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REVISTA EUROPEA. NÚM. 78 22 DE AGOSTO DE 1875. AÑO n. ETIQUETAS DE LA CASA DE AUSTRIA. ni.* EL MAYORDOMO MAYOR. El Mayordomo mayor tenía de gajes, pensión, li- brea y plato 2.226.325 maravedís al año, y además ración de pan, vino, cera, sebo, casa de aposento, médico y botica. Servía en virtud de la merced de S. M. habiéndole por ella besado la mano, sin otro despacho ni ceremonia, contándosele desde aquel dia los gajes en la Casa de Borgoña, mientras que por la de Castilla se le despachaba título por el Consejo y por la Cámara. No juraba su cargo. Nom- braba un Teniente para la Casa de Castilla que fir- maba todas las libranzas, sobre-cartas, desembar- gos y otros despachos del Consejo de Hacienda en sitio preferente al del Presidente, poniendo en la antefirma Mayordomo mayor (1). Si se le ofrecía al- guna duda respecto á la provisión de asuntos ordi- narios de la Real Casa, podía llamar á dicho Presi- dente para que le facilitase noticias ó le diese su opinión sobre el particular. Gozaba el privilegio de tener en el aposento de S. M. silla rasa de tercio- pelo de forma de Lijera, que se podía doblar. En la Capilla tocaba al mayordomo mayor y á los mayor- domos la disposición y arreglo de lo temporal, y al Capellán mayor lo correspondiente al Oficio divino; y también en este sitio usaba su silla rasa, colocán- dola delante del banco de los Grandes é inmediata á la cortina de S. M. Allí permanecía cubierto, aunque no fuese Grande, quedando detrás de la silla un ujier de Cámara para recibir sus órdenes. Tenía cuarto en Palacio, y oficinas para su ser- vicio. Cuando los Cardenales, Potentados, Embajadores y Grandes, que venían á la corte, deseaban tener audiencia con S. M. por primera vez, acudían al mayordomo mayor para que diese cuenta á S. M. de su llegada. Entonces les enviaba éste las órdenes para la audiencia, disponía el acompañamiento y * Véase el número 75, página 461. (1) Varias veces protestaron (le esta preferencia el presidente y los tenores del Consejo (le Hacienda, y Sun aquel llegó a firmar en ocasiones anlcs del mayordomo mayor, ha«ta que S. M., conformándose en 22 de Mario de 1047 con la consulta del Real Bureo, volvió á mandar se ob- servase la costumbre antigua, imponiendo silencio al Consejo en esle punto y ordenando al guarda-sallo que no sellase ningún despacho que no llevase la firma del mayordomo mayor en la forma ar.ligua. TOMO V, preparaba lo demás necesario para este acto (1). En las audiencias ordinarias permanecía arrimado á la pared á que estaba aproximada la silla de S. M. y el más inmediato á ella. Por la noche, después de cerradas las puertas de Palacio, le llevaban los guardas las llaves á su apo- sento, y no se podían volver á abrir sino en caso muy preciso y con su licencia. Si no dormía en Pa- lacio, se colgaban las llaves en el Cuerpo de Guar- dia á vista de las tres naciones. Ocurriendo de no- che en Palacio alguna novedad tenían obligación los guardas de dar parte de ella, antes que á nadie, al mayordomo mayor, y caso de no dormir en Palacio, de comunicársela por la mañana en su casa. Estaban á sus órdenes los mayordomos, capitanes de las tres guardas, gentiles-hombres, costilleres, varlet-servant, maestros de la cámara, contralor y grefier, á quienes trataba de vos por escrito y de palabra, siendo la fórmula comenzar diciendo: «Se- ñor maestro do la cámara, haced esto.» Igualmente estaban á sus órdenes el guarda-joyas, acemilero mayor, veedor de vianda, aposentador de Palacio, lapicero, médicos de familia, cirujanos, sangrado- ros, aposentadores de camino, ujieres, porteros, todos los oficios de boca y el comisario de la com- pañía de archeros. S. M. proveía estas plazas, que todas eran de la casa de Borgoña, por consulta suya, siendo de Ubre provisión del mayordomo las de mozos de oficio y oficiales de mano. En las comidas públicas de Pascuas, casamientos y ot&is extraordinarias, bajaba á la cocina por la vianda la primera vez con los mayordomos, llevando el bastón al hombro, teniéndole un ayuda de la fur- riera la silla rasa para sentarse, mientras se sacaba la vianda. Colocada ya éstaen la mesa de S. SI., de- jaba el bastón y entraba á avisárselo al Rey. Pre- sentábale luego la toalla para secarse las manos antes de comer, arrimábale la silla, y en sentándose en ella, se colocaba sobre la tarima á mano dere- cha. Recibía órdenes directamente de S. M., y las comunicaba al mayordomo semanero, quien á su vez las ponía en conocimiento de los capitanes de las guardas ó del contralor, según su naturaleza. El dia de los Reyes servía á S. M. los cálices de la ofrenda, y no hallándose presente, le sustituía el (1) En la relación que escribió Juan Sinogay sobre el servicio d» ,« casa del Emperador Carlos V, por mandado de Felipe II, consta así; pero posteriormente se limitó el referido mayordomo a dar orden «i st- inanero para prevenir la casa y acompañamiento.

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REVISTA EUROPEA.NÚM. 78 2 2 DE AGOSTO DE 1 8 7 5 . AÑO n .

ETIQUETAS DE LA CASA DE AUSTRIA.

ni.*EL MAYORDOMO MAYOR.

El Mayordomo mayor tenía de gajes, pensión, li-brea y plato 2.226.325 maravedís al año, y ademásración de pan, vino, cera, sebo, casa de aposento,médico y botica. Servía en virtud de la mercedde S. M. habiéndole por ella besado la mano, sinotro despacho ni ceremonia, contándosele desdeaquel dia los gajes en la Casa de Borgoña, mientrasque por la de Castilla se le despachaba título por elConsejo y por la Cámara. No juraba su cargo. Nom-braba un Teniente para la Casa de Castilla que fir-maba todas las libranzas, sobre-cartas, desembar-gos y otros despachos del Consejo de Hacienda ensitio preferente al del Presidente, poniendo en laantefirma Mayordomo mayor (1). Si se le ofrecía al-guna duda respecto á la provisión de asuntos ordi-narios de la Real Casa, podía llamar á dicho Presi-dente para que le facilitase noticias ó le diese suopinión sobre el particular. Gozaba el privilegio detener en el aposento de S. M. silla rasa de tercio-pelo de forma de Lijera, que se podía doblar. En laCapilla tocaba al mayordomo mayor y á los mayor-domos la disposición y arreglo de lo temporal, y alCapellán mayor lo correspondiente al Oficio divino;y también en este sitio usaba su silla rasa, colocán-dola delante del banco de los Grandes é inmediataá la cortina de S. M. Allí permanecía cubierto,aunque no fuese Grande, quedando detrás de lasilla un ujier de Cámara para recibir sus órdenes.Tenía cuarto en Palacio, y oficinas para su ser-vicio.

Cuando los Cardenales, Potentados, Embajadoresy Grandes, que venían á la corte, deseaban teneraudiencia con S. M. por primera vez, acudían almayordomo mayor para que diese cuenta á S. M. desu llegada. Entonces les enviaba éste las órdenespara la audiencia, disponía el acompañamiento y

* Véase el número 75, página 461.

(1) Varias veces protestaron (le esta preferencia el presidente y los

tenores del Consejo (le Hacienda, y Sun aquel llegó a firmar en ocasiones

anlcs del mayordomo mayor, ha«ta que S. M., conformándose en 22 de

Mario de 1047 con la consulta del Real Bureo, volvió á mandar se ob-

servase la costumbre antigua, imponiendo silencio al Consejo en esle

punto y ordenando al guarda-sallo que no sellase ningún despacho que no

llevase la firma del mayordomo mayor en la forma ar.ligua.

TOMO V,

preparaba lo demás necesario para este acto (1).En las audiencias ordinarias permanecía arrimado ála pared á que estaba aproximada la silla de S. M. yel más inmediato á ella.

Por la noche, después de cerradas las puertas dePalacio, le llevaban los guardas las llaves á su apo-sento, y no se podían volver á abrir sino en casomuy preciso y con su licencia. Si no dormía en Pa-lacio, se colgaban las llaves en el Cuerpo de Guar-dia á vista de las tres naciones. Ocurriendo de no-che en Palacio alguna novedad tenían obligación losguardas de dar parte de ella, antes que á nadie, almayordomo mayor, y caso de no dormir en Palacio,de comunicársela por la mañana en su casa.

Estaban á sus órdenes los mayordomos, capitanesde las tres guardas, gentiles-hombres, costilleres,varlet-servant, maestros de la cámara, contralor ygrefier, á quienes trataba de vos por escrito y depalabra, siendo la fórmula comenzar diciendo: «Se-ñor maestro do la cámara, haced esto.» Igualmenteestaban á sus órdenes el guarda-joyas, acemileromayor, veedor de vianda, aposentador de Palacio,lapicero, médicos de familia, cirujanos, sangrado-ros, aposentadores de camino, ujieres, porteros,todos los oficios de boca y el comisario de la com-pañía de archeros. S. M. proveía estas plazas, quetodas eran de la casa de Borgoña, por consultasuya, siendo de Ubre provisión del mayordomo lasde mozos de oficio y oficiales de mano.

En las comidas públicas de Pascuas, casamientosy ot&is extraordinarias, bajaba á la cocina por lavianda la primera vez con los mayordomos, llevandoel bastón al hombro, teniéndole un ayuda de la fur-riera la silla rasa para sentarse, mientras se sacabala vianda. Colocada ya éstaen la mesa de S. SI., de-jaba el bastón y entraba á avisárselo al Rey. Pre-sentábale luego la toalla para secarse las manosantes de comer, arrimábale la silla, y en sentándoseen ella, se colocaba sobre la tarima á mano dere-cha. Recibía órdenes directamente de S. M., y lascomunicaba al mayordomo semanero, quien á suvez las ponía en conocimiento de los capitanes delas guardas ó del contralor, según su naturaleza.

El dia de los Reyes servía á S. M. los cálices dela ofrenda, y no hallándose presente, le sustituía el

(1) En la relación que escribió Juan Sinogay sobre el servicio d» ,«

casa del Emperador Carlos V, por mandado de Felipe II, consta así;

pero posteriormente se limitó el referido mayordomo a dar orden «i st-

inanero para prevenir la casa y acompañamiento.

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282 REVISTA EUROPEA. 2 2 DE AGOSTO DE 1 8 7 5 . N.° 78

semanero ó el personaje que S. M. designaba. Ponía¡i S. M. la almohada para hincarse de rodillas, y qui-taba el telliz con que estaba cubierto el sitial en lostoros, y también en la capilla é iglesia, cuando fal-taban los eclesiásticos á quienes correspondía.

Tenía entrada en la cámara de la Reina, estandoen ella el Rey, á quien iba acompañando, y en igualcaso entraba en la del Rey el mayordomo mayor dela Reina, así como también en los cuartos de SS. AA.no estando en la cama, habiéndosele de poner sillaen todas estas cámaras como sí estuviera en ladel Rey.

Celebraba bureo los lunes y viernes de cada se-mana, habiendo asuntos de que tratar, destinándoselos lunes á examinar los libros, precios, cuentas ygastos de la casa, cámara y caballeriza, y los vier-nes á materias de gobierno y justicia. El bureo sehacía en su cuarto, colocándose él á la cabecera dela mesa, sentado en su silla de brazos y teniendo ásus lados á los mayordomos, también sentados ensillas, y en un banco raso cubierto los maestros dela cámara, contralor y grefier. En el caso de tenerque entrar algún abogado en el bureo á defenderalgún pleito, se sentaba en este banco raso despuésde los mencionados oficiales, y si era escribano per-manecía en pié, descubierto y sin espada. Remi-tíanse al mayordomo mayor todos los memorialesentregados á S. M. sobre pretensiones y negociosde la casa, exceptuando tan sólo los que tocaban alcapitán de los areneros, que consultaba con S. M.todas las cosas de gracia. Juraban en sus manos elcaballerizo mayor, el sumiller de corps (no habien-do camarero mayor) y los jefes de la casa del Prin-cipe. Recibía juramento en el bureo á los mayordo-mos, capitanes de las guardas y demás criados desu jurisdicción, estando él y los mayordomos y ofi-ciales sentados y cubiertos, y el que juraba descu-bierto y en pié (1). Se conocía en el bureo de todaslos diferencias, pleitos, excesos y delitos cometidospor los criados de S. M. ó en su Palacio, sin que dela sentencia del bureo hubiera apelación ni revista.Cuando se resolvía que dentro ó fuera de Palacio seprendiese á alguna persona, criado ó no de S. M.,podía el mayordomo mayor llamar al alcalde quequisiere para encomendarle la prisión, ó á los al-guaciles que estaban de guardia en Palacio para quele llevasen á la cárcel que les ordenare, quedandoen ésta sentado en los correspondientes libros queera por orden del mayordomo mayor. No siendo

(i) La fórmula del juramento e n esta: «Juráis de servir bien y fiel-menle al Rey Nuestro Señor en et oficio de.. . dft que S. M. os ha hechomerced, procurando todo lo que fuere de su servicio y provecho y apar-Inndo su daño, y que si viniere á vuestra noticia alguna cosa que seacontra el servicio de S. M. ó en daño suyo, daréis aviso á ini ó á personaque lo pueda remediar? ¿Asi lo juráis?—Asi lo juro.—Si así lo hiciéredesDios osayude, y haciendo lo contrario os lo demande.—Amén.»

hora.de haber alguaciles en Palacio, los soldadoscustodiaban al preso en el Cuerpo de guardia hastaentregarlo á la justicia que se les ordenaba, siendode absoluta precisión que esta entrega se verificasefuera de las puertas de Palacio. Recayendo la ordende prisión en persona de calidad, podía el mayor-domo mayor disponer que en vez de prenderle yllevarle á la cárcel alguaciles, fuesen soldados de laguarda. Los capitanes de ella de areneros, españo-les y alemanes, conocen en primera instancia delas causas criminales formadas á los soldados (1),pero siempre con sujeción al mayordomo mayor,viniendo al bureo las apelaciones de cualquier de-terminación. Formaba parte de la Junta de obras ybosques en et mero hecho de ser mayordomo ma-yor, colocándose inmediatamente después del Pre-sidente del Consejo de Castilla.

Su puesto, siempre que S. M. andaba por su apo-sento ó salía á funciones públicas en que no concur-rían detrás la Reina, Infantes, Cardenales ó Emba-jadores, era el inmediato á S. M., á no ser que porfalta de Grandes siéndolo él, le mandase S. M. pa-sar delante. Cuando marchaba detrás, precedía alcamarero mayor, caballerizo mayor (yendo á pié) ysumiller de corps. No siendo Grande era su lugarsiempre detrás de S. M., á un lado, si iban perso-nas reales ó eminentes, y sino inmediato á S. M.,siguiendo luego los Consejos de Estado y gentiles-hombres. En el coche de S. M. se sentaba despuésdel caballerizo mayor, á quien tocaba colocarse elprimero siempre que S. M. iba en coche ó á caballo,así como en apeándose del coche volvía el mayor-domo mayor á ocupar el mejor puesto.

En los entierros de los Reyes y personas realesmarchaba inmediatamente detras del cuerpo, en elmejor lugar, llevando á su izquierda al prelado ysiguiéndole los gentiles-hombres. En dias de torosy fiestas públicas, á que asistía S. M., correspon-díale hacer la repartición de ventanas de la plaza y,hecha, la mandaba ejecutar al alcalde más antiguo.También estaban á sus órdenes los alcaldes de casay corte en las cosas tocantes á la casa y necesariasal gobierno de ella (2) y disposición de las proce-siones, llamándolos de vos, según la costumbre an-tigua. Igual tratamiento daba al teniente de mayor-domo mayor de la casa de Castilla, á los médicos,aposentadores de caminos, alguaciles de corte yoficiales de mano de aquella casa.

Mayordomos. Sus gajes eran 48 plazas al dia, yde librea, fruta y leña 64.410 mrs. al año, ración depan, vino, cera, sebo y otros emolumentos, casa deaposento, módico y botica. Asistían al bureo con el

(d) Instrucciones entregadas por Felipe II al Duque del Infantado,su mayordomo mayor, para conocimiento de Jos capitanes dft lasguardas.

(2) Asi lo declaró Felipe IV en consulta de 5 de Junio de 1649.

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N.° 78 A. RODRÍGUEZ VILLA. ETIQUETAS DE LA CASA DE AUSTRIA. 283

mayordomo mayor, colocándose por antigüedad.Acompañaban á S. M. á la capilla y á todas las fun-ciones públicas, permaneciendo en pió, con susbastones, que habían de llegar al pecho y ser delgrueso conveniente, en frente de la cortina, másadelante del banco de los embajadores, debiendocorrerla en unión del sumiller do corps del ora-torio, en ausencia del Patriarca de la capilla. Ser-vían por semanas, y el semanero tomaba las ór-denes; no estando allí el mayordomo mayor, lasdistribuía y ejecutaba para que avisasen á los em-bajadores, grandes y mayordomos en las ocasionesen que habían de acompañar á S. M.; visitaba lacapilla antes que S. M. saliese á misa, ordenandoque la cortina y los asientos de prelados, grandes yembajadores, estuviesen prevenidos y la capilladespejada, y cuidando de los lugares que cada unohabía de ocupar. Inspeccionaba el servicio de losguardas y los oficios de boca, informándose de lacomida que cada dia se preparaba para S. M. Siregalaban á S. M. alguna cosa de comer, los oficia-les de boca que la recibían, daban de ella cuentaal semanero y éste al mayordomo mayor, para quelo dijese á S. M. y saber si se lo había de presentar óno, porque de otra manera no se podía servir á S. M.En las audiencias y actos públicos en que S. M. es-taba sentado á la ventana ó en tablado, permanecíajunto al mayordomo mayor para recibir de él lasórdenes y traerle las respuestas. El mayordomo quevenía sirviendo á S. M., á la vuelta de una largajornada ó cacería, continuaba la semana empezadahasta el sábado, siendo pasado el miércoles, por-que á ser antes de este dia empezaba su servicioel mayordomo siguiente. Si por enfermedad ú otroaccidente se excusaba el semanero de continuar lasemana, avisaba al mayordomo que le seguía, con-tinuando osle el servicio hasta el sábado si le habíacomenzado antes del miércoles, y prosiguiéndoleotra semana si había sido avisado después. Rubri-caba cada semana los gastos extraordinarios quese hubiesen hecho durante ella, presidiendo el másantiguo el bureo en ausencia del mayordomo ma-yor. Comunicaba á las partes las mercedes hechaspor S. M. el mayordomo más antiguo. El gobiernode la casa, no habiendo mayordomo mayor, corres-pondía al bureo, y al semanero las funciones perso-nales y la resolución de las cosas del momento queno daban lugar á consulta. Á los jefes, ayudas ymozos de oficio podía el mayordomo llamar de vos,pero de forma que no se ofendiesen, y en particulardebía abstenerse de emplear este tratamiento conlos jefes en presencia de S. M.

Gentiles-hombres de la boca. Sus gajes eran36 plazas al dia (131.400 mrs. al año) y casa deaposento. Tenían obligación de acompañar á SuMajestad en todas las solemnidades públicas, co-

locándose detras del banco de los grandes, ó bienen los acompañamientos en sitio inmediato á losmayordomos y dolante de los maceros. Cuando losembajadores ordinarios ó extraordinarios tenían au-diencia con S. M. por primera vez, iba por ellos elmayordomo de semana, á caballo, acompañado delos gentiles-hombres de boca y casa, ocupando elmás antiguo de aquellos el lado izquierdo del ma-yordomo.

En las comidas públicas, servía un gentil-hombrede la boca de panetier, otro de copero, y otro detrinchante, yendo los demás por la vianda á la co-cina. Cuando S. M. iba á hi guerra tenían obligaciónde seguir el estandarte Real cada uno con cuatrocaballos. Comían en el Estado de boca, y á falta demayordomo gobernaba el gentil-hombre de bocamás antiguo, desde el lugar que ocupaba.

Gentiles-hombres de la casa. Tenían de gajes24 plazas (al año 87.600 mrs.) y casa de aposen-to. Los gentiles-hombres, de esta clase que lla-maban acroes, estaban, como los anteriores, obliga-dos á acompañar á S. M. en la capilla y festivida-des públicas, detras de los gentiles-hombres de laboca, y delante en los acompañamientos. Forma-ban parte de la comitiva que iba con los embaja-dores la primera vez que eran recibidos por S. M.Yendo S. M. á la guerra, seguían el estandartereal con tres caballos cada uno. Tenían entrada enla saleta.

Los Costilleres gozaban de 12 plazas al dia(43.400 mrs. al año) y casa de aposento. Acompa-ñaban á S. M. como los anteriores, en el sitio inme-diatamente inferior, así como también á los emba-jadores. Seguían el estandarte real en la guerra consu persona y dos caballos. El Emperador Carlos V,cuando estaba en campaña y se ofrecía enviar al-gún rajado á los coroneles, capitanes ó personasprincipales, solía mandar á algunos de los costi-lleres.

Los gajes del Mariscal de logis eran 36 plazas aldia (231.400 mrs. al año). En sus manos prestabanjuramento los aposentadores de la casa, pero no te-nía autoridad para recibirlos ni despedirlos por sí.

El Reíopidor, cuyo oficio era asistir en la tapice-ría para el arreglo, limpieza y compostura de lostapices y paños, según el lapicero mayor le orde-nase, tenía de gajes seis plazas en el extraordina-rio, que montaban al año 21.900 mrs., y varios co-mestibles.

VA Entallador tenía al año 36.500 mrs., pagándo-sele separadamente todas las obras de su arte quehacía para S. M., con libranza del mayordomo mayor.

El lleloxero ocho plazas (29.200 mrs.), y pagadasaparte las obras hechas para el servicio de S. M.

El Cerrajero tenía cuatro plazas al dia (14.600maravedís), y á más las obras que hacía para la

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284 REVISTA EUROPEA.—22 DE AGOSTO DE 1 8 7 5 . N.° 78casa de S. M. Juraba en manos del mayordomo ma-yor no dar á nadie llave ni instrumento para abrirpuerta alguna de palacio, pena de la vida.

El Bastero tenía cinco plazas al dia (18.3S0 mrs.),y pagadas aparte las obras para el servicio de S. M.

El Guardajoyas tenía 30 plazas al dia, 216 librasal año de pensión, y media plaza diaria por unalamparilla que debía arder en el oficio, todo lo cualascendía al año á 184.525 mrs. Sus ayudas gozabannueve plazas al dia y cuatro los mozos; y todos te-nían ración ordinaria, sólo que en lugar de vaca seles daba carnero. Recibía y se hacía cargo de todaslas cosas tocantes á su oficio, procurando estuvie-sen bien tratadas y se empleasen sólo en el serviciode S. M. Llevaba cuenta de los objetos de plata queentregaba álos jefes de los oficios marcando el pesoy señas de ellos. Sin orden expresa del mayordomomayor, no podía prestar cruces, relicarios, blando-nes, candeleras ni otro objeto de su cargo. Su asis-tencia en palacio había de ser muy continua, por lafalta que constantemente hacía. Cuando llevaba elToisón para S. M. iba desde el oficio un ayuda conél, y además el platero, por si era necesario adere-zar algún eslabón, todos, por supuesto, sin espadani sombreros y en cuerpo. Dormía en el oficio unmozo, para lo cual se le pagaba una cama porcuenta de S. M., y cuando éste caminaba no se po-día apartar un mozo de este oficio de las cargas enque iban los objetos de plata y servicio de S. M.

Los gajes del tapicero eran doce plazas y mediaal dia (esta última para una lamparilla que debíaarder todo el dia en el oficio), ó sean 45.725 ma-ravedís al año, cuatro ayudas y un retupidor ásiete plazas. Tenía á su cargo el jefe de la tapiceríalos oratorios, sitiales, doseles, sillas, almohadas,bancos, tapicerías de invierno, colgaduras de vera-no, guademecíes, reposteros, alfombras, camas, col-chas, colchones, frazadas, pabellones, sobremesas,caires y demás cosas análogas, que recibía por in-ventario del contralor y grefler. Si compraba algu-na cosa para su oficio, ó se la regalaban á S. M.,debía dar relación de ella al contralor y greflerdentro de ocho dias, determinando su calidad, señasy requisitos necesarios. Asistía ordinariamente condos ayudas en el aposento de S. M., para lo que seofreciese de su servicio, quitar, poner y limpiar lascolgaduras de la cama que sirviese y la de respeto,sobremesas, alfombras y demás que estuvieren enla cámara. Entraba en el aposento de S. M. concapa, sin espada ni sombrero, y de esta misma ma-nera llevaba la almohada en las procesiones. Susayudas y mozos asistían en cuerpo. Era de preci-sión que en cada uno de los oficios donde habíaropa de S. M. durmiese un mozo de oficio.

Furriera. El aposentador de palacio tenía degajes doce plazas al dia y seis plazas por libras de

leña, en invierno y la mitad en verano, que todo as-cendía á 60.225 maravedís al año: sus dos ayudas ásiete plazas y media, 25.365 maravedís; dos sota-ayudas, á cuatro plazas, 14.300 maravedís, y todosdisfrutaban de ración ordinaria.

Era de su cargo el cuidar que los barrenderostuviesen muy limpia la casa, así como las sillas,bufetes, mesas, morillos y esteras. En los actos so-lemnes poníala silla para S. M., y levantaba la mesacuando comía en público. Cuidaba de tener siempreen la cámara silla para el mayordomo mayor, sinconsentir que nadie más que este alto funcionariose sentase en ella. Le estaba encomendada la useríade la cámara, á cuyo efecto recibía orden del con-tralor para la cantidad de leña y carbón que se habíade gastar en las chimeneas de la cámara, retrete,consejo de Estado, mayordomia y guardas. Custodia-ba las llaves de la cámara de S. M., y las daba de sumano al gentilhombre y ayudas de cámara, pudien-do traer en su bolsillo una llave doble que abriesetodas las puertas de palacio para limpiar y recono-cer todo lo necesario, siendo la llave de tercerasuelta de la sola persona de S. M. Corría á su cargola paga de los barrenderos y chirrionero. Su asis-tencia en el cuarto de S. M. era precisa, con capay sin espada ni sombrero, teniendo cu'dado de abriry cerrar las puertas y ventanas. Yendo S. M. dejornada aposentaba á las personas reales y oficiosde su casa, y en los bosques á todos los cria-dos, ministros y otras personas que iban sirviendoá S. M. Cuando venía á besar la mano de éstealgún cardenal, poníale la silla, así como recadode escribir para celebrar consejo de Estado, con-sultas del mismo, juramentos de virreyes y pre-sidentes, elecciones de jueces del Orden de San-tiago, Toisones y otras ceremonias. Repartía lasventanas para las fiestas públicas en la Panadería, ysiendo en la plaza de Palacio, acomodaba á los con-sejeros, grandes y títulos, según la orden que áeste efecto había recibido del mayordomo mayor.Ponía en la jura de los Príncipes la silla donde sehabían de sentar; repartía las palmas por SemanaSanta. El aposentador de palacio ó un ayuda de lafurriera asistían siempre á ver barrer el aposentode S. M., y mientras el oficial de la tapicería lim-piaba las cortinas de la cama y las sobremesas delos bufetes, el inspeccionaba si todo quedaba lim-pio y en orden. Los ayudas podían traer llaves sen-cillas del cuarto de S. M. en la faltriquera, atadaspor el anillo, para abrir, cuando no estuviese pre-sente el jefe, á los mozos de retrete y barrenderospor las mañanas. Uno de los ayudas asistía siempreen la pieza más cercana al aposento de S. M. paralo que se ofreciese de su servicio.

Los sota-ayudas de la furriera, llamados tambiénmozos de retrete, servían en cuerpo, sin dagas ni

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N.°78 A. RODRÍGUEZ VILLA. ETIQUETAS DE LA CASA DE AUSTRIA. 285

puñales; barrían todo lo que se llamaba cámarade S. M.; estando éste en marcha llevaban su silletasin permitir que ningún otro la manejase; traían dela cerería al cuarto de S. M. los candeleros y velasde su servicio; aderezaban «el mandil del reloj queestá en el aposento de S. M.», iban á la cocina porel almuerzo de los caballeros, encendían y atizabanlas chimeneas de la cámara.

Médicos de familia. Los gajes consistían en trein-ta plazas al día, -108.500 maravedís al año; visita-ban á los criados de S. M., á sus mujeres é hijostadas las veces que los llamaban, cada uno á los desu cuartel, según las listas que recibían del grefier,sin poder llevar por esto retribución alguna. Siendoenfermedad peligrosa había de visitar al enfermodos veces al dia, y una no siéndolo. Sólo para cria-dos de S. M. podía recetar medicinas en la realbotica, y siempre que lo hiciera estaba obligado áponer en la receta el nombre y oficio del criado, lacalle donde vivía, el dia, mes y año, y finalmentesu rúbrica, poniendo todas las cantidades en letra yde ninguna manera en cifra. Si algunos criados po-bres padecían necesidad en sus enfermedades, locomunicaba al mayordomo mayor ó semanero y allimosnero mayor para que les socorriesen. Si sabíanque alguno de los criados padecía enfermedad con-tagiosa, lo ponían en conocimiento del mayordomomayor para que lo remediase.

Análogas eran las condiciones á que estaban su-jetos los cirujanos, que disfrutaban de veinticuatroplazas de gajes al día, ó sean 87.600 maravedís alario. Los sangradores tenían 400 ducados de gajes yración ordinaria. En el cuarto do S. M. debían en-trar en cuerpo, sin daga ni sombrero. El sangradordel común tenía seis plazas de gajes (21.900 mara-vedís al año); sangraba, sajaba y echaba ventosas,cuando era para ello requerido, á los criadosde S. M.

Ujieres de Cámara. Eran sus gajes doce plazasal dia (al año 43.800 maravedís) y casa de aposento.Asistían constantemente á las puertas de la ante-cámara del Rey desde las ocho de la mañana eninvierno y desde las siete en verano, hasta despuésele haber comido S. M.; y después de haber salidopor aquellas puertas los mayordomos, despejaban,cerraban y volvían á las dos en inviemoy á las tresen verano hasta acabar de cenar S. M. y haber sa-lido de su cámara el mayordomo mayor y el sema-nero. Cuidaban de que no entrasen ni estuviesenen la ante-cámara y ante-camarilla sino las siguien-tes personas, y de esta manera: los embajadoresesperaban á S. M. en la ante-camarilla para acom-pañarle cuando salía á la capilla; los grandes en-traban por las puertas de la ante-cámara, llegandohasta donde les correspondía; en la arte-cámaraaguardaban los gentiles hombres de la boca, títu-

los, caballerizos, pajes, tenientes de las guardas,alcaldes de casa y corte y el ayo de los pajes ó suteniente; entraban en la ante-camarilla los títulosde España y los del Imperio que lo tienen por S. M.Por último, cuidaban de que no se cubriese ni pa-sase nadie delante del dosel.

Los aposentadores de camino eran ocho, y cadauno tenía doce plazas de gajes al dia (43.800 ma-ravedís al año) y casa de aposento. Cuando S. M.iba de jornada, el mayordomo mayor ó el bureonombraban los aposentadores que le habían de irsirviendo, dándoles el itinerario de los lugaresdonde S. M. había de comer y hacer noche. De an-temano el consejo de cámara despachaba cédulapara las ciudades de Castilla con encargo de dar áestos aposentadores el favor y ayuda necesarios,acudiendo á lo que ellos dijeren ser menester, ha-ciendo pasadizos, abriendo puertas, echando tabi-ques en las habitaciones destinadas á S. M. y en-tregándoles los bastimentos suficientes á preciosjustos y moderados. Lo mismo se practicaba paralos reinos de Aragón por el consejo respectivo,á fin de que en las puertas no se les exigiese de-recho alguno. El grefier les daba una lista de losembajadores, grandes, consejeros, criados y otrosministros que habían de acompañar á S. M. y seraposentados.

Acabada la distribución del aposento en los luga-res donde S. M. hacía noche, formaban los aposen-tadores una lista de las posadas de los ministros,criados y demás personas del acompañamiento ne-cesarias para el servicio de S. M., y la entregaban alcabo de escuadra de la guarda española para quela pusiera en el cuerpo de guarda junto al hacha,de modo que so pudiera leer. Á pesar del itinerarioreferido, todas las noches antes de marcharse de-bían dar parte al mayordomo semanero de lo quehabían hecho para que éste lo comunicase á S. M.durante la cena, por si ocurriese alguna novedad óalteración. Tenían de derechos por cada tanda deaposento 36 maravedís, cantidad que se acrecenta-ba según las casas reales que habían de aposentar,como eran de Rey, Reina, Principe, etc.

Los porteros de sala y saleta eran ocho, y teníansiete plazas y media cada uno (27.375 maravedís alaño) y casa de aposento. Pertenecían á la casa deCastilla y asistían á la puerta de la sala del Rey álas mismas horas que los ujieres de cámara. No de-jaban entrar en la saleta sino á los que pasaban á laante-cámara y á los que allí tenían entrada, á saber,acroes, costilleres, varlet-servant, capitanes ordi-narios, procuradores de Cortes, y algunos religio-sos ó personas eclesiásticas.

El portero de la maison tenía nueve plazas al dia(32.850 maravedís al año), ración ordinaria y casade aposento. Guardaba la puerta de Palacio cuidan--

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do de q.ue por los patios no anduviese gente vaga-munda y perdida. Hacía encender las lámparas yfaroles de Palacio. De dia guardaba las llaves de laspuertas que daban al exterior, y de noche, despuésde cerradas, las entregaba á los guardas.

El acemilero mayor tenía de gajes y pensión163.400 maravedís anuales y dos raciones de caba-llo; el teniente 27.375 y una ración de caballo y lomismo el furrier. Cuidaba el acemilero mayor deque hubiera buen orden, trato y limpieza en su ofi-cio, y de que las acémilas no se prestasen ni salie-sen fuera del sitio designado sino para cosas delservicio de S. M. El teniente llevaba cuenta delgasto de las acémilas, muías, carruajes, salarios delos acemileros y carreteros, etc., presentándola alcontralor por meses, con distinción de las cuentasdel herrador y bastero, que se pagaban aparte á losmismos interesados.

Oficios de la cámara de Castilla. Monteros de lacámara. Eran cuarenta y ocho, y tenían dos realesde ración y otros dos de salario. Para ser admitidoen este cargo era menester hacer dos informacio-nes bastantes, una á petición de la parte y otra deoficio, probando que el pretendiente era hijodalgode solar conocido de padre y abuelo, sin raza demoro, judío ni confeso, no haber sido penitenciadopor el Santo Oficio, ni traidor á la corona real, nohaber servido á señor alguno ni ningún otro par-ticular de lacayo, no haber tenido oficio vil ni bajo,y contar veinticinco años cumplidos. Dormían enlos cuartos de la Reina, príncipes é infantes junto ála puerta de la cámara, recibiendo al tiempo de re-cogerse la puerta de mano de los reposteros de ca-mas y ayuda de cámara, quedándose abierta, á noser que el príncipe ó persona á quien servían, gus-tase cerrarla por su propia mano.

Gobernábase el cuerpo del oficio por las orde-nanzas, que en conformidad con las cédulas, privile-gios y despachos obtenidos y ganados de los Reyesde Castilla, desde el conde I). Sancho Fernandez, dedonde traían su origen, habían redactado ellos mis-mos en Valladolkl á 1.° de Octubre de 1555 (1), yque fueron aprobadas por D. García de Toledo, ma-yordomo mayor del príncipe D. Felipe. Son tan in-teresantes estas ordenanzas, que no podemos resis-tir al deseo de trascribirlas íntegras:

«Primeramente que los dos monteros que fuerende guarda son obligados á ir á Palacio en todostiempos del año á las ocho de la noche á tomar suspuertas, después que la casa esté desembarazada degente, y asimismo todos los otros monteros queestuvieren en la corte sirviendo su tercio no estan-do enfermos, y no habiendo velado la noche antes,sean obligados á ir á Palacio á las nueve horas, so

(1)

pena que los dos que fueren de guarda no yendo álas ocho paguen de pena los 43 maravedís que cadauno tiene de ración cada dia de los seis meses quecada uno es obligado á servir, y todos los otros queno fueren á las nueve paguen de pena cada uno me-dio real, los cuales dichos maravedises se partanentre los monteros que hubieren ido temprano.

«Ítem, que los dos monteros que fueren de guar-da sean obligados á visitar toda la casa con su hachaencendida y llevar sus llaves, sin fiar el cerrar denadie y velar con gran cuidado, sin desnudarse nidormir, so pena que el que toparen durmiendo paguede pena un ducado por cada vez, la mitad para elque le hallare durmiendo y la otra mitad para loscompañeros que durmieren en Palacio.

»Item, que ninguno de los dos que fueren de.guarda sea osado de dar las llaves á ningún otromontero ni á otra persona alguna, ni abrir las di-chas puertas, si no fuere enviándolo á mandar elRey ó Reina, Príncipe ó Princesa, en cuyo servicioestuvieren, si no fuere por la mañana á hora debida,so pena de un ducado, el cual se reparta entre losmonteros que la noche en que esto acaeciere dur-mieren en Palacio.

«ítem, que al tiempo de cerrar las puertas, todoslos monteros que estuvieren en Palacio, quedandodos monteros en cada servicio, sean obligados á ircon los dos monteros que fueren de guarda á visi-tar la casa y cerrar las puertas, so pena que el queno fuere pague un real, el cual se reparta entre losmonteros que fueren á cerrar dichas puertas.

«ítem, que los dos monteros que fueren de guardasean obligados á llevar los recados de fuera quepor S. M., Reina, Príncipe ó Princesa les fuere man-dado, so pena de dos reales, que serán aplicados almontero ó monteros que llevaren el tal recado órecados.

«ítem, que los dos monteros que hubieren velado¡a noche antes que el Rey ó Reina, Principe ó Prin-cesa so partan para hacer alguna jornada, sean obli-gados á pedir ó recaudar acémilas ó carretas de lapersona ó personas á cuyo cargo fueren de dar parallevar las camas que fueren menester para los mon-teros que fueren en tal jornada ó jornadas, ó lashacer cargar á los dos monteros que hubieren develar la noche siguiente, y sean obligados á ir contiempo al lugar donde se fuere á hacer noche, yrecoger las dichas camas y hacerlas subir y poneren la pieza ó piezas donde la tal noche se hubierede hacer la guarda; y por esta misma razón vayandiscurriendo hasta que se acabe la tal jornada; ysi por no llegar á tiempo se perdiere alguna cama óreposteros, sean obligados á pagar lo que en lasdichas camas faltare.

«ítem, que los dos monteros que fueren de guar-da sean obligados cada uno cada noche de salir de

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la piezí donde están haciendo su guarda, dos ótres vjces á mirar y á visitar si hay alguna manerade limbre que haga daño ó si por Palacio anda al-guna persona desmandada contra el servicio de SuMajestad, y á la mañana no sean osados á abrir laspvertas sin visitar las partes sospechosas de la casa,pana de cuatro reales, los cuales se partan entrelos monteros que durmieren la noche que esto acae-ciere en Palacio.

«ítem, que los dos monteros que fueren de guar-da en la mañana no dejen el servicio y puertas hastasaber que es levantado el Rey ó Reina, Principe óPrincesa, en cuyo servicio estuvieren; y entoncesno dejen el servicio y puertas, si no fuere á repos-teros de camas, ó ujier ó portero de camas del Reyó Reina, Principe ó Princesa, so pena de cada dosreales, los cuales se apliquen y repartan entre todoslos monteros que estuvieren en servicio.

«ítem, que cuando S. M. el Rey ó Reina, Prínci-pe ó Princesa en cuyo servicio estuvieren, hubierede hacer alguna jornada ó jornadas, siendo llamadopor el receptor ó receptores, sean obligados todoslos que se hallaren en servicio á se juntar en laparte y lugar, y á la hora que los dichos receptoresseñalaren; allí echan suertes para saber á los queles caben de ir á servir ó dav montero que por élvaya, so pena de diez ducados, y el que no fuereala tal hora al lugar señalado, habiendo sido lla-mado, no estando malo en la cama ó preso en lacárcel, ó retraído en iglesia, sea obligado á pagarun ducado de pena é ir á servir á la tal jornada,aunque no le quepa por suerte.

«Ítem, que ningún montero en particular, ni Lodosen general, sean osados á consentir que en el apo-sento donde el servicio se hiciere ó estuvieren lascamas, consientan dormir ningún hombre que nosea montero, so pena que á cualquiera que lo talconsintiere pague seis reales de pena, los cuales serepartan entre los monteros que se lo contradijeren.

«ítem, que ningún monlero sea osado en Palaciodescomedirse ni decir á ningún otro montero nimonteros palabra fea ni ocasionada para reñir, pordonde en Palacio haya alguna manera de escándalo,so pena de un ducado, y por la segunda sean obli-gados á ir todos á lo decir al camarero mayor ó almayordomo mayor que es ó fuere, el cual dichoducado apliquen para el hospital de la corte, y elreceptor que le diere traiga fe en su libro de cómolo recibió el mayordomo de dicho hospital.

«ítem, que los monteros que trajeren sus muje-res en corte sean obligados á ir cada noche á Pala-cio á estar en él hasta cerrar las puertas y hacersus guardas las noches que les cupieren, ó si suscompañeros holgasen de ello, no habiendo falta demonteros que sirvan, se puedan ir á dormir en susposadas sin pena ninguna.

«ítem, que ningún montero sea admitido al ser-vicio hasta que sea de edad de veinticuatro años,do lo cual traiga testimonio signado de escribanopúblico y se presente ante el contralor, y ningunosea osado á le dar su voto para que sirva, so penade un ducado aplicado para los otros compañeros.

«ítem, ordenamos y de nuestra voluntad quere-mos, conforme á la costumbre antigua que en nos-otros ha habido y hay que en cualquier lugar queestuviere la corte de asiento, que en las posadasque nos fueren dadas ningún monlero entre en ellashasta que primeramente nos juntemos y echemossuertes por los tercios y barrios, según el ordenque S. M. R. nos da las camas de Palacio, so penaque el montero que entrare ó se aposentare en al-guna de las dichas posadas pague de pena un du-cado, el cual se aplique para el gasto que se hiciere,y repartir y allanar las dichas posadas, y al que talhiciere todos se la quiten y le darán la más ruinque hubiere en el aposento; y según orden que SuMajestad manda, tenemos obligación de servir seismeses cada uno, al cabo de ellos seamos obligadosá nos volver á juntar y volver á echar suertes delas dichas posadas, y por este orden de seis en seismeses se haga lo susodicho.

»Item, que ningún montero saque de las di-chas posadas ninguna manera de ropa ni otra cosade las que en las dichas posadas se diere, para lle-var á ninguna otra parte ni la prestar á ningún otroamigo ni pariente, so pena de un ducado, el cualse aplica para el gasto que por justicia se hicierepara se lo hacer volver, y lo mesmo se entiende enlas camas de Palacio.

«ítem, que cuando hubiere mudanza de corte,siendo llamados por los dichos nuestros receptoresó cualquiera de ellos, seamos obligados á nos jun-tar á la hora é lugar que nos señalaren é echarsuerkSfe para que el montero á quien le cupiere latal suerte vaya ó de otro montero que vaya por élá tomar posadas para todos, el cual sea obligado ise partir el mismo dia ó otro adelante que se partie-ren los aposentadores que fueren á hacer el apo-sento, y para su trabajo y costa seamos obligados áservir mientras dure su partida. El que habiendosido llamado no fuere á dicho llamamiento á la horay lugar señalado, pague de pena un ducado, el cualse reparta entre los compañeros que allí se hubie-ren hallado juntos: entiéndese no estando en lacama malo de manera que no pueda salir de su po-sada.

«Ítem, que los dichos receptores sean obligadospor virtud de estas dichas nuestras ordenanzas,puestas por capítulos y firmadas de nuestros pro-pios nombres, y para mayor autoridad y validacióny fuerza asi mismo firmadas las dichas ordenanzaspuestas por capítulos por el muy ilustre señor don

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García de Toledo, como mayordomo mayor del Prín-cipe nuestro Señor y de la Serenísima Princesa dePortugal, gobernadora do estos reinos, han de ir encasa del tesorero ó pagador que es ó fuere, á cuyocargo fuere de nos pagar y cobrar lodas las racio-nes de los veinte y cuatro monteros que sirven ydejar sus firmas en los libros, y cobradas saquen dela ración de cada uno conforme á las ordenanzaslas penas en que hubieren incurrido, y lo que res-tare después de haber pagado las dichas penasdarlo á su dueño, y junto el dinero de las dichas po-nas, lo repartirán entre los que lo hubieren de ha-cer conforme á las ordenanzas antiguas que entrenosotros ha habido, así en Tordesillas como en estacorte, y conforme á lo que hallaren por su libro, demanera que se entienda que no hemos de tener otroapuntador puesto por el Rey ni otra persona algunaque nos apunte raciones y quitaciones ni ausenciasni otra cosa alguna, salvo los dichos dos receptorespor nosotros nombrados, porque éste es el ordenque antiguamente teníamos y ahora tenemos; porlo cual humildemente suplicamos á la SerenísimaPrincesa de Portugal, que corno Gobernadora deestos reinos, por una cédula firmada de su mano,nos confirme estas dichas ordenanzas puestas porcapítulos, pues todas son hechas con celo y volun-tad de servir mejor y con más cuidado á S. M.

«ítem, que por el trabajo que los dichos recep-tores tienen en la cuenta y razón y execucion deestas dichas ordenanzas, se le dé á cada uno 14 rea-les, los cuales han de cobrar de las penas en quehubieren incurrido. Y si en la corte hubiere algúnmontero que esté sin tercio, se pueda nombrar porel que estuviere ausente ó fuere muerto y goce suración, hasta tanto que el tal ausente venga áservir ó dé poder á otro montero que por él sirvaá S. M. ó se provea el oficio del tal muerto, de ma-nera que el número de los 24 esté siempre llenopara que en el servicio no haya falta, y si fuerendos ó tres los que estuviesen sin tercio sirviendotodos puedan repartir la dicha ración ó raciones, yel tal ausente goce su quitación libre conforme ála ordenanza que tienen los monteros que servían ála católica Majestad de doña Juana nuestra Señora,la que tenia dos monteros que servían en esta corteahora treinta años.»

Porteros de Cámara. Eran 32, á 20.000 marave-dís cada uno de salario y casa de aposento. A prin-cipio de cada año el mayordomo mayor, ó quien hi-ciera sus veces, designaba los puestos que habían deocupar, nombrando los ocho que habían de serviren la capilla y sala primera del cuarto de S. M., don-de estaban los areneros, otros ocho para el cuartode la Reina, Principe é Infantes, seis para el Con-sejo, dos para la sala de apelaciones, y otros seisque nombraba el presidente del Consejo. Los que

servían en la capilla y cuarto de S. M. turnean enlas guardias. Éstas eran desde las ocho de la bananaen invierno y las siete en verano hasta concliidaslas misas y oficios en la capilla ó la comida de SuMajestad, y por la tarde desde las dos en invierno ylas tres en verano hasta después de haber salido elmayordomo de acompañar á S. M. acabada la cent,.

Porteros de cadena. Ocho, á 20.000 maravedíscada uno con casa de aposento, eran los de esienombre. Constantemente estaban con los bastonesen las puertas altas y en la baja de Palacio, alternan-do en las guardias. Asistían por la mañana hasta queel gentilhombre de cámara bajaba al Estado, y porla noche hasta que salía el mayordomo. Dejaban en-trar en Palacio á las personas que venían en cochey á caballo, pero en apeándose hacían salir á éstossin permitir que ninguno esperase en el zaguán,aunque fueran de embajadores, y cuando volvíaná marcharse los dejaban entrar para volverlos á to-mar en el zaguán. Mientras los coches ó caballosestaban en el zaguán, tenían echada la cadena á lapuerta para que no entrase en él otro alguno, salvoel coche de respeto en que andaba el caballerizomayor.

A. RODRÍGUEZ VILLA.

LA AGRICULTURA MODERNA.

PROPIEDADES ABSORBENTES DEL SUELO.

En nuestro artículo anterior hemos hecho un ligeroestudio de los principios nutritivos que son indispen -sables para el mantenimiento de la vida vegetal, yhoy nos proponemos hacer brevísimas consideracionessobre la propiedad que tiene la tierra arable de ab-sorber estos principios, fijándolos y reteniéndolos paraproporcionar el alimento que necesitan las plantas du-rante todas las fases de la vegetación.

El agua es el principal elemento de la vida vegetal:ya hemos dicho que es el principio nutritivo que sumi-nistra á las plantas el hidrógeno y aun el oxigeno;además ia asimilación de todos los principios minera-les se verifica por el intermedio de este vehículo, dan-do lugar á los fenómenos de circulación en el interiorde la planta, y trasportando de uno á otro punto losmateriales que originan los diversos fenómenos de lavida vegetal.

La planta no puede asimilar los principios nutritivosal estado sólido: se concibe sin dificultad, que no pu-diendo penetrar por las raicillas más que en disolu-ción, han de encontrarse en el suelo bajo forma asi-milable, ó lo que es lo mismo en estado de podersedisolver en el agua. ¿Pero esta solubilidad en que de-ben encontrarse los principios nutritivos, puede ser

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perjudicial en algún caso? ¿El agua arrastrará consigolos principios nutritivos contenidos en el suelo, ha-ciéndole perder su fertilidad?

El estado de solubilidad en que deben encontrarseen la tierra los principios nutritivos, ha sido objeto deserias preocupaciones, no eólo de los labradores prác-ticos, sino de los hombres científicos de la talla delcélebre Liebig, del mismo inventor de los abonos mi-nerales, que creyeron hasta hace pocos años, que lassustancias que habían de servir de alimento á las plan-tas, podrían ser arrastradas por las aguas do lluvia óde riego, si eran muy solubles.

Preocupado Liebig con este error, opinaba que lapotasa, bajo forma de sulfato de nitrato ó de carbona-to, podría ser arrastrada por su demasiada solubilidaden el agua, y concibió la idea, al ensayar por primeravez los abonos artificiales, de poner todas las sustan-cias en estado paco solubles; así la potasa fue agre-gada en forma de carbonato doble de potasa y do cal,sustancia muy poco soluble; el ácido fosfórico al es-tado de fosfato básico de cal, que apenas es soluble.Como se ve, puso un cuidado especial para que losprincipios nutritivos fuesen poco solubles, por el temorde que fueran arrastrados por las aguas.

Como era natural, los abonos preparados por Lie-big en el primer ensayo, no produjeron resultado sa-tisfactorio: los alimentos apenas podían penetrar enla planta por su poca solubilidad en el agua, y lavegetación era en extremo lenta. Este sabio permane-ció algún tiempo en este error, y hasta llegó á temerque le sería imposible investigar la explicación de porqué sus abonos, á pesar de contener todos los prin-cipios que habían de servir de alimento á las plantas,no habían producido ningún resultado.

La preocupación de Liobig en este punto fue langrande, que solamente podemos formarnos una ideacopiando alguno de los párrafos que en su importanteobra Leyes naturales de la Agricultura dedica á esteasunto:

«Sin embargo, un temor que nada podía calmar,me asediaba sin cesar, y era que yo no pudiese llegará descubrir la causa de la lentitud de mis abonos:siempre, y en millares de casos, yo veía obrar suselementos aislados, y desde que estaban reunidos ce-saban de obrar.»

Por fortuna para la ciencia, Liebig llegó á compren-der que la tierra tiene la facultad de absorber y lijarlas sustancias que son necesarias para la vida vegetal,sin que el agua que filtra á través de la tierra puedadisolver y llevar consigo ni el ácido fosfórico, ni la po-tasa, ni el amoniaco;.y cuando este hombre eminentellegó á descubrir la propiedad que tiene la capa arablede fijar todas las sustancias que han de servir de ali-mento á las plantas, exclama:

«Yo no había tenido fe en la sabiduría del Creador,y he recibido el justo castigo de mi incredulidad. En

mi ceguedad, yo me había imaginado que, en la cade-na admirable de las leyes qu3 entretienen y remuevenincesantemente la vida en la superficie del globo, ha-bía quedado olvidado un anillo que yo, débil é impo-tente gusano, debía añadir: ¡Yo quería perfeccionarla obra del Todopoderoso!

»Esto era lo que me había sucedido. Temiendo quelos álcalis fuesen arrastrados por las aguas de lluvia,me había imaginado que era preciso hacerlos menossolubles. Yo ignoraba entonces que la tierra se apode-raba de ellos desde que la solución llega á su contac-to. Hoy puedo enunciar esta ley, á cuyo descubri-miento me han conducido mis investigaciones sobrela capa arable.

»La vida orgánica debe desarrollarse en la superfi-cie de! globo bajo la influencia del sol, y á este fin, elGran Arquitecto, con el objeto de que nada se pierda,ha provisto á los despojos de la corteza lerrestro de lafacultad de atraer y retener todos los elementos nece-sarios á la alimentación de las plañías, y por consi-guiente de los animales, del mismo modo que el imánatrae y retiene la limadura do hierro.

»Com j corolario de esta ley, la tierra viene á ser uninmenso aparato de purificación para las aguas; re-tieno todas las materias susceptibles de perjudicar ála salud del hombre y de los animales, y se apoderade todos los productos de la descomposición y de laputrefacción de los seres organizados que perecenen su superficie ó en su interior.»

El error cometido por Liebig de reunir bajo formapoco soluble todos los elementos nutritivos de lasplantas, ha sido en gran manera beneficioso para laAgricultura, porque sólo notando la poca energía deestos abonos, os como llegó á descubrirse la impor-tantísima propiedad que posee la capa arable de ab-sorber y fijar todas las sustancias solubles en el aguaque han de concurrir al mantenimiento de la vida ve-

Bl valor que tiene esta propiedad para la vida ve-getal es de la mayor importancia, y merece ser co-nocido el excelente trabajo de Liobig sobre estepunto; pero como es muy extenso y no puede tenercabida en los estrechos límites de un artículo, vamosá extractar la parte más esencial y que más importaconocer a! labrador.

Hoy se sabe ya por todos los agricultores la propie-dad que tiene la capa arable de quitar á sus disolucio-nes en el agua pura ó cargada de ácido carbónico losalimentos más importantes de las plantas. Esta fa-cultad nos enseña á conocer la forma y estado en quese encuentran fijados en el suelo los principios nutri-tivos.

Para apreciar con entera exactitud la importanciade esta propiedad para la vida vegetal, es necesariorecordar la del carbono que, semejante á la capa ara-ble, quita á muchos líquidos coloreados la materia co-

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lorante que tiene en disolución, así como algunas salesy aun algunos gases.

El poder decolorante del carbón es muy variable, ydepende de su porosidad y de su superficie: la hulla yiodos los carbones compactos apenas gozan de estapropiedad; el carbón de la sangre que es muy poroso,y sobre todo el carbón de huesos que presenta unagran superficie, la poseen en el más alto grado.

Las materias fijadas por el carbón conservan todassus propiedas químicas; solamente han perdido su so-lubilidad en el agua, y basta que aumente un poco suafinidad para que vuelvan á disolverse las materiasretenidas por el carbón. Tal sucede cuando se agre-ga una poqueña cantidad de álcali: esta disoluciónalcalina vuelve á disolver las materias colorantes fija-das por el carbón: igualmente si se agrega alcohol, sesepara del carbón la quinina y la estricnina que habíaretenüdo de un líquido.

La capa arabio posee las mismas propiedades que elcarbón, como se comprueba por medio de las expe-riencias siguientes:

Si en un embudo colocamos una ó dos libras detierra vegetal y vertemos sobre ella una disoluciónque contenga fosfatos, sales de potasa y de amoniaco,así como materias orgánicas en disolución de coloroscuro y de olor fétido, veremos que el agua que hafiltrado por esta tierra ha retenido todas las sus-tancias que tenía en disolución: en efecto, el aguafiltrada es incolora y sin ningún olor, y los reactivosmás sensibles apenas acusan la presencia ni del ácidofosfórico, ni do la potasa, ni del amoniaco.

La propiedad de cada tierra de absorber ó fijar lassustancias que han de servir de alimento á las plantas,tiene su límite; y pasado éste, ya no fijan las mate-rias disueltas en el agua.

En la capa arable sucede como en el carbón: hayalgunas tierras que, como el carbón de hulla apenasfijan las sustancias que ileva en disolución el agua; alpaso que hay otras que, semejantes al carbón de hue-sos, gozan de esta propiedad en el más alto grado.

La facultad de absorción de la tierra arable por lapotasa, el amoniaco y el ácido fosfórico, no dependeexclusivamente de su composición. Sucede alguna vezque una tierra rica en arcilla, unida á algunos cénti-mos de cal, la posee en igual grado que una muycaliza, mezclada con cortas cantidades de arcilla.

El estudio detenido sobre la potencia de absorciónde la tierra, nos enseña que ésta aumenta con su po-rosidad y su estado esponjoso. La arcilla compacta ydensa, así como la arena poco porosa, poseen estapropiedad en un grado muy débil.

Todcs las partes que por su mezcla forman la capaarable, gozan de este poder atractivo siempre que es-tén dotadas de propiedades físicas análogas al carbónde leña poroso ó al carbón de huesos. En el suelo,como en el carbón, la absorción está basada sobre

una atracción superficial que es de naturaleza física,porque las partes atraídas no entran en combinación,y conservan sus propiedades químicas.

La capa arable está formada, como sabemos, derocas que han sido disgregadas, descompuestas y re-ducidas á polvo bajo la influencia de causas mecánicasy químicas, y también de humus, que es ei residuo dela descomposición de los seres orgánicos que muerenen la tierra.

Las mismas causas que trasforman en pocos años latierra en humus, obran sobre las rocas, aunque talvez haya sido necesaria la acción combinada del aguadel ácido carbónico durante un miliar de años parahacer del basalto, de la traquita, del feldespato y delporfiro, el espesor de una línea de tierra vegetal.

Si tomarnos fibras leñosas y las descomponemospara trasformarlas en humus, así como si pulveriza-mos las rocas, no llegaremos á conseguir una tierraque tenga la propiedad de la capa arable. El arte delhombre no puede llegar á imitar el trabajo que hatrasformado las diferentes rocas en tierras fértiles, yque para ello ha necesitado un espacio de tiempo in-conmensurable.

En una tierra arable, el residuo de la desagregaciónde las rocas posee el mismo poder de absorción porlas sustancias inorgánicas, que el residuo de la tras-formaciou de las fibras leñosas, bajo la influencia delcalor por las sustancias orgánicas.

La tierra arable quita á una disolución de carbonatode potasa, de amoniaco ó de ácido fosfórico, la potasa,el amoniaco y el ácido fosfórico, sin que los elemen-tos terrosos cedan nada en cambio. Bajo esta relaciónla acción de la tierra arable es perfectamente idénticaá la del carbón, y aun es más poderosa.

La potasa y el amoniaco son igualmente absorbidospor la capa arable, aun cuando estén combinados conun ácido mineral, por ejemplo, el ácido sulfúrico ó elácido nítrico, que tienen una gran afinidad por estasbases. Estos álcalis son absorbidos por la tierra, comosi no estuviesen combinados con estos ácidos tanenérgicos.

Para dar una explicación racional de las causaspor que eslas sales son descompuestas por la tierra,fijando los álcalis, á pesar de que parece mayor laafinidad del ácido nítrico por la potasa que la quetiene la tierra, supone Liebig el concurso de la afini-dad de la magnesia y de la cal por el ácido nítrico.Por un lado la tierra atrae la potasa, y por otro la caly la magnesia que se encuentran en la tierra atraen alácido nítrico, y bajo la influencia de esta doble afini-dad escomo tiene lugar la descomposición del nitratopotásico.

La reacción anterior difiere notablemente de lasreacciones químicas ordinarias, porque, según las le-yes de Bertholet, nunca se verifica la descomposiciónde una sal soluble de potasa por una sal insoluble de

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cal, de modo que la potasa venga á ser insoluble y lacal soluble. En concepto de Liebig, es indudable queexiste en la capa arable un poder atractivo que modi-fica la acción de la afinidad química.

Ya hemos dicho que la capacidad de saturación decada tierra por los principios nutritivos tiene su límite.Si tomamos un embudo lleno de tierra vegetal y fil-tramos por él una disolución de fosfato de cal, la pri-mera capa absorbe una cierta cantidad, hasta quequeda saturada, y pasa á la segunda capa, que á suvez se satura, y así se verifica hasta que todo el volu-men de tierra queda saturado, y en este caso, si seagregan nuevas cantidades do fosfatos, no son ya re-tenidos por la tierra. La potasa, el amoniaco y la síliceson absorbidos igualmente por las primeras capas, ylas segundas absorben lo que han dejado las primerasdespués que han sido saturadas.

En toda tierra arable deben encontrarse la potasa,la sílice, el ácido fosfórico y los demás principios nu-tritivos en dos estados: al estado soluble, ó, comollama Liebig, al estado OE COMBINACIÓN FÍSICA., Ó alestado insoluble; es decir, al estado DE COMBINACIÓNQUÍMICA. Bajo la primera forma los principios nutriti-vos se asimilan por el intermedio del agua, cuando loexigen las necesidades do las plantas, y bajo la segundaforma no pueden ser asimilados sino cuando concur-ren agentes disolventes, y esta ¡iccion es siemprelenta.

Se concibe, pues, que los abonos que se agregan ála tierra deben contener todos los principios nutriti-vos al estado soluble, condición indispensable paraque la vegetación sea rápida. El ácido carbónico quelleva consigo el agua de lluvia y el que resulta de ladescomposición de la materia orgánica, concurre áaumentar la fertilidad, disolviendo los cuerpos insolu-bles y trasformándolos en estado de combinacionesfísicas.

Ya hemos dicho que los fosfatos tórreos que for-man la base hoy de lodos los abonos minerales, debenestar solubles; pero teniendo cuidado que en su pre-paración no quede ácido sulfúrico libre , que produceuna acción nociva; ya hemos dicho cómo se consiguela trasformacion de la fosforita en superfosfatodecal,sin que quede ácido sulfúrico libre.

Cada tierra puede ser saturada por una cantidaddada de principios nutritivos, y conseguido esto, si seagregase mayor cantidad, serán completamente per-didos, porque, no pudiendo ser retenidos por la tierra,serán arrastrados con las aguas.

Vamos á examinar ahora las circunstancias en quese verifica la asimilación por las plantas de los princi-pios nutritivos contenidos en el sucio.

Ya hemos dicho que las raices toman su alimentodirectamente de la capa de tierra que esté más pró-xima, es decir, la que esté en contacto con las raici-llas ó cabelleras, que es por donde se verifica la ab-

sorción; la potasa, la cal, la magnesia, y los ácidosfosfórico y silícico no puede penetrar á través de lamembrana celular más que al estado líquido, y so ad-mite como un hecho cierto que las raíces reciben sualimento de la capa delgada de agua retenida poratracción capilar y que está en contacto íntimo con latierra y la superficie de la raíz; es evidente que existeentre la superficie de las raíces, la capa de agua y laspartículas de tierra, una acción recíproca que no severifica entre el agua y las partículas de tierra, ó loque es lo mismo, que la reacción tiene lugar por lapresencia de las raicillas. Liebig considera como muyprobable que los principies nutritivos que en un es-tado de división extrema están adheridos á la super-ficie exterior de las moléculas de tierra, están encontacto directo con el líquido de las células de pare-des porosas y permeables, por el intermedio de unacapa de agua extremadamente delgada, y la disuelvenen los poros mismos; desde entonces se verifica suintroducción inmediata.

Las pruebas en apoyo de esta opinión se fundan enlos siguientes hechos. Las raíces de todas las plantasterrestres están en contacto con las partículas detierra, y tienen la propiedad de atraer los principiosnutritivos que han de alimentar la planta. El aguaque circula en el suelo, según lo demuestran expe-riencias directas, no quita á la tierra en cantidad sen-sible, ni el ácido fosfórico, ni la potasa, ni el amoniaco;luego el poder atractivo de la tierra por estos princi-pios nutritivos debe ser mayor que el poder disolventedei agua que filtra á través de la tierra.

Si las plantas tomasen el alimento de una disolu-ción susceptible de separarse del suelo, todas lasaguas filtradas, las aguas de los rios y de los manan-tiales deberían contener ácido fosfórico, potasa yamoniaco. Se concibe sin dificultad que el lavadocontinuo á que estarían expuestas las tierras por laaceftn del agua de lluvia ó de riego, quitaría á éstasindistintamente los principios nutritivos, ya en totali-dad, ó al menos en cantidad equivalente á la que seencuentra en las cosechas, y sin embargo, los hechosprueban que no sucede así. El agua no quita á latierra ninguno de los elementos que son esenciales á!a vida de las plantas.

Se concibe sin dificultad que si el agua pudiese di-solver los principios nutritivos contenidos en el suelo,los campos expuestos por millares de años al lavadopor las aguas de lluvia habrían quedado estériles y nopodrían producir ninguna clase de vegetales, y sinembargo, la experiencia nos dice que las tierras produ-cen tanto más cuanto más copiosas son las lluvias, yque las tierras de riego producen cosechas más abun-dantes que las tierras de secano.

Ahora nos será fácil darnos una explicación racio-nal del fenómeno que se verifica en la alimentación delas plantas: el poder absorbente de la tierra por ¡os

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principios nutritivos contenidos en la misma, es mayorque el poder disolvente del agua, y esta es la causapor qué no disuelve en este caso cantidades apre-ciables Ue estas sustancias; la planta, en contactopor sus raíces con las partículas de tierra, tiene afini-dad por las materias contenidas en el suelo, y su-mando esta afinidad con la que tiene el agua por losprincipios nutritivos, llega á ser mayor que la de laspartículas de tierra, y entonces los principios nutriti-vos üisueltos en el agua pueden penetrar en la raíz yservir de alimento á las plantas.

Va hemos dicho que toda tierra arabio tiene un po-der absorbente, determinado por cada uno de los prin-cipios nutritivos que forman el alimento de las plan-tas. Varias son las experiencias que se han hechopara esta determinación, yLiebig, entre otros, ha ex-presado el poder absorbente en cada caso por el nú-mero de miligramos que puede absorber un decímetrocúbico, ó sea un litro de tierra.

El poder absorbente de las tierras que á continua-ción se expresan, según resulta de las experienciashechas, es el siguiente:Decímetros Milig. de

cúbicos. potasa.

1 de tierra calcárea de la Habana, absorbe. 1.3001 de arcillosa de Bogenausen 2.2601 de Weihen&tephan 2.60t1 deHuugría 3.3771 del jardín de Munich 2.3441 de Valencia, destinada al cultivo del

arroz (1) 1.8041 de Andalucía, destinada al de la caña. 2.042

Las diferencias del poder absorbente de estas tier-ras por la potasa son, como se ve, muy considerables.Un volumen de tierra de Weihenstephan ha absorbidopróximamente el doble que la tierra de la Habana y deValencia, y la tierra de Hungría casi dos veces y media.

Estas cifras demuestran que 2.600 miligramos depotasa disueltos en el agua saturan un volumen detierra igua-1 á un decímetro cúbico; es decir, que es-parcidos en un decímetro cuadrado, penetran en elsuelo hasta la profundidad de un decímetro, y por lotanto, cada centímetro cúbico de tierra absorbe 2,6miligramos de potasa; las capas inferiores al decíme-tro de profundidad <io absorben nada de potasa.

Si esparcimos los 2.600 miligramos de potasa sobrouna superficie de un decímetro cuadrado de las demástierras, penetratá próximamente á una profundidad de

Centímetro:

n7

111412

s.

enenenenen

lalalalala

en la

tierra de la Habana.de Bogenhausen.de Hungría.de jardín.de Valancia.de Andalucía.

{i) Hemos ampliado el estadio hecho por Liebig, «n algunas tierrasde Videncia y Andalucía.

La difusibilidad en el suelo de la potasa, así comola de todos los demás principios nutritivos, está enrazón inversa del poder absorbente.

Así, si representamos por 1.000 la difusibilidad dela tierra de Weihenstephan, las demás estarán repre-sentadas por los números siguientes:

Tierra de Weihenstephan...— de la Habana— de Bogenhausen— de Hungría— del jardin de Munich.— de Valencia— de Andalucía

Centímetroscúbicos.

. 1.000

. 2.000

. l . lbO769

1.1099288S4

El poder absorbente de las tierras por la sílice estan variable como el de la potasa, como se compruebapor los ensayos siguientes:Decímetros Milig. de

cúbicos. sílice.

1 de tierra de Hungría, ha absorbido... 2.6441 de jardín, núm. 1 2.4231 de Ídem, núm. 2 1.0881 de Bogenhausen 2.0071 de Valencia 1.4601 de Andalucía 2.Í58O

Si representamos por 1.000 la difusibilidad de latierra de Hungría, resultará para las demás la rela-ción siguiente:

Centímetroscúbicos.

Tierra de Hungría i. 000— de jardin, núm. 1 1.C90— de idein, núm. 2 2.430— de Bogenhausen 1.310— de Valencia 2.070— de Andalucía 1.020

O lo que es lo mismo, que la cantidad de sílice quesatura á 1.000 centímetros cúbicos de tierra de Hun-gría, puede saturar á 1.090 centímetros cúbicos déladel jardin núm. 1,á 2.430 déla del jardin núm. 2, á1.310 de la de Bogenhausen, 2.070 de la Valencia, y1.020 de la de Andalucía.

El poder absorbente del amoniaco varía también deuna manera semejante que el de la potasa y de la sí-lice, según resulta de las experiencias siguientes:Decímetro»

cúbicos.

1111111

De donde resultan las relaciones de difusibilidad si-guientes:

Milig.de

amoniaco-

de tierra de la Habana, ha absorbido. S.32Ode Schleissheim 3.900de jardin 3.240de Bogenhausen 2.600de Alcira 4.200de Valencia 3.980de Motril 8.200

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N.° 78 L. M. UTOR. PROPIEDADES ABSORBENTES DEL SUELO. 2 9 3

Centímetroscúbicos.

Tierra de la Habana 1 .000— de Schleissheim 1.420— de jardín 1.700~ de Bogenhausem 2.120— deAlcira 1.310— de Valencia 1.380— de Motr i l . . . . 1.060

El poder absorbente por el fosfato de cal es tambiénmuy variable, según resulta de las experiencias queenumeramos á continuación:

Miligram.Decímetros de fosfato

cúbicos. (le cal.

1 de tierra de Bogenhausem, ha absorbido 1.0981 de jardín 2.4001 deAlcira 2.1001 de Valencia 1.S20i de Motril 2.320

De donde resultan las relaciones de difusibilidadsiguientes;

Centímetrosdioicos.

Tierra de jardin 1.000— de Bogenhausem 2.180— deAlcira 1.140— de Valencia 1.880— de Motril 1.030

Es decir, que la cantidad de fosfato de cal que sa-tura á 1.000 centímetros cúbicos de la tierra de jardin,satura igualmente á 2.180 centímetros cúbicos de latierra de Bogenhausem, á 1.140 de la de Alcira, á1.S80dela de Valencia,y á 1.030 déla de Andalucía.

Sabiendo que una hectárea de tierra tiene un millónde decímetros cuadrados, se puede calcular las canti-dades de potasa, amoniaco, sílice y fosfato de cal queson necesarios para saturar cada tierra hasta la pro-fundidad de uno, de dos, ó más decímetros.

Sobemos también que un kilogramo tiene un millónde miligramos, de modo que los números que expre-san los miligramos de potasa, amoniaco, sílice y fos-fato de cal que absorbe cada decímetro cúbico detierra, expresan el número de kilogramos que absorbecada hectárea á la profundidad de un decímetro, y simultiplicamos estos números por 2, por 3, etc, ten-dremos el número de kilogramos que son necesariospara saturar de cada uno de eslo3 principios nutriti-vos á una hectárea á la profundidad de 2, de 3, etc.,decímetros.

Reflexionando un poco sobre el valor que repre-senta el número de kilogramos que necesita una hec-tárea de tierra para estar saturada do cada uno de losprincipios nutritivos, se ve la imposibilidad de llegará conseguir este resultado; sobre todo cuando lastierras han quedado estériles á causa de un cultivo ex-poliador.

UQ ejemplo hace comprender mejor lo que acaba-mos de expresar. Supongamos que la hectárea detierra de Valencia, que hemos determinado su poderabsorbente, haya quedado estéril por falta de potasa,de amoniaco y de fosfato de cal, y que nos proponga-mos agregar estos principios nutritivos hasta quequede saturada la hectárea de tierra de Valencia, ne-cesitará entonces:

1.804 kilogramos de potasa.3.980 » de amoniaco.1.680 » do fosfato de cal.

El kilogramo de potasa vale próximamente 4 rea-les, el de amoniaco 8 reales, y el ácido fosfórico 4 rea-les. Con estos datos se podrá calcular fácilmente elcoste que tendrá la hectárea de tierra que, estandoprivada de principios nutritivos, quisiéramos saturarleá la profundidad de uno, dos, ó más decímetros.

Así, ahora se comprenderá:1." Que una tierra fértil en Andalucía ó en Valen-

cia valga 3, 4, 8 y hasta 6.000 duros, estas cantida-des representan el valor de la potasa, del amoniaco ydel ácido fosfórico.

2.° Que una tiem que ha quedado estéril á con-secuencia de un cultivo expoliador, no llega á adquirirsu fertilidad sino empleando sumas crecidas para res-tituirle todos los principios que haya perdido en lascosechas anteriores.

Y 3." que para conservar el labrador el valor desus tierras, necesita ir devolviendo cada año, en formade abono, los principios nutritivos que ha perdido yque su propio ínteres le aconseja hacdr esta restitución.

La experiencia nos enseña que las tierras no se en-cuentran nunca saturadas de todos los principios nu-tritivos en estado de asimilación, ó como dice Liebig,al estado de combinación física. El ácido fosfórico seencuentra casi siempre en el suelo al estado de fos-fato insoluble; de la misma manera la potasa estábajóla forma de silicatos dobles, ó lo que es lo mis-mo, bnjo formas que no son asimilables.

Estos cuerpos, para servir de alimento á las plan-tas, necesitan el concurso del ácido carbónico, ya delaire, ya del que resulte de la descomposición de lasmaterias vegetales ó animales, y así se explica quepara restablecer la potencia productiva de una tierrase la deje en algunos puntos descansar uno ó masaños para que en este intervalo se disuelvan estos prin-cipios por el ácido carbónico que la tierra recibe conel agua de lluvia, ó S3 agrega estiércol que facilite ladisolución, y por consiguiente la asimilación de losprincipios nutritivos contenidos en el suelo.

Es evidente que el estiércol no solamente obra so-bre los principios minerales que el mismo contiene,sino que al mismo tiempo ejerce su acción sobre losfosfatos y silicatos que se encuentran en el terreno;pero siempre su acción es lenta, y la vegetación tomarcha con rapidez: por esta razón es, a mi juicio,

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294 REVISTA EUROPEA. %% DE AGOSTO DE 4 8 7 5 . N.° 78

ventajoso mezclar siempre el estiércol con abonos quí-micos que contienen los fosfatos térreos, y las salesde potasa al estado solubles para acelerar la vegeta-ción y obtener un resultado satisfactorio.

Hemos dado gran importancia al poder absorbenteque tienen las tierras, pero no poc esto diremos queéste sea el único dato para apreciar la calidad delsuelo ó su riqueza en principios nutritivos.

Dos tierras de una misma comarca, en que sus po-deres absorbentes sean iguales, pueden tener unpoder difusivo diferente, ya porque la una tengamayor cantidad de despojos orgánicos que al descom-ponerse favorecen la difusión, ya por su estado de di-visión, que también concurro al mismo fenómeno, loselementos nutritivos se esparcen en una tierra másque en otra, y el resultado de la vogetacion es másfavorable allí donde la planta encuentra una superfi-cie d!e absorción más extensa.

Cuando se comparan, bajo la relación de su rique-za en elementos nutritivos, una tierra silícea con unaarcillosa ó margosa de la misma fertilidad, se ob-serva con sorpresa que la primera suministra algunasveces cosechas tan abundantes con la mitad y auncon con la cuarta parte de elementos nutritivos con-tenidos en la otra. Para explicar este fenómeno, re-cordaremos que la alimentación de una planta de-pende menos de la masa de alimentos que de laforma en que se encuentra en la tierra, así, por ejem-plo, 18 gramos de carbón de hueso presentan unasuperficie de absorción tan extensa como S00 gramosde carbón de leña. Si en la tierra silícea una cantidadmenor de principios nutritivos presenta una superficiede absorción tan extensa como una mayor dosis deprincipios contenidos fin la tierra arcillosa, la vegeta-ción se verificará con el mismo desarrollo en estos dossuelos.

Antes de terminar este artículo haremos observarque, según las experiencias hechas en el cultivo dealgunas plantas, las cantidades de principios minera-les qne han tomado durante la vegetación han sidovariables, según que los vegetales han vivido en unterreno calizo ó en un terreno arcilloso.

Los señores Malaguti y Durocher han cultivado va-rias plantas en terrenos calizo y arcilloso, y han ob.servado que las cenizas contienen distinta proporciónde cal, de ácido sulfúrico, de potasa y sosa.

Htí aquí las experiencias:

CAL CONTENIDA EN CIEIÍ PARTES DE CENIZA.

Tierra caliza. Tierra arcillosa.

Brássica olerácea 27.98 i 3.62Id. Napus 43.60 19.48

Trifolium pratense 43.32 29.72Id. incarnatum 36.18 26.68

Scabiosa arvensis 28.69 17.16AlliumPorrum 22.61 11.41Üactylis glomerata 6.24 4.62

Se ve, pues, que es mucho mayor la cantidad decal que han tomado las plantas en un terreno calizoque en otro arciloso.

La proporción de ácido sulfúrico ha variado tam-bién con la naturaleza del terreno, según se deducedel siguiente cuadro:

ACIDO SULFÚRICO.Tierra arcillosa. Tierra cáliz».

Brássica oleráceaId. Napus

Trifolium pratenseId. incarnatum

Scabiosa arvensis

4.637.193.863.083.70

3.S64.203.051.742.68

Las cantidades de potasa y sosa abserbidas han va-riado de la manera siguiente:

POTASA.Tierra arcillosa. Tierra caliza.

Brassice napus 25.42 12.34Trifolium pratense 27.20 9.60

Id. incarnatum 28.74 19.11AlliumPorrum 42.44 40.23Quercus peduncul 19.83 14.60

SOSA.Tierra arcillosa. Tierra caliza.

Brassice napus 3.00 Í5.S6Trifolium pratense 1.60 4.80

Id. incarnatum 4.80 13.80Allium porrum 2.00 2.26Quercus peduncul Indicios 2.18

Reasumiendo lo que llevamos expuesto, haremosobservar:

1.' Que la naturaleza ha sido tan sabia, que hadado á ¡a tierra arable la propiedad de absorber yretener los principios nutritivos que son indispensablespara la vida vegetal.

2." Que los principios nutritivos retenidos por elsuelo penetran en la planta por vía de disolución.

3." Que á pesar de que estos principios son solu-bles en el agua, su fuerza de disolución es menor queel poder absorbente del suelo, y así se explica por quéel agua de lluvia ó de riego no arrastra consigo can-tidades sensibles de principios que son indispensablesá la vegetación.

4.° Que los poderes absorbente y difusivo de lastierras por los principios nutritivos se hallan en razóninversa.

S.° Que la fertilidad de una tierra no depende sólode la suma de principios nutritivos que contiene, sinode la mayor división y extensio.i en que se encuentrandiseminados en la capa arable.

6.° y último. Que según las experiencias de Mala-guti y Durocher, una misma planta puede asimilarmayor ó menor cantidad de principios nutritivos,según en el terreno en que vegete.

Luis MARÍA UTOR,Director del Conservatorio de Artes y Oficios de Madrid.

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N.° 78 J . M. OLÍAS. EL SOCIALISMO ALEMÁN. 2 9 5

HISTORIA

MOVIMIENTO OBRERO EN ALEMANIA.

III. *Socialismo alemán.—Ideas económicas de Lasalle y su predicación por

Alemania.—Comentarios.—Filiación del socialismo aloman.—Para-lelo entre las doctrinas de Luis Blanc y las de Fernando Lasalle.

Organización política del partido democrático-socialista.— M. Jacoby.™Su programa parlamentario.—Consideraciones.—División de los repu-blicanos socialistas en dos grandes fracciones, radical e intemaciona-lista.—Programa de esta última, redactado por el escritor Liebnechty el obrero Babel.—Deducciones.

Movimiento obrero de Alemania en nuestros días.—Coaliciones para elaumento de salarios y disminución de horas de trabajo.—Resultados.—Ligas délos patronos—Actitud del Gobierno y de! Parlamento.—Tendencias de los obreros alemanes hacia la Internacional de traba-jadores.

Es innegable que el socialismo francés engendró elsocialismo alemán. Las mismas ideas sobre el Estadoson fundamento de uno y otro sistema, hasta hacerleintervenir con impuestos voluntarios ó forzosos, pri-mero en la expropiación de la industria privada, des-pués en la cesión de todo el material á las compañíasobreras, que habrían de explotar la industria nacionalbajo su dirección y vigilancia. Fernando Lasalle fue,como hemos indicado, el jefe del partido-socialistaautoritario de Alemania. Sus principios llevan fatal-mente al comunismo gubernamental, en tanto que losde su adversario Schulze conducen necesariamente ála neutralidad absoluta del Estado, á la libertad y res-ponsabilidad del hombre, á la solidaridad obrera, ú laemancipación social por medio de instituciones na-cidas con entera espontaneidad del seno de las mis-mas clases interesadas en cumplir la ley del progreso.Pero, como el comunismo es la forma social más sim-pática á las masas y mejor comprendida por ellas, sinque adviertan casi nunca que la civilización moderna sedebe en mucha parte al desenvolvimiento de la acciónindividual, las de Alemania uo han tardado muchotiempo en aprobar y aceptar dicho remedio como elmás eficaz para sus males económicos. M. Kapell, ilus-trado obrero, que ha propagado con entusiasmo lasideas lasallianas, confesó hace pocos años en un Con-greso economista de Berlin, que las diversas formascooperativas de las sociedades alemanas, y aun lasTrades Unionsy Trades Societies de Inglaterra, sonimpotentes para mejorar la situación déla clase jorna-lera , y que era necesario se eligiesen diputados socia-listas en el Reichstag, á fin de alcanzar del Estado queel capital quede al servicio de las asociaciones obrerasde producción. Así, en tanto que los liberales de Schul-ze sostienen que esta cuestión no es política, sinoeconómica, y que todo mal existente en el orden eco-

Véüiue los números 76 y 77, paginas 301 y 241 .

nómico no puede combatírsele sino por remedios eco-nómicos , nunca políticos, los socialistas de Lasalle,Kapeli, Beker, Hess y otros agitan continuamentelas masas obreras para ampliar ó extender el sufragio,y conseguido que esto sea, ¡legar á la posesión delGobierno y del Parlamento, para decretar y legislarsobre la nueva organización de la sociedad con arre-glo á sus ideas.

Por de pronto, la presento aspiración de los socia-listas alemanes se refiere al aumento en grande escalade las asociaciones de producción en común, con elobjeto de que sus miembros se emancipen del sala-riado y puedan elevarse á la categoría de patronos ypropietarios de su trabajo; pero, al revés de los eco-nomistas de Schulze que sostienen ó defienden la libreacción individual, ellos piden la asistencia del Estado,y á diferencia también de los primeros, que reco-miendan como medios mejores de transición las so-ciedades de consumo, las sociedades para la comprade primeras materias y las sociedades de crédito; lossegundos quieren ó reclaman la acción directa é in-mediata del Gobierno para la dirección y explotaciónde grandes industrias que hagan competencia venta-josa al trabajo particular; es decir, que la garantíadel Estado cree ó forme el capital, asuma sólo losriesgos de las operaciones sociales, y que los benefi-cios queden completos á disposición de los asociados.Esta teoría la desenvolvió Fernando Lasalle con máshabilidad que razón en su obra Supresión de la res-ponsabilidad personal en el terreno económico, don-do hace constar que la vida común en sociedad, laexistencia del Estado, se basan sobre la responsabili-dad material y moral del individuo; pero como estaresponsabilidad supone , como condición anterior ycomplemento necesario, la libertad del trabajo, ó loque es igual, la facultad ilimitada para el obrero dehacer 1<̂ que quiera y le convenga en relación de susfuerzas y medios de que pueda servirse con el fin deproveer á las necesidades de su vida, es una locuraquerer imponerle una responsabilidad personal sin re-conocer en él un derecho sagrado ó inviolable de hacerresueltamente por sí mismo su fortuna. Aún es másclaro el escritor socialista: «La reponsabilidad perso-nal, dice, nunca ha tenido más valor que en el ter-reno jurídico, y no en el económico; porque solamenteen el primero son las acciones producto de la libre vo-luntad; mientras que en el segundo están determinadaspor las relaciones sociales, las circunstancias, etc.; ólo que es lo mismo, que en el terreno del derecho cadauno es responsable de lo que hace; al contrario de loque sucede en el orden económico, donde cada uno esresponsable do lo que no hace. Un ejemplo, entreotros: si hay interrupción en ia llegada á las costas deEuropa de los buques cargados de algodón en Amé-rica, una multitud de obreros ingleses, franceses yalemanes vense reducidos á la última miseria,»

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Sobre estas ideas, apoyadas con algunos casos ais-lados, se ha levantado por Lasalle la bandera de su-presión de la responsabilidad personal ó individual enel dominio económico, olvidándose lastimosamente deque si en el hombre por un lado influyen poderosa-mente las múltiples y opuestas, circunstancias que lerodean, para el mejor ó peor cumplimiento de su pro-pio destino y do las condiciones económicas de lasociedad; por otro la Jo, no con menos poder influyenen él para los mismos fines, su voluntad primero, des-pués las fuerzas naturales, el desarrollo y empleo desus facultades físicas, morales ó intelectuales.

Hemos indicado ya que el socialismo alemán tienesu origen en el socialismo francés. Efectivamente, elplan de Lasalle aseméjase algo al plan de Luis Blanc,ta\ como éste lo predicaba y practicaba en el comitédiel Luxemburgo; pero son de notar las diferencias,que separan uno de otro. El eminente socialista fran-cés sostiene que el Estado debe abolir esa concurren-cia que pone de frente y siempre en lucha los intere-ses privados y los intereses sociales; para ello elEstado ha de adquirir todos los establecimientos in-dustriales, cederlos á las asociaciones obreras, organi-zados, dirigirlos, vigilarlos y fijar en ellos las horas detrabajo, los sálenos, el precio de los productos fabri-cados, la repartición de beneficios del modo y en laforma que expusimos en el tomo primero de esta obra,al describir el movimiento obrero d3 Francia durantela República de Febrero. El socialista alemán creequoel Estado puedo procurar el crédito á las asociacionesobreras con el fin de favorecer la producción generalcobre la producción privada, aquella siempre exentade riesgos, mientras que ésta se encuentra á su vezsiempre rodeada de peligros que la perjudican notable-mente. Estas asociaciones, en su concepto, deben serlibres, individuales, autónomas, formadas con entevaespontaneidad, y cuyos miembros so organicen pors[ mismos para sacar como empresarios, no comoasalariados, el provecho y beneficio que permita la si-tuación actual de la industria. Para ellas el Estado hade dar, con un capital necesario, los medios de favo-recer su desarrollo y progreso, aunque sea matandola libertad por matar la concurrencia, y absorbiendo lapropiedad ó industria privada por favorecer el comu-nismo autoritario de la sociedad. Hay, sin embargo,más lógica en el sistema del Luxemburgo que en el sis-tema de Lasalle, si bien ambos á dos son irrealizables.Aquel hace al Estado propietario de los establecimien-tos particulares, funda y dirige las ssociaciones obreras,concentra toda la actividad del trabajo en los talleresnocionales, declara abolida toda concurrencia dentrodel país, y cree desarrollar la industria y el comerciocon derechos protectores y tarifas prohibicionistas; estodo esto un verdadero Estado socialista, que evitalos riesgos á los intereses privados, que ejerce un do-minio absoluto sobre los intereses generales. El sis-

tema de Lasalle no hace empresario al Estado, no leconcede la dirección y administración, no hace otracosa más que considerarle como un registrador gene-ral, cuya misión, después de dar el crédito que nece-siten las asociaciones obreras, siempre aisladas unasde otrss, no pide compensación de ninguna clase; enuna palabra, no hay lo que en el régimen socialista deLuis Blanc: mutualidad y perfecta solidaridad de todaslas industrias centralizadas en el Estado. Conocidosque nos son ya el uno y el otro sistema, hemos deconvenir, con Schulze, en que el proyecto de una so-ciedad cuyos miembros están exentos de toda respon-sabilidad económica, es irrealizable por lo absurdo.No se concibe, no, una sociedad sin relaciones entrelos individuos que la forman ó componen, y monos enlos tiempos presentes, que la libertad y la propiedadindividual, como la libertad y la propiedad social, sonbases de la vida legal, en sentido político y eco-nómico.

Debemos reconocer, sin embargo, en los socialistasalemanes un mejor sentido revolucionario que en susadversarios los economistas de la escuela liberal.Mientras estos últimos, fiando todo á la libre iniciativaindividual, de suyo incompetente é ineficaz allí dondesi la instrucción so halla muy generaliza Ja, en cambioimperan todavía el despotismo militar y aun se con-serva algo respetada la vieja organización del trabajo,aquéllos han acabado por llevar la cuestión econó-mica del terreno social al terreno político, afirmandouna vez más que es esencial para su pronta y acer-tada solución, el concurso de los poderes públicos. Alefecto, el partido socialista se ha organizado política-mente, y no sólo se agita por alcanzar el triunfo enlas elecciones de diputados, sino que se prepara conentusiasmo para derribsr el organismo semifeudal delimperio. A la cabeza de este movimiento figuraM. Juan Jacoby, cuyos elocuentes discursos parla-mentarios contra la política de Bismark le hacen dignodel aprecio y estimación que le profesan los republi-canos de Alemania.

Dos son los puntos capitales que, sobre economíasocial, defiende M. Jacoby en la Cámara de diputadosde Berlin: la desaparición del salariado y la grandeindustria colectiva. El salario, que como hemos dichoya repetidas veces, es un progreso real y efectivo re-lativamente á la esclavitud y la servidumbre, apenases hoy suficiente á cubrir las necesidades de la vida deun trabajador; por otra parle, la misma emancipaciónde la propiedad, e! empleo del vapora la industria, laintroducción de las máquinas, etc., han modificadoprofundamente las relaciones sociales y económicas,hasta el extremo de que los instrumentos de trabajo,y el pequeño comercio y la pequeña industria, se vendominados por el gran capital, individual ó colectivo.Y como la sociedad humana no puede en ningún modorenunciar á las ventajas que le ofrecen y presentan la

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N.° 78 J . M. OLÍAS. EL SOCIALISMO ALEMÁN. 297

industria y el comercio en grande, hay necesidad im-periosa de buscar los medios que, sin restringir la li-bertad del trabajo y sin detener los progresos obteni-dos por la civilización, realicen una distribución de larenta común más en armonía á los intereses de todos.M. Jacoby dice que hay para esto una solución: la abo-lición del salario, reemplazándole con el trabajo coope-rativo. Debe verificarse la transición entre el antiguoy el nuevo régimen, primero por los obreros, segundopor los empresarios, tercero por el Estado. Desenvol-vamos las ideas del diputado socialista expuestas en elParlamento prusiano.

El actual sistema industrial necesita para su soste-nimiento la concentración de grandes masas de obre-ros en localidades determinadas. Puestos unos y otrosen comunicación directa, y participando todos de lasmismas opiniones acerca de sus desgracias, nada másfácil que desarrollar gradualmente el lazo de fraterni-dad que debe unir y estrechar á todos para luchar porsus derechos contra los opresores que esplotan infa-memente su trabajo. En el fondo éste ha sido el pri-mer pensamiento de la Asociación Internacional detrabajadores, y tampoco nos debo caber duda algunaen que ahí se han inspirado para su formación todasó casi todas las asociaciones que tienen por objetomejorar la condición moral, material é intelectual delos obreros. Tales son las de producción, de consumo,de crédito, de instrucción, de templanza, etc.

Por lo que toca á los empresarios industriales y álos propietarios, se ¡imita Jacoby á aconsejarles queconsideren á sus obreros como hombres que cooperancon su trabajo al buen éxito de las obras, por consi-guiente, al mejor resultado de sus ganancias positi-vas; que hagan predominar dentro de sus fábricas ydemás propiedades el sentido social sobre el personal,por lo mismo que hoy se extiende ya por todas lasconciencias que el hombre no puede, no debe ser ti-ranizado por el hombre, ni ser despojado del productode su trabajo.

Respecto de lo que debe hacer el Estado para hallaruna solución pacífica de la cuestión del trabajo, tomaaquél un ejemplo de la constitución de Zurich del 18de Abril de 1869, que dice así: Art. 23. El Estado fo-menta y facilita el desenvolvimiento de toda asocia-ción fundada por la libre iniciativa y la libre acción desus individuos. El Estado resolverá, decretará y legis-lará sobre todo lo que sea necesario á la protección delobrero.—Art. 24. El Estado instituye un banco canto-nal que tenga por objeto principal desarrollar uo sis-tema general de crédito.

Hé ahí de qué modo M. Jacoby concibe el paso mo-derado hacia la emancipación de las clases jornaleras,cómo los obreros deben realizar la asociación entrelos de su clase con preferencia á todo, cómo los in-dustriales deben mantener las relaciones más eficacesy convenientes con sus operarios, cómo el Estado ha

TOMO v.

de contribuir á la protección de sus miembros quepertenecen á las clases jornaleras, no para que éstassean apoyadas y favorecidas con perjuicio de otras,pues la igualdad verdadera, dice el diputado alemán,consiste en que cada uno debe estar protegido y sos-tenido proporcionalmente á sus necesidades.

Las ideas de Jaeoby señalan para Alemania una es-cuela economista, intermedia de la de Schulze y la deLasalle, paro que al parecer muestra más conformi-dad con aquélla que con ésta. Aunque dice tambiénmuy alto que el Estado debe realizar, en cuanto susatribuciones lo permitan, una distribución más justade los productos del trabajo, no hace más que seguiren ello al sabio Stuart Mili, quien ha sostenido recien-temente que el producto del trab.ijo está repariido enla actualidad casi en razón inversa del trabajo efec-tuado, ó lo que es igual, que la mayor parte disfrú-lanla los que trabajan menos, otra parte los que tie-nen un trabajo casi nominal, y así, descendiendo enla escala, los salarios quedan reducidos á medida queel trabajo se hace más penoso, hasta que el más duroy pesado apenas puede asegurar las cosas inmediata-mente necesarias á la existencia del que lo ejecuta.Ampliando en todos sus detalles los principios polí-ticos, económicos y sociales de M. JacoOy, veremoscómo son los mismos que hoy constituyen el dogmadel partido republicano democrático de Alemania: Li-bertad de asociación, de reunión, de imprenta; ins-trucción gratuita, obligatoria y laica; milicia nacionalque reemplace al ejército permanente; sufragio uni-versal directo; reducción do horas de trabajo (ocho aldia); prohibición de trabajar los niños en las fábricas;salario de la mujer igual al del hombre; abolición delas contribuciones indirectas y establecimiento de unacuota progresiva y proporcional á la fortuna indivi-dual; reforma del sistema de crédito. En más brevespalabras: libertad política, libertad social, libertad in-dividual.

Pero en cuanto este partido democrático y republi-cano se constituyó formalmente en Eisenach duranteel año 1869, y desde un principio progresaba consi-derablemente lo mismo en ¡os pueblos del centro queen los del Norte y Sur, de él se apoderó la división,contándose ya dos fracciones poderosas, una histórica,que tiene por jefe á M. Jacoby, cuya misión por ahoraes parlamentaria y pacífica, otra nueva que cuentacomo directores á un distinguido publicista de Leip-sig, G. Liebnecht, redactor del Volksstaal (E! Estadodel Pueblo) y á un obrero llamsdo Augusto Bebel. Héaquí su programa: El partido social y democrático delos obreros alemanes quiere el establecimiento de unaRepública. Cada uno de sus miembros se compromete;1 .• A combatir enérgicamente el actual estado políticoy social; á luchar por la emancipación de las clases tra-bajadoras, no para conseguir privilegios, sino para al-canzar los mismos derechos, los mismos deberes de las

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demás clases; 2.° La dependencia económica del traba-jador frente al espitaüstaconstituye una esclavitud; poresto el partido democrático y social de los obreros as-pira 4 que cada trabajador disfrute del producto com-pleto de su trabajo, aboliendo el salario é introduciendola asociación cooperativa. 3. ' La libertad política escondición absoluta para la emancipación económica delas clases trabajadoras, por consiguiente, la cuestiónsocial es inseparable de la cuestión política, y su so-lución no es posible más que en el est ido democrático(república). 4.° Considerando que la redención políticay económica del proletariado no será posible sino entanto que éste marche compacto al combáis, el par-tido obrero democrático y social se da una organiza-ción unitaria, la cual, sin embargo, deja á cadn unode sus miembros la posibilidad de ejercer su influen-cia para el bienestar de su nación. 8.° Considerandoque la emancipación del trabajo no es una tarea localni nacional, sino social, que concierne á todos los pue-blos de la sociedad moderna, el partido obrero demo-crático y social se considera como una rama de laAsociación Internacional de trabajadores, cuyas ten-dencias secunda en tanto que se lo permitan las leyessobre reuniones. 6.° Concesión del sufragio universaldirecto y secreto para todos los mayores de 20 añosen la elección del Parlamento nacional alemán, en laelección de los cuerpos legislativos de todos los paísesque componen la confederación germánica, en losayuntamientos y diputaciones provinciales. Estos re-presentantes gozarán de una renum?racion convenien-te. 7.° Introducción de la legislación directa por elpueblo (referendum etveto). 8." Supresión de todoslos privilegios de clase, de propiedad, de nacimien-to, etc. -9.° Milicia nacional en vez de ejércitos per-manentes. 10.° Separación de la Iglesia, del Estado yde la escuela. 11.° Instrucción obligatoria y gratuitaen las escuelas primarias, y enseñanza gratuita en losdemás establecimientos de instrucción pública y su-perior. 12." Independencia de los tribunales de justi-cia, introducción del jurado y tribunales de arbitrajepara cada oficio, procedimiento público, verbal y gra-tuito en todas las causas. 13." Supresión de todas lasleyes sobre la prensa, ias reuniones y coaliciones, in-troducción del dia normal del trabajo, restricción deltrabajo de las mujeres, supresión del trabajo de losniños, supresión de la concurrencia que hacen altrabajo libre los presidios y las cárceles. 14.° Supre-sión de todos los impuestos indirectos y su trasfor-macion por un impuesto directo y progresivo sobrelas rentas y herencias. lb.° Protección y crédito delEstado á las sociedades cooperativas de producción,bajo garantías democráticas.

Á primera vista se comprenden las tendencias deesta fracción del partido democrático y republicanohacia una revolución violenta y radical, sus propósitospara la inmediata realización de las aspiraciones de la

Internacional de trabajadores, si bien de esta se se-para en algunos puntos fundamentales que ha procla-mado en sus últimos congresos. No hay, pues, queconfundir en un solo partido los obreros afiliados enla Internacional y los obreros que forman las respecti-vas fracciones de Lasalle, Jacoby y Liebnecht; y aun-que muchos son los que creen en la identidad de lasopiniones internacionales y lasallianas, haremos no-tar que mientras éstas son claras y terminantes, aque-llas no están bien definida;, pues hay individuos queprofesan las ideas mutualistas de Proudhon, otros lasde Luis Blanc, otros las de Cabet y Babcuf; unos soncolectivistas, algunos francamente comunistas, mu-chos son políticos, y no pocos quieren la disolucióndefinitiva del Estado actual para trasformarla en otroque sea resultado ó producto de la organización delos trabajadores por y para ellos mismos. Sin embar-go, la obra de la Confederación Germánica y las guer-ras de Prusin con Austria y Francia han despertadotanto el entusiasmo naciona! y han mantenido tal ac-tividad política en casi todos los pueblos de Alemania,que poco ó nada influyó aquí la Internacional en sustenaces propósitos de apartar á los obreros del movi-miento electoral para e! Reiehstag y el Parlamentoaduanero. Jacoby, Bebcl, Liebnecht, Schweitzer ymás, cuyos nombres no recordamos, internacionalesunos, demócratas-socialistas otros, todos represen-tantes de la clase obrera, han afirmado con fe y ener-gía ante las Cámaras de! Imperio sus principios repu-blicanos, los cuales les prohibían naturalmente votarla guerra dinástica de 1879, pero tampoco les impedíacoadyuvar á la obra de la unificación y regeneraciónde Alemania, siguiendo en esto la corriente generalde todoa los partidos políticos y de todas las clases dela sociedad.

En estos últimos años, los obreros de Alemania con-tinúan incesantemente su obra de asociación, bajo lasdistintas formas en que las hemos descrito, y sostie-nen con perseverancia la lucha contra los patrones,unas veces en demanda de aumento de salarios, otrasveces exigiendo la disminución de ¡as horas de tra-bajo, imitando así el movimiento dé sus compañeroslos obreros de Inglaterra; los resultados son en sumayor parte satisfactorios, porque las repetidas huel-gas de casi todos los oficios han determinado unaalza considerable de aquellos, y un notable descensode éstas. Los albañiles y carpinteros que antes de1868 tenían 12 ó 14 reales por doce horas de trabajo,hoy disfrutan de 20, 20 y 30 reales por ocho y nuevehoras, lo cual equivale respecto de aquellos á un au-mento diario de 100 por 100. Es verdad que no todoslos oficios pueden contar tan satisfactorio éxito ensus peticiones, pero sirve ya de regla general un be-neficio de 2b y 30 por 100 cuando menos sobre elsalario antiguo de un obrero que antes trabajaba la

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mitad del dia y ahora lo verifica en la tercera partede éste, conforme á las humanitarias prescripcionesque hoy exigen de consuno la razón y la justicia. Perola solución no se hace á gusto de los patronos, queprotestando la elevación en el precio de la mano deobra, lo cual dicen es imposibilitar la concurrenciacon l£ industria extranjera, han presentado y siguenpresentando todo género de obstáculos y dificultadesá la demanda de los obreros, ya por medio de unionesó ligas que favorecen de un modo exclusivo sus inte-reses, ya en congresos donde se discuten los me-dios mejores de paralizar la acción de sus operariosasalariados, ya por coaliciones que tienen como ob-jeto principal multar al patrón que caiga en la debi-lidad de recibir en sus establecimientos uno ó variosobreros declarados anteriormente en huelga. Así, ycon tal mal sentido, se han provocado las iras de lostrabajadores, manteniendo una perpetua y sorda lu-cha entre el capital y el trabajo, que han puesto enalarma al gobierno de Alemania. Compren iiendo ésteque la discordia entre unos y otros era excesivamenteperjudicial para todos, se han propuesto leyes alReichstag aun por los mismos conservadores, relati-vas unas á reglar las relaciones entre patrones y obre-ros por medio de tribunales de arbitros ó jurados mix-tos, compuestos de patrones y obreros, ó formadospor el mismo consejo municipal allí donde no pudie-ran existir aquellos normalmente; relativas otras ácontener las huelgas do los obreros ó las ligas de lospatrones, por funestas ambas á la marcha normal dela industria nacional, y al desarrollo natural del tra-bajo. De otro lado el partido progresista también hapresentado al Parlamento algunas reformas sobre re-uniones y asociaciones, que si bien no son tan libera-les como había razón para suponerlas, alguna utilidadreportan ya en su aplicación al organismo del trabajo.Sobre uno y otro punto la habilidad de M. Bismarkconsiste en mantener cuanto posible sea el equilibriodifícil entre los derechos <¡eí capital y los derechosdel trabajo, favoreciendo de una parte las unione? in-ternacionales de los patrones, tolerando de otra lasuniones internacionales de los obreros de unos mismosoficios. De todos modos, el eminente estadista del Im-perio germánico utiliza en el orden económico lo mis-mo que utiliza en el orden político, en el orden reli-gioso y moral, en el orden social y filosófico: la uni-ficación de Alemania.

Esto no obsta, sin embargo, para que cada dia másse acentúe el movimiento socialista en Berlin como enlas tiernas grandes ciudades. Son ya muchos los ofi-cios que al par de la federación para sacar incólumessus derechos sobre el capital, celebran congresosdonde discuten los más arduos problemas del trabajoy nombran oradores que marchan de pueblo en pue-blo, á fin de desterrar la apatía y sacudir la indiferen-cia de los muchos trabajadores agrícolas 4U0 todavía

no han estudiado los medios mejores de salir definitiva-mente de la triste situación en que les coloca la actualorganización de la sociedad. V como quiera que enesta misión difícil unos y otros van comprendiendo laurgente necesidad do no vivir más en el aislamiento, ysí la conveniencia de entrar de lleno en el gran mo-vimiento de unión y solidaridad entro los obreros deun mismo país y de todos los obreros alemanes, incli-nanse ya decididamente á su afiliación en la Interna-cional de trabajadores, aunque muchos no abando-nan por esto, y hacen bien, los bancos populares deSchulze ó las sociedades de producción de Lasalle, óla organización política del partido democrático écuya cabeza figura dignamente el diputado Jacoby.

Volveremos, pues, á encontrar los obreros de Ale-mania cuando historiemos detalladamente la Asocia-ción Internacional.

JOAQUÍN MARTIN I>F. OLÍAS.

LA RESTAURACIÓN LITERARIA EN ESPAÍÍA.

ALDR. H. W. KRONHAMM, EN KOSTOCK.

Las agitaciones que ensangrientan, arruinan yenvilecen á mi patria, hallan un eco de compasión yamables frases de simpatías en todo corazón cultode la ilustrada Europa; y usted, al dar á la estampami correspondencia particular sobre el actual esta-do de nuestro teatro, que nunca esperó saliera enletras de molde ni en otro habla que el que aprendídesde la cuna, traza por comentario el porvenir deesle desgraciado pueblo con colores más halagüe-ños que los que podemos imaginar los que nos en-contramos, en nuestro contristado patriotismo, fal-tos desaliento en medio de esta cruenta y dolorosalucha, que á ningún fin noble conduce, ni á ningúnresultado generoso se dirige. Aunque he pasado elequinoccio de los treinta años y despedido desde susamados umbrales la juventud escapada inadvertida-mente, sin haber dejado en mi espíritu otras reli-quias que las marcas profundas de prematuros des-engaños, no he llegado todavía á aquella edad de lasamargas realidades, que despojan al alma de la blan-ca túnica de su poesía y hacen apetecer el suspiradotermino, donde la mente idealiza y la fe fortalece laaspiración sublime de un cierno descanso, puertode refugio y olvido contra los continuos vaivenesdo esle incesante flujo de olas encontradas, queremueven el turbulento mar de la existencia. ¡Aúnno he perdido del todo la esperanza! Pero ¡ay! ama-ble doctor, cuando vuelvo los ojos al espectáculomiserando do mi patria, ¡cómo me entristezco! y loque es peor, ¡casi desconfío!

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No han sido de todo punto para mí estériles laslecciones severas de la historia, en cuyos admira-bles ejemplos yo he estudiado con prolija atencióncímo nacen y crecen y se agigantan las naciones,y también cómo se corrompen los nobles caracte-res y las hacen precipitar de su rango, primera-mente conservando brillantes rasgos de su pasadaemergía y culpando al infortunio, luego desafiandoá la desgracia con la aparente arrogancia de los re-cuerdos gloriosos, más tarde abandonándose pos-tradas al infame indiferentismo de una indolenciaegoísta, y finalmente despertando alguna vez, perosoñolientas, sin virilidad, ni voluntad propia, nienérgicos arranques, á imprecar desde los bordesdel abismo una salvación tardía del yugo ignomi-nioso de los tiranos. ¿En cuál de estos tristes perio-dos se halla mi patria? ¿Aún podría sacarla de tantoabatimiento un esfuerzo supremo, favorecida porlos inexcnitables designios de la Providencia? Aquíestán los gérmenes de mis dudas y los arcanos demis tristezas. Os lo confieso, caro doctor, os lo con-fieso: desconfio y me entrego á la postración acer-ba de una honda melancolía.

¥ no es, ciertamente, porque nos falten elemen-tos para una honrosa regeneración. Aquí, queridodoctor, en esta España que ha llenado durante trecesiglos los mayores destinos en la marcha civiliza-dora del género humano, todo lo que la colectivi-dad caracteriza con su iniciativa poderosa, conservaafín deslumbradoras reliquias de lo que nuestrapatria fue en la plenitud de sus glorias. Pero contralos movimientos colectivos de la nacionalidad, delprovincialismo, de meras clases aisladas, conspiranasiduamente los intereses y las pasiones individua-les; y falta nuestra sociedad de una dirección unifor-me y compacta, su existencia se convierte en ciertadesordenada agitación, en cierta lucha sin objeto, jpero perpetua y desoladora, á cuyo término nopuede aguardarse sino la disolución y la muerte.¡Cómo no suspirar en tal caso los de ánimo escogidopor los felices dias de la historia, si el porvenir noofrece auroras de esperanza! Pero ¡ay! lo que fueno será ya nunca de nuevo.

Enamorado de nuestro teatro, que, cuando refri-gera algunos rasgos heroicos de las olvidadas tra-diciones antiguas, todavía es fecundo á pesar de laesterilidad presente y común á toda la literaturadramática de Europa, con deliberado intento tratausted de inquirir qué otros gérmenes literarios sedespiertan en las aficiones de nuestra española ju-ventud contemporánea, acaso para lisonjear consu ejemplo, en su talento claro, en su amistadfinísima hacia mí y en el generoso afecto que á mipaís profesa, los nobles deseos de mi acendradopatriotismo. Yo no he de negar á usted, antes hede confesarle con viva y grata complacencia, que

observando hasta en sus detalles más nimios la ebu-llición aún informe literaria que se deja notar—¡admírese usted de esta noticia!—mucho más vivaen las capitales y hasta en las poblaciones subal-ternas de provincia, que en la misma corte de lamonarquía, convertida única y deplorablemente enpolítico y sangriento palenque de nuestras divisio-nes deletéreas, el ánimo queda perplejo conside-rando si realmente en esos movimientos simultáneosé ingenuos encerrarán principios irresistibles devida, ó no serán sino á manera de rayos desmayadosde luna en noche ya fria de Octubre.

En efecto, caro doctor, la juventud, cuyos hori-zontes han quedado tan limitados en nuestra Es-paña, que casi no cuenta con más porvenir enperspectiva que lo que solemos llamar entre nos-otros presupuesto; la juventud en quien, sin embar-go, está la exuberancia de la vida con su actividadcalenturienta, por medio de la dilatación de losestudios y de la amplitud de las ideas que se hansembrado en estos últimos tiempos de indudableconfusión, pero de fecunda y lúcida polémica, seha despertado tercera vez en este siglo, ávida deadquirir palenque glorioso de contienda, dondeprobar sus fuerzas, robustecer su ilustración y con-quistar el lauro á que aspiran los nobles espíritus:Son elocuentísimos testimonios de este insinuantedeseo las multiplicadas manifestaciones con quepor todas partes se expone á la notoriedad. Pero¡ay, amable doctor! en medio de restauración tanfeliz crecen mis congojas, porque veo á la juventudabsorbida más por lo superfluo en lo ideal é imagi-nativo, que por lo profundo y trascendental dentrode lo positivo y práctico.

En tres partes, según el orden y la importanciade sus manifestaciones, podemos dividir el cuadrodel movimiento intelectual que imprime nueva-mente á la generación que avanza el rumbo de lossucesos y las legítimas aspiraciones de lo porvenir:en Academias, en justas literarias y científicas, y enpublicaciones varias de la parecida índole y natura-leza. Quisiera yo, al frente de las primeras, podercolocar al Ateneo de Madrid, donde se han notadoeste año insistentes tentativas de renacimiento. Por-que verdaderamente, ¿quién duda que esta selectaasociación, que ha dado dias tan brillantes á nues-tra historia literaria contemporánea y que tanto hacontribuido á propagar las ideas científicas recha-zadas á la luz del siglo en que vivimos por ¡a tímidameticulosidad, reliquias postumas de nuestro pa-sado oscurantismo, no ha llegado á una sensible, áuna completa decadencia? Aquellas generacionesdemocráticas en política, libre-cambistas en econo-mía, descentralizadoras en administración, y racio-nalistas en religión y filosofía, que sonrosaron conel prestigio de sus talentos las esperanzas de la re-

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volucion en las últimas décadas del reinado de doñaIsabel II, desvaneciéronse entre el humo revolucio-nario, desde el momento en que al llegar á practicarsus teorías les faltó sentido claro, habilidad y mé-todo con que ingerirlas, hacerlas practicables yfortalecerlas en la opinión general hasta convertirlasen intereses y sentimientos. Todo e! vigor de susgloriosos tiempos de polémica y propaganda se per-dió en el cambio de lo teórico á lo real, y de aquelgran movimiento que logró imponerse en tantos di-versos medios de vida política, económica, jurídica,escolástica, no han quedado sino algunas cenizas ex-polvoreadas por los aires y algunas tenaces resisten-cias en los espíritus más entusiastas, ó en los máspresuntuosos. Falta hoy al Ateneo de Madrid ideal ydirección, y en vano lucha por restablecer aquél ypor fijar rumbo certero á su marcha la generaciónnueva que se ha apoderado de sus cátedras y de sutribuna, y pretende alentar sus desmayadas veladasliterarias. Sin vinculo de cohesión, de que se dedu-ciría su Tuerza, en el impulso que se le procura im-primir, apenas brota de la última falange que lecondecora un orador serio, un pensador profundo,ni un polemista gravemente razonador.

En las Academias de provincias no se revelan tam-poco inclinaciones bastante determinadas. La filo-sofía y la crítica, y algunas exhibiciones pindáricasson los entretenimientos más frecuentes de estassociedades, en los debates sobre los temas que seproponen y en las tenidas que se dedican exclusiva-mente á la amena literatura. Acaso es el Ateneo deValencia el que demuestra mayor actividad. Yo sigocon interés y paso á paso sus trabajos, y he de con-fesar que en ellos se nota un entusiasmo que á lacorta ó á la larga no puede ser estéril. En aquellaAcademia de jóvenes se recogen todas las ideas quese lanzan á la meditación de los hombres, y sobretodas se elucida. De todo libro que forma aconteci-miento se da cuenta y lectura, y es objeto de vivasdiscusiones; y cuando la patria viste de luto por lapérdida de sus hijos eminentes, el Ateneo valencianocelebra sesiones solemnes para conmemorar su re-cuerdo glorioso, á semejanza de la que reciente-mente ha dedicado en honor de los malogrados Ro-sales y Fortuny, artistas .de fama imperecedera.Todas las artes del buen gusto facilitan entoncessus auxilios á estas festividades para rendir su holo-causto al genio. La naturaleza, mejorada por mediodel cultivo científico, presta sus agrupaciones pin-torescas de odorantes flores al mejor adorno delapoteótico recinto. La escultura modela el busto delos laureados; la fotografía, arte mecánica, prodigalas reproducciones de las obras del genio; y los co-lores y el pincel, manejados por hábil mano, repro-ducen la -fisonomía de aquellos que han de esperará la muerte para que los regios doseles que los

cobijan los igualen en la veneración humana á unay otra majestad.

Esta inclinación á honrar á los muertos y á des-pertar el recuerdo de los que há tiempo pasaron, esel sentimiento que ahora más predomina. En Reusse han tributado á Fortuny honores casi divinos. Nosólo ha sido pensamiento de un grupo de admirado-res del Quijote, precedidos porD. Carlos Frontaura,el de erigir á CERVANTES un monumento digno de sumemoria en la ciudad que vio nacer al mayor de losingenios. Sevilla, cuyo nombre, prosperidad y ri-queza crecieron tanto mientras poseyó el monopo-lio del comercio con el Nuevo-Mundo, ya ha expre-sado propósito de levantar estatua á CRISTÓBALCOLON. En Murcia se agita la idea de elevar otra englorificación del insigne escritor político SAAVEDRAFAJARDO, y en Ronda, ciudad modesta de Andalucía,bajo la iniciativa de una Junta compuesta de sudigno alcalde D. José María Jaudenes, del párrocodel Espíritu Santo, D. Antonio José Collado; delMarqués de Salvatierra; de los licenciados D. Adol-fo Izquierdo, I). Bartolomé Morales, D. LorenzoBorrego, D. José Pinzón Carcedo, D. Antonio Atien-za Gómez de las Cortinas, D. Eusebio Aparicio yD. Leonardo Pérez de Guzman; del beneficiado deSanta María la Mayor, D. Francisco Atienza Oliva, ydel impresor 1). Rafael Gutiérrez, se ha puesto yapor obra la ejecución de otro monumento, erigidopor suscricion local á la memoria del esclarecidopoeta rondeño VICENTE ESPINEL.

Con estas empresas, dignas de todo aplauso,coinciden las solemnidades de los Juegos florales,institución de antiguo origen provenzal, que perió-dicamente se presta á brillantes certámenes en Bar-celona, Lérida y Gerona, donde este año se han ve-rificado, y que en el último mes de Mayo prestarontambién animación á Murcia y á Sevilla, en la ultimads cuyas ciudades se les ha tratado de imprimiraquel sabor caballeresco que nos representa lostiempos de los trovadores, de los amables galan-teos y de las cortes de amor. Efectivamente, la So-ciedad del Liceo sevillano preparó para el 16 deMayo esta grande fiesta literaria, á cuyo concursoconvocó poetas y pintores, prosistas y músicos,para sostener el honor de la gaya liza. Se nombrótribunal de hermosura, y lo formaron, como presi-denta, la señora marquesa de Gavina, su hija, Luzde Gaviria, como secretaria, y como jueces delbuen gusto las lindas señoritas Amalia de Caves-tany, Ana Huidobro, Enriqueta Daguerre, Purifica-ción Williams, Mercedes Gómez Rull, Cecilia Ro-mero, María Halcón, Dolores Gómez Povedano,Mercedes Izcar, Asunción de Guzman, FlorentinaOviedo, Inés León y Rosario Valdecañas. No ocupa-ron la presidencia jurídica, pero sí completaron porsu competencia el bello cuadro, entre otra mullí-

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302 REVISTA EUROPEA.—%t DE AGOSTO DE 1 8 7 5 . N/78tud de donosas damas, los demás ingenios femeni-nos que ilustran la ciudad opulenta del Bótis, yentre las que se contaban las inspiradas poetisas An-tonia Diaz de Lamarque, Mercedes y Felisa de Ve-lilhi, Concepción Estevarena, Isabel Cheix de Mar-tínez, Victorina Saenz de Tejada, que después hatomado el hábito religioso en el convento de SanClemente, y María de la Paz Waflar, amén de lapor tantos títulos insigne escritora que milita en laliteratura patria bajo el popular pseudónimo deFernán Caballero.

No acaban en las ya relatadas las solemnidadesliterarias de que hago mérito, estimado doctor.Jaén se prepara á celebrarlas; en Palma de Mallor-ca, el 23 de Mayo las hubo, visitando después, nosólo el archiduque Luis Salvador y los literatos enel predio de Miramar, de la propiedad de aquél, lacueva de Raimundo Lulio, sino yendo allá numerosoconcurso de masas populares que empiezan á fami-liarizarse con aquellos nombres ilustres de la histo-ria, que no deben su fama á las hazañas y aventurasheroicas. Finalmente, con motivo de los días que laIglesia consagra al apóstol de Composlela, la ciu-dad de Santiago, para conmemorarlos con mayoresatractivos, dispuso, entre otros famosos festejos,reanudar las interrumpidas academias literarias quedesde el siglo de los Austrias celebraba su memo-rable Colegio de Santiago Alfeo, idea que para lle-varla á cabo fue desde el primer momento patro-cinada por el reverendo arzobispo de aquella sillametropolitana, D. Miguel Paya, por las corporacio-nes provincial y municipal, por la Universidad ySociedad de Amigos del País, á las cuales se fue ad-herido don Rafael Eugenio Sánchez, como inspira-dor de otro pasado certamen en honor de Miguelde Cervantes Saavedra.

¿No son todas estas cosas que dejo rápidamenteapuntadas, síntomas evidentes de un movimientonuevo á que puede muy bien aplicarse el nombre derestauración literaria? Pues aún queda que mencio-nar el testimonio más importante, sin duda, por sumayor notoriedad: esto es, el que se deja traslucirde las publicaciones diversas que de estos círculosemanan. Por toda,? partes se trata de eclipsar aquelprestigio que antes sólo disfrutaban las que salíande las prensas de Madrid. Tal es el cúmulo de re-vistas de varia índole y tamaño, atestadas de prosay verso, que se dan á luz hasta en poblaciones os-curas en las provincias, que no hay memoria de quenunca hubiera en nuestro país movimiento literarioanálogo al que éstas acusan. Remuevo desordena-damente las que algo más que un mero impulso decuriosidad ha hecho se reúnan sobre mi mesa, yentre la multitud de las que en Madrid se publican,y que llevan por títulos: la Revista de España, laEÜHOPEA, la Antropológica, la de Ciencias natura-

les, la de la Academia de Jurisprudencia y Admi-nistración, La Ilustración Española y Americana,Revista de Archivos y Museos, Los Niños, La De-fensa de la Sociedad, La Familia, La Raza latinay El Bazar, y las que se dan á la estampa fuera, yson como el Boletín numismático, de Valencia, laRevista histórica latina, de Barcelona, El Ateneo,de Sevilla, ó la Crónica de los cervantistas, de Cá-diz, parto de talentos maduros, encuentro un sin-número de publicaciones, hebdomadarias en su ma-yor parte, y debidas todas á la iniciativa de estaúltima generación, que para exhibirse con honrafunda en Valladolid El Faro, en Burgos Los Ecosdel Arlanzoa, La Crónica Ilirdense en Lérida, ElConcurso en Avila, en Malaga La Revista de Anda-lucía, El Folletín y El Museo, en Cádiz La Verdad,La Crónica en León, la Revista en Huesca, El Qól-

' gota en la ciudad de las Palmas, en Vitoria y Lorcarespectivamente El Ateneo, Los Ecos del Guadale-vin en Ronda, El Liceo en Sevilla, La Miscffláneay El Ramillete en Barcelona, La Madre de Familiaen Granada, La Flor de Lis y la Revista científico-literaria en Madrid, El Vigilante en San Martin deProvensals, en Orense Él Heraldo Gallego, en San-tander La Armonía, en Jaén la Revista semanal, yotros muchos periódicos, casi todos sostenidos porSociedades de jóvenes de uno y otro sexo que ape-nas han tocado los umbrales de la pubertad.

Por desgracia la literatura que superabunda enestas publicaciones periódicas corresponde casi ensu generalidad á los ensayos frivolos, que son pri-mer síntoma de capacidad en los talentos meridio-nales: poesía y retórica; algo, poco, de historia, yalgo, menos, de jurisprudencia; es decir, todas lasaficiones para las cuales no se necesita más que unpoco de ingeniosa inclinación, mente fantástica yánimo audaz, y otro poco de lo que imprime ciertobarniz de superficial cultura ó coloca á la juventudpor medio de la administración ó de la política enla corriente, donde la holgazanería de nuestro si-glo alcanza la sopa boba del presupuesto, que hareemplazado un si es no es con ventaja á la decan-tada sopa boba de los antiguos conventos.

Pero entre tanto ¿no echa usted nada de menos,caro doctor; no echa usted nada de menos en estecuadro de brillantes colores que resalta de la expo-sición minuciosa que acabo de hacerle? Yo encuen-tro grandes vacíos, y me sobrecoge el temor deque otra vez se pierda el esfuerzo del talento enmi patria por falta de una dirección acertada y uni-forme en la educación moral de nuestra juventud.Conocido nuestro carácter, no hay que esperar ádeducir esta dirección de las propias inclinaciones,ni del indujo de nuestra sociedad, donde la conde-nación de las rancias preocupaciones que hacíanmirar como cosa vil y rastrera la aplicación de las

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N.°78 L. WOLOWSKI.—LA CARESTÍA DE LAS SUBSISTENCIAS. 303capacidades selectas al fomento del trabajo manual,á la industria y á las demás artes de la riqueza enque se funda la prosperidad de las naciones, noexiste sino en la crítica superficial de la generali-dad, y está muy lejos de constituir una sólida basede sentimientos comunes, que estimulen y aguijo-neen las aficiones particulares. ¿Es la falla de estadirección defecto esencial de nuestras escuelas deenseñanza pública? No entro á discutirlo; pero cen-suro los estrechos límites en que la enseñanza ofi-cial se halla encerrada en nuestro país, con uneslancamento inconcebible á pesar de tantos tras-tornos, agitaciones y reformas como nuestro sigloha llevado á cabo. Nuestras escuelas no producensino alumnos que han de vivir después en una úotra forma pensionados por el Estado. El teólogo,el matemático, el filósofo, el jurista, el ingeniero,el militar y hasta el artista educado en nuestrasaulas, si el Estado no les proporciona una canongía,una cátedra, un tribunal, un destino público ó unapensión en Roma, pueden tenerse como hombressin carrera, y que no sirven para nada. Dado esteejemplo, ¿qué rumbo ha de seguir la juventud? Elque á todo fin conduce, sin más que un poco de esafortuna que ayuda á los osados: de aquí la predilec-ción por los estudios retóricos que llevan á los Par-lamentos, y á las letras, que por medio del periodis-mo, empujan á las posiciones improvisadas de lapolítica. ¿Cuántos nombres pudiera haber citado áusted, caro doctor, si á cada uno de los hechos quele he relatado sucintamente, hubiera agregado losque por fuerza les corresponden? Habría formadouna interminable lista de personas á quienes ya ir-remisiblemente espolea el afán de la notoriedad.Pero en definitiva, ¿qué fruto darán de sí tantos ta-lentos incipientes, cuya capacidad no puede serpuesta en tela de juicio, pues que tan precozmentela tienen manifestada? ¡Ay! caro doctor, dejo pasarde un salto treinta años de nuestra agitada vida, yal cabo de ellos hallo por todo caudal insoportablesy confusas y abigarradas colecciones periodísticas,donde las pasiones de cada dia poco provechoso de-jarán que estudiar á los venideros; algunas revistasenciclopédicas, y no menos confusas; algunos volú-menes de frivolas novelillas y de incoloras metrifi-caciones; extensísimas colecciones parlamentarias,y todo el fárrago de producciones á que da lugarnuestro inmoderado prurito de perorar y discutiren Asambleas, juntas, asociaciones, academias, tri-bunas y foros: en suma, otra generación perdida;otra preciosa semilla derramada sin fruto sobre unatierra árida y estéril. ¡Qué raros son por desventuralos nombres fecundos en mi patria! Buscólos, comoDiógenes con su linterna, y he de repasar centena-res y centenares de vulgares fisonomías, antes detropezar con un VICUÑA, con un ALVAR/SZ ALBISTUR,

con un BALAGUER, con un UTOR, jóvenes ilustres, qu&.animan las más gratas esperanzas.

Lejos está de mi ánimo, amable doctor, preten-der que desaparezcan de todo punto los poetas ylos retóricos, ni ninguna otra suerte de filósofos,eruditos, polemistas y literatos; pero deploro queeso sea el único camino por donde nuestra juven-tud atropello, falta de mejor dirección y de hori-zonte y porvenir más amplios. Que hay que dilatarsus esperanzas, es ya de una necesidad y de unaperentoriedad irresistible; pero ¿de dónde partirá lainiciativa? Aquí, donde el impulso individual se es-trella siempre en tantos obstáculos, y donde unainveterada costumbre exige al Estado la perpetuatutoría sobre los destinos hasta del último ciuda-dano, si no emana de acertadas providencias de lospoderes públicos, esa dirección está perdida. ¿Haymedios de que el Estado imprima ese impulso, quetrascendiendo á las aficiones de la juventud, al parque ilustre con la educación moral las capacidadescultivadas, las conduzca á fines eficaces y fecundos?.Este tema será objeto de más detenido estudio. Peroen tanto que alcanzo comodidad para desarrollarlo,no terminaré sin insistir una y mil veces en queesta dirección, mi querido doctor, es, á mi enten-der, el único, el arduo problema de nuestro porve-nir nacional.

JUAN PÉREZ BE GUZMAN.

EL ENCARECIMIENTO

DE LOS MEDIOS DE EXISTENCIA.

Una de las cuestiones más graves de nuestraépoca, por referirse á la condición de todos y afec-tar, lóViismo á los hombres colocados en los últi-mos peldaños de la escala social, que á las clasesmedias y aun á las más elevadas, es el encareci-miento general de los medios de existencia. Lasconsecuencias que lleva consigo, quizá no son muygravosas para la suerte de los trabajadores cuyossalarios ascienden poco á poco al nivel de las nue*vas necesidades, cuando la mano de obra no hasido una de las causas del cambio de precio. Lasituación más penosa es la de las personas quegozan de una renta fija, apenas bastante con fre-cuencia para cubrir un gasto estrictamente calcu-lado, y la de los empleados, cuyo sueldo no seeleva á medida que los gastos de la vida aumentan.Las posiciones más favorecidas, no se libran de laley común; todo presupuesto necesita equilibrio, yla carestía perturba el estado de cada casa, pues entodas ellas, el aumento relativo del gasto necesariodisminuye el ahorro habitual,

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304 REVISTA EUROPEA. 2 2 DE AGOSTO DE 4 8 7 5 . N.° 78

¿Cuáles son las primeras causas de un fenómenoque lleva consigo penosas y á veces temibles conse-cuencias? ¿Hay medios a propósito para conjurarlasó, al menos, atenuarlas en ciertas proporciones?¿Qué parte conviene atribuir á las apariencias y cuálá la realidad en esta trasforraacion que no se detie-ne? Difícil es encontrar problema económico quemerezca mejor fijar la atención y provocar las in-vestigaciones.

La Academia no ha querido permanecer extrañai un estudio tan interesante; en 1868 abrió un con-curso sobre el siguiente tema: «Dar á conocer lasprincipales variaciones de los precios en Franciadesde hace medio siglo; investigar é indicar lascausas y determinar particularmente la influenciaejercida por los metales preciosos.» Y ha recom-pensado las notables Memorias de los señores Fo-viile y Roswag, donde se trata cuidadosamente estagran cuestión en sus diversos aspectos.

La Historia de los precios de Tooke y de New-rnarch, ha abierto el camino á numerosos trabajosrecientes, sobre todo en Inglaterra y en Alemania,destinados á esclarecer este complicado problema.A los nombres de los señores Laspeyres, Engel,Soébeer, Knies, Newmarch, Stanley-Jevons, Chff-Leslie, Rogers, podemos hoy añadir el de FranciscoJavier Neumann, quien nos ha encargado de pre-sentar á la Academia sus publicaciones recientessobre el Encarecimiento de los medios de existen-cia (i), y sobre las cosechas y el bienestar de Aus-tria-Hungría (2).

M. Neumann era ya favorablemente conocido porsu grande obra sobre la exposición Universal deParis, cuya redacción tuvo la fortuna de confiarlelít comisión austríaca.

Ha publicado también el curso de Economía polí-tica que explica en la escuela militar de Viena,porque el estudio de la formación y de la distribu-ción de las riquezas, forma parte en Austria delprograma de la enseñanza consagrado al arte de laguerra. El servicio de la Intendenciaria basta por sísolo para explicar esta contradicción aparente, yM. Neumann ha ejecutado con brillantez la empresadifícil de presentar las verdades económicas mássanas ante un auditorio llamado á tomar parte enlos sangrientos juegos de la fuerza.

Puede decirse que este joven sabio ha sabidoabordar con igual éxito todos los ramos de la cien-cia social tomada en su más amplia acepción, yconstantemente apoyada en los datos exactos de laestadística. Su último escrito acerca de la Carestía,atestigua la variedad y la seguridad de sus conoci-mientos.

(1) Die Theuerung der Lebensmittel.(2) Ernten und Wohlstancl-in Osterreich-Uugarn.

No nos atreveremos, sin embargo, á decir con él,que el fenómeno, cuya naturaleza caracteriza, nohaya pesado nunca de una manera tan grave enlas condiciones de la existencia. Basta para recono-cer que nada es absolutamente nuevo en este pun-to, no olvidar las quejas análogas que resonabanpor todas partes á consecuencia de la revolución,mal comprendida en un principio, producida por lasenormes cantidades de metales preciosos que vinie-ron á Europa, cuando el descubrimiento del NuevoMundo. Puede también añadirse que, el efecto de lala multiplicación rápida del oro y de la plata, sehacía sentir entonces de un modo mucho más vivo,porque el stock existente, era relativamente másdébil. Las nuevas cantidades de metales preciosos,ejercían entonces tanta mayor influencia sobre losprecios, cuanto la masa disponible hasta entoncesera menos considerable. Otro elemento contribu-ye también enérgicamente á equilibrar el efectode las llegadas de cantidades en oro y plata, y es lasuma creciente de los productos y de las transaccio-nes á las cuales sirve el numerario de vehículo:todo se resume en una cuestión de proporción.

Más adelante nos volveremos á ocupar de estaconsideración esencial que, en general, nos pareceno haberse tenido bien en cuenta en el grave de-bate entre el tipo único y el doble tipo de moneda.

Si en nuestra época se renuevan las complicacio-nes sobrevenidas á consecuencia del descubrimientode América, en cambio añade también á ellas facto-res entonces desconocidos.

Todo el mundo está de acuerdo para proclamarque el encarecimiento de los medios de subsisten-cia, del combustible y de los objetos que se empleanen el hogar doméstico; el aumento de los inquilina-tos y de los salarios, perturban de un modo graveel equilibrio entre los ingresos y los gastos de cadacasa. Sobre todo en las poblaciones, y principal-mente en las grandes ciudades, este cambio setraduce en un verdadero sufrimiento. El déficit queaparece en el hogar más modesto, excita un terroranálogo al que producían las palabras de Mirabeauen el seno de la Asamblea Nacional, cuando evocabael espectro de la bancarrota.

El encarecimiento universal amenaza la econo-mía regular, la ganancia tranquila, el ahorro previ-sor; produce la avaricia del provecho inmediato,las consecuencias del juego, la inconstancia, eldesprecio de las antiguas virtudes, que se conside-ran irrisorias, la desmoralización de las grandesciudades, en las cuales se acumulan los materialesde formidables explosiones.

Para el ensayo de encontrar paliativo ó reme-dio á un sufrimiento, que nadie pone en duda, espreciso primero reconocer exactamente la situa-ción, y como los datos parecen presentarse en gran

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N.° 78 L. WOLOWSKI.— LA CARESTÍA DE I.AS SUBSISTENCIAS. 3 0 5

número, importa someterlos á severo examen, parano dejarse extraviar por erradas apariencias. Nadadebería ser tan preciso como el lenguaje de lascifras, y, sin embargo, nada eslá más sujeto á equi-vocaciones. No basta alinearlas, es preciso pesar-las, penetrar su sentido y determinar su alcance.Esto es lo que hacen tan delicadas y tan laborio-sas las investigaciones estadísticas; pero esto estambién lo que realza su valor cuando están biendirigidas. Es preciso, por decirlo así, reducir todaslas fracciones recogidas á un común denominador,para relacionarlas y totalizarlas, ¿üué significan losprecios corrientes, las tablas de comercio, las mer-curiales del mercado, si sólo se tiene en cuenta lasoperaciones realizadas, sin ocuparse, ni de la dife-rencia de cualidad, ni del número de las transac-ciones de cada especie, ni de los modos diversosque afectan?

La nueva escuela de estadística se ocupa cuida-dosamente de eliminar las causas accidentales delas variaciones señaladas, tanto como de establecerlos tipos comparables: de este modo empieza áacercarse á la exactitud de una ciencia natural.Los tipos medios no tienen valor cuando no sonexpresión de una serie idéntica.

M. Neumann se ha aplicado á poner en relieveestos d itos fundamentales y ha permanecido fiel ála doctrina que enseña, usando en la aplicación unescrupuloso rigor científico. Sin duda es penosorecurrir sin cesar á esta piedra de loque; pero nohay otro medio de evitar errores capitales y de nodejarse arrastrar por la seducción de aspectos su-perficiales.

Apreciar bien la verdadera variación de los pre-cios, constituye una operación delicadísima, y porello sólo en los últimos tiempos se han podido ob-tener resultados menos inciertos: casi todos lostrabajos más antiguos exigen cuidadosa revisión.

Señalando este escollo, M. Neumann reproduceen el curso de su interesante Memoria un asertodemasiado absoluto. Hace constar los numerososejemplos proporcionados por los tiempos pasados,que no permiten atribuir de una manera exclusivaá nuestra época las tristes consecuencias de unaprofunda alteración de los precios. Dejando á unlado los cambios repentinos que han sido causa demiseria y de hambres, diezmando en pasadas épo-cas las poblaciones casi de un modo periódico, ylas variaciones sucesivas de abundancia y de insufi-ciencia de numerario, ó bien de alteración moneta-ria (morbus numeritusj, encontramos, en efecto, enla historia los mismos sufrimientos y las mismasquejas.

Cométese, sin embargo, grave error cuando sehabla de encarecimiento universal, como si todo loque está sujeto á cambio subiera igr.almente de

TOMO V.

precio. Esta es una expresión tan falible como la deuna baratura universal ¡igeneralglut), causada poi'una produeeion superabundante en todns los ramosde la industria humana. Desde que se comprendemejor el mecanismo de la circulación, so sabe quelos productos se cambian por productos, y que elconsumo aumenta con la facultad productiva: pue-de, pues, encontrarse un obstruimiento parcialcuando faltan los medios de cambios á los que de-searían aprovechar la multiplicidad de ciertos ar-tículos, si pudieran producir e! equilibrio ofrecien-do otros artículos igualmente acrecidos; pero unaestancación universal de producios es aserto sinsentido.

El cambio aparente del precio de las cosas, sóloejercería una influencia secundaria si la proporciónde los objetos no variase. El poder relativo de cadaproductor y de cada consumidor, permanecería es-tacionario, sin ventaja real para nadie si la masa delos productos no aumentase. De este modo, miradaen sí misma y hecha abstracción de la fecunda in-fluencia que ejerce en las diversas ramas del traba-jo, la simple multiplicación de los metales preciososen nada modificarían las relaciones existentes,limitándose á elevar la expresión numérica de losvalores.

Pero mediante un estudio atento, se descubre enseguida que la realidad no corresponde á tal hipó-tesis. Todos los objetos no encarecen igualmente,y en esta especie de levantamiento del suelo econó-mico surgen montañas y colinas, al mismo tiempoque se abren valles. Algunas mercancías subenrápidamente, otras en proporción menor, y hastalas hay que tienden á la baja, cuando se comparael conjunto del mercado antiguo con el conjunto delmercado nuevo. Además, los precios se elevan porcategorías, sin que el valor de todos los artículosaumeate y el grado de encarecimiento varié mucho.

Por esta causa Tooke y Newmarch han podidocomprobar que de 18ol á -1858 la carne y los demásartículos alimenticios han experimentado en elmercado de los Estados Unidos un alza de 40 á 50por 100, y las materias primeras un alza de 30 á 60por 100, mientras que los productos fabricados sevendían más baratos y los de calidad superior baja-han 28 por 100.

Al señalar el precio medio de cuarenta y dos ar-tículos del comercio de Hamburgo, Soetbeer de-muestra que la comparación de los precios marca-dos de 1830 á 1840 y de 1841 á 1850 con los de1856, acusa sólo 30 en progreso y 12 en declina-ción. Los puntos extremos están marcados por eltrigo, que se eleva de 100 á 212,7, y por las telas,que descienden de 100 á 59,3. Los resultados reco-gidos cuidadosamente por Laspeyres, comprendien-do 310 especies de mercancías vendidas también en

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306 REVISTA EUROPEA. — 2 2 DE AGOSTO DE 1 8 7 5 . N.° 7 8

Haraburgo, desde 1846 á 18S0 y de 1884 á 1870, con-euerdancon esta observación general, tan bien comolos debidos al laborioso ingeniero M. Stanley-Je-vüiis para el mercado de Londres, en los períodoscomparados, desde 4848 á 18S0 y desde 4860 á 4862.

Xo cabe duda de que el alza simultánea de la ma-yoría de los objetos indica una alteración común enla elevación admitida. El precio de las cosas en to-das las naciones civilizadas, consiste en la denomi-nación monetaria; el valor expresado en numerariosirve para hacer comparables los elementos másdiversos. El trueque casi ha desaparecido ante laventa. Resulta de aquí que toda modificación delprecio puede provenir de doble causa, ó bien es lasustancia misma del contrato lo que cambia, ó bienla medida empleada lo que se modifica: los dos fe-nómenos pueden obrar simultáneamente, aumén-tamelo el resultado cuando se desarrollan en el mis-ino sentido ó volviendo á un cierto equilibrio poruna presión en sentido contrario. Cuando observa-ciones exactas conducen á señalar ciertos objetos,como habiendo obtenido precios más elevados ómás bajos, esto basta para indicar que la causa pri-mera de dicha variación nace de las condiciones deproducción y consumo ó de la situación del mer-cado.

Cuando, como desde 4850, el alza se pronunciaen proporciones distintas pero siempre en el mismosentido, las probabilidades indican un empequeñe-cimiento de la medida en uso. Esta medida la fijala proporción que existe entre la masa de metalespreciosos y la suma de productos y do transaccio-nes, tomando también en cuenta la rapidez de lacirculación. Bajo aparente semejanza oncuéntranseaquí dos diversidades considerables, y el problema,en vez de permanecer sencillo, se complica mucho,tin estudio apresurado y superficial podría condu-cir á singulares engaños.

La depreciación de los metales preciosos se hamanifestado por todas partes; pero las opinionesdifieren singularmente acerca de la proporción enque aquélla se produce. Si hubiese estado en rela-ción directa con la masa obtenida desde principiosdel siglo, habría que estimarla muy alto porque elstock metálico ha doblado en el mundo desdo hacecincuenta años. Pero se producía un cambio para-lelo en las necesidades á que la moneda atiende. Laaudaz ilusión de Fourrier parece haberse realizado,y tocamos al cuádruple producto, si no lo hemostraspasado. De esta suerte una población rápida-mente aumentada en el mundo, encuentra, sin em-bargo, una satisfacción menos exigua de las necesi-dades de la existencia. Las exigencias del consumolian provocado una producción más grande que,para numerosos objetos, se encuentra hasta des-

yrdada; la demanda va más rápida que la oferta, lo

que añade una causa activa á la elevación de pre-cio, y no permite atribuirlo á un solo factor, quesería el oro y la plata. Los progresos rápidos de laproducción y de la extensión del cambio entre apar-tadas comarcas, han amortiguado singularmente labaja de los metales preciosos.

Hay también una trasformaeion que contrabalan-cea en parte los efectos del stock metálico. Nues-tro siglo puede glorificarse de un progreso másconsiderable que el de las conquistas acrecidas deltrabajo, gracias á la aplicación de la ciencia á la in- •dustria; tiene derecho á enorgullecerse, no sólo desus máquinas formidables, del vapor que hace cor-rer sobre el hierro rápidos convoyes y que arrastraciudades vivientes al través del Océano, de la elec-tricidad que suprime la distancia, sino también ysobre todo del desarrollo de la libertad humana. Laesclavitud y la servidumbre dejan cada vez más dedeshonrar á las naciones civilizadas, y el hombrelibre hace fructificar la naturaleza emancipada.

Esta gran revolución ha sido favorecida por elacrecentamiento de la suma de los metales precio-sos, porque éstos han proporcionado el medio desubstituir á lo que los alemanes llaman la economíanatural, por lo que nombran la economía metálica.De dia en dia desaparece el Naturalwirtschafl, queconsiste en la remuneración de servicios devueltosó exigidos por medio de los productos mismos ópor el abandono de un pedazo del suelo; de dia endia el trueque se acaba, y la Qeldwirtschaf invocael concurso activo del oro y de la plata, medidacomún y justa de los valores.

Sin duda la multiplicación de los instrumentos decrédito y los giros de letras han permitido no re-currir á los metales en una proporción igual alacrecentamiento de los negocios, pero las combina-ciones á que se ha echado mano, unidas al aumentodel stock metálico, apenas bastan para lo que exi-gen las nuevas necesidades.

Las reservas de los bancos han aumentado engran proporción, reemplazando al antiguo métodode atesoramiento; además, el inmenso movimientode los caminos de hierro y los viajes más habitua-les de las personas, han multiplicado los usos paraque se emplean las monedas, lo que habitualmentese llama el dinero de bolsillo.

De aquí que, sin contradecir de un modo abso-luto la baja del instrumento metálico, nos inclinamosá creer que hay alguna exageración en este sentido.Además, á medida que la masa existente ha aumen-tado, la proporción de las nuevas procedencias hadeclinado, y de este cambio de proporción depen-den las variaciones del valor metálico.

La pérdida en el metal adquirido, y especialmentela freza, han aumentado á medida que la masa hacrecido, y la mayor extensión del bienestar ha ele-

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N.° 78 L. WOLOWSKI. LA CARESTÍA DK LAS SUBSISTENCIAS. 307

vado singularmente las cantidades de oro y deplata utilizadas en las arles y en la industria. Final-mente, el extremo Oriente continúa siempre sepul-tando sumas considerables, lo cual produce singularresultado: el metal precioso arrancado á las entra-ñas de la tierra, después de pasar por diversas ma-nipulaciones y atravesado largas distancias, vuelveen parte al suelo en forma de tesoros ocultos.

Uno de los economistas que han aclarado máseste difícil problema de la variación de los valoresmetálicos, M. Stanley-Jevons, no llega á determinarde una manera exacta el importe de esta variación.Limítase á establecer de una manera general que elprecio del numerario ha bajado, pero ¿en cuánto?¿Es en 9 por 100, como pensó al principio, ó en 15por 100? Creemos que la verdad se encuentra entreestas dos cifras, siéndonos difícil participar de laopinión emitida en la Memoria de M. de Fovillo, quehace subir la diferencia hasta 25 por 100. Las inves-tigaciones de M. Laspeyresle inducen á consideraradmisible una baja de 19 por 100, lo que correspondeá un cuarto de baja en el precio medio de las mer-cancías, habiendo llegado á ser los producios bru-tos 24 por -100 más caros, y los manufacturados sólo8 por 100. La suma total, del metal necesario pararealizarlas mismas transacciones ha debido acrecerotro tanto, y absorber una porción notable del au-mento.

Ya hemos mencionado la influencia que ha ejer-cido en los salarios la despreciacion del dinero;pudiera ser funesta, porque, si bien se producesiempre con lentitud el movimiento para elevar latasa nominal del trabajo, en la proporción del valordisminuido del metal, han influido poderosamenteotras causas para encarecer los brazos aún másallá de lo que exige un equilibrio regular entre laremuneración obtenida y la moneda, privada de unafracción de la potencia de adquirir que antes lepertenecía. Volveremos a ocuparnos de este puntoesencial.

Pero no hay compensación alguna que garanticecontra un penoso cambio la condición, de los em-pleados y de los rentistas. Los gastos públicos, au-mentados por todos lados, no permiten un aumentode sueldos, y no puede intentarse aumentar el in-greso fijo, sin exponerse á considerables riesgos.

Acabamos de indicar, y hemos intentado medirla dirección general á que obedecen los precios,pero es preciso penetrar más en los detalles espe-ciales de esta importante materia. En efecto, el en-carecimiento no presenta un carácter uniforme, nien cuanto á los objetos á que afecta, ni respecto álas localidades en que se produce. Empecemos porrecordar la ley económica expuesta por Carey con

- gran penetración, y que ha ilustrado con cuadrosgráficos, fácilmente comprensibles. Á medida que

la civilización se extiende, el precio de las materiasprimeras y de los medios de subsistencia tiende áumentar, y el de los productos manufacturados á

disminuir: los gastos de trasporte desempeñan aquígran papel, tanto como el desarrollo de la in-teligencia y de la potencia mecánica. Para darsebien cuenta de esta modificación esencial, preciso

s eliminar la influencia común de la deprecia-ción metálica, esta resultante que obra simultá-leamente sobre todos los artículos entregados al;omereio, y atenerse á las variaciones á que la

sustancia misma de las cosas ha debido obedecer.Si, como M. Neumann parece admilir, exagerandoun poco la realidad del cambio ocurrido, la me-dida metálica se reduce de 18 á 20 por -100 eneslos últimos veinte años, los objetos que han en-jarecido han sufrido un aumento variable, que debedisminuirse en proporción á lo que se deteriora elagente metálico: las apariencias aumentan los ver-daderos rasgos de la trasformacion del precio. Porotra parte, los objetos cuyo valor ha declinado,han bajado aún más de lo que parece indicar lacantidad del numerario dado en cambio, porque espreciso deducir de esta cantidad el equivalente dela depreciación monetaria. Todas las mercancíascuyo precio nominal ha permanecido estacionario,han bajado en realidad en proporción á la dismi-nución del valor del dinero, porque el franco cor-responde hoy á 88 céntimos de la misma moneda,tal y como circulaba hace veinte años.

Lo que más ha encarecido son los medios de sub-sistencia, y esta alza pesa sobre la economía do-méstica. Extiéndese á casi todas las comarcas de latierra, y depende tanto de un aumento general dela demanda, como de una traslación ó cambio delugar en la oferta. Si debemos admirarnos de algoen este punto es, de que, ante el crecimiento de lapoblación y de un tipo de existencia (standard ofUfe) engrandecido, no hayan experimentado losprecios por esta categoría mayor elevación.

La experiencia y la observación demuestran quenuestro poder es inferior en lo que concierne álos medios naturales de producción, que en lo quese refiere á las actitudes industriales. Nuestro im-perio sobre la naturaleza, por mucho que quieraextenderse, encuentra insuperables límites; la tierray el clima se dejan difícilmente dominar, y el hom-bre debe sufrir la acción móvil de las estaciones ylas alternativas de las cosechas abundantes ó me-dianas.

No sucede lo mismo con la producción industrialque emana de nuestro ser: el elemento intelectualprogresa de un modo activo, y marcha sin cesaradelante. De aquí resulta que allí donde el trabajodirecto del hombre se une al capital obtenido porel mismo trabajo, puede producirse el desarrollo

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en completa armonía con la traslación normal delas necesidades, cuando no se pronuncia de unamanera más rápida; no sucede lo mismo con lasmaterias primeras y la producción primordial. Las-peyres, de acuerdo con Carey, formula asi esta leyuniversal:

«Las mercancías aumentan tanto más de precio,ó bajan tanto menos cuanto más se acercan á losproductos naturales, y son menos trasformadas porel trabajo, porque los gastos de producción aumen-tan con la dificultad que produce la distancia. Elespíritu del hombre no tropieza contra este límite,y tiende á hacer disminuir los gastos de producción,cuando el acrecentamiento de la demanda se mani-fiesta y provoca la invención.»

Hay otro elemento que, en nuestro concepto,M. Meumann no ha tenido en cuenta suficientemen-te: lia facilidad y la rapidez de las vías de comunica^cion. Provoca esta la producción en los parajes hastaentonces casi abandonados, creando la salida de pro-ducios, pero produce también una elevación local delos precios, igualando las condiciones de la vida enun vasto territorio. Sin este concurso nuevo, la exis-ten* ¡a en los centros de población, ya más difícil,seria imposible y faltaría base al aumento rápidode la población urbana. ¿Y qué diremos del cambioocurrido en la manera de vivir, del refinamiento ydel lujo que reemplazan la antigua sencillez de cos-tumbres?

Cada cual consume hoy más que antes, y quierevivir mejor. Los datos de las aduanas de cada na-ción y los de la producción interior, atestiguan estenuevo estado de cosas. Inglaterra ofrece en estepunto curioso asunto de estudio, y presenta conrasgos salientes los resultados del acrecentamientode los cambios en el mundo entero. La extensióndel comercio camina con paso más rápido que lapoblación. Así, pues, la parte que por término me-dio se adquiere para el consumo, aumenta al mismotiempo que mejora la calidad de los objetos. Laimportación presenta una diferencia enorme porcabeza clesde hace treinta años. Hé aqui las cifrasque corresponden á 1840, frente á frente de las de1872 y 4873:

184O. 1872. ÍS73

Tocwi ; jamón 0,(11 libra. 5.44 libra. 9,07Alnnlrira 1,05 - 3 90 — 4,~9Qii'so •. . . . 0,fl-2 — -..O;> _ 4.09liut-voa f>,65 riiraa. lfl,6"> — 20.50l'awlas 0,01 libia. 21,06 — 26.17Anoi 0,90 — 15,70 — 11,37Cuca» 0,08 — 0.24 — 0 20Té 1,-22 — 4.01 — 4 11, r ¡ 3 0 ( 41,18 «¡n rvOnat. 43 96A " ' " ' 1 J - U ~ I 6.19 refinada. 7.63Trigo (liarina (18.'¡0) 60 — 162.86 — 170,79

El consumo adelanta á la producción: esta es unacausa permanente de encarecimiento para los ar-

tículos alimenticios, cuando la suma producida porel trabajo de cada uno aumenta y proporciona losmedios necesarios á la extensión de la demanda.

El progreso agrícola es considerable; en Francia,por ejemplo, la cosecha de gnnos ha duplicado enmedio siglo. El comercio libre y la facilidad de lostrasportes son preciosos auxiliares al mercado; sinembargo, la proporción so inclina cada vez más dellado de la demanda, y la oferta de las sustanciasalimenticias se encuentra vencida por las conquistasincesantes del trabajo y por sus resultados cada vezmás fructuosos. La diferencia entre el precio de losobjetos manufacturados y los salarios disminuye almismo tiempo, en provecho del trabajador.

La gran diferencia entre el tiempo pasado y eltiempo presente, consiste en la amplitud y en la fre-cuencia de las variaciones repentinas. Ya no visitael hambre á Europa, y los efectos de la carestía sonmenos crueles, á causa de la multiplicidad y varie-dad de los objetos que llegan adonde se siente. Unaelevación sucesiva de precios pesa mucho menossobre las poblaciones que los cambios frecuentes; suefecto, repartiéndose en una serie de años, es me-nos sensible y menos penoso.

El fenómeno de la carestía se produce especial-mente en los grandes centros de población, dondeel dinero circula con mayor abundancia y donde elcrecimiento rápido del número de habitantes pro-voca sin cesar una extensión de la demanda.

El pago de nuestra contribución de guerra, cir-cunstancia felizmente excepcional, ha producido enAlemania, y por natural consecuencia, en Austria,un alza rápida de los precios, y causado grave per-turbación en la existencia común. A fines de Marzode 1873 calculaba Soébeer que la circulación delnumerario había acrecido en el imperio alemán en248 millones de thalers (más de 900 millones depesetas), es decir, que había sido 40 por 100 ma-yor que tres años antes. Al mismo tiempo se multi-plicaba la emisión de billetes, y la baja súbita delvalor monetario determinaba el encarecimiento detodos los medios de existencia, principalmente enlas ciudades.

En todas partes el aumento enorme de la pobla-ción urbana ha alterado los términos de la antiguaecuación de la oferta y de la demanda. Londrescontaba á principios de siglo 865.000 habitantes;Paris, 5Í7.000; Viena, 231.000; Berlín (en 1817),179.000. En 1830 estas cifras ascendían ya en Lon-dres á 1.472.000, en Paris á 774.000, en Viena á317.000. El cambio ha sido más grande desde en-tonces; en 1872 había en Londres 3.267.000 habi-tantes; en Paris, 1.852.000; en Viena (con los arra-bales), 911.000; en Berlín, 877.000. La poblaciónde Europa ha aumentado desde hace cuarenta añosen una tercera parte, y en el mismo tiempo la de

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las grandes ciudades ha duplicado y aun triplicado.El precio de la carne, de los huevos, de la manteca,do la caza y del pescado se ha alterado grande-mente.

M. Neumann es demasiado imparcial é ilustradopara equivocarse acerca de la naturaleza del reme-dio á que es preciso recurrir á fin de disminuir lainfluencia de esta trasformacion; el acudir á losmedios artificiales empleados en tiempos antiguos,tales como el fijar oficialmente el precio, los apro-visionamientos públicos y las medidas violentas,han producido bastante mal efecto para que sepiense en renovarlos. Se acusa á la libertad de co-mercio de no haber impedido estos sufrimientos; noposee tal panacea, es verdad; pero sólo ella ha po-dido hacer frente á las nuevas exigencias y aten-der á necesidades rápidamente acrecidas. Si el malse produce aún, no es en las mismas proporcionesque antes y no lleva consigo tan siniestro acompa-ñamiento.

Por donde conviene trabajar es por el lado de laseguridad de las transacciones, de la facilidad de lascomunicaciones y de la extensión de las relaciones.A medida que la población se aglomera en ciertospuntos, debe extenderse el circulo de aprovisiona-miento, que no tardará en abracar el mundo entero,ensanchando los lazos de la solidaridad humana en-trevista por Sully. La necesidad multiplica cada vezmás la libre conservación entre todos los hombresy empleando el lenguaje del gran ministro de Enri-que IV, podemos decir «.estamos servidos hoy por lascomarcas lejanas.» El obstáculo nacía de la dificul-tad y de la carestía de los trasportes, como de la na-turaleza poco duradera de las cualidades propias delos artículos alimenticios; la ciencia ha rolo en parteesta traba; la grande industria de conservas alimen-ticias, el extracto de carne, la loche condensada,han empezado á desempeñar un papel útil para lasolución de uno de los problemas urgentes de nues-tra época.

La cuestión de los inquilinatos, tan grave en lasciudades donde la población aumenta, no puedeencontrar respuesta sino en la extensión de las re-laciones. En Londres sirve una casa de alojamiento,por término medio, á 8 habitantes; en Berlin á H2;en París á 35; en Petersburgo á 52; en Viena á 55.Las diferencias son enormes para los inquilinatos,que absorben hoy, por término medio, en Londresla octava parte de la renta de una familia de condi-ción modesta; en Paris y en Berlin de la quinta á lacuarta, y en Viena de la cuarta á la tercera. Lacuestión de habitaciones (Wohnungsnoth) ha llegadoá ser allí capital.

Pero en ella, como en la cuestión general delmercado y de su aprovisionamiento, M. Neumannno se deja arrastrar por la corriente quj impulsa á

otros muchos escritores, de los que, al lado de alládel Rhin, se ocupan de estos graves asuntos, esdecir, de invocar sin cesar los auxilios del podero-so, la intervención del Gobierno. No es tampoco delos que se muestran dispuestos á negar la acción deuna administración ilustrada y la influencia del Es-tado, pero considera mucho más eficaces el esfuerzoindividual y la actividad personal, ayudados por eldesarrollo de las luces.

En suma, no estamos ni tan desarmados ni tanimpotentes como en los siglos XVI y XVII paracombatir una carestía creciente y real. No tenemosque prescribir la limitación del consumo ni dictarleyes suntuarias. Á la libertad, es á quien tenemosque apelar, y el verdadero regulador del consumose encuentra en el movimiento natural de los pre-cios. El papel del Estado consiste principalmente enapartar los obstáculos y en aprovechar la enseñanzaproducida por las antiguas faltas. La elevación delos gastos para los objetos de primera necesidad,instruye y dirige por mejor vi a á los que trabajanpara hacer frente á ella. Tales son las conclusionesgenerales del trabajo de M. Neumann: merecenfijar la atención y parecen propias para disipar mu-chas prevenciones y evitar medidas intempestivas,propias de la antigua política comercial.

L. WOLOWSKI.Oel Instituto de Francia.

(Seances et travaux de la Académiedes sciences morales et poliliqiies.)

LOS GRANDES LAGOS DE LA AMÉRICA SEPTENTRIONAL.

Entre la isla de Terranova y la Florida se extien-den lásceoslas de la América septentrional de Nor-deste á Sudoeste. La inmensa isla cierra el golfodonde vierte sus aguas el rio San Lorenzo, cuya di-rección es paralela á la de la costa; y es probableque el fenómeno geológico que ha dado nacimientoal valle que surca esta corriente de agua, sea elmismo que el que ha delineado las costas y de-terminado el último relieve. El San Lorenzo esemisario de un lago de forma elíptica, al que sigueotro casi semejante, y el eje mayor de ambos lagosse encuentra en la prolongación del rio. Subiendohacia el Norte se encuentran otros tres lagos reuni-dos en forma de trébol y mucho más grandes que losdos primeros. Estos diversos lagos se llaman Onta-rio, Erié, Hurón, Superior y Michigan, y se comu-nican por medio de desaguaderos naturales, cuyainclinación es con frecuencia considerable. De estemodo el lago Superior se une al lago Hurón por elsalto Santa Maria, y el lago Erié al lago Ontario por

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la cascada del Niágara. El rio San Lorenzo arrastraal mar todo el volumen de aguas de los lagos queson su única fuente. En conjunto forman estos la-gos un espacioso mar interior, la mayor masa deagua dulce que se conoce. Los Estados unidos yel Canadá han reivindicado justamente cada cualpor su parte la vigilancia de cuanto concierne á la-hidrografía, á la navegación, á la creación y mante-nimiento de los puertos, canales, faros, etc.

La legislación en esta cadena de lagos, como sole llama empleando una acertada metáfora, es igualá la que se aplica en el Océano, porque, en efecto,forman un pequeño Océano en medio de las tierras,un verdadero Mediterráneo. Durante el verano sur-can sus aguas numerosos buques de vela y de va-por, y en el invierno están helados como los de to-das las comarcas septentrionales. En sus orillas hayciudades de comercio muy prósperas, cuya pobla-ción aumenta diariamente: Búffalo, Erié, Cleveland,Toledo, en la margen americana del lago Eríé; De-troit, junto al rio que une el lago Hurón al lagoErié; Chicago y Milwaukee, en la orilla occidentaldel lago Michigan; Toronto y Kingston, en la orillacanadiense del lago Ontario, y Oswego, junto á laotra orilla. A su vez el San Lorenzo presenta conorgullo á Montreal sobro una de sus islas, y á Que-bec en su margen izquierda.

El eje mayor de los cuatro primeros lagos, lalinea que los corta por mitad en el sentido de sulongitud, marca el límite que separa los EstadosUnidos del Dominion ó provincias inglesas del Ca-nadá. El lago Michigan está fuera de esta linea ydentro por completo del territorio de los EstadosUnidos. El San Lorenzo pertenece casi por completoal Canadá. La distancia entre la embocadura delrio y el fondo del lago Superior ó la extremidadmeridional del lago Michigan, es de 4.000 kilóme-tros. Esta distancia que, sin necesidad de trasbordo,recorren buques de muchas toneladas y que esigual á cuatro veces la anchura de Francia desdeel Havre á Marsella, es una de las lineas más largasde navegación interior, y sobre todo la más anima-da. La altitud de los lagos decrece á partir del lagoSuperior, cuyo nivel es de unos -190 metros sobreel Atlántico; el lago Ontario sólo tiene 70 metros.Esta diferencia de nivel forma corrientes rápidas ycascadas, de las que la del Niágara tiene SO metrosde altura. Lo mismo en el San Lorenzo que en loslagos, las corrientes rápidas y los saltos de agua seevitan por medio de canales, con esclusas abiertaslateralmente. La profundidad de los lagos es va-riable: la del Michigan llega á 300 metros, y todosellos cubren una superficie de terreno de más de23 millones de hectáreas, la mitad de la superficieactual de Francia. El lago Superior es el más ex-tenso de todos y el más grande del globo. Tiene

200 leguas de largo y 35 de ancho. El área de loslagos disminuye á medida que se desciende de uno

otro.

LOS PRIMEROS EXPLORADORES.

A principios del siglo XVII, cuando Francia colo-nizaba el Canadá, los grandes lagos de la Américadel Norte eran tan desconocidos para los geógrafoscomo hasta hace poco tiempo los del África central.Los tramperos y atrevidos negociantes que penetra-ban, con peligro de su vida, hasta las más lejanas so-ledades á cazar animales de pieles y á cambiar obje-tos con los indios, fueron los descubridores de es-tas inmensas masas de agua. En sus largas veladasdentro de las chozas de ramas, habían oído hablará los guerreros chippeways de las maravillas delMessepi, el «padre de los ríos,» en cuyas márgeneshabitaban los Dakotas ó Siux, eternos enemigos dela antigua nación algonquina á que pertenecían loschippeways. Algunos de estos aventureros se ha-bían casado con indias, gracias á la escasez ó faltaabsoluta de mujeres blancas en aquellos parajes, ysus hijos, llamados troncos quemados, á causa delcolor de su pie!, les secundaban en sus aventuras.A través del bosque virgen seguía el viajero la sendade los salvajes, ó se ayudaba con el hacha y la brú-jula para abrir camino y guiarse. Donde había unlago ó corriente de agua, usaban la piragua indí-gena hecha con corteza de abedul, y cuando no eraposible la navegación por una causa cualquiera,cargaban sobre sus espaldas la débil embarcaciónhasta el sitio donde podían de nuevo botarla alagua y bogar sin grandes riesgos. El espacio recor-rido á pié de este modo, se llamaba un portaje.Indios pertenecientes á las tribus, que fueron siem-pre aliadas de Francia, las de los Hurons, de losMontagnais, de los. Otawas, de los Chippeways,acompañaban á los tramperos en sus expediciones,sirviéndoles de avanzadas y de guias, ayudándolesen la caza de los animales de pieles y dirigiendo yremando en las piraguas. Desconociendo el uso dela moneda metálica, recibían por precio de sus ser-vicios un arcabuz viejo, una botella de aguardien-te, un hacha, que la empleaban como herramientaen el bosque y como arma en el combate, ó un cal-dero de cobre, que colocaban triunfalmente por en-cima del hogar del migwam.

En esta marcha por ignotas regiones, el primerlago descubierto por los expedicionarios de NuevaFrancia fue el Ontario y después el Hurón, á cuyasorillas llegó en 1615 el enérgico explorador Cham-plain, que acababa de fundar á Quebec. Los terri-bles iroqueses, agrupados en poderosa confedera-ción, que comprendía entonces cinco naciones ymás tarde debía comprender seis, defendían inexo-

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N.° 78 L. S1M0NIN. LOS GRANDES LAGOS AMERICANOS. 311

rablemcnte las inmediaciones de la cascada delNiágara y del lago Erió. Creían, sin embargo, losfranceses que debía existir una comunicación entreestos lagos ya conocidos y el Pacífico, y buscabanpor aquel lado el camino bácia la China, el Japón yel imperio del Cathay. Tratábase de encontrar elfamoso paso del Oeste, cuya empresa no se haabandonado hasta nuestros dias, cuando el infortu-nado capitán Franklin, ó más bien sus atrevidos su-cesores, descubrieron por fin al Norte la anheladacomunicación, pero demostrando al mismo tiempoque era inaprovechable para el comercio.

La colonización de los franceses en el Canadá, ála vez comercial, militar y religiosa, la habían he-cho negociantes, soldados y misioneros, faltandocasi por completo el verdadero colono, el agricul-tor. Traspasando el limite á que había llegadoChamplain, los negociantes fueron los primeros ensaludar el lago Michigan desde el año 1620. Pocotiempo después el canadiense Nieollet, avanzandohacia el Oeste, llegaba al Mississipí; pero el princi-pal objeto de estos valerosos expedicionarios noeran las conquistas geográficas, sino la caza y eltráfico de peletería. Cualquier descubrimiento quehiciesen, tenían interés en ocultarlo. Los soldadosacantonados en una línea de fuertes, contra los in-dios hostiles, necesitaban cuidar más bien de sudefensa que de extender á lo lejos el campo de susexcursiones. No sucedía lo mismo con los misione-ros. Primero aparecieron los franciscanos, despuéslos jesuítas, llegados al Canadá en 1625, y que sinduda buscaban allí una compensación á la pérdidadel Japón que acababan de sufrir. Procurando unacosa ilusoria, la conversión de los indios, contribu-yeron en gran parte á la extensión de las coloniasde Francia y á la verdadera comunicación de lasposesiones del San Lorenzo con las del Mississipí,del Canadá con la Luisiana. Así dieron á su patria,sin disparar un tiro, una de las más bellas posesio-nes de ultramar que jamás tuvo nación alguna yque .Francia no ha sabido conservar.

Los primeros misioneros jesuítas, cuyos nombresse citan al hablar del descubrimiento y exploraciónde los grandes lagos, son los Padres Raimbault yJogues, que en 1641, bajo los auspicios del condede Frontenac, Gobernador general entonces deNueva Francia, fundaron la misión de Santa María,á inmediaciones de las corrientes rápidas de estenombre. Partiendo de Montreal detrás de los tram-peros, subieron por «el rio de los Oltawas,» y llega-ron á la bahía de San Jorge, en el lago Hurón; con-tinuando su navegación en una canoa de corteza,dirigida por indios, arribaron, después de diez ysiete dias de travesía, á una aldea de Chippeways,ocupados en la pesca del «pez blanco,» en las cor-rientes rápidas. Recibiéronles los jefes cord.ialmente

y les invitaron á permanecer con ellos. «Seréis paranosotros hermanos, les decían, y escucharemosvuestros discursos.» Al mismo tiempo les hicieroncomprender que había hacia el Oeste otro lago mu-cho más grande, el que fue llamado después LagoSuperior. Más allá se encontraban las extensas lla-nuras donde el bisonte, el castor y el gamo vivíanen libertad, llanuras recorridas por la belicosa ycruel nación de los Dakotas, que estaban en hostili-dad permanente con los Chippeways. De vuelta enQuobec, murió Raimbault en 1642, á consecuenciade las fatigas y de las privaciones de su último via-je, y Jogues intentó volver solo á la misión que conél habia fundado en el salto de Santa María, querien-do volver á ver á sus saltadores, nombre que habíandado á los indios establecidos en las inmediacionesde aquellas rápidas corrientes. En vez de seguir lossenderos conocidos, tomó Jogues el camino del SanLorenzo. Á orillas del lago Erié fue cog'do por losMohawks, que formaban parte de la confederaciónIroquesa, y vio morir, quemados vivos, á los Huro-nes que le escoltaban. Pudo librarse de tener elmismo fin, gracias al rescate que generosamente pa-garon por él los holandeses, quienes colonizabanentonces la parte superior del valle del Hudson, enlas inmediaciones de Fuerte Orange, llamado des-pués Albany.

Diez y ocho años después de la muerte de Raim-bault y de haberse librado milagrosamente Jogues,otro jesuíta, el Padre Mesnard, partió de la casaprovincial de Quebec, llegó al Salto, entró en elLago Superior, siguió á lo largo de la ribera meri-dional, descubrió la bahía y la península de Kewee-naw y murió en 1664 al querer franquear el paso delSud de esta península. El Padre Allouez siguió laruta de Mesnard. En 4666 entró en el Lago Superior,atravesó felizmente el portaje de Keweenaw,ydesdeallí, costeando la orilla meridional del lago, llegó álas islas de los Apóstoles y á la punta del EspírituSanto, donde estableció una misión en la extremi-dad occidental del Lago Superior, que llamó «Fondodel Lago.» Allí encontró á los Siux, que le confir-maron la existencia del gran rio Messepi, recono-cido ya por el trampero Nicollet, y en cuyas orillaspululaban los castores.

El camino del Lago Superior estaba ya abierto.En 4668 los Padres Dablon y Marquette hicieron elmapa de todas las regiones que acababan de serexploradas. Al poco tiempo, el Padre Dablon volvióá Quebec, por haber sido nombrado Director de laCasa provincial que allí tenía la Orden, y Allouezvolvió á los lagos. Había llegado el momento de queFrancia tomase solemne posesión de los descubri-mientos que acababa de hacer. En 4674 se verificóante inmenso concurso de tribus de todas partesllamadas, una ceremonia imponente en el salto de

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Santa María. M. de Saint-Lusson, delegado por elGobernador del Canadá, mandó clavar una cruzsobre la colina que dominaba la aldea de los Chip-peways, y al lado, en un poste de cedro, se clavóel escudo de Francia. La cruz fue bendecida contoido el ceremonial que para tales casos se usa. Can-táronse himnos, se rogó por el Rey y se hicierondescargas de mosquetería. Al terminar la solemni-dad, el Padre Allouez pronunció á los pieles-rojasun sermón lleno de imágenes que el intérprete, unviejo negociante canadiense, «un tronco quemado,»les tradujo frase por frase. En este sermón se cele-braba extraordinariamente el poder y la gloria delgran jefe, que reinaba al otro lado de los mares, ycuyos sachems presentes eran en adelante vasallos.Este discurso causó viva impresión á los indios, quedejaron á Francia proclamarse señora de todoaquel país.

Faltaba aún llegar y explorar el Mississipi, gloriaque debía corresponder al Padre Marquette. En 1673llegó al gran rio por el Oeste, partiendo del lagoMichigan, como lo había hecho antes Nicollct.Acompañábanle un habitante de Quebee, llamadoJollict, y algunos salvajes flejes. Juntos descendie-ron por el rio en canoa más de quinientas leguas, ápartir del confluente del Wisconsin hasta el deArcansas. Rechazados allí por los indígenas y segu-ros de que el rio vertía sus aguas en el golfo deMéjico y no en el Pacifico, como habían creido enun principio, volvieron atrás. Era este el mismo rioque eu 1541 el español Soto, en busca de la miste-riosa fuente de Juventud que decían encontrarse enAmérica, había descubierto y subido hasta cerca delpunto donde los dos intrépidos exploradores se de-tuvieron. Volvieron éstos al lago Michigan por elrio de los Illinois, y llegaron al sitio donde hoy estáChicago, nombre que se lee en su mapa. Jollietpartió para Quebec, donde fue recibido con repiquede campanas, pero Marquette permaneció en aquelsitio para catequizar á los Miamios. El 18 de Mayode 1675 se dirigía á la misión de San Ignacio, esta-blecida en el punto donde el lago Michigan, enton-ces lago de los Illinois, se une al lago Hurón,cuando le acometió súbitamente la muerte. Pocotiempo después también moría en medio de losMiamios el Padre Allouez. Había contribuido á for-mar el mapa del Lago Superior, y fue el primero enobservar que este lago tenía la forma de un arco,cuya ribera meridional formaba la cuerda, y la pe-nínsula de Keweenaw la flecha. Este mapa, notable-mente exacto, fue grabado en Paris, 1672: en unade las esquinas superiores, á la derecha, están gra-badas, en doble escudo rodeado de los collares deSan Miguel y del Espíritu Santo y bajo la coronareal, las armas de Francia y de Navarra.

Una serie de exploraciones tan valerosamente

emprendidas, no podían abandonarse. En 1678 elPadre Hennepiii llegaba á la cascada del Niágara, yalgún tiempo después subía hasta las fuentes delMississipi. En 1682, un ruenes, M. Cavelier de LaSalle, que fue el primero en descubrir el Ohio doceaños antes, llegaba al Mississipi por el rio de losIllinois y bajaba por la caudalosa corriente hasta sudesembocadura. Á la vista del golfo de Méjico tomósolemnemente posesión, en nombre del rey deFrancia, de todo el valle del Mississipi y de susafluentes, bautizando á este valle con el nombregeneral de Luisiana, en honor de Luis XIV, y ex-tendiendo esta región, por ignorancia de la geogra-fía, hasta el Oregon, en las orillas del Océano Pa-cífico.

La Salle no debía volver á ver el Canadá. Aficio-nado á las aventuras, permaneció en aquellos para-jes, y acababa de descubrir y de explorar á Texascuando fue asesinado por los que le acompañabansobre el Mississipi en 1688. El Padre Hennepin, queacompañaba á la expedición como historiógrafo,volvió solo á Quebec. Los tiempos heroicos de lasexploraciones habían acabado. Los viajeros que si-guieron, entre ellos el barón de la Hontan, especiede aventurero que publicó la relación de sus viajesen Holanda y terminó sus dias en Portugal, y el Pa-dre Charlevoix, que visitó la región de los lagosen 1721, nada nuevo nos enseñan ni adelantan á loque dijeron los primeros Padres jesuítas, verdade-ros descubridores de los grandes lagos y del Missi-ssipi. Pronto llegaron los malos dias. La guerra delos siete años, que hizo luchar á Francia con Ingla-terra y que fue tan fatal á la primera, tuvo eco enAmérica, si no es que tuvo allí su origen. En 1763,por el tratado de ParLs, Luis XV cedió el Canadá ylos grandes lagos á Inglaterra. Francia perdió aque-llas provincias que sólo hasta entonces habían recor-rido sus valerosos hijos, y donde durante cerca dedos siglos y medio, desde Santiago Cartier (1535),hasta el marqués de Montcalm (1760), había ondea-do la bandera de las flores de lis. Para colmar lamedida, el primer cónsul, en 1803, vendió á los Es-tados-Unidos la Luisiana por algunas decenas demillones, y desde entonces la influencia francesa seeclipsó en el continente de la América del Norte.

II.EL VÍA.IE 1>OR LOS LAGOS.

Antes del extraordinario desarrollo que han to-mado los ferro-carriles en los Estados Unidos , unade las distracciones favoritas para la sociedad ame-ricana y la canadiense era hacer un viaje á los gran-des lagos y al rio San Lorenzo. Aun hoy dia no esraro encontrar en aquellos parajes vapores duranteel verano, llenos de personas que hacen este viajede recreo. Organízanse expediciones con tal objeto.

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y las jóvenes y bulliciosas muses parten en grupos, 'de Búffalo, de Cleveland, do Chicago, para visitar áMontreal y á Quebec. Estos alegres enjambres res-piran aquella vivificante atmósfera, cruzan aquellosmares de agua dulce, tranquilos y trasparentes comola superficie de un espejo. Antiguamente los stecc-mers festejaban á sus numerosos pasajeros, estabanlujosamente adornados, y podían compararse porla comodidad a los del Hudson y el Mississipí.

Hoy, ante la concurrencia del ferro-carril, handesaparecido todas las comodidades, quedando sólolo indispensable; en la línea que va del Niágara áMontreal y Quebeo, hasta lo necesario escasea. Lavelocidad no es tan rápida, y algunos echan demenos el tiempo en que dos vapores partían jun-tos compitiendo en rapidez. Nadie se cuidaba en-tonces de la existencia de los pasajeros, y peorpara aquellos cuyo vapor estallaba por forzar lamáquina, á fin de que un rival no le adelantase. Laleyenda conserva las conmovedoras peripecias douna de esas steejile-chases acuáticas. Habiendo que-mado el capitán de un vapor todo el- carbón quellevaba , mandó echar en las calderas tocios losmuebles de á bordo; las sillas, las mesas y hastalos pianos ardían, lamiendo con sus largas y azu-ladas llamas el fondo del generador. Viendo elcapitán del buque que el exceso de presión de va-por levantaba las válvulas de seguridad, so sentóvalerosamente sobre ellas para impedirlas funcio-nar, aplaudiéndole frenéticamente los pasajeros,muchos de los cuales habían apostado sobre el re-sultado de la lucha. Añade la leyenda que el ca-pitán Fastman, héroe de esta aventura, llegó elprimero, dejando lejos tras si á su concurrenteaburrido. Lo cierto es que tales locuras ocasionaronmás de un desastre; las calderas estallaban, y losbuques volaban en pedazos, yendo á sepultarse conlos pasajeros en las olas. Nadie podía salvarse ánado en aquellos inmensos lagos de infinito hori-zonte, parecido al del mar.

Aunque se navegara cerca de la orilla, las aguaseran tan frías, aun en el verano, que sólo podía su-frirse su impresión durante algunos minutos, y loscalambres, la contracción súbita de los miembros,acababan pronto con la energía de los más intrépi-dos nadadores. De aquí una serie de lamentablesaccidentes, que no impedían ni por un momento latemeridad de los anglo-americanos, pero cuyas fe-chas y detalles se conservan como los de un tristemartirologio.

A los peligros de explosiones se añaden los detropezar en medio de las nieblas con otros buques,con los escollos ó con los bancos de hielo, que áveces cogen á los buques súbitamente en el invier-no. Necesitanse precauciones minuciosas y la habi-lidad de un marino experimentado para evitar estos

peligros, y no hacemos mención de los huracanesque barren en determinadas épocas estas inmensassabanas de agua, arrojando los buques á la costa,ni de las borrascas de nieve. Los viajeros en losEstados Unidos no reparan en tales cosas, y los hayque prefieren, sobre todo en el verano, la vía delos lagos al ferro-carril. Cuando se embarcan nu-merosos y alegres viajeros, se baila sobre cubiertaá la luz de la luna, se canta, se toca el piano, secharla, sin cuidarse del tiempo, y las jóvenes sonlibremente cortejadas; la flirtation reina á bordocon completa independencia, y para muchos es unaespecie de ensueño de felicidad realizado un mo-mento sobre el tranquilo cristal de los aguas, queninguna brisa agita. Cuesta trabajo apartarse detantos encantos, y hay quien no duerme por noabandonarlos.

Cuando pasa la noche y llega el dia, sólo se ve enel lejano horizonte la inmensa llanura liquida, sinlímites, como si estuviera en el Océano. En algunosmomentos engaña al viajero el miraje debido á larefracción del aire por la diferencia de temperaturaentre la atmósfera y la i'ria superficie de los lagos;ya cree ver un buque pasando á lo lejos, con susvelas desplegadas, ó bien el relieve de las costas ócolinas cubiertas de pinos ó de césped, cuando elbuque no está al alcance de la vista y las costasmucho más lejos. La aparición de esle curioso fenó-meno, y de vez en cuando la de la verdadera costadesplegándose, como en Rocas Pintadas, en el LagoSuperior, las pintorescas formas del terreno, sonlos únicos espectáculos de que se goza en el buque,añadiendo la travesía por los estrechos, en SantaMaría, en Saint Clair, ó en las mil islas, y las cor-rientes rápidas en la peligrosa bajada sobre SanLorenzo. Exceptuando estos momentos pasajeros dedistracción y de emoción, la travesía es monótona,conA la de los largos viajes por mar. La noche so-breviene, y entonces se ve cómo la mayoría apro-vecha las horas llenas de encanto en que se navegaá la oscuridad.

La cuestión de la comida á bordo de todo buquees asunto de la mayor importancia. La .mesa en es-tos viajes se sirve á la americana, es decir, que noes buena, pero si frecuente, sirviéndose á cadacual su parte en platos pequeños, y todo á la vez.No se cambia de plato, y el mantel y las ser-villetas se quedan á veces en el aparador. Un pe-dazo de carne dura y Cria, una rodaja de pescadoque se condimenta mal, una pobre legumbre cociday un pedazo de pastel indigesto forman la comida.Las reclamaciones son inútiles-, y los americanos nolas hacen. A manera de consuelo, pretenden insi-diosamente que el capitán y el encargado de la co-mida están confabulados, y se indemnizan con unhabano y vaso de brandi de esta comida de cenobi-

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la, acompañada de agua helada, según costumbre,y á veces de un poco de té ó de café.

Es frecuente que el mismo vapor vaya de la ex-tremidad del lago Superior á la del lago Erié, deDululh á Buffalo, cuya travesía dura más de unasemana, por las numerosas escalas que se hacen.En ferro-carril sólo se tardan dos ó tres dias, perosufriendo grandes fatigas en el verano. Para ir deMontreal á Quebec se toman otros vapores más alláde la catarata del Niágara; estos vapores hacen ser-vicio en el lago Ontario y en el San Lorenzo. Empe-zando por la extremidad del lago Superior, encon-tramos dos ciudades próximas, Superior-City yOuluth; ambas han sido célebres. La ciudad del Su-perior soñaba en 1834 nada menos que con destro-nar á Chicago, pareciendo que allí era verdadera-mente donde debían reunirse todas las cosechas delNoroeste, del Minnesota, del Wisconsin, y que estai'iudad improvisada iba en seguida á dar salidaá talestesoros por los lagos en todos los Estados del Este.Losamericanos,que con frecuencia se precipitan, notuvieron en cuenta que la ciudad del Superior care-cía de campos cultivados y hasta de vía férrea, y lapobre ciudad ha pasado como pasan las cosas con-cebidas pronto; y los aventureros que acudieronallí para hacer fortuna, partieron arruinados, sa-cando sólo algún provecho los especuladores deterrenos, que vendieron á precio de oro á los sen-cillos recien llegados los lotes y las acciones quehabían adquirido por casi nada.

Posteriormente ha sido casi igual la suerte deOuluth. Esta ciudad está situada poco más allá dela ciudad del Superior, ala extremidad occidentaldel lago. Cuando se determinó el punto de partidadel ferro-carril del Nord-Pacífico y se sentaron losprimeros rails de esta inmensa linea que debía unirOuluth con Portlant, el Minnessota con el Oregon,pareció hasta á las personas sensatas de Nueva-York que en Duluth estaba el embrión de una ciu-dad destinada á asombrar al mundo. Se edificaronen la nueva ciudad inmensos graneros automáticospara recibir, manipular y distribuir todo el granoproducido por esta parte de los Estados del extremoNoroeste.

Los terrenos en construcción adquirieron enor-mes valores, y cada cual quiso poseer un lote enDuluih. Las acciones del Nord-Pacíflco llegaron áprecios inesperados, y llegó un dia en que todo estodesapareció como el humo. Los banqueros que es-taban al frente de este negocio en la calle Wall, enNueva-York, hicieron una quiebra formidable (Se-tiembre de 4873), que produjo otras muchas y oca-sionó una crisis financiera sin igual hasta entonces.

Volvamos á los lagos. Saliendo de Duluth y mar-chando hacia el Este, saludamos las islas de losApóstoles, donde se encuentra la misión de la Punta

fundada en 1666, por los padres jesuítas de NuevaFrancia,después la bahía deChaquamegon, la deOn-tonagon, donde están las minas de cobre y de platanativa, justamente reputadas, y la península deKeweenaw, no menos rica en minas de cobre. Allíestá el famoso portaje, que recientemente se hapuesto en comunicación con el lago; el istmo estácortado, y en la actualidad la península de Kewee-naw rodeada completamente de agua. Este canal,casi completamente hecho por la naturaleza, evita álos buques doblar una punta muy avanzada. Mas alláestá la Isla Real, frente á Keweenaw, y toda lacosta canadiense con sus minas de plata y de cobre,una de las cuales, la de Silver-Islet, se explota bajoel nivel del agua.

El vapor sigue la costa americana. Encuéntraseallí el Asa, frecuentado por Chippeways vagabun-dos y merodeadores, cuyas mujeres van al bosqueá recoger mirtilos que venden á los blancos. ElAsa, con sus dos misiones ocultas en medio delos árboles, una católica y otra protestante, quese miran de una á otra orilla, con su animado puerto,con sus calles nacientes, donde se ven ya almacenesy hoteles, aparece como un oasis en aquellas riberascasi desiertas. Este punto y Santa María, fueronlargo tiempo residencias favoritas del padre Varaga,que era un príncipe austríaco, retirado del mundo ynombrado por el Papa vicario apostólico en aquellasregiones. Amigo y venerado por los indios, consa-gró á convertirlos y á civilizarlos toda su fortuna,que era considerable. No hay para qué decir que losresultados no recompensaron sus esfuerzos, y quelos indios se alejaron cuando al buen padre le faltóel dinero. Ha muerto hace algunos años, sin quequede rastro alguno de su empresa, y lo mismo su-cede, por desgracia, en todos los puntos donde setrata de catequizar á los salvajes.

Cuando desaparece el Asa á nuestra vista, apa-rece Marquette con sus minas de hierro, las más ri-cas del globo, y Rocas Pintadas, Pictured-Rochs,especie de asperones abigarrados y recortadosque imitan fantásticos paisajes. Este punto no estálejos del salto Santa María. En los tiempos antidilu-vianos hubo allí heleras que han dejado rastros enlas rocas exteriores pulimentadas, extnadas, acana-ladas, como en tantos otros países. El inolvidableAgassiz y M. Desor, uno de sus más fieles discípulos,que desde hace largo tiempo reside en Europa, hanestudiado sucesivamente estos peñascos erráticos,estas morenas, estos lodos glaciales que recuerdanlos de Suiza.

Se pasa el salto Santa María por un canal con es-clusa, que abrió una compañía en 1855, por lo cualrecibió, en cambio, del gobierno federal una impor-tante concesión de terrenos. En otras partes se es-pera la fundación de pueblos para trazar canales y

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construir ferro-carriles; en estos parajes se hacenprimero grandes obras públicas para producir lafundación de pueblos, imitando en cierto modo elprocedimiento de la naturaleza, que parece haberindicado de antemano hacia las desembocaduras delos caudalosos rios, en sus fértiles riberas, ó en losrecodos más abrigados de su curso, el sitio de loscentros más populosos y de las futuras capitales.

Las comentes rápidas, donde llegamos, formanun plano líquido inclinado, de unos 1.200 metros delargo y otro tanto de ancho, uniendo una diferenciade nivel de seis metros. Es una pendiente de cincopor 1.000, diez veces mayor que la de los rios másrápidos. Los indios en su piragua de corteza, laúnica capaz de resistir, tienen la audacia de arries-garse en este precipicio. Aquel sitio está sembradode escollos, y con frecuencia sólo puede adivinarsela roca subyacente por la espuma y los remolinosdel agua. Para subir, se ayuda el salvaje con el bi-chero, y para bajar emplea el timón, pero se nece-sita para atravesar este peligroso paso, una costum-bre, una seguridad de golpe de vista, nn valor yuna sangre fría, cuyo privilegio han tenido sólohasta ahora los indios. La piragua está hecha concortezas de abedul, unidas por medio de correasque se sacan del mismo árbol. Para calafatear lasjunturas, emplean una materia resinosa. El arma-zón de la piragua está formado con tablas. Caben enella cuatro personas y algunos quintales de provi-siones. Esta barca algonquina es la única que re-siste á las corrientes rápidas. La corteza se deslizasobre las rocas sin romperse, y la barca es bas-tante ligera para que en los portajes pueda llevarlafácilmente un hombre, cargándosela á la espalda.Los iraqueses, que sólo navegan en los lagos uni-dos, hacen con troncos de árboles sus piraguas,cuyo tipo se conserva y hemos tenido ocasión dever recientemente en un pequeño lago al Norte dePensylvania. Las embarcaciones de los polinesios yde los malgachos son también de esta forma.

En el salto de Santa María es donde los chippe-yyays han permanecido y donde siempre han tenidouna aldea, cuyos habitantes se dedican especial-mente á la pesca del pez blanco, el whüe Jish (elcoregonus albus de Cuvier) que tiene justo renom-bre. De todos los peces conocidos, es el de carnemás compacta, más sabrosa, más blanca y sin es-pinas. Posee todas las cualidades, y ninguno delos defectos del salmón, del cual es algo parien-te, y no sería seguramente este manjar el que lascriadas pondrían por condición en su contrato,como sucede en Escocia, que no se les dé más detres días por semana. Todos los viajeros elogianeste huésped de los lagos, este miembro ¡lustre dela familia de los peces, sin rival para los gastróno-mos. Durante ocho meses de cada añ J, ¡OS indios

y los tramperos del Norte no tienen otro alimento.Al salir del rio de Santa María, sembrado de pin-

torescas islas, se entra en el lago Hurón. Desdeste punto, se cuentan 400 millas para ir á Chicago

por el lago Michigan. Penetrando en éste al travésde la garganta que lo pone en comunicación con ellago Hurón, se saluda á la izquierda á Mackinaw,llamada el Gibraltar de los lagos, y delante deMackinaw, la antigua misión de San Ignacio. En-trase en seguida en pleno lago, é íbamos á decir enplena mar. Hé aquí el golfo de los grandes contornosGreen Bay, la Bahía-Verde de donde los primerosexploradores franceses partieron para el Mississipí.Más al Sur, en la misma orilla, está uno de losprincipales puertos del lago Michigan, donde tocantodos los vapores; este puerto se llama Milwaukee,y es la metrópoli del estado de Wisconsin. Llámasela ciudad de la Crema, Cream-Citij, á causa delcolor de los ladrillos con que está construida. Cadaciudad americana tiene un apodo, y Milwaukee,ostenta orgullosamente el suyo, que muchos extran-jeros atribuyen á la leche de sus vacas. Esta ciudad,casi recien nacida, pues se le otorgó su carta mu-nicipal en -1846, cuenta hoy unos 80.000 habitantes.La mitad de la población es alemana, y por tanto,la cerveza de Milwaukee es la más reputada de laünion, fabricándose anualmente doce millones delitros, cuya tercera parte deben los habitantes. Losmolinos de harina de Milwaukee son tan famososcomo su cerveza, y esta ciudad pretende rivalizaralgún dia por su comercio de granos con su vecinaChicago, el puesto más importante del lago Michi-gan. Es probable que Milwaukee se engañe, porqueChicago en 1873, ha sido visitado por 12.000 bu-ques que median tres millones y medio de tonela-das, es'decir, el doble del movimiento de Marsella,á pesar de que, durante seis meses, los hielos ¡m-pidenüasi por completo, como en el Báltico, todanavegación.

Volvamos al lago Harón. Desde el salto SantaMaría á Detroit, á la entrada del lago Erié, haytrescientas millas de distancia. En Port-Huron, em-pieza el rio Saint-Clair que conduce al pequeñolago de este nombre, el cual por el rio de Detroit,vierte sus aguas en el lago Erié. Mejor que Macki-naw podría llamarse á Port-Huron el Gibraltar delos lagos. Todos los buques que van á los lagosHurón, Michigan ó Superior, pasan por allí. En 1873,pasaron treinta y siete mil, que median diez millo-nes de toneladas, entre ellos más de quince milvapores: la tercera parte del número de estos bu-ques, se dirigía á Chicago. En ninguna época elverdadero Gibraltar, la llave del Mediterráneo, hacontado tales cifras, y aun el istmo de Suez, tar-dará mucho tiempo en llegar á ellas.

En los estrechos y poco profundos espacios que

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unen el lago Saint-Clair á los lagos Hurón y Erié,no se navega siempre fácilmente, y el gobier-no federal ha tenido que mandar hacer dragadosrepetidas veces en los dos ríos de Saint-Clair yde Detroit. En los pasados tiempos, estos puntos,como los de Mackinaw y Santa María, estaban de-fendidos por fuertes que hoy se encuentran enruina. La ciudad de Detroit, que es en la actualidadcentro industrial y agrícola de primer óiden, fue enun principio una fortaleza que construyó en 1700por orden del gobernador de Nueva Francia, unsegundón de Gascuña, el Sr. de La Mote Cadillac,natural de Castelsarrasin. La sociedad histórica deMichigan que reside en Detroit, capital del Estado,ha hecho buscar recientemente en Francia á losdescendientes del bravo explorador. Quería enri-quecer con su retrato la sala de sesiones, pero seha sabido que esta familia se extinguió. Las ciuda-des americanas profesan verdadero culto á susorígenes, y las sociedades históricas en ellas funda-das, recogen piadosamente cuanto se refiere á losorígenes no lejanos de dichas ciudades.

Las principales poblaciones del lago Erié, se en-cuentran en la orilla y sobre terrazas naturales.Son Toledo, Cleveland, Erié y Buffalo, y todas tie-nen gran comercio de ganado y de granos. Creve-land y Buffalo ocupan además uno de los prime-ros rangos entre las ciudades industriales de lalaiion; ambas presentan con orgullo sus tomas deagua para alimentación local; la primera en el lagoErié y la segunda en el rio Niágara. Las enormesbombas que extraen el agua y la lanzan á torres ódepósitos de depuración desde donde se repartenpor todos lados donde hay necesidad de ella, bienmerecen una visita. Los émbolos de estas gigantes-ras máquinas hacen pocos movimientos por minuto,suave y solemnemente, pero levantando cada vezun rio de agua. En Buffalo han abierto atrevida-mente pozos en medio del rio Niágara donde em-piezan las corrientes rápidas, y fácilmente se com-prenderán los obstáculos que ha sido preciso vencerpara abrirlos. Del fondo de estos pozos, arranea untúnel que conduce el agua hasta la orilla del riodonde hay otros pozos por los cuales las sacan lasbombas. Chicago fue la primera ciudad que cons-truyó un túnel subfluvial, y Buffalo, ribereña dellago Erié, quiso también tener el suyo.

Las bombas de alimentación de la ciudad no sonla única maravilla que Buffalo ofrece á la miradasorprendida del viajero; debemos mencionar tam-bién el «puente internacional» todo de hierro y en-rojado, de tablero horizontal, del tipo de los «pon-tones americanos.» Tiene más de 1.200 metros delargo, y ha sido colocado sobre el Niágara para elpaso de los trenes que tocan en Buffalo y van al Ca-nadá ó viceversa. Apenas hace diez y ocho meses

que terminó esta grandiosa obra, y antes de que seejecutara era preciso llegar hasta el famoso puentecolgante colocado sobre las cataratas, lo que casisiempre aumentaba inútilmente el camino. Una par-te del tablero del puente de Buffalo puedo giraralredor de las pilas que lo soportan, y esto era ne-cesario para que la navegación no quede interrum-pida. Es muy curioso ver con qué facilidad se haceesla delicada maniobra por medio de un cabrestan-te de vapor. El tablero, como las planchas girato-rias de los caminos de hierro, rueda lentamente al-rededor de su eje; el puente se abre poco á poco;el buque pasa, y el tablero vuelve á cerrarse. Lalongitud total de la parte giratoria es de 50 metros.Este gigantesco puente, visto desde las orillas, esmuy elegante, ligero y sólido á la vez: lo ha cons-truido una compañía mitad canadiense y mitad ame-ricana, y sólo ha costado siete millones y medio defrancos. Pasan por él ocho ferro-carriles, y tieneá ambos lados aceras para los peatones.

El rio Niágara, que empieza en Buffalo, conduceá las célebres cataratas. Ya en Buffalo el agua in-dica por su aspecto agitado las rápidas corrientespróximas. Á unas dos terceras partes del curso delrio que en aquel sitio se divide en dos brazos, hayun salto de 80 metros, por donde el lago Erió seprecipita en el lago Ontario. Estas cataratas son lasmás voluminosas, sino las más altas que se cono-cen, y la fuerza de las aguas es tal, que bastaríapara poner en movimiento todas las ruedas hidráu-licas y todas las máquinas que funcionan en el Uni-verso. Cuando se ha invertido algún tiempo mirán-dolas, el espectáculo fascina y no puede uno apar-tarse de aquel lugar. El mugido es formidable; eltinte verdoso y trasparente de las olas, la blanque-cina espuma que las cubre, en la cual se dibuja endoble corona el arco iris, todo este grandioso es-pectáculo os retiene inmóvil, produciendo un asom-bro y una sensación sin igual. Deben verse tambiénlas cataratas durante una noche tranquila, cuandola luna ilumina á la tierra. En el invierno el espec-táculo es aún más sorprendente. Aquellas inmensas

! masas de agua se hielan exteriormente por efectode los grandes frios, y corren invisibles, pero siem-pre zumbando, bajo un muro cóncavo de hielo queno se liquida hasta principiar la primavera. En elverano, sin embargo, es cuando el Niágara atraemás gente, siendo el punto preferido para los viajesde los recien casados. La fonda de la orilla canadien-se es la más frecuentada, y desde sus ventanas seve la cascada más pintoresca, la de la «Herradura.»El agua que salta convertida en fresco polvo, entrapor las ventanas y baña suavemente el rostro, y eledificio no cesa de temblar á impulso de las vibra-ciones que «el trueno de las aguas» comunica alaire y al suelo circundante. Dura esto toda la éter.

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nidad, y si al parecer las casas no sufren, el terrenoinmediato está resquebrajado y abierto, y se der-rumba sin cesar. El perpetuo rozamiento de las cas-cadas desgasta también la tierra, y aquellas van re-trocediendo de siglo en siglo.

El canal Welland pone en comunicación el rioNiágara con el lago Ontario, y un magnifico puentecolgante permite pasar los trenes del ferro-carril deuna orilla á otra de las cataratas. Este puente fueconstruido en 1855, y se citaba entonces corno elmás atrevido y largo; pero los americanos han hechodespués otro de mayor importancia. Preciso es, sinembargo, no exagerar el mérito de los audacesconstructores de estas obras, pues quizá otros hu-bieran hecho lo que ellos. La naturaleza de los tra-bajos públicos depende mucho del medio en que seejecuta; el hombre se pone voluntariamente á la al-tura de los obstáculos que hay que franquear, y elingeniero no conoce dificultades, bien se trate deatravesar el Sena ó el Támesis ó los ríos de Améri-ca, ó bien taladrar los Alpes, las Montañas Pedre-gosas ó el Istmo de Suez.

El puente del Niágara tiene dos pisos: el superiorpara paso de trenes; el inferior para carruajes ypeatones. La longitud del puente es de 250 metros;la anchura siete metros y medio, y su altura sobreel nivel del agua 78 metros. Sobre las escarpadasorillas del rio se elevan, dos por cada lado, cuatropilones macizos; cada uno de ellos tiene dos enor-mes cables de alambre que sostienen los dos pisosdel puente, cuyo balance y flexión apenas son sen-sibles cuando pasa el tren. Esta maravillosa obrasólo ha costado dos millones y medio de francos, yha reemplazado á la banasta legendaria, en la queprimitivamente se pasaba de una orilla á otra sobreuna cadena de curva parabólica, por donde el pesopropio del viajero hacia bajar hasta la mitad, izandoen seguida el aparato por medio de una cabria. Estepuente inmortalizará el nombre del constructor, eldifunto M. Rcebling, el mismo que ha proyectado elgran puente del rio del Este en Nueva-Yorck, cuyasmonumentales pilas se acaban en este momento, ycuyo presupuesto asciende á 40 millones de francos.

Más próximo á las cataratas hay otro puente col-gante que vimos empezar á hacer en 1868, y hasido acabado el año siguiente. Es de un solo piso,y sólo para peatones y carruajes ligeros. La distan-cia entre las dos torres que sostienen los cables esmás considerable que en el primero, siendo de387 metros. La altura es de 58 metros y mediosobre el nivel de las aguas bajas del rio. Este tiene75 metros de profundidad por aquel punto, ó sean15 metros más que la profundidad máxima del canalde la Mancha entre Doubres y Calais. La curva delpuente es graciosa, y la forma de suspensión de lasmás elegantes; pero nos parece el piso demasiado

estrecho, pues sólo tiene tres metros de ancho, nopermitiendo el paso simultáneo de carruajes, ymolestando éstos á los peatones. Además el balancedel puente es muy sensible. Debemos decir, sinembargo, que ningún accidente ha ocurrido en él,y que tanto este puente como su hermano mayorha resistido hasta ahora, no sólo al paso cuotidianode carruajes y hombres, sino también á todos losvendavales, tan comunes en aquel estrecho valle.

Casi al pió de las cataratas del Niágara, y en elpunto donde el rio vierte sus aguas en el lago On-tario , se toman los vapores que llevan por esteúltimo lago, y desde él por el San Lorenzo hastaMontreal y Quebec. El ferro-carril conduce desdelas cataratas al punto de partida, que so llama tam-bién Niágara. En la ribera canadiense se encuen-tran Toronto y Kingston; en la americana, Oswego.Las tres poblaciones comercian grandemente entrigos y harinas, y los molinos de Oswego rivalizancon los famosos de la próxima ciudad de Rochester,donde se encuentran los mayores graneros del Es-tado de Nueva-York. Kingston está en el mismo sitiodonde los franceses habían construido el fuerte deFrontenac, y Oswego donde estaba el fuerte Onta-rio. Si nuestros antepasados no supieron conser-var la Nueva Francia, supieron al menos colonizar yescoger por asiento de las futuras ciudades los pun-tos más propicios. En la inmensa linea fronterizaque se extiende entre el San Lorenzo y el Mississipí,y que separaba las posesiones inglesas de las de losfranceses, en todos los puntos donde éstos habíanfijado el emplazamiento de un fuerte ó de una esta-ción, se ha construido después una ciudad flore-ciente. Basta citar Kingston, Oswego, Buffalo, Erié,Detroit, Chicago, Pittsburgo, Cincinati y San Luis.Los franceses fundaron también á Montreal, Que-bec y ̂ ueva Oiieans.

El San Lorenzo es el desaguadero, el emisario detodoslos lagos. Se entra en él por un dédalo de ver-des islas, las Mil Islas; se pasa después por diferen-tes corrientes rápidas, siendo la última la más peli-grosa. Es preciso que suba á bordo un piloto indiopara guiar la embarcación por las espumantes é in-clinadas aguas, entre dos escollos de rocas queasoman sus picos sobre la corriente. Pásase allí unminuto de verdadera angustia. El sitio se llama LaChina, porque, según se dice, los marineros deSantiago Cartier, los primeros en llegar á aquellosparajes, creyeron descubrir en ellos el camino queconducía á la China, si no era al mismo famoso Cat-hay. Existe en aquel sitio una aldea de indios semi-civilizados, Iroqueses y Abenakis, que visité un día,y que parecen en camino de olvidar, yendo á la es-cuela, cantando en la iglesia y manejando el arado,las promesas de los héroes que fueron sus abuelos.Van vestidos á la europea, y sólo en los dias so-

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leranes fuman los jefes la pipa larga, entonan elantiguo canto de guerra, se adornan con la plumade águila, calzan los mocasines, las medias de cueroy se ponen la chupa de pieles adornada con perlas.

Al fin llegamos delante de Montreal, la bonita ciu-dad con casas de piedra con techos de hoja de lata.¡Gracias á Dios! El monótono ladrillo rojo desapa-rece allí y también la lengua inglesa. El cocherobien educado que acude á nosotros, habla un fran-cés bajo normando, anticuado. Así debían expre-sarse en Normandia en tiempo de Luis XV. Eldiligente canadiense carga nuestro equipaje sobreel carretón, nos advierte que no olvidemos nuestroabrigo y nos guía á la fonda de Santiago Cartier.Se desearía permanecer largo tiempo entre aque-llas amables gentes, que os preguntan con interésiioilicias de la vieja Francia, que consideran comosu segunda patria.

Quebec, la antigua capital, dista un par de cen-tenares de millas de Montreal; se va á ella porel rio San Lorenzo ó por el ferro-carril. Los france-ses que llegan á aquellas apartadas comarcas mirancon emoción la antigua plaza fuerte,'situada, comoBrest, sobre una roca inexpugnable, y que cons-truyeron atrevidos colonos, compatriotas suyos,hace doscientos sesenta y siete años. Sea en virtuddel derecho de mayorazgo, que no defendemos, peroque obligaba á los hijos segundos á expatriarse;sea por otras razones, quizá por las facilidades másgrandes ofrecidas á los inmigrantes, es lo cierto quelos franceses tenían entonces más aptitud paracolonizar que hoy.

Volvamos á los lagos y escojamos el más extensoy más curioso de todos, el Lago Superior, que estambién el más lejano, y á cuyo alrededor no se haextendido aún la civilización.

L. SlMONIN.

(Concluirá.)

(Jievue de Deux Mondes.)

CRITICA LITERARIA.

LOS CUENTOS DE N. HAWTHORNK (*).

Tiene el cuento, entre todos los génevos litera-rios, títulos muy preferentes á la consideraciónpública, por lo mismo que, fingiendo modestísimoscaracteres, llega en sus enseñanzas á donde nosuelen alcanzar otras clases más elevadas de com-posiciones. El cuento, dirigido á la generalidad,necesita, sin embargo, revestir cualquiera de los

(1) Cuentos mitológicos, traducidos por D. M. J . Bender. Un tomo

<tn 8.° menor, Medina y Navarro, editores, Madrid, 1875.

caracteres que hacen interesante su lectura, lla-mando unas veces á la fantasía, pintando otras lascostumbres populares, ya fundándose en los hechosde la historia, ya, por último, utilizando el análisispsicológico y filosófico. Quítese al cuento, sobretodo, el atractivo de la forma, y resultará una com-posición lánguida ó incapaz de despertar el menorinterés. A esto se debe que, siendo muchos los au-tores, asi nacionales como extranjeros, que cultivanel género, sean en muy contado número los queconquistan el público aplauso. En un principio, elcuento amoroso alcanzó inmensa boga, y Bocaccioen Italia y Lafontaine en Francia, elevaron en lossuyos un monumento á las pasiones excesivamentehumanas que fueron objeto de sus cantos; la fanta-sía alemana enconlró luego en Hoffmann un mediode manifestación literaria, y los hermanos Grimmvulgarizaron el cuento, dándole un carácter esen-cialmente popular. De la fantasía se pasó al análisis,de lo caprichoso á lo extravagante, y Edgard Poeencontró en el desorden de su vida el más poderosoelemento para un género nuevo, que estaba llamadoá motivar infinitas imitaciones. En nuestra patriatenemos actualmente felicísimos narradores, bienllamen al sentimiento, como Fernán Caballero; biensimbolicen toda una literatura popular, como Anto-nio de Trucha; bien dominen el mundo fantásticoy penetren en las regiones de lo extravagante,como José Fernandez Bremon.

No es fácil, por lo tanto, excitar la atención pú-blica con un nuevo tomo de cuentos, y al llegar ámis manos los que ha traducido el Sr. JuderíasBender, no puedo menos de preguntarme con justotemor: ¿Responden á algo estos cuentos? ¿Ofrecenalguna novedad?

Afortunadamente para el traductor y los editores,los cuentos á que me refiero no pasarán desaperci-bidos, como tantas y tan infelices imitaciones degéneros más ó menos acreditados. En los primerosde la colección, se exhibe un género casi nuevo, elgénero mitológico-burlesco, hábilmente manejadopor Hawthorne. No es, como pudiera creerse, elgénero bufo, dominante en las modernas literaturas,sino la critica intencionada, inteligente y festiva; lanarración pintoresca de sucesos de la mitologíapagana, aplicados en sus deducciones á los arduosproblemas del presente; una lectura entretenidaque, ni hace gala de sus enseñanzas, ni aun siquieraaparenta que tiende á ellas, y que, sin embargo,deja al desnudo preocupaciones de la sabia anti-güedad, admitidas en gran número por las socie-dades modernas.

He indicado que el género es casi nuevo, y nonuevo de! todo, porque en la moderna literaturaespañola hay felicísimas muestras del mismo, es-critas por González de Tejada, Trueba, y aun no

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recuerdo si algún otro; habiendo alimentado el se-gundo de dichos autores el propósito—de que ig-noro si ha desistido,—de coleccionar sus investi-gaciones poéticas, realizadas en el campo de lamitología. Tan general fue la aceptación que susprimeros trabajos lograron, que es fácil que muchosde los lectores de estas líneas reciten de memoriala tragedia amorosa de Leandro y Hero, que, si norecuerdo mal, decía así:

I.

Tengo por mentira gordaCiertos amores livianosQue cuentan los aldeanosDe las colinas do Acorda (1);Pues tal historia de pegaMuestra en su contesto y tono.Que la fabricó algún monoVersado en fábula griega,Haciendo así el muy genízaroCon intenciones intielesTragedias del ponto de Heles,Tragedias del ponto de zaro;Y toda duda se obviaSobre el plagio de aquel títere.Con contar adpedem HiereLo de Leandro y su novia.

II.

Hero, larga de donaire,Pero cortita de saya,Bajó una tarde á la playaCon la pantorrilla al aire;Leandro, que en la otra orillaEstaba plantando coles,Dijo al verla:—«¡Caracoles,Qué soberbia pantorrilla!»—Y sin vergüenza ni empachoSe empezaron á hacer gestos.La muchacha desde Sestos,Y desde Abydo el muchacho.Tal amor creyendo tonto,Leandro una noche dijo:—«Vaya, esta noche de fijoPaso á nado el Helesponto.»—Y pensando pasar ratosMuy buenos con su morena,Pidió á su madre la cena,Y en seguida ¡al agua, patos!Pero aunque intentó mil veces.Salir del golfo salobre,En el golfo quedó el pobrePara merienda de peces.

III.

Si no es infiel mi memoria,Cuenta una historia tudesca,Que, andando Platón de pesca,Le refirieron la historiaI)e aquellos novios bodoques,Y aquel mismísimo dia

(t) Acorda es un punió de IB costa de Vizcaya , frer.te á la iila deUaro, en ia que hubo un couvento d« fraile» franciscanos

Echó á volar su teoríaDe mírame y no me toques;Por lo que con razón pegoAl muy torpe y muy genizaroQue atribuye á un jVaHe de ízaroAmores de un pollo griego.

Verdad es que Trueba, en la anterior como ensus demás poesías mitológicas, se ha limitado átemas, que más tienen del epigrama que de la ver-dadera narración, y que no ha desarrollado, comopudiera, los infinitos asuntos que pródiga ofrece laidólatra antigüedad: verdad es, igualmente, queotros escritores modernos han atacado al génerocon tan pueril temor, que no han sabido utilizar losgraneles elementos que en sí lleva para agradar alpúblico. Hawthorne, por el contrario, ha compren-dido perfectamente el encanto que semejantes nar-raciones tendrían desde el momento en que se lasprestase todo el desarrollo de que son susceptibles,y sus cuentos acreditan tal creencia. En los Argo-nautas refiere las heroicas empresas de Jason, laspruebas que tuvo que verificar para conseguir eldestronamiento del rey de lolcos, el armamento yexpedición de El Argos, la protección de Medea alhéroe, y finalmente, la conquista del Vellocino deoro, con cuya última hazaña debía recuperar eltrono de sus mayores: en Los Pigmeos analiza cui-dadosa y cómicamente la constitución de su Estadoy las guerras que sostenían con las grullas, la ad-mirable contraposición de dichos individuos res-pecto á su amigo y aliado el gigante Anteo, susmutuas relaciones, la lucha del gigante con Hér-cules y la venganza que de éste último tratan lospigmeos de tomar, por haber causado la muerte desu amigo: en El paraíso perdido reseña el autor lacandorosa curiosidad de Pandora, causa de la des-dicha deíeu amigo Epimeteo, y, lo que es más grave,de la humanidad entera, por haber dado suelta átodos los pesares, malas pasiones, cuidados, enfer-medades, infamias y malicias, aun cuando paraluchar contra tantos enemigos, pudieron contardesde luego con el apoyo de la esperanza: El reyMidas demuestra que las riquezas no constituyenla felicidad, y que el convertir en oro cuando setoca, ánl.es constituye un horrible tormento que unaventura cierta; y Las tres manzanas de oro recuerdauna de las más grandes empresas de Hércules. Lafábula mitológica ha sido en todos cuidadosamenteconservada, si bien prestándola caracteres y deta-lles que redoblan su interés. Sus personajes llevan,de la manera más posible humanamente, el caráctersemidivino que les prestó la crédula antigüedad, ylas lecciones que de la acción se desprenden, re-visten un concepto moral que favorece notoria-mente las narraciones.

Los dos últimos cuentos que encierra la colección

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se apartan del género de los anteriores; pero lomismo el titulado La vida es sueño, que Castillosen el aire, suplen con su tendencia filosófica y conlo grato de su forma la falta del carácter que á losdemás distingue. Acaso hubiera convenido, paradar unidad al libro, prescindir de ellos; pera lacircunstancia de ser debidos al mismo autor y suindudable mérito, justifican la determinación edito-rial de aumentar el volumen en beneficio de loslectores.

Respecto á la traducción española, aquí, dondetan escasas en número suelen ser las que mereceneste nombre, el Sr. Juderías Bender es acreedor álos más sinceros elogios. Comprendiendo que lamisión del traductor es algo más importante de loque generalmente se cree, no se ha limitado á estu-diar la equivalencia de palabras y frases, sino quelia seguido la intención, el carácter y hasta las ra-rezas del autor; ha evitado cuidadosamente que ladicción española sea una diáfana veladura que dejever toda la trama del idioma originario; y, compla-ciéndose en seguir á los maestros del buen decir ennuestra lengua, ha realizado un trabajo eminente-mente literario y que descubre en él un excelentehablista. Tal vez en su profundo horror á ciertastraducciones ha ido demasiado lejos para evitarlas,presentando en su estilo síntomas de otra enferme-dad no menos temible, epidémica en ciertas sabiascorporaciones: el arcaísmo. Pero el contagio hahecho pocos progresos todovía, el Sr. Bender estádotado de un excelente criterio; y no es dudosoque empleará todos los preservativos que la cienciaaconseja para evitar el peligro que le amenaza.También se me antoja que en ocasiones ha tratadode introducir en los cuentos alusiones y referenciasajenas á ellos; pero los lectores le absolverán fácil-mente de este pecado, en gracia de la intención ydel encanto que añade á la fábula.

Tal es mi desautorizada, pero sincera y leal,opinión respecto al libro que el señor Bender nos hahecho conocer.

M. Ossomo Y BERXARD.

MISCELÁNEA.Etimología de la palabra «Usted».

Abro el Diccionario de la lengua castellana, pu-blicado por la Academia Española, y leo:

« Usted.—Voz del tratamiento cortesano y fami-liar; es sincopa de Vuestra Merced.»

Esto dice el Diccionario, y esto dice la Gramáticade la lengua castellana, publicada por la mismaAcademia, edición de 4874. Y si abro la Gramáticade Salva, leo:

«La lengua castellana tiene un pronombre que le

es peculiar... Este pronombre es el usted en singu-lar, y ustedes en plural (Vd. y Vis. por abreviatu-ra), que siendo una contracción de vuestra mer-ced (Vm.), y vuestras mercedes (Vms.J, que es comose usaba antiguamente, etc., etc.»

Lo propio dicen todas las Gramáticas y todos losDiccionarios de la lengua castellana que he tenidoocasión de consultar, y esta es la creencia general-mente aceptada respecto á la etimología de la pala-bra Usted.

Pues bien, la casualidad me deparó últimamenteuna Gramática de la lengua castellana, escrita enalemán por el doctor en filosofía F. Booch-Arkossy,y en ella, al ocuparse de los pronombres persona-les, dice lo que á continuación so traduce respectoá la etimología de la palabra Usted:

«El profundo conocedor de los idiomas de origenlatino, A. Fuchs, en su valiosa Gramática Española,publicada en Leipzig en 1837, asi como Hammer-Purgstall, autoridad reconocida en la materia, ensu «Monografía de las palabras castellanas de orí-gen arábigo,» hacen provenir la palabra Usted dela voz árabe Ustad, que quiere decir Señor, y que,debido á la larga dominación de los árabes en Es-paña, se ha ingertado en la lengua castellana comootras muchas. Aducen tales razones que la suposi-ción corriente de que la palabra Usted es una con-tracción de Vuestra merced, aunque se aproximamucho, es por lo tanto errónea.»

Los filólogos resolverán cuál de las dos etimolo-gías es la verdadera.

S. F.(América ilustrada.)

El Instituto americano, conocido bajo el nombrede Smitksoíiian Institution, ha emprendido última-mente una exploración de que se esperan impor-tantes resultados para la arqueología americana.Sabido es que en algunas de las islas de la costameridional de California se han encontrado recuer-dos muy interesantes de su ocupación prehistóricapor las tribus aborígenes del país: consisten esasreliquias en utensilios de piedra de gran variedad,adornos de conchas y de huesos, tazas de pie-dra, etc., etc., que forman una valiosa colecciónque ha obtenido el Museo nacional. Los trabajos deexploración los llevará á cabo M. Paul Schumacher,quien salió de San Francisco á principios de Mayocon varios trabajadores, y conocido por sus laboresde igual naturaleza en esas islas. La investigacióndurará algunos meses, y sus resultados se esperasean tan interesantes en lo relativo á la arqueologíaamericana, como los verificados en Chipre por DiCesnola, y en Troya por Schliemann son para elMundo Antiguo.