revista mundo no 24 - vladdo

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Revista Mundo No 24 - Vladdo . Publicación de Galería Mundo.

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VLADDO

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Director

Gerente

Comercial

Fotografía

Concepto Gráfico

Asistente diseño Gráfico

Preprensa

Asistente

Portada

Distribución

Fotografía de Vladdo realizada en Galería MUNDO en enero de 2007

Bogotá : Juan Carlos Castillo / Galeria MundoMedellín: Augusto Restrepo / BIBLOS Libreria de arte

D’VINNI LTDA

MUNDO

Ezequiel Villa

Juan Carlos Castillo

MUNDO

MUNDO

Tatiana Paris

Juan Manuel Salas

Carlos Salas

Impresión

Carrera 5 No. 26A - 19Tel. (571) 2322408 - 2322467

Torres del ParqueBogotá / Colombia

[email protected]

ISSN 757 1657- 8546Hecho en Colombia

Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio gráfico, mecánico o eletrónico, conocido o por conocer, sin autorización previa y escrita de PROYECTO ARTÍSTICO MUNDO S.A.

Coordinación editorial Julia Mariana DíazRevista 24 Febrero 22 de 2006

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EditorialPor Carlos Salas

En las distintas monografías que revista MUNDO ha dedicado a artistas se ha procurado incluir diferentes etapas de su trabajo, que en algunos casos ha sido de largos años. En este número dedicado al caricaturista Vladdo, lo que venía siendo una mirada a una historia personal, se transforma en la de los sucesos ocurridos en las últimas décadas. Esto es un reflejo de lo que diferencia la labor de un artista a la de un caricaturista.Vladdo anota que Botero respondió indignado a uno de sus apuntes cargado de ironía acerca de su obra: “No confunda, esto es arte”. Esta anécdota invita a la reflexión. Entre las más recientes obras de Botero encontramos algunas en las que representa, con su particular estilo, hechos que han golpeado a la opinión pública. Con ellas, a través de la pintura, intenta avivar la memoria, como lo hace el historiador con la palabra. Podríamos pensar que es justamente lo mismo que viene haciendo Vladdo desde hace unos años. ¿Dónde radica la diferencia?En su presentación pública las obras de arte mantienen su autonomía aunque hayan sido divulgadas por los medios impresos, como es el caso de la tan publicada serie de Abu Ghraib, de Botero. Mientras que los dibujos de Vladdo parecieran condenados a la “perenne” permanencia de los medios.Pero en una época en que el arte ha perdido protagonismo y cuando la información, así sea dada para el olvido, ha ganado el favor del público, las jerarquías que colocan al arte por encima de otras manifestaciones pierden validez.Vladdo cuenta con un agudo sentido crítico unido a su capacidad de convertir al dibujo en una herramienta eficaz y a la versatilidad que caracterizan su personalidad y su trabajo. Esto lo ha llevado a ser protagonista de su época.

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Por Julia Mariana Díaz

Ni te embarques

“Vaya al periódico La República, allá no tienen caricaturista, lo pueden contratar”.

Le hice cuatro dibujitos y se los entregué.

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Algunas cosas se prevén después de escuchar la narración que el mismo Vladdo hace sobre cómo salió publicada por primera vez una caricatura de su autoría en la prensa. Tal parece que con el relato algunos podrían ter-minar creyendo en agüeros.Acá están los detalles. Según cuenta, hace un poco más de dos décadas, cuando él era un joven egresado de diseño pu-blicitario que trabajaba en una compañía de finca raíz, recibió una oportuna sugerencia:

Y la frase, que se la dijo una ex compañera de clase, la vino a recordar Vladdo mucho tiempo después, cuando por casualidad se encontraba en una una notaría que quedaba en la misma cuadra de las oficinas de ese diario, entre otras cosas fundado en 1954 bajo iniciativa de Mariano Ospina Pérez. Por eso cruzó la calle, entró y consiguió hablar con el subdirector: El tipo me dice: usted dónde ha trabajado y yo que en ninguna parte. ¿Tiene un portafolio? y le dije no. Me dice que bueno, que traiga después unos dibujos y los miramos. Yo muy responsablemente le dije que más bien me diera una hoja y yo se los hacía de una vez.

Se fue, después volvió y me dijo: mañana lo recibe el director a las 8:00 a.m.”. Según se sabe, Vladdo le cumplió la cita a Rodrigo Ospina Hernández para quedar contartado al otro día. Y de acuerdo a la fecha de su debut en los medios, miércoles 14 de marzo de 1986, eso tuvo que ser un martes 13: “Lo primero que hice fue una tontería de Barco, algo sobre las elecciones”. Martes ni te cases ni te embarques. Perfilando al expresidente Virgilio Barco por un monto de $300, en 1986, empezó su trayecto de veinte años más de trabajos continuos en los más importantes medios del país.Contando con que hoy tiene tres premios nacionales de periodismo y uno de Excelencia de la Society for News Design, parece que, aparte de la baja tarifa que le tocó aguantar como principiante, a Vladdo su inscripción como nauta del periodismo, en esa fecha premonitoria, no le ha significado mala suerte a él sino a los muchos que ha retratado sin benevolencia: presidentes, ministros y otros tantos miembros de nuestra particular clase dirigente.

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Desde hace veinte años los colombianos

han podido ver los hechos y personajes

de la heterogénea realidad nacional

a través de su mirada particular.

Columnista, caricaturista,

diseñador gráfico y director de medios, nació en Armenia y parece que le debe

su nombre a Ilich Ulianov. Apartes para

un perfil de Vladimir Flórez, Vladdo.

Cada gobierno tiene un estilo distinto y su manera de meter la pata.

Sin embargo, valga la aclaración, no siempre las cosas han sido así de perfectas para Vladimir Flórez, dueño de la firma. Precisamente algo de eso sugiere él mismo cuando dice: “Qué tal el obsequio de mi padres”, refiriéndose a su nombre, que debió ser heredado de Lenin, Vladimir Ilich Ulianov, según los comentarios que se dan en medio de una entrevista que le hacen en su apartamento en Bogotá. Ahí en su recinto, mientras afuera llueve duro y en algún punto de la ciudad colapsan las estaciones de bus, Vladdo recuerda otra cosa que viene al caso: “Gracias a que no he permitido que me exijan una línea editorial he logrado que me echen de varias partes, pero es la única forma de trabajar hoy por hoy.

No es que haya uno que me guste y otro que no, sino que todos dan papaya. Igual hay unos que me gustan menos que otros”, afirma.Luego, desde una silla azul cambia el track de la banda sonora de La Pasión de Cristo que hasta el momento ha servido de fondo. Lo hace con el mismo aparato con el que otro día había estado alternando clásicos ochenteros.

“Me encantan todas estas cositas”, Dice con ojos abiertos tras las gafas, mientras muestra un minúsculo artefacto que tiene en la mano: los gadgets, la tecnología, como el periodismo escrito y el diseño de medios también han sido sus otros temas de ocupación.Decía Arturo Alape, recientemente fallecido escritor y pintor caleño, entre otras cosas autor del libro de historia con mayor número de ediciones en Colombia, que no había diferencia entre el color y la palabra, y que no entendía por qué siempre le reclamaban que se dedicara a una de las dos cosas.“Si la mayoría de los periodistas ahora son políticos, además son padres de familia y tienen amante, ¿por qué uno no puede desarrollar todas sus inclinaciones artísticas?”, repetía el también llamado Carlos Arturo Ruiz.Y parece que eso es lo que ha hecho Vladdo: darle cuerda a sus pasiones e intereses, sean artísticas o no.

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“No confunda, esto es arte”, dice que le dijo un día Fernando Botero ‘alzando el dedo’, porque él le había sugerido que algo de la obra del conocido pintor tenía que ver con la caricatura. En tal caso, dice que él no se mete en esas reflexiones, que se las deja a los teóricos y que las cosas son arte en la medida que estén bien hechas.Además de dibujar para El Tiempo, El Siglo, El Espectador, El País y las revistas Cromos, Credencial, Diners y Semana, en esta última se ha hecho célebre desde 1994 con su ‘Vladdomanía’, ha sido columnista, diseñador y director de medios, entre otras cosas.

Es autor de tres libros de caricatura editorial y política y de tres tomos sobre el personaje que creó en 1997, de quien siempre ha dicho que está diseñada para que lo mantenga: Aleida.Fue durante tres años director creativo de la revista Semana y ha sido consultor de diseño para publicaciones como Gatopardo, Soho, Cromos, Poder y Loft; Los diarios El Espectador, El Universo, de Guayaquil, y el diario Las Américas, de Miami. En esa ciudad fue director creativo de la revista Poder, entre los años 2000 y 2004. Y ha sido columnista y editor de tecnología en la revista Enter, Poder y Semana.

El también coordinador de la Sociedad de Diseño de Noticias en Colombia, es padre de Sofía, aficionado a los gadgets, a los tangos, a los Rollings, recién exiliado de Portafolio y fundador de Un Pasquín, periódico antiuribista con un tiraje de 5.000 ejemplares que él mismo financia. Y que hace poco celebró su primer aniversario.“El propósito de mi posición antiuribista es de alguna forma denunciar ciertas conductas con las que no estoy de acuerdo, con las que no coincido. Desenmascarar muchas cosas que el Gobierno disfraza de tal o cual manera para mostrar otra perspectiva. Yo creo que lo más importante es que uno pueda interpretar el sentir del lector.Los caricaturistas pueden ser simplemente bufones o payasos o poner a la gente a pensar. Acá lo relevante es que con mi trabajo muchos de los lectores encuentran material para reflexionar”, afirma y después se disculpa para retirarse un momento.Luego se sienta detrás de la pantalla de un MAC portatil que hay sobre un mesón. Mientras teclea muy concentrado, hay tiempo de detallar que en su recinto se destaca una biblioteca amplia, algunos títulos con letras grandes: Rembrandt, The Complete Films of Alfred Hitchcock, El Gran Libro del Desnudo, Manzur, Alejandro Obregón ¡A la visconversa!, Icons of Arts, The 20th Century.

También hay una vieja máquina de escribir marca Continental y detrás de ella un ejemplar de Le Petit Journal, Supplément Illustré, septiembre de 1891. Detrás de una columna, tres paquetes de Un Pasquín en el piso, en los que se alcanza a ver una foto del presidente Uribe “muy integrado a sus homólogos Chavez, Morales y Correa”. A la entrada, un afiche de los Rolling Stones, Bridges to Babylon, y sobre la repisa, un Superman grande y un dibujo que él hizo de Jesucristo sobre una lámina con el logo de la compañía de Steve Jobs en el centro: manzana roja mordida en lugar de un corazón.

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Existe la posibilidad de que la manía de reírse

del prójimo sea tan vieja como la humanidad y de que en ella se encuentre el origen de la caricatura.

Entre otras bagatelas, la capacidad de burla distingue al hombre de los demás animales. Es, que duda cabe, una muestra de inteligencia. La primera vez que un

ser humano se carcajeó no hay duda de que selló, con sus risotadas, una de esas etapas abstrusas en la espinosa evolución de la especie. Ese primer indicio de júbilo debió de haber sido causado por una mueca de la compañera de turno, o por alguna idiotez que masculló un vecino de caverna, o por un resbalón del dictadorzuelo de la tribu o, incluso, por la cabriola de algún un estegosaurio. La risa guarda una estrecha relación con la capacidad de burla; tal vez por eso, Platón decía que “abandonarse a ella provoca un fuerte descomposición del alma” y agregaba que “es vulgar e intolerable”. Por fortuna otros filósofos de su tiempo, tal vez más dispuestos a permitirse una broma de vez en cuando, no le dieron mayor trascendencia al asunto. Aristóteles consideraba lo cómico “indoloro e inocuo y de ninguna manera vulgar o repugnante” y a un discípulo suyo, a Teofrasto, le parecía válida la diversión por lo cual se aproximó, sin el menor indicio de censura, a una de las muchas definiciones posibles de caricatura al afirmar que “lo cómico es algo popular que representa la vida cotidiana...”En todo caso, existe la posibilidad de que la manía de reírse del prójimo sea tan vieja como la humanidad y de que en ella se encuentre el origen de la caricatura. Aunque no es fácil imaginar a los primeros padres hostigando saurios u otras bestias prehistóricas entre carcajadas, y sin intención de abrir una polémica sobre la caricaturización de los bisontes o de los cazadores del paleolítico, no deja de ser significativo que algunos tratadistas hayan detectado en las cuevas de Lascaux o de Altamira los primeros vestigios de esa representación incisiva de unos personajes o de unos sucesos. Además, la mera observación permite concluir con que en el arte africano, en la estética pre-colombina y en las manifestaciones de otras culturas primitivas se vislumbran copiosos indicios de esa forma de chanza que, tal y como la define el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, es “un dibujo satírico en que se deforman las facciones o el aspecto de una persona” o “una obra de arte que ridiculiza o toma en broma el modelo que tiene por objeto”. En Egipto, en los tiempos de la XVIII dinastía, aparecieron en las murallas de Tebas, como consecuencia de las no de-masiado populares reformas de Akenatón, unos graffiti que, con el fin de escarnecerlos, representaban de manera grosera al rey y a Nefertiti. De ninguna manera se trató de un hecho aislado puesto que en varios papiros de la dinastía XX, tal y como puede observarse en museos como el Británico o el del Cairo, se representaron animales tocando instrumentos en un ambiente cortesano y escenas como la de una rata sentada en un trono recibiendo una ofrenda de manos de un gato, ante la mirada de otras congéneres ataviadas con atributos exclusivos de la realeza. ¿Por qué se pretendería comparar a Nebmaat Ramses o a Khepermaat Ramses o a cualquiera otro de los faraones de un linaje emparentado con los dioses, según se creía, con un mamífero de alcantarilla? No se sabe y para los efectos no tiene la menor importancia. De lo que no cabe duda es de que en las orillas del Nilo, al menos durante las últimas dinastías, fue habitual lanzarle alfilerazos al poder y, por supuesto, las pullas dibujadas no podían faltar en una cultura que fue sobre todo gráfica, si se tienen en cuenta los jeroglíficos. En el arte griego no es extraño toparse con suculentas grafías

burlescas. A pesar de las doctrinas de Platón, sus compa-triotas no le pararon bolas a lo que, sin titubeo, olía a intento de represión y, demócratas como eran, produjeron profusos escarnios pictóricos con el fin de que la gente se solazara. En la decoración de numerosas vasijas se representaron los héroes de la mitología y los dioses del olimpo con cabezas de animales o en medio de algún remedo de las leyendas que los hicieron célebres. Los pintores de cerámica tenían toda la libertad de expresarse y no tardaron en incorporar en sus ornamentaciones ciertas escenas procaces que incluyeron trances funcionales, sin duda risibles a pesar de un carácter escatológico, y un amplio surtido de representaciones eróticas, tal vez más interesantes que chistosas pero de todas maneras ocurrentes. En lo que a la pintura se refiere, Aristóteles cita a un tal Posón como “pintor malévolo” y Aristófanes, sobre el mismo personaje, dice: “No volverás a ser el juguete del infame Posón”, lo que hace pensar que existió una cierta tendencia al sarcasmo pictórico aunque no hayan quedado vestigios para soportar la hipótesis.A pesar de los riesgos que señalaban los cacicazgos y otras formas de vida poco liberales, los artífices del mundo precolombino dejaron objetos que podrían calificarse como caricaturas “de bulto”. Hay figuras antropomorfas y otras con cabezas de animales cuya intención es satirizar al sujeto a quien representan mediante la exageración de sus muecas o, incluso, de sus defectos físicos. No hay razón para pensar

que estas piezas no hubiesen sido inspiradas por los tiranuelos que, si se percataron del sarcasmo, debieron de escarmentar a los artistas en vista de que no hay muchos poderosos con la inteligente capacidad de reírse de si mismos y menos aún con la de permitir que otros se carcajeen de ellos. Para comprobar la teoría basta con registrar los objetos infamantes, que se hallan en museos especializados desde en el México

de los Chichimecas, Olmecas, Toltecas, Aztecas y Mayas hasta en el Perú de las culturas preincaicas o en la Bolivia de las ruinas Tiwanaku. Para no ir más lejos, un enjambre de piezas Tumaco, de Colombia y de Ecuador, dan fe del asunto. Sin contar con los prototipos relacionados con un erotismo sacado de calcillas, susceptibles de producir sonrisas de complicidad y hasta de envidia.En Roma lo satírico invadió muchas manifestaciones ar-tísticas. Abundan las figurillas de bronce y de otros materiales esculpidas con una intención mordaz y, en otros casos, erótica. La costumbre, también bastante extendida, de adornar algunas piezas de terracota con chanzas pudo haber sido copiada de los asentamientos griegos de Sicilia, aunque cabe la posibilidad de que se imitaran los monigotes que se acostumbraba a poner sobre ciertos jarrones etruscos que tenían la función de hacer reír. Las esculturas jocosas pertenecen, por su parte, a la tradición imperial y tienen, como la de Caracalla que está en el Museo de Avignon, la doble intención de escarnecer y de recrear, al igual que una serie de curiosas efigies de bufones que se consideran precursoras de ciertos caracteres de la comedia del arte. Las representaciones pornográficas, con el propósito de divertir, no son escasas. No obstante, los mejores ejemplos de la obscenidad gráfica se encuentran en los frescos y en los mosaicos. En Herculano se halla un mural donde unos cuantos monos se mofan de las costumbres de la época, y en las ruinas de Pompeya hay mosaicos que satirizan no sólo la vida cotidiana sino los cultos paganos y los dogmas cristianos. Hay dos de sobra conocidos: un virulento Juicio

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Apuntes para una historia de la caricaturaPor Fernando Toledo

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“es preciso a veces a copiar los rasgos completos, aunque

éstos sean deformes, e incluso exagerarlos con el objeto de oponer mejor lo bello a lo feo para que el

contraste produzca un mayor poder emotivo”.

de Salomón y un Asno Crucificado con la frase “Alexamenos adora a Dios”. La abundante pornografía que se halla en las ruinas de la ciudad es, que duda cabe, una de las atracciones más fotografiadas por los visitantes de las migajas que dejó la brusquedad del Vesubio.La Edad Media, sobre todo la alta, fue una época de austeridad. Alrededor del año mil la tan cacareada proximidad del fin del mundo alcanzó a producir un pánico colectivo y el consiguien-te ataque de severidad confesional. Las parodias, si bien no estuvieron del todo ausentes de las grafías, tomaron unos rumbos inesperados. Los artistas que ilustraron los códices y los libros de horas, los que decoraron los recodos de las iglesias y quienes concibieron los grandes vitrales ridiculizaron las imperfecciones para simbolizar el pecado y los defectos de índole espiritual. Se trataba de una suerte de caricaturas que pretendían tener un sentido edificante sobre temas como el demonio, la muerte, los yerros y otros tópicos relacionados con la doctrina. Un inconfundible ejemplo de la parodia medieval son los bestiarios ilustrados, tan característicos de la época, en los que es inevitable que, sin perder de vista su condición simbólica y moral, se vislumbre una cierta chocarrería. O al menos eso parece desde este siglo XXI. Una vez superada la presunta inminencia del fin del mundo, empieza a aparecer, de vez en cuando, en algunas ma-nifestaciones artísticas del medioevo, un cierto sentido del humor que, dicho sea de paso, no debió de ser muy bien recibido por la imperante arbitrariedad tanto política como eclesial. Valga recordar los cerdos bailando de los capiteles de la catedral Chartres, algunas figuras del libro de horas del buen duque de Berry y los burros que predican en los púlpitos en unas cuantas ilustraciones más bien crípticas. Sin excluir, por supuesto, las piezas que, para consentir el reposo del trasero de los sochantres en las largas vigilias, se tallaron bajo la silletería de algunos coros españoles. Allí se encuentran imágenes nada ortodoxas, sarcásticas y aún escatológicas. Y a propósito de España, ¿no tienen acaso un talante caricaturesco las gigantescas representaciones de San Cristóbal, conocidas como “Cristobalones”, que todavía se ven en no pocas catedrales ibéricas? El Renacimiento, a pesar la inevitable supervivencia del feudalismo, representó una liberalización del pensamiento y un regreso a los modelos clásicos. La estética de Roma y de Grecia se convirtió en el último alarido de la moda y la im-prenta favoreció la difusión de toda suerte de ideas. La burla pasó a ser un ardid válido para exorcizar el oscurantismo como lo demuestran las caricaturas de cardenales realizadas nada menos que por el Bernini, uno de los artistas oficiales de la curia vaticana. En el ámbito de lo popular surgieron una suerte de cómics, Aleluyas los llamaban, que eran caricaturas en el sentido formal de la palabra. Mientras tanto, en la obra de los grandes pintores se revelan a menudo rasgos grotescos, imposibles de inventariar por lo prolíficos. Valga recordar a guisa de ejemplo El jardín de las delicias y La carreta de Heno de El Bosco, y el conjunto conocido como El martirio de Nataglio degli onesti o el retrato de Juliano de Medici, ambos de Boticelli; es inevitable advertir el tono jocoso que los artis-tas consiguieron otorgarle a varios personajes, algunos de ellos tan contradictorios como la muerte o los señores de la alta burguesía. ¿Qué decir de la obra de retratistas como Alberto Durero, Hans Holbein o de pintores como Brueghel el Viejo?

En muchos de sus trabajos se nota la intención de escaldar a los modelos y de resaltar, sin piedad, lunares, barbillas, bubones, arrugas, bizqueras, miradas perdidas o marcas en general que le otorgan a los retratados una individualidad de todas maneras sandunguera.Leonardo Da Vinci, amén de haber sido él mismo un socarrón como lo prueba su archiconocido retrato burlesco de mujer, en su tratado sobre la pintura, se refiere a lo que todavía nadie denominaba caricatura. Asegura que “es preciso a veces a copiar los rasgos completos, aunque éstos sean deformes, e incluso exagerarlos con el objeto de oponer mejor lo bello a lo feo para que el contraste produzca un mayor poder emotivo”. De hecho, es en el Renacimiento cuando empieza a gestarse la etimología del término “caricatura” que viene de la denominación de los Ritratti Carichi o retratos sobrecargados. Imposible dejar de mencionar, ya en el cincueccento, a Giu-seppe Arcinboldo, pintor de la corte de Praga en cuyos retratos y bodegones, con una insoslayable condición de bufos, apa-recen figuras fundadas en el exceso casi surrealista, y desde luego cómico, de flores, frutas, verduras y animales.En el periodo barroco, en los trabajos de los grandes maestros se descubren con frecuencia una multitud de huellas a veces muy sutiles y otras no tanto de lo que podría denominarse un principio, de todas maneras tenue, de caricaturización. En las obras de Antonio Moro, de Rembrandt, de Caravaggio, de Ru-

bens o de Velásquez, con el prognatismo de los personajes de la Casa de Austria en el caso de este último, se hace más o menos evidente la agudeza. A veces a partir de un ligero esguince de la realidad, otras como una distorsión más notable que tiene por objeto hacer axiomática la sátira. El énfasis en el rasgo concluyente, en el gesto delator o en la mirada perversa puede considerarse parte de esa “perfecta deformidad” que se contrapuso a la belleza Ideal y que dio lugar a todo un entramado de teorías. Los retratos con una finalidad

“cómico-fantástica”, le dieron vigencia al termino hasta un punto tal que en su edición de 1694 el Diccionario de la Academia italiana lo definió como una “especie de libertinaje de la imaginación”. El espíritu de lo caricaturesco no se manifestó tan sólo en los retratos. La abundancia de temas tratados con cierto humor, en lienzos y grabados del siglo XVII, es inmensa. Los grupos de mendigos, de bohemios, de deformes y de borrachos así como las escenas ambientadas en las tabernas o las temáti-cas mitológicas están llenas de sugerencias que se aproximan a la comicidad e incluso la pretenden. En los lienzos y en los dibujos de Cornelius Dusart, que fue un pionero en el cultivo de la sátira política, se hizo énfasis en esa cotidianeidad bo-nachona y chispeante que se convirtió en una especie de caricatura de lo cotidiano. Y todo lo anterior sin detenerse en la decadencia del barroco, tanto ornamental como pictórica, que se conoce como El Rococó y que, por su exageración y amaneramiento, tuvo casi la condición de capricho jocoso o de parodia espasmódica.La época de la ilustración y de ese despotismo que definió Hobbes como “la alianza entre los teóricos del Estado liberal y los hombres representativos del racionalismo” fue el caldo de cultivo ideal para que la caricatura se emancipara de lo artístico y adquiriera una entidad propia, coherente con ese punto medio que, como si fuera una señal de los tiempos, se dio entre las fuerzas de lo popular y el fausto. Una suerte de

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El caricaturista-artista pasó a ser el caricaturista-

periodista y no tardaron en nacer las revistas

mordaces que consagraron la caricatura como un

género no sólo de enorme trascendencia sino, en muchos casos, de una

calidad estética indudable.

equilibrio que se apoyó en circunstancias tales como que las publicaciones periódicas, que empezaban a circular por toda Eu-ropa, no tardaron en convertirse en el medio idóneo para difundir los grafismos punzantes. Francis Grose, en Inglaterra, estableció una serie de reglas sobre la caricatura y a mediados del siglo se realizaron varias antologías, tanto en este último país como en Francia, de ejemplos de todo el continente que eran, a la sazón, lo bastante nutridos como para alimentar catálogos.Por esos años, y a pesar de la categorización, los artistas con talante de caricaturistas siguieron, como de hecho ocurre todavía, dándole rienda suelta a su inspiración. El pintor y grabador inglés William Hogarth, cuya vena satírica se hizo patente en numerosas escenas de tertulia y en los llamados “temas morales” consiguió en varias de sus obras un agudo tono de crítica en contra de la desigualdad social. Mientras tanto, en la obra de Francisco de Goya, genio de la pintura si los hubo, no tardó en surgir el cariz satírico. ¿No hay acaso una burla implícita en esa obra maestra que es La familia de Carlos IV? Los temperamentos de los protagonistas aparecen tan nítidos que la impertinencia de Maria Luisa de Parma y la poco menos que idiotez del rey se vuelven obvias. ¿Y qué decir de retratos como los de las Majas o el tan conocido de la Condesa de Chinchón? En muchos lienzos como, entre otros, El Sabath de las brujas o Saturno devorando a uno de sus hijos; en la inquietante serie de caprichos y de dibujos sobre los desastres de la guerra; y en general en toda la pintura negra y aún en los cartones para tapiz, la agudeza y, muy a menudo, un sentido de la tragedia imbuido de un humor incisivo son los hilos conductores.En el siglo XIX la caricatura se convierte en una de las estrellas de un modernismo en la información que se traduce en una aproximación al pluralismo y en una frágil admisión, pero admisión al fin y al cabo, de los puntos de vista diferentes a los oficiales. Tanto en Europa como en las nacientes repúblicas americanas el derrumbe del absolutismo, propuesto por la Revolución Francesa, marca el desplome de unos linderos de que habían contenido la chacota alrededor de temas que se consideraban tabú. Napoleón, y todo lo que su régimen implicó en términos de amenaza y al mismo tiempo de derrumbamiento de unas estructuras caducas, se convirtió en el gran sujeto de la caricatura europea de los primeros años del siglo. El nacimiento de las democracias produjo la consiguiente explosión de críticas contra el poder y la expansión de la prensa permitió la proliferación de los dibujos punzantes hasta unos niveles insospechados. El caricaturista-artista, pasó a ser el caricaturista-periodista y no tardaron en nacer las revistas mordaces que consagraron la caricatura como un género no sólo de enorme trascendencia sino, en muchos casos, de una calidad estética indudable aunque esa no fuera su razón de ser. Vanity Fair, Punch, Mephistopheles, Le Caricature Provisoide, el Journal Pour rire, entre otras muchas revistas, se convirtieron en paradigmas y marcaron una tendencia que se extendería a lo largo del siglo XX para establecer una forma de amonestación imprescindible en el mundo contemporáneo. Baudelaire, el gran poeta francés, un estudioso del tema, en su obra Lo cómico y la caricatura afirmó que “Una historia de la caricatura, en sus relaciones con todos los hechos políticos y religiosos, graves o frívolos, relativos al espíritu nacional o a la moda, que han agitado a la humanidad, resultaría una obra gloriosa e importante”Como apéndice de este fragmentario recorrido, se impone

un rapidísimo repaso por el ámbito nacional. No obstante, antes es menester citar un artista que hizo del trazo cómico y por supuesto de la caricatura un paradigma primero en el continente americano y luego en el mundo: se trata del mexicano José Guadalupe Posada con sus “muertes catrinas”, dibujos para niños, escenas de la vida mexicana y, sobre todo, con una agudeza conceptual fuera de serie que lo ha convertido en uno de los grandes artistas de su país. En cuan-to a Colombia, la caricatura llegó en los primeros años de la República con algunas estampas y hojas volantes realizadas por José María Espinosa, el gran retratista y miniaturista de la independencia que tiene un suculento, y cáustico, repertorio de retratos de personajes bogotanos, y por el “Sambo” Núñez, un despiadado intérprete cartagenero de las luchas entre los partidarios de Bolívar y de Santander. No obstante, es después de 1850, época enjundiosa desde el punto de vista político, cuando surgen aquellos retratistas considerados co-mo los padres del género en Colombia. Con evidente influencia europea, y con un ingenio desbordante, José Maria Groot, José María Domínguez, Alberto Urdaneta, Salvador Presas y Alfredo Greñas, y publicaciones como el Zancudo, El Barbero, El Demócrata y el Papel Periódico Ilustrado, se ocuparon de un acontecer que incluyó, amén de los protagonistas de los sucesos, los vericuetos de la Regeneración, las guerras

civiles, las anécdotas y hasta las magras encrucijadas de la vida doméstica. Ya en el siglo XX ¿cómo olvidar a Leudo, a Ricardo Rendón, a Pepe Gómez “Lápiz” –hermano del combativo Laureano- y pu-blicaciones como ese prodigio de agudeza que fue el Bogotá Cómico, al despuntar la década de los veintes, que bajo la dirección de Fray Lejón y de Víctor Martínez Rivas no dejó títere con cabeza? ¿Cómo dejar de lado a Jorge Franklin, un bogotano que después de haber sobrevivido a la Guerra Civil española realizó las más extraordinarias portadas de Semana en su primera época y publicó trabajos en la inalcanzable revista

Time? Sin descontar la ironía que subyace en la obra de un pintor como Fernando Botero, que por su óptica peculiar no deja de producir la paradoja de una cierta sonrisa aún cuando se ocupe de tragedias como las torturas en la cárcel de Abu Ghraib, en la historia reciente del país abundan las miradas punzantes de verdaderos maestros de la caricatura: Hernando Turriago “Chapete”, fue una piedra en el zapato de varios políticos; el húngaro Peter Aldor, tuvo un indudable sabor cosmopolita; Merino, Vélezefe, Pepón, Aldonado, Barti, Osuna, Antonio Caballero y tantos otros que han hecho carcajear al país con un cierto deje de zozobra al dibujar una cotidianeidad a veces impenetrable y con frecuencia amarga. En una lista, de todas maneras incompleta, no puede faltar el protagonista de éste número de la revista Mundo: Vladdo, el padre de la ponzoñosa, talentosa, divertida, irracional y adorable Aleida; el sagaz observador de la historia de hoy, cuyas páginas en Semana suelen ojearse tan pronto se recibe la revista porque, con su perspicacia de editorialista y con una diversidad de técnicas que incluyen desde el dibujo hasta la contundencia del colage, reaviva y a veces fustiga la conciencia aletargada. Él, como ha sucedido sin falta con los mejores caricaturistas de la historia, a menudo nos ayuda a leer en el galimatías y, en caso de que la tarea sea ardua en exceso, por lo menos contribuye a que nos lo tomemos con calma y hasta con un mohín de desenfado. .

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