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1 TERTULIA LITERARIA AL-BAKRI Tenebrario de la Catedral de Jaén. Siglo XVI. Maestro Bartolomé Martes 18 de Marzo 2014 Tetería Bar la Joya, a las 22,00 horas Francisco Silvera presenta « Tenebrario »

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Entertainment & Humor


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Plaquette de relatos de Francisco silvera

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Page 1: FRANCISCO SILVERA-PLAQUETTE

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TERTULIA LITERARIA AL-BAKRI

Tenebrario de la Catedral de Jaén. Siglo XVI.

Maestro Bartolomé

Martes 18 de Marzo 2014

Tetería Bar la Joya, a las 22,00 horas

Francisco Silvera presenta

« Tenebrario »

Page 2: FRANCISCO SILVERA-PLAQUETTE

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© Edita A. C. Al-Bakri Tercera cultura, 2013 © Todos los derechos reservados al autor. Plaquete de difusión gratuita.

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LA MUJER

......

-¿Qué te pasa? —preguntó el hombre.

Ella le miró con media sonrisa. Entonces se sintió

mayor; ya no era aquella muchacha de piel fina, caderas

huesudas y pecho enhiesto. De pronto sintió su rechazo,

no le gustaba, lo sabía, lo sentía, nada era igual. Y se

acordó de la primera mujer de su marido; la dejó por ella,

por otra más joven... y ahora ella misma era la mayor, y

eso le llevaba a pensar: “Qué más le da otra o yo, somos

iguales, mujeres viejas... pero la primera: es la primera,

eso no se olvida”, y se vio segundona, como si nunca

hubiera podido ocupar un lugar que la otra jamás dejó

vacante. Su vida se había venido abajo; lo que antes fue su

orgullo, ahora era su destrucción...

-Nada —le contestó.

Extraído del blog.

http://nalocos.blogspot.com.es/2013/02/francisco-silvera-1.html

Page 4: FRANCISCO SILVERA-PLAQUETTE

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(ALEF)

Como las hojas en el otoño, así las generaciones de los

hombres... Nada es la muerte y nada la razón. Ni el

sentimiento. Nada es lo humano. Duele haber vivido, sentido,

mirado, comido, odiado, haber caminado mientras tu cuerpo,

hija, se arrastraba por los fangales ocultos del fondo de una ría

salobre, mientras ese cuerpo pequeño se pudría lento y

henchido de aguas para salir a flote en busca de un sol

descendente, en una tarde dorada de primavera. Y la podre, la

tumefacción no hería tu carne, no significaba nada en la vida

de los otros; y ahora, que te miro golpeteando la madera

desportillada del pantalán, con tus mallas, tus botas y tu

cabecita rota, tampoco significas nada, y es completa tu

soledad, y enfermo de pensar tu figura jugando en un cuarto

de la casa, en una calle, constatando que es la misma que flota

como un pez gris, maloliente y muerto, al que se le posan los

pájaros marinos para arrancar su carne tierna, deshilachada,

sin que sensación alguna rechace la mordedura. Y me

pregunto si te cabe sufrir así y sé ya, de antemano, que no,

porque lo que no se entiende es cómo puede estar muerto lo

que siempre ha de estar vivo en ti. Entonces se manifiesta el

absurdo de intentar casar ese cadáver descompuesto a la

inercia de la brisa, por cima de la superficie hermosa de la ría,

con una hija que sonríe y da sentido a todo cuanto es nada

más que circunstancia de no se sabe qué. Y quiero un poco de

tranquilidad para mirar cómo se mece tu cuerpo, del que dudo

todo; un poco de soledad para oír la tarde vibrando en la

puesta del sol y el ritmo del anochecer que inunda todo de

paz, como a diario, y hace inútil el miedo, la palabra, la

emoción; arrojarme al agua para flotar por vez última junto a

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este pez grande y roto que podría ser una hija a la que no ves

desde hace dos meses, que has buscado por todas partes y de

todas las maneras, a la que has soñado, hablado, mentido,

reído y rogado, mientras ella retozaba su piel degradada por

ramos de almarjos, por lajas de ostión, por hierros de basura

sumergida, por costillares de barcos abandonados que

miraban, como ahora, un sol que se eleva y cae siempre

distinto en lo igual. Porque ahogarse, morir, es tan sencillo e

indiferente que no duele… Duele no haber sabido de su paseo

silencioso, de las heces que la rodearon, de los aires que la

orearon, de los animalillos que la besuquearon lamiéndole las

heridas y los ojos, los que penetraron en su boca y mordieron

su lengüecilla esponjosa, la sangre que huyó de su cabeza y se

disolvió en un entero océano para desaparecer en la nada del

todo. ¿Por qué no me sonríes? La tarde es hermosa, hay

silencio, una cierta calma, un retiro que permite ver esta

vanidad que al mundo da lo que es… ¿Por qué no me has

llamado? ¿Por qué no me avisabas diciéndome dónde estabas?

Habría venido a morir contigo, lentamente con el sol ése que

cae templando la frialdad de esta ría feliz que se roza con el

mundo como un gato por las marismas… La marisma que se

ve desde la ciudad, una ciudad que vivía mientras tú te hacías

tiempo, tiempo pasado, memoria sólo, dejando de huella esto

hinchado y perverso que provoca el rechazo de quienes nunca

serán de verdad como lo soy yo ahora. Tu cuerpo es bello y

atractivo, tus heridas son de luz, tus órganos son aire

primordial y tus cuencas vacías son pozos que esconden la

vida que, en este momento, travesura última y eterna, querrías

obviar, como si yo no te viera para reprochártelo. Fíjate en el

aire, que es nada. No te tengo. Nada es la muerte y nada es la

vida. Ni te tengo yo ni tú me tienes. Somos este ronzar de aire

salado, la sal de esta luz negra, la sal de esta agua incapaz de

la quietud, de esta quietud que arranca con la noche, la noche

que ahora comienza.

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(JET)

Quiero agradecerte, hija mía, que todo te lo hayas llevado.

Nada me queda. Ni por vivir, ni por tener, ni por desear, ni

por hablar; todo queda dicho, ansiado, tenido y vivido.

Qué más podría yo, hija, qué más. Éstos se preguntarán

por qué no lloro: ¿sabrían entender la felicidad que me

otorga tu morir? Porque tú ya estás muriendo

para siempre y yo muerto antes que tú. Fíjate qué

hermosura de noche entrada ya, la que contemplo

deslizándose como un reflejo fugaz por los cristales de

este coche en el que me apagan la radio para que no oiga

cosas que duelen… ¿Duelen? ¿Qué podría ya dolerme más

que lo que he visto de ti? Atravieso el muelle, estas

carreteras industriales, los caños de las marismas por los

que te has revolcado durante semanas, las escombreras

que te hirieron, los talleres cerrados, los ferrocarriles

reposantes, las carreteras circunvalatorias, las avenidas,

algún parque, alguna barriada, y veo líneas rojas en mi

ventanilla, luces naranjas que parpadean o se arrastran

dolorosas por el asfalto, y un silencio en el fondo de este

coche que suena sordo como el fondo de la ría que te

arrancó de mí. Y ahora siento como si mi costado trunco,

leso, derramara la vida con una emanación violenta a

óxido, a rojo, a muerte. Si el Universo entero borrar Dios

quisiera ahora con su mano, dejándome como testigo, no

sentiría este peso que se agarra a mi alma en el corazón y

tira de ella hacia la tierra como la gravedad de un bólido

cadente hacia el planeta. ¿Dónde empiezo otra vez?

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¿Dónde empiezo para no desjarretarme delante de esa

multitud agreste que espera ¿qué? delante nuestra? Tu

pelo, tu pelo cabeceando bajo agua como un gran sauce

sacudido por el viento, en eso quiero pensar mientras

llegamos a este tanatorio que habré de pisar más veces.

Porque yo, ahora lo sé, yo soy inmortal: nada puede

matarme ya. Tú me has dado, hija mía, todo cuanto el

hombre ansió por siempre, hasta la inmortalidad, y yo no

la quería. Nada, nada puede herirme, nada puede lastimar

o debilitarme; ¿acaso el aire? Podría coger una piedra de

éstas, junto al coche, y machacarme los dedos, los nudillos

hasta aplastar el hueso, arrancarme los ojos, tajar con un

cristal largamente mi piel apretando hasta llegar todo lo

adentro que permitiera mi cuerpo, podría dejar aquí mi

pelo y la carne que lo sujeta, podría dar un violento golpe

en mi boca y matar cuanto en mi cuerpo moverse pueda,

gritar tres veces despavorido tu nombre para traerte de

nuevo al reino de los vivos, pero nada me dolería tanto

como recordar tu pelambrera de sauce cabeceando al

viento o a la corriente fluvial, tu sonrisa de inocencia y

paz, tu pena de llamarme en aquel instante y yo sin

contestarte. Y, bajando del coche, lanzo la mirada por si

un ángel quisiera marcar entre la multitud la presencia de

tu asesino con la punta de su ala para yo vengar la

totalidad de lo que existe, ido contigo para siempre, pero

este ángel traidor sonríe también y no señala nada…

querrá jugar conmigo. Y, en silencio, me arrastro, sujeto

por alguien, al interior de la luz blanca de este edificio

terrorífico.

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(YOD)

Quizá sea lo mejor esto, para ti. En el fondo ya ha pasado.

Sólo duele el recuerdo; lo demás ya fue y no hace daños sino

en la memoria, que nada es, sólo aire. La vida es un vacío

entre dos nadas; dado que no hay una divinidad que nos use

para sus máquinas, ya pasó de ti, hija mía, el cáliz de este

suspiro con ánimos de eternidad que se disuelve en el

vendaval del tiempo. A nosotros nos queda la paz: la

decrepitud, la enfermedad, la frustración, la decadencia,

mientras tú disfrutas de tu paraíso breve y caduco en nuestras

cabezas, con tu sonrisa, tus muecas, tu pelo lanzado al viento

de un tarde en la playa. Esta luz de la Sala de Espera —afuera

parece que se está reuniendo muchísima gente— me lleva a

pensar en los viejos, con sus manías, sus dolencias

ciertas y las inventadas, su desesperación por no morir

mientras todos se mueren a su alrededor, la suciedad, la

permanente exigencia a los demás, el pensar que todos los

jóvenes —todos los otros— no perciben sus vicios de

esconder la mugre, de mirar libidinoso, de lo misérrimo, de lo

asqueroso, de la debilidad, de saber que uno ya no

puede y hablar como si todavía fuese capaz, de la fealdad, de

la ropa antigua que no se rompe, la histeria de acabar otro día

sin poder firmar nada para mañana, no, hija, tú serás una niña

para siempre y yo, tu padre — ¿quiénes serán los otros?—,

tendré la alegría para siempre de saber que eso no pudiste ni

imaginarlo, que no conociste el dolor terrible de envejecer, de

ver caer a los demás, de mirarte y reconocerte, de lo peor: de

ver morir a lo más querido, como me ha pasado a mí.

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(ZAIN)

Mira… Sí, quiero pensar tu cara riendo con esas marcas de la

piel que te van dando personalidad. En el recuerdo –lo único

verdadero que queda- estás sin vergüenza de risas como una

flor que quisiera brotar contra la naturaleza de esta luz

derramada por los suelos artificiales. Pero, fíjate, he mirado el

horror de tu gesto de aire –y había la noche cayendo, fuera la

frialdad sidérea de los primeros astros, estaban las gentes,

lucían dentro de una pared ¿de qué edificio? Unos enormes

focos blanqueando todo, estaba el mimo falso de éstos que tan

bien visten-, fíjate, he mirado tu faz de nada, y, de repente, se

ha apoderado de mí una furia que clavó hondas sus uñas en mi

duramadre poniéndome en desvarío… Me pregunto si alguna

vez trataré de memorar tu cara y encontraré que no eres tú,

esto que he visto, esto que me lanzó su olor feroz a miasma y

carne, esto que apenas tenía color y parecía fundirse con tus

piernas sucias, con la inercia de una mesa metálica en un

barracón de muelle y con la sordidez de nuestras vidas, esto

que en mi cabeza no puede entrar, no puede.

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WAU

MI LÁGRIMA podría salir si te imaginara siempre con tu

sonrisa fresca, meneando tu espalda nerviosa y alzando tu

cabellera de niña chica que juega al aire, a nada.

Afortunadamente estás muerta, muerta para siempre.

¿Cómo podría quererte viva si me da el existir el aire que

se mueve sobre tu rancia faz? Te quiero así, con la paz de

lo que ya no acaba, con esa carne devastada de tu rostro,

ese aroma lejano a gasoil, pescado, aceite, sal y algas, te

quiero con la camiseta rota, comida, el diente quebrado y

tus manos deformes, tus cuencas hinchadas, qué linda y yo

qué tranquilo viéndote muerta sin remedio.

© Francisco Silvera, todos los textos extraído de su libro

Tenebrario, Libro de las lamentaciones.

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Francisco Silvera (Huelva, 1969), licenciado en Filosofía

y gran amante de la música popular y clásica, ha publicado

dos libros de relatos anteriores al Libro de los humores:

Las apoteosis (Diputación de Huelva, 2000) y Libro de las

taxidermias (Diputación de Granada. 2002). Sus relatos

cortos se caracterizan por el dominio técnico del relato,

por la riqueza de estilo y por sus arranques líricos.

También por las hondas reflexiones que de sus acciones se

extraen, a veces muy pesimistas y de un humor muy

negro. Es colaborador habitual de varias revistas literarias

(Extramuros, Los papeles mojados de Río Seco, Tranvía

etc.) y Asesor Literario de la Diputación Provincial de

Huelva, donde codirige la colección ―Gerión‖ del servicio

de Publicaciones de la misma. Durante los años 2002 y

2003 fue director del Festival Internacional de Música de

Ayamonte y actualmente es asesor en cuestiones

musicales de la Consejería de Cultura de la Junta de

Andalucía y es el encargado de la Junta de Andalucía para

organizar los actos del Cincuentenario de la concesión del

Premio Nobel de Literatura a Juan Ramón Jiménez. Su

último libro es Tenebrario.

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TERTULIA AL- BAKRI TERCERA CULTURA

EL TIEMPO

Abrazo a la espiga del tiempo, mi cabeza es una torre de fuego.

¿Qué es esta sangre que palpita en la arena y qué es este ocaso?

Llama del presente, ¿qué vamos a decir?

©ADONIS (Traducción del árabe Mª Luisa Prieto)