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REVISTA EUROPEA. Nú*. 132 3 DE SETIEMBRE DE 1876. AÑO III. LAS LEYES DEL DESENVOLVIMIENTO RELIGIOSO SEGÚN M. O. P. TIELE. Él concepto de una ciencia de las religiones es muy reciente; no ha podido nacer mientras ha du- rado el reinado do, los viejos dogmatismos. Para un católico del siglo XVII, por ejemplo, la idea de un desenvolvimiento histórico de la religión hubiera sido una idea sin sentido. A sus ojos, la Iglesia Con- servaba el depósito de la verdad absoluta, revelada por Dios mismo, é inmutable como él. Fuera de esta idea no había lugar más que para mitologías extrañas en que sobrenadaban, en medio de un océano-de errores, algunos restos de una revela- ción primitiva, desconocida por la perversidad hu- mana ó corrompida por las sugestiones del demo- nio. La filosofía del siglo XVIII se colocaba en otro punto de vista tan poco científico como el prece- dente: sólo veía en los dogmas los tristes frutos de la ignorancia y de la superstición, ó atrevidos en- gaños inventados por el clero para afirmar su po- der sobre la credulidad humana. Pero si se admite, por una parte, que la verdad no está contenida toda entera en ninguna de las formas religiosas actuales, y, por otra parte, que la religión responde, no á una tendencia efímera y pa- sajera, sino á una necesidad permanente del espíri- tu humano, habrá que pensar en estudiar las leyes del desenvolvimiento religioso. Esto es lo que ha hecho M. Tiele en un erudito trabajo, del cual vamos á resumir las principales conclusiones. El sabio profesor de la Universidad de Leyde, cuyas investigaciones sobre los cultos de la antigüedad gozan de merecido renombre, no cree que, en el estado actual de nuestros conocimientos, sea posible crear en todas sus partes la ciencia re- ligiosa. Antes que pueda emprenderse sin temeridad semejante tarea, es preciso que se hayan descrito y caracterizado todas las religiones, y que se las haya sometido á una clasificación rigurosa; es preciso, en una palabra, que su historia comparada no presente oscuridades ni vacíos. Esta obra preparatoria no se ha realizado, ni mucho menos. Sin embargo, está ya bastante adelantada y se puede intentar una deter- minación de las leyes más importantes del desen- volvimiento religioso. M. Tiele ha querido simple- mente investigar en qué consiste ese desenvolvi- TOMO VIH. miento, qué marcha sigue en los diferentes pueblos y en las diversas épocas, y cuáles son las circuns- tancias que lo favorecen ó lo contrarían. 1. El primer desenvolvimiento de la religión con- siste en su propaganda, en el ensanche del círculo en que reina, en la fusión y la asimilación de los cultos primitivos. Así se ven nacer y proceder, las unas de las otras, las religiones patriarcales, las religiones de las tribus y las religiones nacionales. La historia, es verdad, no nos da sobre las prime- ras ninguna noticia exacta; pero la huella de su existencia se encuentra muy claramente en los ritos y las creencias pertenecientes á una época más adelantada. El vedismo, por ejemplo, es mani- fiestamente un agregado de cultos patriarcales mezclados é intimamente penetrados bajo la in- fluencia de causas diversas. Entre los griegos y entre los romanos, los genios tutelares de los indi- viduos y los dioses del hogar y de la familia han sido objeto por mucho tiempo de una adoración más ferviente que las divinidades colocadas en una categoría más elevada en la gerarquía celeste. Las religiones nacionales se derivan á su vez de las religiones de tribus. Muchos testimonios lo in- dican, como, por ejemplo, la célebre fórmula usada entre los romanos: Dii majorum el minortim gen- tiurn, y la que, en las inscripciones cuneiformes de los Persgs, acompaña frecuentemente al nombre del gran dios nacional Ahuramazda: Rada vitkibus ba- gaibis (con los dioses do las tribus). Entre los egip- cios se reconocen fácilmente, en los cultos locales ó provinciales, los detalles de las religiones de tri- bus de que se ha formado la religión nacional. En el grado inmediatamente superior vienen á colocarse lo que M. Tiele llama las comuniones re- ligiosas. Éstas lorman la transición entre las reli- giones puramente nacionales y las religiones uni- versales ó católicas, y se distinguen de las prime- ras en que admiten en su seno extranjeros á título de prosélitos, y de las últimas en que no han roto enteramente con el principio de la nacionalidad; pero lo que las caracteriza sobre todo es la noción de una revelación y de un dogma definida. El brahmanismo ha atribuido una autoridad divina á los Vedas, libros que durante el período anterior sólo eran considerados como una colección de himnos piadosos. La reforma de Esdrás ha hecho 19

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  • REVISTA EUROPEA.Nú*. 132 3 DE SETIEMBRE DE 1 8 7 6 . A Ñ O I I I .

    LAS LEYES DEL DESENVOLVIMIENTO RELIGIOSO

    SEGÚN M. O. P. TIELE.

    Él concepto de una ciencia de las religiones esmuy reciente; no ha podido nacer mientras ha du-rado el reinado do, los viejos dogmatismos. Para uncatólico del siglo XVII, por ejemplo, la idea de undesenvolvimiento histórico de la religión hubierasido una idea sin sentido. A sus ojos, la Iglesia Con-servaba el depósito de la verdad absoluta, reveladapor Dios mismo, é inmutable como él. Fuera deesta idea no había lugar más que para mitologíasextrañas en que sobrenadaban, en medio de unocéano-de errores, algunos restos de una revela-ción primitiva, desconocida por la perversidad hu-mana ó corrompida por las sugestiones del demo-nio. La filosofía del siglo XVIII se colocaba en otropunto de vista tan poco científico como el prece-dente: sólo veía en los dogmas los tristes frutos dela ignorancia y de la superstición, ó atrevidos en-gaños inventados por el clero para afirmar su po-der sobre la credulidad humana.

    Pero si se admite, por una parte, que la verdadno está contenida toda entera en ninguna de lasformas religiosas actuales, y, por otra parte, que lareligión responde, no á una tendencia efímera y pa-sajera, sino á una necesidad permanente del espíri-tu humano, habrá que pensar en estudiar las leyesdel desenvolvimiento religioso.

    Esto es lo que ha hecho M. Tiele en un eruditotrabajo, del cual vamos á resumir las principalesconclusiones. El sabio profesor de la Universidadde Leyde, cuyas investigaciones sobre los cultos dela antigüedad gozan de merecido renombre, no creeque, en el estado actual de nuestros conocimientos,sea posible crear en todas sus partes la ciencia re-ligiosa. Antes que pueda emprenderse sin temeridadsemejante tarea, es preciso que se hayan descrito ycaracterizado todas las religiones, y que se las hayasometido á una clasificación rigurosa; es preciso, enuna palabra, que su historia comparada no presenteoscuridades ni vacíos. Esta obra preparatoria no seha realizado, ni mucho menos. Sin embargo, está yabastante adelantada y se puede intentar una deter-minación de las leyes más importantes del desen-volvimiento religioso. M. Tiele ha querido simple-mente investigar en qué consiste ese desenvolvi-

    TOMO VIH.

    miento, qué marcha sigue en los diferentes pueblosy en las diversas épocas, y cuáles son las circuns-tancias que lo favorecen ó lo contrarían.

    1.

    El primer desenvolvimiento de la religión con-siste en su propaganda, en el ensanche del círculoen que reina, en la fusión y la asimilación de loscultos primitivos. Así se ven nacer y proceder, lasunas de las otras, las religiones patriarcales, lasreligiones de las tribus y las religiones nacionales.La historia, es verdad, no nos da sobre las prime-ras ninguna noticia exacta; pero la huella de suexistencia se encuentra muy claramente en losritos y las creencias pertenecientes á una épocamás adelantada. El vedismo, por ejemplo, es mani-fiestamente un agregado de cultos patriarcalesmezclados é intimamente penetrados bajo la in-fluencia de causas diversas. Entre los griegos yentre los romanos, los genios tutelares de los indi-viduos y los dioses del hogar y de la familia hansido objeto por mucho tiempo de una adoraciónmás ferviente que las divinidades colocadas en unacategoría más elevada en la gerarquía celeste.

    Las religiones nacionales se derivan á su vez delas religiones de tribus. Muchos testimonios lo in-dican, como, por ejemplo, la célebre fórmula usadaentre los romanos: Dii majorum el minortim gen-tiurn, y la que, en las inscripciones cuneiformes delos Persgs, acompaña frecuentemente al nombre delgran dios nacional Ahuramazda: Rada vitkibus ba-gaibis (con los dioses do las tribus). Entre los egip-cios se reconocen fácilmente, en los cultos localesó provinciales, los detalles de las religiones de tri-bus de que se ha formado la religión nacional.

    En el grado inmediatamente superior vienen ácolocarse lo que M. Tiele llama las comuniones re-ligiosas. Éstas lorman la transición entre las reli-giones puramente nacionales y las religiones uni-versales ó católicas, y se distinguen de las prime-ras en que admiten en su seno extranjeros á títulode prosélitos, y de las últimas en que no han rotoenteramente con el principio de la nacionalidad;pero lo que las caracteriza sobre todo es la nociónde una revelación y de un dogma definida. Elbrahmanismo ha atribuido una autoridad divina álos Vedas, libros que durante el período anteriorsólo eran considerados como una colección dehimnos piadosos. La reforma de Esdrás ha hecho

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    dar un paso análogo al judaismo y constituido elcanon de los libros sagrados. Por una consecuencianecesaria, la idea de una fe común tendió á preva-lecer sobre la de una patria común.

    La teoría de M. Tiele descansa en esto en un ter-reno sólido. Hasta aquí, para establecer que las di-ferentes formas religiosas habían salido, por vía dedesarrollo, de formas más groseras y más estre-chas, sólo había podido apoyarse en verosimilitu-des é inducciones; ahora puede invocar hechoshistóricos incontestables. Todas las comuniones re-ligiosas han sido en su origen religiones nacionales,y documentos verídicos nos hacen conocer cómohan salido gradualmente de ellas.

    Por un progreso análogo, las religiones universa-les se han desprendido de las comuniones religio-sas. El budismo procede del brahmanismo, y elcristianismo del judaismo. El islamismo, es verdad,ha sucedido sin intermediario á la antigua religiónde los árabes, pero ha tenido desde su origen uncarácter universalista. En su primera fase no tendíaá salir fuera de los límites de la Arabia. Se puededecir que esta primera fase constituye por sí mismala transición que se busca y llena la misión que he-mos atribuido á las comuniones religiosas.

    II.

    A medida que la religión ensanchó su dominio ysu círculo de acción, rompiendo sucesivamente loslazos que la encadenaban á la familia, á la tribu y ála nación, se produjo paralelamente en la idea reli-giosa un triple desenvolvimiento; sus formas se hi-cieron más y más racionales, su contenido se es-clareció, y el sentimiento religioso revistió uncarácter más y más moral.

    A los mitos primitivos de la tribu, que consistíanordinariamente en interpretaciones arbitrarias delos fenómenos naturales, sin lazo alguno que losuniera unos ó otros, sucede en las religiones nacio-nales una verdadera mitología. Los mitos revistenuna forma regular y se agrupan en sistema; se em-pieza á darles una significación moral; los dioses noson simplemente fuerzas de la naturaleza; se dis-tinguen de los mitos y se elevan por encima de és-tos. En las comuniones religiosas se ve aparecer undogma obligatorio que se apoya más frecuente-mente sobre la autoridad de un libro revelado; lasreligiones universales conservan esta idea funda-mental de una revelación divina; pero el dogmatiende á ponerse en armonía con los resultados delas investigaciones filosóficas y se resuelve poco ápoco en preceptos y en máximas morales. Al mismotiempo la noción de la divinidad se eleva y se de-pura. Esta trasformacion es bien notable en la reli-gión de los los egipcios. Amun-Rá no era en su ori-gen más que un dios local de Tébas; presidía

    la guerra y la fertilidad; poco á poco reconcentra-ron en él todos los atributos de las principales di-vinidades, y se convirtió en el dios oculto que semanifiesta y se revela en la luz, el dios del sol y delNilo, el dueño soberano del mundo visible y delmundo invisible, el alma misteriosa del universo.El mismo Jahveh (Jehová) de los hebreos, antes deser considerado como el Dios único, oculto é invi-sible, ha sido primero objeto de una concepciónsimplemente naturalista, que más tarde se hizo an-tropomóríica, y, por último, pero solamente enépoca reciente, puramente espiritualista. Por todaspartes se ha concebido primitivamente á la divini-dad como una fuerza propicia ó enemiga; después laidea de justicia viene á unirse á la de poder, y muchomás tarde se atempera por la de bondad y miseri-cordia. La noción de la omnisciencia divina es su-gerida por el sol, cuya mirada abrasa la tierra en-tera, y por los millones de estrellas que parecenotros tantos ojos abiertos sobre el mundo. De aquíla idea religiosa se ha elevado á la concepción dela sabiduría divina. De la idea de pureza, simboli-zada por el fuego puriíicador, se ha pasado á lade la santidad moral, y sólo cuando ha llegado áun grado superior se ha podido pronunciar esta fra-se: «Dios es amor.»

    El sentimiento religioso se depura y se ennobleceal mismo tiempo que la concepción de la divinidad;el temor hace lugar á la veneración y á la confian-za. Los ritos y los símbolos subsisten mucho tiemposin alteración, pero tomando significación nueva. Sehan realizado siempre ceremonias tradicionales se-gún las mismas formas, pero persiguiendo distintoobjeto. El hombre de la naturaleza se esforzaba enconjurar, por medio de prácticas á que atribuía unpoder mágico, la malquerencia de sus diosos, máspoderosos que él, pero no'mejores. Después, y estoes ya un progreso, les ofrece alimentos, porque sinestos no estarían en estado de ayudarle, ó intentacomprar sus favores por medio de presentes. Mástarde, las ofrendas no son más que un testimoniode gratitud hacia los dioses dispensadores de todoslos bienes (Osot Soopipsc &ás>v), y se conserva unasecreta esperanza de que, conmovidos por el reco-nocimiento de sus adoradores, no dejarán de col-marlos de nuevos favores. Esta es la época de los sa-crificios propiciatorios y expiatorios y acciones degracias. Por último, se llega á concebir la divinidadcomo bastándose plenamente á sí misma, sin que elhombre pueda por'sus dones añadir nada á su feli-cidad y á su gloria. Sólo mira al corazón, y no pideotros sacrificios que la contrición interior y la pu-reza de la vida. Hé aquí el más alto grado que pue-de alcanzar la piedad. Todo el desenvolvimiento dela vida religiosa está entre estos dos polos opues-tos: la divinidad obligada por medio de fórmulas

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    mágicas á servir los deseos del hombre, y el Diosperfecto al cual se le dice con todo el corazón:«Hágase vuestra voluntad y no la mia.»

    III.

    Tal es, bosquejada á grandes rasgos, la marchaque ha seguido en todas partes y en todos lostiempos el desenvolvimiento de las religiones. Perono debe creerse que todas participan de este des-envolvimiento. Las hay que, desde las primerasedades del mundo, han permanecido estacionarias,y que se apoyan todavía hoy en las más groserassupersticiones.

    El progreso religioso no es, pues, una cosa fataly necesaria. Sólo puede realizarse en ciertas condi-

    • ciones, de las cuales ha formulado M. Tiele la pri-mera en estas palabras: La necesidad de un desen-volvimiento religioso sólo se manifiesta allí dondese ha realizado un progreso en el desenvolvimientogeneral.

    La opinión contraria ha prevalecido por muchotiempo, y aun hoy piensan muchos que la religiónes completamente independiente del grado de civi-lización. Los hechos protestan contra esta teoría.El progreso religioso no se realiza en ninguna partesino después, y como consecuencia, del progresogeneral. El Zend-Avesta da claramente á entenderque el paso de la vida nómada y pastoril á la vidasendentaria y agrícola ha abierto las vías á la reno-vación religiosa que lleva el nombre de Zoroastro.La reforma operada por Samuel no fue posible sinodespués que los israelitas dejaron de ser falangesguerreras y estuvieron iniciados en la civilizaciónde los cananeos. El reinado de Salomón precedióal magnífico movimiento religioso de los siglos VIHy IX. Los árabes entre quienes realizó Maboma suobra habían llegado, bajo ciertos puntos de vista,á un grado de civilización muy avanzado; solamentesu religión había quedado atrás; muchos de ellosabrazaban el cristianismo ó el judaismo para en-contrar la satisfacción de sus necesidades intelec-tuales y morales. La conversión del mundo alcristianismo se ha realizado en el seno de la civi-lización más desarrollada que nunca conoció laantigüedad, y en los tiempos modernos la reformadel siglo XVI ha seguido al Renacimiento.

    El olvido de esta condición necesaria es la prin-cipal causa del poco éxito obtenido por las misio-nes cristianas entre los salvajes. Sólo han dadoresultados notables allí donde, como en las islasSandwich, en las Célebes ó en el Sur de África, seempezó por civilizar á los naturales antes de inten-tar hacer prosélitos.

    En todas partes las conquistas de los misioneroshan sido más aparentes que reales; los recien con-vertidos recitan sin comprenderlas las fórmulas que

    se les enseñan, y conservan en el fondo de sus co-razones las supersticiones antiguas. Por esto losindios de la América del Sur esperan que el misio-nero católico haya concluido sus oraciones sobreuna tumba para sepultar en seguida al lado delmuerto las armas de que se había servido en vida,conforme á los ritos de la religión destronada.

    Véase lo que ha llegado á ser el cristianismo enAbisinia ó entre los mugiks rusos. Véase lo que hanhecho los aldeanos italianos ó los del Mediodía deFrancia. Diríase que entre ellos el paganismo estásiempre vivo y que solamente han cambiado losnombres; en algunos puntos hasta el santo de la al-dea conserva el nombre de alguna divinidad local áquien ha reemplazado, y el culto que se le da ape-nas está modificado. Las fuentes milagrosas operantodavía curaciones como en los tiempos en que secreía en las náyades.

    Los antiguos cultos no mueren mientras el estadode espíritu con el cual estaban en armonía no da lu-gar á otro estado de espíritu más elevado. Esta ob-servación la hizo por primera vez Taylor, quien de-dujo de ella lo que ha llamado ley de supervivenciay de renacimiento (survival and revival). La ley deTaylor podría formularse así: «Las antiguas ideas ylos antiguos usos persisten sin alteración en las ca-pas inferiores de la población, y cuando las circuns-tancias son favorables, loman de nuevo vida y sehacen lugar en el sistema dominante, después demodificarse para ponerse en armonía con la nuevamanera de pensar.»

    La causa de este fenómeno notable es fácil de en-contrar. No habiendo llegado todavía las clases in-feriores al grado de desarrollo intelectual que hacenecesaria una reforma, aceptan exteriormenle loscambios realizados y permanecen en el fondo delcorazoi?aunidos á la religión de sus padres, que cor-responde mejor á su nivel moral. Muchos siglosdespués de la conversión de los Germanos al cris-tianismo, la mitología odínica ejercía todavía in-fluencia entre ellos. Taylor ha deducido de las tra-diciones populares y de las prácticas supersticio-sas, la influencia de ideas paganas todavía vivas ennuestras sociedades cristianas. La tenacidad de lasantiguas creencias se manifiesta por la fe en lamagia, en las apariciones y en los fantasmas, queno ha dejado de reinar en los campos. Frecuente-mente, en los momentos de debilidad y de crisis,cuando la religión dominante ha perdido su impe-rio, esas antiguas supersticiones adquieren de nue-vo influencia, y con profunda estupefacción de laspersonas ilustradas, se hacen lugar hasta las capassuperiores de la sociedad. El espiritismo modernono es más que la resurrección de los antiguos cul-tos animistas y fetiquistas; sin embargo encuentraadeptos en las clases educadas y las induce, por

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    encima del cristianismo y aun del politeísmo griegoy romano, hasta las concepciones religiosas másgroseras de la infancia de la humanidad.

    IV.

    La segunda condición del desenvolvimiento reli-gioso consiste, según M. Tiele, en cierto equilibrioentre el principio de autoridad y el principio de li-bertad; en otros términos: es preciso que la tradi-ción histórica se tome como punto de partida delprogreso.

    Es incontestable que la existencia de un sacer-docio fuertemente constituido, guardián é intér-prete do una tradición inmutable, opone un obs-táculo casi invencible á todo desenvolvimiento ul-terior. Una congregación de clérigos, investida deuna autoridad infalible, no puede tolerar los razo-namientos y las investigaciones científicas sino enel caso de que los resultados estén de antemanoprevistos y determinados. Debe reprimir los meno-res indicios, bajo pena de renegar de su propioprincipio; no puede permitir que se ponga en dudaninguno de los artículos de la doctrina de que esdepositaría. Toda ¡dea nueva es y debe ser á susojos un atentado contraía revelación, un atentadosacrilego que es preciso prevenir ó reprimir.

    Pero si el despotismo sacerdotal es un mal, no sedebe deducir que sea un bien la ausencia de guías óconductores espirituales. M. Tiele considera igual-mente funestos los excesos opuestos del individua-lismo sin freno y de la servidumbre de las con-ciencias.

    En todos los sitios en que los ministros del culto,ya sean clérigos, magos ó curanderos, son los ins-trumentos pasivos de la multitud ignorante, la mar-cha ascendente de la religión se detiene. La anar-quía intelectual produce el mismo resultado que latiranía sacerdotal; una y otra tienden á hacer pre-dominar un elemento inferior, que es, en el primercaso, el sistema de los siglos precedentes, y en elsegundo, la superstición de la multitud ignorante.

    Nada es más favorable al desenvolvimiento reli-gioso que la existencia de un cuerpo de teólogos ódoctores reconocidos como guardianes de la tradi-ción, siempre que no estén investidos de una auto-ridad soberana, y que á su lado los iniciadores reli-giosos puedan hacer oir libremente su palabra. Asisucedió durante el período más vivo y más fecundodel judaismo, cuando enfrente de los sacerdotes en-cargados de trasmitir á las nuevas generaciones lasdoctrinas que habían bastado á las precedentes, losprofetas y los sabios despertaban en el pueblo unfervor hasta entonces desconocido y le enseñaban áformarse de Jahveh una idea más alta y más pura.M. Kuenen, en su excelente libro sobre la religiónde Israel, ha demostrado que la formación del sa-

    cerdocio de Jerusalen ha ayudado poderosamente ála causa del progreso religioso.

    Lo mismo sucedió á la religión de los judíos du-rante el período védico, cuando los brahmanes nose habían apoderado todavía de una autoridad sobe-rana sobre las conciencias y no habían aniquiladoel poder de la aristocracia. También sucedió lo mis-mo en el helenismo, cuyos sacerdotes no se hanarrogado jamás el derecho de imponer silencio á lospoetas y á los filósofos, y hasta en el seno del cato-licismo, mientras la predicación ha gozado de algu-na libertad y las iglesias nacionales han sabido de-fender su independencia.

    Esta necesidad de una tradición, y, por lo tanto, deun sacerdocio organizado para conservarla, se ex-plica por sí misma, si se considera que el desenvol-vimiento religioso, como todos los demás, está so-metido á la ley de continuidad. Una religión no seimprovisa, sino que se desarrolla. Lo que se toma poruna innovación no es más que una trasformacion. Undogma nuevo no es más que una interpretación nue.va de un dogma antiguo. Las religiones más eleva-das se unen de este modo por una cadena no inter-rumpida á las religiones más humildes. Tomemospor ejemplo el culto de los animales. No se puedenegar que. no haya sido en su origen puramente fe-tiquista. Se adoraba á un animal á causa de la fuerzaque poseía ó del poder misterioso que se le atri-buía. El león, el tigre y el oso eran seres temibles ytemidos; el camello en Siberia y el caballo en Méjicoeran animales extraños y desconocidos, cuya intro-ducción se hizo con circunstancias que llenaron deterror á los habitantes. Al primero le atribuyeronlos indígenas la viruela importada por las carava-nas; el segundo pasó por el dios de la tempestad yde los relámpagos, á causa de las armas de fuegode los caballeros españoles. En Egipto el culto delos animales se despojó de su carácter fetiquislapara revestir un carácter simbólico. El buey Apis,adorado primero simplemente como buey, comodios Hapí, se convirtió después en el símbolo deOsiris. Entre los griegos se dio un paso más, comolo prueban unas antiguas representaciones de Atenoque se han encontrado con cabezas de animales;pero, en general, los animales no figuran en la mito-logía helénica sino como los compañeros y los ser-vidores de los diosos. El águila se atribuía á Zeus,el caballo á Poseidon y la paloma á Afrodita. A unamisión casi análoga han quedado reducidos en la mi-tología católica los animales asociados á los evan-gelistas.

    El espíritu de innovación que se manifiesta hoypor la creación de nuevos dogmas y de nuevas fór-mulas, se manifestaba otras veces por la creaciónde dioses nuevos. Pero esos dioses eran en el fon-do idénticos á los que los habían precedido, y éstos,

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    al cederlos la plaza, no dejaban de subsistir por eso;solamente volvían á descender á un rango inferiory pasaban al estado de dii minores, algunas vecesde héroes ó de genios.

    Aun en el caso de que el cambio de culto no serealizara sino después do una lucha más ó menosviolenta, las divinidades destronadas continuabanllenando la imaginación de los pueblos bajo la for-ma de genios malhechores. Los más poderosos delos dioses védicos, Indra y Carva, están relegadospor el Zend-Avesta al mundo infernal; los devas,reverenciados por los Indus, han llegado á ser en-tre los persas los espíritus del mal, y los cristianoshan dado á los diablos el nombre de demonios queposeían entre los griegos las radiantes divinidadesdel Olimpo.

    V.

    Para que una reforma sea duradera es precisoquesea natural y no artificial; en otros términos:el cambio de las formas religiosas no puede ser lacausa de la elevación de la conciencia religiosa; es,por el contrario, la consecuencia.

    La historia nos ofrece innumerables ejemplos dereformadores que han fracasado completamente ententativas para las cuales la masa de la nación noestaba suficientemente preparada. Amenophis IV enEgipto, Ezequías en el reino de Judá, pusieron in-útilmente todo su poder al servicio de ideas reli-giosas más puras que las de sus contemporáneos;la Convención francesa tampoco obtuvo éxito algu-no cuando intentó sustituir el catolicismo por elculto de la Razón; sólo consiguió hacer de las igle-sias un teatro de exhibiciones grotescas. El ensayosucumbió á las risotadas que provocaba su ridiculez,y en breve la antigua religión, que se creía muerta,echó nuevas raíces con un vigor inesperado.

    Toda exageración exige una reacción en sentidocontrario, y las religiones no forman excepcionesde esta regla. Cuando han agotado todo lo que suprincipio contenía de útil y de fecundo, se deslizanhasta la exageración, y entonces caerían en una de-cadencia irremediable sin esa reacción saludablequejas salva y conduce á la humanidad por la víadel progreso verdadero. Las épocas de decadenciareligiosa no son más que épocas de transición; lasfuerzas vivas do la naturaleza humana parecen dor-mir; en realidad están trabajando en concepcionesnuevas, más anchas y más comprensivas. El pro-greso religioso se realiza así por una serio de re-acciones sucesivas tanto como por desenvolvimientodirecto.

    No es esta una fórmula arbitraria como la famosatrilogía de la tesis, de la antítesis y de la síntesis,sino la expresión de una ley verdadera deducida dela observación, ¿Q_ué ha sido el cristianismo primi-

    tivo con su glorificación del espíritu y su concep-ción de un Dios padre de todos los hombres, sinouna reacción contra el espíritu estrecho y formalis-ta de la sinagoga? El espiritualismo cristiano de lossiglos siguientes fue del mismo modo una reaccióncontra el materialismo pagano. El despotismo de laiglesia romana en la Edad Media y su doctrina delmérito de las obras indujeron á su vez al protestan-tismo á proclamar la libertad de conciencia y lasalvación por la fe. El estricto monoteísmo del Is-lam fuó una reacción contra el politeísmo cada vezmás exuberante de los árabes contemporáneos deMahoma, yol budismo igualitario una protesta con-tra la separación rigurosa de las castas.

    La historia religiosa de la humanidad nos presentaen cada página ejemplos de esas reacciones fecun-das, cada una de las cuales realiza un progreso.Nada es más propio para inspirarnos sentimientosde benevolencia y de justicia hacia nuestros adver-sarios. Así llegamos á reconocer que las tendenciasmás diversas tienen un derecho legítimo á la exis-tencia, y que cada una de ellas tiene una misiónque realizar, porque ninguna posee la verdad ab-soluta, lié aquí el fundamento de la verdadera tole-rancia que perdona de buena voluntad todos loserrores porque sabe que esos errores no reinaránmás que en su tiempo, y ve en la diversidad de lossistemas y en sus contradicciones la condición esen-cial del progreso.

    VI.

    Sería prematuro, en el estado actual de la ciencia,intentar determinar la ley general del desenvolvi-miento de la religión. Sin embargo, sabemos ya conbastante precisión lo que ha sido ese desenvolvi-miento en el pasado, para sacar algunas conclusio-nes sembré el porvenir religioso reservado á lahumanidad.

    No existen más que tros religiones de carácteruniversa! que puedan aspirar á extender su domina-ción sobre el globo entero. Si una de ellas debevencer un dia á las demás, lo cierto es que la cris-tiana debe ser la vencedora. El budismo, arro-jado de la India, su patria originaria, sólo reina enlas regiones más orientales de Asia. Nunca ha hechoprosélitos entro los cristianos, y en todas partes enque se ha encontrado en contacto con el mahome-tanismo ha retrocedido también. Elmahometanismo,á su vez, pierde terreno en Europa y en el AsiaOccidental, y sólo hace conquistas entre los pueblosignorantes y groseros del centro de África. Sola-mente el cristianismo contiene en si mismo un ger-men de progreso indefinido; puede despojarse detodo particularismo y de todo espíritu sectario sindejar de ser liel á la doctrina de su fundador;al cristianismo, pues, pertenece el porvenir.

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    En efecto, siempre que en el pasado han entradoen conflicto dos religiones, ha vencido la más pura,la más elevada. La lucha puede ser larga, la victo-ria definitiva puede retardarse por tenaces preocu-paciones, por vanidades nacionales ó por adhesionesciegas á creencias hereditarias; el poder secularpuede abrazar la defensa de un culto atrasadoy prolongar la resistencia; pero, á pesar de todos losobstáculos, la religión superior concluye siemprepor triunfar. El fanatismo judío en Palestina yel despotismo imperial en el mundo romano, quisie-ron sofocar al cristianismo naciente, pero no loconsiguieron. Es verdad que en el siglo VII las vic-torias de los árabes implantaron violentamente elislamismo en casi todas las provincias cristianas deAsia; pero el cristianismo oriental estaba de talmodo degenerado, que se puede dudar de su supe-rioridad sobre la doctrina de Mahoma. Se han vistopersonas abandonar sus creencias por otras menospuras; pero pueblos enteros jamás dan tales caidas,como no sea aparentemente, bajo la presión de lafuerza y sólo por algún tiempo.

    De todos estos hechos deduce M. Tiele, con bas-tante verosimilitud, que el progreso religioso estádeterminado por una especie de selección racional,diferente de la selección natural en que implica unalibre elección y una voluntad consciente de sí mis-ma; y formula esta ley en los siguientes términos,que pueden considerarse como la conclusión y elresumen de su excelente trabajo: «La religión másdesarrollada debe vencer, á la larga, sobre las me-nos desarrolladas, y el elemento razonable y moralconcluye por prevalecer siempre sobre los elemen-tos inferiores.»

    C. VINCENS.

    raMMlMlU llfli hKb uanlAo AIUMUUD

    AL SU. D. GUMERSINDO LAVERDE RU1Z,CATEDRÁTICO DE LITERATURA EN LA UNIVERSIDAD

    DE VALLADOLID.

    Mi docto y entrañable amigo: Apuntados quedanen anteriores epístolas los dos medios primeros éindispensables para facilitar el conocimiento de laantigua ciencia española y poner término (si posiblefuere) á las eternas é insensatas declamacionescontra ella, inspiradas por la ignorancia y el faná-tico espíritu de secta á nuestros rimbombantes sa-bios, y dócilmente repetidas por ]a juventud dorada,que los venera como oráculos. Hoy me toca dar finá esta materia, indicando otros recursos para atajarel mal que lamentamos, recursos tan importantes ómás que los diccionarios bibliográficos y los estu-

    dios expositivo-críticos, y de cierto más generalesy más en grande concebidos, pero que no exigenexplicación tan larga y menuda (detallada diría al-guno) y pueden sin dificultad agruparse. Y comoestá de Dios que estas cartas han de tener siemprealgo de polémica, y que yo, con ser de natural taninofensivo como usted sabe, he de reñir forzosa-mente con Xosfilósofos á cada triquitraque, me harécargo, después, de las rotundas aseveraciones dootro Mr. Masson, y de primera magnitud, que ya te-nemos en campaña. Dios los cria y ellos se juntan.

    Entrando en el primero de los puntos que hoy mepropongo exponer, diré dos palabras de la creaciónde nuevas cátedras en los doctorados de las facul-tades, proyecto ya indicado en mi primera epístola,germen de todas las restantes.

    Ya ha reunido la bibliografía los materiales; yahan sido aquilatados en las monografías eoepositivo-crílicas; tenemos ya elementos para la historia de laciencia española en sus diversas ramas; ¿qué falta,pues? Dos cosas aún: primera, enseñar esa historia;segunda, escribirla. Ahora bien: entrambas cosaspueden realizarse á la par, y conviene que se rea-licen. ¿Cómo? Creando esas seis cátedras, dotándo-las dignamente é imponiendo á sus profesores laobligación de hacer con extensión y profundidadla historia de las respectivas disciplinas en España.

    La enseñanza en España apenas tiene de españolaen el dia más que el nombre; está casi del todo des-ligada de nuestra tradición científica, y los esfuerzosde muchos sabios profesores no bastan para infundir-la el carácter nacional de que mucho há la despoja-ron las torpezas oficiales. Las obras de texto que cor-ren en buena parte de nuestras aulas son extranje-ras, extranjeros los autores que en ellas se citan,extranjeras las doctrinas en ellas enseñadas (y ma-las, que es lo peor, pues al cabo la verdad no tienepatria, aunque aparece con muy diversas formas,que importa respetar, según las condiciones delsuelo, el carácter y la historia de las razas); lodoextranjero. Ha reinado aquí una insensata manía deremedar fuera de propósito todo lo que ultrapuer-tos estaba en boga; y sin pararnos en barras, im-portamos (siempre tarde, mal y á medias) teorías,libros, planes de enseñanza, programas, todo á me-dio mascar y sin cuidarnos de si encerraban ó noelementos discordantes. Así, nuestro actual sistemade estudios es un mosaico en que hay do todo ypara todos gustos, menos para el gusto españolpuro y castizo. En nuestras cátedras se puede apren-der la historia de la filosofía india ó china, perono la de la filosofía española: de la escuela Ve-danta y de la Mimansa saldrán muy enterados losdiscípulos, que tal vez no hayan oido en su vidamentar el tmritmo; de Gotma y de Patandjalí sa-brán divinidades, pero ni una palabra de Luis Vives

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    ó de Foxo Morcillo. Tal v«z asistirán á cátedras deliteratura latina en que no oigan hablar de Séneca,ni de Marcial, ni de Lucano. ¡Y gracias si vergon-zantemente y como de limosna tenemos un poco deliteratura española agregado á la literatura generalen un solo curso, y una cátedra, ana sola, á ella ex-clusivamente dedicada en el doctorado de la facul-tad de Letras, cátedra que (para ignominia nuestra)estuvo suprimida durante algunos años! Y si esto sehace tratándose del arte literario ibérico, por todosestimado como uno de los más ricos, espléndidos ypoderosos que ha producido la fantasía de ningúnpueblo, ¿no sobra motivo para afirmar que si tal es-tado de cosas continúa, ha de llegar dia en que re-neguemos hasta de nuestra lengua y de nuestra raza,y acabemos de convertirnos en un pueblo de babi-lónicos pedantes, sin vigor ni aliento para ningunaempresa generosa, maldiciendo siempre de nues-tros padres, y sin hacer nada de provecho jamás?Sólo un antídoto puede oponerse á tanto daño: elcultivo oficial de la ciencia española, el estableci-miento de esas seis cátedras, cuyos títulos repetiré,aunque peque de prolijo:

    Historia de la teología española.Historia de la ciencia del Derecho en España.Historia de la medicina española.Historia de las ciencias exactas, físicas y natura-

    les en España.Historia de la filosofía española.Historia de los estudios filológicos en nuestro

    suelo.Y como la historia de la literatura española es de

    suyo tan extensa y raya en imposibilidad absolutael exponerla en un solo curso, además de la cáte-dra general hoy dignamente desempeñada por unprofesor sapientísimo, conviene establecer las cua-tro siguientes:

    Historia de la literatura hispano-latina.Historia de las literaturas hispano-semíticas.Historia de la literatura catalana.Historia de la literatura galaico-portuguesa.La primera debiera establecerse en la Universi-

    dad de Salamanca, emporio un dia de los estudiosclásicos; la segunda en la do Sevilla ó Granada; latercera en la de Barcelona, y en la de Santiago lacuarta, pues no parece justo que Madrid disfrutede todo género de ventajas y preeminencias, antesconviene vigorizar el espíritu provincial en dondequiera. Cuanto á las seis cátedras primeras indica-das, convendría asimismo distribuirlas entre nues-tras provincias universitarias para evitar su centra-lización en la corte; pero atendiendo á la mayorcomodidad de profesores y discípulos, á la abun-dancia mayor de libros y medios de investigación yá otras consideraciones hoy ineludibles, fuerza seráagregarlas á la Universidad llamada (con irritante

    distinción) central, y aguardar el dia en que pue-dan extenderse tales estudios á los otros nuevecentros de enseñanza superior que en España po-seemos. No existiendo hoy facultad de Teología enlas Universidades, y no enseñándose (por desdichagrande) los elementos de la ciencia de Dios y desus atributos en la facultad de Filosofía, á la cualdebieran servir de corona, la historia de la mismaentre nosotros habrá do guardarse para el gran Se-minario central, cuya necesidad, cada dia másurgente para la Iglesia y para la nación, ha sido en-carecida por usted en diversas ocasiones.

    Los catedráticos de estas nuevas asignaturas, re-'tribuidos con menos mezquindad de la que aquí seacostumbra, habrían de unirá las tarcas de la ense-ñanza la composición de libros, en que largamentediesen á conocer el desarrollo de cada una de lasciencias en España, á la manera que el ilustrisimoSr. D. José Amador de los Rios ha escrito con dili-gencia suma, alto sentido filosófico y erudición pas-mosos la Historia crítica de la literatura española,lastimosamente interrumpida en su publicación háno pocos años(l).

    No faltará quien censure, y con apariencia defundamento, la protección oficial concedida á laciencia española. Para no incurrir en grandes erro-res conviene distinguir cuidadosamente los térmi-nos de la cuestión. La protección oficial no debecondenarse en absoluto; ¡ojalá pudiéramos prescin-dir do ella1 pero no estamos ahora en ese caso, niveo gran peligro para la dignidad é independenciadel científico (como dicen los krausistas) en que seasubvencionado y protegido en sus estudios é inves-tigaciones por el Estado. Hay obras que en ningunamanera deben implorar ni recibir auxilios ni sub-venciones: su único juez natural es el público. Talacontee* con las de ingenio. La tepría que sostieneAlfieri en su hermoso tratado de El Príncipe y lasLetras es (aparte de sus exageraciones) exactí-sima: el fayor oficial, venga de donde viniere, sirveSólo para menoscabar la alteza del ingenio, reba-jar y empequeñecer sus creaciones, y si algunavez han sido grandes las de las letras protegidas(en general más elegantes y correctas que enérgi-cas y sublimes), hánlo sido á pesar de la protec-

    (1) Para completar en este sitio la noticia de las obras históricas re-lativas a nuestra cultura, aparte de las memorias expositivo-crlticasy las bibliografías, mencionará, come trabajos de bastante generalidad,los Orígenes de 'a poesía castellav« de Velazquez, las Memorias parala historia de la poesía y poetas españoles del P. Sarmiento, la Historiade la literatura española de los PP. Mobedanos, el Ensayo históricaapologética de LamplUas, las obras de Bouterweck y Sismondi (conoci-dísimas entrambas, y traducidas, aunque sólo en parte la prime», «1 cas-tellano), la Historia comparada déla literatura española y francesa dePuibusque, los compendios de Gil y Zarate, Fernandez Espino y algúnotro, y la admirable y nunca bastante loada Hislory of Spanisk Litera-turf de Jorge Ticknor.

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    cion, no en virtud de ella. En los tiempos que cor-ren es, además de inútil y hasta ridículo, en altogrado anacrónico todo lo que huela á patrocinio yamparo dado por príncipes ó gobiernos á las bellasletras. Estas pueden vivir por sí y no mendigar so-corros de nadie: pasó el tiempo de los Mecenas yde los Augustos. Si la obra favorecida es mala, elpúblico se reirá de ella, aunque la escuden regiospatronos; si es buena, tiene ilustración sobrada paraleerla ó asistir á su representación, sin que de ar-riba le avisen que aplauda.

    Pero hay otros modestos ciudadanos di la repú-blica de ¿as letras que ni pueden aspirar á triunfosruidosos, ni obtener siquiera para sus libros undespacho que les indemnice de los gastos de im-presión, ya que no de las incalculables fatigas ydispendios que ocasionan las investigaciones pre-vias tal vez por largos años y con generoso alientoproseguidas. El que en España emprendiese hoy porsu cuenta y riesgo la publicación de ciertas obras,á no ser un potentado ó un capitalista, se arruinaríaen la empresa y ni aun tendría el consuelo de ter-minarla. ¿Quién ha de atreverse á lanzar al mundouna Historia de la filosofía española ó una Biblio-teca de filósofos, cuando la eterna ó implacable pos-teridad de M. Masson clamorea sin cesar en libros,revistas y discursos, por boca de sus más especta-bles individuos, que la historia de la ciencia puedeescribirse sin que en ella se mencione una sola vez áEspaña? ¿Qué más? En España no se pueden publi-car libros de literatura española. Dígalo la excelenteobra del Sr. Amador de los Rios, cortada en ellomo VII; dígalo la Historia del Teatro, compuestapor Schack y traducida por Mier, que no pasódel primero. Apareció, habrá dos años, un admira-ble trabajo (dechado de sagacidad y erudición)acerca de la poesía heróico-popwlar castellana, obrade un eminente profesor catalán, á quien no superaninguno de nuestros crítioos contemporáneos. Enotro país la prensa se hubiera deshecho en elogios,y la edición agotado en pocos dias. Aquí sucediótodo lo contrario: los sabios de Madrid no lo leye-roin, ó si lo leyeron no lo entendieron: las Revistascallaron ó sólo dijeron boberías. Doblemos la hoja,puies, y convenzámonos de la verdad tristísima queapuntó más arriba, á sabor: que si el Estado noprotege los estudios de erudición, ¡pobres estudiosde erudición y pebre Estado! Como forzosa conse-cuencia del abandono de aquellos, irá borrándosetodo sello nacional en el arte, en la ciencia y en lascostumbres, España acabará de perder sus históri-cos caracteres, y después... vendrá lo que Diosquisiere, porque nada es imposible en un puebloque olvida y menosprecia las glorias de sus ma-yores.

    Y ahora, espíritus fuertes, libres de imposiciones

    dogmáticas y esclavos del primer charlatán que osembauque, tétricos y cejijuntos krausistas, incansa-bles discutidores de Ateneo, traductores aljamia-dos, sapientísimos autores de introducciones, pla-nes y programas, alegres gacetilleros, generaciónnovísima de dramaturgos y novelistas fisiológicos,reíos de mí á carcajada tendida, porque voy á pro-poner como medio indirecto, aunque poderoso, deadelanto para la historia de la ciencia española, elrestablecimiento de ciertas comunidades religiosas,de frailes, si lo queréis más claro, ya que paravosotros lo mismo son monjes que frailes, afrailesque freiles, y no satisfechos con trastrocar el colorde los hábitos, soléis confundir la corona con elcerquillo. No frailes, sino monjes serán los mios, yde la familia de Montfaucon, de Mabillon y de Cal-met, hermanos de aquellos que hicieron el Arte decomprobar fechas, la Gallia Ghristiana, la Antigüe-dad explicada y la Historia literaria de Francia;benedictinos, en fin, como lo fueron Yépes, cronistay paleógrafo insigne; Feijóo, el hombre á quien másdebió la cultura española en el siglo XVIII; Sar-miento, de erudición universal y portentosa, y tan-tos otros que hicieron algo más que artículos derevista y disertaciones sobre el concepto, plan, mé-todo y fuentes de enseñanza de la ciencia, tareas fa-voritas de nuestros doctores iluminados, que des-pués de recoger con tal objeto todas sus fuerzas,comienzan invariablemente con parrafadas de estejaez: «Para saber que' sea la Metafísica, es precisoque la Metafísica venga á mí ó que yo vaya á laMetafísica.» Y cierto que debe sudarse el quilo paradescubrir verdad tan recóndita, semejante á aquellafilosófica distinción del P. Fernandez en su Cratalo-gía: «Las castañuelas pueden tocarse bien y puedentocarse mal;» á la cual sólo falta un meditemos porcontera, dicho con ademan grave y reposado, paraser acabadísimo modelo de oratoria krausista,

    Oh curas hominim! Oh quantum est in rebus inane!

    Pero volvamos a nuestros monjes, y dispenseusted esta digresión ligerísima. Si en España hu-biera de hecho libertad para las sociedades monás-ticas, como la hay para todo género de asociacio-nes; si fuera menos brutal la intolerancia de los quese dicen sabios y filósofos y políticos, seria útilísi-mo el establecimiento de dos ó tres comunidadesde benedictinos, que como la de los Maurinos doSolesmes, en Francia, tuviese por instituto el culti-vo de la ciencia patria y el de los estudios de eru-dición en general. Recuerdo á este propósito, amigomió, que cuando tiempo atrás hablamos de esteasunto, me decía usted en una de sus preciosascartas familiares: «Podría fundarse (un monasteriode San Renito) en Covadonga, en vez del cabildo

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    colegial que ahora existe, compuesto de gente alle-gadiza y que, en su mayor parte, merece mejorescolocaciones y mira aquello como un punto de paso;estaría más en relación con el carácter venerandode aquel santuario; haría que éste prosperase más,como más identificado con su porvenir, y ofrece-ría, por ende, mayores estímulos á la piedad y alpatriotismo para contribuir con donativos á la erec-ción de un templo digno de lugar tan glorioso ymemorable. El presupuesto de la actual colegiatabastaría para su sostenimiento. Podría, además,allegar recursos teniendo rebaños en los montesvecinos, riquísimos en pastos. Enviando comisiona-dos idóneos á los archivos y bibliotecas de dentroy fuera de España para sacar copias ó extractos delibros y documentos, iría reuniendo allí los elemen-tos todos conducentes á los fines do su instituto.Tampoco sería difícil montar al lado del monasteriouna fábrica de papel y una imprenta para las publi-caciones de la comunidad.» Y añadía usted y repitoyo, aun á riesgo de que en altas regiones (si allállegan estas lineas) so nos tache de visionarios:«Ahora que se piensa en pactar un nuevo Concor-dato con la Santa Sede sería la mejor ocasión pararealizar esto pensamiento, tanto mas, cuanto queífendo los benedictinos una orden cuyos individuoshan permanecido de lodo punto ajenos á nuestrasdiscordias políticas, no hay, ó no debe haber almenos, prevención alguna contra ella... Sólo unacomunidad semejante responderá dignamente á lamajestad incomparable do aquel sitio, que tan her-mosamente describe Ambrosio de Morales.»

    Referíase usted en esto al Viaje Santo del docto«ronista corbobés, que en el título (ó capítulo) vi-gésimotercio de su curioso libro pinta, on efecto,con lindeza de frases por extremo notable el santo

    • lugar cuya estrañeza no se puede dar á entenderbien del todo con palabras. Supongo que todos mislectores (exceptuando los sabios que no leen libros,y menos libros viejos, y construyen por si propiosla ciencia en cuya unidad comulgan) tendrán en susestantes el referido Viaje ó alguna vez le habránregistrado, y por eso no trascribo las palabras deMorales.

    Idea es también de usted, y no sé si ya en algunaparte manifestada, el establecimiento de otra co-munidad benedictina en el Sacro Monte de Granada,comunidad que especialmente se dedicase á la ilus-tración de la historia árabe española. Y dandoigualmente á los benitos de Montserrat el encargoy los medios de explorar las antigüedades catalanasy aragonesas, no hay duda que veríamos surgir detales congregaciones trabajos inmensos, hoy inac-cesibles á las fuerzas aisladas de eruditos que vivenen el siglo, rodeados y distraídos de y en (juntemospreposiciones al modo de Sanz del Rio) mil ocupa-

    ciones y cuidados. Pero hoy por hoy, y sin pecarde pesimista, reputo muy difícil el que algo de estollegue á efectuarse, pues enpleno (y ya decadente)siglo XIX hay que luchar aún con inverosímiles pre-ocupaciones contra el monacato, hijas de la falsa ymezquina filosofía francesa de la pasada centuria.Y ahora recuerdo que el ilustre literato D. Juan Va-lera, á quien nadie tachará do místico ni mogigato,conviene en sustancia con nosotros, pues en su dis-creto análisis del Ensayo de Donoso Cortés no temedecir: «Quisiera yo que se volviesen á poblar algu-nos monasterios, y principalmente los que por sorgrandes monumentos de nuestras glorias nacionalesdeben conservarse siempre.» Esto escribía el señorValora en 1856, y no dudo que lo mismo diría hoysi preciso fuese. Pero repito que estos buenos pro-pósitos no llevan camino de ponerse en práctica,quizá porque en España estamos condenados á notener órdenes religiosas y á seguir envidiándoselasá la volteriana Francia, á la protestante Inglaterray á la racionalista Alemania, hasta que sintamos im-periosamente su falta, y acabe de cumplirse la tre-menda expiación que sobre nosotros pesa por aquelespantosoj»

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    impugnadores, Valles, Domingo de Soto, Amaga éIsaac Cardoso, etc., y de muchos opúsculos de Car-dillo de Villalpando, Sepúlveda, el P. Juan de Maria-na, Pedro de Valencia y tantos otros, así como dede los más notables tratados filosóficos, escritos enlengua castellana, tanto por místicos y moralistasde los siglos XVI y XVII, como por muchos pensa-dores del pasado.

    A las obras de cada autor habría de preceder unaintroducción en que, aparte de las noticias bio-bibliográficas, se hiciese la exposición y juicio desus doctrinas, apreciándose á la par sus preceden-tes históricos y su influencia en los sistemas poste-riores.

    Urge asimismo, y pudiera realizarse por la So-ciedad proyectada, la fundación de una Revista queexclusivamente tuviera por objeto la propagandaen favor del estudio de la Filosofía Española, yaque existe» revistas dedicadas en todo á la cienciaalemana.

    Ofrecería, sin embargo, no pocas dificultades laconstitución de tal Sociedad, ora por la indiferen-cia con que muchos tenidos por sabios miran nues-tra cultura, ora por la resistencia y los obstáculosque opone siempre á toda empresa común el espe-cialismo, verdadera plaga erudita. Son muy pocoslos que saben desprenderse de sus gustos, aficionesy terquedades en pro del interés general.

    Por tales razones es indispensable la iniciativaoficial, cuando menos para abrir la marcha y hacerque tome cuerpo y cobre fuerzas el movimiento áfavor de dichos estudios. Fuera de que pueden co-existir sin inconveniente, antes bien con notableventaja, la acción oficial y la particular en sus res-pectivas formas y con sus peculiares procedi-mientos.

    Y ahora que he desarrollado, aunque brevemen-te, nuestros planes, paso á hacerme cargo, por lomucho que con ellos se rozan, de las magistralesdecisiones del nuevo Masson á quien aludí antes.VA cual no es ningún doctrino, sino un hiero/ante,un pontífice máximo, un patriarca del krausismo,jefe reconocido, por lo menos, de una fracción ócofradía, personaje influyente y conspicuo en épocasno lejanas, varón integérrimo y severísimo, espe-cie de Catón revolucionario, grande enemigo dela efusión de sangre, y mucho más de la lenguacastellana. Todos le conocemos, y yo dejaré denombrarle, porque al cabo me acuerdo de habersido discípulo suyo, y le debo entre otros inestima-bles bienes, el de afirmarme cada dia más en lassanas creencias y en la resolución de hablar claro yá la buena de Dios el castellano... per contraposilio-nem á las enseñanzas y estilo del referido maestro.

    Este, pues, eximio metafísico ha puesto un largo,grave, majestuoso, sibilino y un tanto soporífero

    prólogo á cierto libro crudamente impío de ciertopositivista yanhee, traducido directamente del in-glés por cierto caballero particular, astrónomo ex-celente, según nos informa el prologuista, y per-sona muy honorable (¡manes de Cervantes, sed sor-dos!), al cual caballero debe parecerle portentosahazaña traducir del inglés un libro, supuesto queañade muy orondo directamente, como si se tratasedel persa, del chino ó de otra lengua apartada de laco,mun noticia, siendo así que hay en España ciuda-des, como esta en que nací y escribo, donde sonraros los hombres y aun mujeres de cierta educa-ción que más ó menos no conozcan el inglés y seancapaces de hacer lo que el señor traductor ha he-cho. Pero no voy á hablar del traductor, ni siquieradel libro que en son de máquina de guerra anti-católica se nos entra por las puertas, libro dignodel barón de Holbach ó de Dupuis, escrito con lamayor destemplanza y preocupación, y lleno deerrores de hecho garrafales, como los de afirmar quela ciencia nació en Alejandría y que los Santos Pa-dres fueron hombres ignorantísimos, sin instrucciónni criterio.

    Tampoco hablaré detenidamente del prólogo, es-crito en la forma campanuda y enfática que carac-teriza todas las producciones de su autor. Lea*-usted, amigo mió, y allí verá maravillas. Allí se ha-bla de las pretensiones de imperio temporal en laIglesia; allí se dice que los católicos estamos sumi-dos en abyección moral y en fanatismo, que la reli-gión y la ciencia son incompatibles (como si no hu-biera más ciencia que la que los impíos culüvan ypreconizan, y como si ellos mismos hubiesen lo-grado nunca ponerse de acuerdo en los principios),allí de la antropolatría del Pontífice (SEXQUIPEDAUAVERBA); allí de la mística, sublime cópula verificadaen Alejandría entre el Oriente y la Grecia; allí dela solidaria continuidad y dependencia de tinas de-terminaciones individuales con otras, que permiteinducir la existencia de un Todo y medio naturalque constituye interiores particulares centros, don-de la actividad se concreta con límite peculiar cuan-titativo y sustantiva cualidad en intima composiciónde esencia factible ó realidad formable y poder ac-tivo formador (esto será castellano do morería, ólatín de los Estados- Unidos. ¡Vaya unos rodeos parair á parar en la rancia doctrina del alma del mundo,que puede exponerse clara y hermosamente en dospalabras!); y allí, en fin, con tolerancia digna deAtila, de Gengis-Kan ó de Timurbeck, se presentaen perspectiva á los católicos la justicia de laespada, y se aplauden las persecuciones y atro-pellos cometidos por el tolerantísimo, ilustrado y

    filosófico gobierno de Prusia. ¿Dónde nos escon-deremos do esa espada con que se nos amenaza?Aunque tengo para mí que la espada de este ca-

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    ballero krausista ha de parecerse algo á la de Ber-nardo (no el de Roncesvalles, sino el compañero deAmbrosio), ó á aquella hoja toledana del fabulista,que fue asador en sus primeros años. Pero yo voyá hacer caso omiso de todo lo anterior y del modocomo aprecia el prologuista lo que él llama religio-nes positivas, como si pudiera haber alguna nega-tiva ó si la negación constituyese dogma. No dirétampoco una palabra del logos platónico y del verbocristiano, á cuya cuestión no sé cómo vuelve nues-tro sabio después de la brillante fraterna que enotra ocasión le enderezó Fr. Zeferino González.

    Lo que sí nos importa son los yerros y falsedadeshistóricas que, hablando de España, entreteje ensu relato, lo de afirmar, por ejemplo, que se debióal Rey sabio la traslación de las academias hebreasá Toledo, cosa que hasta entonces ti fanatismo dela clerecía no había consentido, siendo asi que di-chas academias estaban en Castilla desde el tiempode Alfonso VII, expulsadas de Andalucía por elfanatismo musulmán. Pero aun esto es leva pecado,y tampoco he de hacer grande hincapié en quellame por desden á España la patria do los domini-cos y de los jesuítas, porque hay cosas que sólodesprestigian al que las dice, no á aquellos á quie-nes se dirige la ofensa. Gloria y muy grande es para.España el que de ella saliese el fundador de aquellaorden cuyo hábito vistieron Alberto Magno, SantoTomás de Aquino, Melchor Cano, Domingo de Soto,Fr. Luis de Granada y tantos otros varones emi-nentes, hasta nuestros contemporáneos Lacordairey Fr. Zeferino González, lumbreras de la cienciacristiana. Y no lo es menos el que fuese compatricionuestro el capitán, de aquella compañía en que mi-litaron San Francisco de Borja, San Francisco Ja-vier, Simón Rodríguez, Lainez, Alonso Salmerón,Rivadeneira, Molina, Vázquez, Suarez, Mariana, laPuente, Martin del Rio, Nieremberg, Codorniu, An-drés, Eximeno, Hervas, etc., etc., y en que aúnmilitan hombres como los Padres Secchi, Félix yKleutgen, que con sus misioneros evangelizó (ycivilizó por ende) gran parte del mundo, y con susmaestros, insignes humanistas y poetas, adoctrinóá la juventud desde las cátedras, inicióla en el co-nocimiento de la antigüedad clásica, y encarriló lastendencias paganas del Renacimiento, impidiéndolasllegar á la exageración que alguna vez habían mos-trado en Italia, y de que hoy los píos secuaces delabate Gaume se escandalizan.

    Unas veinte líneas dedica mi anónimo maestro áhablar de la Filosofía española, repitiendo con es-casas variantes las absolutas de los señores Azcá-rate y Revilla, y añadiendo de su cosecha nuevosdislates que me limitaré á registrar con leve comen-tario, porque hay cosas que á sí propias se alabany no es menester alaballas.

    1." «Mientras los demás pueblos europeos con-vertían, mediante el Renacimiento clasico-natura-lista y la Reforma, á propia libre reflexión su espí-ritu, y se despertaban á la observación diligente yprofunda, nosotros quedábamos adheridos y comopetrificados en las viejas imposiciones dogmáticas.»

    Error histórico imperdonable, aunque se explicabien en un sabio que no lee libros viejos y constru-ye su propia ciencia. En España influyó el Renaci-miento tanto como en Italia y algo más que en lospaíses protestantes. Traiga á la memoria nuestroprologuista el número prodigioso de humanistasque en el siglo XVI y aun en el XVII florecieron, yse convencerá del culto tributado á la antigüedaden nuestro suelo. Españoles fueron, entre otrosmil, Nebrija, Arias Barbosa, Vives, Nuñez, Sepúlve-da, Oliver, Enzinas, Gélida, el Comendador Griego,Antonio Agustín, Paez de Castro, Verzosa, Mata-moros, los Vergaras, Luis de la Cadena, AquilesStazo, el Brócense, Alvar Gómez de Castro, Calvetede Estrella, Pedro Chacón, Fernán Ruiz de Villegas,el Padre La Cerda, Vicente Mariner, González doSalas, Baltasar de Céspedes, Pedro de Valencia, etc.,sin contar no pocas damas que entendían de letrasgriegas y latinas más que todos los krausislasjuntos (1).

    De muchos de los citados humanistas ya he hechomérito anteriormente, debiendo añadir ahora queentre ellos los hubo, y en número no escaso, que nien erudición ni en sagacidad ceden A los Erasmos,Scalígeros, Lipsios, Casaubones y Sciopios, por masque la fama no se haya mostrado con los nuestrosbastante equitativa. Precisamente el escritor quemás fielmente compendia y personifica las ideas to-das y el saber acaudalado por el Renacimiento esun esp^ol, Vives. El padre de la Gramática gene-ral es otro español, Sánchez de las Brozas. Pocoshombres influyeron tan activamente en los trabajosfilológicos del siglo XVI como los españoles AntonioAgustín y D. Diego Hurtado de Mendoza, ya en ca-lidad de obreros, ya en la de Mecenas. El mejor co-mentario de Virgilio se debió al jesuíta P. La Cerda;la mejor ilustración de Petronio á D. Jusepe G. deSalas. Y ciego se necesita ser para no advertir enla poesía lírica, en la historia y en los tratados di-dácticos del siglo XVI la influencia del Renacimientoclasico-naturalista, como nuestro sabio le apellida.Cabalmente el primero de los líricos de esa era, elque cristianizó la musa pagana, trabajando con ma-nos católicas el mármol de la antigüedad, el que ve-rificó la fusión del genio clásico y de la poesía nue-va, fue un fraile español, teólogo de la Universidad

    (1) Si en lo del nena cimiento cldtíco-naluraligta quiere aludirnuestro s«b¡o á aquellos renacimientos fanáticos que paganizaron en re-ligión, contestaréis que, á Dios gracias, de cstoi locos de atar estuvimoslibres en Espafia.

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    salmantina. Y en cuanto á la Reforma, sino arraigóaquí, á Dios gracias, menos por los rigores de la In-quisición (que no hubieran bastado) que por recha-zarla el espíritu nacional, también luvo secuaces enEspaña, y de no poco entendimiento y ciencia, co-mo saben muy bien los bibliófilos, ó séase libroveje-ros: los que, al parecer, lo ignpran son los filósofosde campanillas que hablan de lo que no entienden.

    Después de lo transcrito viene un párrafo muyturbio en que se habla de la falta de intimidad re-ligiosa, que degradó la conciencia de nuestro pueblo.Como no sé qué es esto de intimidad religiosa, pasoá coger el lapsus

    2.° «Voces aisladas á lo sumo, sin enlace ni con-secuencia directa con el proceso de la Edad Mo-derna, son las que ofrece España, y aun estas conel sentido y el carácter peculiar á los siglos medios.Vives, Foxo Morcillo y Gómez Pereira se distinguensobre todos.»

    Lejos de ofrecer Vives, Foxo Morcillo y GómezPoreira el espíritu y el carácter de los tiempos me-dios, son en grado sumo innovadores y revolucio-narios, enemigos de la Edad Media y del escolasti-cismo, hombres, en cuerpo y alma, del Renacimien-to. ¿No levantó Vives contra las viejas enseñanzas laformidable máquina de sus siete libros De causiscorrwptarum arlium? ¿No maldijo de Averroes é in-vectivó In pseudo-aristotélicosi ¿Es de la Edad Me-dia el espíritu platónico-conciliador del sevillanoFoxo? ¿No fue Gómez Pereira cabeza de motín contrala dominación de Aristóteles? ¡Parece imposible queso digan en serio ciertas cosas, y que pasen por ta-lemtazos los que así tropiezan y asi escriben la his-toria/

    3.° Vives (á quien concede nuestro antiguo pro-fesor saber inmenso, sin duda porque, como añade,se educó en medio de Europa) no lleva su sentido(palabra mal usada y sobre toda ponderación im-propia) más allá de un concierto, que ni siquiera sin-cretismo, entre las doctrinas de Platón y Aristóte-les y las de los Santos Padres.»

    Aquí hay cosas estupendas. Yo entendí siempreque los sistemas armónicos significaban en la histo-ria de la filosofía más que los sincréticos, puestoque los primeros entrañan verdadera composición,y los segundos sólo yuxtaposición de elementos.Creía también hasta ahora que la palabra conciertoera en castellano sinónima de armonía (dícelo Cap-many, que sabía lo que se pescaba en tales mate-rias); pero ahora me enseña el maestro que un con-cierto es menos que un sincretismo, y que, por lotanto, el racionalismo armónico de Krause es una

    filfa, de ningún valor respecto al sincretismo quecualquiera puede formar metiendo juntas en el cestolas doctrinas de Pedro, Juan y Diego, aunque se dende calabazadas. Pero no es esto lo más grave. El

    hierofante de quien vengo hablando no hace en sujuicio de Vives más que repetir adpedem HUerce untema del antiguo cuestionario de la Universidad deMadrid para ejercicios del doctorado, tema que des-graciadamente estaba equivocado en los términos,por donde puso en grave aprieto á nuestro paisanoel Sr. de los Rios y Portilla cuando le cupo en suerteel explanarle, aunque era, según parece, partodel cacumen de Sanz del Rio. Luis Vives no intentósemejante conciliación entre las doctrinas de Platóny Aristóteles y las de los Padres de la Iglesia, ni estoencierra sentido alguno, pues los Padres de la Igle-sia, colectivamente considerados, no tienen sistemametafísico propio, sino el de Platón unos y el doAristóteles otros (como todo el mundo sabe), modifi-cados naturalmente con arreglo al dogma cristiano.Mal pueden concillarse dos cosas cuando una deellas no existe. El decir las doctrinas de Platón y deAristóteles, como si fueran lo mismo, y contrapo-nerlas las de los Padres de la Iglesia, es una de lasocurrencias más peregrinas que pueden imaginarse.La verdad es, y nuestro sabio lo sabría si hubieseleido á Vives, que dotado éste de alto sentido ecléc-tico, procede en sus libros Deprimaphilosophia congran libertad-de espíritu, acostándose, ya á las doc-trinas de Platón, ya á las de Aristóteles, sin soñaren sincretismos, ni conciertos, ni Padres de la Igle-sia, de los cuales no recuerdo que cite más que áSan Agustín, al hablar del tiempo. Unas veces seacerca al peripatetismo clásico y otras al platonismomitigado que más tarde profesó Foxo Morcillo.

    ¿Y bastan las frases arriba trascritas para califi-car á Vives, á aquel que, según una expresión taningeniosa como profunda y exacta del Sr. Cam-poamor, sembró no las ideas, sino los sistemas ágranel? ¿Quién negará su importancia como meto-dólogo? ¿Quién los altos servicios que á la cienciapsicológica prestó con el tratado De anima, etviia?¿No son relieves de la mesa de Vives el baconismo yel cartesianismo y hasta la escuela escocesa? Y eslo más singular que en el prólogo de que estoy tra-tando se encomie altamente el mérito de Baeon (sinduda porque fue.inglés y protestante) y se menos-precie el de su maestro, á quien él quedó tan info*rior en todos conceptos (4).

    4." «Gómez Pereira... no pasa de enunciarenforma silogística un razonamiento análogo al queconstituye el principio del método cartesiano, perosin el carácter de criterio de indagación, ni la in-tención sistemática que determinan su valor cien-tífico.»

    (1) Barthelemy-Saint-Hilaire llama & Bacon presuntuoso y soberbio,

    y & Luís Vives adversario aerio de Aristóteles, encomiando !a mesura yel

    juicio del segundo en contraste con la petulancia del primero, d« quien

    dice que nunca comprendí) la doctrina que atacaba; y que destruyó la

    verdadera filosofía.

  • MACADLAY. GUERRA DE SUCESIÓN EN TIEMPO DE PEL1PE V. 301

    Es casi seguro que el maestro rfo sabe de la An-toniana Margarita otra cosa que lo que leyó en eldiscurso de entrada del Sr. Carnpoamor en la Aca-demia Española. Las citas de segunda mano se co-nocen luego. Gómez Pereira atacó en todas suspartes la psicología aristotélica, con ocasión delautomatismo de las bestias; identificó el hecho delconocimiento con la facultad de conocer, y ésta conla sustancia del alma; afirmó que nuestras cualida-des sensibles no son accidentes entitativos de loscuerpos; echó por tierra las formas sustancialespropugnando el atomismo, como lo hicieron tam-bién Valles é Isaac Cardoso, y asentó otros princi-pios fundamentales de filosofías posteriores; de todolo cual pudiera nuestro sabio estar al tanto, aun sinregistrar la Antoniana Margarita (libro rarísimo),con sólo haber leido las notas á los Discursos Filo-sóficos de Fornór, la Apología del P. Castro por laTeología ' scolástica, los Anales de la Medicina Es-pañola de Chinchilla, y los Ensayos Críticos de us-ted, obras todas corrientes y comunes.

    Pero ahora reparo que estoy perdiendo la pólvoraen salvas, pues no era de esperar qus mi maestrohiciese justicia á Vives y Gómez Pereira, cuando enotro párrafo de su lucubración advierte que la Crí-tica de la Razón Pura de Kant redujo á un merointerés histórico toda la filosofía precedente. Asíquedamos todos iguales. Platón, Aristóteles, SanAnselmo, Santo Tomás de Aquino, San Buenaventu-ra, Bacon, Descartes, Leibnitz eran tan mentecatoscomo Raimundo Lulio, Vives, Suarez, Foxo Morcilloy Gómez Pereira. Hasta que el filósofo de Koenis-berg lanzó al mundo su Critica famosa (lo más in-digesto, pesado y mal escrito que ha parido madre),nadie había pensado ni discurrido en el mundo.

    ;Cierto que se ven impresasCosas que no están escritas/

    Resumen: yo comprendía que se construyese cien-cia (Krausista) sin libros ni otras zarandajas, porquepara decir perogrulladas no es menester gran erudi-ción; mas ya veo con asombro que para juzgar lasdoctrinas de un autor tampoco es necesario leerleni hojearle siquiera, y basta con cuatro especies ca-zadas al vuelo en alguna tesis doctoral ó en tal cualdiscurso académico. Con esto y el tono de oráculo yla severidad estoica y algo de aquella fama que auto-riza á un hombre para echarse á dormir, basta y so-bra para decidir ex cathedra de cuanto Dios crió, ymirar con desden á los pobres mortales que no hanllegado á semejante pináculo de sabiduría y buenaandanza. Pero tanto, tanto... en verdad, que no loconsienten mis tragaderas. ¿Qué menos puede exi-girse de un filósofo, si no español, nacido en Espa-ña, que el que conozca, siquiera por el forro, laFilosofía Española? Veremos si después de su pro-

    yectada conversión al positivismo (de la cual ya porestas tierras corren rumores) muda de estilo y tonoeste mi antiguo é inolvidable maestro.

    Y con esto se despide de usted hasta la primera,su apasionado amigo, admirador y paisano,

    M. MENENDEZ Y PELAYO.

    Santander, 28 de Julio de i 876.

    P. B. En el último número de la Revista con-temporánea vuelve á las andadas el Sr. Revilla. Delo que dice daré larga cuenta y razón á usted y alpúblico en mi próxima epístola.

    20 de Agosto de 1816.

    LA GUERRA DE SUCESIÓNEN TIEMPO DE FELIPE V.

    (Conclusión). '

    Toledo era, desde hacía algún tiempo, el retirode dos intrigantes ambiciosos, turbulentos y ven-gativos: la reina viuda y el cardenal Portoearrero.Habían sido enemigos encarnizados cuando dirigíanlas facciones rivales de Austria y Francia, y suce-sivamente dirigieron el espíritu débil del últimodesgraciado rey; y al cabo, como las habilidades dela mujer quedasen vencidas de las intrigas del car-denal y Portoearrero dueño del campo, la reina ha-bía dejado, no sin dolor y mortificación, una corleen la cual ejerció por tantos años el poder supre-mo. Poco tardó en seguirla á Toledo aquel cuyasartes destruyeron y acabaron su influencia, porqueel cardenal, después de haber ejercido el poder lobastanté^iara convencer á todos de su incapacidad,recibió la orden de regresar á su sede, maldicien-do su locura y la ingratitud de aquellos á quieneshabía servido. Intereses y odios comunes reconci-liaron entonces á los rivales; y así se vio que al en-trar sin resistencia en Toledo las tropas austríacas,abandonase la reina viuda el luto que llevaba, pre-sentándose en público cubierta de joyas, y que Por-toearrero diese la bendición desde el altar mayorde su magnífico templo á las banderas de los inva-sores, iluminando su palacio en honor de aquellaredención. Todo parecía indicar que la lucha termi-naría en favor del archiduque, y que Felipe jio ten-dría otro remedio sino os huir y buscar refugio enlos Estados de su abuelo.

    Así pensaban al menos los que no conocían elcarácter y los hábitos del pueblo español. Pero sibien es cierto que no hay en Europa un país más

    Véanse los números 130 y 131, págs. 251 y 212.

  • 302 REVISTA EOROPKA. 3 DE SETIEMBRE DE 1 8 7 6 . N.° 1 3 2

    fácil de invadir que la España, también lo es queno hay otro más difícil de conquistar. Nada puedecompararse á la débil resistencia, regular y orga-nizada, que la Península puede oponer á un invasor;pero nada es ni puede ser más formidable que laentereza y la energía que despliega cuando la re-sistencia regular queda vencida. Durante muchotiempo sus ejércitos han tenido cierta semejanzacon las multitudes , pero las multitudes en Españaposeen en alto grado el espíritu verdaderamentemilitar; y si, comparados á otros, sus soldados ca-recen de ciertas dotes militares, las masas poseenesas dotes como si fueran soldados. En ningún paísdel mundo se ha visto apoderarse por sorpresa defortalezas más inexpugnables; pero tampoco se havisto en parte alguna que ciudades abiertas hayanresistido tanto y tan enérgicamente a grandes ejér-citos sitiadores. Y esto se observa en la historia deEspaña desde el tiempo de los romanos; desde esaépoca las guerras en la Península ofrecen un ca-rácter especial: son como un fuego imposible deextinguir, que arde bajo las cenizas, y que, des-pués de habérsele creído por largo tiempo sofoca-do, estalla más violento que nunca. Así sucedió enla guerra de la Independencia de 1808. España notenía un ejército capaz de medirse con un númeroigual de soldados franceses ó prusianos, y, sin em-bargo, bastó un dia para derribar la monarquía enPrusia, y un dia bastó para poner la corona de laFrancia en manos de los invasores; pero ni Jena niWaterloo hubieran podido asegurar un reinado pa-cífico en Madrid á José Bonaparte.

    Característica por extremo fue la conducta de losespañoles durante la guerra de sucesión. Con to-das las ventajas del número y de la situación fueronignominiosamente derrotados; todas las dependen-cias europeas de la corona de España se habíanperdido: Cataluña, Aragón y Valencia rendían vasa-llaje al archiduque; Gibraltar, sorprendido por al-gunos marineros, estaba en poder de Inglaterra;unos cuantos soldados de caballería se habían he-cho dueños de Barcelona; los invasores, en fin, pe-netrando hasta el centro de la Península, tenían suscuarteles en Madrid y en Toledo. En tanto que seve rificaba esta serie de acontecimientos desastro-sos, apenas dio señales de vida la nación: ni los ri-cos se persuadían del deber en que estaban de daró de prestar, al menos, lo necesario para la conti-nuación de la guerra, ni los soldados mostrabandisciplina ni ardor militar en la campaña. Perocuando todo parecía perdido, cuando los confiadosy optimistas creyeron deber renunciar á la espe-ranza, entonces se despertó el espíritu nacional,ardiente, altivo é indomable; que si el pueblo ha-bía permanecido inmóvil cuando los acontecimien-tos parecían dar tregua, conservaba entera su viri-

    lidad para el dia de la desesperación. Castilla, León,Andalucía y Extremadura se sublevaron al mismotiempo; cada hombre se procuró un mosquete, ylos aliados no fueron dueños sino de la tierra quepisaban. El soldado enemigo que se aventuraba á100 metros del ejército de invasión corría gravísi-mo peligro de morir cosido á puñaladas: la parteque habían eruzado los conquistadores al dirigirseá Madrid y que creían haber sometido, estaba enarmas á sus espaldas; y mientras la comunicacióncon Portugal se hacía imposible para las tropasaliadas, el dinero comenzaba á afluir en abundanciaal Tesoro del fugitivo rey.

    En tanto que los castellanos se armaban en todaspartes para defender la causa de D. Felipe, losaliados la servían con toda eficacia, cometiendocada dia nuevas y mayores faltas. Galway permane-cía en Madrid, donde sus soldados se abandonabaná la más desenfrenada licencia y tenían llenos deenfermos los hospitales; Carlos estaba en Cataluña,sin adelantar un paso, haciendo vida muelle y pala-ciega; y Peterborough, que había tomado á Requenay quería dejar á Valencia para dirigirse á Madrid áoperar su reunión con Galway, se vio contrariadopor el archiduque, opuesto al proyecto. Peterbo-rough, entonces, permaneció en su ciudad predi-lecta, á orillas del Mediterráneo, leyendo á Cervan-tes, dando bailes y comidas, procurando inútilmen-te divertirse con el espectáculo de los toros, y nohaciendo en vano el amor á las valencianas.

    Al cabo se dirigió hacia Castilla el archiduque, ymandó á Peterborough que fuese á encontrarlo enMadrid. Mas ya era tarde, porque Berwick habíaobligado á Galway á evacuar la capital; y cuandotodas las fuerzas de los aliados estuvieron reunidasen Guadalajara, se hallaron inferiores en número álas del enemigo.

    Peterborough concibió entonces un plan para re-cuperar la capital; pero lo rechazó el archiduque,y esto puso el colmo á la impaciencia que ya sentíael susceptible y vanidoso héroe; que á Peterbo-rough le faltaba por completo la calma y la sere-nidad de carácter que permitió por tanto espacio áMarlborough marchar siempre de acuerdo con Eu-genio, sufriendo, además, sin parecer contraria-do, la fatigosa intervención de los comisEirios ho-landeses. Pidió, pues, permiso para dejar el ejér-cito, y habiéndosele concedido, inmediatamentepartió para Italia. Carlos, para cubrir las aparien-cias de su viaje con algún pretexto plausible, lo en-cargó de hacer en Genova un empréstito sobre elcrédito de las rentas de España.

    Desde aquel momento hasta la conclusión de lacampaña, la fortuna se mostró contraria á la causadel archiduque. Berwick, que había situado su ejér-cito entre los aliados y las fronteras de Portugal,

  • N.° 4 32 MACAULAY. GUERRA DE SUCESIÓN EN TIEMPO DE FELIPE V. 303

    dio lugar á que estos se retirasen á la provincia deValencia, no sin dejar antes en poder del enemigo10.000 prisioneros, lo cual fue un golpe terriblepara Carlos.

    Durante el mes de Enero de 1707 Peterboroughllegó á Valencia, de vuelta de Italia, no como ge-neral, sino como simple soldado voluntario; y ha-biéndosele pedido su parecer, manifestó juciosa yprudentemente que, según él, no debía empren-derse ninguna operación ofensiva contra Castilla,siendo, por el contrario, más fácil defender de lasarmas de D. Felipe Aragón, Cataluña y Valencia,porque los habitantes de estas diversas provinciasde España eran fieles á la causa del archiduque yresistirían á las tropas del Borbon. En cuanto á loscastellanos, su entusiasmo sería tal vez pasajero, ymás si el gobierno de D. Felipe cometía impruden-cias y actos impopulares; y si algún contratiempoen los Países Bajos obligaba á Luis XIV á retirarsus ejércitos de la Península, entonces sería lle-gada la ocasión de intentar un golpe decisivo.

    Estos consejos fueron desechados, y Peterbo-rough, que había ya recibido de Inglaterra orden deregresar á su patria, partió antes de abrirse lacampaña, y con él abandonó la victoria á los alia-dos. Pocos generales habrían hecho tanto como élcon tan débiles recursos, y casi ninguno hubieradesplegado tanta originalidad y atrevimiento. Elconde poseía en gran manera el arte de conciliarsela voluntad de los que sometía, si bien no alcan-zaba de igual modo el afecto de los que le auxilia-ban en el vencimiento. Catalanes y valencianos loadoraban, pero lo detestaba el príncipe, á quiencasi había hecho rey de una dilatada monarquía, ylos generales, que habían expuesto en la mismaaventura que él su reputación y su fortuna. Porotra parte, el gobierno inglés no podía compren-derlo, y se explica hasta cierto punto que asífuera, y que no se le creyese dotado del gran juicioque poseía realmente en fuerza de la rara origina-lidad de su carácter. Un general que tomaba plazasfuertes con caballería, que trasformaba precipita-damente en jinetes á centenares de infantes, quese procuraba las noticias políticas más secretas ygraves sobre todo por medio de intrigas amorosas,y que llenaba sus despachos de anécdotas y epigra-mas, podía, á decir verdad, poner en cuidado á losministros ingleses, y antojárseles peligroso ó impo-lítico por extremo que la dirección de la guerra deEspaña estuviera en manos de un hombre tan ligeroy tan romántico. En consecuencia, confiaron elmando del ejército á lord Galway, experto vete-rano, que era en el arte militar lo que en medicinalos doctores de Moliere, y que reputaba mucho máshonroso fracasar en regla que alcanzar la victoriamerced á cualquiera innovación. Dicho se está que

    no se habría perdonado nunca Galway la toma deMontjuicli por medios tan singulares como los quepuso en juego Peterborough para conseguirla. Estegran general, pues, condujo la campaña de 1707 dela manera más científica. Encontró al ejército deD. Felipe en la llanura de Almansa; dispuso sus tro-pas con arreglo al método prescrito por los mejoresestratégicos, y en pocas horas perdió, perfecta-mente en regla, 18.000 hombres, 120 banderas,todo el bagaje y la artillería. Los reinos de Aragóny Valencia fueron también conquistados por losfranceses, y al terminar el año, la montañosa Cata-luña era la única parte de España que permanecíafiel á D. Carlos.

    Todo hacía presentir desde tiempo atrás un pró-ximo desastre en España: el príncipe era ingrato,el ejército estaba indisciplinado, el Consejo divi-dido, y la envidia y las intrigas triunfaban del ver-dadero mérito al ser relevado un hombre de geniopara confiar á pedantes y á holgazanes la autoridadsuprema. La batalla de Almansa decidió de la suertede España: para reparar tamaño desastre apenashubiera bastado la superior inteligencia de un Marl-borough ó de un Eugenio, y Stanhope y Starem-berg distaban mucho de ser estos dos grandes cau-dillos.

    Stanhope, que tomó el mando del ejército inglésen Cataluña, era un hombre dotado de facultadesmuy apreciables en la guerra y en la vida civil, peromás á propósito, á nuestro parecer, para ocupar elsegundo puesto que no el primero. Lord Mahon nosdice á este propósito con su habitual franqueza unacosa que ignorábamos todos, y es que el hecho dearmas sobresaliente en la vida de su antepasado,la conquista de Menorca, le fue sugerido por Marl-borough. Staremberg, táctico metódico de la es-cuela aleíhana, fue enviado por el emperador paramandar en España, y bajo su dirección se sucedie-ron dos lánguidas campañas, durante las cuales nin-guno de los ejércitos beligerantes hizo nada dignode ser mencionado, como no sea que ambos sufrie-ron ¡as mayores privaciones y más grandes necesi-dades.

    En 1710 resolvieron los jefes de las fuerzas alia-das continuar las operaciones con la energía posi-ble, y al efecto entraron en campaña verificandouna marcha verdaderamente audaz: avanzaron enAragón, deshicieron en Almenara á las tropas deFelipe V, las derrotaron de nuevo en Zaragoza, ymarcharon sobre Madrid. Por segunda vez le fueforzoso al rey abandonar su capital. Los caste-llanos se armaron con el mismo entusiasmo queen 1706; los conquistadores hallaron desierto á Ma-drid; sus habitantes, ó abandonaron la población, óse cerraron en las casas para no rendir el menorhomenaje al príncipe austríaco. Y mientras los par-

  • 304 REVISTA EUROPEA.- DE SETIEMBRE PE 1876. N.° 132tálanos de D. Carlos se veían en !a necesidad dealquilar chiquillos que lo aclamaran en las calles,la corte de D. Felipe se veía en Valladolid llena denobles y prelados. Treinta mil personas siguieron alrey de Madrid á su nueva residencia, y las damasde las primeras familias, antes que ver al austríaco,hacían el camino á pié. Con esto crecía el entu-siasmo, y el amor á D. Felipe aumentaba cuanto sehacía odioso su contrario, y la gente del campoacudía á millares á ponerse bajo las banderas deBorbon, y el pueblo proveía en abundancia de di-nero, armas y municiones de boca, y Madrid se veíabloqueado, y destruidos los campos vecinos porescuadrones de caballería irregular, y los aliadosno podían ni enviar un despacho al reino de Ara-gón ni traer provisiones á la capital, ni el archidu-que, sin gravísimo riesgo, cazar en las cercaníasdel palacio que habitaba.

    Stanhope quería invernar en Castilla; mas en elconsejo de guerra que se celebró al efecto, sólo élfue de este parecer, y, á decir verdad, no es fácilexplicar cómo hubieran podido sostenerse los alia-dos en el país en estación tan poco favorable y en-Lre tan resueltos enemigos. Y como la seguridadpersonal de Carlos era la preocupación constante yprincipal de sus generales, en el mes de Noviembresalió para Cataluña con fuerte escolta de caballería,comenzando en Diciembre á retirarse el ejércitohacia el reino de Aragón.

    Entonces los aliados tuvieron que habérselas conel duque de Vendóme, famoso caudillo á quien elrey de Francia había confiado el mando de los ejér-citos de la Península. Era el duque renombrado porla suciedad de su persona, la brutalidad de sus ma-neras, la grotesca bufonería de su conversación yla impudencia con que se abandonaba al más gro-sero é innoble de los vicios. Y era tan grande supereza, que en medio de una ruda campaña y ro-deado de peligros, se le vio pasar dias enteros sinmoverse de la cama. Había costado su apatía nopocos y graves reveses á la casa de Borbon; perocuando una circunstancia cualquiera determinabaen él una reacción y lo despertaba de su letargo,desplegaba tantos recursos y tanta energía y pre-sencia de ánimo como después de Luxemburgo noíiabía demostrado ningún general, y desquitaba conlusura lo perdido.

    En aquella crisis, Vendóme se mostró digno de lafama que gozaba como capitán ilustre. Partió de Ta-lavera con sus tropas, y comenzó á perseguir á losaliados que iban en retirada con una rapidez sinigual en aquella estación y en aquel país; y de estasuerte, marchando noche y dia, pasó á la cabeza desu caballería el rio Henares, y al cabo de pocos diasalcanzó á Stanhope, que se hallaba en Brihuega conel ala derecha del ejército aliado. «Ninguno de nos-

    otros, dice ol general inglés, sospechaba siquieraque se hallasen á algunas marchas de distanciacuando los vimos; así que debemos nuestra desgra-cir á' la increíble diligencia de sus tropas.» Stanho-pe no tuvo tiempo sino para enviar un mensajeroal centro de su ejército, que se hallaba á algunasleguas de Brihuega, cuando Vendóme cayó sobre él.Atacó la población por todas partes; hizo jugar laartillería, y voló edificios por medio de minas: losingleses sostuvieron un fuego terrible mientras tu-vieron pólvora; luego pelearon á la bayoneta de-sesperadamente contra fuerzas superiores, llegandohasta á incendiar las casas que habían ocupado losde D. Felipe; pero todo fue en vano; y compren-diendo el general inglés que la resistencia sería in-útil, concluyó una capitulación, y sus valientessoldados quedaron prisioneros de guerra bajo muyhonrosas condicione».

    Acababa el de Vendóme de firmar la capitulacióncuando supo que Staremberg llegaba en auxilio deStanhope, y se preparó en seguida para la batalla.En efecto, al dia siguiente de la rendición de losingleses, tuvo lugar la sangrienta batalla de Villa-viciosa, en la cual, si bien quedó Slaremberg pordueño del campo, Vendóme reeogió el fruto de lajornada. Los aliados clavaron su artillería, retirtedose hacia la parte de Aragón; mas, hostilizadosallí por el caudillo francés y las guerrillas que losseguían, sin dejarles un momento de reposo, huye-ron á Cataluña, en ocasión precisamente que unejército enemigo desembocaba del Rosellon y la in-vadía, lo cual puso al general austríaco en la necesi-dad de refugiarse en Barcelona con 6.000 hombres,abatidos ahora de espíritu y de cuerpo, y no hacíamucho pertenecientes á un ejército victorioso ygrande. La ciudad condal era casi la única pobla-ción de España que acataba todavía la autoridad delarchiduque.

    D. Felipe se hallaba entonces en Madrid más se-guro que su abuelo en Paris. La esperanza de con-quistar la península española estaba perdida; perono de rendirla en otras partes, en que la casade Borbon se hallaba reducida á la última extremi-dad. Los ejércitos franceses habían sufrido unaserie de grandes derrotas en Alemania, Italia y losPaíses Bajos; un ejército inmenso, exaltado por unaserie de triunfos señalados, y dirigido por los pri-meros capitanes del siglo, se hallaba en las fronte-ras de Francia; y Luis XIV, forzado á humillarse antelos conquistadores, llegó hasta el punto de ofrecerel abandono de la causa de su nieto, lo cual recha-zaron todos, sin advertir que los acontecimientospodían de un momento á otro cambiar de aspecto,como así fue.

    En Inglaterra, la administración que había co-menzado la guerra contra la casa de Borbon se

  • N." 132 MACAULAY. GUERRA DE SUCESIÓN EN TIEMPO DE FELIPE V. 305componía do torys; pero la guerra era whig, y cons-tituía la obra favorita de Guillermo, el rey tvhig.Luis XIV la había provocado reconociendo comosoberano de Inglaterra a un príncipe odioso princi-palmente al partido liberal, y este acto habíacolocado á la nación en actitud decididamente hostilá la única potencia que podía prestar auxilio eficazal pretendiente. Aliada la nación á un Estado repu-blicano y protestante que había contribuido á larevolución y se hallaba dispuesto, además, á garan-tir el Acta de establecimiento; viéndose Marlboroughy Godolphin más y mejor apoyados por sus antiguosadversarios que por sus amigos de antaño, y con-vertidos, poco á poco, á las opiniones de los whigsaquellos de los ministros que más querían la guer-ra, los demás se retiraron, siendo reemplazados porwhigs. Cowper fue nombrado canciller, y, á despe-cho de la justificada antipatía de la reina Ana,Sunderland obtuvo la cartera de Estado. Aún fuemas radical el cambio á la muerte del príncipe deDinamarca, porque Wharton pasó á la lugartenenciade Irlanda, y Somers á la presidencia del Consejo,quedando entonces por completo la administraciónen manos del partido de la baja iglesia.

    En 1710 tuvo lugar un cambio más brusco y com-pleto aún. En el fondo de su corazón, la reina Anahabía sido siempre tory; y así como sus sentimien-tos religiosos se hallaban de todo punto conformescon los principios de la Iglesia establecida, y susafecciones de familia la inclinaban á favor de suhermano desterrado, sus instintos egoístas la pre-disponían á fomentar los planes de los defensores dela prerogativa. El afecto que profesaba á la duque-sa de Marlboreugh era la más sólida y grande ga-rantía de los whigs; pero, andando el tiempo, aquelcariño se convirtió en odio profundo; y mientras elpoderoso partido político que por tan laígo espaciohabía gobernado los destinos de la Europa ora ob-jeto de la guerra sorda y sostenida que le hacíanalgunas damas de la servidumbre de Saint-James,iba a estallar una violenta tempestad sobre la na-ción con motivo de las indiscretas y necias pala-bras pronunciadas en un sermón por cierto fanático,y que iban dirigidas á condenar los principiosrevolucionarios. Porque, aun cuando los individuosmás prudentes del gobierno se inclinaban á dejarpasar como desapercibido el discurso del predica-dor, inflamado Godolphin del celo de los whigsnuevamente convertidos, y exasperado, sobre todo,con el mote que le aplicó el buen padre desde elpulpito, insistió con singular empeño en que eleclesiástico fuese llevado á los tribunales, y, ha-biendo prevalecido su opinión sobre la del sabio yamable Somers, que se oponía, tuvo lugar el pro-ceso. El doctor fue condenado; pero sus acusad