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WITHOUT TIME CLAUDIOZIROTTI

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Fotos en la esposición y parte del texto de Ferrnado Castro

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WITHOUT TIME

CLAUDIOZIROTTI

Huxley profetizaba en un mundo feliz una sociedad distraída por trivialidades y encantada de estarlo. Lo cierto es que tene-mos una vida cultural convertida en perpetua ronda de entretenimiento y una conversación pública transformada en habla infantil; un pueblo convertido en un auditorio y sus intereses públicos en un vodevil.

Las pinturas de Claudio Zirotti no desafían tanto a la “interpretación” cuanto a la apatía, esto es, a esa incapacidad con-temporánea para gozar de los detalles, de esos regalos sutiles que nos obligan a dejar de lado lo acostumbrado. Frente a la narcosis de lo banal se traza, afortunadamente, una línea de resistencia, “whitout time”, a pesar de todo.

“Los artistas –afirma Kaprow- no pueden sacar provecho de la adoración a lo moribundo; ni tampoco combatir todas esas reverencias y genuflexiones cuando momentos después elevan a los altares sus actos de destrucción, objetos de culto para la misma institución que pretendían destruir. Esto es una impostura absoluta. Un puro ejemplo de la lucha por el poder” . Sin embargo, lo que nos queda es el sarcasmo o la actitud infantil o psicótica.

No hay, manifiestamente, en la obra de Zirotti rastros de cinismo y su ironía no es, como suele ser habitual, una coartada para escapar del juicio o conseguir la más blanda de las complicidades. Su actitud plástica, ajena a las modas o a los discursos “or-todoxos”, es tan obsesiva cuanto coherente; conocedor de “lo que pasa” no quiere meramente contemporizar sino dar rienda suelta a un imaginario de plegamientos y retornos, donde la variación es el juego de la pequeña diferencia, de lo sutil que no deja de tener una presencia imponente.

“El pintor –dice John Berger- está siempre intentando descubrir, tropezarse con ese lugar que contiene y rodea su acto de pin-tar en ese momento. Idealmente debería haber tantos lugares como cuadros. El problema es que muchos cuadros no llegan a convertirse en lugares. Y cuando un cuadro no llega a convertirse en lugar, no pasa de ser una representación o un objeto decorativo, una pieza del mobiliario” .

Zirotti ha desplazado su estética desde planteamientos cercanos a la transvanguardia a una tonalidad completamente per-sonal en la que lo abstracto es, literalmente, escritura o, mejor, una grafía en la que encuentra, como me ha indicado en distintas ocasiones, una “libertad total”. Su tarea es, evidentemente, esa localización intensa que nombra Berger, un recorrido más que una cartografía en la que lo azaroso y lo planificado son igualmente fecundos y donde cada signo es una semilla que potencialmente germinará.

La pintura germinal de Claudio Zirotti podría ser entendida como una modulación de lo Neutro, como algo que es producido expresamente para no ser signo . Barthes menciona el “juego móvil” de significantes como “tercer significado” al que califica de “obstuso”, siendo los otros dos el informacional y el simbólicos, los cuales al ser cerrados y obvios suelen ser los únicos que preocupan al semiótico. Ese tercer significado está descrito por Barthes como “un tajo a ras del significado (del deseo de sig-nificado) que supera al significado y no sólo subvierte su contenido, sino la práctica del significado en su conjunto”. El tiempo ausente de Zirotti no tiene los rasgos de lo obvio sino de esa deriva deseante que guarda analogías con la ensoñación.

La obra de Claudio Zirotti puede ser entendida como un sismograma de la las sensaciones, fruto de la comprensión del acon-tecimiento como mezcla de lo consciente y lo inconsciente . “Estamos rodeados –dijo Lefebvre- de vacío, pero un vacío carga-do de signos”. Las imágenes del arte son operaciones que producen una distancia, una desemejanza.

Aquella autonomía del arte que se defendía en torno a 1760, a través de la imposibilidad de traducir a la piedra, sin hacer de la estatua algo repulsivo, la “visibilidad” conferida por el poema de Virgilio al sufrimiento de Laocoonte, reaparece en la pintura de Zirotti que introduce la escritura y la insistencia numérica del paso del tiempo; lo poético adquiere una dimensión reduccionista y concreta, como si los gestos y la condensaciones imaginarias fueran versos o, mejor, estancias, en un proceso evidentemente rítmico que nos permite tanto el reconocimiento cuanto la pérdida, el retorno y la disolución.

“La pintura –apuntó Louis Aragon- es joyería […] el collage es pobre”. Con todo nada impide que el arte retome lo que los griegos llamaban agalma, algo lujoso y enigmático, una cualidad “anímica” que enamora.

Zirotti demuestra ejemplarmente que se puede realizar una pintura que recurre a la estilística del collage evitando que los bordes de los elementos estén desgarrados, esto es, integrando lo heterogéneo para que conseguir unidades sustanciales.

Algunos teóricos como Fried han suscitado la discusión sobre el miedo a que el arte sucumba a la amenaza de la teatralidad, el entretenimiento, el kitsch o la cultura de masas. Aunque también pueden detectarse serios problemas cuando la estética se ensimisma o se dedica a expurgar toda impureza. El discurso parece que puede aportar poco cuando su preocupación fundamental es dotarse de legitimidad, cuando no enfangarse en un anecdotario, tanto más patético cuanto menores son las posiciones que merece la pena defender. Ciertamente las obras de Claudio Zirotti están separadas del espectáculo , no son “teatrales” pero tampoco se inscriben en el discurso “plano” y dogmático del modernismo. Este artista da rienda suelta al gesto pero también somete, podríamos decir que muscularmente, todas sus composiciones al placer inicial del dibujo y al contrapunto de la escritura. Su tiempo es here-dero del “menos es más” del minimalismo aunque tampoco cae, en ningún sentido, en la afasia de ese nominalismo obsesivo. Supera la atracción del vacío que impone la pintura monocromática y así experimenta una singular liberación. En distintos artistas abstractos aparece la idea de que es preciso llegar a la energía primera de la que surgen las formas, la ausencia como una clase de narración , recordando el sentimiento místico del vacío (tan importante en el pensamiento y las religiones orientales), en el que se hace positiva la experiencia de la soledad: momentos en los que se puede percibir el eco, la emergencia de la energía y las imágenes.

Como aquel “fin de las imágenes”, ese cuestionamiento radical, que se da en el comienzo de los planteamientos vanguardistas , Zirotti ha encontrado lo que llamare el núcleo duro, una piedra temporal a partir de la cual puede comenzar a componer lo que le place.

A veces lo que vemos es sencillamente lo que nos mira. En el ojo, la pupila: una nostalgia del tiempo infantil, esa curiosidad que impedía el parpadeo. O acaso las obras de arte mantengan siempre la promesa del retorno de lo amado, como aquel dibujo en el muro que Plinio convirtiera en fábula fundacional de la pintura.

El destiempo de Claudio Zirotti tal vez aluda a lo que se conserva gracias a la sombra , un testimonio hermoso de que sola-mente podemos encontrar esperanza en ciertas apariciones intermitentes, como las de aquellas luciérnagas que recordara, con amargura, Pasolini, consciente de que la luz que permitía pavonearse a los “consejeros fraudulentos” impedía su mágica existencia. El tiempo de la fascinación de lo visible está siempre a punto de quebrarse . Ya está, valga este tiempo verbal equívoco, desapareciendo.

Alicia Muñoz ha recurrido, en un comentario a las obras recientes de Zirotti, al mito de Sísifo y también a la idea barthesiana del punctum como aquel aspecto punzante de la imagen: “Así que las obras de este “místico” contemporáneo nos hieren, punzan y conmueven el alma. Y como en auqellas instantáneas fotográficas tan anheladas por Barthes, algo nos punza la mirada, pero esta vez de forma ligeramente más sutil, cálidamente más poética e innegablemente más simbólica. No hemos de pasar por alto la propia naturaleza del símbolo –en nuestro caso unas rocas- que como su propia etimología indica, procede de simboliae, o sea, lanzar dos cosas al mismo tiempo. Y de este lanzar palabra-imagen, de este religar, nace como epifanía contemporánea la obra de Zirotti. Una producción artística que nos revela un mensaje escondido dentro de la capa solidificada de pigmento que poco tiene que ver con esas obras anodinas que circulan por la epidermis del arte actual, nos deslumbra con su sencillez cromática y conmueve nuestra alma anestesiada”

En Mas allá del principio del placer, advierte Freud, que la conciencia surge en la huella de un recuerdo, esto es, del impulso tanático y de la degradación de la vivencia, algo que En la edad de la ruina de la memoria (cuando el vértigo catódico ha impuesto su hechizo) el tiempo está desmembrado, “de ese desmembramiento - escribe Trias en La memoria perdida de las cosas- surge la presencia de una reminiscencia” . El arte sabe de la importancia de destacarse del tiempo, para buscar las correspondencias como un encuentro (memoria involuntaria) que detiene el acelerado discurrir de la realidad.

Los “recuerdos” pictóricos de Zirotti no son, hay que insistir en ello narrativos sino intensamente abstractos sin perder por ello ni un ápice de su rotunda concreción. El impulso dominante no es melancólico sino vitalista, desbordante, como si conociera el secreto para escapar de la angustia en ese sin tiempo. Alejándose de la amarga sombra del nihilismo y aceptando una evidente elementalidad “pre-textual” despliega una estilística desbordada en la que traza de acuerdo con sus pulsiones, esto es, sigue la ley del deseo.

Si el hombre que camina por el campo entiende el lenguaje de las piedras como arquitectura, señal del camino o tumba, lugar del homenaje , el artista, convertido en raro “campesino”, espera que el tiempo geológico le ofrezca algo “diferente”. En última instancia, la obra de Claudio Zirotti trata sobre lo tangible y aquello mínimo que apenas puede ya ser enunciado (algo que Rilke sintiera en las Elegías de Duino), sobre aquello que está en el límite de la visión y sobre la concepción del hombre como una figura que está recudiéndose a nada. En sus conversaciones con Georges Duthuit, Beckett ha dado la fórmula conden-sada de su tarea creativa, ajena a la gloria de la potencia y el poder, al saber hacer: “la expresión de que no hay nada que expresar, nada con que expresarlo, junto con la obligación de hacerlo” . No se trata, como en el caso de Masson, de pintar el vacío, aterrado y temblando, sino de dar cuerpo al sueño de un arte sin resentimiento, que se atreva a reconocer su pobreza, que no transfigure.

La obra de arte se entiendo, como ya he apuntado, como función del velo, instaura una captura imaginaria del deseo o esta-blece la relación con un más allá (cerco, borde, frontera, límite) fundamental en la relación simbólica . La mirada creativa de Claudio Zirotti entrega (cuasi)presencias fascinantes de aquello que es germinal .

Los “recuerdos” pictóricos de Zirotti no son, hay que insistir en ello narrativos sino intensamente abstractos sin perder por ello ni un ápice de su rotunda concreción. El impulso dominante no es melancólico sino vitalista, desbordante, como si conociera el secreto para escapar de la angustia en ese sin tiempo.

En cierto sentido las obras de Zirotti son, valga el juego conceptual, naturalezas muertas (extra-ordinariamente) vivas, en las que el tiempo se detiene para manifestar su gozosa continuidad donde lo pétreo es acuático y el gesto no quiere imponer su presencia sino proyectarnos hacia una dimensión de poética levedad.

Las piezas de Zirotti son una perfecta reflexión sobre lo específicamente humano y eterno que vive dentro de cada uno de no-sotros. Trágico drama del saber que se acompaña de continua búsqueda, dolor y decepción. Sin embargo, sólo algunas veces –es decir, sólo cuando artista como Zirotti regresan a su roca y se dan cuenta de que su roca es su casa- el arte nace de esa búsqueda, de ese vislumbre fugaz del entendimiento, del secreto y el origen, aun a sabiendas que nunca se podrá alcanzar plenamente.

Claudio Zirotti no es un agorero de un tiempo oscuro, al contrario, su obra parece sugerir que cuando creemos que ya no te-nemos tiempo puede darse un regalo inexplicable. Se trata de algo que incluso desborda nuestras capacidades cognoscitivas, sublime en el sentido kantiano, como lo puede ser un alud en las montañas o la visión de un desierto inmenso.

El ritmo, tan presente en las obras de Claudio Zirotti, es la sucesión ordenada de elementos bien construidos . Mondrian pen-saba que las disonancias, los claroscuros, las profundidades que la nostalgia, el deseo y la espera producen continuamente en el tiempo de la vida solamente discurrente, no serán nunca completamente eliminados, pero si dominados en la construcción plástica completamente equilibrada.

Zirotti despliega, con rotundidad, su arte no direccional, sin puntos cardinales consciente de que hay que saber atravesar el vacío que permite la articulación del deseo . “Con frecuencia, el arte que se reprime deliberadamente se asemeja a ruinas, neolíticas más que monumentos clásicos, amalgamas de monumentos clásicos, amalgamas de pasado y futuro, restos de algo “más”, vestigios de alguna empresa desconocida. El fantasma del contenido sigue planeando sobre el arte más obs-tinadamente abstracto. Cuanto más abierta y ambigua es la experiencia que se ofrece, más forzado se ve el espectador a depender de sus propias percepciones” .

En las obras de Zirotti encarnan una levedad que está también marcada por la solidez: lo pétreo y la escritura, el tiempo negado pero presente, la sucesión fijada para el placer estético. No imponen ninguna conclusión, entre otras cosas porque su sustancia es interminable, interpelan a aquel que todavía tiene tiempo para mirar.

Fernando Castro Flórez