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61 Números 16-17 enero-junio – julio-diciembre 2103 La filosofía de la vida de Gabriel Marcel como denuncia al saber despersonalizado del intelectual contemporáneo 1 The Philosophy of Life by Gabriel Marcel, to Denounce the Know Depersonalized the Contemporary Intellectual Alberto Isaac Herrera Martínez* Resumen Con mayor auge en el siglo xx y lo que va de este siglo xxi, podemos decir que los intelectuales profanaron la verdad con su mirada calculadora, predictiva, hasta ―presumen hoy― orientadora. Qué lejos está el profesionista en nues- tro tiempo de crisis de comprometerse responsablemente llevando una vida en sentido elevado, lo que caracterizó por cierto al intelectual de épocas pasadas como lo pensó Jean Guion. Más allá de la obtención de beneficios propios, el intelectual se procuraría una vida más sencilla, más humana, más auténtica, alerta a lo esperanzador y salvador para todo hombre. Ejemplo real, modelo o líder, para otros. Solo con autenticidad, en nuestro contexto cultural e históri- co, el intelectual contemporáneo podrá vivir con sentido ético, profundizando con límites bien claros en el conocimiento que tiene de sí mismo y de su mundo. Palabras Clave: intelectual, ética, espíritu trágico, filosofía contemporánea, mundo, violencia. Abstract: In the twentieth and twenty-first century, can say that intellectuals desecra- ted the truth his view calculator and predictive; these predictions, -today suc- cessful- guiding. How far is the professional of our time in a conscious life, what it characterized the intellectual model thought by Jean Guion. Beyond the own profit, intellectual vocation lacking this the simple life and authentic human that is hopeful and savior for every man. In summary only authentici- ty, in our cultural and historical context, the contemporary intellectual can live with sense ethics, to deepen the knowledge he has of himself and his world. Keywords: intellectual, ethics, tragic spirit, contemporary philosophy, violence. * Facultad de Filosofía y Letras, BUAP 1 Ponencia presentada en el Coloquio Internacional: El Intelectual en Iberoamérica Hoy, el 30 de Octubre de 2012 en la Universidad Iberoamericana.

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Números 16-17 enero-junio – julio-diciembre 2103

La filosofía de la vida de Gabriel Marcel como denuncia al saber

despersonalizado del intelectual contemporáneo1

The Philosophy of Life by Gabriel Marcel, to Denounce the Know Depersonalized the Contemporary

Intellectual

Alberto Isaac Herrera Martínez*

ResumenCon mayor auge en el siglo xx y lo que va de este siglo xxi, podemos decir que los intelectuales profanaron la verdad con su mirada calculadora, predictiva, hasta ―presumen hoy― orientadora. Qué lejos está el profesionista en nues-tro tiempo de crisis de comprometerse responsablemente llevando una vida en sentido elevado, lo que caracterizó por cierto al intelectual de épocas pasadas como lo pensó Jean Guitton. Más allá de la obtención de beneficios propios, el intelectual se procuraría una vida más sencilla, más humana, más auténtica, alerta a lo esperanzador y salvador para todo hombre. Ejemplo real, modelo o líder, para otros. Solo con autenticidad, en nuestro contexto cultural e históri-co, el intelectual contemporáneo podrá vivir con sentido ético, profundizando con límites bien claros en el conocimiento que tiene de sí mismo y de su mundo.

Palabras Clave: intelectual, ética, espíritu trágico, filosofía contemporánea, mundo, violencia.

Abstract:In the twentieth and twenty-first century, can say that intellectuals desecra-ted the truth his view calculator and predictive; these predictions, -today suc-cessful- guiding. How far is the professional of our time in a conscious life, what it characterized the intellectual model thought by Jean Guitton. Beyond the own profit, intellectual vocation lacking this the simple life and authentic human that is hopeful and savior for every man. In summary only authentici-ty, in our cultural and historical context, the contemporary intellectual can live with sense ethics, to deepen the knowledge he has of himself and his world.

Keywords: intellectual, ethics, tragic spirit, contemporary philosophy, violence.

* Facultad de Filosofía y Letras, BUAP1 Ponencia presentada en el Coloquio Internacional: El Intelectual en Iberoamérica Hoy, el 30 de Octubre de 2012

en la Universidad Iberoamericana.

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Creo que en la situación trágica en la que el mundo se debate hoy, más que el arte o la poesía, es una metafísica concreta y como ajustada a lo más íntimo de la experiencia per-

sonal la que pude desempeñar para muchos un papel decisivo.

Gabriel Marcel.

A María Inés Jaqueline Juárez Díaz, en tiempos de oscuridad.

1. Introducción: El intelectual al que aspira la miseria de nuestro tiempoVivimos determinados por el conocimiento científico tomado como un medio ilimitado de control en manos de ‘intelectuales’ faltos de una formación ética. Regularmente son ellos los que legitiman el poder académico más allá del dis-curso de la universidad pública o privada. Dependemos, además, del impacto de las acciones técnicas que transforman la realidad a gusto de especialistas en-cargados de diseñar comités de evaluación de daños, siempre demasiado tar-de, cuando los efectos adversos e irreversibles generados por las aplicaciones tecnocientíficas en la vida han producido una dependencia a la mÁquina, a lo sintético, a lo artificial; acostumbrándonos a no temer más a lo desconocido. La vida tecnificada, creen hoy muchos investigadores, tiene así su razón de ser en un ámbito neutral del conocimiento objetivo.

Desde una posición crítica, a favor de la ética, comprendemos que esta con-cepción es resultado del saber despersonalizado que nació del espíritu de abs-tracción. El mundo actual está roto, escribió hace sesenta años Gabriel Marcel en Le Monde Cassé (1993), describiendo desde entonces una vida sumida en el desencanto, ahogada en el vil interés de dominio, como nunca antes visto.

Originalmente la ciencia consistió en algo bien diferente y nuestra reflexión apunta a su necesaria recuperación. Ya lo había advertido el filósofo Nietzsche en sus estudios sobre la tragedia griega y en su idea del Profeta, anunciando al mismo tiempo la pérdida de lo sagrado y el camino de vuelta a la sabiduría de la naturaleza. Esa filosofía primera fue para los maestros de Atenas una bús-queda comprometida con el autoconocimiento, con la razón vital y con una se-rie de condiciones concretas para alcanzar la realización y perfeccionamiento de lo que es el Hombre; siempre a través de principios que afirmaran la coexis-tencia. La buena vida que enseñaron Sócrates e Hipócrates y las escuelas so-cráticas tardías, era la finalidad deseable a la cual aspirar, jamás un problema ajeno, omitido voluntaria e involuntariamente. Con el ‘cuidado de sí’ se expe-rimentaba la verdad en tanto comunión, como un habitar.

El desarrollo moderno impuso el nuevo lenguaje del cálculo y el imperio del número. Las necesidades espirituales que habían conquistado los prime-ros filósofos quedaron oscurecidas. Poco a poco se fueron adoptando criterios comerciales: ‘el alma como mercancía’, ‘el cuerpo como producto’, con los que se produjo la especialización de las ciencias. ¿Qué sucedió con la capacidad de pensar la tradición espiritual de arraigo a los principios que constituyen el ser, abriéndole al hombre la posibilidad de comprometerse consigo mismo y con las cosas dignas de ser pensadas?

Los últimos siglos, herederos de una continua superación metafísica, ca-racterizados por los descubrimientos científicos que coronaron los periodos de oro y progreso con la razón instrumental y el uso descontrolado de un lenguaje cosificador, fueron decayendo y el alarmante diagnóstico de los científicos más importantes del siglo xx que calificaron los últimos cien años como el mayor

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momento de crisis en Occidente se dejaba oír en las mismas universidades.2 La época contemporánea empezó con el señalamiento de los intelectuales acusados de mentirosos, de enemigos de la sociedad, ávidos de poder con su tendencia calculadora, predictiva, hasta orientadora y humanista presumían los más con-fundidos por el ambiente positivista ¿A caso no somos culpables de alentar el control de la energía nuclear en un contexto histórico que olvidó por completo afirmar lo esencial de la vida, renunciando seguidamente al misterio del ser? ¿Habrían esperado las pasadas generaciones que lo inmediatamente posterior al desastre nuclear serían las guerras bioquímicas y la producción de vida sin-tética? ¿Por qué las utopías modernas hicieron real la hybris del hombre lábil si prometieron una vida de confort y seguridad?

Un sentimiento de angustia invadía los idealismos postmetafísicos ante la imagen negativa de los profesionistas incapaces de llevar una vida en sentido elevado como creyó el escritor francés Jean Guitton. El intelectual de las cien-cias, investigador o especialista, prefirió olvidar. Vino entonces la época de las grandes ilusiones. Más allá de obtener beneficios propios, decía Guitton toda-vía en la primera mitad del siglo pasado, los hombres de ciencia y de letras se harían de una vida más sencilla, más humana, más justa, alertas a lo esperan-zador y salvador para todo hombre; ellos, modelos o líderes entre nosotros, se-rían los depositarios de una nueva comprensión de la vida.

Con autenticidad, viendo la vida como un fin en sí mismo y no como un medio, podría resurgir cultural e históricamente la figura real del intelectual, adherido a un profundo conocimiento de sí mismo, de su mundo espiritual y material como había querido Jean Guitton, autor de uno de los pocos libros se-rios sobre el debate entre ciencia, filosofía y religión, en medio de las polémi-cas teóricas del siglo xx (Cf. Guitton, 1998).

Tomemos los términos centrales que aparecen en Los hombres contra lo huma-no (2001) del filósofo y dramaturgo Gabriel Marcel, amigo de Guitton, para re-ferirnos a los problemas esenciales del profesionista contemporáneo. Esta obra de 1951 nos muestra a un pensador muy crítico de su tiempo, de “lucidez alar-mada”, escribe Paul Ricoeur en el Prefacio del libro. Al analizar la serie de en-sayos que integran la obra y lo actuales, son para establecer un diálogo prolífico con la ciencia de nuestro tiempo; consideramos que los principales rasgos que deben caracterizar el trabajo intelectual en el contexto del nihilismo creciente deben ser: 1) la necesaria reflexión crítica de las cosas que se ven y no se ven en el ser encarnado, es decir, el cuerpo vivido, y 2) la resolución ética de llevar una vida auténtica, alerta ante aquello que está por venir. Para Marcel se trata-ba indiscutiblemente del misterio ontológico del ser.

Hemos reinterpretado entre dos épocas, una de alientos utópicos, otra de desencantos críticos, la figura simbólica del intelectual cristiano, del intelectual

2 Heisenberg señaló que: “No sabremos si podremos expresar la configuración espiritual de nuestras futuras co-munidades con el viejo lenguaje religioso. Pero no va a servirnos de mucho acudir aquí a juegos racionales de palabras y conceptos; lo que más se requiere es una actitud directa y honesta. Pero como la ética es la base de la vida en común de los seres humanos, y la ética solo puede nacer de esa actitud humana fundamental a la que me he referido como moldes de referencia espirituales de la comunidad, debemos volcar todos nuestros esfuerzos en unirnos, junto con las generaciones más jóvenes, en una perspectiva humana común” (Heisenberg, 2009: 79). Cuestiones cuánticas. Escritos místicos de los físicos más famosos del mundo. España: Kairós. p. 79. Y Albert Einstein dijo: “El empleo de la energía atómica no ha creado un problema nuevo. Solo ha concedido carácter de urgencia a la necesidad de resolver una cuestión existente. Es posible afirmar que nos ha afectado en un nivel cuantitativo y no cualitativo. En tanto existen naciones soberanas poseedoras de una gran fuerza, la guerra es inevitable. No quiero expresar de este modo que ahora mismo estallará una guerra, sino que es seguro que ha de producirse. Y esto era verdad antes de que la bomba atómica existiera. Lo que se ha modificado es el poder destructivo de la guerra. No creo que la civilización ha de desaparecer en una conflagración atómica. Tal vez perezcan las dos terceras partes de la humanidad, pero muchos hombres capaces de pensar sobrevivirán y habrá libros suficientes para comenzar de nuevo” (Einstein, 1998).

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político, del intelectual crítico, historiador o filósofo. El intelectual soberbio, el intelectual rebelde, auténtico o pedante, emancipador o hermético. En este tra-bajo conjunto queremos hablar del intelectual trágico como contraparte del pro-fesionista académico. Sumamos así un esfuerzo por poner orden a varias ideas expuestas en diferentes cursos durante el 2012.

Encontramos primeramente en la obra de Jean Guitton El trabajo intelectual (2005), la preocupación que nos inspiró a replantear la filosofía de la vida de Gabriel Marcel como denuncia al saber despersonalizado del intelectual con-temporáneo. Dice Guitton: “El trabajo intelectual se halla relacionado en cada uno de sus aspectos con la vida profunda. La intelectualidad no debería sepa-rarse de la espiritualidad” (Guitton, 2005: 183).

De esta afirmación se desprende la exigencia ética de devolverle a lo pro-pio del trabajo espiritual su trasfondo esencial, pues el intelectual, más allá de toda determinación, es un espíritu atento, dispuesto a la crítica y responsable de procurar la vida. Casi al término del bello escrito de Guitton leemos:

El intelectual es, entre todos los trabajadores, el que menos necesidad tiene de la sa-lud, del reposo, y hasta de las condiciones propicias… Descartes estuvo mucho tiem-po en una habitación ahumada y privado de libros. La mejor obra de Pascal es la de un enfermo que garabateaba sobre cualquier papel que tuviera al alcance. Piénsese en Proust, asmático, agonizante, que no podía escribir sino medio ahogándose, en-tre las nubes de vapor de las inhalaciones, acostado, sin otro pupitre que el de sus frazadas. Cabe preguntarse, apropósito de Proust y de Pascal, si la salud los habría ayudado tanto como los ayudara la enfermedad. La necesidad de aprovechar todos los minutos, esa angustia de no poder terminar, esas supresiones esos olvidos, esos gemidos o ramalazos que son el acompañamiento del sufrimiento corporal, produ-cían una excitación al espíritu. Epicuro era también un enfermo, sentado en un jar-dín de adelfas, que de vez en cuando se levantaba para anotar algún pensamiento… San Pablo escribía: acosado por todas partes, pero no reducido al extremo, abatido, más no perdido. Nietzsche, al reflexionar acerca de la raíz del ser, se preguntaba que era la enfermedad, y veía en ella un medio de realizarse (Guitton, 2005: 269).

Del libro Los hombres contra lo humano de Marcel (2001) hemos retomado el capítulo “Degradación de la idea de servicio y despersonalización de las rela-ciones humanas” para repensar la situación concreta del científico, caso ejem-plar del intelectual en el siglo xx. Mostramos a continuación algunas cualidades de la vida del intelectual trágico y abordamos, en las conclusiones provisiona-les, la posición del intelectual ante el problema de la indolencia contemporá-nea, característica de lo que Marcel calificó como pecado, pero que previno con la posibilidad del restablecimiento de lo sagrado en la vida.

2. Degradación de la idea de servicio y restablecimiento del espíritu trágicoVulgarmente hoy es muy común que empleemos el verbo servir para referirnos a lo que utilizamos a diario: ‘Aún sirve mi celular’, decimos. Sirve este o aquel aparato o medio para alcanzar una meta. Leer sirve para aprobar un examen, por ejemplo. Pero, por otro lado, indica Marcel, el verbo servir se llena de sen-tido armónico cuando se dice: “hay un honor o una nobleza en el hecho de ser-vir… lo que supone cierta interioridad, un esfuerzo de justificarse ante uno mismo” (Marcel, 2001: 147). Es una valoración por encima de la mera utilidad y que puede conducirnos al desarrollo de una reflexión.3 Lamentablemente se

3 Marcel desarrolla su propio método, el de la reflexión segunda como solía llamarle y que Pietro Prini calificó en su célebre Historia del existencialismo (1992) de “metodología de lo inverificable”.

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trata de un verbo que tiende a aplicarse cada vez menos al ‘acto de servir’ y con mayor frecuencia a ciertas funciones sociales, administrativas, sujetas a un discurso impersonal, convirtiéndose en funciones fantasma, porque nunca ve-mos quiénes son realmente los que integran la comunidad selecta de dirigen-tes, líderes, etcétera, y el medio administrativo se mantiene siempre oculto en la cima de los procesos burocráticos. Servir quiere decir en el mundo técnico ‘ser empleado para algo’. Es ilustrativo el caso que pone Marcel:

Un ejemplo enteramente característico nos lo proporcionan aquí los miem-bros del personal hospitalario que cuando han cumplido su tiempo de servicio en el curso de la jornada, no vacilan en irse, dejando plantados los cuidados que reclaman este o aquel enfermo. No están obligados a nada más de lo que han dado. En cuanto al resto, si no es la enfermo al que le corresponde arreglárse-las ―lo que carece enteramente de sentido―, al menos es a la administración a la que le toca hacer lo necesario: ellos se lavan las manos (Marcel, 2001: 147).

“Así que solo estoy obligado a cumplir con el trabajo por el que se me paga”, concluye más adelante el autor.4 Casos comunes que mueven a los pro-fesores a pensar lo expuesto por Marcel son los estudiantes universitarios que se forman en el área de las ciencias. Desde hace ya varios años han sido señala-dos y condenados ha salvar al hombre o ha exterminarlo. Ese encargo lo defien-den creyendo en un conocimiento neutral e ilimitado de sus objetos de estudio y muchos asumen el riego de modificar la vida sin saber en realidad por qué lo hacen. Cuando es un misterio lo que se le revela al especialista que por dé-cadas ha intentando verificar un dato dice: “esto ya no debe preocuparme”.5

La idea de servicio como ‘función pura’ caracterizó la visión antiética de los científicos irresponsables de controlar la energía nuclear en el siglo pasado. No previeron las ominosas consecuencias de sus logros e inventaron un arma letal contra el propio hombre. Como afirmó muchas veces Marcel: “lo que no se hace por amor se hacer contra el amor”. Empleados técnicos de otros campos que no tienen relación inmediata con la ciencia están faltos de una autoconciencia crí-tica que los haga reflexionar en el sentido de sus acciones, por lo tanto desco-nocen los efectos dañinos de su trabajo. Pero el caso más alarmante es el de la producción de vida sintética. ¿Qué sucederá con este ‘triunfo’ de la investiga-ción biotecnológica si sólo nos movemos en el plano de lo exclusivamente fun-cional? Marcel se percató de la profundidad de este problema y advirtió como salida la necesidad de afirmar las relaciones intersubjetivas que subyacen en la despersonalización de los servicios, pues ellas podrían salvarnos.

Lo primero que debemos entender es que el servidor no es de ningún modo un servus, un esclavo. El buen servidor experimenta un sentimiento de adhe-sión. La adhesión se sitúa al margen de la reducción psicológica, pues adhesión no es lo mismo que fijación o ciego seguimiento. Marcel condena a la psicolo-gía, especialmente al psicoanálisis, por fundar sus supuestos en meras abstrac-ciones empobreciendo, así, la idea de alma. Contra este reduccionismo, actitud que aprendió de su maestro Henri Bergson, Marcel toca un punto fundamen-tal que aparece en toda su obra y que nos permitiría entender el momento en el que el hombre es llamado a la vida intelectual que apuntaba Guitton, en di-

4 A esta actitud Marcel la llamó “la rarefacción de la vida doméstica”.5 Conviene recordar las palabras de Ortega y Gasset al respecto en La rebelión de las masas (2005): “Nos encontra-

mos con un tipo de científico sin ejemplo en la historia. Es un hombre que, de todo lo que hay que saber para ser un personaje discreto, conoce solo una ciencia determinada y aun de ese ciencia solo conoce bien la pequeña porción en que él es activo investigador. Llega a proclamar como una virtud el no enterarse de cuanto quede fuera del angosto paisaje que especialmente cultiva y llama dilettantismo a la curiosidad por el conjunto del saber” (16).

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rección hacia la exigencia de vivir espiritualmente. Para Marcel los viejos y los niños dan prueba de esta adhesión en un sentido existencial elevado:

Ambos forman la pareja indisoluble en la que viene a concretarse la misterio-sa unidad del recuerdo y la esperanza. Unidad ontológica por excelencia, unidad que se sitúa más allá de cualquier utilización, de cualquier funcionalización. Es-tamos seguros que esta actitud reverencial ante lo presente (el viejo ya no sirve para nada y por ello es venerable, el niño no puede servir todavía), ante la debili-dad presente, está directamente ligada al sentido de lo eterno (Marcel, 2001: 148).

Además, el intelectual trágico vive en el escándalo porque es parte de las relaciones intersubjetivas entre víctimas y verdugos. Hace suya la urgencia de interrogarse ¿qué le cabe esperar al hombre? Se preocupa por entender si los habitantes de esta tierra infértil todavía podrán asumir como necesaria la tras-cendencia, esto significa la donación de sentido último en el tiempo que viene. Finalmente, el intelectual trágico se inquieta por saber si podrá sostenerse la situación existencial del hombre contemporáneo.

Es claro que estamos al final de una era posindustrial dominada por la abs-tracción, “factor de guerra”, dice Gabriel Marcel, como también está claro que la vida ha sido reducida a mercancía por la despersonalización de los servicios en manos del progreso técnico, idólatra del presente, envilecido por la ausencia de sentido de vida. Sin embargo, la vida tiene sentido más allá de lo mediático. Solo puede vivir espiritualmente la persona de espíritu trágico cuyo compro-miso social promueve un saber concreto del hombre.

¿Por qué nos preocupa ver el futuro a través de prácticas seudotécnicas sin haber experimentado la apertura trágica que nos pone en estado de alarma? La barbarie que Marcel denunció en el contexto europeo ha crecido por igual en Latinoamérica. También para nosotros la indolencia de la guerra y la violencia obscena, tan destructoras de la sacralidad de la vida, se han convertido en el mayor pecado del que todos participamos por irresponsabilidad o indiferencia.

No es la guerra en general la que denunció el filósofo francés. Es la gue-rra de “los hombres contra lo humano”, inspirada en una violencia metafísica ejercida sobre una situación humana muy particular que promueve el olvido del pasado, el rechazo de nuestra historia; acostumbrándonos a morir indig-namente, morir sin saber por qué vivimos, en medio de una lucha inspirada en el lema: ¡Matar por matar que ya nada existe! Pensemos en los adolescentes acostumbrados a los escenarios de violencia, poseen una inclinación obsesiva y mórbida por la destrucción radical. Matan simbólicamente, virtualmente, li-teralmente y de muchos otros modos. La diversidad del sentido en la palabra ‘matar’ que nunca antes se hubiera sospechado y que la ciencia no puede cata-logar, pues para una mirada donde la vida se reduce a mero hecho biológico la muerte no pasa de ser una consecuencia natural.

3. Conclusiones provisionales: la vida, participación del misterio entre el pecado y lo sagradoLa escatología y la esperanza acaban siendo los temas principales del intelectual trágico. ¿Qué puede esperar el hombre si hoy violan a los niños en las calles,6 apuñalan a estudiantes en los salones de clase, llaman al celular para amenazar de secuestro? ¿Qué queda si vivimos insatisfechos con la sexualidad, inconfor-mes de la familia, de lo que nos legitima aunque se trate de una mera ficción?

6 Noticia que sacudió a varios poblanos. Ver: http://www.excelsior.com.mx/2012/09/04

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Lo que ha vivido el pensador trágico, sensible a la condición humana, deja ver que quiere morir con dignidad porque ha vivido bajo la máxima de Píndaro: “Llega a ser lo que eres”. ¿Podemos hacer algo para habitar el mundo de otra manera, tal vez de un modo más originario como pensó Karl Jaspers y como lo hicieron los sabios griegos?7 ¿Podemos vivir poniendo a salvo la coexisten-cia entre lo que somos y lo que son las cosas? “Sí podemos pero parece que no queremos” y esta idea alarmó profundamente a Gabriel Marcel.

La orientación que damos a este problema remite a varias direcciones en el nudo de interpretaciones que Marcel también desata con una lúcida intuición: lo sagrado es un orden en el que el sujeto se encuentra en presencia de algo so-bre lo que toda perspectiva le es precisamente negada, “un especie de interva-lo absoluto, infranqueable, que se abre entre el alma y el ser, en cuanto este se oculta a sus aprehensiones” (Marcel, 1971: 108).

Mencionemos brevemente algunas consideraciones sobre los temas que es-tán íntimamente relacionados.

Lo sagrado. Es necesario establecer un método de estudio que haga posible adquirir un conocimiento objetivo sobre el tema de lo sagrado y su relación con la vida. La primera tarea consiste en pensar objetivamente lo sagrado a través de una mirada fenomenológica, método que Marcel empleó para poder desarro-llar sus propuestas esenciales sobre la escatología y la esperanza. Del examen preliminar sobre el ‘giro del humanismo moderno’, fundamento de la ciencia, comprendemos que ‘lo sagrado es inexplicable’, conclusión que se desprende de una rigurosa crítica al mundo tecnificado.8 ¿Cómo se puede tener conoci-miento objetivo de algo que se niega por su propia esencia a estar sujeto a los criterios de la razón instrumental? La visión técnica de la ciencia moderna es estrecha ante el profundo misterio que encierra la comprensión del hombre y su mundo. Este ha sido el aspecto principal a discutir. La característica esen-cial de lo sagrado puede verse en el ámbito general de la relación del hombre con las cosas, según la concepción clásica de los filósofos griegos como mencio-namos al principio, y también en términos particulares o concretos; ya que la existencia es sagrada pues hay algo en ella que la hace inexplicable a la ciencia.

El pecado. Tomando a Kierkegaard, Marina, Roudinescu y otros autores di-lucidamos el tema del pecado en la cultura contemporánea intentando resca-tar la necesidad de la ética en la formación de los estudiantes del campo de las ciencias. Marcel escribió un ensayo titulado “Técnica y pecado”. ¿Cuál es la idea principal de ese escrito? que el sentido de la vida es misterio, más allá de la técnica, pues si la vida fuera un problema ya lo habríamos resuelto con datos, tomando la vida como mero objeto de estudio.

Acá comprendemos cuál debe ser la principal diferencia entre entender la filosofía como quehacer problemático y la filosofía como teoría de la verdad. Para Marcel la filosofía no responde problemas. A través de ella se aprende a

7 Gabriel Marcel alude frecuentemente en su obra a pensadores alemanes como Martin Heidegger y Karl Jaspers. Este último lo inspiró a través de su análisis filosófico sobre la existencia, especialmente con el tema de las situa-ciones límite. Sobre la necesidad de experimentar la relación primigenia entre el hombre y la realidad escribió Jaspers: “Comienzo no es lo mismo que origen. El comienzo es histórico y acarrea para los que vienen después un conjunto creciente de supuestos sentados por el trabajo mental ya efectuado. Origen es, en cambio, la fuente de la que mana en todo tiempo el impulso que mueve a filosofar”. Y luego añade: “Desde que el filósofo ha buscado su orientación en el seguro suelo de la tierra firme —en la experiencia realista, en las ciencias especiales, en la teoría de las categorías y la metodología— y en los límites de esta tierra ha recorrido por tranquilas rutas el mundo de las ideas, acaba por aletear sobre la costa del océano como una mariposa, aventurándose sobre el agua, acechando un navío con el que poder emprender el viaje de descubrimiento y exploración de aquella cosa única que como trascendencia le está presente en la ‘existencia’” (Jaspers, 2006: 131).

8 Para una reflexión detenida de este giro, remitimos al cuidadoso libro de Rodolfo Santander Técnica planetaria y nihilismo (2012).

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mirar el mundo en su totalidad y no en un espacio entre cosas que puede me-dirse y controlarse. La filosofía en su sentido originario más elevado, es decir, ‘existencialmente’, idea común en Marcel y Jaspers, es algo en lo que nos en-contramos enlazados, comprometidos con todo lo que somos, comprometidos por entero. Dice Marcel que la inquietud existencial por el sentido de la vida es un misterio que “deja abolida esa frontera entre el en mí y el delante de mí”, (1971: 74) y Jaspers señala que:

Nuestros estados sólo son la manifestación del constante esforzarse de nuestra ‘existencia’ o del fracaso de esta. Nuestra esencia es ir de camino... Solo “existiendo” íntegramente en este tiempo de nuestra historicidad tenemos algu-na experiencia de un eterno presente... Solo cuando hacemos la experiencia de la propia época como de la realidad que nos circunvala podemos adueñarnos de esta época en la unidad de la historia y en esta de la eternidad. Al remontar-nos tocamos, por detrás de nuestros estados, al origen que se aclara, pero que está siempre en peligro de oscurecerse (Jaspers, 2006: 130).

Por ello podemos concluir parcialmente que la filosofía como experiencia del misterio se relaciona con la vida en tanto el filósofo procura la existencia, manteniendo a salvo la relación esencial entre el hombre y las cosas. No hay verdad sin vida, sin apertura a la realidad, sin capacidad de asombro. La cien-cia y la técnica en su trasfondo más humano que les dio origen deben cuidar de la copertenencia. Muy diferente al entrenamiento especulativo, la filosofía y la ciencia son modos de ser para alcanzar el cuidado de sí, son parte del arte de procurarse la buena vida. Vive bien quien experimenta su pertenencia al ser, quien busca la verdad sin prejuicios y son los principios los que desocultan el ser. Este es el significado del misterio ontológico de la existencia (Marcel, 1987).

La vida por ser sagrada no puede perder su carácter de inexplicable. Tan complejo ha sido mantenerla a salvo que para la época contemporánea es una preocupación más allá de la ciencia, más acá de la religión, más cercana a las in-quietudes de las ciencias sociales, en fin, olvidada incluso por la misma filosofía que se concentró en aclarar el sentido de su práctica a comienzos del siglo xx.

Este contexto está marcado principalmente por la experiencia de desarraigo a una tradición. No conocemos nuestra paideia. Parece que involuntariamente renunciamos a diario a la sabiduría de la naturaleza. Carecemos por completo de una historia objetiva y no porque no la haya sino porque hemos roto nues-tro compromiso con el mundo. Nos caracteriza el uso ilimitado de la técnica, envileciendo al hombre que se ve a sí mismo en términos de mero número. Se nos codifica y decodifica como canales de información. La única manera de en-cajar en el presente es arriesgándonos a formar parte de la tecnoburocratiza-ción de los servicios. Nos caracteriza, además, una falta profunda de lo sagrado en la vida que despertaría nuestra conciencia de responsabilidad. En lugar de ello se promueven fanatismos. Vivimos la moda del nihilismo, exceso de indi-ferencia al mal. Esto es el pecado: el olvido de lo esencial. El nihilismo consiste finalmente en la pérdida del sentido de la vida.

La ciencia a la que solo accedemos viéndonos a nosotros mismos como sim-ples objetos no posee fundamentos, de ahí que la posibilidad de toda solución a los problemas que tenemos puesta en manos del conocimiento tecnocientífi-co solo sea una proyección de nuestro presente, una negación a lo que realmen-te debe ocurrirle al hombre y al mundo. Estamos desprovistos de experiencias concretas que mostrarían el misterio del ser y al mismo tiempo el fracaso del pensar calculador.

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Recordemos en estos días de oscuridad el entusiasmo metafísico de Gabriel Marcel, podría ser el consuelo y ejemplo de lucidez que necesitamos los que decidimos habitar esta casa abandonada en la que se convirtió nuestro mundo:

La esperanza es esencialmente, se podría decir, la disponibilidad de un alma tan profundamente comprometida en una experiencia en comunión como para llevar a cabo el acto que trasciende oposiciones entre el querer y el conocer me-diante el cual ella afirma la perennidad viviente de la cual esta experiencia le ofrece, a la vez, la prenda y las primicias (Marcel, 1998: 79).

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