bastiat sofismas economicos

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PETICIN de los fabricantes de candelas, velas, lmparas, candeleros, faroles, apagavelas, apagadores y productores de sebo, aceite, resina, alcohol y generalmente de todo lo que concierne al alumbrado

PETICIN de los fabricantes de candelas, velas, lmparas, candeleros, faroles, apagavelas, apagadores y productores de sebo, aceite, resina, alcohol y generalmente de todo lo que concierne al alumbrado

A los seores miembros de la Cmara de Diputados

Seores:

Ustedes estn en el buen camino. Rechazan las teoras abstractas; la abundancia y el buen mercado les impresionan poco. Se preocupan sobre todo por la suerte del productor. Ustedes le quieren liberar de la competencia exterior; en una palabra, ustedes le reservan el mercado nacional al trabajo nacional.

Venimos a ofrecerles a Ustedes una maravillosa ocasin para aplicar su... Cmo diramos? Su teora? No, nada es ms engaoso que la teora. Su doctrina? Su sistema? Su principio? Pero Ustedes no aman las doctrinas, Ustedes tienen horror a los sistemas y, en cuanto a los principios, declaran que no existen en economa social; diremos por tanto su prctica, su prctica sin teora y sin principios.

Nosotros sufrimos la intolerable competencia de un rival extranjero colocado, por lo que parece, en unas condiciones tan superiores a las nuestras en la produccin de la luz que inunda nuestro mercado nacional a un precio fabulosamente reducido; porque, inmediatamente despus de que l sale, nuestras ventas cesan, todos los consumidores se vuelven a l y una rama de la industria francesa, cuyas ramificaciones son innumerables, es colocada de golpe en el estancamiento ms completo. Este rival, que no es otro que el sol, nos hace una guerra tan encarnizada que sospechamos que nos ha sido suscitado por la prfida Albin (buena diplomacia para los tiempos que corren!) en vista de que tiene por esta isla orgullosa consideraciones de las que se exime respecto a nosotros.

Demandamos que Ustedes tengan el agrado de hacer una ley que ordene el cierre de todas las ventanas, tragaluces, pantallas, contraventanas, pstigos, cortinas, cuarterones, claraboyas, persianas, en una palabra, de todas las aberturas, huecos, hendiduras y fisuras por las que la luz del sol tiene la costumbre de penetrar en las casa, en perjuicio de las bellas industrias con las que nos jactamos de haber dotado al pas, pues sera ingratitud abandonarnos hoy en una lucha as de desigual.

Quieran los seores Diputados no tomar nuestra peticin como una stira y no rechazarla sin al menos escuchar las razones que tenemos que hacer valer para apoyarla.

Primero, si Ustedes cierran tanto como sea posible todo acceso a la luz natural, si Ustedes crearan as la necesidad de luz artificial, cul es en Francia la industria que, de una en una, no sera estimulada?

Si se consume ms sebo, sern necesarios ms bueyes y carneros y, en consecuencia, se querr multiplicar los prados artificiales, la carne, la lana, el cuero y sobre todo los abonos, base de toda la riqueza agrcola.

Si se consume ms aceite, se querr extender el cultivo de la adormidera, del olivo, de la colza. Estas plantas ricas y agotadoras del suelo vendran a propsito para sacar ganancias de esta fertilidad que la cra de las bestias ha comunicado a nuestro territorio.

Nuestros pramos se cubrirn de rboles resinosos. Numerosos enjambres de abejas concentrarn en nuestras montaas tesoros perfumados que se evaporan hoy sin utilidad, como las flores de las que emanan. No habra por tanto una rama de la agricultura que no tuviera un gran desarrollo.

Lo mismo sucede con la navegacin: millares de buques irn a la pesca de la ballena y dentro de poco tiempo tendremos una marina capaz de defender el honor de Francia y de responder a la patritica susceptibilidad de los peticionarios firmantes, mercaderes de candelas, etc.

Pero qu diremos de los artculos Pars? Vean las doraduras, los bronces, los cristales en candeleros, en lmparas, en araas, en candelabros, brillar en espaciosos almacenes comparados con lo que hoy no son ms que tiendas.

No hay pobre resinero, en la cumbre de su duna, o triste minero, en el fondo de su negra galera, que no vean aumentados su salario y su bienestar.

Quieran reflexionarlo, seores, y quedarn convencidos que no puede haber un francs, desde opulento accionista de Anzin hasta el ms humilde vendedor de fsforos, a quien el xito de nuestra demanda no mejore su condicin.

Prevemos sus objeciones, seores; pero Ustedes no nos opondrn una sola que no hayan recogido en los libros usados por los partidarios de la libertad comercial. Osamos desafiarlos a pronunciar una palabra contra nosotros que no se regrese al instante contra Ustedes mismos y contra el principio que dirige toda su poltica.

Nos dirn que, si ganamos esta proteccin, Francia no ganar nada porque el consumidor har los gastos?

Les responderemos:

Ustedes no tienen el derecho de invocar los intereses del consumidor. Cuando se les ha encontrado opuestos al productor, en todas las circunstancias los han sacrificado. Ustedes lo han hecho para estimular el trabajo, para acrecentar el campo de trabajo. Por el mismo motivo, lo deben hacer todava.

Ustedes mismos han salido al encuentro de la objecin cuando han dicho: el consumidor est interesado en la libre introduccin del hierro, de la hulla, del ajonjol, del trigo y de las telas. - S, dijeron Ustedes, pero el productor est interesado en su exclusin. - Y bien, si los consumidores estn interesados en la admisin de la luz natural, los productores lo estn en su prohibicin.

Pero, dirn Ustedes todava, el productor y el consumidor no son ms que uno solo. Si el fabricante gana por la proteccin, har ganar al agricultor. Si la agricultura prospera, abrir mercado a las fbricas. - Y bien! Si nos confieren el monopolio del alumbrado durante el da, primero compraremos mucho sebo, carbn, aceite, resinas, cera, alcohol, plata, hierro, bronces, cristales, para alimentar nuestra industria y, adems, nosotros y nuestros numerosos abastecedores nos haremos ricos, consumiremos mucho y esparciremos bienestar en todas las ramas del trabajo nacional.

Dirn Ustedes que la luz del sol es un don gratuito y que rechazar los dones gratuitos sera rechazar la riqueza misma bajo el pretexto de estimular los medios para adquirirla?

Pero pongan atencin a que Ustedes llevan la muerte en el corazn de su poltica; pongan atencin a que hasta aqu ustedes han rechazado siempre el producto extranjero porque l se aproxima a ser don gratuito y precisamente porque se aproxima a ser don gratuito. Para cumplir las exigencias de otros monopolizadores, Ustedes tenan un semi-motivo; para acoger nuestra demanda, Ustedes tienen un motivo completo y rechazarnos precisamente por usar el fundamento de Ustedes mismos sobre el que nos hemos fundamentado ms que los dems sera formular la ecuacin + x + = -; en otros trminos, sera amontonar absurdo sobre absurdo.

El trabajo y la naturaleza concurren en proporciones diversas, segn los pases y los climas, a la creacin de un producto. La parte que pone la naturaleza es siempre gratuita; la parte del trabajo es la que le da valor y por la que se paga.

Si una naranja de Lisboa se vende a mitad de precio que una naranja de Pars es porque el calor natural y por consecuencia gratuito hace por una lo que la otra debe a un calor artificial y por tanto costoso.

Luego, cuando una naranja nos llega de Portugal, se puede decir que nos ha sido dada la mitad gratuitamente, la mitad a ttulo oneroso o, en otros trminos, a mitad de precio en relacin con aquella de Pars.

Ahora bien, es precisamente esta semi-gratuidad (perdn por la palabra) lo que Ustedes alegan para excluirla. Ustedes dicen: Cmo el trabajo nacional podra soportar la competencia del trabajo extranjero cuando aqul tiene que hacer todo y ste no cumple ms que la mitad de la tarea, pues el sol se encarga del resto? Pero si la semi-gratuidad les decide a rechazar la competencia, cmo la gratuidad entera les llevar a admitir la competencia? O no son lgicos o deberan rechazar la semi-gratuidad como daina a nuestro trabajo nacional, rechazar a fortiori y con el doble ms de celo la gratuidad entera.

Otra vez, cuando un producto, hulla, hierro, trigo o tela, nos viene de fuera y podemos adquirirlo con menos trabajo que si lo hiciramos nosotros mismos, la diferencia es un don gratuito que se nos confiere. Este don es ms o menos considerable conforme la diferencia sea ms o menos grande. Es de un cuarto, la mitad o tres cuartos del valor del producto si el extranjero no nos pide ms que tres cuartos, la mitad o un cuarto del pago. Es tan completo como podra ser cuando el donador, como hace el sol por la luz, no nos pide nada. La cuestin, lo postulamos formalmente, es saber si Ustedes quieren para Francia el beneficio del consumo gratuito o las pretendidas ventajas de la produccin onerosa. Escojan, pero sean lgicos; porque, en tanto que Ustedes rechacen, como lo han hecho, la hulla, el hierro, el trigo y los tejidos extranjeros en la proporcin en que su precio se aproxima a cero, qu inconsecuente sera admitir la luz del sol, cuyo precio es cero durante todo el da.

Frdric Bastiat (1801-1850), Sofismas Econmicos (1845), cap. VII

Traducido al espaol por Alex Montero desde el texto original francs.

Puesto al HTML por Far Rideau para Bastiat.org.

Frederic BastiatFisiologa de la expoliacin

Por qu he de ocuparme tanto de esa ciencia rida, la economa poltica? Por qu? La pregunta no es impertinente: todo trabajo inspira por su misma naturaleza bastante repugnancia, para que se tenga el derecho de preguntar cual es su objeto. Veamos: busquemos.

No escribo para los filsofos que hacen alarde de adorar la miseria, sino en sus nombre, a lo menos en el de la humanidad entera. Me dirijo a cualquiera que cree que la riqueza es algo, entendiendo por aquella palabra no la opulencia de algunos, sino la comodidad, el bienestar, la seguridad, la independencia, la instruccin, la dignidad de todos.

No hay mas que dos medios de proporcionarse las cosas necesarias a la conservacin; el embellecimiento y los goces de la vida: la Produccin y la Expoliacin.

Algunas personas dicen: la Expoliacin es una cosa accidental, un abuso local y pasajero, anatematizado por la moral, reprobado por la ley, indigna de que la economa poltica se ocupe de ella. Sin embargo, por mucha benevolencia, por mucho optimismo que tengamos en el corazn, nos vemos forzado a reconocer que la Expoliacin se ejerce en este mundo en una escala demasiado grande, que se mezcla demasiado universalmente a todos los grandes hechos de la humanidad, para que ninguna ciencia social, y sobre todo la economa poltica, pueda dejar de tenerla en cuenta. Pero voy mas lejos. Lo que impide a la sociedad humana alcanzar la perfeccin, (a lo menos aquella de que es susceptible) es el esfuerzo constante de sus miembros para vivir y desarrollarse unos a expensas de otros; de modo que si la Expoliacin no existiese, siendo entonces perfecta la sociedad, las ciencias sociales careceran de objeto.

Voy todava mas lejos. Cuando la Expoliacin ha llegado a ser el medio de existencia de una aglomeracin de hombres unidos entre s por el lazo social, pronto se forman una ley que las sancione, una moral que la ensalce. Basta citar algunas de las formas ms marcadas de la expoliacin para demostrar el lugar que ocupa en los contratos de los hombres.

En primer lugar la Guerra. Entre los salvajes el vencedor mata al vencido para adquirir un derecho, si no incontestable, al o menos incontestado. Siguen algunas otras formas y llegamos por fin al monopolio. Su carcter distintivo es el que deja subsistir la gran ley social: Servicio por servicio, pero haciendo intervenir la fuerza en el debate, y alterando por consiguiente la justa proporcin entre el servicio recibido y el servicio hecho.

La expoliacin lleva siempre en su seno el germen de muerte que la mata. Raras veces la mayora es la que despoja a la minora; por qu, en tal caso, sta se vera pronto reducida al extremo de no poder satisfacer los inmoderados deseos de aquella, y falta de alimento, la expoliacin perecera. Casi siempre la mayora es la oprimida, sin que por eso deje la expoliacin de sufrir su fatal sentencia; porque si tiene por agente a la fuerza como en la guerra, es natural que al fin y al fallo la fuerza se halle donde est el mayor nmero, y si su agente es la astucia, como sucede en el monopolio, lo natural es que la mayora se ilustre, porque si as no fuese, la inteligencia dejara de ser lo que es.

Otra ley providencial deposita un segundo germen de muerte en el corazn de la expoliacin. Helo aqu: la expoliacin no solo hace cambiar de destino la riqueza, sino que siempre destruye una parte de ella: la guerra destruye muchos valores; el monopolio hace tambin que la riqueza pase de un bolsillo a otro; pero mucha parte se pierde en el camino.

Esta ley es admirable. Sin ella, con tal de que hubiese equilibrio de fuerzas entre el opresor y el oprimido, la expoliacin no tendra trmino. Gracias a ella, este equilibrio tiende siempre a romperse, ya porque semejante prdida de riquezas grava la conciencia de los expoliadores, ya a falta de este sentimiento, porque el mal empeora sin cesar, y aquello que empeora siempre, debe forzosamente tener un trmino.

Llega en efecto un momento en que en su aceleracin progresiva es tal la prdida de las riquezas, que el expoliador es menos rico de lo que habra sido si hubiese seguido los preceptos de la honradez. As sucede a un pueblo a quien los gastos de la guerra cuestan ms de lo que vale el botn; as sucede tambin con un monopolio que aumenta sus esfuerzos de absorcin a medida que hay menos que absorber, como se aumentan los esfuerzos del pastor a medida que se seca la ubre de sus vacas.

Se ve, pues, que el monopolio es una especie del gnero expoliacin: tiene muchas variedades, y entre otras las prebendas, el privilegio y la restriccin.

Entre las formas de que se reviste hay unas simples y francas: tales eran los de dichos feudales. Bajo este rgimen se expresa la masa, y sta lo sabe; implica el abuso de la fuerza y cae con ella. Otras son muy complicadas, y entonces a menudo se expolia a la masa sin que sta lo sepa. Puede hasta suceder que crea deberlo todo a la expoliacin, tanto lo que se le deja y lo que se le quita, como lo que pierde en la operacin.

An hay ms: asegur que con el transcurso del tiempo, y gracias al mecanismo tan ingenioso de la costumbre, hay muchos expoliadores que lo son sin saberlo ni quererlo. Los monopolios de esta variedad son engendrados por la astucia y sostenidos por el error; no se desvanecen sino en presencia de la luz.

He dicho le bastante para demostrar que la economa poltica produce una utilidad prctica evidente: es la antorcha que, quitando la mscara a la astucia y disipando el error, destruye ese desorden social, la expoliacin. Alguno, creo que es una mujer, y tiene mucha razn, la ha definido as: Es la llave de seguridad del peculio popular.

Comentario

Si este trabajo estuviese destinado a durar tres cuatro mil aos, a ser ledo, reledo, meditado, estudiado frase por frase, palabra por palabra, letra por letra, de generacin en generacin, como un nuevo Corn; si debiese producir en todas las bibliotecas del mundo multitud de anotaciones, ilustraciones y parfrasis, podra abandonar a su suerte, a pesar de su concisin un poco oscura, las ideas que preceden. Pero supuesto que tienen necesidad de comentarios, me parece prudente comentarlas yo mismo.

La verdadera y equitativa ley de los hombres es: El cambio libremente debatido de servicio por servicio. La expoliacin consiste en desterrar por medio de la fuerza de la astucia la libertad del debate, a fin de recibir un servicio sin hacer otro.

La expoliacin por medio de la fuerza se ejerce esperando que un individuo haya producido alguna cosa, y quitndosela entonces con las armas. Est expresamente prohibida en el Declogo: No robars. Cuando es de individuo a individuo se llama robo y conduce a presidio; cuando es de nacin a nacin se llama conquista, y lleva a la gloria. por qu esta diferencia? Bueno es buscar la causa. Descubriremos un poder irresistible, la opinin, que como la atmsfera, nos envuelve de un modo tan absoluto, que ya no lo advertimos, porque, como dice Rousseau, y nunca se ha dicho cosa mas cierta que esta: Se necesita mucha filosofa para observar los hechos que estn demasiado cerca de nosotros.

El ladrn, por lo mismo que obra aisladamente, tiene en su contra la opinin pblica; alarma a todos los que estn a su alrededor; sin embargo, si tiene algunos asociados, se enorgullece de sus proezas en presencia de ellos, y aqu puede principiarse a conocer la fuera de la opinin; porque basta la aprobacin de sus cmplices para quitarle la conciencia de su torpeza, y hasta para que se envanezca de su ignominia.

El guerrero vive en otro centro. La opinin que le afrenta reside en otra parte, en las naciones vencidas; no siente su aguijn; pero la opinin que le rodea, le aprueba y le sostiene; sus compaeros y l conocen perfectamente la solidaridad que los liga. La patria que se ha creado enemigos y peligros, necesita exaltar el valor de sus hijos; confiere los honores, la fama, la gloria, a los ms osados, a los que extendiendo sus fronteras, le han trado ms botn; los poetas cantan sus hazaas, las mujeres les tejen coronas; y es tal el poder de la opinin, que separa de

la expoliacin la idea de la injusticia, y quita al expoliador hasta la conciencia de sus faltas.

La opinin que obra contra la expoliacin militar, existiendo como existe, no en el pueblo expoliador, sino en el expoliado, ejerce bien poco influjo; sin embargo, no es del todo ineficaz, y lo es tanto menos cuanto mas se frecuentan y comprenden las naciones. Se ve que, bajo este aspecto, el estudio de las lenguas y la libre comunicacin de los pueblos entre s, tienden a hacer predominar la opinin contrario a este gnero de expoliacin. Por desgracia sucede a menudo, que las naciones que rodean al pueblo expoliador son tambin expoliadoras cuando pueden, y estn por consiguiente imbuidas en las mismas preocupaciones. Entonces no queda ms que un remedio: el tiempo. Es necesario que los pueblos, por una dura experiencia, hayan conocido la enorme desventaja de despojarse recprocamente.

Se hablar de otro freno: la moralizacin; pero esta tiene por fin multiplicar las acciones virtuosas, y si es as, cmo restringir los actos expoliadores, cuando la opinin los coloca en las clases de las virtudes mas elevadas? hay algn medio ms poderoso de moralizar a un pueblo que la religin? y ha existido jams religin alguna ms favorable a la paz y ms generalmente difundida que el cristianismo? Y sin embargo, qu es lo que se ha visto durante diez y ocho siglos? Se han visto batirse los hombres no solo a pesar de la religin, sino en nombre de ella misma.

Un pueblo conquistador no hace siempre la guerra ofensiva: tiene tambin sus das aciagos; entonces sus soldados defienden el hogar domstico, la propiedad, la familia, la independencia, la libertad. La guerra toma un carcter de santidad y de grandeza: la bandera bendecida por los ministros del Dios de la paz, representa lo ms sagrado que hay sobre la tierra; se toma por ella el mismo inters que por la imagen viva de la patria y del honor, y se exaltan las virtudes guerreras por encima de las otras virtudes. Pero una vez que el peligro ha pasado, la opinin subsiste; y por una reaccin natural del espritu de venganza, que se confunde con el patriotismo, se tiene placer de pasear la bandera querida de capital en capital. Parece que la naturaleza ha preparado de este modo el castigo de la agresin.

El temor de este castigo, y no los progresos de la filosofa, es lo que retiene las armas en los arsenales; porque no puede negarse que los pueblos mas adelantados en la civilizacin, hacen la guerra y se ocupan muy poco de la justicia, cuando no tienen represalias que temer; testigo el Himalaya, el Atlas y el Caucaso.

Si la filosofa es impotente, cundo acabar la guerra?. La economa poltica demuestra que, aun no considerando mas que al pueblo vencedor, la guerra se hace siempre en pro de un pequeo nmero y a expensas de las masas; bastar, pues, que la masas perciban claramente esta verdad, y el peso de la opinin, que an est dividida, se inclinar completamente del lado de la paz.

Pero si la opinin es soberana an en el terreno de la fuerza, lo es todava con mucha ms razn en el campo de la astucia. A decir verdad, este es su dominio; porque la astucia es el abuso de la inteligencia, y el progreso de la opinin es el progreso de las inteligencias; por lo menos los dos poderes son de la misma naturaleza. Impostura en el expoliador, implica credulidad en el expoliado, y el antdoto natural de la credulidad es la verdad; de donde se deduce que ilustrar las inteligencias es quitar su alimento a este gnero de expoliacin.

En cuanto a las expoliaciones que se ejercen por medio de la astucia, merece entre otras especial mencin la que se llama fraude mercantil, nombre que me parece demasiado restringido, porque no solo le comete el comerciante que altera el gnero acorta su metro, sino tambin el mdico que se hace pagar consejos funestos, el abogado que embrolla los procesos, etc. En el cambio entre dos procesos uno es de mala ley; pero como en este caso siempre el servicio recibido se estipula anterior y voluntariamente, es claro que la expoliacin de esta especie debe retroceder a medida que adelanta la penetracin pblica.

Viene en seguida el abuso de los servicios pblicos, campo de expoliacin tan inmenso que no podemos mas que echar una mirada sobre l. Si Dios hubiese hecho al hombre un animal solitario, cada uno trabajara para s. La riqueza individual estara en proporcin de los servicios que cada uno se hiciera a s mismo; pero como el hombre es sociable, los servicios se cambian unos por otros, proposicin que si queris, podis construir a la inversa.

Hay en la sociedad necesidades tan generales, tan universales, que sus miembros proveen a ellas organizando servicios pblicos: tal es la necesidad de la seguridad. Todos se conciertan y se cotizan para remunerar con servicios diversos a los que hacen a la sociedad el servicio de velar por la seguridad comn.

Nada hay en esto contrario a la economa poltica: Haz esto por m; y har aquello por ti. La esencia del contrato es la misma, y slo el procedimiento remuneratorio es distinto; pero esta circunstancia es de mucha trascendencia. En los contratos ordinarios cada uno es juez nico, as de los servicios que recibe como de los que presta; puede siempre rehusar el cambio, hacerlo en otra parte, de donde nace la necesidad de no traer al mercado sino los servicios que se aceptarn voluntariamente.

Hemos visto que la sociedad es cambio de servicios: no debera ser sino cambio de servicios buenos y leales; pero hemos demostrado tambin que los hombres tenan un gran inters, y por consiguiente una inclinacin a irresistible a exagerar el valor relativo de los servicios que prestan; y ciertamente, no puedo percibir otro lmite a esta pretendida pretensin, sino la libre aceptacin el libre rehuso de aquellos a quienes se ofrecen estos servicios.

De aqu proviene el que algunos hombres recurran a la ley para que esta disminuya en los otros las prerrogativas naturales de esta libertad. Este gnero de expoliacin se llama privilegio monopolio: sealemos bien su origen y carcter.

Cada uno sabe que los servicios que trae al mercado general, sern tanto mas apreciados y remunerados, cuanto ms raros sean. Cada uno implorar, pues, la intervencin de la ley para separar del mercado a todos los que vengan a ofrecer servicios anlogos, o lo que viene a ser los mismo, si el auxilio de un instrumento es indispensable para que pueda prestarse el servicio, pedir a la ley su posesin exclusiva. Dir poco acerca de esta variedad de la expoliacin, y me limitar a una observacin.

Cuando al monopolio es un hecho aislado, no deja de enriquecer a aquel a quien se le ha concedido la ley. Puede suceder entonces que cada clase de trabajadores, en lugar de pedir la cada de este monopolio, reclame por s un monopolio semejante. La expoliacin, erigida de este modo en sistema, se convierte entonces en la ms ridcula de las mistificaciones para todo el mundo, y el resultado definitivo es que cada uno cree sacar mejor partido de un mercado general escaso de todo.

No es necesario agregar que este rgimen singular introduce adems un antagonismo universal entre todas las clases, todas las profesiones, todos los pueblos, que exige una intervencin constante, pero siempre incierta, de la accin del gobierno; que est en favor de los abusos que son objeto del prrafo anterior; que coloca a todas las industrias en una inseguridad irremediable, y que acostumbra a los hombres a hacer responsable de su subsistencia a la ley, y no a s mismos. Sera difcil imaginar una causa ms activa de perturbacin social.

Justificacin

Se dir: Por qu esta fea palabra expoliacin? Adems de ser grosera, hiere, irrita, hace que se pongan en su contra todos los hombres pacficos y moderados; envenena la lucha.

Lo declaro en alta voz: respeto las personas; creo en la sinceridad de casi todos los partidarios de la proteccin, y no me considero con derecho para sospechar de la propiedad personal, la delicadeza, la filantropa de nadie. Repito que la proteccin es el resultado, el resultado funesto de un error comn, error de que todo el mundo, a lo menos la gran mayora, es a la vez vctima y cmplice. Pero al fin, no puedo impedir que las cosas sean lo que son.

Figuraos un tribuno romano hablando en el foro. Romanos, han fundado todos sus medios de subsistencia en el pillaje sucesivo de todos los pueblos. Expresara ciertamente, una verdad incontestable; pero se deducir de aqu que Roma no estaba habitada sino por pcaros? Qu Catn y Cincenato eran personajes despreciables? A quin puede ocurrirle tal idea? Pero esos grandes hombres vivan en un centro que les quitaba la conciencia de su injusticia.

En los tiempos modernos, como en los antiguos, los ejrcitos han servido de instrumento para grandes conquistas, es decir, de grandes expoliaciones. Esto quiere decir que no existen multitud de soldados y oficiales, que individualmente son tan delicados y acaso ms que lo que lo son por lo general los que se dedican a las carreras industriales? Hombres a quienes la sola idea de un robo hara enrojecer, y que afrontaran mil muertes antes que descender a una bajeza?

Lo vituperable no son los individuos, sino el impulso general que los arrastra y los ciega, impulso general que los arrastra y los ciega, impulso de que es culpable la sociedad entera.

Lo mismo sucede con el monopolio: acuso al sistema y no a los individuos; a la sociedad en masa y no a tal o cual de sus miembros. Si los ms grandes filsofos han podido equivocarse en materia de religin, con cunta ms razn no pueden engaarse los agricultores y fabricantes acerca de la naturaleza y efectos del rgimen restrictivo!

Llegado, si es que llega, al fin del captulo precedente, me parece or al lector exclamar: Y bien, no hay razn en acusar a los economistas de secos y fros? Qu pintura de la humanidad! Pues qu! La expoliacin es un poder fatal, casi normal, que toma todas las formas, se ejerce bajo todos los pretextos, fuera de la ley y por la ley, que abusa de las cosas ms santas, explotando a su turno la debilidad y la credulidad, y que progresa tanto ms cuanto ms abunda a su alrededor este doble alimento! Puede hacerse un cuadro ms triste del mundo?

Pero no se trata de saber si ese cuadro es triste, sino si es cierto. La historia puede decirlo.

Es bastante singular que los mismos que desacreditan a la economa poltica, (o al economismo, como se complacen en llamar a esta ciencia), porque estudia al hombre y al mundo tales como son, lleven el pesimismo mucho ms lejos que ella, a los menos en cuanto al pasado y al presente. Abran sus libros y sus diarios: qu ven en ellos? La acritud, el odio contra la sociedad hasta el extremo de que la palabra civilizacin es para ellos sinnimo de injusticia, desorden y anarqua. Han llegado a maldecir la libertad; tan poca confianza tienen en los progresos de la razn humana, que son el resultado de su natural organizacin!

Es cierto que son optimistas para el porvenir; porque si la humanidad, que por s misma es incapaz, ha seguido un mal camino durante seis mil aos, ha llegado ya un revelador que le ha sealado la va de salvacin, y por poco dcil que sea el ganado al callado del pastor, ser conducido a la tierra prometida, donde el bienestar se obtiene sin esfuerzos, y donde el orden, la seguridad y la armona son la fcil recompensa de la imprevisin. La humanidad no tiene ms que consentir en que los reformadores cambien, como dice Rousseau, su constitucin fsica y moral.

La economa poltica no se ha impuesto la misin de averiguar lo que sera la sociedad si Dios hubiese hecho al hombre de un modo distinto del que le plugo hacerlo. Puede acaso ser digno de sentirse que la Providencia se olvida llamar al principio a sus consejos a algunos de nuestros organizadores modernos; y si el Criador no hubiese prestado poca atencin a los consejos de Fourier, el orden social no se parecera en nada a aquel en que nos vemos precisados a respirar, vivir y movernos, como sera distinta la mecnica celeste si hubiese consultado a Coprnico. Pero puesto que estamos en el mundo, puesto que in eo vivimus, movemur et summus, no nos queda mas remedio que estudiarlo y conocer sus leyes, sobre todo si su mejora depende esencialmente de este conocimiento.

No podemos impedir que el corazn del hombre sea un foco de deseos insaciables; no podemos hacer que estos deseos no exijan trabajo para su satisfaccin, no podemos evitar que el hombre sienta tanta repugnancia hacia el trabajo, como atractivo hacia los goces; no podemos impedir que de esta organizacin resulte un esfuerzo perpetuo entre los hombres para aumentar su cuota de goces, echndose unos a otros por fuerza o con astucia, el fardo del trabajo. No est en nuestro poder borrar la historia universal, ahogar la voz de lo pasado, que atestigua que las cosas han sucedido as desde el principio. No podemos negar que la guerra, los abusos de los gobiernos, los privilegios, los fraudes de todas clases y los monopolios han sido las incontestables y terribles manifestaciones de la combinacin de estos dos sentimientos en el corazn del hombre: apego a los goces, odio al trabajo.

Ganars el pan con el sudor de tu frente; pero todos quieren la mayor cantidad de pan y el menos sudor posible, he aqu la consecuencia deducida de la historia. Gracias al cielo, sta muestra tambin que la reparticin de los goces y las fatigas tienden a hacerse cada da de una manera ms igual entre los hombres. A menos que se niegue la luz del sol, es preciso convenir en que la sociedad ha hecho algunos progresos en este particular. Si esto es as, claro es que hay en ella una fuerza natural y providencial; una ley que hace retroceder cada vez mas el principio de la iniquidad, y realiza ms y ms el principio de la justicia.

Decimos que esta fuerza est en la sociedad, y que Dios la ha colocado en ella. Si no estuviese en la misma sociedad, nos veramos obligados a buscarla, como los autopistas, en los medios artificiales, en arreglos que exigen la alteracin previa de la constitucin fsica y moral del hombre; o ms bien, consideraramos como intil y vaga esta investigacin porque no podemos comprender la accin de una palanca sin punto de apoyo.

Ensayemos, pues, sealar la fuerza benfica que tiende a superar progresivamente la fuerza malfica a que hemos dado el nombre de expoliacin, y cuya presencia est demasiado explicada por el raciocinio y comprobada por la experiencia.

Todo acto malfico tiene necesariamente dos extremos: el punto de donde emana, y aqul donde va a parar; el hombre que ejecuta el acto, y aquel contra quien se ejecuta; o como dicen en el escuela, el agente y el paciente.

Hay, pues, dos medios de suprimir el acto malfico: la abstencin voluntaria de ser activo, y la resistencia del ser pasivo. De aqu nacen dos morales, que lejos de contrariarse van a la par: la moral religiosa y filosfica, y la moral que me tomar la libertad de llamar econmica.

La moral religiosa, para llegar a la supresin del acto malfico, se dirige a su autor, al hombre considerado como agente. Le dice: Corrgete, purifcate, cesa de hace mal, haz bien; doma tus pasiones; sacrifica tus intereses; no oprimas a tu prjimo, a quien debes amar y consolar; se primero justo y despus caritativo. Esta moral ser eternamente la mas bella, la mas conmovedora, la que mostrar a toda la raza humana en toda su majestad, la que mas se prestar a las impresiones de la elocuencia, y excitar mas admiracin y simpatas entre los hombres.

La moral econmica aspira al mismo resultado; pero se dirige sobre todo al hombre considerado como paciente. Le muestra los efectos de las acciones humanas, y por esta exposicin le estimula a resistirse contra los que le ofenden, a encomiar las que le son tiles. Se esfuerza en reprimir por la masa oprimida el buen sentido, la luz y justa desconfianza suficientes para hacer la opresin cada vez ms difcil y peligrosa.

Es preciso advertir que la moral econmica no deja de obrar tambin sobre el opresor. Un acto malfico produce bienes y males; males para el que le sufre, y bienes para el que le ejecuta, sin cuya circunstancia no se efectuara; pero falta mucho para que haya compensacin. La suma de los males es siempre y necesariamente mayor que la de los bienes, porque el hecho mismo de oprimir trae consigo una prdida de fuerzas, cra peligros, provoca represalias, exige precauciones costosas. La simple exposicin de estos efectos no se limita, pues, a provocar la reaccin de los oprimidos, sino que adems agrega a su partido a todos aquellos cuyo corazn no est pervertido, y turba la seguridad de los mismo opresores.

Pero es fcil de comprender que esta moral, mas bien virtual que explcita, que no es en resumen mas que una demostracin cientfica, que hasta perdera de su eficacia si cambiase de carcter, que no se dirige al corazn sino a la inteligencia, que no procura persuadir, sino convencer, que no da consejos, sino pruebas, cuya misin no es conmover, sino ilustrar, y que no obtiene sobre el vicio otra victoria que la de privarle de incentivo, es fcil de comprender, repito, que esta moral haya sido acusada de sequedad y de prosasmo.

La acusacin es cierta, sin ser justa. Equivale a decir que la economa poltica no lo dice todo, no lo abraza todo, no es la ciencia universal; pero quin ha sentado jams en su nombre una pretensin tan exorbitante? Para que la acusacin fuese fundada, sera preciso que la economa poltica presentase sus procedimientos como exclusivos, y tuviese la baladronada, como se decirse, de prohibir a la filosofa y a la religin el ejercicio de todos los medios propios y directos de trabajar en el perfeccionamiento del hombre.

Admitamos, pues, la accin simultnea de la moral propiamente dicha, y de la economa poltica, por el aspecto de su fealdad; la roca desacreditndole en nuestras convicciones por la pintura de sus efectos. Lleguemos hasta confesar que el triunfo del moralista religioso cuando se realiza es ms bello, mas consolador y mas radical; pero la mismo tiempo convengamos en que es difcil no reconocer que el de la ciencia econmica es ms fcil y seguro.

En algunas lneas, que valen ms que muchos volmenes in folio, J. B. Say ha hecho ya observar, que para hace recesar el desorden introducido por la hipocresa en una familia distinguida, haba dos medios: corregir a Tartufo o desasnar a Orgon. Moliere, ese gran pintor del corazn humano, parece haber considerado siempre como ms eficaz el segundo procedimiento. As sucede en el teatro del mundo. Dganme lo que hizo Csar, y les dir lo que eran los romanos de su poca; dganme lo que lleva a cabo la diplomacia moderna, y les dir el estado moral de las naciones. M. Guizot no hubiera tenido ocasin de decir: La Francia es bastante rica para pagar su gloria, si la Francia no se hubiera nunca apasionado por la falsa gloria. No son como se cree los monopolizadores, sino los monopolizados, los que sostienen los monopolios. Y en materia de elecciones no hay corruptibles son los que pagan los gastos de la corrupcin. No es a ellos a quienes toca hacerla cesar?

Conmueva, pues, la moral religiosa el corazn de los Tartufos y los Csares, de los monopolizadores, etc.: la tarea de la economa poltica es ilustrar a los que aquellos engaan.

Por ms que miro, leo, observo, pregunto, no encuentro ningn abuso ejercido en una escala un poco vasta, que haya perecido por la renuncia voluntaria de los que se aprovechan de l; veo muchos por el contrario, que ceden a la resistencia de los que le sufren.

Describir la consecuencia de los abusos, es, pues, el medio ms eficaz de destruirlos. Y cun cierto es esto, sobre todo cuando se trata de abusos, que como el rgimen restrictivo, a la vez que imponen males reales a las masas, no encierran sino ilusin y engaos para los que creen sacar provecho de ellos!

Adems, esta especie de moralizacin realizar por s sola toda la perfeccin social que hacen esperar y prever la naturaleza simptica del alma humana y de sus ms nobles facultades? Estoy bien lejos de pretenderlo. Admitamos la completa difusin de la moral defensiva, que no es en resumen sino el conocimiento de los intereses bien entendidos, de acuerdo siempre con la utilidad general de la justicia. Una sociedad en que ya no hubiese pcaros, porque tampoco hubiese tontos, en la que el vicio siempre latente, y por decirlo as, adormecido por el hambre, no necesitase sino algn alimento para revivir; en la que la prudencia de cada uno fuese dirigida por la vigilancia de todos, y en la que la reforma, en fin, regularizando los actos exteriores, pero detenindose en la epidermis, no hubiera penetrada hasta el fondo de las conciencias; esta sociedad, aunque muy bien ordenada, es probable que tuviese muy pocos atractivos. Semejante sociedad se nos presenta algunas veces, bajo la forma de uno de estos hombres exactos, justos, rigurosos, pronto a reclamar contra la ms ligera violacin de sus derechos, hbiles en no dejarse usurpar nada absolutamente: se le estima, se le admira tal vez; se le har su diputado; pero no su amigo.

DOS MORALES

Frederic BastiatTrabajen, pues, de concierto las dos morales para atacar el vicio por sus dos polos, en lugar de difamarse mutuamente, mientras que los economistas desempean su tarea, desasnan a los Orgones, desarraigan las preocupaciones, excitan justas y necesarias desconfianzas, estudian y exponen la verdadera naturaleza de las cosas y de las acciones, cumpla por su parte el moralista religioso con sus obligaciones, ms agradables, pero ms difciles; ataque la iniquidad cuerpo a cuerpo; persgala en las fibras ms pequeas del corazn humano; pinte los encantos de la beneficencia, de la abnegacin, del sacrificio; abra el manantial de las virtudes en el mismo sitio en que nosotros no podemos hacer ms que cegar el de los vicios; esta es su misin: es noble y bella; pero por qu ha de negar la utilidad de la nuestra?

En una sociedad que sin ser ntimamente virtuosa, estuviese sin embargo bien ordenada por la accin de la moral econmica (que es el conocimiento de la economa del cuerpo social) no se abriran ante la moral religiosa las probabilidades del progreso?

La costumbre, se ha dicho, es una segunda naturaleza. Un pas que de mucho tiempo atrs hubiese perdido la costumbre de la injusticia por la sola resistencia de un pblico ilustrado, podra todava ser triste; pero me parece que estara bien preparado para recibir una enseanza ms elevada y ms pura. haber perdido la costumbre del mal, es un gran paso hacia el bien: los hombres no pueden quedar estacionarios; separados del camino del vicio, una vez que este no les conduzca ya ms que a la infamia, sentirn tantos ms atractivos hacia la virtud. La sociedad debe tal vez pasar por este estado prosaico, durante el cual los hombres practicarn la virtud por clculo para de all elevarse a esa regin potica en la que ya no tenga necesidad de ese mvil. Seor fabricante ministro:

Soy carpintero, como lo fue Jess; manejo el hacha y la asuela para serviros:

Ahora bien: carpinteando desde el amanecer hasta ya entrada la noche en las tierras del rey nuestro seor, me ha ocurrido la idea de que mi trabajo es tan nacional como el su, y por consiguiente no encuentro motivo para que la proteccin no visite mi obrador, como visita su taller; porque al fin y al fallo, si Ud. hace paos, yo hago techos; los dos por medios diversos preservamos a nuestros clientes del fro y de la lluvia, y sin embargo, yo tengo que andar a caza de parroquianos, y estos lo buscan ellos mismos. Han sabido perfectamente obligarlos a ello, impidindoles proveerse en otra parte, al paso que los mos se dirigen a quien les parece.

Qu tiene esto de particular? M. Cunin ministro, se ha acordado de M. Cunin tejedor: eso es natural. Pero, ay! Mi humilde oficio no ha dado un ministro a la Francia, aunque haya dado un Dios al mundo; y este Dios, en el cdigo inmortal que leg a los hombres, no ha dejado desligar la ms pequea palabra en la cual puedan fundarse los carpinteros para enriquecerse, como lo hace Ud. a expensas de otro.

Adems, vea mi posicin: gano treinta sueldos al da, cuando ste no es domingo o no hay trabajo, y si me presento a Ud. al mismo tiempo que un carpintero flamenco, lo prefiere por un sueldo de rebaja. Por el contrario: quiero vestirme? Si un tejedor belga pone su pao al lado del suyo, se le echa del pas a l y a su pao; de modo que teniendo que ir forzosamente a su tienda, que es la ms cara, mis pobres treinta sueldos no valen en realidad ms que veintiocho... qu digo? No valen veintisis! Porque en lugar de expulsar al tejedor belga a sus expensas (en cuyo caso el mal sera menor) se me hace pagar los hombres que por su inters se pone en sus persecucin; y como un gran nmero de sus colegisladores, con los cuales esta perfectamente de acuerdo, me toma cada uno un sueldo o dos, so pretexto de proteger uno al hierro, otro al carbn de piedra, ste al aceite, aqul al trigo, a fin de cuentas resulta que de los treinta sueldos no salvo quince del pillaje.

Me diris sin duda que esos sueldecillos, que pasan de ese modo sin compensacin alguna, de mi bolsa a la suya, hacen vivir muchas personas alrededor de su palacio, ponindolos de ese modo en disposicin de usar gran bambolla; a lo que os respondo que si me los dejara, haran tambin vivir esa gente a mi alrededor. Como quiera que sea, seor ministro-fabricante, sabiendo que sera mal recibido, no vengo a intimidarlo, como tendra derecho para hacerlo, a que renuncie a la restriccin que impone a su clientela; prefiero seguir el camino comn, y reclamar tambin una pequea soga de proteccin.

Frederic Bastiat

Las dos hachas

Peticin de Juan Lana, carpintero, a Mr. Cunin Gridaine, ministro de comercio

A esto me pondris una dificultad: Amigo, me dir, bien quisiera protegerte, lo mismo que a mis compaeros: pero cmo pueden concederse favores en la aduana al trabajo de los carpinteros? Deber prohibir la entrada de las casas por mar y tierra?

Esto no pasara de ser una burla; pero a fuerza de pensar en ello he descubierto otro medio de favorecer a los hijos de San Jos, y espero que lo acoger con tanto mayor gusto, cuando que no difiere en nada del que constituye el privilegio mismo por el que vota cada ao: este medio maravilloso es el de prohibir en Francia el uso de las hachas afiladas. Digo que esta restriccin no sera ms antilgica, ni ms arbitraria que aquella a que me somete con motivo de su pao.

Por qu expulsar a los belgas? Porque venden ms barato que Ud.. y por qu venden ms barato que Ud.? Porque como tejedores tienen sobre Ud. una superioridad cualquiera. Entre Ud. y un belga hay, pues, la misma diferencia que entre un hacha sin filo y un hacha afilada; y me obliga a m, carpintero, a comprar el producto de un hacha sin filo?

Considerad a la Francia como un obrero que quiere procurarse con su trabajo todas las cosas, y entre otras el pao. Para ellos tiene dos medios: el primero es hilar y tejer la lana, y el segundo fabricar, por ejemplo, relojes, papeles pintados y vinos, y entregarlos a los belgas en cambio de pao. Aqul de estos dos procedimientos que d mejor resultado, puede representarse por el hacha afilada; el otro por el hacha sin filo.

No niega que actualmente en Francia se obtiene con ms trabajo una pieza de gnero de una fbrica de tejer (esta es el hacha sin filo) que de una cepa de via (esta es el hacha afilada.) Tan no lo niega, que justamente en consideracin a este exceso de trabajo (en el que hace consistir la riqueza) recomienda, digo mal, obliga a usar la peor de las dos hachas.

Pues bien! Sea consecuente, sea imparcial, si no quiere ser justo, y trate a los pobres carpinteros como se trata a Ud. mismo. Haced una ley que diga: Nadie podr servirse de tirantes y vigas que no sean producidas por hachas sin filo.

He aqu lo que suceder al instante. Donde ahora damos cien hachazos, daremos entonces trescientos; lo que hacemos en una hora, exigir tres. Qu fomento tan poderoso para el trabajo! Aprendices, oficiales y maestros no podremos dar abasto; seremos buscados, y por consiguiente bien pagados; el que quiera gozar de un techo estar obligado a sufrir nuestras exigencias, como est obligado a someterse a las suyas el que quiera tener pao.

Y si alguna vez los tericos del libre cambio se atreven a poner en duda la utilidad de esta medida, sabremos perfectamente donde hemos de buscar una refutacin victoriosa. Ah est su informativo de 1834: con l los batiremos, porque en l han defendido admirablemente la causa de las prohibiciones y de las hachas sin filo, que son una misma cosa.

Consejo inferior del trabajo

Frederic BastiatQu! tiene valor de pedir para todos los ciudadanos el derecho de vender, comprar, trocar, cambiar, dar y recibir servicio por servicio, y juzgar por s mismos, con la sola condicin de no ofender la honradez y de no perjudicar al tesoro pblico? Quiere, pues, quitar a los obreros el trabajo, el salario y el pan?

He aqu lo que se nos dice: Se lo que debo pensar acerca de ello; pero he querido saber lo que piensan los mismo obreros. Tena a mano un excelente medio de informe. No eran esos consejos superiores de la industria, en los que grandes propietarios que se dicen labradores, poderosos armadores que se creen marinos, y ricos accionistas que se dan por trabajadores, practican esa conocida filantropa. No; eran obreros simplemente, obreros serios, como se dice hoy, ebanistas, carpinteros, albailes, sastres, zapateros, tintoreros, herreros, posaderos, bodegueros, etc., que han fundado en mi pueblo una sociedad de socorros mutuos.

La trasforme por mi autoridad privada en consejo inferior del trabajo, y obtuve un informativo tan bueno como cualquiera otro, aunque no tan emborronado de nmeros, y aunque no haya llegado a las dimensiones de un in folio impreso a expensas del Estado.

Se trataba de preguntar a esta buena gente acerca del modo en que les afecta o creen que les afecta el rgimen protector, y despus de algunas dificultades presentadas por el presidente, logr que pusiera la cuestin a la orden del da.

Se dividi la asamblea en tantas comisiones cuantos grupos presentaba que formasen un gremio, y se entreg a cada una un cuadro que deba llenar despus de quince das de discusiones. El da sealado el venerable presidente se sent en el silln (estilo oficial porque era una silla ) y encontr sobre el bufete (tambin estilo oficial, porque era una mesa de lamo blanco) una quincena de informes, a los cuales dio lectura sucesivamente.

El primero que se present fue el de los sastres. Helo aqu tan exacto como si fuese el original:

Efectos de la Proteccin. Informe de los Sastres1o. A causa del rgimen protector pagamos ms caro el pan, la carne, la lea, el azcar, el hilo, las agujas, etc., lo que equivale para nosotros a una disminucin considerable de salarios;Ninguna[1]2o. A causa del rgimen en protector nuestros clientes pagan tambin ms caro todas las cosas, lo que hace que les quede menos para gastar en vestidos, de donde resulta que tenemos menos trabajo, y por consiguiente menos provecho: 3o. A causa del rgimen protector los gneros son caros, se hacen durar ms tiempo los vestidos o no se usan. Esta es otra disminucin de trabajo, que nos obliga a ofrecer nuestros servicios a menor precio.

He aqu otro cuadro

Informe de Herreros

InconvenientesVentajas2o. Grava con un impuesto semejante a todos nuestros conciudadanos que no son herreros, y siendo otro tanto menos ricos, la mayor parte hacen clavos de madera y pestillos de cordel, lo que nos priva de trabajo;Ninguna

4o. Lo que el fisco deja de recobrar con motivo de las mercancas que no entran, se toma de nuestra sal y de nuestras cartas.

Todos los otros cuadros, cuya lectura ahorro al lector, cantaban el mismo estribillo. Jardineros, carpinteros, zapateros, zuequeros, boteros, molineros, todos se quejaban de los mismos males. Sent que no hubiese labradores en nuestra asociacin, porque su informe hubiera sido muy instructivo. Pero, ay! En nuestro pas de las Landas, los pobres labradores, aunque estn protegidos, no tienen un medio; y despus de haber puesto en ellas sus animales, no pueden ellos mismos entrar en las sociedades de socorros mtuos. Los supuestos favores de la proteccin no impiden que sean los parias de nuestro orden social. Qu diremos de los viadores?

Lo que me llam sobre todo la atencin, fue el buen criterio con que nuestros poblanos haban conocido no solo el mal directo que les hace el rgimen protector, sino tambin el mal indirecto, que perjudicando a su clientela, cae de rebote sobre ellos.

Esto es, me dije, lo que parecen no comprender los economistas del Monitor industrial; y tal vez aquellos individuos a quienes fascina los ojos un poco de proteccin, especialmente los agricultores, renunciarn voluntariamente a ella, si percibiesen este lado de la cuestin. Vale ms sostenerse por s mismo en medio de una clientela acomodada, que ser protegido en medio de una clientela empobrecida, porque querer enriquecer cada industria a su turno, formando alrededor de ella un vaco, es un esfuerzo tan vano como el de aquel que pretendiese saltar por encima de su sombra.Caresta y baratura

Frederic BastiatCreo deber someter a los lectores algunas observaciones por desgracia tericas, sobre las ilusiones que nacen de las palabras caresta, baratura. Se que a primera vista se inclinarn a juzgar que estas observaciones son un poco sutiles; pero sanlo o no, la cuestin es saber si son o no ciertas; creo que lo son completamente, y sobre todo, muy a propsito para hacer reflexionar a los muchos hombres que tienen una confianza sincera en la eficacia del rgimen protector.

As los partidarios de la libertad, como los defensores de la restriccin, todos nos vemos obligados a servirnos de las palabras caresta, baratura; los primeros se declaran por la baratura, teniendo presentes los intereses del consumidor; los segundos se pronuncian por la caresta, ocupndose sobre todo de la suerte del productor. Otros intervienen diciendo: el protector y el consumidor son slo uno, principio que no resuelve en lo ms mnimo la cuestin de saber si la ley debe procurar la baratura o la caresta.

En medio de este conflicto, parece que la ley no tiene otro partido que tomar, sino el de dejar que los precios se establezcan por s solos; pero entonces aparecen los enemigos encarnizados de: Dejar hacer quienes quieran absolutamente que la ley obre, an sin saber en que sentido debe obrar; sin embargo, al que quiere hacer que la ley provoque una caresta artificial o una baratura no natural, es a quien toca exponer y hace prevalecer el motivo de su preferencia. El onus probandi le incumbe exclusivamente; de donde se deduce que siempre se presume que la libertad es conveniente, hasta que se pruebe lo contrario, porque la libertad consiste en dejar que los precios se establezcan por s mismos.

Pero se han cambiado los papeles; los partidarios de la caresta han hecho triunfar su sistema, y a los defensores de los precios naturales toca probar la bondad del suyo. Los argumentos de ambas partes se fundan en dos palabras; por consiguiente es preciso saber lo que ellos significan.

Digamos ante todo que se verificado una serie de hechos para desconcertar a los campeones de los dos partidos. Para producir la caresta, los restriccionistas han obtenido derechos protectores, y una baratura inexplicable para ellos ha venido a engaar sus esperanzas. Para llegar a la baratura, los partidarios del libre cambio, han hecho prevalecer algunas veces la libertad, y con gran asombro suyo se ha seguido una subida de precios. Ejemplo: en Francia para favorecer la agricultura, se ha gravado a la lana extranjera con un derecho de 22%, y ha sucedido que la lana nacional se ha vendido ms barata despus de la disposicin, que antes. En Inglaterra, para aliviar al consumidor, se bajaron, y por ltimo, se quitaron del todo los derechos que pesaban sobre la lana extranjera, y ha sucedido que la del pas se ha vendido ms cara que nunca.

Al ver esto, ha llegado a su colmo la confusin en el debate, porque los proteccionistas decan a sus adversarios: Esa baratura que tanto nos elogias, es nuestro sistema el que la realiza. Y sus adversarios contestaban: Esa caresta que creen tan til, es la libertad quien la provoca. No sera divertido ver de este modo que la baratura se convirtiese en la palabra de orden de la calle de Hanteville, y la caresta en la de la calle de Choisseul? Es evidente que en todo esto hay una equivocacin, un engao que es preciso destruir. Eso es lo que voy a tratar de hacer. Supongamos dos naciones aisladas, compuesta cada una de un milln de habitantes; admitamos que habiendo igualdad en todo lo dems, hay en una de ellas justamente el doble de toda clase de cosas que en la otra; doble trigo, carne, hierro, muebles, combustible, libros, vestidos, etc.; todo el mundo convendr en que la primera ser doble ms rica.

Sin embargo, no hay razn ninguna para afirmar que los precios absolutos sean diferentes en estos dos pueblos; tal vez hasta sern ms altos en el ms rico. Puede suceder que en los Estados Unidos todo sea nominalmente ms caro que en Polonia, y que sin embargo los hombres estn mejor provistos de todo; por donde se ve que lo que constituye la riqueza no es el precio absoluto de los productos, sino su abundancia. Cuando se quiere, pues, hacer un juicio comparativo entre la restriccin y la libertad, no debe preguntarse cul de las dos produce la baratura o la caresta, sino cul de las dos ocasiona la abundancia o la escasez; porque debe tenerse muy presente que cuando se cambian los productos unos por otros, una escasez relativa de todo, o una abundancia tambin relativa de todo, dejan exactamente en el mismo estado los precios absolutos de las cosas, pero no la condicin de las personas.

Profundicemos un poco ms la materia. Cuando se ha visto que el aumento o disminucin de derechos producan efectos tan opuestos a los que se esperaban, que la desestimacin segua a menudo al impuesto y al encarecimiento acompaaba algunas veces a la franquicia, ha sido preciso que la economa poltica buscase la explicacin de un fenmeno que echaba por tierra todas las ideas admitidas; porque, dgase lo que se diga, la ciencia, si es digna de ese nombre, no es ms que la fiel exposicin y la justa explicacin de los hechos.

Ahora bien, el que nos ocupa en este instante, se explica perfectamente por una circunstancia que no debe nunca perderse de vista; a saber, que la caresta tiene dos causas, no una. Lo mismo sucede con la baratura. Uno de los puntos mejor sentados en economa poltica es, que el precio se determina por el estado de la oferta comparado al de la demanda. Hay pues, dos trminos que afectan al precio, la oferta y la demanda, trminos que son variables por su misma naturaleza. Pueden combinarse en el mismo sentido, en sentido opuesto y, en proporciones infinitas, de aqu nacen las interminables combinaciones de precios.

El precio sube, ya porque la oferta disminuye, ya porque la demanda aumenta.

Baja, porque la oferta aumenta o la demanda disminuye.

Por eso hay dos clases de caresta y otras dos de baratura:

Hay la caresta de mal gnero, cual es la que proviene de la disminucin de la oferta; porque ella implica escasez, implica privacin, (tal es la que se siente en 1848 respecto del trigo); y hay la caresta de buen gnero, cual es la que proviene de un aumento de demanda, porque sta supone el desarrollo de la riqueza general.

Del mismo modo hay una baratura deseable, la que tiene por origen la abundancia; y una baratura funesta, la que tiene por causa el abandono de la demanda, la ruina de la clientela.

Ahora, observad esto: la restriccin tiende a provocar a un mismo tiempo la caresta y la baratura de mal gnero; la mala caresta porque disminuye la oferta; este es su fin confesado; y la mala baratura, porque tambin disminuye la demanda, puesto que da una falsa direccin a los capitales y al trabajo, y abruma a la clientela con trabas e impuestos; de modo que, en cuanto a los precios, estas dos tendencias se neutralizan; y he aqu, por qu este sistema que restringe al mismo tiempo la demanda y la oferta, ni siquiera realiza en definitiva esa caresta que es su objeto.

Pero respecto a la condicin del pueblo, no se neutralizan; por el contrario, concurren a empeorarla.

El efecto de la libertad es precisamente el opuesto. En su resultado general puede que tampoco realice la baratura que prometa, porque tambin tiene dos tendencias, una hacia la baratura deseable por la extensin de la oferta o sea la abundancia, y la otra hacia la caresta apreciable por el aumento de la demanda o de la riqueza general. Estas dos tendencias se neutralizan en lo que concierne a los precios absolutos; pero estn de acuerdo en lo que toca a la mejora de la suerte de los hombres.

En una palabra, bajo el rgimen restrictivo y mientras que l obra, los hombres retroceden hacia un estado de cosas en que todo disminuye, oferta y demanda; bajo el rgimen de la libertad, progresan hacia un estado de cosas en que ambas se desarrollan por igual, sin que sea necesario que sufra alteraciones el precio absoluto de las cosas. Este precio no es un buen criterio de la riqueza; puede fcilmente quedar en el mismo estado, ya caiga la sociedad en la miseria ms abyecta, o se adelante hacia la prosperidad.

Permtasenos hacer en pocas palabras la aplicacin de esta doctrina. Un cultivador del Medioda cree tener las minas del Potos, porque se le protege con impuestos contra la rivalidad extranjera. Es tan pobre como Job; no importa; no por eso deja de suponer que la proteccin le enriquecer tarde o temprano. En tales circunstancias, se le propone como hace el comit Odier, la cuestin en estos trminos: Quiere, s o no, estar sujeto a la concurrencia extranjera? Su primer movimiento es responder: No y el comit Odier da orgullosamente publicidad a esta respuesta.

Sin embargo, es preciso penetrar un poco ms en el fondo de las cosas. No hay duda que la concurrencia extranjera y la misma concurrencia en general, es siempre inoportuna; y si solo una profesin pudiese libertarse de ella, hara buenos negocios durante algn tiempo. Pero la proteccin no es un favor aislado; es un sistema. Si tiende a producir en provecho del cultivador la escasez del trigo y de la carne, tiende tambin a producir en provecho de otros productores, la escasez del hierro, del pao, del combustible, de los instrumentos, etc.; esto es, la escasez de todas las cosas. Y si la escasez del trigo produce su encarecimiento por la disminucin de la oferta, la escasez de todos los otros objetos por los cuales se cambia el trigo, produce la depreciacin de ste por la disminucin de la demanda; de manera que no es de ningn modo cierto que en definitiva sea un cntimo ms caro que bajo el rgimen de la libertad. Lo nico cierto es que como hay menos de todo en el pas, cada uno debe estar menos bien provisto de todo.

El cultivador debera preguntarse, si no le convendra ms que entrase de fuera un poco de trigo y ganado, con tal que por otra parte estuviese rodeado de una poblacin acomodada, en disposicin de consumir y pagar toda clase de productos agrcolas.

Supngase una localidad en que los hombres estn cubiertos de andrajos, habiten en ruinas, se mantengan con castaas. Cmo queris que la agricultura florezca all? Qu se har producir a la tierra con esperanza fundada de una justa remuneracin? Carne? Nadie la come. Leche? Nadie bebe sino agua de los arroyos. Mantequilla? Eso es mucho lujo. Lana? Se usa la menos posible. Se cree acaso que todos los objetos de consumo pueden ser despreciados as por las masas, sin que este abandono produzca en los precios una baja al mismo tiempo que la proteccin produce una alza?

Lo que decimos de un agricultor, podemos decirlo de un industrial. Los fabricantes de pao aseguran que la concurrencia exterior bajar el precio por el aumento de la oferta. Concedido. Pero no subir otra vez por el aumento de la demanda? El consumo de pao es una cantidad fija, invariable? Cada uno est tan bien provisto como pudiera y debiera estarlo? Y si la riqueza general se desarrollase por la abolicin de todos estos impuestos y de todas estas trabas, el primer uso que hara de ella la poblacin no sera vestirse mejor?

La cuestin, la cuestin eterna, no es si la proteccin favorece a tal o cual ramo especial de industria, sino si al fin y al fallo la restriccin es por su naturaleza ms productiva que la libertad. Pero eso es lo que nadie se atreve a sostener, y esto mismo explica la confesin que se nos hace sin cesar: Tenis razn en principio.

Si esto es as, si la restriccin no hace bien a cada industria especial, sino haciendo un mal mayor a la riqueza general, comprendamos por fin que el precio en s mismo, y considerado l slo, expresa una proporcin entre cada industria especial y la industria general, entre la oferta y la demanda; y que segn estas premisas ese precio remunerador, objeto de proteccin, es ms bien contrariado que favorecido por ella.

A los artesanos y a los obreros

Frederic BastiatMuchos peridicos me han atacado ante ustedes. No quieren leer mi defensa? No soy desconfiado: cuando un hombre habla o escribe, creo que piensa lo que dice; sin embargo, por ms que leo y vuelvo a leer los peridicos a que contesto, me parece descubrir en ellos tristes tendencias. De qu se trataba? De averiguar lo que les es ms favorable, la restriccin o la libertad. Yo creo que la libertad, ellos creen que la restriccin que cada uno pruebe su tesis. Haba para qu insinuar que somos los agentes de la Inglaterra, del Medioda, del gobierno?

Vean cuan fcil nos sera la recriminacin en este terreno. Somos, dicen, agentes de los ingleses, porque algunos de nosotros se han servido de las palabras meeting, free-trader (reunin, libre-cambista) Y no se sirven ellos de las palabras drawback, budget, (derecho de depsito, presupuesto?).

Imitamos a Cobden y a la democracia inglesa. Y no imitan ellos a Benthinck y la aristocracia britnica?

Tomamos de la prfida Albion la doctrina de libertad. Y ellos no toman las argucias de la proteccin?

Seguimos los impulsos de Burdeos y Medioda Y no favorecen ellos la codicia de Lila y del Norte?

Favorecemos los secretos designios del ministerio, que quiere distraer la atencin de su poltica. Y no favorecen ellos las miras de la lista civil, que gana con la proteccin ms que nadie en el mundo? Ven, pues, que si no despreciramos esta guerra de denigracin, no nos faltarn armas.

Pero no se trata de esto. La cuestin que no perder de vista es la siguiente: Qu es ms conveniente para las clases laboriosas: tener o no libertad para comprar a los extranjeros?

Obreros, se les dice: Si tienen libertad para comprar a los extranjeros lo que ahora hacen ustedes, entonces no lo harn, estarn sin salario, sin trabajo y sin pan, por su bien, pues, se les limita la libertad.

Esta objecin se presenta bajo todas formas; se dice, por ejemplo: Si nos vestimos con pao ingls, si hacemos nuestros arados con hierro ingls, si cortamos nuestro pan con cuchillos ingleses, si nos enjugamos las manos con toallas inglesas, qu ser de los obreros franceses, qu ser del trabajo nacional?

Dganme obreros: si un hombre se pone en el puerto de Bolonia y a cada ingls que desembarca le dice: Quiere darme esas botas inglesas en cambio de este sombrero francs? O bien: Quiere cederme ese caballo ingls y le ceder este coche francs? O bien: Quiere cambiar esa mquina de Birmingham por este reloj de Pars? O por ltimo: Le conviene trocar ese carbn de piedra de New-Castle por este vino de Champaa? Dganme , suponiendo que este hombre haga sus proposiciones con algn discernimiento, puede decirse que estos actos afectaran a nuestro trabajo nacional tomado en masa?

Le afectaran un pice ms, an cuando hubiese en Bolonia veinte de estos individuos en lugar de uno, an cuando se hiciese un milln de trueques en lugar de cuatro, y an cuando para aumentar hasta el infinito las negociaciones, se hiciese intervenir en ellas a los comerciantes y a la moneda? Ahora bien: que un pas compre a otro por mayor para revender por menor, o viceversa, aunque se siga hasta el fin el hilo de las negociaciones, se ver que el comercio no es ms que un conjunto de trueques por trueques, productos por productos, servicios por servicios. Si pues un trueque no daa al trabajo nacional, porque implica tanto trabajo nacional dado, como trabajo extranjero recibido, cien mil millones de trueques no le daarn tampoco.

Pero cul es el provecho? dirn: el provecho es hacer el mejor empleo posible de los recursos de cada pas, de modo que una misma suma de trabajo produzca en todas partes ms satisfaccin y bienestar.

Hay algunos que emplean con ustedes una tctica singular. principian por convenir en la superioridad del sistema libre, respecto del sistema prohibitivo, sin duda para no tener que defenderse en este terreno. En seguida les hacen observar que en el pase de un sistema a otro hay alguna dislocacin de trabajo. Despus se extiende acerca de los sufrimientos que debe causar, segn ellos, esa dislocacin; los exageran, los aumentan, hacen de ellos el objeto principal de la cuestin; los presentan como el resultado nico y definitivo de la reforma, y se esfuerzan de este modo en alistaros en las banderas del monopolio.

Por lo dems, esta es una tctica que se ha puesto al servicio de todos los abusos, y debo confesar ingenuamente una cosa; a saber, que embaraza siempre a los amigos de las reformas, an de aquellas que son ms tiles al pueblo. Van a comprender por qu. Cuando un abuso existe, todo se acomoda a l; de l dependen unas existencias, de estas otras, y as sucesivamente hasta formar un gran edificio. Si quieren cortarlo, todos gritan, ya advierten que a primera vista parece que los chillones tienen razn, porque es ms fcil demostrar el trastorno que debe acompaar a la reforma, que el arreglo que debe seguirla: Los partidarios del abuso citan hechos particulares; nombran las personas que van a ser perjudicadas, as como sus proveedores y obreros, que tambin lo sern al paso que el pobre reformador no puede referirse sino al bien general, que debe esparcirse insensiblemente por las masas, lo que no hace ni con mucho tanto efecto. Cuando se reformaron en Espaa los conventos, se deca a los mendigos: Dnde hallaran la sopa y el pao? El prior es su Providencia: no es muy cmodo dirigirse a l?. Y los mendigos decan: Es cierto: vemos bien lo que perdemos si el prior se va; pero no vemos lo que nos vendr en su lugar. No consideraban que si los conventos hacan limosnas, tambin vivan de ellas; de modo que el pueblo les daba ms de lo que reciba.

Del mismo modo, obreros, el monopolio les grava a todos imperceptiblemente, y despus les proporciona trabajo con el producto de esos gravmenes. Y sus falsos amigos dicen: Si no hubiese monopolio, quin les proporcionara trabajo? Y ustedes responden: Es verdad, es verdad. El trabajo que nos proporcionan los monopolizadores es cierto; las promesas de la libertad son dudosas, porque no advierten que primero les saca su dinero, y luego les da por su trabajo una parte de ese mismo dinero.

Preguntan quin les proporcionar trabajo? Caramba! Se darn trabajo los unos a los otros! Con el dinero que no les quite ya, el zapatero se vestir mejor y har trabajar al sastre; el sastre renovar ms a menudo su calzado, y dar trabajo al zapatero; y as sucesivamente en todas las clases.

Se dice que con la libertad habr menos obreros en las minas y en las hilanderas. No lo creo; pero si as sucede, ser necesariamente porque habr mayor nmero trabajando libremente en su cuarto o al sol; porque si esas minas y esas hilanderas no se sostienen, como se dice, sino con el auxilio de contribuciones impuestas en provecho suyo sobre todo el mundo, una vez abolidas esas contribuciones, todo el mundo gozar de ms comodidades, y el bienestar de todos es el que alimenta el trabajo de cada uno.

Perdnenme si me detengo an en esta demostracin; tan grande es mi deseo de verlos del partido del libre cambio!...

En Francia los capitales empleados por la industria producen, por ejemplo, un 5% de utilidades; pero he aqu que Mondor tiene en una mquina 100,000 francos que le dejan 5% de prdidas; entre la prdida y la ganancia la diferencia es de 10,000 francos: qu se hace? Muy solapadamente se reparte entre ustedes un impuesto de 10,000 francos, que se dan a Mondor; no se nota, porque el asunto est disfrazado muy hbilmente. No es el colector el que viene a pedirles su cuota del impuesto, sino que se la pagan a Mondor, herrero, cada vez que compras tus hachas, tus cucharas (de albail) tus cepillos. Despus les dice: Si no pagis ese impuesto, Mondor no dar trabajo a sus obreros: Juan y Pedro quedarn sin tarea. Por vida de!... Si se les perdonara el impuesto, no se darn trabajo ustedes mismos, y lo que es ms, por su propia cuenta. Adems, no teman; cuando Mondor no tenga ya esa almohada del suplemento de precio por medio del impuesto, se ingeniar para convertir su prdida en beneficios, Juan y Pedro no sern despedidos. Entonces todo ser provecho para todos.

Insistirn tal vez diciendo: Comprendemos que despus de la reforma habr en general ms trabajo que antes; pero entre tanto Juan y Pedro se quedarn en la calle. A lo respondo:

1. Cuando el trabajo no cambia de destino sino para aumentar, el hombre que tiene corazn y brazos, no queda mucho tiempo en la calle;

2. No hay obstculo alguno para que el Estado reserve algunos fondos para impedir en la transicin cesaciones de trabajo que yo no preveo;

3. En fin, si para salir de un pantano y entrar en un estado mejor para todos y sobre todo ms justo, es absolutamente necesario arrostrar algunos instantes penosos, los obreros estn prontos a ello, o yo les conozco mal. Quiera Dios que suceda lo mismo con los empresarios!

Pues qu! Por qu son obreros no son inteligentes y morales? Parece que sus pretendidos amigos lo olvidan. No es sorprendente que traten en su presencia semejante cuestin, hablando de salarios e intereses, sin siquiera pronunciar la palabra justicia? Saben, sin embargo, que la restriccin es injusta: por qu, pues, no tienen valor para manifestroslo y deciros: Obreros, en el pas prevalece una iniquidad; pero les trae provecho; es preciso sostenerla Por qu? Porque saben que responderan: No.

Pero no es cierto que esta iniquidad les traiga provecho. Prstenme todava atencin por algunos momentos, y juzgaran ustedes mismos.

Qu se protege en Francia? Las cosas que se hacen por grandes empresarios en grandes mquinas, el hierro, el carbn de piedra, el pao, los tejidos y se dice que esto no se hace en favor de los empresarios, sino en el de ustedes. Sin embargo, cada vez que el trabajo extranjero se presenta en nuestro mercado bajo una forma tal que pueda hacerles dao, pero que favorezca a los grandes empresarios no se le deja entrar? No hay en Pars treinta mil alemanes que hacen casacas y zapatos? Por qu se les deja establecerse a su lado, al mismo tiempo que se rechaza al pao? Porque el pao se hace en grandes mquinas, que pertenecen a fabricantes legisladores, y las casacas se hacen por los obreros en su cuarto. Esos seores no quieren concurrencia para convertir la lana en pao, porque ese es su oficio; pero la admiten para convertir el pao en casacas, porque este es el de ustedes.

Cuando se han hecho los caminos de hierro, se han rechazado los carriles ingleses; pero se han hecho venir obreros ingleses. Por qu? Oh! eso es muy sencillo; porque los carriles ingleses hacen concurrencia a las grandes mquinas, al paso que los brazos ingleses no la hacen sino a sus brazos.

Nosotros no pedimos que se rechacen los sastres alemanes y los peones ingleses; pedimos que se dejen entrar los paos y los carriles: pedimos justicia para todos, igualdad para todos ante la ley!

Es una burla venir a decirnos que la restriccin aduanera tiene por objeto su utilidad. Sastres, zapateros, carpinteros, ebanistas, albailes, herrero, mercaderes, bodegueros, relojeros, carniceros, panaderos, tapiceros, modistas: les desafo a que me citen un slo caso en que la restriccin les aproveche, y cuando quieran, les citar cuatro en que les daa.

Y en resumen, vean cuan inverosmil es la abnegacin que sus diarios atribuyen a los monopolizadores: creo que se puede llamar tasa natural de los salarios a la que se establecera naturalmente bajo el rgimen de la libertad. Cuando se les dice, pues, que la restriccin les aprovecha, es lo mismo que si se les dijese que aade un excedente a sus salarios naturales; y como un excedente extra-natural de salario debe tomarse de alguna parte, porque no cae de las nubes, es claro que debe tomarse de aquellos que le pagan. Se ven, pues, conducidos a esta conclusin, segn sus pretendidos amigos: que el rgimen protector ha sido creado y puesto en prctica para que los capitalistas fuesen sacrificados a los obreros. Digan, es eso probable?

Quin les ha consultado? De dnde les ha venido la idea de establecer el rgimen protector?

Les oigo contestarme: no somos nosotros los que le hemos establecido. Los capitalistas son los que lo han arreglado.

Por el Dios que est en el cielo, se hallaban en buena disposicin ese da! Qu! los capitalistas han hecho la ley, han establecido el rgimen prohibitivo, y eso para que vosotros, obreros, sacarais provecho a sus expensas! Pero he aqu que sus pretendidos amigos dicen que los capitalistas, al obrar de ese modo, se han despojado a s mismos sin estar obligados a hacerlo, para enriqucelos, sin que tuvieran derecho para ello! No quiera Dios que este trabajo produzca el efecto de hacer brotar en su corazn grmenes de odio contra las clases ricas. Si intereses mal entendidos o sinceramente alarmados sostienen todava el monopolio, no olvidemos que este tiene su raz en errores que son comunes a los capitalistas y a los obreros. Lejos, pues, de excitar a los unos contra los otros, trabajemos por hermanarlos. Y qu es preciso hacer para conseguirlo? Basta dejar que las tendencias sociales sigan su curso natural, separar los obstculos artificiales que obstruyan sus efectos, y dejar que las relaciones entre las diversas clases de la sociedad se establezcan sobre el principio de la justicia.

Cuento chino

Frederic BastiatSe declama contra la codicia y el egosmo del siglo! En cuanto a m veo que el mundo, y sobre todo Pars, est lleno de Decios. Abran si no los mil volmenes, los mil peridicos, los mil folletines que vomitan diariamente sobre la nacin las prensas parisienses: no son todos ellos obra de angelitos? Qu nervio en la pintura de vicios del tiempo! Qu ternura tan conmovedora hacia las masas! Con qu liberalidad se invita a los ricos a partir con los pobres, ya que no se invita a los pobres a partir con los ricos! Cuntos planes de reformas sociales, de mejoras sociales, de organizaciones sociales! Hay un slo escritorzuelo que no se consagre al bienestar de las clases trabajadoras? Slo se necesita adelantarles algunos escudos, para que tengan tiempo de entregarse a sus lucubraciones humanitarias. Y en seguida hablan del egosmo y del individualismo del siglo.

Nada hay que no se pretenda hacer servir al bienestar y a la moralizacin del pueblo; nada hasta la misma aduana. Creen tal vez que esta es una mquina de impuestos, como los derechos de puertas, como el peaje al pasar un puente? Nada de eso; es una institucin esencialmente civilizadora, fraternitaria e igualitaria. Qu quieren? Esa es la moda; es preciso cuando menos, afectar sensibilidad, sentimentalismo en todas partes, hasta en el escondrijo del que pide la bolsa o la vida.

Es necesario convenir en que para realizar estas filantrpicas aspiraciones, la aduana usa unos medios singulares. Pone en pie un ejrcito de directores, subdirectores, inspectores, subinspectores, vistas, verificadores, receptores, jefes, subjefes, comisionados, supernumerarios, aspirantes supernumerarios y aspirantes a aspirantes, sin contar el servicio activo, y todo es o para llegar a ejercer sobre la industria del pueblo esa accin negativa que se llama impedir. Tngase presente que no digo gravar, sino impedir, e impedir no actos reprobados por las buenas costumbres o contrarios al orden pblico, sino contratos inocentes y hasta favorables, segn se confiesa, a la paz y unin de los pueblos.

Sin embargo, la humanidad es tan flexible y tan maleable, que de un modo u otro supera siempre los impedimentos. Todo se reduce a aumentar el trabajo. Se impide al pueblo que traiga alimentos de fuera; los produce dentro: ello es ms penoso, pero es preciso vivir. Se le impide que atraviese el valle, salva los picos: ello es ms largo, pero no hay ms remedio que llegar.

Esto es lo triste; veamos ahora lo divertido. Cuando la ley ha creado de este modo cierto nmero de obstculos, y cuando para vencerlos ha cambiado la humanidad el destino de una suma correspondiente de trabajo, no se les permite ya pedir la reforma de la ley; porque si muestran el obstculo, se les muestra el trabajo a que da margen, y si dicen: ese no es trabajo creado, sino un trabajo cuyo destino se ha cambiado, se les responde como el diario nombrado el espritu pblico: El empobrecimiento es lo nico cierto e inmediato; en cuanto al enriquecimiento, es ms que hipottico.

Esto me recuerda una historia china que voy a contar.

Haba en China dos grandes ciudades: Tchin y Tchan unidas por un magnfico canal. El emperador juzg oportuno echar en l enormes pedazos de piedra para ponerlo fuera de servicio. Al ver esto, Kouang, su primer mandarn, le dijo: Hijo del cielo, cometis una falta. Y el emperador le contest:

Kouang, dices una barbaridad.

Por supuesto que no refiero ms que la sustancia de la conversacin.

Al cabo de tres lunas, el celeste emperador hizo venir al mandarn, y le dijo:

Kouang, mira.

Y Kouang abri los ojos y mir.

Y vio a cierta distancia del canal una multitud de hombres trabajando. Unos sacaban escombros y otros hacan terraplenes; estos nivelaban, aquellos empedraban; y el mandarn, que era muy instruido, dijo para s: estn haciendo un camino.

Al cabo de otras tres lunas, el emperador llam a Kouang y le dijo:

Mira

Y Kouang mir que estaba hecho el camino; y observ que en l se construan de trecho en trecho grande posadas. Un enjambre de caminantes, carros y palanquines iban y venan, e innumerables chinos, abrumados por la fatiga, llevaban y traan pesados fardos de Tchin a Tchan y de Tchan a Tchin. Y Kouang dijo para s: la destruccin del canal es la que ha dado trabajo a estas pobres gentes. Pero no se le ocurri la idea de que este trabajo se dedicaba antes a otros empleos.

Pasaron tres lunas, y el emperador dijo a Kouang.

Mira

Y Kouang mir.

Y vio que las posadas estaban llenas de viajeros; y que como los viajeros tenan hambre, alrededor de aquellas se haban agrupado establecimientos de carniceros, panaderos, cocineros y vendedores de nidos de golondrinas; y como estos honrados artesanos no podan andar desnudos, se haban tambin establecido all sastres, zapateros, vendedores de paraguas y abanicos; y como ni an en el celeste imperio se duerme al claro de la luna, haba tambin all carpinteros, albailes y pizarreros. Vinieron despus empleados de polica, jueces, sabios; en una palabra, se form una ciudad con sus arrabales alrededor de cada posada.

Y el emperador dijo a Kouang:

Que te parece?

Y Kouang respondi:

No hubiera credo nunca que la destruccin de un canal pudiese crear tanto trabajo para el pueblo.

Porque no se le ocurri que aquel no era trabajo creado, sino aplicado a otro objeto, ni que los viajeros coman cuando pasaban sobre el canal, del mismo modo que cuando se vieron obligados a ir por el camino.

Al cabo de tiempo, y con grande admiracin de los chinos, el emperador muri, y el hijo del cielo fue sepultado en la tierra.

Su sucesor llam a Kouang y le dijo:

Haz limpiar el canal.

Y Kouang dijo al nuevo emperador:

Hijo del cielo, cometis una falta.

Y el emperador respondi:

Kouang dices una barbaridad.

Pero Kouand insisti y dijo:

Seor, Cul es su objeto?

Mi objeto, dijo el emperador, es facilitar la circulacin de los hombres y de las cosas entre Tchin y Tchan; hacer el transporte menos dispendioso, a fin de que el pueblo obtenga ms baratos el te y los vestidos.

Pero Kouang estaba bien preparado. haba recibido la vspera algunos nmeros del Monitor industrial, peridico chino. Como saba bien su leccin, pidi permiso para contestar y habindole obtenido, despus de haber tocado nueve veces el suelo con la frente, dijo:

Seor: aspiris a reducir por la facilidad del transporte el precio de los objetos de consumo, para ponerlos al alcance del pueblo, y para ello principiis por hacerle perder todo el trabajo que haba hecho nacer la supresin del canal. Seor, en economa poltica la baratura absoluta...

El emperador: Creo que hablas de memoria. Kouang: Es cierto, me ser ms cmodo leer.

Y habiendo desdoblado el Espritu pblico, ley: En economa poltica la baratura absoluta de los objetos de consumo no es ms que una cuestin secundaria. La dificultad est en el equilibrio entre el precio del trabajo y el de los objetos necesarios a la vida. La abundancia del trabajo es la riqueza de las naciones, y el mejor sistema econmico es el que les proporciona la mayor suma posible de trabajo. No preguntis si vale ms pagar 4 u 8 caches por una taza de t, 5 o 10 tales por una camisa; esas son puerilidades indignas de un espritu serio. Nadie niega su proposicin. La cuestin es saber si es mejor pagar un objeto ms caro y tener por la abundancia y por el precio del trabajo ms facilidad de adquirirlo; o bien si vale ms empobrecer los grmenes del trabajo, disminuir las masas de la produccin nacional, transportar por caminos en actual servicio los objetos de consumo a un precio menor; es cierto, pero quitando al mismo tiempo a una parte de nuestros trabajadores la posibilidad de comprarlos, an a esos precios disminuidos.

No estando todava bien convencido el emperador, Kouang le dijo: Seor, dignaos esperar; puedo tambin citar al Monitor industrial.

Pero el emperador dijo:

No necesito de los diarios chinos para saber que el crear obstculos es llamar el trabajo de ese lado; pero esta no es mi misin. Ve, limpia el canal; despus reformaremos la aduana.

Y Kouang se fue mesndose la barba y exclamando:

Oh F! oh P! oh L! y todos los dioses monoslabos y circunflejos de Cathay; tened piedad de su pueblo, porque nos ha venido un emperador de la escuela inglesa, y comprendo muy bien que antes de poco tiempo careceremos de todo, porque no tendremos ya necesidad de hacer nada.

Post hoc, ergo propter hoc

Frederic BastiatEste es el ms comn y el ms falso de todos los raciocinios. Sufrimientos reales se muestran en Inglaterra; este hecho acontece despus de otros dos: 1. la reforma aduanera, y 2. la prdida de dos cosechas consecutivas. A cul de estas dos ltimas circunstancias debe atribuirse la primera?

Los proteccionistas no dejan de exclamar; Esta maldita libertad es la que causa todo el mal; nos prometa villas y castillos; la hemos acogido, y he aqu que las fbricas se detienen, y que el pueblo padece: Cum hoc, ergo propter hoc.

La libertad del comercio distribuye de la manera ms equitativa y ms uniforme los frutos que la Providencia concede al trabajo del hombre. Si se disminuyen estos frutos por una desgracia cualquiera, no por eso deja de presidir a la buena distribucin de lo que queda. Los hombres estn sin duda menos bien provistos; pero debe atribuirse esto a la libertad, o a la desgracia?

La libertad obra segn el mismo principio que los seguros: cuando acaece una desgracia, aquella reparte entre un gran nmero de hombres y un gran nmero de aos, males que sin su intervencin se acumularan sobre un pueblo y una poca. Y se le ha ocurrido a nadie decir que desde que hay seguros no es un azote el incendio? En 1842, 1843 y 1844 principio en Inglaterra la reduccin de los impuestos. En los mismos aos fueron muy abundantes las cosechas, y es lcito creer que ambas circunstancias han contribuido a la inaudita prosperidad que dicho pas ha presentado durante ese perodo.

En 1845 la cosecha fue mala; en 1846 peor.

Los alimentos encarecieron; el pueblo gast sus recursos en alimentarse y disminuy sus consumos. Hubo menos demanda de vestidos, menos trabajo en las fbricas, y los salarios manifestaron tendencias a bajar.

Por fortuna habindose bajado de nuevo en este mismo ao las barreras restrictivas, una cantidad enorme de alimentos pudo abastecer al mercado ingls. Es casi cierto que a no ser por esta circunstancia, una revolucin terrible ensangrentara en este mismo instante la Gran Bretaa.

Y se acusa a libertad de desastres que impide y repara a los menos en parte!

Un pobre leproso viva en la soledad; nadie quera tocar lo que el haba tocado; obligado a hacerlo todo por s, arrastraba en este mundo una existencia miserable. Un gran mdico le cura; he aqu ya a nuestro solitario en plena posesin de la libertad de los cambios. Que bella perspectiva se abra ante l! Se complaca en calcular el buen partido que, gracias a sus relaciones con los otros hombre, podra sacar de sus vigorosos brazos. Sucedi que se rompi los dos... Ay! su suerte fue todava ms horrible. Los periodistas de aquel pas, testigos de su miseria, decan: Vean el estado en que le ha puesto la libertad de cambiar! respondi el mdico: no tienen en cuenta sus dos brazos rotos? No han influido nada en su triste destino? Su desgracia consiste en haber perdido los brazos y no en haberse curado de la lepra. Sera ms digno de lstima si fuese manco y adems leproso.

Frederic Bastiat

El robo por medio de las primas

Se cree que mi libro de los sofismas es demasiado terico, cientfico, metafsico. Est bien: ensayemos hacer algo del gnero trivial, banal, y si es preciso brutal. Convencido de que el pblico es engaado en materia de proteccin, he querido probrselo. Prefiero que se les grite; pues vociferemos:

Orejas tiene de pollino Midas!

Una explosin de franqueza vale a menudo ms que los rodeos ms polticos. Os recuerda a Orente; y lo mal que hace el misntropo, a pesar de su misantropa, en convencerle de su locura.

Orente. Queris con eso decirme que hago mal cuando pretendo?...Orente Acaso escribo mal?Orente. Pero no puedo saber aquello que en mi soneto?...(C. pen. art. 379).Hurtar o robar (voler). Tomar furtivamente o por fuerza. (Dictionnaire de l'Acadmie.)

Ladrn (voleur.) El que exige ms de lo que se le debe (Id.)

As, pues, el monopolizador que segn la ley hecha por l me obliga a pagarle 20 francos por lo que en otra parte podra obtener por 15 no me sustrae fraudulentamente 5 francos que me pertenecen? No exige ms de lo que se le debe? Sustrae, toma exige, se dir, pero no furtivamente o por fuerza, que es lo que caracteriza al hurto. Hay algo ms oculto que los boletines de contribuciones se encuentran sobrecargados en 5 francos, por la prima que el monopolizador sustrae, toma o exige, puesto que son tan pocos los que siquiera se lo figuran? Y hay algo ms forzado para aquellos que no son engaados, si a la primera negativa tienen el alguacil o la puerta?

Por lo dems, pierdan el miedo los monopolizadores. El que roba por medio de las primas o de la tarifa, si bien es cierto que viola la equidad tanto como el que roba a la americana, no viola sin embargo la ley; por el contrario, roba en su nombre: es ms criminal, pero no tiene que temer nada de la correccional.

Por otra parte, de grado o fuerza, todos somos en este asunto ladrones y robados. Por ms que el autor de este escrito grite Ladrones, cuando compra, puede gritrsele lo mismo cuando vende; si difiere de muchos de sus compatriotas, es solo en que sabe