Hay un ciclo do 12 años, cadauno de los cuales lleva el nombre de un animal:ratón, vaca, tigre, liebre, dragón, serpiente, ca-ballo, carnero, mono, gallina, perro y cerdo; y otrode 60 años.

La lengua comprende tres dialectos: el mogol, elkalmuko y el kuriato. El alfabeto está tomado delos kashgarianos; en el siglo XIII fue modificadopor su lama, Saja Pandita. La escritura se lee deizquierda á derecha, al revés que en el Tbibet.

La literatura es casi nula. Únicamente los noblesy los lamas saben leer.

La música se halla más adelantada que en China;los mogoles cantan mucho y de una manera másagradable que sus vecinos. Los instrumentos valenpoco; no dan más que cuatro ó cinco notas. Losacordes son desconocidos, y para el europeo lamúsica instrumental de los mogoles solo es unruido más desagradable que otro cualquiera.

El baile es una distracción poco generalizada.La religión de los mogoles es el lamaísmo. Los

grandes dignatarios religiosos son poderosos y ri-cos; su autoridad es grande, y si fueran inteligen-les y activos, podrían suscitar muchas dificultadesá la China.

La trasmigración de las almas es una doctrinaumversalmente extendida, pero solo respecto á lasde los dignatarios que han llegado al grado apete-cido de santidad.

Los lamas constituyen el último grado de la je-rarquía religiosa. Las mujeres pueden ser lamas:

• para ello deben pasar de cierta edad; contraen losmismos deberes que sus colegas; esta categoría serecluta especialmente entre las,viudas.

Hablando con exactitud, el nombre de lama riodebe aplicarse sino á los altos dignatarios del clo-ro; los que nosotros llamamos lamas se designan enla Mogolia con el nombre de hubarak. Adoptamos,sin embargo, el uso generalmente seguido.

Los lamas pueden dedicarse á muchas ocupacio-

nes, aparte de sus estudios. Los hay que son comer-ciantes, sastres, sombrereros, etc., etc. Oíros seocupan de asuntos más adecuados á la vida religio-sa: imprimen y copian los libros sagrados. Imprimenpor estereotipia, sin caracteres movibles: este tra-bajo por lo general es bastante grosero. Los ma-nuscritos, por el contrario, son bellos.

Las prácticas religiosas suelen tener una grandeanalogía con las del culto católico-. El P. Huc creereconocer en esto las huellas de la predicacióncristiana hecha en el siglo XIV. El gran lama usamitra. El traje lamaico consiste en túnica amarillacon cinturon rojo.

Los libros sagrados que forman la base en los es-tudios religiosos son el Kanjur y el Tanjur. El pri-mero, traducción de la palabra, fue traducido delsánscrito en el siglo XIII; consiste en 100 tomos de4 á 700 páginas, y comprende 1.083 obras distintas,relativas á las enseñanzas búdicas, divididas en sieteseries. El Tanjur, traducción de la doctrina, com-prende 225 volúmenes en folio. Es una enciclope-dia universal para el uso de los lamas, dividida endos partes. El valor de esta obra varía según el co-lor de la tinta: en rojo vale ciento ocho veces másque en negro; en plats, ciento ocho veces másque en rojo; en oro, ciento ocho veces más que enplata. El Kanjur se encuentra fácilmente, pero elTaujur no. La primera edición impresa parece fe-chada de 1728 á 1746.

Antes de pasar á ocuparnos de la cuestión rela-tiva al gobierno de la Mogolia, diremos algunas pa-labras respecto á la medicina, tal como se compren-de y practica en aquel país. Según dejamos consig-nado, los lamas son los que la ejercen. En opiniónde ellos, las enfermedades del cuerpo humano soncuatrocientas cuarenta, ni una más ni una menos.Entre las más frecuentes figuran las venéreas y lade las viruelas. El temor á la segunda es tal, quese adoptan las más rigurosas precauciones con losque son atacados. El P. Huc afirma que el misione-ro que introdujese la vacuna adquiriría una influen-cia considerable, capaz de contrarestar la delmismo gran lama; sería la derrota de la religiónbúdica, vencida por la vacuna; sería una lucha cu-riosa.

Se da gran importancia al examen de la orina: unbuen médico debe poder curar á un enfermo sinhaberle visto ni saber nada de los síntomas quepresenta; la orina debe explicárselo todo.

Los médicos son muy empíricos; pero general-mente los mogoles disfrutan de salud y robustez.

Hagamos ahora una ligera reseña del sistema gu-bernamental. Los príncipes reinantes conservan supoder en cuanto á los asuntos locales; los de unorden superior se rigen, según su importancia, porel ministerio de negocios extranjeros, ó por el em-

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N.° 200 E. VARIGNY. LA MOGOLIA Y LOS MOGOLES. 814

perador de China. La Mogolia se halla dividida endistritos militares, aimaks (1), y estos enkoshumgs,que á su vez comprenden regimientos, escuadro-nes y brigadas. El gobierno particular de cada ai-mak se confia á un dignatario. Las regiones con-tiguas á la China se rigen según el sistema chino.Hay 200 príncipes, divididos en seis categorías ypagados según su rango. La población se componede cuatro clases: príncipes, nobles, clero y pueblo.El clero no paga impuestos; á esto responde el cre-cido número de lamas. Para ser lama basta habersido consagrado á la religión por sus parientes yadoptar el hábito y la vida religiosa.

Hay un código especial para la Mogolia; pero raravez se halla de acuerdo con la justicia. Si habiendosido un hombre asesinado, nadie pide justicia, laley no se ocupa del asunto. El crimen más abomi-nable puede quedar impune; es cuestión de pre-cio. Se acostumbra á pagar á los magistrados porno ser acusado ó preso. Del mismo modo las gen-tes del pueblo pagan á los inspectores por eximirsedel servicio militar, y los generales á los príncipespara que no pasen revista á sus tropas. Todo estono puede monos de agradar á la China, porque dedia en dia ve disminuir las fuerzas de su rival.

El ejército consiste en caballería: debe compo-nerse de 284.000 hombres; pero apenas podría dis-ponerse de la décima parto, ¡y en qué condiciones!El mogol está obligado al servicio desde los 18 añoshasta los 60; se equipa y mantiene á su costa bajoel pretexto de que tiene el honor de servir al Empe-rador. Los ricos se arreglan con la autoridad pormedio de regalos, y así se redimen. Los pobres,que no pueden pagar ni hacer regalos, son los quese ven precisados á llevar las armas.

Los mogoles temen más á sus propias tropas queá los mismos bandidos, y se consideran felices enpoder conservar su piel intacta (2).

Semejante estado de cosas es deplorable para laMogolia, que cada vez se envilece y degrada más.

Bajo el punto de vista económico, tampoco se ha-lla á mucha altura. Las producciones de su sueloson, sin embargo, muy numerosas: minas de car-bón, de hierro, de plomo, de oro, de plata, etc., ysalinas, se encuentran en abundancia; especialmen-te el hierro y el carbón, son los que produce enmayor cantidad, pero todavía están poco explo-tados.

Los animales que allí se ven son entre otros los

(1) Que llevan por nombre: Khalka, Ordos, Chakkars.Ala-Shan, Kolco-Nor, Dzungariay Urian-Khai.

(2) Cuando un destacamento de soldados llega á unpueblo ó á una ciudad, se dedica á procurarse la subsisten-cia; para lo cual se entregan los soldados al merodeo, yllevan, este una gallina, aquel un cerdo, el otro un par deconejos, pac, forraje, etc.

pescados, las tortugas (d), los cerdos, los carneros(de excelente calidad), los bueyes, los camellos, loscaballos, los zorros, los lobos, los yaks (2), los an-tílopes (A. Gutturosa), ciervos, águilas, buitres,gypaetos, buhos, cuervos, perdices, ánades, faisa-nes, palomas, patos, cisnes, garzas, grullas, cormo-ranes ó cuervos marinos, etc.

En el reino vegetal se encuentra un gran númerode plantas de las siguientes familias: poligóneas,fragarias, leguminosas, renuneuláceas, berberídeas,tiliáceas, aquilaríneas, hedisáreas, papaveráceas yotras varias. El ruibarbo es una de las que másabundan.

En cuanto á la industria y el comercio, es difícilformarse una idea exacta. El coronel Prejevalskydice que se exporta próximamente 200.000 cajas deté por la via Kalgan-Urga-Khiaka; pero también sehace bastante exportación por mar, y no puede de-terminarse la cifra exacta. La importación se redu-ce á telas, adornos, armas, opio y otros artículos delmismo género.

La industria se halla poco desarrollada. El mogolno se ocupa más que de sus rebaños; rara vez sededica á otros trabajos. Indudablemente alguna in-dustria local hay allí, pero es objeto de un comerciotambién local.

No es necesario ir muy lejos á buscar las causasde semejante esterilidad: por una parte, hay muypocos habitantes; y por otra, esos habitantes no seocupan del comercio, y cuando lo hacen, la dificul-tad de las comunicaciones da lugar á que los obje-tos exportados aumenten de va'or de una maneraexagerada. Se comprende, por lo tanto, la impor-tancia de los caminos bajo el punto de vista espe-cial del comercio. Hay muchos, pero en generalbastante malos. La ciencia moderna sabrá triunfar,sin embargo, de los obstáculos que la naturaleza leoponga, el dia en que llegue á ser necesario aumen-tar el número y las facilidades de las vías de comu-nicación. Indiquemos de paso que puede sacarse ungran partido de los ríos; hasta qué punto, no pode-mos precisarlo: expediciones especiales son las úni-cas llamadas á decirlo.

Según todo lo expuesto, la China, y en particularla Mogolia, tienen grande porvenir; mas es precisopara alcanzarle que la raza actual cambie radical-mente ó desaparezca, reemplazada por los acianosde Occidente. A esta última solución es más natu-

(1) Estas son muy temidas de los mogoles. La presenciade una sola tortuga basta para alejarles de la orilla. Segúnellos, este animal se adhiere al abdomen del imprudentebañista, el cual no puede librarse de él sino corriendo enbusca, de un camello blanco ó de una cabra del mismo color,á cuya vista la tortuga lanza un grito de admiración sinduda, y suelta su presa.

(2) Bueyes salvajes de una especie particular.

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ral atenerse, dada la marcha de los rusos en Orien-te. ¿Üuién puede decir la actitud que tomará la Chi-na si ve que sigue la invasión rusa, ni qué influen-cia podrá ejercer esa actitud en los acontecimien-tos? ¿Cómo, cuándo y por quién se hará la conquista?Dos naciones se previenen por el momento: la Ru-sia, que limita la Mogolia por el Norte y el Oeste, yla Inglaterra, que confina con ella al Sur, por suscolonias de las Indias. Estas dos naciones tienendistinta política. Inglaterra marcha lenta y segura-mente. Rusia no abriga ninguna preocupación; supolítica, claramente determinada por el príncipefrorstehakoff en su circular de 3 de Diciembre de1864, es la de que, no estando disciplinadas las tri-bus rusas que confinan con la Mogolia, convenia ha-cerles contraer hábitos de paz; pero hecho esto, noso encuentran ya al abrigo de los ataques de susvecinos. Para impedir Rusia luchas enojosas, anexio-na las provincias limítrofes, y obtiene de este modola paz por algún tiempo; pero como las guerras ci-viles se renuevan poco después con las provinciasno anexionadas todavía, se ve obligada á continuarsu obra de anexión. Claro es que este sistema nopuede agradar á Inglaterra, que deplora los progre-sos de su rival, envía embajadores, redacta protes-tas, pero no puede hacer más. Los escritores rusossostienen que la obra de su nación es eminentemen-te filantrópica y civilizadora. Inglaterra ve que elcelo humanitario de su rival no es lan desinteresadocomo quiere hacerlo creer.

Tal es la situación actual. En qué medida será mo-dificada por la guerra emprendida por Rusia á pesarde los consejos de Europa, es imposible calcularlo.Podrá salir victoriosa; pero victoriosa ó vencida,sus fuerzas y su prestigio se disminuirán por algúntiempo.

De todos modos, las exploraciones inteligentes,tales como la del viajero ruso que nos ha servido deguia, tienden á ilustrar la grave cuestión de Orien-te. Desearíamos que hubiese muchas parecidas á lallevada á cabo por el coronel Prejevalsky, y que enel terreno pacífico de la ciencia encuentre en In-glaterra dignos émulos.

ENRIQUE DK VARIGNY.

Traducción do R. de M.

G. MEYERBEER.

LOS DESPOJOS DE «LA AFRICANA. »

I.

Sr. D. Eduardo de Medina.Mi muy querido amigo: Tiempo hace que prometí

á usted algo que no he cumplido, algo que se rela-cionaba con la importante publicación que tan acer-tadamente usted dirige, y que por tal motivo preci-samente, esto es, por la importancia que encierracuanto en la REVISTA EUROPEA ve la luz, he venidodemorando hasta este momento.

Obligado por la naturaleza especial de mis trabajosá mantenerme siempre en los modestos límites deuns, crítica ligera y fácil, que ni aun con ella puedenmis fuerzas escasísimas; acostumbrado á la frivolatarea de un cuenta-dante, por decirlo así, de es-pectáculos líricos; humilde y asendereado cronista,aujour lejour, de músicos y artistas de todo génerode clases y categorías, jamás me sentia dispuestosuficientemente para emprender algo serio, algoútil, é t cuando menos, conveniente, que estuvieradentro de las condicio nes y el carácter de ese ilus-trado semanario.

Y es que inficionado por esa atmósfera deletéreaque forzosamente tenemos que respirar los que vivi-mos en lucha continua con la podredumbre del tea-tro, sus consecuencias, adherencias é inherencias,me conceptuaba ya incapaz de abordar cualquierasunto artístico de alguna seriedad, con la sereni-dad de ánimo y voluntad vigorosa que para talesasuntos son indispensables.

Pero quiso mi buena fortuna depararme un mo-mento propicio, y he de aprovecharlo sin tardanza.Tengo un asunto no sólo importante, sino de actua-lidad. El éxito de La Africana ha dado un poco detregua á mis ocupaciones literarias, y no he desper-diciado la ocasión.

Sí, amigo mió: he dejado á los artistas por elarte; he sometido mi espíritu á una especie de fumi-gación para librarlo del contagio diario y alimen-tarlo decorosamente siquiera algunos dias. De aquíque hoy me presente á usled con este pequeño tra-bajo, del cual sólo una pequeña parte n e corres-ponde (este es mi consuelo), y con el cual doy cum-plimiento á mi sincero deseo de complacer á ustedy ofrecerle una débil muestra de mi estimación ycariño.

Usted sabe que La Africana se ha cantado esteaño y se sigue cantando en el teatro Real con bri-llantísimo éxito. Las circunstancias, de todo puntoexcepcionales, que han hecho notable el comienzode la actual temporada, han favorecido extraordi-

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nanamente al resultado que ha alcanzado la * jecu-eion de la obra inmortal de Meyerbeer.

Ha sido, puede decirse, un acontecimiento; se ha-bla y se hablará todavía de La Africana y del genioincomparable que creó ese monumento artístico.

Y ya que todos dedican algo á la última produc-ción de Meyerbyer, ya que La Africana es el objetode muchas conversaciones, y debe figurar á estas lio-ras como santa en el calendario del empresario delregio coliseo, calendario en el cual las mártires seostentan á millares, quiero también yo, el más pe-cador de todos y el menos autorizado, encender unavela microscópica ante ese altar suntuoso, ilumi-nado por los resplandores de un genio colosal.

Pero no tema usted que vaya á hablarle de LaAfricana que se ejecuta en el teatro Real; nada deeso. Voy á ocuparme de otra Africana, de unaAfricana inédita, de una Africana suplementaria, deuna Africana nueva, de una Africana que no secanta.

¿Le parece á usted el asunto interesante? ¿Creeusted que es oportuno y de actualidad? ¿No piensausted que cumplo con los fines de la REVISTA. EURO-PEA, dan'io á conocer detalladamente á sus lectoresuna nueva y curiosa fase de la historia de una granobra de arte y de un gran artista?

Entro en materia.En críticas, monografías, artículos especiales,

libros y folletos dedicados preferentemente al ge-nio, vida y obras de Meyerbeer, se ha tratado condetalles más ó menos auténticos, más ó menos inte-resantes, de las vicisitudes que señalaron la com-posición y representación definitiva de la última

. obra del gran maestro berlinés, de La Africana.No he de detenerme, por tanto, en relatar á mi

vez una historia para la cual no habian do faltarme,ciertamente, fuentes de conocimiento. Además, elobjeto, principal de este trabajo no podia en modoalguno relacionarse con un plan demasiado vastopara ser holgadamente contenido en los límites deun semanario literario, por cuya razón he pensadodejar aparte cuanto pudiera relacionarse con todoaquello que de verdaderamente complejo y extensoencierra el asunto, es decir, con la historia y críticade La Africana, para detenerme únicamente en unarama separada, en un episodio, por decirlo así, deesa producción admirable y admirada, episodio cu-rioso é interesante bajo todos conceptos y que porrozarse directamente con algo desconocido que á I.aAfricana se refiere, pienso yo ha de tener atractivoespecial para el lector.

Antes de ahora tuve idea de emprender este tra-bajo, que deseaba coincidiera con alguna de las re-presentaciones de La Africana en el teatro Real,con el objeto de prestarle cierto interés de actuali-dad; pero bien fuera que yo no conceptuaba al pú-

blico suficientemente satisfecho de aquellas repre-sentaciones para fijar sérianienle la atención en loque á La Africana, pudiera referirse, ó bien fueraque mi pereza venciera á la buena voluntad, el re-sultado es que dejé dormir mip propósitos,que, envista del extraordinario éxito que ha alcanzado laobra de Meyerbeer, se han despertado repentina-mente, convirtiéndose ya en necesidad imperiosa.

No he de pretender, pues, eludirla; tanto más,cuanto que la media docena de cuartillas que heempleado en preparar el asunto, con grave detri-mento quizá del lector paciente, han allanado lasprincipales dificultades de mi trabajo, que en todotrabajo literario lo más difícil es empezar.

Empiezo, pues, que ya es hora.

II.

Algunos meses después de la primera represen-tación de La Africana, que se verificó en Parísel dia 28 de Abril de 18GB, los editores de la obra,Sres. G. Brandus y S. Dufour, tuvieron la idea feli-císima de publicar con el título de Segunda pariede la ópera en cinco actos LA AFRICANA, un suple-mento musical en el cual, arregladas en partiturapara canio y piano, constaban, convenientementeclasificadas, cuantas piezas se habian retirado dela partición primitiva.

Si de las piezas citadas tuviera que ocuparme;si fuera mi objeto una crítica musical de este su-plemento inédito, claro es que los obstáculos ha-bian de presentarse en número considerable yresultar, dado caso que llegara á vencerlos, infruc-tuosos por completo, ya que la REVISTA EUROPEA nohabía de convertirse, por injustificada complacen-cia^en álbum musical, y dado caso de hacerlo, noquedaría al público posibilidad de intervenir misjuicios tratándose de una obra que no se ha dado áluz en ningún teatro y que ha de quedar, probable-mente, inédita para siempre.

Pero es el caso que el Suplemento en cuestióncontiene una portada literaria, un extenso prefacioescrito y ürmado por el ilustre Félis, el amigo deconfianza de Meyorbeer, el albacea artístico delgran maestro, el crítico eminente, el musicógrafoincansable á quien el autor de La Africana enco-mendó su obra inmortal, y bajo cuyos auspicios ydirección se puso en escena en París.

No es corto el prefacio, pero ha de parecerloseguramente á los lectores; tal es su importancia yde tal naturaleza las noticias que contiene y losjuicios críticos é ideas estéticas que profusamentese hallan esparcidos en el escrito de Fétis, por cuyarazón me parece muy conveniente darlo á conoceren toda su integridad, para que sirva de norma é in-teligencia al asunto que motiva el presente trabajo.

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Después de inserto el prefacio, serán más opor-tunas las observaciones que ha de sugerirme, y es-tarán en su lugar cuantos esclarecimientos estimeconvenientes para la más completa y feliz termina-ción del asunto.

Hé aquí, pues, el notable trabajo de Fétis, queprocuro verter al idioma castellano con todo el es-mero posible:

SEGUNDA PARTE DE «LA AFRICANA. »

PREFACIO.

«Llamado para prestar toda mi solicitud á la últi-ma obra de Meyerbeer, comprendí desde luego lospeligros inherentes al honor insigne de que se mehacía objeto. No conocía una sola pieza de esta par-titura que llamaba la atención universal desde hacíamás de quince años. En nuestras más íntimas con-versaciones, jamás me habia comunicado el maestrosu pensamiento con respecto á La Africana. Hastael asunto de la ópera me era desconocido. Meyer-beer se ocupaba raramente de sí mismo y de sustrabajos; nuestras conversaciones versaban casisiempre sobre el arte, en su acepción general, so-bre los nuevos senderos que podían en él descu-brirse y sobre los recursos que ofrece al hombrede genio. Por tal razón, calculaba yo que me veriaprecisado á adivinar las intenciones del maestro porel carácter de cada pieza y hasta por sus movimien-tos, misión tanto más difícil, cuanto que el mismomaestro, como lo saben las personas que le hanvisto dirigir los estudios de sus obras, no se fijabasobre una parle tan esencial de la ejecución sinoen los últimos ensayos generales.

El efecto de la escena era siempre lo que le ser-vía de norma en este asunto. De ahí que no indica-so en sus-manuscritos los movimientos sino porexpresiones más ó menos vagas, no determinándo-los por las cifras del metrónomo hasta el momentode la publicación.

Comprendí, pues, desde el primer momento cuá-les serian las dificultades de la interpretación de laobra postuma, sin hablar de otras muchas cuyaenumeración seria prolija en este lugar. Sin embar-go, y fuese cualquiera el peligro, una amistad demás de cuarenta años me imponía el deber deaceptarlo en absoluto. Acepté.

Llegué á Paris el 16 de Agosto de 1864, y M. Per-rin, director del teatro de la Opeí-a, me instaló enun despacho desde el cual podia estar en comuni-cación con los directores fchefs de servíce) encaso necesario. Allí me entregaron el manuscritode la partición de Meyerbeer, así como el del li-breto. Mi primer cuidado fue enterarme de la pieza,cuyos defectos, algunos de ellos insuperables, lla-

maron mi atención desde la primera lectura. Lanecesidad de algunos cambios se presentó desdeluego, aumentando las dificultades, ya que el poetay el compositor habían dejado de existir.

Después del libreto, tocó su vez á la partitura.Aquí el cambio fue radical, porque solo placer in-tenso, vivísimo goce, experimenté durante los ochodias que empleé en la lectura do esta obra, dondela inspiración, el sentimiento, el talento de la formay la experiencia han reunido todas sus riquezas.Habia un piano en mi gabinete, tuve muy buen cui-dado de no acercarme; que no es posible conoceruna gran composición por la traducción imperfectade sus inmensas combinaciones, y menos si no seoye á la simple lectura el conjunto de las voces yde los instrumentos, como si se percibiesen real-mente los sonidos con todos los matices y perfec-ciones imaginados por el autor.

Convencido, después de una primera lectura dela partitura de La Africana, que este trabajo es elmás completo, el más perfecto del maestro y el co-ronamiento de su obra, dediquéme en seguida alestudio de cada una de sus partes, á fin de prepa-rar la partitura para la copia de los papeles, partesseparadas para los coristas y la orquesta y particio-nes para los directores. Entonces comenzó mi mi-sión; el maestro había compuesto varios aires paralas mismas situaciones, como tenía costumbre dehacerlo en sus óperas anteriores, en las cuales conrespecto á las piezas duplicadas, no fijaba su elec-ción, sino en razón del efecto producido en los en-sayos. Habia también escrito variantes considera-bles para algunas piezas de conjunto, particular-mente para el final del acto cuarto. El manuscritoencerraba también indicaciones de supresiones fa-cultativas de algunos compases en varias escenas,para el caso en que los desarrollos resultarandemasiado largos para el efecto dramático. No pu-diendo prejuzgar las resoluciones que hubiera adop-tado Meyerbeer en todos estos casos, debía deci-dirme y fijar mi elección, según mis propios senti-mientos, entre todo aquello que el maestro habiadejado en la incertidumbre. Resolví todas mis inde-cisiones y elegí las piezas, antes de dar á la copiala partitura. Los artistas y los directores recono-cieron en los ensayos que habia tenido la manofeliz.

Otra dificultad considerable se presentó ante misojos al leer la partitura: Meyerbeer quería que hu-biese un bailable en el cuarto acto; habia señaladoel sitio, pero, según su costumbre, habia aplazadola composición hasta haberse entendido con elmaestro de baile acerca del número y carácter delos bailables. Firmemente resuelto á no poner nadade mi propia cosecha en la obra del maestro, noencontré otro medio para realizar sus intenciones

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con respecto al bailable, que el de escribir la mú-sica con una versión del aria del Sueño y una rondabáquica, de marineros en el acto tercero (4).

Después del notable dúo de Vasco y de Sélika enel acto segundo, habla una salida do Nelusko quecoincidía con un concierto de campanas imitado porlas arpas de la orquesta. Vasco preguntaba el sig-nificado de aquellos sonidos de regocijo, y Neluskocontestaba que las campanas anunciaban los despo-sorios de D. Pedro, por cuyo motivo alcanzaban lalibertad los prisioneros. Al leer el libreto, habia yoechado de menos en esta escena parásita la ordina-ria habilidad de Scribe, porque destruía de esa ma-nera el efecto dramático de una importante situa-ción, aquella en que Inés, en el final de dicho acto,anuncia á Vasco, en su prisión, haber obtenido sulibertad y le entrega el mandamiento auténtico dela real clemencia. El final apasionado del dúo deVasco y de Sélika: Combien tu m'es chSre, ange tuté-laire, etc., perdia, además, por la anterior escena,todo su efecto, puesto que la entrada de Inés y donPedro produce su efecto escénico en el momentopreciso en que Vasco estrecha á Sélika entre susbrazos, y entonces tienen su significación naturallas palabras de D. Pedro: ¡On nous l'avait bien dit!Creí, pues, conveniente, á pesar del sentimientoque me inspiraba el sacrificio del bellísimo ariosode Sélika, suprimir lodo lo que sigue al dúo y lle-gar inmediatamente al magnífico final del acto se-gundo, que es una de las creaciones más bellas delgenio de Meyerbeer.

Tales son las determinaciones cuya responsabili-dad me incumbe únicamente. Lejos de deplorarlas,declaro que las volvería á adoptar sí me hallara denuevo en idéntica situación, porque la experienciade las representaciones me ha demostrado que miprimera impresión fue acertada, lo cual no me im-pide acoger con viva satisfacción la resolución delos editores de La Africana, que han revelado almundo musical las inspiraciones del maestro, sacri-ficadas á las necesidades escénicas. Si á propósitodel Roberto el Diablo y Los Hugonotes se hubieraadoptado la misma determinación, hoy se conoce-rían tesoros musicales en número suficiente paraformar varias óperas magníficas. He visto cortar áMeyerbeer, durante los ensayos, trozos enomics deaquellas partituras, reemplazar unas piezas por otrasque escribía con una rapidez de la que nunca, sindud?, tuvieron noticia los que le juzgaron incompa-tible con el trabajo fácil y la inspiración espontá-nea. Resistía á las peticiones de cortes con que leasediaban su poeta y el director de la ópera, hastapenetrarse él mismo de la necesidad de esas supre-

(!) Habiéndose suprimido el bailable en los ensayos, nose ejecutaron estas piezas.

siones. A este propósito, después del ensayo gene-ral de Los Hugonotes, se opuso á la representación,se encerró durante algunos dias, trascurridos loscuales, encontrándome yo en su casa cuando llegóá olla el director de la ópera, oí á Meyerbeer expre-sarse en estos términos: «Querido M. Duponcbel,croo que estará usted contento de mí; he cortadouna hora de música.» Todo esto ha desaparecidopara siempre, sin contarla conmovedora escena delbaiie de los protestantes en el palacio de Nesle ylas demás que siguen á esta escena, suprimidas to-das contra la voluntad de Meyerbeer.

Debo añadir á todo aquello cuya iniciativa mecorresponde, la determinación de todos los movi-mientos que hice en el metrónomo antes de entre-gar á la copia la partitura. Nadie los modificó enlos ensayos y han quedado tales como los fijó, de locual deduzco, visto el efecto producido, que inter-pretó perfectamente el carácter de los pensamien-tos del maestro. Después de lo dicho, di á copiar lapartitura. A fines de Setiembre, los papeles queda-ron distribuidos; los estudios dieron comienzo enlos primeros dias de Octubre.

Todos los compositores que han trabajado paralaescena, saben que su música no se acepta sin mo-dificaciones por los cantantes dramáticos. Despuésde algunos ensayos, se oyen sus peticiones, formu-ladas, poco más ó monos, en los siguientes térmi-nos: «Maestro, no ejecutaré nunca este paso; noconviene á mi voz; habrá que cambiármelo sin re-medio.» 0 bien: Esto está demasiado alto ó dema-siado bajo.—Esta frase /¿nal es demasiado corta; noharé ejecto. —No me gusta este calderón ó esta fiori-tura; hágame usted el favor de escribirme otras.—Necesito otras palabras para esta frase, porque mecuesta trabajo cantar las que están escritas.—No mehaya usted vocalwar sobre esta süaba, porque mi vozse vuelve sorda ó chillona. Y mil cosas semejantes.Aunque extraño absolutamente ala composición deLa Africana, tuve que colocarme, para resolverestos asuntos, en la posición del maestro si hubieradirigido él mismo el estudio y la ejecución de suobra, y modificar, según las necesidades, algunasfrases y arreglar algunas cadencias. En el teatro, elempresario y e! director de escena me decian tam-bién: Esta movimiento de escena no podrá ejecutarsecon tiempo necesario, si no contamos con ocho com-pases de ritornello; y por grande que fuera mi deseode no tocar á la obra de Meyerbeer, necesitaba es-cribir las adiciones pedidas; pero en estos casos,me he servido siempre de los temas del maestro.Por eso ha escrito ocho compases en el primer acto,para dar á los obispos tiempo suficiente á fin deque ocuparan su sitio en el Consejo, y otros com-pases en el acto tercero para la maniobra del buque.Hago estas declaraciones para las personas que

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puedan comparar algún dia el manuscrito originalcon la partición grabada (1).

No hacía quince ó veinte dias que los ensayoshabían comenzado, cuando aparecieron las pri-meras peticiones de cortes. Mi respuesta ordi-naria era: Esperemos el efecto en la escena. Sinembargo, ciertos defectos del líbrelo se hacían cadavez más palpables, y veíase que su desaparición nopodia llevarse á cabo sin sacrificar varios trozos demúsica. El tercer acto, sobre todo, presentaba im-posibilidades de escena que me preocupaban y ha-cían presentir la necesidad de suprimir una de laspiezas más bellas de la partitura, porque reconocidala necesidad de los cortes, siempre me ha parecidomás acertado suprimir enteramente una pieza antesque mutilarla. El autor del libro de La Africana nose fijó, sin duda, en el defecto capital de dos situa-ciones semejantes que se sucedían inmediatamenteen el tercer acto: en la primera, D. Pedro ordena ásus marineros la muerte de Vasco; Sélika, en un ar-ranque de enérgica gratitud, salva la vida al héroe,amenazando á Inés con su puñal. Apenas se alejaVasco, cuando el furor de D. Pedro se vuelve con-tra Sélika, y la condena á ser azotad?. Entonces, ála larga escena del arresto de Vasco, que terminabaen una pieza de conjunto de mesurado movimiento,seguia otra escena larga, fria, imposible, en la cualdos personajes cantaban solos, mientras todos losdemás permanecían inmóviles y mudos. Á pesar dela belleza de la música, comprendí desde los pri-meros dias que esta escena podia comprometer eléxito del acto, y participé mis opiniones á los artis-tas encargados de los principales papeles, así comoá los señores Germani, Delavigne y Melesville, quehabían aceptado la misión de cuidar la mise en scéne;sin embargo, la situación se conservó hasta los úl-timos ensayos.

Otro peligro, más grave todavía, existia en lasprimeras escenas del quinto acto. En la primera,Inés, después de haber escapado de la muerte quesorprendió á todas sus compañeras bajo el manza-nillo, cantaba un recitado seguido de un aria; enseguida aparecía Vasco (que era ya esposo de Sé-lika), y seguía una escena en la cual los dos aman-tes exhalaban recíprocamente sus quejas. En la ter-cera escena, Selíka los sorprendía juntos, y en me-dio, de su indignación, no queriendo prestar oidosá explicación alguna, ordenaba á Vasco su aleja-miento; obedecía Vasco, y no volvia á aparecer enel resto de la ópera. En el cuaderno de apuntacio-nes de Mcyerbeer que se me confió para confor-marme en lo posible con sus intenciones, se ve quepreocupaba al maestro el peligro de esta retirada

(l) Más tarde me ocuparé de estas adiciones de Fetis.—N. delT.

ridicula; pero no habia encontrado remedio. Nohubo otro, en los últimos ensayos, que suprimir lasdos primeras escenas y empezar el quinto acto porel dúo de Sélika y de Inés.

La larga duración de la obra preocupaba á todoel mundo, porque los trabajos del maquinista y losdetalles de la mise en scéne, debían ocasionar lar-gos entreactos. De todas partes me pedian cortesmayores en número y más urgentes cada dia. Re-sistía con todas mis fuerzas á estas mutilacionesque me inspiraban profunda repugnancia, sin em-bargo de que la administración de la opera y losliteratos encargados de seguir el curso de los ensa-yos, así como los directores, reconocían unánime-mente su necesidad. Con el objeto de juzgar por mímismo el asunto, pedí al director de la Opera unensayo de la música sola, sin máquinas, cambios dedecoraciones, ni entreactos. Se verificó el ensayo, yduró cuatro.horas y media. Ante esta experiencia,tuve que ceder y consentir á Ia3 supresiones queme pedian, porque las dificultades que traia con-sigo, al principio, la obra de montar y desmontar elbarco en el acto tercero, y la colocación de las de-coraciones del cuarto y quinto, ocasionaban entre-actos de enorme duración. Dando comienzo á lassiete de la noche, las representaciones de La Afri-cana no hubieran terminado antes de las dos de lamadrugada. A pesar de todos los sacrificios musica-les impuestos por los resultados del experimento deque antes hice mención, era más de la una de lamadrugada cuando terminó la primera representa-ción. Fue tal, sin embargo, el encanto que la,abun-dancia feliz de las melodías, la novedad de las for-mas, la riqueza de los detalles y la suprema distin-ción de toda la obra esparcieron sobre el públicoque el entusiasmo se mantuvo hasta el fin.

Un tribunal contra el cual no hay apelación nicasación, un tribunal compuesto por el público in-menso de todos los pueblo cultos, ha pronunciadosu juicio sobre el mérito de las obras de Meyer-beer. Todos lo han aplaudido, todos lo aplaudencada dia, todos se muestran ávidos de las emocio-nes que les proporciona, porque el drama es la ne-cesidad más activa del siglo XIX, y nadie puedecompararse á Meyerbeer por la pujanza dramática.En ciertas situaciones conmovedoras, consigueefectos irresistibles de los que jamás artista algu-no tuvo la intuición. De ahí las innumerables repre-sentaciones de esos dramas musicales que hacetreinta y cinco años conmueven á las masas, osten-tando siempre el mismo atractivo, con tal que lainterpretación sea suficiente.

No es esto decir que la malignidad de algunoshaya dejado de darse á luz en medio de la admira-ción general, porque Meyerbeer posee todas las

i condiciones de ¡as grandes celebridades: si excita

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N.° 200 A. PEÑA Y GOÑ1. L (S DESPOJOS DE «LA AFRICANA». 817

el entusiasmo de los pueblos, en ambos mundos,encuentra aquí y allá detractores que, por interéscualquiera, por sistema, ó por incapacidad de eclec-ticismo estético, se asignan la misión de arrojar unpoco de sombra sobre su gloria. El tema ordinariode estos críticos consiste en convertir el autor deRoberto, de Los Hugonotes, de La Afric ¡na, en ungran músico sin genio, un sabio, un calculador denotas; hombre d'espril, por lo demás, fino, cariño-so, discreto y cuyo savoir-faire, superior todavíaá su ciencia, ha llegado á engañar á millones de in-dividuos que creen experimentar un goce al escu-char su música. Esta música no es fruto de la ins-piración, sino de un trabajo obstinado, de una laborpenosa. Cada frase es producto de un esfuerzo, yjamás entrega a la publicidad una obra que no hayasido previamente limada con todo esmero.

No se admirarían poco estos caballeros si llegaseá su noticia que Beethoven, cuyo genio, en sus ad-mirables alcances, es hoy indiscutible, no compusojamás nada con facilidad. Quien ha tenido ocasiónde ver, como sucede al que este prefacio escribe,los libritos de apuntaciones en los cuales Beetho-ven escribía los temas de sus composiciones, sabelas transformaciones que sufrían sus ideas, las cor-recciones, los cambios de movimientos, y hasta demodo, porque frases escritas en tono mayor, que-daban definitivamente en modo menor. Terminadala ob'ra, comenzaba el trabajo de perfeccionamien-to, y este trabajo era largo. Hay quo leer, respectoá este particular, el libro de Schindler sobre Bee-thoven y sus obras. Amigo íntimo del gran maestro,no lo abandonó en los quince últimos años de suvida. En un pasaje de este libro, Schindler exclama:o-Los editores no pagaban á Beelhuven más quetreinta ducados (330 francos) por una sonata, depiano que le costaba TRES MESES de trabajo.» ¡Tresmeses para una sonata de piano! ¿Tienen algo quedecir esos caballeros?

Sé que hay métodos expeditivos para componermúsica más barata, métodos puestos en prácticapor los compositores de óperas italianas, aun enlos tiempos venturosos en que el genio no faltabaciertamente; poro no podia suceder otra cosa. Elmaestro, contratado para escribir para el teatro deuna ciudad cualquiera, llegaba allí un mes ó cincosemanas antes de quo diese comienzo la temporada,y le entregaban entonces el libreto do ópera cuyamúsica tenía que escribir. Necesitaba algún tiempopara leerlo y lijarse enlas situaciones; después tra-bajaba á toda prisa, porque la obra tenía que repre-sentarse en dia fijo. A medida que el autor ibacomponiendo, se iban recogiendo los papeles yensayándose.á la vez. Si el maestro tenía genio,componía piezas bellísimas para las situacionesprincipales; lo demás se descuidaba por completo,

TOMO x.

y era un conjunto de vulgaridades, porque no habiatiempo para escribir con más cuidado. El mismoMeyerbeer pasó por ello. Por lo demás, era inútilfatigarse demasiado, porque el público no escucha-ba más que las piezas más bellas; durante el restode la representación, charlaba y no habia ningunanovedad. Nadie pensaba en componer ni exigir unaobra que sobreviviese al momento preciso para elcual se habia escrito. Si la inspiración era feliz,todo el mundo se alegraba; en caso contrario, elcompositor no tardaba en consolarse, y pocos díasdespués c\e\fíasco nadie so ocupaba más del asunto.

No podían de tal modo comprender el arte artis-tas del templo de Beethoven, de Wcber, de Meyer-beer, de MendeUsohn, cuyo objeto era crear obrasque viviesen en lo porvenir. «Me ofrecen tres mesespara componer mi obra, escribía Weber; este tiempome bastará apenas para leer el libro y enterarmebien del carácter de las escenas.

El trabajo de Meyerbeer, que ciertos críticos re-presentan como una concepción penosa, es el arteen su acepción más lata, arte que difiere esencial-mente de las improvisaciones que antes me hanocupado; es, en fin, lo que distingue la hermosaescuela alemana de la escuela italiana, desde hacemás de un siglo.

Cuando Meyerbeer varía una frase, cuando mo-difica su armonía, cuando un sistema de instrumen-tación le parece mejor que otro para la fiel expre-sión de su pensamiento, no son los cálculos los quele guian, como creen los críticos poco ó nada mú-sicos; todo es sentimiento en esas trasformaciones,todo obedece á una delicadeza exquisita. Lejos deescribir con dificultad, Meyerbeer poseía la facul-tad de la improvisación en grado notabilísimo, ybuena prueba dan de ello el gran número de piezasque para sus óperas escribió durante los ensayos,particularmente todos los bailables, cuyas formasgraciosas y originales llaman tanto la atención.

En un escrito cuyo título os una ironía, Meyerbeeraparece como un artista que no ha podido llegar,sino penosamente, á la última determinación de sutalento, merced á sucesivas imitaciones de la ma-nera de otros compositores. En opinión del escritorcitado, Meyerbeer ha tomado de todas partes lasprincipales piezas do sus obras. El prurito de reba-jar al maestro no podia haber inspirado más desdi-chadamente al crítico en cuestión, porque el ca-rácter esencial del talento de Meyerbeer consisteprecisamente en no parecerse al de ningún otrocompositor. Puede preferirse otra música á la suya,pueden no gustar las rarezas que alguna vez lo hanarrastrado;, pero desconocersu originalidad, es mos-trarse incapaz de apreciación en música.

¡Que Meyerbeer comenzó por la imitación! ¿Yquién no ha empezado por ahí? ¿Quién ha sido ori-

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ginal desde el principio? Gluck, citado por el escri-tor que antes mencioné, Gluck, repito, no es, desdesu Aríaserse escrito en Milán en 1741, más que uncopista de los italianos en las veinticinco óperasque compuso hasta el Orfeo escrito en Viena en-1763; Mozart inspiró á Beelhoven hasta su obra 27.

El genio se revela de diversas maneras. A vecesbrilla en la juventud y prodiga sus tesoros desdelos primeros trabajos, pero se apaga pronto y ma-nifiesta prematuramente las señales del agotamien-to. Otras veces, desarróllanse sus fuerzas con lon-I itud, permanece algún tiempo indeciso en los diasque ha de tomar, pero una vez halladas estas vías,camina en ellas con pasos de gigante. De ose modohan recorrido su carrera Gluck y Meyerbeer, consus inmensas cualidades, con sus reducidos defec-tos. Hay, en fin, ejemplos do hombres de genio queno se revelaron hasta la vejez; tal fue Rameau,teórico al principio, y transformador, después, de laópera francesa, á la edad de SO años.

Los éxitos de Meyerbeer han tenido demasiadobrillo y duración para dejar de mortificar los inte-reses y el amor propio de algunos. Generalmente,en las artes y las letras, los muertos h-sllan graciaante sus enemigos, pero con tal que esMn bienmuertos y no se hable más de ellos. Temó que, áese precio, el autor de La Africana no disfrutelargo tiempo de los beneficios de la tumba.

Breves palabras, antes de concluir, acerca de La,Africana. He hablado del sentimiento que me hizoexperimentar el sacrificio de una multitud de belle-zas musicales, sacrificio qué hicieron indispensablelas necesidades de la escena. La reproducción exac-ta del manuscrito original en la gi'an partitura gra-bada, ha dulcificado mucho el penoso recuerdo queme habían dejado las mutilaciones; sin embargo,como quiera que estas grandes partituras no tienencabida sino en los archivos de los teatros y en al-gunas bibliotecas especiales, el público no hubieratenido noticia de la existencia y mérito de la partesuprimida en La Africana, si los editores no hubie-sen tenido la feliz idea de publicarla bajo la formamás popular como un suplemento de la partiturapara canto y piano.

No he querido desperdiciar esta ocasión paraexplicar en un prefacio las causas de la desapariciónde ciertas piezas en la representación de La, Afri-cana y los cortes que se han hecho en otras.

Los veintidós números que contiene el volu-men, reunidos á los que encierra la primera parti-ción para canto y piano, restablecen la obra delmaestro en su integridad.—FÉTIS, padre.—Bruse-las 23 de Noviembre de 186$.»

A. PEÑA Y GOÑI.(Concluirá.)

ALGUNAS CONSIDERACIONES

ACERCA DE LA MISIÓN DE LA HIGIENE EN LAS

AFECCIONES MORALES DEL INDIVIDUO.

1.

Es indudable que en el mayor número de actosde la vida social y de la existencia individual, tienela higiene su papel importante y se la ofrecen noescaso número de ocasiones donde prestar sus be-neficiosos consejos. Las pasiones, tan frecuentes enla humanidad y más especialmente en la edad me-dia de la vida, conducen á enfermedades físicas ymorales para las que suele ser la terapéutica impo-tente; pero jamás deben abandonarse á sí propias,pues de seguir este camino, rara vez ó nunca ter-minan por la curación: al individuo en primer lugar,y á los gobiernos encargados de velar por la saludpública en segundo, toca impedirlos terribles efec-tos de las pasiones desbordadas. De otra suerte, severá á la juventud agostarse en flor, víctima de lasegur de la tisis, ó poblarse ios manicomios de infe-lices muertos para la sociedad, ó aumentar espanto-'sámente la estadística criminal.

Uno de los estudios que debe hacer con másdetención el hombre de ciencia, es el de las pasio-nes, que pueden calificarse hasta de necesidadesorgánicas que con despótica tiranía conducen alindividuo por rápida pendiente á un abismo, y parasustraerse de su acción son necesarios violentosesfuerzos.

Muchas son las divisiones que de las mismas sehan hecho, tales como en expansivas y depresivas,agradables y penosas, y, por último, en animales,sociales ó intelectuales, que es la clasificación que

'Creemos más ventajosa. Las causas que las produ-cen ó determinan son muchísimas: el temperamen-to, la edad, el clima, el estado de salud, el malejemplo, la época menstrual en la mujer, la educa-ción, la lectura de malos libros, los espectáculos yhasta las formas de gobierno, hé aquí una serie demotivos capaces de desarrollar y producir gran nú-mero de pasiones.

La influencia que ejercen sobre el organismo estáfuera de toda duda. Con frecuencia vemos que lacólera, el temor, han dado por resultado conges-tiones ó hemorragias cerebrales. El exceso de ale-gría y todos los movimientos expansivos pueden-ocasionar los mismos desórdenes. Generalmente enla edad madura y la vejez son peores estas conse-cuencias. Todos los accidentes debidos al amor, yasea contrariado ó satisfecho, se refieren á las fun-ciones cerebrales. Por eso, desde su forma másplatónica hasta la más sensual, reacciona sobre el

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N.° 200 i . OLMEDILLA. MISIÓN DE LA HIGIENE EN LAS AFECCIONKS MORALES. 819

cerebro y produce todos los resultados que se ori-ginan por una alegría intensa ó por las grandespenas.

También el corazón y el sistema circulatorio sonsumamente influidos por las pasiones, en términosque no escaso número de lesiones de aquella visce-ra son debidas á grandes afectos morales. En lasalegrías y en los profundos dolores suele ocasio-narse una abolición instantánea de la inervacióndel corazón, y el resultado es la muerte del que seencuentra en estas condiciones. Entre e) cerebro yel corazón existen grandes relaciones; así es quetodo lo que obra sobre uno de estos órganos, se re-fleja inmediatamente en el otro.

El aparato digestivo siente de un modo extraor-dinario la influencia de las pasiones. "El estómagodevuelve los alimentos que contiene, ó no comple-ta la parte de la digestión que le está encomendada,y los aparatos de secreción son influidos de unmodo extraordinario. La orina aumenta, como essabido, en los casos de temor, y las glándulas lagri-males segregan con abundancia cuando acaecendisgustos ó penalidades.

Como dice perfectamente el Dr. Monlau, la mitadde las tisis pulmonares reconocen por causa elamor ó la lujuria; las enfermedades crónicas delestómago, intestinos, hígado y bazo son producidaspor la ambición, la envidia ó los graneles disgustos.El cáncer cuenta también en la historia de sus cau-sas no escaso número de afecciones morales. Ladispepsia y la gastralgia suelen ser producidas porla pasión del estudio, y muchos casos de enajena-ción mental suelen reconocer por origen pasionesviolentas ó afectos morales intensísimos.

La vida del individuo está en razón directa dela intensidad con que siente sus pasiones. Una per-sona que se deje ciegamente arrastrar por la pa-

•sion, sin tratar de refrenarla, está restando susdias y abreviando sin cesar su existencia.

La edad y el sexo tienen también influencia mar-cadísima en las pasiones. Durante la infancia, des-lizase tranquilamente la existencia, y lasnumerosasimpresiones recibidas pasan con la rapidez que lasondas producidas en el lago por la piedra lanzadaen su superficie. En la adolescencia tienen las pa-siones el carácter de sensaciones necesarias, cuyasatisfacción proporciona el placer que con tantoanhelo se busca en esta época de la vida. La edadadulta lleva consigo la ambición y el orgullo, y en lavejez desaparecen las pasiones expansivas para de-jar su puesto á la avaricia y al tedio.- La mujer presenta algunas diferencias con elhombre en cuanto á las pasiones. Son las impresio-nes más vivas, y hay monos energía en el sexo dé-bil para resistir á las causas morales que incesan-temente atormentan por doquiera la especie huma-

na. Para contrarestar este influjo, no hay mejorremedio que una educación convenientemente diri-gida, lo cual no deja de ser difícil en la mujer. Esnecesario hacerla ver, como dice perfectamenteuno de los escritores que con más acierto han tra-tado de este asunto (1), que la flor de su cabeza yel adorno de su cuello no son los objetos que pri-mero han de ocupar su atención; evitar que á losdiez y siete años tenga accesos de melancolía y lefastidie á veces la existencia; que no se la dé portoda instrucción un conjunto de novelas en su ma-yoría de mortífero influjo, y que pueda, en fin, cru-zar sin peligros la edad de la vida que tan erizadade escollos se encuentra.

II.

Hemos dicho que la división de las pasiones enanimales, sociales é intelectuales, era la más opor-tuna, y en ose orden expondremos nuestras opinio-nes respecto al conjunto de diversos hechos relati-vos á tan interesante cuestión.

El exceso de alimentación, que constituye la gula,es origen de no escaso número de enfermedades.

Hay prefiSteion do no dar al olvido que la cantidadde alimentWque el hombre está obligado á ingerirdiariamente en su estómago, se halla en razón di-recta del ejercicio que hace y de la fuerza muscu-lar que tiene precisión de poner en actividad. Amayor ejercicio, más alimentación, pues en esecaso hay un gasto de carbono que no tiene lugar enla vida sedentaria.

Esta cantidad de alimentos se halla en razón in-versa de la elevación do temperatura. A medida queel calor es más considerable, hay menos necesidadde alimentación, puesto que se quema una cantidadmenor dOv.sarbono. De aquí la razón que en el vera-no haya menos apetito, y es que el organismo tienemenos necesidad de alime;.tos, y no se presentanmanifestaciones exteriores de la necesidad indi-cada.

Combinando estas dos influencias, se ha llegadoá deducir, según Becquerel, que no haciendo ejer-cicio alguno y residiendo en un país tropical, puedeel hombre reducirse sin inconveniente á la alimen-tación más insignificante.

Teniendo en cuenta las anteriores consideracio-nes, fácil es deducir que desde luego debrf repro-bar la higiene cuanto se refiere á los excesos ydesorden en la alimentación.

La embriaguez, producida por el abuso de lasbebidas alcohólicas, acarrea én primer lugar unainflamación gástrica, estimula fuertemente el cora-zón y produce una perturbación en las facultadesintelectuales, que puede degenerar en una verda-

(1) D. Severo Catalina.—La Mujer,

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dera demencia. Es indudable que el uso inmodera-do de los alcohólicos ejerce sobre el estómago, in-testinos é hígado una alteración profunda, y hacesus funciones mucho más difíciles, no siendo tam-poco raras las congestiones apopléticas, resultadodel reblandecimiento de la sustancia cerebral. Perose ha observado también que los individuos quedesgraciadamente han contraído este hábito quetanto degrada, no es oportuno que lo supriman deun modo brusco, sino que deben volver al régimennormal por pequeñas gradaciones. Los efectos quehemos indicado varían, como es natural, según eltemperamento de la persona que comete el abuso yla naturaleza de la bebida alcohólica á que se so-mete.

Es una fuerza irresistible la que se apodera demuchos individuos para hacer uso de estas bebidas;pero por lo mismo será más meritorio el vencer átan avasallador tirano.

III.

Otra de las pasiones que con más frecuencia con-ducen á los más terribles resultados, es la lujuria.Siente el hombre la necesidad de la reproducciónde su especie; pero nada más fácil que los desórde-nes y extravíos en los medios de satisfacerla. Casisiempre traspasa los límites que la naturaleza seña-la, y la religión juntamente con la ciencia, al pasoque las buenas costumbres sociales, tienen severísi-mas censuras para esas extralimitaciones.

Así como nada hay más sublime ni digno de ad-miración que lo que se denomina amor platónico,no hay tampoco cuadro más repugnante que la sa-tiriasis. En los albores de la adolescencia, y durantela juventud, existe en los dos sexos un movimientosimpático del uno hacia el otro, en términos queparece se sacrifica á esta sensación todo lo quehay de más caro, puesto que en la posesión del ob-jeto amado se cifra la felicidad suprema. Es una es-pecie de dulcísima cadena que sujeta á los amantes;cadena qufl, aunque de flores tejida, ejerce un im-perio y yugo despóticos.

Nada significan los castigos, la autoridad pater-na, las privaciones de la miseria con sus horro-res, ni la misma muerte, para que todo lo arrostreel enamorado. En estos casos es cuando hace faltauna dirección bien entendida, que, sin violencias nimedios coercitivos, alcanza mayores resultados quese consiguen por el terror.

El amor no puede definirse. No le es dado á lafna lógica penetrar en esos arcanos de la natura-leza.

Creemos, con uno de nuestros escritores más bienreputados, que son los poetas los que más se acer-can á dar idea del amor con alguna exactitud. Las

tipias rosadas de la aurora, la purpurina nube quese dibuja en el horizonte, el ruiseñor que entona enel bosque cadenciosos trinos, la hoja que se mueveal soplo del céfiro, la cascada que bulliciosa salta,y el arroyuelo que cual plateada cinta se desliza;hó aquí lo que es el amor para los dichosos que be-ben sus inspiraciones en la fuente de Castalia. Peroes cual el perfume de la flor que halaga, cuando seaspira á distancia, y embriaga si en abundancia locolocamos en nuestras viviendas. Tiene, al par quepurísimos goces, no escaso número de sufrimien-tos y dolores. Es, sin duda, una de las dichas de laexistencia, lo que hace que la vida circule por todaspartes, reparando los desastrosos efectos de lamuerte; pero exige al propio tiempo extraordinariocuidado para ho entregarse en cuerpo y alma á susimpresiones, por lo mismo que son tan vivamentedeseadas y se buscan con febril anhelo en momen-tos de exaltación.

Por lo demás, el amor es una pasión difícil de ca-racterizar, pues se complica con los caprichos, vir-tudes y aficiones particulares del que lo experi-menta. Es suspicaz, exigente, egoísta, grosero, tí-

•mido, ilustrado, etc., según el sujeto de que setrate. Lo que sí puede asegurarse es, que cuandosolo se funda en los atractivos de la juvenil belleza,raras veces sucede que la posesión del objeto ama-do no acabe por producir el fastidio, ó cuando me-nos la indiferencia.

Porque, no hay que dudarlo, tiene dos caras elamor, una que sonríe, llena de la poesía que vasiempre en pos de la castidad y de los buenos sen-timientos, y otra que le torna en caprichoso y dés-pota tirano que conduce por rápida pendiente á loshorrores de un abismo.

Aquí es llegada la hora de la intervención delhigienista, procurando con su talento y su instruc-ción ilustrar á los padres ó encargados de velarpor la educación de los jóvenes, ó haciendo élmismo sus veces en multitud de ocasiones, llaman-do en su auxilio, ya los dulcísimos consuelos quela religión y la moral proporcionan, ó bien por me-dio del ejemplo ó libros adecuados, poniendo á suvista lo fugaz de los encantos de la hermosura, deesa belleza que tanto seduce y tan efímera es, yllamando la atención hacia otras esferas del arte óde la ciencia, donde puedan templar la sed que lesdevora, haciendo desaparecer de sus manos las no-velas perjudiciales.

Si consigue su objeto, bien puede asegurarse queha realizado una de las más grandes conquistas, en-cauzando por suaves senderos el devastador tor-rente, y ha sido el benéfico riego que ha consumidolas llamas de voraz incendio.

¡Dichoso el que pueda registrar en los anales desu vida algún hecho semejante!

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N.° 200 j . OUIED1LLA. MISIÓN DE LA HIGIENE EN LAS AFECCIONES MORALES 821

IV.

El amor excesivo que los padres tienen por sushijos puede degenerar, como sucede muchas veces,en una verdadera ceguedad, no menos perjudicialque la falta de cariño á sus descendientes. Que unpadre quiera, como es natural, á sus hijos, es unsentimiento que ennoblece, pero no es monos con-veniente reprimirle aun por el interés de los mis-mos hijos. La exageración de sus buenas cualida-des, como de ordinario acontece, les perjudica,pues hace que los jóvenes se engrían, forjándoseilusiones que después el tiempo ha de convertir encrueles desengaños. Es muy general observar quepersonas de muy elevado criterio y de acertadísimojuicio en multitud de cuestiones, por arduas y di-fíciles que sean, cuando se trata de apreciar el va-lor de sus hijos cometen errores de tal naturalezaque apenas se conciben en sujetos de tan superiortalento. Es que ciega indudablemente el amor depadre; falta esa imparcialidad tan necesaria é indis-pensable en todos los casos en que hay que esta- jblecer apreciaciones.

Digamos ahora algunas palabras acerca del sui-cidio, que más bien que pasión es un acto criminal,aunque no se halle penado en el Código. Es unaaberración tisiológica, como dice perfectamente elSi1. Monlau, pues se ve la carencia del instinto deconservación, que no falta ni en los animales. Lascausas del suicidio son diversas y en gran número.El examen de las estadísticas de suicidas puede, eneste concepto, dar alguna luz. Los acontecimientospolíticos, el espíritu militar, los reveses de fortuna,los disgustos domésticos, el abuso de los placeres,el juego, la ambición, la envidia, la nostalgia; héaquí los motivos que conducen á tan desesperadadeterminación.

También se han observado horas determinadasdel dia en que tienen lugar con más frecuencia lossuicidios. Las primeras horas de la mañana dicenlos datos estadísticos que son las que presentanmayor cifra. En concepto de líeaugrand, se explicaeste aumento porque la mañana sigue inmediata-mente á la noche, durante la cual se verifican lasreflexiones tristes y dolorosas. La imaginación exal-tada hace ver la desgracia con grandes proporcio-nes; la soledad, el aislamiento, el silencio que enesas horas reina, reconcentran al individuo en símismo, y de aquí á la consumación de su proyectohay sóio un paso que fácilmente se salta, si noexiste una mano amiga que derrame algún consuelosobre el desgraciado que se halla en tan angustiosasituación.

Se ha observado asimismo que en la primavera yverano hay más suicidios que en las demás estacio-nes; que en el hombre es más frecuente que en la

mujer, y que en el celibato hay mayor propensiónque en el matrimonio.

Uno de los más eminentes poetas contemporá-neos, el autor de obras dramáticas como Traidor,inconfeso y mártir y del poema Granada, se dio áconocer en unos versos que leyó al tiempo de darsepultura á un desgraciado suicida, también poeta ycrítico. Parecía que en el momento de dar tierra álas cenizas de un poeta, rompíase la crisálida queonvolvia la mariposa de otro que tanto habia deproducir. Sin embargo, algún tiempo después rene-gó do su origen, diciendo:

Brotó como una planta maldecida,Al borde del sepulcro de un malvado,¥ mi primer cantar fue á un suicida,Agüero fuó, por Dios, bien desdichado (1).

Algún cncomiador del suicidio, como MadameStael en su obra titulada El indujo de las pasiones,bien pronto se ha arrepentido de lo escrito, consi-derándolo como una demencia, acerca de cuya ea-lilicacion de valor ó cobardía existen diversos pa-receres.

liriero de Boismont ha hecho un estudio detenidodel suicidio, á cuya obra remitimos á nuestros lec-tores que deseen conocer este asunto bajo el pun-to de vista fllosóíico-social.

En cuanto á los medios de combatir sus causas,creemos que una educación moral y religiosa con-veniente, la moderación en todas las pasiones, losviajes, las emociones, las buenas compañías, todolo que contribuya á formar un ciudadano probo,imbuyendo en su alma la fe y la esperanza en elporvenir, ó lo que es lo mismo la virtud de la pa-ciencia, más heroica en ocasiones que los actos demás valor.

La avaricia es una de las pasiones que más influ-yen en el carácter del hombre y que más le avasa-llan. Es la exageración del instinto de propiedad, yconsiste en un deseo inmoderado de acumular ri-quezas, para lo cual no vacilan los que padecen estevicio en sufrir todo linaje de privaciones, hasta delos objetos más necesarios para el sosten de la vida.No debe confundirse al parco con el avaro. El pri-mero es digno de respeto, sobre todo si el capitalque posee es fruto de su laboriosidad y aplicación,pero el avaro, tan bien caracterizado por Moliere enel teatro, sólo merece la Compasión del enfermo in-curable. Sordo á todo sentimiento caritativo, paraél se hallan secas esas hermosas fuentes que tantosgoces proporcionan con el bien ajeno. Para ellos,el único remedio, no seguro, sino probable, es elridículo, aunque debe desconfiarse que produzcaresultados.

(1) 1). José Zorrilla.

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V.

Loque se denomina nostalgia es la tristeza pro-ducida por el alejamiento del país en que so ha na-cido ó se ha permanecido mucho tiempo. Brillante-mente lo dio á conocer D. Alberto Lista, al ex-clamar:

«Feliz aquel que no ha vistomás rio que el de su patriay duerme viejo á la sombrado pequeñuelo jugaba.»

•Se observa con frecuencia en los soldados jóve-nes y en personas poco habituadas á viajes.

El hábito y los buenos consejos, acompañados dedistracciones, es lo que puede producir mejoresefectos para combatida, sin qu¡j por esto nosotroscreamos que los viajes no son un elemento de cul-tura y civilización un general, y principalmente enlas personas dedicadas á las ciencias, cuyo" estudiono pueden decir que han completado si no han vi-sitado los grandes centros de Alemania, Inglaterray Francia, donde existen las primeras eminenciasdel mundo, en cada una de las especialidades res-pectivas.

El orgullo y la vanidad, que reunidos producen laambición, suelen ser pasiones frecuentísimas pordesgracia, y para combatirlas sólo se encontrarámedio en la educación bien dirigida de los niños,haciéndoles ver que sólo en la honradez y la mo-desta medianía se encuentra la posible ventura, yque no anhelen ni altas posiciones, ni honores ó ri-quezas que acarrean en pos de sí no pocas amar-guras.

Recordamos con este motivo las siguientes estro-fas de la bella composición de un distinguido y mo-destísimo poeta, que sintetizan perfectamente nues-tro pensamiento:

En su feliz retiro,Ni pecheros conoce ni señores;Ve al año en dulce giroReír en la heredad de sus mayores.

Cuando con grave ceñoDespliega su crespón la noche umbría, .Él paz disfruta y sueñoEn bruzos de la hermosa medianía.

Ni regios artesones,En columnas de pórfido elevados,Ni firmes torreonesDan albergue seguro de cuidados (1).

,(1) Esta composición titulada «La tranquilidad en lamedianía,» está inserta en las poesías del malogrado vateD. José Martínez Monroy, aun cuando no le pertenece,pero sin revelar el nombre de su autor.

El febril deseo de gloria y de aura popular pro-duce también no pocas víctimas. De tal suerte ava-salla, que los que de él se encuentran poseídos,desdeñan el oro y los placeres, les son de todopunto indiferentes todas las demás sensaciones. Nilos encantos de la naturaleza, ni los gratos deleitesde la amena literatura, ni los goces do la familia,significan cosa alguna para esos infelices á quienesel amor del aplauso embriaga y fascina. Las mani-festaciones políticas se hallan intimamente relacio-nadas con esta pasión, principalmente en los parti-dos extremos que halagan con sus intransigenciasá las masas populares, las cuales no vacilan en pro-digar sus aplausos entusiastas á cambio de prome-sas casi siempre mentidas.

Deben desde luego los individuos, las familias yios gobiernos, procurar á todo trance encauzar estafunesta pasión, que conduce á no pocos extravíos,no sólo á los que la-padecen, sino, lo que es todavíapeor, á la sociedad en que viven.

Los sabios eminentes, los grandes literatos, losgenios, los profundos pensadores, los inspiradospoetas, los hombres de Estado, los generales ilus-tres, ya les sale el aplauso público al encuentro,sin que se ocupen de mendigarlo. A esos son losque debe la opinión alzar los pedestales de gloria, yno á los perturbadores de oficio, cualquiera quesea su nombre.

VI.

Muy enlazada con la ambición se halla la envidia,á la cual predisponen los temperamentos bilioso ynervioso, y la infancia y la vejez. Generalmente esuna pasión ciega y furiosa, que jamás reconoce elajeno mérito, hallándose, por el contrario, muy dis-puesta á exagerar desmesuradamente los defectosextraños. Es más común en las mujeres que en loshombres, y aun en éstos, en determinadas profe-siones. Existe un antiguo adagio que dice: Jnvidiamedicorum péssima; que debieran los aludidos tra-tar de desmentir. (I)

Para corregir este defecto, so emplearán análo-gos medios á los que hemos citado en otras pa-siones.

El amor á todo lo que es nuevo y la sed insacia-ble de impresiones, hace que se vaya en pos dedistracción á los diversos espectáculos que la mo-derna cultura ofrece á las sociedades. El teatro esel sitio á que de ordinario se concurre como me-dio de solaz, y ha de merecer ciertamente la apro-bación del hombre de ciencia, cuando cumple consu misión de escuela de costumbres. Pero, por des-gracia, no siempre acontece esto último. Muchas de

(1) Véase la Higiene privada del Sr. Montan.

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200 J . OLMEDILLA. MISIÓN DE I.k HIGIENE EN LAS AFECCIONES MORALES. 823

las obras dramáticas despiertan en los corazonessentimientos que se hallaban dormidos, pero nomuertos, y son la chispa que produce dcvoradorincendio. No son estas las que recomienda la hi-giene, sino al contrario, todas las que al propiotiempo que satisfacen las exigencias de la criticaliteraria, llenan los deseos del moralista, sin pecaren el extremo do la trivialidad. La mayoría (salvasalgunas excepciones) de las comedias de nuestroteatro clásico, que abrillantaron con los destellosde su genio Lope, Tirso, Moreto y Calderón, sehallan en el caso de merecer no solo la admiracióndel higienista bajo el concepto literario, sino sumás completo asentimiento para el solaz compatiblecon la salud.

La paz del espíritu que produce ia pureza de cos-tumbres es el medio más adecuado, en conceptoTissot, para conservar ¡a salud. Los placeres y lamolicie acaban tanto la vida como los pesares ycontinuados disgustos.

Análogas consideraciones pueden hacerse res-pecto á los bailes y reuniones, conciertos, etc., queademás de celebrarse en locales estrechos ó insu-ficientes para que respiren un aire puro y bastanteoxigenado laspersonasqueáestas fiestas concurren,se aumenta en los mismos el espíritu de frivolidad yel inmoderado lujoque obligaá sacrificios superioresalas fortunas modestas, siendo el móvil que impeledesgraciadamente á muchos á traspasar los umbralesde la honradez. Además, las horas á que do ordina-rio terminan todas estas diversiones suelen ser1 lasmás avanzadas de la noche, lo cual impide que alsiguiente dia pueda abandonarse el lecho á unahora propia para dedicarse al trabajo, siendo porotra parte un descanso incompleto el que se verificafuera de las horas del silencio nocturno, en quedebe tener lugar. En una palabra, como decia elinmortal Cervantes, «los que pasan las noches doclaro en claro, pasan los dias de turbio en turbio.»No indica buena salud el rostro de los que tienenpor costumbre el continuo trasnochar: es el sueñotan necesario como el alimento, y á la larga esosdesgraciados tendrán más de una ocasión de arre-pentirse de su pasada conducta, cuando ya no lessea posible retroceder en su camino.

También opinamos, aunque estemos en minoría,que las corridas de toros son un espectáculo con-'.rario á la civilización y á ¡a cultura, y que debeprocurarse la abolición de un espectáculo sangrien-to, y donde sólo se crean ó despiertan ios instintosde ferocidad, al ver con indiferencia en peligro gra-vísimo la vida de los hombres, y morir despiadada-mente animales que la agricultura reclama para másdigno empleo. Un distinguido escritor, el Sr. D. Án-gel Fernandez de los Rios, se expresa del modo si-guiente a! hablar de este asunto:

«A despecho de los que elevan el espectáculo á lacategoría de institución nacional, veneranda, sagra-da, permítasenos revelar nuestro convencimientode que el espectátulo ha entrado por fortuna en elperíodo de la agonía. No tienen delensa las corridas;cien años hace que el opúsculo Pan y Toros estáaguardando contestación. Crece de dia en dia el nú-mero de los que condenan oso entretenimiento de-plorable que tuerce los instintos suaves de la niñez,corrompe los generosos sentimientos do la juven-tud, habitúa al pueblo á deleitarse en hacer daño, leenseña á heriry malar, á gozaren la sangre y la ago-nía,á considerar la' crueldad placer, la traición arto,la gritería contentamiento, la desvergüenza chiste,la blasfemia elocuencia. Es una bacanal con privile-gio exclusivo para hacer paréntesis en los deberessociales. ¡Qué pueden mil escuelas enseñando du-rante un mes cultura de lenguaje, comparada conla propaganda de vocablos y frases bárbaras queuna sola corrida hace en tres horas, imponiéndolaiuego á la prensa que en cientos de miles do ejem-plares esparce por el país el dialecto de los calabo-zos y presidios, el caló de los ladrones y asesinos!»

Estas frases expresan nuestro pensamiento conmucha más elocuencia que nosotros pudiéramos ve-rificarlo.

Bien se nos alcanza que acaso más de un lectornos tache de pesimistas ó sobrado exagerados enla determinación de los peligros. No creemos in-currir en esos extremos. Decimos lo que, segúnnuestro leal saber y entender, se nos alcanza,por más que nos pongamos en contradicción conalgunas de las costumbres que la moda ha intro-ducido; pero por lo mismo debe decirse la verdad,deducida de lo que la ciencia enseña, que por másque sea amarga, no deja de ser una grandísimaverdad?

Del juego, que puede referirse á una variedad dela ambición, solo diremos que no encontramos bas-tantes palabras con que reprobarlo. La sociedad yla ciencia se hallan en el caso presente de acuerdoal lanzar el anatema sobre tan funesto vicio, queconduce á los mayores crímenes, al suicidio y á ladeshonra, al propio tiempo que es la causa ocasio-nal de no escaso número de dolencias, entre las quese hallan los aneurismas y las ingurgitaciones vis-cerales. Según Descuret, el célebre autor de la Me-dicina de las pasiones, al jugador so le deben pre-sentar sentimientos generosos, conduciéndolo albien por un sendero de llores, que no abandonarácuando vea que la consideración pública es el pri-mero y más preciado premio que obtiene de sunueva conducta.

Resumiendo, diremos; que en general el trata-miento de las pasiones debe reducirse á neutralizarla influencia del predominio orgánico después de

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bien estudiado; a separar en lo posible las causasque produzcan la pasión, y á combatir el hábito, quesin duda alguna es de los más difíciles problemas.Por otra parte, !as leyes, imponiendo penas adecua-das, codyuvarán si no á la extirpación, cuando me-nos á la notable disminución de los estragos que lle-van en pos de sí las pasiones, cuyos estragos afec-tan en gran manera al bienestar y reposo públicos.

JOAQUÍN OLMEDLLLA Y P U I G .

HISTORIA

LA REVOLUCIÓN DE RUSIA EN 1762."

(Continuación.)

XIII.

Mientras la corte se paseaba en los jardines dan-do muestras de la mayor consternación, el feld ma-riscal Munick pidió ver al Monarca para exponerleun plan de defensa. La reputación que lo habian al-canzado sus pasadas victorias le abrió las puertasdel palacio imperial desde la vuelta de su destierro.Hasta entonces había guardado silencio en todo, ysido mudo testigo de la manía militar de la corte,sin representar en ella otro papel que no fuera elde uno de sus principales ornamentos; pero comoen la ocasión de los grandes peligros los talentossuperiores se abren camino fácilmente y recuperansu ascendiente, Munick se prometía salvar al Empe-rador, y por este medio convertirse de nuevo enarbitro del Estado. Hizo calcular á Pedro acerca delas fuerzas de que disponía la Emperatriz; le anun-ció que tardaría pocas horas en llegar á Peterhoffcon 20.000 hombres y una artillería formidable;, ledemostró que aquel palacio no era punto estratégicani que pudiera ponerse en estado de defensa; añadióque conocía bastante al soldado ruso para saber quela resistencia solo sería parte á exasperar á las tro-pas y dar lugar á que pasaran á cuchillo al Empera-dor y á la corte; que su salud estaba en Cronstadt,plaza fuerte, bien guarnecida y con una ilota en elpuerto, y que á ella debía recogerse y allí resistir ála sublevación.

Este consejo reanimólos ánimos de tal manera,que aquellos que ya se disponían á dejar al Empera-dor abandonado á su suerte, acordaron seguir conél adictos á su causa y esperar los acontecimientos.Un general de confianza fue enviado á Cronstadtpara tomar el mando de la plaza, y á poco volvió deella un ayudante para anunciar á S. M. que la guar-nición le permanecía fiel y que estaba resuelta ámorir en su defensa; que se esperaba y que se ha-

* Véanse los números lí.'G, 197, 198 y 199, píigs. 663, 715754 y 792.

cian con ia urgencia debida los preparativos nece-sarios. Entre tanto llegaron los soldados holsteine-ses; y como con su vista y la seguridad de tenerguardadas las espaldas le acometiera de nuevo unacceso de militarismo, mandó formar la tropa en lí-nea de batalla, diciendo que «un general no podíadecorosamente abandonar el campo sin haber vistosiquiera al enemigo.»

Dos yachts esperaban al Czar y la corte cerca dela orilla; pero S. M. se resistía á embarcarse, sinatender á los consejos de las personas prudentes,ni á las súplicas de las damas, ni al terror de losbufones, y proseguía tomando disposiciones y exa-minando y discutiendo el partido que podría sacarsede los accidentes del terreno. Mientras se perdía untiempo tan precioso en tales puerilidades, llegaroná Pelerhoff noticias auténticas de lo ocurrido enSan Petersburgo, y ellas abrieron los ojos respectodel verdadero estado de las cosas. Poco después, ácosa de las ocho de la noche, vino á escape un ayu-dante para anunciar que la Emperatriz en persona,á la cabeza de un ejército de ¿0.000 hombres, avan-zaba sobre Peterhoff. Lo cual oido, sin aguardarmás pormenores, determinó al Monarca á embar-carse con su corte, adoptándose tarde, y bajo lapresión del miedo, el consejo que antes habia dadoMunick.

A fuerza de vela y remo se dirigían los yachts endemanda de Crotisladt; pero, desde que volvió elayudante hasta aquel momento, habian ocurrido enla plaza sucesos de la mayor importancia. Porque,como en el tumultuoso consejo celebrado por lamañana á presencia de Catalina se olvidaran lodosde aquel formidable baluarte, un joven oficial allípresente lo recordó, y esta advertencia por demásoportuna, que le valió merecida recompensa, hizocomprender á los asistentes que urgía posesionarsede él: el vicealmirante Talizine se encargó de rea-lizar el plan. Partió, pues, en una chalupa yprohi-bió á los marineros, bajo pena de muerte, que dije-sen de dónde venían. Al atracar al muelle, el nuevogobernador, que habia dado la orden de no dejardesembarcar á nadie sin su permiso , le salió alencuentro, y viéndolo venir sólo, lo dejó saltar entierra. Talizine le dijo entonces que, hallándose ensu casa de campo, habia oido hablar de trastornosen la capital, y que como su puesto era á bordo dela escuadra, habia venido en derechura y sin poderaveriguar de lo que se trataba. El comandante diocrédito á sus palabras; mas no bien se hubo sepa-rado de Talizine, cuando éste, reuniendo algunossoldados y marineros, les propuso prender al gober-nador, añadiéndoles para persuadirlos á quebrantarla ordenanza que el Emperador habia sido destro-nado; que era necesario contraer méritos con laEmperatriz, entregándole la plaza, y que si tal ha-

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N.° 200 RÜLHIERE. LA «EVOLUCIÓN DE RUSIA EN 1 7 6 2 . 825

cían, su porvenir estaba asegurado. Todos lo siguie-ron. Momentos después, el general enviado porPedro quedaba preso, y la guarnición de los fuer-tes y los tripulantes de los buques surtos en elpuertos prestaban juramento de fidelidad á Catalinaen manos del osado Talizine.

Poco tardaron en divisarse las galeras del Empe-rador que venían á todo trapo la vuelta de Crons-tadt, y comprendiendo Talizine que la presencia dePedro pondría las cosas en gravísimo peligro demalograrse, se propuso impedir el desembarco dela corte.

A una señal suya, la guarnición toma las armas yse apresta á romper el fuego; en las baterías, dos-cientos cañones dirigen su puntería al punto pordonde se divisa al Emperador. A las diez de la no-che llega el yackí del Emperador, y cuando estuvoal alcance se le mandó hacer alto.

—¡Fs el Emperador!—gritaron los del yacht.—;Yano hay Emperador!—contestaron cien vo-

. ees desde la muralla.A estas palabras, Pedro so levanta, da algunos

pasos, se desemboza para dejar ver el uniforme, ydice:

—Soy yo, reconocedmo.La guardia del muelle entonces, porque el yacht

había seguido avanzando hasta atracar, preparó lasarmas, y su jefe amenazó á los de á bordo con ha-cer fuego si no se apartaban de allí.

El Emperador cae desvanecido en brazos de susservidores; Talizine da órdenes con su vocina; lamultitud grita enfurecida, y en medio do este tu-multo, y temiendo el capitán del yacht imperial quecayese sobre el monarca una lluvia de balas, mandócortar las amarras y salir la vuelta de afuera. Aldar la voz de mando el capitán y advertir la manio-

*bra los de la muralla, se hizo un gran silencio, yde allí á poco resonó un ¡viva la emperatriz Cata-lina!, que contestaron todos los que asistían á aque-lla escena.

Mientras que la corte huia á fuerza de remo de laplaza, el Emperador bajó á la cámara del yacht,exclamando: «La revolución es general: la he vistoformarse desde el primer dia de mi reinado.» Lafavorita y su padre fueron las únicas personas quelo siguieron para consolarlo. Cuando estuvieronambos buques fuera del alcance de los cañones dela plaza, se detuvieron, y así, bordeando, pasaronla noche, que fue por demás tranquila y apacible.Munick permaneció sobre cubierta hasta el despun-tar del alba.

XIV.

Cuando las tropas de que disponía Catalina hu-bieron salido de la ciudad y puéstose en marcha,era ya^demasiado tarde para avanzar hasta donde

se hallaba Pedro III. Por eso su esposa, temiendocansará sus soldados y necesitada ella de reposo,hizo alto en una quinta del camino; y como á su lle-gada se hiciera-servír un abundante refresco, invitóá la mesa gran número de oficiales, dicióndoles:«Nada quiero sin partirlo con vosotros.»

Creiase entonces que los soldados de la Empera-triz habrían de combatir contra los soldados hols-teineses del Emperador en Peterhoff; mas es locierto que allí nada quedó que opusiera resistenciadespués del embarque del Czar. Los holsteineses sehabían replegado á Oranienbaum, y Peterhoff estabafranco de milicia, si bien no de gente campestreque armada de horquetas y de hoces, y á las órde-nes de algunos húsares habian acudido al llama-miento del Monarca. Su buena voluntad en el ser-vicio del Czar, no fue, sin embargo, parte á conte-nerlos cuando á las cinco de la mañana, Orlof, quevenía en una avanzada, cayó sobre ellos, dispersán-dolos á sablazos, al grito repetido de ¡viva la Em-peratriz! Los pobres labriegos huyeron á la desban-dada, haciendo coro á las voces de Orlof y arrojan-do sus herramientas para correr con más prestezaa refugiarse en sus hogares. De allí á poco llegóCatalina con el grueso de sus tropas y entró triun-falmente en el palacio de donde habia salido fugiti-va veinticuatro horas antes.

XV.

El Emperador, entre tanto, que habia pasado lanoche en una frágil embarcación, dando bordadasy reducido de un tan omnímodo poder como habiasido el suyo, á no ver reconocida su autoridad másallá de las balayólas de dos yaíchs de recreo, sinmás fortificaciones tras de las cuales resistir quelas inútiles de Oranienbaum, ni más tropas que sushols^sjjneses, y para eso desalentadas, vencidas yasin haber combalido, sin víveres ni municiones, en-tre una escuadra dispuesta á romper el fuego con-tra su pabellón imperial, y Cronstadt sublevado, yPeterhoff ocupado ya por el enemigo, mandó llamaral feld-mariscal Munick y le dijo de esta manera:«Debí seguir tus consejos con más premura; peroya eso no tiene remedio. Diine si lo tiene esta si-tuación apurada en que nos vemos.»

Munick contestó que aún podía salvarse todo siluego al punto y á fuerza de remo se dirigían áRevel, y embarcándose en un buque de guerra, vo-laran á Prusia, donde tenía 80.000 hombres de susmejores tropas, con los cuales podía entrar en susEstados, y en el trascurso de seis semanas posesio-narse de nuevo del Imperio.

El anciano general respondía de la eficacia deeste remedio y de la facilidad conque podia po-nerse en ejecución. Y como los cortesanos y lasdamas que habian entrado en la cámara detrás

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de Munick para oir de su boca lo que aún restabaque esperar, hicieran, la advertencia de que los re-meros no podían bogar tanto tiempo como era ne-cesario para la travesía indicada, Munick replicó:«Remaremos todos.»

Lo cual oido, produjo estupor en los circuns-tantes; y ya sea que la adulación no hubiese aban-donado aún al Czar, ya que en aquel momento su-premo todos le fueran traidores, cosa difícil deaveriguar, espidiéronle á una «que no era el casode tanta extremidad que hiciera necesario apelar áremedio tan heroico; que no convenia ni se acomo-daba con la majestad de un príncipe tan poderosoel salir de sus Estados en un buque sin escuadraque lo acompañase; que no era posible que la na-ción estuviese levantada contra él, y que á no du-darlo, todo cuanto pretendían los amotinados era

'reconciliarlo con la Emperatriz su esposa.»Pedro 111 se rindió á este parecer; y como quien

poseído de magnánimos sentimientos se proponeotorgar generoso perdón á subditos levantiscos,saltó en tierra cerca de Oraniembaum. Sus criadossalieron á recibirlo á la orilla con grandes mues-tras de sentimiento, y él al verlos de esta suerte,les dijo por todo consuelo: «No somos nada.» Porellos supo que el ejército de la Emperatriz se ha-llaba muy cerca, cosa que lo turbó de tal manera,que ya no acertó á disponer ni coordinar proyectoni discurso que no fuese parte á demostrar el tras-torno de su cabeza. En el tumulto de ideas que seagolpaban á su imaginación, siguiéndose unas áotras sin orden ni concierto, su favorita, seducidacon la esperanza de hallar asilo y tal vez un tronopara ella en el ducado de Holstein, lo persuadió áque despachara un correo sin más tardanza á laEmperatriz, pidiéndola por toda gracia que los de-jase partir. Según ella, esto era concederlo todo áCatalina, que no podia esperar mejor solución, nimás fácil y llana, para lograr sus propósitos ambi-ciosos.

Esta fue la última decisión de aquel príncipe des-graciado; y luego, sin más tardanza, cediendo alconsejo por demás prudente de que la única mane-ra de evitar la saña de los rebeldes consistía en nohacerles resistencia, dispuso que fuese desmante-lado y arrasado cuanto pudiera servir de parapetoy defensa. Después, no pareciéndole aún bastantelo mandado, añadió que se desmontaran los caño-nes y que se diseminaran los soldados, dejando an-tes en el suelo sus armas y arreos de guerra.

Munich, al ver esto, preguntó al Emperador sino sabía morir como soldado al frente de sus tro-pas. «Si teméis la muerte, añadió, tornad un cruci-fijo y recogeos á un lugar apartado, y yo me encar-garé de pelear.»

El Emperador persistió en su resolución, y sin que

fuesen parte á contenerlo las reflexiones de Munich,escribió á su esposa diciéndola que le abandonabael imperio de Rusia y le pedia en cambio que lo de-jase partir para su ducado de Holstein con la Wo-ronzof y su ayudante Goudowitz.

El gentil hombre á quien habia nombrado por sugeneralísimo, recibió encargo de poner esta cartaen manos de la Emperatriz. Una multitud de corte-sanos aprovechó esta embajada para marcharse enella, dejando abandonado al Czar.

Catalina envió á su marido por toda respuesta elsiguiente documento, con encargo de que lo fir-mase:

«Durante los pocos meses de mi reinado en elImperio de Rusia, he podido convencerme de quemis fuerzas no eran bastantes á soportar el peso delpoder absoluto, y de que ni bajo esa ni bajo ningu-na otra forma de gobierno, estoy en aptitud deejercer soberanía. El estrago que mi falta de condi-ciones para ocupar el trono está causando en misEstados, es sobrado notorio para que me sea nece-sario describirlo; baste que diga que de continuarasí las cosas sobrevendría en plazo no lejano laruina del Imperio, y yo legaría mi nombre á la pos-teridad cubierto de infamia.

»Por estas razones, y después de haber reflexio-nado maduramente el caso, declaro de mi libre yespontánea voluntad, y en la forma solemne que lo

.hago á la faz de mi pueblo y del mundo, que renun-cio para siempre á la corona y al ejercicio de la so-beranía sin reserva alguna, no utilizando jamásningún auxilio que pueda proporcionárseme paravolver á adquirirla. En fe de lo cual, y jurando anteDios y el mundo, escribo y firmo el presente docu-mento de mi propia mano.»

¿Qué podia temerse ya de un hombre que no va-cilaba en suscribir semejante papel?

El generalísimo llevó á Catalina la abdicación, yhecho esto, volvió al sitio en que se hallaba.Pedro,mandó encerrar en las granjas y alquerías vecinaslos soldados holsteinoses, y dispuso que el ex-em-perador con su favorita y Groudowitz salieran sinmás tardanza para Peterhol'f.

Pedro, al entregarse á discreción en manos de lospartidarios de su mujer, esperaba todavía y confiabaen algún suceso inesperado; pero las primeras tro-pas que halló en su camino y que eran los 3.000 co-sacos que los emisarios de la Emperatriz habían al-canzado antes que los del Emperador, lo acogieroncon el más profundo silencio. En cambio, al llegaral grueso de! ejército, las tropas comenzaron á dargrandes y nutridos vivas á Catalina, con lo cual elCzar perdió ya toda esperanza. El entusiasmo deesta proclamación fue en aumento hasta que lossoldados perdieron de vista el carruaje donde ibael Monarca,

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N.° 200 Fl'ENTES Y SOLSONA. LO QUE NO DEBE CALLARSE. 827

Al entrar en el palacio de Petorhoff, no bien hu-bieron echado pié á tierra los que venían en la car-roza, un grupo de soldados en estado de embria- j

'guez se apoderó brutalmente de la de Woronzof, yen medio de los más soeces insultos y desacatos, lallevó lejos de su amante. Goudowilz fue tambiénapostrofado y cubierto de dicterios, sobre todo,cuando reprendió á aquella turba por su conducta.El Emperador, entre tanto, subia solo la escalera.Al llegar á una antecámara, le dijeron: «¡Quítate eluniforme! Y como ninguno de los sublevados fueraosado á tocarlo, él mismo se despojó de su banda,de su espada y de su casaca, y arrojándolas lejos desi, exclamó: «Heme ya en vuestras manos.» Dejá-ronlo algún espacio en mangas do camisa y descal-zo, é hicieron escarnio de él, y por tal manera que-dó Pedro separado para siempre de su dama y desu ayudante favorito, á quienes no volvió á ver.Estas tres personas salieron momentos después endistintas direcciones y bajo la guardia de fuertesescoltas.

XVI.

Inquietos y desasosegados estaban entre tantolos habitantes de la capital, careciendo desde haciaveinticuatro horas de noticias de la Emperatriz.Comenzaba con esto á cundir un incierto temorentre las masas, y como un vago presentimiento demales y desgracias por venir, y se advertía que singran esfuerzo, hubiera la muchedumbre proclama-do á Pedro III si sus parciales, aprovechando aquel

, momento hubiesen dado un grito en favor suyo.Pero nadie se agitó en ningún sentido, y los amigosdel desposeído Emperador, si aún le quedaban,permanecieron silenciosos ú ocultos. A las cincode la tarde se percibió un lejano disparo de cañón:

* con esto la ansiedad subió de punto; mas poco tar-daron los ánimos en tranquilizarse al advertir queera el primero de una salva de artillería señal dejúbilo, mensajera de triunfo, que dispuso y preparóá los entristecidos habitantes de San Petersburgo árecibir con alegría al vencedor.

La Emperatriz pasó la noche en Peterhoff, y aldia siguiente de mañana, recibió en su cámara ágran número de personas, que otro tiempo gozaronde mucho valimiento coa ella y que después la

* abandonaron en la época de sus desgracias, sobretodo damas de la corte que habían seguido la estre-lla de la favorita y contribuido tanto como ellamisma á mantener vivo en el corazón del Czar elodio á Catalina. Todos cayeron de rodillas delantede la Emperatriz, implorando su gracia. No pocosde aquellos humillados cortesanos eran parientesde la de Woronzoff, y al verlos en actitud tan su-plicante, la de Aschekoíf, hermana de la derrocadafavorita, se arrojó también á los pies de*Catalina,

diciendo: «Señora, ved aquí á los mios, sacrificadospor mi á vuestra causa.» La Emperatriz acogió átodos con muestras de la más amable indulgencia,y cruzó en el acto y á presencia de ellos á la deAschekoff con la banda y las insignias que habíausado la favorita, como para darle público testimo-nio del aprecio en que tenía sus servicios.

También recibió aquel dia al feld-mariscal Munick-—Sé que has querido combatirme, le dijo:—Si, señora,— le contestó el veterano;—pero

mi deber es ahora combatir por vuestra Majestad.Catalina le mostró con el tiempo tanto afecto, que

el anciano soldado se convirtió en grande admira-dor del carácter y del ingenio de la Emperatriz, áquien comunicó á manera de lecciones cuanto sularga experiencia de los negocios, de la milicia y dela desgracia le había enseñado en el trascurso desu vida. Tal vez también creía Munick que por talesmedios llegaría á captarse la voluntad y el favor desu soberana hasta el punto de alzarse con la go-bernación del Estado.

RULHIÉRE.

Trad. de M. JUDERÍAS BENDER.(Concluirá.)

LO QUE NO DEBE CALLARSEMONÓLOGO CKÍTICO-BUBLKSCO

escrito bajo la impresión del drama

LO QUE NO PUEDE DECIRSEV DEDICADO A SU AUTOR EL INSIGNE POETA

D. JOSÉ DE ECHEGARAY.

PERSONAJES.

JAIME Padre.EULALIA Madre.GAUBIEL Hijo.FEDERICO ídem hasta cierto puato.PATBIK Inglés (de nación).JOAQUÍN Cesante.

(La escena empieza en el teatro Español y acaba en la casade socorro.)

Sala amueblada con decencia. Un balcón á la izquierda;alcoba al foro; dos puertas laterales, otra á la derecha.Todos los huecos cubiertos con poríiers. Un sofá, un escri-torio y una cesta de labor. Al levantarse el telón apareceel actor en bata, toma una vela, registra los rincones, yhecho esto deja la luz y dice en voz baja,—porque no tieaeiotra,—y suspirando como un solo hombre.

I.

Ni un alma; nada se sientede la tragedia imponente,del suplicio sin segundo;sólo queda en este mundo

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uno, para que lo cuente.(En altavoz.)

Buenas noches. No es discretocomenzar sin advertir,que aquí me mandan venirpara contar un secretoque no se puede decir.

La contradicción rebosapatente y clara, á mi fe;yo en verso, aquellos en prosa;cosa rara, bien se ve,pero, en fin... ¡esa es la cosa!

Anunciada la función,con la alborada del diacomenzó la procesión;y á las cuatro... ya no habiani un billete en el cajón.

Sé de alguno que dar quisocuatro talegas cabalespor dos palcos principales.Yo di por un paraísocuatro mil doscientos reales.

¡Qué animación, cuánta gente!Fe ciega, gozo infinito;sólo en un palco hubo veinte,sin contar el presidentedel comité dol distrito.

¡Qué entusiasmo, qué locuralujo, poder, galanura,mujeres de entendimiento,y debajo de un asientoun guardia civil y un cura.

Con el recuerdo batalloy me doy á Barrabás.Si estaban... pero ¿qué más?las floristas á caballoen los mecheros del gas.

Cesó la conversación,cesaron las armonías,ansiedad, espectacion,silencio en las galeríasy en la orquesta calderón.

Se repartieron en cestoavellanas, mostachones,pildoras, azahar, bombones.Y así el público dispuestoá recibir emociones,

Se alzó el telón, ¡ay de mí!ni un frase, ni una tos:¡qué drama aquel, porqué sí!y ¡qué drama, santo Dios,el que voy á hacer yo aquí!

***Escena entre dos hermanos,Que lo son en. Jesucristo,como el lector y nosotros,

la portera y el vecino.El primero serio y grave,triste el otro y expansivo.Al levantarse el telóndiscuten un amorío:el triste tiene una noviapor la que está consumido,ella le ha dado una citay el padre le ha dado un mico.El padre es un usureroque cobra ciento por cinco;la madre... nada se dicede la madre por olvido,por más que en estas tragediasdel primer autor del siglo,el figurín de la madreacostumbra á ser el mismo.Volviendo al padre, que es vueltanecesaria para el lio,se sabo que no da gratisal celestial angelito,pero que la da á cualquierapor dos millones y pico.Kica alhaja, bien se ve, •labor fina, esmalte artístico,digna del escaparatede Ansorena (Celestino).Mas no importa la exigencia,puesto que al fin Federicotiene talento, figura,discreción, saber y juicio:si no lo dijo su abuelaporque no la ha conocido,su mamá lo dice, y basta;punto aparte, y es lo mismo.Fuera de los dos millonesigual ella y Federico;Prescindiendo del dinerolo mismo soy yo que Urquijo.

El infeliz no teniapara lograr su esperanzamas que un tio en Alcaláy mucha tierra en la Habana.Consulta el caso á la madre,que es gorda y se llama Eulalia,y pasa de los setenta,lo cual es otra desgracia.Ella, que está en el secreto,desaprueba, cosa clara;insiste el hijo, ella grita...suspiros, abrazos, pausa.—Déjala si el padre quiereá precio tal entregarla.j—¿Qué la deje?—dice el chico,—

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¿qué la deje? ¡virgen santa!si me voy al otro mundopMa traer de la Habanacon el vómito,la fiebre,á ver si mi suegro estalla...Tú eres mi madre y mi padre,con decírtelo á tí basta.Mi padre no debe serlosegún lo mal que me trata;tú de niño me queríasy te hacía mucha gracia;él me daba cada tundaque casi me deslomaba;con que tú no se lo digas,para mi conciencia basta.—¡Hijo de mis entretelas!—grita la infeliz EulaliaVamonos á Puerto-Rico...que es más corta la distancia.Otro suspiro, otro abrazo,silencio en la escena y pausa.Llega á este punto Gabriel,ponen los tres mala cara,y á otra parte con la músicase van porque no hacen falta.

Entran por una puertaPatrik y el padre,

y aunque no es el barbudo,se llama Jaime.Presenta al hijo,

y Patrik le devuelvegrave el cumplido.

Manda á Gabriel el padreque llame á Eulalia

y que con Federicovenga á la salaA este n.andato

muéstrase mister Patrikmuy contrariado.

—¿Quién es, pregunta, el jovenque así se llama?

—El hijo que deshonratoda mi casta..—¡Ole, salero!

—ya he dado con el peinepor el que vengo.

Cuando Jaime, que es calvo,piensa en el peine,

se tira de los pelosdonde los tiene:que en la cabeza

no ha quedado ningunoni para muestra.

Patrik dice:—Una historia

contaros quiero;¿me dais vuestro permiso?

—Siempre.—Me siento.—¿Somos amigos?

—¡Ah! desde las Vistillashasta el Retiro.

*Mister Patrik alimentaesperanza tentadora;suenan las diez, buena hora;Jaime calla, y Patrik cuenta:

«Un sitio tenaz y duro 'que en Bilbao so levantaba:un inglés que se llamabael capitán sir Arturo.

Luchar y vencer con briounidos en un deseo;después horrible saqueoen humilde caserío.

¡Santa clara! ¡San Mames!venganza sin ejemplar,y vaya usted á averiguarlo que sucedió después.

Fueron premio al fuerte acerolos más salvajes placeres,y aquellas pobres mujeresmedidas por un rasero.

Sangre, exterminio, rencor,luto, deshonra, tristeza,mucho dolor de cabezay una llamada al autor.

Doña Eulalia, que oye al pañoesta relación cruenta,en la escena se presentacuando puede hacer más daño

Patrik, galante en mal horaal verla, exclama al momento:«lo que me falta del cuentoque lo diga esta señora.»

Fiero instante, trance duro,gran sorpresa, sale el chico.Dice el padre: ¡Federico!Dice el inglés: ¡Sir Arturo!

Crece de Jaime la saña,de Eulalia el espanto crece,—¡Él es, sí, se le parececomo un huevo á una castaña!

—¡Vete, infeliz! Y en un b,retecolocan á la criatura.¡Vete, joven sin ventura!¡Vote, miserable, vete!

—Patrik, ¡villano, malsin!—La justicia.—¡La razón!—¡Eulalia!—¡Jaime!—¡Perdón!Y pnm, catapum, chin, chin/

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Terrible coloquio vieneentre la madre y el padre.Ella fue por sir Arturoultrajada en aquel lance;Federico el fruto ha sido;sir Arturo es ya cadáver,y le dejó una fortunaque en los bolsillos no cabe:todo lo que aquí se cuentalo tiene olvidado Jaime.El usurero podrá

. vende» á precio bastantela niña de sus entrañas,rica joya inestimable.Será feliz Federico, 'y Eulalia, y Gabriel y Jaime.¡Gran virtud la del dineroque á todos nos hace iguales!Esto es lo que pasaráen el primer acto, y valecien veces lo que en los otros *viene á suceder más tarde.Siguiendo el cuento, oiga ustedpaso á paso el desenlace:

Patrik, que es un caballero,rabia de celos aparte,por rabiar de esta manerapara estar interesante.Federico se marchóy debe llegar á Cádiz,si el tren no ha descarrilado,lo cual es cosa muy fácil.El inglés desaparece,pero volverá más tarde.Gabriel en este momento,con ¡a cara de vinagre,dice que el mundo murmurade un negocio de su padre,funcionario inteligenteque estaba en tratos con Patrikde lina casa muy famosaprincipal representante;el negocio era de Estado,contraía, empréstito, v les,algo de eso que sucedecuando la Hacienda está exánime.Este disgusto arma un líopreciso más ade'ante,y que el autor se reservapara que el drama no acabe.Otra vuelta á doña Eulalia(aquí no está quieto nadie).La perdona su marido,de menos echa al infante,y Gabriel lo va á buscarcon el entusiasta arranque

del que no sabe que guardauna laringitis grave;y no lo digo por Vico, «que tiene la voz de un ángel.

Final. Viene Federico,porque el tren descarriló.Ya se lo dije á usted yoque iba á volver ese chico.

—Aunque pese al mundo enterome caso.—Te casarás.— ¿Y el dinero?—¡No sabrásde dónde sale el dinero!

—¡Has heredado. ¡Sart Luis!De un pariente!—¡Qué placer!mas si no lo he de saber,¿para qué me lo decís?• —¡Pues si!—¡Pues no!—¡Voto va!Entusiasmo, lagrimones,Suspiros, exclamaciones,—¡Madre!—¡Hijo!—¡Cielos!—¡Ah! -

Da punto esta situacióná un acto que maravilla;óyese la campanillay se desprende el telón.

El público de repentese exalta y se pone fiero,grita como un pregoneroy aplaude como un demente.

La fiebre el ánimo ataca,el llanto anubla la vista...y se tira un progresistadesde el palco á la butaca.

II.

ENTREACTO.

Vuelto ya de su estupor,el público discurría;y vea el pío lectorlo que la gente deciaA estilo de Campoamor:

Un critico.—Sin igual.Un autor.—Fortuna loca.Garulla.—¡Drama inmoral!Don Miguel Vicente Roca.—¡Si yo fuera Ducazcal!

Un fatalista.—¡ Divino!Un ingeniero.—¡Sin nombre!Una mujer. — ¡Asesino!Un cesante.—¡Ese es el hombreque me dio el primer destino!

Matilde.—¡Bravo, Valero!

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Fm>.—¡Muy bien, don José!Un'pane/de.—¡Así te quiero!

L'i trenza del Quemadero.—¡Y luego dirán de usté!

Un miliciano.—¡Ay, ay, ay!...Una florista.—¡Qué lío!Una manóla.—¡Vclay!Dn torero.—¡Qué sentío!Nosotros.—¡Echegaray!

III.

SEGUNDA JORNADA.

( L A M I S M A D R C O R A C I Ó N ) .

Jaime con El Popular,y haciendo labor Eulalia.(El cuento de la sortija,si no viene bien, encaja.)Lleva la pobre mujerdesde aquella noche infausta,puesta al dedo una sortijacon un líquido que mata.Si vuelve por caso rarocomo aquella, otra matanza,como en Bilbao, otro sitio,como en Valls, otra jarana,y don Jaime se halla fueray su mujer sola en casa,y otro sii" Arturo vieney lo anuncia la criada,el tósigo que el anillolleva oculto en sus entrañas,hallará tumba en el pechode aquella virtud romanaJaime quedará sin honray ella quedará sin mancha;que la de una mora dulcese quita con otra amarga.El marido, que adivinalo que le sucede á Eulalia,—¿per qué temes, le pregunta,qué discurres, por qué callas?¿por qué la fatal sortijallevas al dedo enlazada?¿por qué á mí no me la entregas?—Porque no me da la gana.—¿No me das otra razón?—No la tengo.

'—¡Muchas gracias!

Aparece Federicoque alegre y contento está.—Siempre que llega este chico

yo no sé lo que me da.—Ya concertó con el suegrola boda que á nadie humilla.(Don Jaime se pone negroy doña Eulalia amarilla.)Ya le dije que soy rico,que el Banco en cuenta corriente..—Óyeme bien, Federico,tú heredaste solamente.—De los millones le habléque guardamos en la caja.y él contestó: «¡Bien se veque Don Jaime es una alhaja!»—Gran Dios!

—¡Mi padre querido!—¿Tal dice, voto al infierno?¿Si pensará ese perdidoque yo le robo al Gobierno?—No lo creas... si es así,.,bonachón, francote, rudo.¡Si me quiere mucho á míy á vosotros!

—¡No lo dudo!—Y ahora que aqui no hay testigo,diré sin vergüenza algunaun pensamiento que abrigosobre mi pingüe fortuna.—Espera: ¿fue tu prudenciacomo el asunto lo exige?¿le dijiste que tu herenciasecreto ha de ser?

—Lo dije.—¿Y lo guardará por tisi por mí no lo guardó?—Hasta cierto punto sí,y hasta cierto punto no.

Pasada la duda aquellaviene la calma y la paz;y prosigue Federico...es decir, vuelve á empezar.—Pues se me ocurrió advertirosque con tan grande caudal,ni sé yo qué voy á hacerni en qué lo voy á emplear.Tres millones heredé,dineros del sacristánque.ni sé de dónde vienenni á dónde irán amparar.Dos para comprar la novia,pues por menos no se da,y uno, ¡vamos! no sabéis...no queréis adivinar...si me quisierais... es claro,yo hablo poco, tarde, mal,

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Gabriel es el primer hijo,vamos... ¿qué decís?... ¡hablad!—Que no vengas con canciones,que acabos, si has de acabar,que no está la madalenapara coser tafetán...que tú á mí no me conocesy te voy á reventar.—Si ya sé que no me quieres,y el por qué tú lo sabrás...—¡Federico!—Ese millón,para tí y para mamáquería yo destinarlo,y dos menos uno, en paz.—Imposible; no aceptamos,pero agradecido vas,y no sabes hasta dóndetu padre de tí lo está.—Para no ser hijo mióno siente del todo mal.—Vete, Eulalia, y vé con él,y no le dejes hablarcon su hermano; lo conozcoy sé de lo que es capaz:si se entera del asuntohará una barbaridad.—Silencio, pausa, atención,monólogo colosal,espinas vertiginosas,aire, fuego, tempestad,la calumnia que se sienta,la inocencia que se va,el rumor sordo que llega,la duda fiera y tenaz,y relámpagos de sombras .en h densa oscuridadque como sombras se quedany como luces se van.Repiques en la cabeza,sopapina general,cuatro gritos de Valeroque á maravilla los da;y un ataque de aneurismaen un palco principal.

* *Como recuerdo que fue

porque mé dejó perplejo,como pálido reflejodel monólogo, oiga usíé.

«Jaime; corazón de acero,Jaime, inflexible conciencia,vas á dictar tu sentenciaá la faz del mundo entero.

Dudo v emoiezo á creercreo, y empiezo á dudar,

vacilo, y vuelta á empezar,¿qué hago yo, vamos á ver?

Hombre arrojado y valiente.mujer que virtud refleja,¿por qué á mí no mo aconsejauna persona decente?

Con el secreto batalloy soy de mi mal testigo,¿lo digo?—Pues no lo digo!¿lo callo?—Pues no lo callo!

Digan Apolo y Orfeo,y digan Minerva y Diana,y la raza americana,y el continente europeo,quien siente heridas de agravioquien lleva hiél en el pechola política, el derecho,el comisionista, el sabio,el cristianismo inmortaly la revuelta morisma,si he de romperme la crismacontra el duro pedernal!

J. DE FUENTES.—CONRADO SOLSONA.

(Concluirá.)

ASÍ ES EL MUNDO.

Recuerdo que una vez, cuando aprendía ,En mi edad infantil geografía,Mi prudente maestro,En enseñar muchachos hombre diestro,Para fijar- sobre mi mente inquietaQué forma esferoidal tiene el planetaEn el que habita nuestra especie humana,Me enseñó una manzanaHermosa, colorada y reluciente,Que deseos me dio de hincarle el diente,Ejemplar de esa fruta sin segundo,Y me dijo:—«¿Lo ves? Así es el mundo.»

Y conociendo al punto los insanosDesignios que por ella alimentaba,Cuando ya la lección se terminabaEl fruto tentador puso en mis manos;Mas al partirle alegre y presuroso,Podrido hallé aquel fruto tan hermoso;Y con tono entre grave, triste y serioQue ocultar parecía algún misterio,Viendo el maestro mi dolor profundo,Me volvió á repetir:—«Así es el mundo.»

JUSTO SANJURJO LÓPEZ.